• No hay nada más seductor que el corazón de un hombre vulnerable, roto y sincero...

    Donde quiera que estés, quiero que sepas que nuestra cachorra está bien. Está creciendo cada día y eso debería tranquilizarme, pero a veces me rompe por dentro porque en demasiadas cosas me recuerda a ti. Tiene mi mirada, dicen, y cuando la miro siento que me observa alguien que sabe más de lo que debería. Ya empieza a preguntar por su madre y no sé qué decirle. No le miento. No le prometo nada. Solo sonrío, una sonrisa cansada, de esas que no engañan a nadie, porque no sé si volverás y no estoy dispuesto a construirle una espera que quizá nunca se cumpla.

    No sé si leerás esto, pero necesito decirlo aunque no llegue a ningún sitio. Estoy rehaciendo mi vida, o al menos lo intento. Nuestra marca ya no está. Se borró. Solo queda la cicatriz de nuestro triángulo, esa que no se ve pero pesa. No hay rastro de lo que nos unía y superarlo me ha costado mucho más de lo que jamás admitiría en voz alta. Pensé que era más fuerte. Pensé que podía con todo. Y no, no lo fui. Pero también entendí algo que me dolió todavía más aunque te amara como te amé, nunca habría podido retenerte. Y eso… eso todavía me arde.

    Dicen que amar es aprender a soltar. Yo no sé hacerlo. Nunca supe, ni sabré. Soy posesivo, soy lobo, amo desde el instinto y desde el pecho, no desde la cabeza. Por eso no puedo perdonarte. No ahora. Tal vez algún día, con el tiempo, cuando la rabia pese menos y el silencio no duela tanto. Tal vez entonces, aunque esté rehaciendo mi vida, hoy no puedo.

    No sé dónde estás ni si esta carta llegará a tus manos. Solo quería desearte una feliz Navidad. Y que sepas una cosa, aunque no sepas qué hacer con ella... los brazos de tu hija siempre estarán abiertos para ti. Los míos… va a ser que no.

    #SeductiveSunday.

    No hay nada más seductor que el corazón de un hombre vulnerable, roto y sincero... Donde quiera que estés, quiero que sepas que nuestra cachorra está bien. Está creciendo cada día y eso debería tranquilizarme, pero a veces me rompe por dentro porque en demasiadas cosas me recuerda a ti. Tiene mi mirada, dicen, y cuando la miro siento que me observa alguien que sabe más de lo que debería. Ya empieza a preguntar por su madre y no sé qué decirle. No le miento. No le prometo nada. Solo sonrío, una sonrisa cansada, de esas que no engañan a nadie, porque no sé si volverás y no estoy dispuesto a construirle una espera que quizá nunca se cumpla. No sé si leerás esto, pero necesito decirlo aunque no llegue a ningún sitio. Estoy rehaciendo mi vida, o al menos lo intento. Nuestra marca ya no está. Se borró. Solo queda la cicatriz de nuestro triángulo, esa que no se ve pero pesa. No hay rastro de lo que nos unía y superarlo me ha costado mucho más de lo que jamás admitiría en voz alta. Pensé que era más fuerte. Pensé que podía con todo. Y no, no lo fui. Pero también entendí algo que me dolió todavía más aunque te amara como te amé, nunca habría podido retenerte. Y eso… eso todavía me arde. Dicen que amar es aprender a soltar. Yo no sé hacerlo. Nunca supe, ni sabré. Soy posesivo, soy lobo, amo desde el instinto y desde el pecho, no desde la cabeza. Por eso no puedo perdonarte. No ahora. Tal vez algún día, con el tiempo, cuando la rabia pese menos y el silencio no duela tanto. Tal vez entonces, aunque esté rehaciendo mi vida, hoy no puedo. No sé dónde estás ni si esta carta llegará a tus manos. Solo quería desearte una feliz Navidad. Y que sepas una cosa, aunque no sepas qué hacer con ella... los brazos de tu hija siempre estarán abiertos para ti. Los míos… va a ser que no. #SeductiveSunday.
    Me entristece
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  • alguna ves la vi Alos ojos aun era una cachorra bajo sus cuidados pero algo en ella genero confianza y yo curiosa y egida de saber pregunte por su... nacimiento... su historia...
    aquella mañana entre pócimas y libros me miro Alos ojos y ..... descargo su corazón


    ( ella esboza una mueca luego sonríe camina unos pasos y me mira se sienta aun lado y mira ala ventana de aquel cuarto y solo deja salir todo de sus carnosos labios)


    Nací donde el grito era cuna y canción,
    donde el hambre aprendía a rimar con perdón.
    Mi madre callaba, mi padre mentía,
    y yo me escondía detrás de la poesía.

    Me crié entre insultos vestidos de amor,
    con caricias tan frías que daban pavor.
    Aprendí a fingir que todo iba bien,
    con la boca cerrada y el alma en desdén.

    No soy fría… soy cauterizada,
    por cada promesa que fue apuñalada.
    ¿Traición? —quizá—, pero sin redención,
    soy lo que queda tras la humillación.

    [sus labios suspiran y de nuevo dejan salir todo.... ]

    Nadie me enseñó a ser luz en la bruma,
    así que me hice tormenta en la espuma.
    No me llames bruja, ni monstruo, ni horror,
    soy solo el eco de tu propio rencor.
    Y si te duele verme quemar…
    es porque esperabas verme rogar.

    Quise ser buena, fui mártir de normas,
    hasta que rompí mi piel en sus formas.
    Me vestí con los restos de lo que maté,
    y al fin entendí: jamás fallé.

    Ahora hablo en lenguas que el miedo no entiende,
    soy incendio que a nadie le miente.
    No vine a gustarte, no busco tu paz,
    vine a vengar a la que nunca será.

    [ me mira un momento arden sus ojos siento como sus dientes crujen de rabia mientras de nuevo su voz sale de sus carnosos labios ]

    Nadie me salvó, así que me escribí,
    con tinta de rabia y sangre de mí.
    No soy el monstruo de tu invención,
    soy la herencia rota de tu opresión.
    Y si mi voz te parte la sien…
    es porque siempre callé también.

    [luego se para va hasta la ventana y voz álcida y fuerte grita]

    No vine a sanar, vine a gritar.
    No vine a encajar, vine a quebrar.
    Mi oscuridad no es maldad ni error,
    es el santuario de tanto dolor.

