• Cementerio, aniversario de sus padres.

    El cielo estaba nublado, como casi todos los años en esta fecha. Caminé entre las lápidas con un ramo de flores en la mano, sintiendo el crujido de la grava bajo mis botas. Me detuve frente a sus nombres. Luc Valcourt. Elena Valcourt.

    Dejé las flores sobre la piedra fría y me quedé de pie unos segundos, sin saber qué decir. Siempre me pasaba lo mismo. Todo el año sin derramar una lágrima, y justo aquí… todo se rompía.

    Me agaché lentamente, apoyando la mano sobre la lápida.
    —Hola… —mi voz sonó baja, casi un susurro—. Ya ha pasado otro año.

    Tragué saliva. Me senté en el suelo frente a ellos, dejando que el silencio llenara el aire.

    —He intentado seguir… de verdad. He trabajado, he hecho cosas, he sobrevivido. Pero siento que… que algo no me deja avanzar. —Noté las lágrimas empezar a quemar, deslizándose sin que pudiera detenerlas—. Es como si todavía estuviera ahí… ese día. Como si todo se hubiera quedado congelado.

    Me cubrí la cara con una mano, respirando hondo.
    —Sé que debería haberlo superado. Han pasado años. Pero no puedo. No puedo… porque siento que nunca me despedí de verdad.

    Cerré los ojos y dejé que las lágrimas cayeran libremente.
    —Necesito hablar con vosotros una última vez… necesito deciros que lo siento. Que ojalá hubiera estado ahí. Que ojalá hubiera podido hacer algo.

    El viento sopló suavemente, moviendo las flores. Me quedé allí, llorando en silencio, como solo me permito hacerlo una vez al año.

    —Papá… mamá… no sé cómo seguir adelante. Pero lo intentaré. Os lo prometo. Solo… ayudadme a soltar esto, aunque sea un poco.

    Me quedé quieta, respirando el aire frío, sintiendo el peso en el pecho. Quizá no era suficiente para sanar, pero por unos minutos, al menos, me sentí menos sola.
    Cementerio, aniversario de sus padres. El cielo estaba nublado, como casi todos los años en esta fecha. Caminé entre las lápidas con un ramo de flores en la mano, sintiendo el crujido de la grava bajo mis botas. Me detuve frente a sus nombres. Luc Valcourt. Elena Valcourt. Dejé las flores sobre la piedra fría y me quedé de pie unos segundos, sin saber qué decir. Siempre me pasaba lo mismo. Todo el año sin derramar una lágrima, y justo aquí… todo se rompía. Me agaché lentamente, apoyando la mano sobre la lápida. —Hola… —mi voz sonó baja, casi un susurro—. Ya ha pasado otro año. Tragué saliva. Me senté en el suelo frente a ellos, dejando que el silencio llenara el aire. —He intentado seguir… de verdad. He trabajado, he hecho cosas, he sobrevivido. Pero siento que… que algo no me deja avanzar. —Noté las lágrimas empezar a quemar, deslizándose sin que pudiera detenerlas—. Es como si todavía estuviera ahí… ese día. Como si todo se hubiera quedado congelado. Me cubrí la cara con una mano, respirando hondo. —Sé que debería haberlo superado. Han pasado años. Pero no puedo. No puedo… porque siento que nunca me despedí de verdad. Cerré los ojos y dejé que las lágrimas cayeran libremente. —Necesito hablar con vosotros una última vez… necesito deciros que lo siento. Que ojalá hubiera estado ahí. Que ojalá hubiera podido hacer algo. El viento sopló suavemente, moviendo las flores. Me quedé allí, llorando en silencio, como solo me permito hacerlo una vez al año. —Papá… mamá… no sé cómo seguir adelante. Pero lo intentaré. Os lo prometo. Solo… ayudadme a soltar esto, aunque sea un poco. Me quedé quieta, respirando el aire frío, sintiendo el peso en el pecho. Quizá no era suficiente para sanar, pero por unos minutos, al menos, me sentí menos sola.
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  • -las alicias, sip son las famosas flores de Alicia en el país de las maravillas, aunque son mucho menos amigables que en el libro- soltó unas risitas mientras arrancaba una apesar de sus gritos -son fabulosas para las pociones de trance- guardo la flor en su cesto listo para recolectar algunas más
    -las alicias, sip son las famosas flores de Alicia en el país de las maravillas, aunque son mucho menos amigables que en el libro- soltó unas risitas mientras arrancaba una apesar de sus gritos -son fabulosas para las pociones de trance- guardo la flor en su cesto listo para recolectar algunas más
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  • - Aunque haya pasado mucho tiempo fuera del agua y me encuentre en mi forma humana creo que el aroma del mar no se va

