• Sufría de un conflicto interno desde lo ocurrido, su primer beso robado.

    Su lengua dolía demasiado, cada que intentaba hablar o comer, volvía a sangrar por la herida y apenas si podía mantenerlo escondido de su madre mientras en su cabeza era todo un caos completo.

    Encerrándose en su alcoba, trataba de curarse con algunos lavados, medicina apta para el consumo que logró conseguir sin que el médico fuera a delatarlo, aunque ardía al inicio, pero lograba desensibilizar su lengua al poco.

    —Tch... Antínoo...
    Sufría de un conflicto interno desde lo ocurrido, su primer beso robado. Su lengua dolía demasiado, cada que intentaba hablar o comer, volvía a sangrar por la herida y apenas si podía mantenerlo escondido de su madre mientras en su cabeza era todo un caos completo. Encerrándose en su alcoba, trataba de curarse con algunos lavados, medicina apta para el consumo que logró conseguir sin que el médico fuera a delatarlo, aunque ardía al inicio, pero lograba desensibilizar su lengua al poco. —Tch... Antínoo...
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  • - Jamás supe cuál era mi lenguaje de amor, hasta que conocí el tuyo, algo que se volvió tan mío, mi marca personal.-

    ¡Oh mi amada Yelena!, guarda silencio y no me niegues tus besos, esos que son como agua bendita que apagan mi sed. 
    - Jamás supe cuál era mi lenguaje de amor, hasta que conocí el tuyo, algo que se volvió tan mío, mi marca personal.- ¡Oh mi amada Yelena!, guarda silencio y no me niegues tus besos, esos que son como agua bendita que apagan mi sed. 
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  • 🪽Yo antes era un ser hermoso...🪽

    Fui creado con el género de Adán, pero con la frágil y bella apariencia de Eva. Una mezcla perfecta, combinando lo más hermoso de ambos seres.

    Fui bautizado con el nombre de Elorien, único en el universo; 𝕷𝖆 𝖑𝖚𝖟 𝖉𝖊 𝕯𝖎𝖔𝖘.

    Pero al parecer fue la poderosa esencia de Lilith la que me hizo caer en el pecado de amar lo prohibido. Se filtró en mí sin permiso, silenciosa e invisible a los ojos de Dios, mi creador.

    Tomé aquello que me era negado. Amé… amé a un ser terrenal; cada beso, cada caricia… me hacían dudar de que el cielo fuera ese en el que nací.

    Descubierto fui. Mi Padre, mis hermanos, me señalaron con vergüenza y desdén. Ya no era luz; estaba sucio, a pesar de solo haber compartido castos besos y caricias perdidas.

    El ultimátum fue demoledor. Dios habló:

    —Destruye aquello que amaste más que a mí. Si niegas el deseo de tu Padre Creador, serás desterrado al plano mortal y por ti mismo descubrirás la penitencia que tendrás que cargar.—

    Elorien, la luz de Dios. Su voz rota de dolor, pero con la determinación que Lilith le otorgó.

    🪽 No dejaré de hacer aquello por lo que fui creado. Amor soy y amor daré. Incluso si debo compartirlo con vos, Padre Todopoderoso. 🪽

    Entonces Elorien fue ajusticiado. Cuatro de sus alas murieron ante la impasibilidad de aquellos que miraron. No hubo delicadeza; allí, en el cielo mismo, se filtró la crueldad. Una a una fueron laceradas, arrancadas, mutiladas, dejando cuatro cicatrices que jamás olvidará.

    Tan solo dejaron dos de sus alas. Un recordatorio de lo que fue, pero sin la fuerza para que estas consiguieran guiarle nuevamente al hogar de Dios, su hogar.

    A pesar del dolor, Elorien sintió una liberación. Voló a la tierra, buscando a su amado. Se fundió en sus brazos con un beso apasionado. Este fue largo, lento; disfrutó los minutos sin miedo a ser juzgados.

    Repentinamente se desfalleció. ¿Fruto de la emoción?... No. No sentía su respiración ni el latir de su corazón. Su calidez desapareció; su piel se tornó fría, perdiendo su vivo color.

    🪽 ¡¿Por qué?! 🪽 reclamó a Dios.

