Era un día común y corriente, hasta que las naves alienígenas aparecieron en el cielo. La ciudad estaba en pánico, y en medio del caos, Jimoto se encontraba en su casa, descansando después de una larga jornada de trabajo. Sin embargo, el sonido ensordecedor de las naves acercándose a gran velocidad lo despertó de su somnolencia.
En un abrir y cerrar de ojos, Jimoto se transformó en su forma más poderosa: —un ser de gran musculatura, pelo rojizo con un brillo dorado que destellaba en todas direcciones, y una mirada llena de determinación. Los alienígenas aterrizaron en la ciudad, liderados por su comandante, una criatura gigante de piel verde y ojos rojos brillantes.
El jefe alienígena bajó de su nave, rodeado por un ejército de criaturas monstruosas. Con su figura imponente, observaba a los humanos con desdén, esperando que sus tropas arrasaran con todo. Pero antes de que pudiera dar una orden, Jimoto apareció de la nada, plantándose frente a su nave con una sonrisa burlona.
Con sus brazos cruzados y una postura relajada, Jimoto observó al alienígena desde abajo, ya que la criatura era mucho más alta que él. "Oye, amigo, ¿acaso no sabes que la invasión por aquí está completamente prohibida? Es como si vinieras a una fiesta sin haber sido invitado", dijo, su tono serio, pero con un toque cómico que desconcertó al alienígena.
El jefe alien, claramente irritado, levantó su brazo, listo para aplastarlo con un solo golpe. Pero Jimoto no se movió. De hecho, parecía completamente relajado. "¿De verdad piensas que me asustas? Soy Jimoto, y no soy de los que se intimidan fácilmente", dijo, mientras flexionaba un brazo y mostraba una pose de fuerza exagerada.
Sin previo aviso, se lanzó hacia el alienígena con una velocidad impresionante. El impacto fue tan fuerte que el jefe alien lo vio venir demasiado tarde. Jimoto, con una velocidad arrolladora, le dio un golpe directo en el parabrisas de la nave, haciendo que este se estrellara.
El alienígena cayó al suelo, atónito. Jimoto se acercó, mirándolo con una sonrisa confiada. "Mira, amigo, te voy a dar una última oportunidad. Regresa a tu planeta antes de que te haga estallar como un globo en una fiesta de cumpleaños. Y la próxima vez, trae algo de comida o algo, que esto de invadir no es tan divertido sin un poco de snack", dijo, mientras giraba sobre sus talones con estilo y se alejaba con paso firme.
Los alienígenas, completamente derrotados y confundidos por la actitud de Jimoto, decidieron que la Tierra no era el lugar ideal para una invasión y se retiraron. Jimoto los observó irse, satisfecho. "Y que no vuelvan sin algo de pizza la próxima vez", murmuró para sí mismo con una sonrisa, mientras su figura se desvanecía en el horizonte.
En un abrir y cerrar de ojos, Jimoto se transformó en su forma más poderosa: —un ser de gran musculatura, pelo rojizo con un brillo dorado que destellaba en todas direcciones, y una mirada llena de determinación. Los alienígenas aterrizaron en la ciudad, liderados por su comandante, una criatura gigante de piel verde y ojos rojos brillantes.
El jefe alienígena bajó de su nave, rodeado por un ejército de criaturas monstruosas. Con su figura imponente, observaba a los humanos con desdén, esperando que sus tropas arrasaran con todo. Pero antes de que pudiera dar una orden, Jimoto apareció de la nada, plantándose frente a su nave con una sonrisa burlona.
Con sus brazos cruzados y una postura relajada, Jimoto observó al alienígena desde abajo, ya que la criatura era mucho más alta que él. "Oye, amigo, ¿acaso no sabes que la invasión por aquí está completamente prohibida? Es como si vinieras a una fiesta sin haber sido invitado", dijo, su tono serio, pero con un toque cómico que desconcertó al alienígena.
El jefe alien, claramente irritado, levantó su brazo, listo para aplastarlo con un solo golpe. Pero Jimoto no se movió. De hecho, parecía completamente relajado. "¿De verdad piensas que me asustas? Soy Jimoto, y no soy de los que se intimidan fácilmente", dijo, mientras flexionaba un brazo y mostraba una pose de fuerza exagerada.