    (Ayer un gato se abalanzó sobre mí e intentó comerme, en serio aún huelo a pescado?)
    - Aunque haya pasado mucho tiempo fuera del agua y me encuentre en mi forma humana creo que el aroma del mar no se va (Ayer un gato se abalanzó sobre mí e intentó comerme, en serio aún huelo a pescado?)
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  • "𝓢𝓲𝓰𝓷𝓼 𝓸𝓯 𝓣𝓻𝓸𝓾𝓫𝓵𝓮"

    Motel "Town House" — Algún lugar entre Kansas y Arkansas | 03:47 AM

    El chillido de un neón maltrecho era el único sonido que se colaba por la ventana abierta. "MOTEL • TV • A/C • NO DEVILS ALLOWED" decía el letrero, parpadeando con más miedo que autoridad. A un costado del edificio, un par de máquinas expendedoras emitían luces verdes y rojas como si fuesen parte de un ritual improvisado. Y encima de todo eso… silencio. Ese tipo de silencio que siempre anticipa el desastre.

    Adentro de la habitación 6, una luz tenue iluminaba la escena.

    Un viejo celular Motorola Razr vibró contra la mesa de noche. Su tono predeterminado, una secuencia digital absurda, rompió el ambiente como una cuchillada en un santuario. El nombre que parpadeaba en pantalla era ilegible, distorsionado. Como si ni siquiera el propio aparato quisiera reconocer quién estaba del otro lado.

    Sentada en el borde de la cama, con las piernas cruzadas y los dedos envueltos en vendas oscuras, Tanya Miller tarareaba algo. Muy bajito. Como si la canción fuese un secreto solo para ella. Era esa misma melodía infantil que solía cantarle a los cadáveres con ojos vacíos que dejaba a su paso. Algo de un saco lleno de serpientes y un hombre al que nadie debería molestar de noche.

    Su chaqueta de cuero colgaba del respaldo de la silla, aún húmeda con lo que claramente no era agua bendita. En la mesa, una bala plateada bailaba al ritmo de sus dedos. Justo al lado, un frasquito con sal roja, cenizas y un mechón de cabello rubio.

    —¿Dónde estás, cariño? —murmuró con voz ronca, la mirada fija en el teléfono como si pudiera matarlo si parpadeaba.

    Los ángeles no se habían vuelto a reportar desde hacía horas.

    Los sueños estaban más agitados de lo normal.

    Y en el cielo, las estrellas parecían moverse.

    Era de esos días. De esos que huelen a sangre, a azufre… y a decisiones que no se pueden deshacer.

    El pitido de la tetera eléctrica anunció que el agua estaba lista. Tanya se levantó con pereza felina, dejando que el silencio volviera a reinar por un instante. Solo por un instante.

    Fuera de la habitación, algo se movía entre las sombras.