    Mientras arrancaron sus alas, él no lloró, no gritó. Pero en aquel momento, su llanto y su grito fueron tan reales como la propia carne, llegando a los oídos del mismo cielo.

    —He aquí tu condena, hijo mío. Por cada minuto que alguien anhele tu piel, un año de su vida yo quitaré, acelerando su entrada al cielo o al infierno. Te condeno a una eternidad sin que el amor puedas volver a conocer…—
    🪽Yo antes era un ser hermoso...🪽 Fui creado con el género de Adán, pero con la frágil y bella apariencia de Eva. Una mezcla perfecta, combinando lo más hermoso de ambos seres. Fui bautizado con el nombre de Elorien, único en el universo; 𝕷𝖆 𝖑𝖚𝖟 𝖉𝖊 𝕯𝖎𝖔𝖘. Pero al parecer fue la poderosa esencia de Lilith la que me hizo caer en el pecado de amar lo prohibido. Se filtró en mí sin permiso, silenciosa e invisible a los ojos de Dios, mi creador. Tomé aquello que me era negado. Amé… amé a un ser terrenal; cada beso, cada caricia… me hacían dudar de que el cielo fuera ese en el que nací. Descubierto fui. Mi Padre, mis hermanos, me señalaron con vergüenza y desdén. Ya no era luz; estaba sucio, a pesar de solo haber compartido castos besos y caricias perdidas. El ultimátum fue demoledor. Dios habló: —Destruye aquello que amaste más que a mí. Si niegas el deseo de tu Padre Creador, serás desterrado al plano mortal y por ti mismo descubrirás la penitencia que tendrás que cargar.— Elorien, la luz de Dios. Su voz rota de dolor, pero con la determinación que Lilith le otorgó. 🪽 No dejaré de hacer aquello por lo que fui creado. Amor soy y amor daré. Incluso si debo compartirlo con vos, Padre Todopoderoso. 🪽 Entonces Elorien fue ajusticiado. Cuatro de sus alas murieron ante la impasibilidad de aquellos que miraron. No hubo delicadeza; allí, en el cielo mismo, se filtró la crueldad. Una a una fueron laceradas, arrancadas, mutiladas, dejando cuatro cicatrices que jamás olvidará. Tan solo dejaron dos de sus alas. Un recordatorio de lo que fue, pero sin la fuerza para que estas consiguieran guiarle nuevamente al hogar de Dios, su hogar. A pesar del dolor, Elorien sintió una liberación. Voló a la tierra, buscando a su amado. Se fundió en sus brazos con un beso apasionado. Este fue largo, lento; disfrutó los minutos sin miedo a ser juzgados. Repentinamente se desfalleció. ¿Fruto de la emoción?... No. No sentía su respiración ni el latir de su corazón. Su calidez desapareció; su piel se tornó fría, perdiendo su vivo color. 🪽 ¡¿Por qué?! 🪽 reclamó a Dios. Mientras arrancaron sus alas, él no lloró, no gritó. Pero en aquel momento, su llanto y su grito fueron tan reales como la propia carne, llegando a los oídos del mismo cielo. —He aquí tu condena, hijo mío. Por cada minuto que alguien anhele tu piel, un año de su vida yo quitaré, acelerando su entrada al cielo o al infierno. Te condeno a una eternidad sin que el amor puedas volver a conocer…—
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  • Aquella noche Elorien se despertó. Su pecho ajitado y sus ojos inundados de lágrimas.

    Se llevó las llemas de sus dedos a los labios, como si aún lo pudiera saborear lo obtenido por estos.

    Lloraba por soñar con un beso. Un beso que, por más que anhele, jamás llegará...

    ~ Eunwoo Kim ~
    Aquella noche Elorien se despertó. Su pecho ajitado y sus ojos inundados de lágrimas. Se llevó las llemas de sus dedos a los labios, como si aún lo pudiera saborear lo obtenido por estos. Lloraba por soñar con un beso. Un beso que, por más que anhele, jamás llegará... ~ [whisper_scarlet_hawk_977] ~
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    //Desde el lunes hasta el jueves no podré ir al PC ya que debo acompañar a un familiar a deligencias médicas... No podré devolver roles largos y rezagados hasta el viernes. Lamento mucho las molestias, creo que estoy quedando en el olvido, ¿No?. Se me cuidan, besos...
    //Desde el lunes hasta el jueves no podré ir al PC ya que debo acompañar a un familiar a deligencias médicas... No podré devolver roles largos y rezagados hasta el viernes. Lamento mucho las molestias, creo que estoy quedando en el olvido, ¿No?. Se me cuidan, besos...
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    El campo de entrenamiento

    El campo es enorme.
    Solitario.
    Las sombras se estiran largas sobre la tierra.