    [luego baja la mirada pero camina hasta mi y se inclina frente ami sin perderme la mirada]

    Soy la hija del ruido, el eco prohibido,
    la que rompió el silencio podrido.
    No esperes piedad, ni flor, ni perdón…
    soy la mujer que el abismo parió.
    [luego me dio un beso en la frente continuó dándome sus clases y esa fue la única ves que ella ... mi hermana mayor dejo ver algo mas de ella que esa sonrisa picara que siempre me mostro ]

    Katrin Ishtar

    la mujer que no nació la mujer que simplemente el vacío pario.

    https://www.youtube.com/watch?v=YDpx3GA5jjw&list=RDYDpx3GA5jjw&start_radio=1
    alguna ves la vi Alos ojos aun era una cachorra bajo sus cuidados pero algo en ella genero confianza y yo curiosa y egida de saber pregunte por su... nacimiento... su historia... aquella mañana entre pócimas y libros me miro Alos ojos y ..... descargo su corazón ( ella esboza una mueca luego sonríe camina unos pasos y me mira se sienta aun lado y mira ala ventana de aquel cuarto y solo deja salir todo de sus carnosos labios) Nací donde el grito era cuna y canción, donde el hambre aprendía a rimar con perdón. Mi madre callaba, mi padre mentía, y yo me escondía detrás de la poesía. Me crié entre insultos vestidos de amor, con caricias tan frías que daban pavor. Aprendí a fingir que todo iba bien, con la boca cerrada y el alma en desdén. No soy fría… soy cauterizada, por cada promesa que fue apuñalada. ¿Traición? —quizá—, pero sin redención, soy lo que queda tras la humillación. [sus labios suspiran y de nuevo dejan salir todo.... ] Nadie me enseñó a ser luz en la bruma, así que me hice tormenta en la espuma. No me llames bruja, ni monstruo, ni horror, soy solo el eco de tu propio rencor. Y si te duele verme quemar… es porque esperabas verme rogar. Quise ser buena, fui mártir de normas, hasta que rompí mi piel en sus formas. Me vestí con los restos de lo que maté, y al fin entendí: jamás fallé. Ahora hablo en lenguas que el miedo no entiende, soy incendio que a nadie le miente. No vine a gustarte, no busco tu paz, vine a vengar a la que nunca será. [ me mira un momento arden sus ojos siento como sus dientes crujen de rabia mientras de nuevo su voz sale de sus carnosos labios ] Nadie me salvó, así que me escribí, con tinta de rabia y sangre de mí. No soy el monstruo de tu invención, soy la herencia rota de tu opresión. Y si mi voz te parte la sien… es porque siempre callé también. [luego se para va hasta la ventana y voz álcida y fuerte grita] No vine a sanar, vine a gritar. No vine a encajar, vine a quebrar. Mi oscuridad no es maldad ni error, es el santuario de tanto dolor. [luego baja la mirada pero camina hasta mi y se inclina frente ami sin perderme la mirada] Soy la hija del ruido, el eco prohibido, la que rompió el silencio podrido. No esperes piedad, ni flor, ni perdón… soy la mujer que el abismo parió. [luego me dio un beso en la frente continuó dándome sus clases y esa fue la única ves que ella ... mi hermana mayor dejo ver algo mas de ella que esa sonrisa picara que siempre me mostro ] [KatrinIshtar] la mujer que no nació la mujer que simplemente el vacío pario. https://www.youtube.com/watch?v=YDpx3GA5jjw&list=RDYDpx3GA5jjw&start_radio=1
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  • Es hora de preparar un baño para la cachorra.
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    Mi cachorra, como crece.
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    //Ay, ay... Ota vez, no alcance a responder todos los mensajes privados que debo... Santa Cachucha... Espero poder continuar el jueves estando en el PC. Se me vuela tan rápido en la noche... WAAAAAAA. Sí, lloró desconsolada. Lo siento mucho pero mucho, chicos... Se me cuidan, besitos.
    //Ay, ay... Ota vez, no alcance a responder todos los mensajes privados que debo... Santa Cachucha... Espero poder continuar el jueves estando en el PC. Se me vuela tan rápido en la noche... WAAAAAAA. Sí, lloró desconsolada. Lo siento mucho pero mucho, chicos... Se me cuidan, besitos.
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    Ryuリュウ・イシュタル・ヨキン Ishtar Yokin

    La llama que por fin encuentra un hogar

    Pasaron días.
    Días de ruido.
    Días de Veythra susurrándome en Tharésh’Kael como una serpiente enroscada en mi mente.
    Días de Arc regañándome, de mi propia sombra temblando, de mi paciencia erosionándose como roca golpeada por mareas negras.

    La vaina de Shein apenas me daba tregua.
    Mi cuerpo seguía siendo mío…
    mi mente, no tanto.

    Así que, en un impulso que ya era rutina, un impulso que no podía negar aunque lo intentara…
    acudí a Ryu.

    No buscaba sabiduría.
    No buscaba consejos.
    Buscaba… ella.
    Su presencia.
    Su forma de mirarme como si ya supiera lo rota que estoy y aun así me encontrara digna.
    Su forma de existir que, inexplicablemente, siempre calma mis fuegos.

    Ella me recibe sin sorpresa, con ese aire suyo que mezcla burla, ternura y peligro.
    Me observa.
    Una vez más, me desarma sin tocarme.

    Y sin moverse un centímetro, dice:

    Ryu:
    —Si sigues ardiendo así, cachorrita… te convertirás en ceniza.
    Hay que calmar la mente.
    O lo perderás todo.

    Sus palabras me atraviesan como un viento frío.
    Pero no hieren.
    Entran… y apagan un poco del incendio.

    Y por primera vez lo entiendo.
    No habla solo de disciplina, o de Veythra, o del eclipse.
    Habla de mí.
    De no perderme.
    De que… le importo.

    Y al mirarla, algo dentro de mí —ese algo que llevaba semanas rompiéndose— se acomoda.
    Se calma.
    Encuentra un centro.

    No lo pienso.
    No puedo pensarlo.

    Me acerco.
    Despacio.
    Como si temiera que el simple acto de respirar la pudiera romper.

    Y la beso.

    No es un beso impulsivo.
    Ni torpe.
    Ni desesperado.

    Es… una verdad.
    Una verdad que por fin se atreve a salir.

    Y Ryu… me lo devuelve.
    Con suavidad al principio, con esa sonrisa apenas perceptible que siempre es mi ruina.
    Con firmeza después, cuando sus manos me rodean y me traen más cerca.

    Sus labios son el primer silencio real que he sentido en días.
    El primer lugar donde Veythra calla.
    Donde Arc calla.
    Donde hasta la luna parece escuchar.