    Y el motel... empezaba a respirar.
    "𝓢𝓲𝓰𝓷𝓼 𝓸𝓯 𝓣𝓻𝓸𝓾𝓫𝓵𝓮" 📍 Motel "Town House" — Algún lugar entre Kansas y Arkansas | 03:47 AM El chillido de un neón maltrecho era el único sonido que se colaba por la ventana abierta. "MOTEL • TV • A/C • NO DEVILS ALLOWED" decía el letrero, parpadeando con más miedo que autoridad. A un costado del edificio, un par de máquinas expendedoras emitían luces verdes y rojas como si fuesen parte de un ritual improvisado. Y encima de todo eso… silencio. Ese tipo de silencio que siempre anticipa el desastre. Adentro de la habitación 6, una luz tenue iluminaba la escena. Un viejo celular Motorola Razr vibró contra la mesa de noche. Su tono predeterminado, una secuencia digital absurda, rompió el ambiente como una cuchillada en un santuario. El nombre que parpadeaba en pantalla era ilegible, distorsionado. Como si ni siquiera el propio aparato quisiera reconocer quién estaba del otro lado. Sentada en el borde de la cama, con las piernas cruzadas y los dedos envueltos en vendas oscuras, Tanya Miller tarareaba algo. Muy bajito. Como si la canción fuese un secreto solo para ella. Era esa misma melodía infantil que solía cantarle a los cadáveres con ojos vacíos que dejaba a su paso. Algo de un saco lleno de serpientes y un hombre al que nadie debería molestar de noche. Su chaqueta de cuero colgaba del respaldo de la silla, aún húmeda con lo que claramente no era agua bendita. En la mesa, una bala plateada bailaba al ritmo de sus dedos. Justo al lado, un frasquito con sal roja, cenizas y un mechón de cabello rubio. —¿Dónde estás, cariño? —murmuró con voz ronca, la mirada fija en el teléfono como si pudiera matarlo si parpadeaba. Los ángeles no se habían vuelto a reportar desde hacía horas. Los sueños estaban más agitados de lo normal. Y en el cielo, las estrellas parecían moverse. Era de esos días. De esos que huelen a sangre, a azufre… y a decisiones que no se pueden deshacer. El pitido de la tetera eléctrica anunció que el agua estaba lista. Tanya se levantó con pereza felina, dejando que el silencio volviera a reinar por un instante. Solo por un instante. Fuera de la habitación, algo se movía entre las sombras. Y el motel... empezaba a respirar.
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  • — Creces y entiendes lo complicado de ser funcional reprimiendo por dentro como te sientes, despiertas todos los días cumpliendo logros que se evaporan después de las 12 de la noche. Y aunque tu mente esté cansada el cuerpo sigue avanzando que te haces viejo pero no más sabio, solo viejo y cansado, ahhh mejor me duermo otro rato.—
    — Creces y entiendes lo complicado de ser funcional reprimiendo por dentro como te sientes, despiertas todos los días cumpliendo logros que se evaporan después de las 12 de la noche. Y aunque tu mente esté cansada el cuerpo sigue avanzando que te haces viejo pero no más sabio, solo viejo y cansado, ahhh mejor me duermo otro rato.—
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  • Nueva York | Tarde fresca en el West Village

    Las calles estaban tranquilas, lo cual era una rareza para Nueva York. Era uno de esos días donde incluso la ciudad parecía haber tomado un respiro. La brisa era tibia, arrastrando el olor a café recién molido, panecillos dulces y pretzels salados. Música indie salía de una tienda de discos abierta en la esquina, y algún artista callejero tocaba su guitarra con más pasión que técnica.

    En medio de todo eso, sentada en los escalones frente a una librería vintage, estaba ella: Aliona Roux Storm.

    El cabello rubio recogido en una trenza floja, gafas oscuras, auriculares grandes colgando de su cuello y un libro de física cuántica en una mano mientras en la otra sostenía una soda de cereza. Vestía su estilo habitual —grunge meets office girl—, con una camisa oversized metida solo por un lado, jeans rotos y botas negras. Pecas doradas en el rostro y una energía… difícil de ignorar. Literalmente: el pavimento bajo sus botas parecía más cálido que el resto de la acera.

    Entonces, algo la hizo alzar la vista. Un aura leve, sutil pero inquietante. Una especie de vibración mágica que no tenía nada que ver con los fuegos que solía encender. No era calor, era… como un latido suave en el aire. Curioso.

    Frunció el ceño, bajó el libro y miró hacia la esquina del callejón donde un chico acababa de doblar con una bolsa de libros en la mano, aire distraído y rostro familiar de alguna imagen de archivo que ella no había pedido ver, pero que estaba en los documentos clasificados del laboratorio.

    Le dio un sorbo a su soda y, sin pensarlo, soltó desde los escalones:

    —Hey… ¿Maximoff?

    Una pausa.

    —El otro. El tranquilo. El de los hechizos —dijo con una sonrisa socarrona, apoyando el codo en la rodilla mientras lo miraba por sobre sus gafas de sol—. No pareces del tipo que se pierde en librerías polvorientas. ¿Buscando algo o escapando de algo?