    Hay pesas gigantescas, imposibles,
    como si hubiesen sido creadas para monstruos o dioses,
    no para una recién nacida con cuerpo adolescente.

    Armas de todo tipo relucen bajo la luz que se va apagando.

    Las tomo, una por una,
    blandiéndolas torpemente, sin fuerza, sin técnica.

    Y entonces las veo:
    los postes.

    Negros.
    De un metal más oscuro que el carbón.
    Cuando me acerco, siento algo que vibra dentro de mí.

    Caos.
    Un latido familiar.
    Me llaman.
    Me retan.

    Sonrío.
    Agarro una guadaña.
    Cargo con todas mis fuerzas
    y golpeo.

    El arma rebota.
    El poste no vibra.
    Ni un suspiro.
    Ni un arañazo.

    Miro mis manos.
    Aprieto los puños.
    Y recuerdo las palabras de mi madre Jennifer:

    "El poder que late en ti."

    Mi pecho se contrae.

    Mentirosa…
    no soy nada…

    Le doy un puñetazo al poste.
    Luego otro.
    Y otro.
    Y otro.

    Hasta que siento cómo mis nudillos crujen
    y la piel se abre
    y la sangre cae en gotas silenciosas sobre la tierra.

    Miro alrededor.
    El cielo está oscureciendo.
    Mi madre no ha venido.
    Ni vendrá.

    Me beso las manos heridas, inútil consuelo,
    y sin pensarlo dos veces
    sigo golpeando.

    Golpeo por rabia.
    Golpeo por abandono.
    Golpeo por no ser como Akane.
    Golpeo por no ser suficiente.
    Golpeo porque algo dentro de mí —algo oscuro—
    despierta cada vez que me hiero.

    Golpeo.
    Golpeo.
    Golpeo.

    Como un mantra:
    no soy fuerte
    no soy ella
    no soy suficiente
    no tengo poder
    no soy nada

    Hasta que un susurro extraño corta el aire.
    Frío, elegante, desconocido.

    Un susurro que hace que
    todos mis golpes se detengan.

    Un susurro que no pertenece ni a Ayane,
    ni a Akane,
    ni a Jennifer.

    Un susurro que viene…
    del poste mismo.
    Relato en el post y en comentarios de la imagen 🩷 El campo de entrenamiento El campo es enorme. Solitario. Las sombras se estiran largas sobre la tierra. Hay pesas gigantescas, imposibles, como si hubiesen sido creadas para monstruos o dioses, no para una recién nacida con cuerpo adolescente. Armas de todo tipo relucen bajo la luz que se va apagando. Las tomo, una por una, blandiéndolas torpemente, sin fuerza, sin técnica. Y entonces las veo: los postes. Negros. De un metal más oscuro que el carbón. Cuando me acerco, siento algo que vibra dentro de mí. Caos. Un latido familiar. Me llaman. Me retan. Sonrío. Agarro una guadaña. Cargo con todas mis fuerzas y golpeo. El arma rebota. El poste no vibra. Ni un suspiro. Ni un arañazo. Miro mis manos. Aprieto los puños. Y recuerdo las palabras de mi madre Jennifer: "El poder que late en ti." Mi pecho se contrae. Mentirosa… no soy nada… Le doy un puñetazo al poste. Luego otro. Y otro. Y otro. Hasta que siento cómo mis nudillos crujen y la piel se abre y la sangre cae en gotas silenciosas sobre la tierra. Miro alrededor. El cielo está oscureciendo. Mi madre no ha venido. Ni vendrá. Me beso las manos heridas, inútil consuelo, y sin pensarlo dos veces sigo golpeando. Golpeo por rabia. Golpeo por abandono. Golpeo por no ser como Akane. Golpeo por no ser suficiente. Golpeo porque algo dentro de mí —algo oscuro— despierta cada vez que me hiero. Golpeo. Golpeo. Golpeo. Como un mantra: no soy fuerte no soy ella no soy suficiente no tengo poder no soy nada Hasta que un susurro extraño corta el aire. Frío, elegante, desconocido. Un susurro que hace que todos mis golpes se detengan. Un susurro que no pertenece ni a Ayane, ni a Akane, ni a Jennifer. Un susurro que viene… del poste mismo.
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    El campo de entrenamiento