    Cuando nos separamos apenas un suspiro, me toma por el mentón y me murmura:

    Ryu:
    —¿Y Akane?

    La pregunta no me hiere.
    No me confunde.
    No me detiene.

    La miro directo a los ojos, tan cerca que veo mi propio reflejo vibrar en su dorado.
    Y con esa calma recién encontrada, respondo:

    Lili:
    —Siempre fuiste tú.

    Algo en ella se quiebra suavemente.
    No por dolor… sino por reconocimiento.

    Entonces el beso vuelve.
    Y esta vez no es una confesión.
    Es una promesa.

    Las caricias llegan… lentas, cuidadosas.
    Como si ambas supiéramos que cualquier brusquedad podría hacerme arder otra vez.
    Nos tumbamos entre risas ahogadas y respiraciones entrecortadas, aligerando la ropa con movimientos suaves, casi ceremoniales, como si cada gesto fuera un voto silencioso.

    No necesito describir el resto.
    Solo esto:

    El amor no es un estallido.
    Ni un incendio.
    Es un calor profundo.
    Un refugio.
    Un lugar donde mi mente deja de ser una tormenta y mi cuerpo deja de ser una obligación.

    En sus brazos, por primera vez en mucho tiempo…
    no escucho a Veythra.
    No escucho al Caos.
    No escucho a Arc.

    Solo escucho a Ryu.
    A su respiración.
    A su risa suave cuando me tiembla la voz.
    A su forma de decir mi nombre como si fuera un hechizo.

    Esa noche no me consumo.
    Esa noche…
    me reconstruyo.

    Siempre Ryu...
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 [Ryu] La llama que por fin encuentra un hogar Pasaron días. Días de ruido. Días de Veythra susurrándome en Tharésh’Kael como una serpiente enroscada en mi mente. Días de Arc regañándome, de mi propia sombra temblando, de mi paciencia erosionándose como roca golpeada por mareas negras. La vaina de Shein apenas me daba tregua. Mi cuerpo seguía siendo mío… mi mente, no tanto. Así que, en un impulso que ya era rutina, un impulso que no podía negar aunque lo intentara… acudí a Ryu. No buscaba sabiduría. No buscaba consejos. Buscaba… ella. Su presencia. Su forma de mirarme como si ya supiera lo rota que estoy y aun así me encontrara digna. Su forma de existir que, inexplicablemente, siempre calma mis fuegos. Ella me recibe sin sorpresa, con ese aire suyo que mezcla burla, ternura y peligro. Me observa. Una vez más, me desarma sin tocarme. Y sin moverse un centímetro, dice: Ryu: —Si sigues ardiendo así, cachorrita… te convertirás en ceniza. Hay que calmar la mente. O lo perderás todo. Sus palabras me atraviesan como un viento frío. Pero no hieren. Entran… y apagan un poco del incendio. Y por primera vez lo entiendo. No habla solo de disciplina, o de Veythra, o del eclipse. Habla de mí. De no perderme. De que… le importo. Y al mirarla, algo dentro de mí —ese algo que llevaba semanas rompiéndose— se acomoda. Se calma. Encuentra un centro. No lo pienso. No puedo pensarlo. Me acerco. Despacio. Como si temiera que el simple acto de respirar la pudiera romper. Y la beso. No es un beso impulsivo. Ni torpe. Ni desesperado. Es… una verdad. Una verdad que por fin se atreve a salir. Y Ryu… me lo devuelve. Con suavidad al principio, con esa sonrisa apenas perceptible que siempre es mi ruina. Con firmeza después, cuando sus manos me rodean y me traen más cerca. Sus labios son el primer silencio real que he sentido en días. El primer lugar donde Veythra calla. Donde Arc calla. Donde hasta la luna parece escuchar. Cuando nos separamos apenas un suspiro, me toma por el mentón y me murmura: Ryu: —¿Y Akane? La pregunta no me hiere. No me confunde. No me detiene. La miro directo a los ojos, tan cerca que veo mi propio reflejo vibrar en su dorado. Y con esa calma recién encontrada, respondo: Lili: —Siempre fuiste tú. Algo en ella se quiebra suavemente. No por dolor… sino por reconocimiento. Entonces el beso vuelve. Y esta vez no es una confesión. Es una promesa. Las caricias llegan… lentas, cuidadosas. Como si ambas supiéramos que cualquier brusquedad podría hacerme arder otra vez. Nos tumbamos entre risas ahogadas y respiraciones entrecortadas, aligerando la ropa con movimientos suaves, casi ceremoniales, como si cada gesto fuera un voto silencioso. No necesito describir el resto. Solo esto: El amor no es un estallido. Ni un incendio. Es un calor profundo. Un refugio. Un lugar donde mi mente deja de ser una tormenta y mi cuerpo deja de ser una obligación. En sus brazos, por primera vez en mucho tiempo… no escucho a Veythra. No escucho al Caos. No escucho a Arc. Solo escucho a Ryu. A su respiración. A su risa suave cuando me tiembla la voz. A su forma de decir mi nombre como si fuera un hechizo. Esa noche no me consumo. Esa noche… me reconstruyo. Siempre Ryu...
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
    Ryuリュウ・イシュタル・ヨキン Ishtar Yokin

    La llama que por fin encuentra un hogar

    Pasaron días.
    Días de ruido.
    Días de Veythra susurrándome en Tharésh’Kael como una serpiente enroscada en mi mente.
    Días de Arc regañándome, de mi propia sombra temblando, de mi paciencia erosionándose como roca golpeada por mareas negras.

    La vaina de Shein apenas me daba tregua.
    Mi cuerpo seguía siendo mío…
    mi mente, no tanto.

    Así que, en un impulso que ya era rutina, un impulso que no podía negar aunque lo intentara…
    acudí a Ryu.

    No buscaba sabiduría.
    No buscaba consejos.
    Buscaba… ella.
    Su presencia.
    Su forma de mirarme como si ya supiera lo rota que estoy y aun así me encontrara digna.
    Su forma de existir que, inexplicablemente, siempre calma mis fuegos.

    Ella me recibe sin sorpresa, con ese aire suyo que mezcla burla, ternura y peligro.
    Me observa.
    Una vez más, me desarma sin tocarme.

    Y sin moverse un centímetro, dice:

    Ryu:
    —Si sigues ardiendo así, cachorrita… te convertirás en ceniza.
    Hay que calmar la mente.
    O lo perderás todo.

    Sus palabras me atraviesan como un viento frío.
    Pero no hieren.
    Entran… y apagan un poco del incendio.