    Con un gesto de cabeza lo invitó a sentarse a su lado. El calor se sentía más fuerte ahora, pero no parecía molestarle a ninguno de los dos. Nueva York estaba tranquila, y por una vez, las rarezas decidían simplemente cruzarse... y charlar.


    Billy W Maximoff
    Nueva York | Tarde fresca en el West Village Las calles estaban tranquilas, lo cual era una rareza para Nueva York. Era uno de esos días donde incluso la ciudad parecía haber tomado un respiro. La brisa era tibia, arrastrando el olor a café recién molido, panecillos dulces y pretzels salados. Música indie salía de una tienda de discos abierta en la esquina, y algún artista callejero tocaba su guitarra con más pasión que técnica. En medio de todo eso, sentada en los escalones frente a una librería vintage, estaba ella: Aliona Roux Storm. El cabello rubio recogido en una trenza floja, gafas oscuras, auriculares grandes colgando de su cuello y un libro de física cuántica en una mano mientras en la otra sostenía una soda de cereza. Vestía su estilo habitual —grunge meets office girl—, con una camisa oversized metida solo por un lado, jeans rotos y botas negras. Pecas doradas en el rostro y una energía… difícil de ignorar. Literalmente: el pavimento bajo sus botas parecía más cálido que el resto de la acera. Entonces, algo la hizo alzar la vista. Un aura leve, sutil pero inquietante. Una especie de vibración mágica que no tenía nada que ver con los fuegos que solía encender. No era calor, era… como un latido suave en el aire. Curioso. Frunció el ceño, bajó el libro y miró hacia la esquina del callejón donde un chico acababa de doblar con una bolsa de libros en la mano, aire distraído y rostro familiar de alguna imagen de archivo que ella no había pedido ver, pero que estaba en los documentos clasificados del laboratorio. Le dio un sorbo a su soda y, sin pensarlo, soltó desde los escalones: —Hey… ¿Maximoff? Una pausa. —El otro. El tranquilo. El de los hechizos —dijo con una sonrisa socarrona, apoyando el codo en la rodilla mientras lo miraba por sobre sus gafas de sol—. No pareces del tipo que se pierde en librerías polvorientas. ¿Buscando algo o escapando de algo? Con un gesto de cabeza lo invitó a sentarse a su lado. El calor se sentía más fuerte ahora, pero no parecía molestarle a ninguno de los dos. Nueva York estaba tranquila, y por una vez, las rarezas decidían simplemente cruzarse... y charlar. [illusion_brass_koala_385]
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  • ❝ — 𝑬𝒏𝒕𝒐𝒏𝒄𝒆𝒔 ¿𝑬𝒔 𝒖𝒏 𝒕𝒓𝒂𝒕𝒐? ❞




    Fue de un cerrar de ojos

    Un día atendía papeles mientras Kiev aún no despertaba, Ryan se había ido, sin dejar una nota, ni una palabra, absolutamente nada.

    Aunque sabía que el rescate de Kiev lo había afectado de sobremanera, no creyó que terminaría provocando un mal dentro de su cabeza, algo que terminaría atormentandolo.

    Trato de hablar, pero ella era la menos indicada para hacerlo, porque también tenía sus propios problemas.

    Su ausencia ocurrió de la nada. Estaba cansada y exhausta, había tomado el control de todo de forma repentina para que la mafia no cayera, ordenó documentos, firmó contratos, controló los negocios, cuidó de Kiev como si fuera su enfermera, y las dudas la carcomían lentamente... ¿por qué no despertaba?, ¿por qué sus heridas no sanaban?, ¿por qué parecía tan simple, tan tranquilo? Su cuerpo no sanaba, parecía un simple mortal...


    Fue una de tanta noches, bebía unas copas, mientras hablaba con Kyo, su supuesta libertad se convirtió en una trampa, en un agujero oscuro que no vio venir. Alguien a quien consideraba un amigo, lo más cercano a ello.

