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Azuka 𝐈𝐬𝐡𝐭𝐚𝐫 Yokin
El combate con Akane — La Sombra y la Súcubo Azul
—Mis movimientos… si es que aún puedo llamarlos míos… no pertenecen a ninguna criatura cuerda.
Me deslizo, salto, giro, como una sombra sin dueño.
Como si mis huesos se hubieran vuelto humo y mis músculos relámpagos.
Me río.
Una risa rota, metálica, un eco de algo que nunca debería despertar en un cuerpo tan joven.
Al sonreír, mis colmillos atraviesan mis encías.
Puedo sentir la sangre caliente resbalarme por la lengua.
Y me gusta.
Mi sonrisa deja de ser humana.
Se convierte en una mueca desafiante, descontrolada, devoradora.
Le voy a arrancar la sonrisa a Akane.
Me lanzo hacia ella, veloz como una sombra en plena estampida.
Ella esquiva el primer ataque por apenas unos milímetros.
Nuestra mirada se cruza:
la mía, vacía y devoradora,
la suya, firme pero herida por lo que ve.
Esa fracción de segundo dura una eternidad.
Ataco otra vez.
Y otra.
Y otra.
Soy rápida, sí.
Letal, sí.
Pero predecible, como una bestia rabiosa sin cerebro.
Es entonces cuando Akane deja de contenerse.
Cuando revela el poder que ganó en su combate contra Azuka.
Ese combate que marcó a ambas.
Donde Akane arrancó un cuerno a su hermana y lo guardó como recordatorio.
Un recordatorio de lo que una cría Queen Ishtar es capaz de hacer:
Dominar.
Someter.
Destruir.
Amar.
Akane respira profundo y su cuerpo cambia.
Sus músculos se tensan.
Sus venas brillan bajo la piel.
Y de su frente surgen los dos cuernos azules que heredó de la emperatriz Sasha.
Su madre Yuna y su abuela comparten esa sangre.
Akane se alza ante mí como la Súcubo Azul.
Imponente.
Hermosa.
Peligrosa.
Pero no retrocede.
Me deja alcanzarla.
Mis uñas rasgan su piel.
Mis colmillos buscan su cuello.
Mi instinto ruge hambre, furia, caos.
La muerdo.
La araño.
Me aferro a ella queriendo desgarrar las arterias como un animal sin alma.
Y ella…
Me abraza.
Me sostiene.
Me arropa con sus alas azules.
Con sus brazos firmes.
Con su calor.
Con su fuerza.
Me acuna.
Me mece.
Me susurra.
Me besa la cabeza.
Y todo el odio se rompe como cristal.
Mi corazón se detiene un instante.
La sombra se deshace, humeante.
Mis garras se retraen.
Mi mandíbula tiembla.
Y sólo quedo yo.
Yo.
Lili.
Pequeña.
Humana.
Temblando entre los brazos de Akane.
Y lloro.
Lloro como si me desgarraran desde dentro.
Lloro toda la rabia, el miedo, la soledad, la mentira.
Lloro sobre su pecho mientras ella me presiona contra su corazón.
Cuando al fin levanto la mirada, con la voz más suave que jamás le he oído, me dice:
Akane:
No permitas NUNCA que nadie te vea llorar.
Y no permitas NUNCA que nadie te abrace así…
Tú no eres presa, Lili.
Eres hija de Reinas.
—Hace una pausa, me limpia la lágrima con su pulgar—
Sólo tus madres pueden abrazarte así…
Y yo.