El cielo se partió sin aviso.
No hubo señales, ni advertencias, solo un desgarrón brutal en la quietud del firmamento, como si el universo mismo hubiera decidido sangrar. Nival apenas tuvo tiempo de reaccionar. Portales destellaron a su alrededor, escudos improvisados de energía pura para desviar los primeros embates. Pero no era suficiente.
El caos cayó como un velo sobre el lugar en el que se habían refugiado. Una dimensión discreta, pequeña, un rincón donde pensaron estar a salvo. Qué ingenuo había sido.
Las sombras de **Sramm** se deslizaron primero, silenciosas, letales, sus cuchillas surcando el aire sin hacer ruido, segando a cualquier criatura que se moviera. Luego, el fuego corrompido de **Ugiknak** devoró todo lo que tocaba, un hambre viva, una rabia antigua que ardía sin razón.
Nival jadeaba mientras corría, abriendo portales, creando rutas de escape que se cerraban apenas pasaba por ellas. Su capa ondeaba tras de sí, su traje azul marino cubierto de ceniza y sudor. Había gritado el nombre de Kaelis varias veces, sin respuesta.
"Esto no fue un castigo", pensaba con amargura.
"Fue un mensaje."
Una advertencia cruel de los dioses.
"¿Creen que somos una amenaza? ¿Nos temen tanto como para enviarnos su furia sin provocación?"
Nival recordaba a su madre. Recordaba la calidez de su abrazo. Recordaba las palabras dulces que alguna vez los cobijaron.
“Ustedes son muy especiales.”
Pero esas palabras parecían tan lejanas ahora, tan distantes de esta realidad fragmentada y teñida de destrucción.
La tierra temblaba bajo sus pies, y aún así, él se negaba a caer.
"¿Fue un error huir todo este tiempo? ¿Fue un error no enfrentarlos antes? ¿Y si… y si ya no quedan más Eliatropes? ¿Que le hicieron a Kaelis?"
El aire era espeso, viciado. La energía estaba distorsionada. Algo en él tembló por dentro. Una punzada de miedo, real, crudo, como no había sentido desde niño.
Se detuvo un momento, sobre una colina destruida, la vista panorámica mostrando un mundo en ruinas. Respiró hondo, con el corazón golpeando en su pecho como si quisiera escapar también.
Y con la voz quebrada por la angustia, murmuró:
**—¿Dónde estás, hermano…?**
No hubo señales, ni advertencias, solo un desgarrón brutal en la quietud del firmamento, como si el universo mismo hubiera decidido sangrar. Nival apenas tuvo tiempo de reaccionar. Portales destellaron a su alrededor, escudos improvisados de energía pura para desviar los primeros embates. Pero no era suficiente.
El caos cayó como un velo sobre el lugar en el que se habían refugiado. Una dimensión discreta, pequeña, un rincón donde pensaron estar a salvo. Qué ingenuo había sido.
Las sombras de **Sramm** se deslizaron primero, silenciosas, letales, sus cuchillas surcando el aire sin hacer ruido, segando a cualquier criatura que se moviera. Luego, el fuego corrompido de **Ugiknak** devoró todo lo que tocaba, un hambre viva, una rabia antigua que ardía sin razón.
Nival jadeaba mientras corría, abriendo portales, creando rutas de escape que se cerraban apenas pasaba por ellas. Su capa ondeaba tras de sí, su traje azul marino cubierto de ceniza y sudor. Había gritado el nombre de Kaelis varias veces, sin respuesta.
"Esto no fue un castigo", pensaba con amargura.
"Fue un mensaje."
Una advertencia cruel de los dioses.
"¿Creen que somos una amenaza? ¿Nos temen tanto como para enviarnos su furia sin provocación?"
Nival recordaba a su madre. Recordaba la calidez de su abrazo. Recordaba las palabras dulces que alguna vez los cobijaron.
“Ustedes son muy especiales.”
Pero esas palabras parecían tan lejanas ahora, tan distantes de esta realidad fragmentada y teñida de destrucción.
La tierra temblaba bajo sus pies, y aún así, él se negaba a caer.
"¿Fue un error huir todo este tiempo? ¿Fue un error no enfrentarlos antes? ¿Y si… y si ya no quedan más Eliatropes? ¿Que le hicieron a Kaelis?"
El aire era espeso, viciado. La energía estaba distorsionada. Algo en él tembló por dentro. Una punzada de miedo, real, crudo, como no había sentido desde niño.
Se detuvo un momento, sobre una colina destruida, la vista panorámica mostrando un mundo en ruinas. Respiró hondo, con el corazón golpeando en su pecho como si quisiera escapar también.
Y con la voz quebrada por la angustia, murmuró:
**—¿Dónde estás, hermano…?**
El cielo se partió sin aviso.
No hubo señales, ni advertencias, solo un desgarrón brutal en la quietud del firmamento, como si el universo mismo hubiera decidido sangrar. Nival apenas tuvo tiempo de reaccionar. Portales destellaron a su alrededor, escudos improvisados de energía pura para desviar los primeros embates. Pero no era suficiente.
El caos cayó como un velo sobre el lugar en el que se habían refugiado. Una dimensión discreta, pequeña, un rincón donde pensaron estar a salvo. Qué ingenuo había sido.
Las sombras de **Sramm** se deslizaron primero, silenciosas, letales, sus cuchillas surcando el aire sin hacer ruido, segando a cualquier criatura que se moviera. Luego, el fuego corrompido de **Ugiknak** devoró todo lo que tocaba, un hambre viva, una rabia antigua que ardía sin razón.
Nival jadeaba mientras corría, abriendo portales, creando rutas de escape que se cerraban apenas pasaba por ellas. Su capa ondeaba tras de sí, su traje azul marino cubierto de ceniza y sudor. Había gritado el nombre de Kaelis varias veces, sin respuesta.
"Esto no fue un castigo", pensaba con amargura.
"Fue un mensaje."
Una advertencia cruel de los dioses.
"¿Creen que somos una amenaza? ¿Nos temen tanto como para enviarnos su furia sin provocación?"
Nival recordaba a su madre. Recordaba la calidez de su abrazo. Recordaba las palabras dulces que alguna vez los cobijaron.
“Ustedes son muy especiales.”
Pero esas palabras parecían tan lejanas ahora, tan distantes de esta realidad fragmentada y teñida de destrucción.
La tierra temblaba bajo sus pies, y aún así, él se negaba a caer.
"¿Fue un error huir todo este tiempo? ¿Fue un error no enfrentarlos antes? ¿Y si… y si ya no quedan más Eliatropes? ¿Que le hicieron a Kaelis?"
El aire era espeso, viciado. La energía estaba distorsionada. Algo en él tembló por dentro. Una punzada de miedo, real, crudo, como no había sentido desde niño.
Se detuvo un momento, sobre una colina destruida, la vista panorámica mostrando un mundo en ruinas. Respiró hondo, con el corazón golpeando en su pecho como si quisiera escapar también.
Y con la voz quebrada por la angustia, murmuró:
**—¿Dónde estás, hermano…?**