    Cuando sus ojos se abrieron, estaba dentro de una casa antigua con arquitectura japonesa, todo era demasiado silencioso, demasiado ajeno

    Fue la primera alerta

    Buscó a alguien, a cualquiera, y cuando una mujer abrió la boca, el idioma japonés se le clavó como una daga en el oído

    La habían secuestrado y la habían llevado a un país donde no entendía el idioma, donde no tenía poder, donde no era nadie

    — ¡Voy a matarte, Kyo! — gritó con rabia

    Su cabello rojo era un desastre, su respiración desordenada, y los extraños la miraban como si fuera un espectro fuera de lugar.

    Se había olvidado de lo lejos que Kyo estaba dispuesto a llegar para sacarla del camino, alejarla tanto de Kiev como de Ryan, y lo había logrado, porque aunque Ryan fue el primero en desaparecer, a ella la empujaron aún más lejos

    ¿Qué tan difícil podía ser sobrevivir a esto?

    Esperó durante tres días la llegada del japonés, pero ninguna sombra se acercó, no tenía dinero, ni identificación, ni un contacto, ni un maldito plan para regresar a Albania

    Era un desastre, y no solo por fuera

    Intentó conseguir dinero, buscar salidas, improvisar, pero todo era ajeno, todo era hostil, todo estaba en su contra

    Y al final, terminó por involucrarse con los yakuza, fue inevitable, uno de ellos intentó tocarla y sin pensarlo le rompió el brazo, y cuando el resto vino a buscar explicaciones, ya era tarde

    No tuvo más opción que hundirse en ese mundo, meterse en los bajos fondos, adaptarse, ensuciarse, sobrevivir con lo poco que tenía, con lo que recordaba, con las ganas de volver a casa y verlos de nuevo

    Días, semanas, meses

    Todo era una cuenta regresiva


    — .... —

    El humo se disipaba con tranquilidad mientras ella lo observaba, solo tenía que terminar el contrato, solo eso y nada más.

    Estaba en una habitación japonesa, sentada con elegancia, vestía una yukata roja que dejaba parte de sus hombros al descubierto, el cabello recogido a medias, su piel marcada por el cansancio pero su sonrisa intacta, los dedos firmes alrededor de la pipa que encendía con lentitud, la mirada tranquila de quien lleva dentro una tormenta

    — ¿Es un trato? — sus labios soltaron las palabras tan suaves como venenosos mientras caminaba alrededor del hombre que tenía frente a ella, sus pasos suaves, calculados, su tono dulce como veneno — te lo prometo... esto te traerá más beneficios a ti que a mí. — Sus dedos recorrieron los hombros ajenos.

    El humo se escapaba de sus labios con naturalidad mientras se agachaba para sentarse, la yukata se deslizaba lo justo para jugar con su atención, su presencia era un arma, y ese hombre no tenía idea de en qué momento había bajado la guardia

    Estaba acompañado, claro, pero Rubi no se inmutó, los observó con la serenidad de quien ya había hecho esto muchas veces

    No podía decir nada más, cualquier palabra de más lo arruinaría, solo le quedaban unas frases suaves, una sonrisa y esa forma suya de mentir como si no lo hiciera, aunque sus dedos se aferraban a la tela roja que la envolvía.

    — Bien, es un trato — dijo él, haciendo un gesto japonés con la cabeza

    Rubi sonrió, como si acabara de escuchar una melodía perfecta. Aplaudió suavemente, juntó las manos con elegancia.

    Los hombres ingresaron a la sala con los papeles. El sello. El final.

    ¿Estaba contenta?
    Más que eso.
    El contrato era el precio exacto de su libertad.
    Su pasaje de regreso.

    Y mientras firmaban, aquella pregunta flotó por su cabeza, silenciosa, cálida y dolorosa:

    ¿Cómo estarían los chicos...?
    ❝ — 𝑬𝒏𝒕𝒐𝒏𝒄𝒆𝒔 ¿𝑬𝒔 𝒖𝒏 𝒕𝒓𝒂𝒕𝒐? ❞ Fue de un cerrar de ojos Un día atendía papeles mientras Kiev aún no despertaba, Ryan se había ido, sin dejar una nota, ni una palabra, absolutamente nada. Aunque sabía que el rescate de Kiev lo había afectado de sobremanera, no creyó que terminaría provocando un mal dentro de su cabeza, algo que terminaría atormentandolo. Trato de hablar, pero ella era la menos indicada para hacerlo, porque también tenía sus propios problemas. Su ausencia ocurrió de la nada. Estaba cansada y exhausta, había tomado el control de todo de forma repentina para que la mafia no cayera, ordenó documentos, firmó contratos, controló los negocios, cuidó de Kiev como si fuera su enfermera, y las dudas la carcomían lentamente... ¿por qué no despertaba?, ¿por qué sus heridas no sanaban?, ¿por qué parecía tan simple, tan tranquilo? Su cuerpo no sanaba, parecía un simple mortal... Fue una de tanta noches, bebía unas copas, mientras hablaba con Kyo, su supuesta libertad se convirtió en una trampa, en un agujero oscuro que no vio venir. Alguien a quien consideraba un amigo, lo más cercano a ello. Cuando sus ojos se abrieron, estaba dentro de una casa antigua con arquitectura japonesa, todo era demasiado silencioso, demasiado ajeno Fue la primera alerta Buscó a alguien, a cualquiera, y cuando una mujer abrió la boca, el idioma japonés se le clavó como una daga en el oído La habían secuestrado y la habían llevado a un país donde no entendía el idioma, donde no tenía poder, donde no era nadie — ¡Voy a matarte, Kyo! — gritó con rabia Su cabello rojo era un desastre, su respiración desordenada, y los extraños la miraban como si fuera un espectro fuera de lugar. Se había olvidado de lo lejos que Kyo estaba dispuesto a llegar para sacarla del camino, alejarla tanto de Kiev como de Ryan, y lo había logrado, porque aunque Ryan fue el primero en desaparecer, a ella la empujaron aún más lejos ¿Qué tan difícil podía ser sobrevivir a esto? Esperó durante tres días la llegada del japonés, pero ninguna sombra se acercó, no tenía dinero, ni identificación, ni un contacto, ni un maldito plan para regresar a Albania Era un desastre, y no solo por fuera Intentó conseguir dinero, buscar salidas, improvisar, pero todo era ajeno, todo era hostil, todo estaba en su contra Y al final, terminó por involucrarse con los yakuza, fue inevitable, uno de ellos intentó tocarla y sin pensarlo le rompió el brazo, y cuando el resto vino a buscar explicaciones, ya era tarde No tuvo más opción que hundirse en ese mundo, meterse en los bajos fondos, adaptarse, ensuciarse, sobrevivir con lo poco que tenía, con lo que recordaba, con las ganas de volver a casa y verlos de nuevo Días, semanas, meses Todo era una cuenta regresiva — .... — El humo se disipaba con tranquilidad mientras ella lo observaba, solo tenía que terminar el contrato, solo eso y nada más. Estaba en una habitación japonesa, sentada con elegancia, vestía una yukata roja que dejaba parte de sus hombros al descubierto, el cabello recogido a medias, su piel marcada por el cansancio pero su sonrisa intacta, los dedos firmes alrededor de la pipa que encendía con lentitud, la mirada tranquila de quien lleva dentro una tormenta — ¿Es un trato? — sus labios soltaron las palabras tan suaves como venenosos mientras caminaba alrededor del hombre que tenía frente a ella, sus pasos suaves, calculados, su tono dulce como veneno — te lo prometo... esto te traerá más beneficios a ti que a mí. — Sus dedos recorrieron los hombros ajenos. El humo se escapaba de sus labios con naturalidad mientras se agachaba para sentarse, la yukata se deslizaba lo justo para jugar con su atención, su presencia era un arma, y ese hombre no tenía idea de en qué momento había bajado la guardia Estaba acompañado, claro, pero Rubi no se inmutó, los observó con la serenidad de quien ya había hecho esto muchas veces No podía decir nada más, cualquier palabra de más lo arruinaría, solo le quedaban unas frases suaves, una sonrisa y esa forma suya de mentir como si no lo hiciera, aunque sus dedos se aferraban a la tela roja que la envolvía. — Bien, es un trato — dijo él, haciendo un gesto japonés con la cabeza Rubi sonrió, como si acabara de escuchar una melodía perfecta. Aplaudió suavemente, juntó las manos con elegancia. Los hombres ingresaron a la sala con los papeles. El sello. El final. ¿Estaba contenta? Más que eso. El contrato era el precio exacto de su libertad. Su pasaje de regreso. Y mientras firmaban, aquella pregunta flotó por su cabeza, silenciosa, cálida y dolorosa: ¿Cómo estarían los chicos...?
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  • Busco pareja, aunque me gustan los chicos, a una chica no le diría que no
    Busco pareja, aunque me gustan los chicos, a una chica no le diría que no
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  • Cruce Matinal
    Fandom OC
    Categoría Slice of Life
    @Freya Magrina