    Y por primera vez lo entiendo.
    No habla solo de disciplina, o de Veythra, o del eclipse.
    Habla de mí.
    De no perderme.
    De que… le importo.

    Y al mirarla, algo dentro de mí —ese algo que llevaba semanas rompiéndose— se acomoda.
    Se calma.
    Encuentra un centro.

    No lo pienso.
    No puedo pensarlo.

    Me acerco.
    Despacio.
    Como si temiera que el simple acto de respirar la pudiera romper.

    Y la beso.

    No es un beso impulsivo.
    Ni torpe.
    Ni desesperado.

    Es… una verdad.
    Una verdad que por fin se atreve a salir.

    Y Ryu… me lo devuelve.
    Con suavidad al principio, con esa sonrisa apenas perceptible que siempre es mi ruina.
    Con firmeza después, cuando sus manos me rodean y me traen más cerca.

    Sus labios son el primer silencio real que he sentido en días.
    El primer lugar donde Veythra calla.
    Donde Arc calla.
    Donde hasta la luna parece escuchar.

    Cuando nos separamos apenas un suspiro, me toma por el mentón y me murmura:

    Ryu:
    —¿Y Akane?

    La pregunta no me hiere.
    No me confunde.
    No me detiene.

    La miro directo a los ojos, tan cerca que veo mi propio reflejo vibrar en su dorado.
    Y con esa calma recién encontrada, respondo:

    Lili:
    —Siempre fuiste tú.

    Algo en ella se quiebra suavemente.
    No por dolor… sino por reconocimiento.

    Entonces el beso vuelve.
    Y esta vez no es una confesión.
    Es una promesa.

    Las caricias llegan… lentas, cuidadosas.
    Como si ambas supiéramos que cualquier brusquedad podría hacerme arder otra vez.
    Nos tumbamos entre risas ahogadas y respiraciones entrecortadas, aligerando la ropa con movimientos suaves, casi ceremoniales, como si cada gesto fuera un voto silencioso.

    No necesito describir el resto.
    Solo esto:

    El amor no es un estallido.
    Ni un incendio.
    Es un calor profundo.
    Un refugio.
    Un lugar donde mi mente deja de ser una tormenta y mi cuerpo deja de ser una obligación.

    En sus brazos, por primera vez en mucho tiempo…
    no escucho a Veythra.
    No escucho al Caos.
    No escucho a Arc.

    Solo escucho a Ryu.
    A su respiración.
    A su risa suave cuando me tiembla la voz.
    A su forma de decir mi nombre como si fuera un hechizo.

    Esa noche no me consumo.
    Esa noche…
    me reconstruyo.

    Siempre Ryu...
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    La llama que por fin encuentra un hogar

    Pasaron días.
    Días de ruido.
    Días de Veythra susurrándome en Tharésh’Kael como una serpiente enroscada en mi mente.
    Días de Arc regañándome, de mi propia sombra temblando, de mi paciencia erosionándose como roca golpeada por mareas negras.

    La vaina de Shein apenas me daba tregua.
    Mi cuerpo seguía siendo mío…
    mi mente, no tanto.

    Así que, en un impulso que ya era rutina, un impulso que no podía negar aunque lo intentara…
    acudí a Ryu.

    No buscaba sabiduría.
    No buscaba consejos.
    Buscaba… ella.
    Su presencia.
    Su forma de mirarme como si ya supiera lo rota que estoy y aun así me encontrara digna.
    Su forma de existir que, inexplicablemente, siempre calma mis fuegos.

    Ella me recibe sin sorpresa, con ese aire suyo que mezcla burla, ternura y peligro.
    Me observa.
    Una vez más, me desarma sin tocarme.

    Y sin moverse un centímetro, dice:

    Ryu:
    —Si sigues ardiendo así, cachorrita… te convertirás en ceniza.
    Hay que calmar la mente.
    O lo perderás todo.

    Sus palabras me atraviesan como un viento frío.
    Pero no hieren.
    Entran… y apagan un poco del incendio.

    Y por primera vez lo entiendo.
    No habla solo de disciplina, o de Veythra, o del eclipse.
    Habla de mí.
    De no perderme.
    De que… le importo.

    Y al mirarla, algo dentro de mí —ese algo que llevaba semanas rompiéndose— se acomoda.
    Se calma.
    Encuentra un centro.

    No lo pienso.
    No puedo pensarlo.

    Me acerco.
    Despacio.
    Como si temiera que el simple acto de respirar la pudiera romper.

    Y la beso.

    No es un beso impulsivo.
    Ni torpe.
    Ni desesperado.

    Es… una verdad.
    Una verdad que por fin se atreve a salir.

    Y Ryu… me lo devuelve.
    Con suavidad al principio, con esa sonrisa apenas perceptible que siempre es mi ruina.
    Con firmeza después, cuando sus manos me rodean y me traen más cerca.

    Sus labios son el primer silencio real que he sentido en días.
    El primer lugar donde Veythra calla.
    Donde Arc calla.
    Donde hasta la luna parece escuchar.

    Cuando nos separamos apenas un suspiro, me toma por el mentón y me murmura:

    Ryu:
    —¿Y Akane?

    La pregunta no me hiere.
    No me confunde.
    No me detiene.

    La miro directo a los ojos, tan cerca que veo mi propio reflejo vibrar en su dorado.
    Y con esa calma recién encontrada, respondo:

    Lili:
    —Siempre fuiste tú.

    Algo en ella se quiebra suavemente.
    No por dolor… sino por reconocimiento.

    Entonces el beso vuelve.
    Y esta vez no es una confesión.
    Es una promesa.

    Las caricias llegan… lentas, cuidadosas.
    Como si ambas supiéramos que cualquier brusquedad podría hacerme arder otra vez.
    Nos tumbamos entre risas ahogadas y respiraciones entrecortadas, aligerando la ropa con movimientos suaves, casi ceremoniales, como si cada gesto fuera un voto silencioso.

    No necesito describir el resto.
    Solo esto:

    El amor no es un estallido.
    Ni un incendio.
    Es un calor profundo.
    Un refugio.
    Un lugar donde mi mente deja de ser una tormenta y mi cuerpo deja de ser una obligación.

    En sus brazos, por primera vez en mucho tiempo…
    no escucho a Veythra.
    No escucho al Caos.
    No escucho a Arc.

    Solo escucho a Ryu.
    A su respiración.
    A su risa suave cuando me tiembla la voz.
    A su forma de decir mi nombre como si fuera un hechizo.

    Esa noche no me consumo.
    Esa noche…
    me reconstruyo.