Sin previo aviso, se lanzó hacia el alienígena con una velocidad impresionante. El impacto fue tan fuerte que el jefe alien lo vio venir demasiado tarde. Jimoto, con una velocidad arrolladora, le dio un golpe directo en el parabrisas de la nave, haciendo que este se estrellara.
El alienígena cayó al suelo, atónito. Jimoto se acercó, mirándolo con una sonrisa confiada. "Mira, amigo, te voy a dar una última oportunidad. Regresa a tu planeta antes de que te haga estallar como un globo en una fiesta de cumpleaños. Y la próxima vez, trae algo de comida o algo, que esto de invadir no es tan divertido sin un poco de snack", dijo, mientras giraba sobre sus talones con estilo y se alejaba con paso firme.
Los alienígenas, completamente derrotados y confundidos por la actitud de Jimoto, decidieron que la Tierra no era el lugar ideal para una invasión y se retiraron. Jimoto los observó irse, satisfecho. "Y que no vuelvan sin algo de pizza la próxima vez", murmuró para sí mismo con una sonrisa, mientras su figura se desvanecía en el horizonte.
Era un día común y corriente, hasta que las naves alienígenas aparecieron en el cielo. La ciudad estaba en pánico, y en medio del caos, Jimoto se encontraba en su casa, descansando después de una larga jornada de trabajo. Sin embargo, el sonido ensordecedor de las naves acercándose a gran velocidad lo despertó de su somnolencia.
En un abrir y cerrar de ojos, Jimoto se transformó en su forma más poderosa: —un ser de gran musculatura, pelo rojizo con un brillo dorado que destellaba en todas direcciones, y una mirada llena de determinación. Los alienígenas aterrizaron en la ciudad, liderados por su comandante, una criatura gigante de piel verde y ojos rojos brillantes.
El jefe alienígena bajó de su nave, rodeado por un ejército de criaturas monstruosas. Con su figura imponente, observaba a los humanos con desdén, esperando que sus tropas arrasaran con todo. Pero antes de que pudiera dar una orden, Jimoto apareció de la nada, plantándose frente a su nave con una sonrisa burlona.
Con sus brazos cruzados y una postura relajada, Jimoto observó al alienígena desde abajo, ya que la criatura era mucho más alta que él. "Oye, amigo, ¿acaso no sabes que la invasión por aquí está completamente prohibida? Es como si vinieras a una fiesta sin haber sido invitado", dijo, su tono serio, pero con un toque cómico que desconcertó al alienígena.
El jefe alien, claramente irritado, levantó su brazo, listo para aplastarlo con un solo golpe. Pero Jimoto no se movió. De hecho, parecía completamente relajado. "¿De verdad piensas que me asustas? Soy Jimoto, y no soy de los que se intimidan fácilmente", dijo, mientras flexionaba un brazo y mostraba una pose de fuerza exagerada.
Sin previo aviso, se lanzó hacia el alienígena con una velocidad impresionante. El impacto fue tan fuerte que el jefe alien lo vio venir demasiado tarde. Jimoto, con una velocidad arrolladora, le dio un golpe directo en el parabrisas de la nave, haciendo que este se estrellara.
El alienígena cayó al suelo, atónito. Jimoto se acercó, mirándolo con una sonrisa confiada. "Mira, amigo, te voy a dar una última oportunidad. Regresa a tu planeta antes de que te haga estallar como un globo en una fiesta de cumpleaños. Y la próxima vez, trae algo de comida o algo, que esto de invadir no es tan divertido sin un poco de snack", dijo, mientras giraba sobre sus talones con estilo y se alejaba con paso firme.
Los alienígenas, completamente derrotados y confundidos por la actitud de Jimoto, decidieron que la Tierra no era el lugar ideal para una invasión y se retiraron. Jimoto los observó irse, satisfecho. "Y que no vuelvan sin algo de pizza la próxima vez", murmuró para sí mismo con una sonrisa, mientras su figura se desvanecía en el horizonte.