    No sé qué hago aquí tan temprano. Ni siquiera me gusta el sol de la mañana, pero algo me empujó a salir. Quizá el insomnio, o esa absurda esperanza de que el mundo todavía tenga rincones tranquilos.

    El parque estaba casi vacío. El aire era fresco y olía a tierra húmeda, como si hubiera llovido hace poco. Me senté en el banco más alejado, ese que nadie ocupa porque el respaldo está medio roto y cruje como una promesa que no se cumple. Saqué el cuaderno del bolsillo de mi gabardina, aunque no tenía intención de escribir nada. A veces solo me gusta tenerlo entre las manos, como si pudiera convencerme de que tengo algo por decir.

    Fue entonces cuando la vi.

    Pequeña, no por frágil, sino por la forma en que se movía: ligera, con una energía contenida, como si cargara con algo que no estaba dispuesta a soltar. El pelo corto y los ojos brillantes destacaban en la luz blanda de la mañana. No parecía del tipo que pasea por costumbre. Más bien del tipo que busca algo.

    Nuestros ojos se cruzaron por un momento.

    No sé si fui yo quien la miró demasiado tiempo, o si fue ella quien no desvió la mirada.

    —¿Sueles venir a esta hora o... también estás huyendo de algo? —pregunté, sin pensar, con esa voz ronca que aún no se despierta del todo.

    Y me callé, dejando que el silencio hiciera su parte.

    @Freya Magrina No sé qué hago aquí tan temprano. Ni siquiera me gusta el sol de la mañana, pero algo me empujó a salir. Quizá el insomnio, o esa absurda esperanza de que el mundo todavía tenga rincones tranquilos. El parque estaba casi vacío. El aire era fresco y olía a tierra húmeda, como si hubiera llovido hace poco. Me senté en el banco más alejado, ese que nadie ocupa porque el respaldo está medio roto y cruje como una promesa que no se cumple. Saqué el cuaderno del bolsillo de mi gabardina, aunque no tenía intención de escribir nada. A veces solo me gusta tenerlo entre las manos, como si pudiera convencerme de que tengo algo por decir. Fue entonces cuando la vi. Pequeña, no por frágil, sino por la forma en que se movía: ligera, con una energía contenida, como si cargara con algo que no estaba dispuesta a soltar. El pelo corto y los ojos brillantes destacaban en la luz blanda de la mañana. No parecía del tipo que pasea por costumbre. Más bien del tipo que busca algo. Nuestros ojos se cruzaron por un momento. No sé si fui yo quien la miró demasiado tiempo, o si fue ella quien no desvió la mirada. —¿Sueles venir a esta hora o... también estás huyendo de algo? —pregunté, sin pensar, con esa voz ronca que aún no se despierta del todo. Y me callé, dejando que el silencio hiciera su parte.
    Tipo
    Individual
    Líneas
    5
    Estado
    Disponible
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  • Parque de Diversiones | Tarde Cálida y Alborotada

    El sol brillaba con una intensidad casi burlona, como si quisiera competir con la energía de los fuegos artificiales que más tarde decorarían el cielo. El parque de diversiones estaba en su punto máximo de bullicio; risas infantiles, música colorida, y el chasquido intermitente de los juegos mecánicos llenaban el ambiente.

    Entre toda la multitud, una chica rubia de ojos vivos y chispeantes se movía con paso ágil, sujetando un algodón de azúcar entre los dedos. Llevaba el cabello atado en una media coleta que bailaba con cada paso, y unos lentes oscuros grandes que le cubrían media cara. Era imposible no notarla. No por su estilo, sino por la calidez que irradiaba. Literalmente. Cada persona que pasaba cerca sentía como si el aire subiera unos cuantos grados.