    Siempre Ryu...
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 [Ryu] La llama que por fin encuentra un hogar Pasaron días. Días de ruido. Días de Veythra susurrándome en Tharésh’Kael como una serpiente enroscada en mi mente. Días de Arc regañándome, de mi propia sombra temblando, de mi paciencia erosionándose como roca golpeada por mareas negras. La vaina de Shein apenas me daba tregua. Mi cuerpo seguía siendo mío… mi mente, no tanto. Así que, en un impulso que ya era rutina, un impulso que no podía negar aunque lo intentara… acudí a Ryu. No buscaba sabiduría. No buscaba consejos. Buscaba… ella. Su presencia. Su forma de mirarme como si ya supiera lo rota que estoy y aun así me encontrara digna. Su forma de existir que, inexplicablemente, siempre calma mis fuegos. Ella me recibe sin sorpresa, con ese aire suyo que mezcla burla, ternura y peligro. Me observa. Una vez más, me desarma sin tocarme. Y sin moverse un centímetro, dice: Ryu: —Si sigues ardiendo así, cachorrita… te convertirás en ceniza. Hay que calmar la mente. O lo perderás todo. Sus palabras me atraviesan como un viento frío. Pero no hieren. Entran… y apagan un poco del incendio. Y por primera vez lo entiendo. No habla solo de disciplina, o de Veythra, o del eclipse. Habla de mí. De no perderme. De que… le importo. Y al mirarla, algo dentro de mí —ese algo que llevaba semanas rompiéndose— se acomoda. Se calma. Encuentra un centro. No lo pienso. No puedo pensarlo. Me acerco. Despacio. Como si temiera que el simple acto de respirar la pudiera romper. Y la beso. No es un beso impulsivo. Ni torpe. Ni desesperado. Es… una verdad. Una verdad que por fin se atreve a salir. Y Ryu… me lo devuelve. Con suavidad al principio, con esa sonrisa apenas perceptible que siempre es mi ruina. Con firmeza después, cuando sus manos me rodean y me traen más cerca. Sus labios son el primer silencio real que he sentido en días. El primer lugar donde Veythra calla. Donde Arc calla. Donde hasta la luna parece escuchar. Cuando nos separamos apenas un suspiro, me toma por el mentón y me murmura: Ryu: —¿Y Akane? La pregunta no me hiere. No me confunde. No me detiene. La miro directo a los ojos, tan cerca que veo mi propio reflejo vibrar en su dorado. Y con esa calma recién encontrada, respondo: Lili: —Siempre fuiste tú. Algo en ella se quiebra suavemente. No por dolor… sino por reconocimiento. Entonces el beso vuelve. Y esta vez no es una confesión. Es una promesa. Las caricias llegan… lentas, cuidadosas. Como si ambas supiéramos que cualquier brusquedad podría hacerme arder otra vez. Nos tumbamos entre risas ahogadas y respiraciones entrecortadas, aligerando la ropa con movimientos suaves, casi ceremoniales, como si cada gesto fuera un voto silencioso. No necesito describir el resto. Solo esto: El amor no es un estallido. Ni un incendio. Es un calor profundo. Un refugio. Un lugar donde mi mente deja de ser una tormenta y mi cuerpo deja de ser una obligación. En sus brazos, por primera vez en mucho tiempo… no escucho a Veythra. No escucho al Caos. No escucho a Arc. Solo escucho a Ryu. A su respiración. A su risa suave cuando me tiembla la voz. A su forma de decir mi nombre como si fuera un hechizo. Esa noche no me consumo. Esa noche… me reconstruyo. Siempre Ryu...
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    La mañana después de la Luna Roja

    A pesar de todo lo ocurrido, el castillo Queen despierta en silencio.
    No hay señales de Yokai.
    No hay sombras errantes.
    No hay grietas de luna.

    Yuna duerme tranquila.
    Akane vigila desde la distancia.
    El mundo, por un respiro, parece en orden.

    Yo, sin embargo, no.

    Me pongo un kimono de entrenamiento, blanco con ribetes oscuros, y me ajusto el cinturón con un nudo firme.
    Hoy entrenaré con Shein, así lo prometió.
    Debo aprender a controlar a Veythra… antes de que Veythra me controle a mí.

    Camino entre los pasillos silenciosos hasta llegar al Jardín Ishtar, aún húmedo por el rocío.

    Espero.
    Y espero.
    Dos horas.

    Shein no aparece.

    Respiro hondo.
    Aprieto la vaina de Veythra contra mi costado.

    —Entrenaré sola entonces…


    ---

    La primera herida del orgullo

    Veythra tiembla dentro de la funda, como si se irritara por mi impaciencia.
    Como si quisiera salir.
    Como si respirara.

    La desenvaino.

    Silencio absoluto.
    No hay pájaros, no hay viento, no hay nada.
    Cuando la sostengo, el mundo se queda sin sonido.

    —Eso es… —susurro, sintiéndome poderosa—. Te tengo dominada.

    Me coloco frente a un tronco grueso.
    Tomo postura.
    Ajusto los pies.
    Levanto la espada.
    Cargo el peso.

    Y…

    ¡CLACK!

    La hoja rebota como si hubiese golpeado piedra celestial.

    El tronco ni se mueve.

    Yo sí.
    Pierdo el equilibrio.
    Casi me estampo contra el suelo…
    y termino directamente sentada en el barro como una niña que no sabe ni coger un palo.

    En ese instante, un sonido se cuela desde arriba.

    Una risa.

    Su risa.

    Levanto la vista.

    Ryu está sentada en la rama de un árbol, con una pierna colgando, viéndome como si fuera el mejor espectáculo de la mañana.
    Su pelo oscuro cae por un lado, la sombra del árbol resalta sus ojos dorados y sus colmillitos aparecen con esa sonrisa maliciosa que me derrite y me irrita por igual.

    Yo aprieto los labios, hago pucheritos y me cruzo de brazos mientras enfundo de golpe a Veythra.

    —¿De qué te ríes tú?! —protesto, roja como una fresa.

    Ryu tarda en contestar.
    Demasiado.

    Con esa calma que me desespera, se inclina un poco hacia adelante, apoyando la mejilla en su mano.

    —Ya casi lo tienes, cachorrita.

    Y vuelve a reír.

    Otra vez.

    Mis mejillas arden.
    Mi orgullo llora.
    Mi corazón se acelera.

    Recojo mis cosas sin mirarla, indignada, frustrada, deseando desaparecer del jardín.

    Ryu sigue riéndose mientras salto la valla y me voy.