    El campo es enorme.
    Solitario.
    Las sombras se estiran largas sobre la tierra.

    Hay pesas gigantescas, imposibles,
    como si hubiesen sido creadas para monstruos o dioses,
    no para una recién nacida con cuerpo adolescente.

    Armas de todo tipo relucen bajo la luz que se va apagando.

    Las tomo, una por una,
    blandiéndolas torpemente, sin fuerza, sin técnica.

    Y entonces las veo:
    los postes.

    Negros.
    De un metal más oscuro que el carbón.
    Cuando me acerco, siento algo que vibra dentro de mí.

    Caos.
    Un latido familiar.
    Me llaman.
    Me retan.

    Sonrío.
    Agarro una guadaña.
    Cargo con todas mis fuerzas
    y golpeo.

    El arma rebota.
    El poste no vibra.
    Ni un suspiro.
    Ni un arañazo.

    Miro mis manos.
    Aprieto los puños.
    Y recuerdo las palabras de mi madre Jennifer:

    "El poder que late en ti."

    Mi pecho se contrae.

    Mentirosa…
    no soy nada…

    Le doy un puñetazo al poste.
    Luego otro.
    Y otro.
    Y otro.

    Hasta que siento cómo mis nudillos crujen
    y la piel se abre
    y la sangre cae en gotas silenciosas sobre la tierra.

    Miro alrededor.
    El cielo está oscureciendo.
    Mi madre no ha venido.
    Ni vendrá.

    Me beso las manos heridas, inútil consuelo,
    y sin pensarlo dos veces
    sigo golpeando.

    Golpeo por rabia.
    Golpeo por abandono.
    Golpeo por no ser como Akane.
    Golpeo por no ser suficiente.
    Golpeo porque algo dentro de mí —algo oscuro—
    despierta cada vez que me hiero.

    Golpeo.
    Golpeo.
    Golpeo.

    Como un mantra:
    no soy fuerte
    no soy ella
    no soy suficiente
    no tengo poder
    no soy nada

    Hasta que un susurro extraño corta el aire.
    Frío, elegante, desconocido.

    Un susurro que hace que
    todos mis golpes se detengan.

    Un susurro que no pertenece ni a Ayane,
    ni a Akane,
    ni a Jennifer.

    Un susurro que viene…
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    El campo de entrenamiento

    El campo es enorme.
    Solitario.
    Las sombras se estiran largas sobre la tierra.

    Hay pesas gigantescas, imposibles,
    como si hubiesen sido creadas para monstruos o dioses,
    no para una recién nacida con cuerpo adolescente.

    Armas de todo tipo relucen bajo la luz que se va apagando.

    Las tomo, una por una,
    blandiéndolas torpemente, sin fuerza, sin técnica.

    Y entonces las veo:
    los postes.

    Negros.
    De un metal más oscuro que el carbón.
    Cuando me acerco, siento algo que vibra dentro de mí.

    Caos.
    Un latido familiar.
    Me llaman.
    Me retan.

    Sonrío.
    Agarro una guadaña.
    Cargo con todas mis fuerzas
    y golpeo.

    El arma rebota.
    El poste no vibra.
    Ni un suspiro.
    Ni un arañazo.

    Miro mis manos.
    Aprieto los puños.
    Y recuerdo las palabras de mi madre Jennifer:

    "El poder que late en ti."

    Mi pecho se contrae.

    Mentirosa…
    no soy nada…

    Le doy un puñetazo al poste.
    Luego otro.
    Y otro.
    Y otro.

    Hasta que siento cómo mis nudillos crujen
    y la piel se abre
    y la sangre cae en gotas silenciosas sobre la tierra.