    —Hey, hey, tranquilo… —dijo con suavidad, hincándose frente a un pequeño niño de unos cinco años que lloraba desconsolado junto a un puesto de helados. El algodón quedó a un lado, olvidado mientras ella le ofrecía una sonrisa cálida—. ¿Te perdiste, pequeño sol?

    Intentó calmarlo sin invadir su espacio, extendiendo una mano con cuidado. Su temperatura era anormal, pero los niños, a veces, percibían eso como algo tranquilizador. Como una mamá gallina con su pollito.

    Entonces, alguien más se acercó.

    Un chico joven, cabello alborotado, mirada curiosa, pero con ese tipo de energía que vibra como una batería bien cargada. Aliona giró la cabeza y lo miró. Su ceja se alzó suavemente, como evaluando al recién llegado con ese descaro elegante que se heredaba sin querer de cierta celebridad humana antorcha.

    —¿Tú también viniste al rescate? —preguntó con una sonrisa de lado, divertida—. Parece que al menos alguien más notó el caos.

    Mientras juntos trataban de calmar al niño, apareció una pareja desesperada entre la multitud. Aliona se levantó al verlos y alzó la mano, llamando su atención. El reencuentro fue rápido, lleno de agradecimientos y lágrimas de alivio.

    Y cuando los padres se alejaron con el pequeño, la chica rubia se quedó en el mismo lugar, ahora con su algodón derretido en la mano y una expresión de ligera derrota.

    —Genial… ahora tengo jarabe rosa en toda la mano —resopló, sacudiéndose los dedos—. Aunque al menos valió la pena.

    Miró al chico otra vez, con un dejo de interés genuino.

    —¿Cómo te llamas, héroe de parque de diversiones?


    Thomas Maximoff
    Parque de Diversiones | Tarde Cálida y Alborotada El sol brillaba con una intensidad casi burlona, como si quisiera competir con la energía de los fuegos artificiales que más tarde decorarían el cielo. El parque de diversiones estaba en su punto máximo de bullicio; risas infantiles, música colorida, y el chasquido intermitente de los juegos mecánicos llenaban el ambiente. Entre toda la multitud, una chica rubia de ojos vivos y chispeantes se movía con paso ágil, sujetando un algodón de azúcar entre los dedos. Llevaba el cabello atado en una media coleta que bailaba con cada paso, y unos lentes oscuros grandes que le cubrían media cara. Era imposible no notarla. No por su estilo, sino por la calidez que irradiaba. Literalmente. Cada persona que pasaba cerca sentía como si el aire subiera unos cuantos grados. —Hey, hey, tranquilo… —dijo con suavidad, hincándose frente a un pequeño niño de unos cinco años que lloraba desconsolado junto a un puesto de helados. El algodón quedó a un lado, olvidado mientras ella le ofrecía una sonrisa cálida—. ¿Te perdiste, pequeño sol? Intentó calmarlo sin invadir su espacio, extendiendo una mano con cuidado. Su temperatura era anormal, pero los niños, a veces, percibían eso como algo tranquilizador. Como una mamá gallina con su pollito. Entonces, alguien más se acercó. Un chico joven, cabello alborotado, mirada curiosa, pero con ese tipo de energía que vibra como una batería bien cargada. Aliona giró la cabeza y lo miró. Su ceja se alzó suavemente, como evaluando al recién llegado con ese descaro elegante que se heredaba sin querer de cierta celebridad humana antorcha. —¿Tú también viniste al rescate? —preguntó con una sonrisa de lado, divertida—. Parece que al menos alguien más notó el caos. Mientras juntos trataban de calmar al niño, apareció una pareja desesperada entre la multitud. Aliona se levantó al verlos y alzó la mano, llamando su atención. El reencuentro fue rápido, lleno de agradecimientos y lágrimas de alivio. Y cuando los padres se alejaron con el pequeño, la chica rubia se quedó en el mismo lugar, ahora con su algodón derretido en la mano y una expresión de ligera derrota. —Genial… ahora tengo jarabe rosa en toda la mano —resopló, sacudiéndose los dedos—. Aunque al menos valió la pena. Miró al chico otra vez, con un dejo de interés genuino. —¿Cómo te llamas, héroe de parque de diversiones? [T0MMY]
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