    Aunque lo que más duele…
    es que lo hace con cariño.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La mañana después de la Luna Roja A pesar de todo lo ocurrido, el castillo Queen despierta en silencio. No hay señales de Yokai. No hay sombras errantes. No hay grietas de luna. Yuna duerme tranquila. Akane vigila desde la distancia. El mundo, por un respiro, parece en orden. Yo, sin embargo, no. Me pongo un kimono de entrenamiento, blanco con ribetes oscuros, y me ajusto el cinturón con un nudo firme. Hoy entrenaré con Shein, así lo prometió. Debo aprender a controlar a Veythra… antes de que Veythra me controle a mí. Camino entre los pasillos silenciosos hasta llegar al Jardín Ishtar, aún húmedo por el rocío. Espero. Y espero. Dos horas. Shein no aparece. Respiro hondo. Aprieto la vaina de Veythra contra mi costado. —Entrenaré sola entonces… --- La primera herida del orgullo Veythra tiembla dentro de la funda, como si se irritara por mi impaciencia. Como si quisiera salir. Como si respirara. La desenvaino. Silencio absoluto. No hay pájaros, no hay viento, no hay nada. Cuando la sostengo, el mundo se queda sin sonido. —Eso es… —susurro, sintiéndome poderosa—. Te tengo dominada. Me coloco frente a un tronco grueso. Tomo postura. Ajusto los pies. Levanto la espada. Cargo el peso. Y… ¡CLACK! La hoja rebota como si hubiese golpeado piedra celestial. El tronco ni se mueve. Yo sí. Pierdo el equilibrio. Casi me estampo contra el suelo… y termino directamente sentada en el barro como una niña que no sabe ni coger un palo. En ese instante, un sonido se cuela desde arriba. Una risa. Su risa. Levanto la vista. Ryu está sentada en la rama de un árbol, con una pierna colgando, viéndome como si fuera el mejor espectáculo de la mañana. Su pelo oscuro cae por un lado, la sombra del árbol resalta sus ojos dorados y sus colmillitos aparecen con esa sonrisa maliciosa que me derrite y me irrita por igual. Yo aprieto los labios, hago pucheritos y me cruzo de brazos mientras enfundo de golpe a Veythra. —¿De qué te ríes tú?! —protesto, roja como una fresa. Ryu tarda en contestar. Demasiado. Con esa calma que me desespera, se inclina un poco hacia adelante, apoyando la mejilla en su mano. —Ya casi lo tienes, cachorrita. Y vuelve a reír. Otra vez. Mis mejillas arden. Mi orgullo llora. Mi corazón se acelera. Recojo mis cosas sin mirarla, indignada, frustrada, deseando desaparecer del jardín. Ryu sigue riéndose mientras salto la valla y me voy. Aunque lo que más duele… es que lo hace con cariño.
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    La mañana después de la Luna Roja

    A pesar de todo lo ocurrido, el castillo Queen despierta en silencio.
    No hay señales de Yokai.
    No hay sombras errantes.
    No hay grietas de luna.

    Yuna duerme tranquila.
    Akane vigila desde la distancia.
    El mundo, por un respiro, parece en orden.

    Yo, sin embargo, no.

    Me pongo un kimono de entrenamiento, blanco con ribetes oscuros, y me ajusto el cinturón con un nudo firme.
    Hoy entrenaré con Shein, así lo prometió.
    Debo aprender a controlar a Veythra… antes de que Veythra me controle a mí.

    Camino entre los pasillos silenciosos hasta llegar al Jardín Ishtar, aún húmedo por el rocío.

    Espero.
    Y espero.
    Dos horas.

    Shein no aparece.

    Respiro hondo.
    Aprieto la vaina de Veythra contra mi costado.

    —Entrenaré sola entonces…


    ---

    La primera herida del orgullo

    Veythra tiembla dentro de la funda, como si se irritara por mi impaciencia.
    Como si quisiera salir.
    Como si respirara.

    La desenvaino.

    Silencio absoluto.
    No hay pájaros, no hay viento, no hay nada.
    Cuando la sostengo, el mundo se queda sin sonido.

    —Eso es… —susurro, sintiéndome poderosa—. Te tengo dominada.

    Me coloco frente a un tronco grueso.
    Tomo postura.
    Ajusto los pies.
    Levanto la espada.
    Cargo el peso.

    Y…

    ¡CLACK!

    La hoja rebota como si hubiese golpeado piedra celestial.

    El tronco ni se mueve.

    Yo sí.
    Pierdo el equilibrio.
    Casi me estampo contra el suelo…
    y termino directamente sentada en el barro como una niña que no sabe ni coger un palo.

    En ese instante, un sonido se cuela desde arriba.

    Una risa.

    Su risa.

    Levanto la vista.

    Ryu está sentada en la rama de un árbol, con una pierna colgando, viéndome como si fuera el mejor espectáculo de la mañana.
    Su pelo oscuro cae por un lado, la sombra del árbol resalta sus ojos dorados y sus colmillitos aparecen con esa sonrisa maliciosa que me derrite y me irrita por igual.

    Yo aprieto los labios, hago pucheritos y me cruzo de brazos mientras enfundo de golpe a Veythra.

    —¿De qué te ríes tú?! —protesto, roja como una fresa.

    Ryu tarda en contestar.
    Demasiado.

    Con esa calma que me desespera, se inclina un poco hacia adelante, apoyando la mejilla en su mano.

    —Ya casi lo tienes, cachorrita.

    Y vuelve a reír.

    Otra vez.

    Mis mejillas arden.
    Mi orgullo llora.
    Mi corazón se acelera.

    Recojo mis cosas sin mirarla, indignada, frustrada, deseando desaparecer del jardín.

    Ryu sigue riéndose mientras salto la valla y me voy.

    Aunque lo que más duele…
    es que lo hace con cariño.
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    La mañana después de la Luna Roja

    A pesar de todo lo ocurrido, el castillo Queen despierta en silencio.
    No hay señales de Yokai.
    No hay sombras errantes.
    No hay grietas de luna.

    Yuna duerme tranquila.
    Akane vigila desde la distancia.
    El mundo, por un respiro, parece en orden.

    Yo, sin embargo, no.

    Me pongo un kimono de entrenamiento, blanco con ribetes oscuros, y me ajusto el cinturón con un nudo firme.
    Hoy entrenaré con Shein, así lo prometió.
    Debo aprender a controlar a Veythra… antes de que Veythra me controle a mí.

    Camino entre los pasillos silenciosos hasta llegar al Jardín Ishtar, aún húmedo por el rocío.