    Miro alrededor.
    El cielo está oscureciendo.
    Mi madre no ha venido.
    Ni vendrá.

    Me beso las manos heridas, inútil consuelo,
    y sin pensarlo dos veces
    sigo golpeando.

    Golpeo por rabia.
    Golpeo por abandono.
    Golpeo por no ser como Akane.
    Golpeo por no ser suficiente.
    Golpeo porque algo dentro de mí —algo oscuro—
    despierta cada vez que me hiero.

    Golpeo.
    Golpeo.
    Golpeo.

    Como un mantra:
    no soy fuerte
    no soy ella
    no soy suficiente
    no tengo poder
    no soy nada

    Hasta que un susurro extraño corta el aire.
    Frío, elegante, desconocido.

    Un susurro que hace que
    todos mis golpes se detengan.

    Un susurro que no pertenece ni a Ayane,
    ni a Akane,
    ni a Jennifer.

    Un susurro que viene…
    del poste mismo.
    Relato en el post y en comentarios de la imagen 🩷 El campo de entrenamiento El campo es enorme. Solitario. Las sombras se estiran largas sobre la tierra. Hay pesas gigantescas, imposibles, como si hubiesen sido creadas para monstruos o dioses, no para una recién nacida con cuerpo adolescente. Armas de todo tipo relucen bajo la luz que se va apagando. Las tomo, una por una, blandiéndolas torpemente, sin fuerza, sin técnica. Y entonces las veo: los postes. Negros. De un metal más oscuro que el carbón. Cuando me acerco, siento algo que vibra dentro de mí. Caos. Un latido familiar. Me llaman. Me retan. Sonrío. Agarro una guadaña. Cargo con todas mis fuerzas y golpeo. El arma rebota. El poste no vibra. Ni un suspiro. Ni un arañazo. Miro mis manos. Aprieto los puños. Y recuerdo las palabras de mi madre Jennifer: "El poder que late en ti." Mi pecho se contrae. Mentirosa… no soy nada… Le doy un puñetazo al poste. Luego otro. Y otro. Y otro. Hasta que siento cómo mis nudillos crujen y la piel se abre y la sangre cae en gotas silenciosas sobre la tierra. Miro alrededor. El cielo está oscureciendo. Mi madre no ha venido. Ni vendrá. Me beso las manos heridas, inútil consuelo, y sin pensarlo dos veces sigo golpeando. Golpeo por rabia. Golpeo por abandono. Golpeo por no ser como Akane. Golpeo por no ser suficiente. Golpeo porque algo dentro de mí —algo oscuro— despierta cada vez que me hiero. Golpeo. Golpeo. Golpeo. Como un mantra: no soy fuerte no soy ella no soy suficiente no tengo poder no soy nada Hasta que un susurro extraño corta el aire. Frío, elegante, desconocido. Un susurro que hace que todos mis golpes se detengan. Un susurro que no pertenece ni a Ayane, ni a Akane, ni a Jennifer. Un susurro que viene… del poste mismo.
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    //Mañana en la noche volveré en gloria y majestad a rolear de nuevo aquí porque estaré en el PC y el sábado donde nadie está conectado pero me sirve para ponerme al día. Lamento mi poca actividad. Se me cuidan, besos y los amo.
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  • El sol entraba con una luz más suave de lo habitual cuando Isla despertó, algo desorientada. Parpadeó un par de veces antes de mirar el reloj, y su sorpresa fue inmediata.
    —¿Media tarde…? —susurró, incorporándose con lentitud.

    El lado de la cama donde dormía su marido estaba vacío, y desde la cocina llegaba el sonido de algo moviéndose. Supuso que Darküs estaría allí, como siempre, inquieto cuando ella dormía demasiado. Se estiró, pero al hacerlo notó una sensación extraña, húmeda, cálida… y el corazón le dio un vuelco.

    El olor en la habitación también era distinto. No era sudor, ni el aroma de otras noches, sino algo completamente nuevo.

    Darküs apareció justo entonces, con una sonrisa distraída.
    —¿No tienes boca para llamarme? —bromeó, acercándose a ella.

    Isla se llevó una mano al pecho, sobresaltada.
    —¡Me vas a matar del susto! —exhaló, entre risas nerviosas—. Dormí casi todo el día, ya no podía seguir acostada…

    Él frunció el ceño y olfateó el aire.
    —¿A qué huele…? —preguntó, curioso.

    Isla giró la cabeza hacia la cama, y en cuanto vio el gran círculo húmedo sobre las sábanas, todo encajó. Sus ojos se abrieron de golpe.
    —Mierda… —murmuró, y lo miró con la respiración entrecortada—. Cielo, no te pongas nervioso, pero creo que Brianna ya viene.

    —¡Has roto aguas! —exclamó él, golpeándose la frente antes de sonreír con nerviosismo. No perdió ni un segundo: la tomó de la mano y en un abrir y cerrar de ojos desapareció, regresando con el médico a su lado.

    El doctor llegó aún en bañador, sorprendido pero eficiente, y enseguida se puso manos a la obra. Carmen llegó poco después, lista para ayudar. Isla, sentada en la cama, apenas podía controlar sus respiraciones. Darküs se arrodilló a su lado y le tomó la mano.

    —Todo va a salir bien, mi amor —susurró, acariciándole la mejilla—. Respira conmigo, ¿sí?

    Ella asintió, apretando sus dedos con fuerza. El primer empujón la hizo gritar, y las lágrimas se mezclaron con el sudor que perlaba su frente.
    —¡Dios, duele tanto…!

    —Ya casi, ya casi, Isla. Eres la mujer más fuerte que conozco. —Darküs no se apartaba, sus ojos brillaban entre el miedo y la ternura.

    Carmen refrescó la frente de Isla con una toalla húmeda mientras el médico daba las últimas indicaciones.
    —Muy bien, empuja una vez más. Ya se ve la cabecita…

    Darküs se asomó, conteniendo el aliento.
    —La veo… —dijo con la voz quebrada—. Amor, la veo. Es nuestra niña…

    Con el último esfuerzo, un pequeño llanto llenó la habitación. Isla soltó el aire entre sollozos, exhausta. El médico colocó a la bebé sobre su pecho, y en cuanto la sintió, la niña se calmó, buscando instintivamente el calor de su madre.

    Isla la miró, temblorosa, con lágrimas cayendo sin control.
    —Es tan pequeñita… —susurró, acariciando su cabecita—. Hola, mi amor…

    Darküs apenas podía hablar. Con los ojos húmedos, besó la frente de Isla y cortó el cordón umbilical con manos temblorosas.
    —Es perfecta… igual que tú —murmuró, dejando caer una lágrima sobre su mejilla.

    Cuando el médico y Carmen terminaron de limpiar y ordenar todo, los dejaron a solas. La habitación se llenó de silencio, solo roto por los suaves ruiditos de Brianna mamando el pecho de su madre. Isla, aún conmovida, levantó la vista hacia su esposo y rozó sus labios con un beso suave.
    —Te amo —dijo apenas en un suspiro.

    Darküs la miró, completamente rendido.
    —Y yo a ti. Gracias por esto… por las dos.

    Se quedaron así, juntos, mientras el atardecer cubría la habitación con tonos dorados. Brianna dormía sobre el pecho de su madre, y Darküs, con la mano sobre ambas, sonrió sabiendo que aquel era el principio de todo.