    Espero.
    Y espero.
    Dos horas.

    Shein no aparece.

    Respiro hondo.
    Aprieto la vaina de Veythra contra mi costado.

    —Entrenaré sola entonces…


    ---

    La primera herida del orgullo

    Veythra tiembla dentro de la funda, como si se irritara por mi impaciencia.
    Como si quisiera salir.
    Como si respirara.

    La desenvaino.

    Silencio absoluto.
    No hay pájaros, no hay viento, no hay nada.
    Cuando la sostengo, el mundo se queda sin sonido.

    —Eso es… —susurro, sintiéndome poderosa—. Te tengo dominada.

    Me coloco frente a un tronco grueso.
    Tomo postura.
    Ajusto los pies.
    Levanto la espada.
    Cargo el peso.

    Y…

    ¡CLACK!

    La hoja rebota como si hubiese golpeado piedra celestial.

    El tronco ni se mueve.

    Yo sí.
    Pierdo el equilibrio.
    Casi me estampo contra el suelo…
    y termino directamente sentada en el barro como una niña que no sabe ni coger un palo.

    En ese instante, un sonido se cuela desde arriba.

    Una risa.

    Su risa.

    Levanto la vista.

    Ryu está sentada en la rama de un árbol, con una pierna colgando, viéndome como si fuera el mejor espectáculo de la mañana.
    Su pelo oscuro cae por un lado, la sombra del árbol resalta sus ojos dorados y sus colmillitos aparecen con esa sonrisa maliciosa que me derrite y me irrita por igual.

    Yo aprieto los labios, hago pucheritos y me cruzo de brazos mientras enfundo de golpe a Veythra.

    —¿De qué te ríes tú?! —protesto, roja como una fresa.

    Ryu tarda en contestar.
    Demasiado.

    Con esa calma que me desespera, se inclina un poco hacia adelante, apoyando la mejilla en su mano.

    —Ya casi lo tienes, cachorrita.

    Y vuelve a reír.

    Otra vez.

    Mis mejillas arden.
    Mi orgullo llora.
    Mi corazón se acelera.

    Recojo mis cosas sin mirarla, indignada, frustrada, deseando desaparecer del jardín.

    Ryu sigue riéndose mientras salto la valla y me voy.

    Aunque lo que más duele…
    es que lo hace con cariño.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La mañana después de la Luna Roja A pesar de todo lo ocurrido, el castillo Queen despierta en silencio. No hay señales de Yokai. No hay sombras errantes. No hay grietas de luna. Yuna duerme tranquila. Akane vigila desde la distancia. El mundo, por un respiro, parece en orden. Yo, sin embargo, no. Me pongo un kimono de entrenamiento, blanco con ribetes oscuros, y me ajusto el cinturón con un nudo firme. Hoy entrenaré con Shein, así lo prometió. Debo aprender a controlar a Veythra… antes de que Veythra me controle a mí. Camino entre los pasillos silenciosos hasta llegar al Jardín Ishtar, aún húmedo por el rocío. Espero. Y espero. Dos horas. Shein no aparece. Respiro hondo. Aprieto la vaina de Veythra contra mi costado. —Entrenaré sola entonces… --- La primera herida del orgullo Veythra tiembla dentro de la funda, como si se irritara por mi impaciencia. Como si quisiera salir. Como si respirara. La desenvaino. Silencio absoluto. No hay pájaros, no hay viento, no hay nada. Cuando la sostengo, el mundo se queda sin sonido. —Eso es… —susurro, sintiéndome poderosa—. Te tengo dominada. Me coloco frente a un tronco grueso. Tomo postura. Ajusto los pies. Levanto la espada. Cargo el peso. Y… ¡CLACK! La hoja rebota como si hubiese golpeado piedra celestial. El tronco ni se mueve. Yo sí. Pierdo el equilibrio. Casi me estampo contra el suelo… y termino directamente sentada en el barro como una niña que no sabe ni coger un palo. En ese instante, un sonido se cuela desde arriba. Una risa. Su risa. Levanto la vista. Ryu está sentada en la rama de un árbol, con una pierna colgando, viéndome como si fuera el mejor espectáculo de la mañana. Su pelo oscuro cae por un lado, la sombra del árbol resalta sus ojos dorados y sus colmillitos aparecen con esa sonrisa maliciosa que me derrite y me irrita por igual. Yo aprieto los labios, hago pucheritos y me cruzo de brazos mientras enfundo de golpe a Veythra. —¿De qué te ríes tú?! —protesto, roja como una fresa. Ryu tarda en contestar. Demasiado. Con esa calma que me desespera, se inclina un poco hacia adelante, apoyando la mejilla en su mano. —Ya casi lo tienes, cachorrita. Y vuelve a reír. Otra vez. Mis mejillas arden. Mi orgullo llora. Mi corazón se acelera. Recojo mis cosas sin mirarla, indignada, frustrada, deseando desaparecer del jardín. Ryu sigue riéndose mientras salto la valla y me voy. Aunque lo que más duele… es que lo hace con cariño.
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    El apartamento de Ryu — La nota que ya no está

    Vuelvo por las calles con la mente hecha un torbellino.
    Ryu… Akane… la Luna… Selin…
    Y el corazón, ese traidor, dando pasos distintos a los míos.

    Cuando llego al edificio, subo los peldaños casi sin respirar.
    Solo quiero entrar, recuperar la nota antes de que la vea.
    No puedo darle esperanzas si esta noche debo entregarme al sueño,
    a Selin,
    a la Luna rota.

    Me cuelo por la ventana como antes, ligera, acostumbrada.
    Pero la nota ya no está.

    Y entonces…

    Esa presencia detrás de mí, suave como un murmullo,
    filosa como un colmillo.

    —No sabemos llamar a la puerta, cachorrita? —

    Su voz me recorre la columna como un escalofrío dulce-amargo.

    Me giro sobresaltada y me río, nerviosa, con la piel erizada.

    —Ryu…! — suspiro.

    Me acerco a ella.
    Siempre me acerco demasiado sin querer, o queriendo.
    Con Ryu nunca sé.

    —Pensaba que te pasarías más tarde… —dice, reclinándose contra la mesa.
    El brazo apoyado, la mano sosteniendo la cara,
    la sonrisa ladeada que deja ver esos colmillitos que me pueden.

    Esa manera suya de mirarme…
    No es atención.
    No es escucha.
    Es estudio.
    Es inspección.
    Es algo que no sé descifrar sin quedarme temblando por dentro.

    —No podré… —le explico— Por eso vengo ahora.