    Darküs Volkøv
    El sol entraba con una luz más suave de lo habitual cuando Isla despertó, algo desorientada. Parpadeó un par de veces antes de mirar el reloj, y su sorpresa fue inmediata. —¿Media tarde…? —susurró, incorporándose con lentitud. El lado de la cama donde dormía su marido estaba vacío, y desde la cocina llegaba el sonido de algo moviéndose. Supuso que Darküs estaría allí, como siempre, inquieto cuando ella dormía demasiado. Se estiró, pero al hacerlo notó una sensación extraña, húmeda, cálida… y el corazón le dio un vuelco. El olor en la habitación también era distinto. No era sudor, ni el aroma de otras noches, sino algo completamente nuevo. Darküs apareció justo entonces, con una sonrisa distraída. —¿No tienes boca para llamarme? —bromeó, acercándose a ella. Isla se llevó una mano al pecho, sobresaltada. —¡Me vas a matar del susto! —exhaló, entre risas nerviosas—. Dormí casi todo el día, ya no podía seguir acostada… Él frunció el ceño y olfateó el aire. —¿A qué huele…? —preguntó, curioso. Isla giró la cabeza hacia la cama, y en cuanto vio el gran círculo húmedo sobre las sábanas, todo encajó. Sus ojos se abrieron de golpe. —Mierda… —murmuró, y lo miró con la respiración entrecortada—. Cielo, no te pongas nervioso, pero creo que Brianna ya viene. —¡Has roto aguas! —exclamó él, golpeándose la frente antes de sonreír con nerviosismo. No perdió ni un segundo: la tomó de la mano y en un abrir y cerrar de ojos desapareció, regresando con el médico a su lado. El doctor llegó aún en bañador, sorprendido pero eficiente, y enseguida se puso manos a la obra. Carmen llegó poco después, lista para ayudar. Isla, sentada en la cama, apenas podía controlar sus respiraciones. Darküs se arrodilló a su lado y le tomó la mano. —Todo va a salir bien, mi amor —susurró, acariciándole la mejilla—. Respira conmigo, ¿sí? Ella asintió, apretando sus dedos con fuerza. El primer empujón la hizo gritar, y las lágrimas se mezclaron con el sudor que perlaba su frente. —¡Dios, duele tanto…! —Ya casi, ya casi, Isla. Eres la mujer más fuerte que conozco. —Darküs no se apartaba, sus ojos brillaban entre el miedo y la ternura. Carmen refrescó la frente de Isla con una toalla húmeda mientras el médico daba las últimas indicaciones. —Muy bien, empuja una vez más. Ya se ve la cabecita… Darküs se asomó, conteniendo el aliento. —La veo… —dijo con la voz quebrada—. Amor, la veo. Es nuestra niña… Con el último esfuerzo, un pequeño llanto llenó la habitación. Isla soltó el aire entre sollozos, exhausta. El médico colocó a la bebé sobre su pecho, y en cuanto la sintió, la niña se calmó, buscando instintivamente el calor de su madre. Isla la miró, temblorosa, con lágrimas cayendo sin control. —Es tan pequeñita… —susurró, acariciando su cabecita—. Hola, mi amor… Darküs apenas podía hablar. Con los ojos húmedos, besó la frente de Isla y cortó el cordón umbilical con manos temblorosas. —Es perfecta… igual que tú —murmuró, dejando caer una lágrima sobre su mejilla. Cuando el médico y Carmen terminaron de limpiar y ordenar todo, los dejaron a solas. La habitación se llenó de silencio, solo roto por los suaves ruiditos de Brianna mamando el pecho de su madre. Isla, aún conmovida, levantó la vista hacia su esposo y rozó sus labios con un beso suave. —Te amo —dijo apenas en un suspiro. Darküs la miró, completamente rendido. —Y yo a ti. Gracias por esto… por las dos. Se quedaron así, juntos, mientras el atardecer cubría la habitación con tonos dorados. Brianna dormía sobre el pecho de su madre, y Darküs, con la mano sobre ambas, sonrió sabiendo que aquel era el principio de todo. [Darkus]
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  • *El jefe del culto le pidió cazar a un demonio mucho más fuerte que el*

    —Okay—

    *El exorcista estrella del culto le pide que se deje usar de conejillo de Indias para probar un nuevo tipo de agua bendita*

    —Okay—

    *El orador líder del culto le pide golpear hasta que pierdan el conocimiento a una pareja que se beso en el palacio de Dios (la iglesia)*

    —Okay—

    *Un sujeto en la calle le preguntó qué hora era, y la costumbre hizo que respondiera*

    —Okay—
    *El jefe del culto le pidió cazar a un demonio mucho más fuerte que el* —Okay— *El exorcista estrella del culto le pide que se deje usar de conejillo de Indias para probar un nuevo tipo de agua bendita* —Okay— *El orador líder del culto le pide golpear hasta que pierdan el conocimiento a una pareja que se beso en el palacio de Dios (la iglesia)* —Okay— *Un sujeto en la calle le preguntó qué hora era, y la costumbre hizo que respondiera* —Okay—
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