    Le cuento la perturbación lunar, el temblor en el cielo,
    el susurro de Akane,
    la necesidad de dormir esta noche para buscar a Selin.

    Ryu no dice nada al principio.
    Solo me mira.
    Me mira como si en lugar de palabras buscara grietas.

    Se levanta despacio.
    Se acerca aún más despacio.

    —Volverás pronto… ¿verdad? —pregunta, bajito.
    Como si la duda le picara el alma.

    La afirmación se me escapa como si fuese más promesa que verdad.

    —Volveré. Lo prometo.

    Y entonces viene el abrazo.
    Ese abrazo que no tendría por qué durar tanto…
    pero dura.
    Y duele.
    Porque sostiene algo que ninguna de las dos dice.

    La estrecho fuerte, demasiado fuerte, como si pudiera pedirle perdón por adelantado.
    Y aun así, el abrazo termina.
    Siempre termina antes de lo que me pide el pecho.

    Cuando me separo, siento el hueco de su calor vaciándome.

    Salgo del apartamento con el eco de su olor,
    de su piel,
    de su silencio.

    Y mientras camino, pienso:

    ¿Qué estoy haciendo?
    ¿A quién engaño?

    ¿Por qué mi alma sigue partiéndose entre dos lunas?
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 El apartamento de Ryu — La nota que ya no está Vuelvo por las calles con la mente hecha un torbellino. Ryu… Akane… la Luna… Selin… Y el corazón, ese traidor, dando pasos distintos a los míos. Cuando llego al edificio, subo los peldaños casi sin respirar. Solo quiero entrar, recuperar la nota antes de que la vea. No puedo darle esperanzas si esta noche debo entregarme al sueño, a Selin, a la Luna rota. Me cuelo por la ventana como antes, ligera, acostumbrada. Pero la nota ya no está. Y entonces… Esa presencia detrás de mí, suave como un murmullo, filosa como un colmillo. —No sabemos llamar a la puerta, cachorrita? — Su voz me recorre la columna como un escalofrío dulce-amargo. Me giro sobresaltada y me río, nerviosa, con la piel erizada. —Ryu…! — suspiro. Me acerco a ella. Siempre me acerco demasiado sin querer, o queriendo. Con Ryu nunca sé. —Pensaba que te pasarías más tarde… —dice, reclinándose contra la mesa. El brazo apoyado, la mano sosteniendo la cara, la sonrisa ladeada que deja ver esos colmillitos que me pueden. Esa manera suya de mirarme… No es atención. No es escucha. Es estudio. Es inspección. Es algo que no sé descifrar sin quedarme temblando por dentro. —No podré… —le explico— Por eso vengo ahora. Le cuento la perturbación lunar, el temblor en el cielo, el susurro de Akane, la necesidad de dormir esta noche para buscar a Selin. Ryu no dice nada al principio. Solo me mira. Me mira como si en lugar de palabras buscara grietas. Se levanta despacio. Se acerca aún más despacio. —Volverás pronto… ¿verdad? —pregunta, bajito. Como si la duda le picara el alma. La afirmación se me escapa como si fuese más promesa que verdad. —Volveré. Lo prometo. Y entonces viene el abrazo. Ese abrazo que no tendría por qué durar tanto… pero dura. Y duele. Porque sostiene algo que ninguna de las dos dice. La estrecho fuerte, demasiado fuerte, como si pudiera pedirle perdón por adelantado. Y aun así, el abrazo termina. Siempre termina antes de lo que me pide el pecho. Cuando me separo, siento el hueco de su calor vaciándome. Salgo del apartamento con el eco de su olor, de su piel, de su silencio. Y mientras camino, pienso: ¿Qué estoy haciendo? ¿A quién engaño? ¿Por qué mi alma sigue partiéndose entre dos lunas?
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷

    El apartamento de Ryu — La nota que ya no está

    Vuelvo por las calles con la mente hecha un torbellino.
    Ryu… Akane… la Luna… Selin…
    Y el corazón, ese traidor, dando pasos distintos a los míos.

    Cuando llego al edificio, subo los peldaños casi sin respirar.
    Solo quiero entrar, recuperar la nota antes de que la vea.
    No puedo darle esperanzas si esta noche debo entregarme al sueño,
    a Selin,
    a la Luna rota.

    Me cuelo por la ventana como antes, ligera, acostumbrada.
    Pero la nota ya no está.

    Y entonces…

    Esa presencia detrás de mí, suave como un murmullo,
    filosa como un colmillo.

    —No sabemos llamar a la puerta, cachorrita? —

    Su voz me recorre la columna como un escalofrío dulce-amargo.

    Me giro sobresaltada y me río, nerviosa, con la piel erizada.

    —Ryu…! — suspiro.

    Me acerco a ella.
    Siempre me acerco demasiado sin querer, o queriendo.
    Con Ryu nunca sé.

    —Pensaba que te pasarías más tarde… —dice, reclinándose contra la mesa.
    El brazo apoyado, la mano sosteniendo la cara,
    la sonrisa ladeada que deja ver esos colmillitos que me pueden.

    Esa manera suya de mirarme…
    No es atención.
    No es escucha.
    Es estudio.
    Es inspección.
    Es algo que no sé descifrar sin quedarme temblando por dentro.

    —No podré… —le explico— Por eso vengo ahora.

    Le cuento la perturbación lunar, el temblor en el cielo,
    el susurro de Akane,
    la necesidad de dormir esta noche para buscar a Selin.

    Ryu no dice nada al principio.
    Solo me mira.
    Me mira como si en lugar de palabras buscara grietas.

    Se levanta despacio.
    Se acerca aún más despacio.

    —Volverás pronto… ¿verdad? —pregunta, bajito.
    Como si la duda le picara el alma.

    La afirmación se me escapa como si fuese más promesa que verdad.

    —Volveré. Lo prometo.

    Y entonces viene el abrazo.
    Ese abrazo que no tendría por qué durar tanto…
    pero dura.
    Y duele.
    Porque sostiene algo que ninguna de las dos dice.

    La estrecho fuerte, demasiado fuerte, como si pudiera pedirle perdón por adelantado.
    Y aun así, el abrazo termina.
    Siempre termina antes de lo que me pide el pecho.

    Cuando me separo, siento el hueco de su calor vaciándome.

    Salgo del apartamento con el eco de su olor,
    de su piel,
    de su silencio.

    Y mientras camino, pienso:

    ¿Qué estoy haciendo?
    ¿A quién engaño?

    ¿Por qué mi alma sigue partiéndose entre dos lunas?
    Me entristece
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