• Pasaron semanas desde que empecé a buscar a mi hermano y mi historia. Fue solo tiempo perdido que me hace querer destrozar todo a mi paso.

    No conforme con el fracaso, he vuelto a la boca del lobo, a la mansión de mis "padres", en busca de la verdad, antes de ello recolecte inflamación por si se les ocurría mentirme. Mis investigaciones en internet solo confirmaron la brutalidad de la época: Un sistema podrido del que probablemente mi hermano formó parte.

    Finalmente, nos sentamos a "platicar". Mi madre me miraba con esa culpa y arrepentimiento tan típicos de ella, una sentimentalidad que me irrita. Mi padre, por otro lado, mantenía la misma mirada vacía y distante de siempre, teñida de un sutil desprecio.

    Yo, acostumbrada a su frialdad, rompí el silencio con irritación contenida, esforzándome por mantener la neutralidad:

    —Hablen. Y quiero la verdad. ¿Cómo llegué a su vida? ¿Por qué me recogieron?

    Mi madre, temblorosa, habló primero:

    —Tu padre y yo queríamos una bebé, pero sabrás que la procreación en nuestra especie es imposible.

    Mi padre la interrumpió de inmediato, con voz firme:

    —Por ese capricho de tu madre, decidimos buscar a alguien. Me negué al principio, pero su insistencia fue tanta que terminé aceptando con una condición: la huérfana nos serviría en el futuro. Como inmortales, yo me encargaría de asegurar esos intereses.

    Lo interrumpí sin importarme los modales:

    —Entonces, ¿fue tu idea condenarme a una vida de matrimonios por conveniencia?

    Mi padre respondió con total indiferencia:

    —Tú nos perteneces. Te compramos y te concedimos un don. No tienes más opción que obedecer el trato. Si lo rompes, tu vida acabará y tu hija ocupará tu puesto, Lianna. No sera difícil encontrar su paradero, después de todo le brindaste a tu madre suficiente información del padre y con su ayuda quizás lleguemos a un buen acuerdo.

    Ahora lo miraba con un odio puro. El desprecio de antes por su lejanía se transformó en repudio absoluto.

    El señor Benedetti continuó, levantándose para servirse una copa de vino con sangre:

    —Tenerte fue suerte, coincidencia o como quieras llamarlo. Eras apenas una recién nacida abandonada en las calles. Tu madre y yo decidimos llevarte con nosotros. A tu hermano, lo entregamos al sistema parroquial para que se encargan de el.

    Escuché la historia con sentimientos encontrados. Ya ni siquiera sabía cómo reaccionar. Pregunté por el nombre de aquel chico desconocido:

    —¿Recuerdan su nombre? —pregunté con cautela, queriendo saberlo todo sobre mi vida pasada.

    Mi madre respondió:

    —Recuerdo que el niño nos dijo que se llamaba Lian, y tú Lianna. No llevaban apellido. Hasta la fecha no sabemos nada de tu verdadera familia, cielo.

    Mi padre, con tono de fastidio, se alejó.

    —Tampoco veo la necesidad de preguntar. Él probablemente ya esté muerto, y los muertos no son nuestro problema. Somos los condenados a vivir por siempre los que importamos.

    Sus palabras fueron una losa de cemento sobre la poca esperanza que me quedaba. Mataron cualquier atisbo de ilusión con cada palabra.

    —Céntrate en las riquezas —ordenó mi "padre".

    —Olvídate del polvo del que vienes. Eres una Benedetti ahora.

    Me levanté del sofá sin decir nada una vez acabada toda la charla , los cabos sueltos aún seguían sin resolverse , luego les di la espalda y me retire.

    Han cerrado toda esperanza en mi. Ya no sé dónde buscar, y francamente, no perderé más tiempo en esto. Me concentraré en mi vida.
    A partir de ahora, solo soy una Benedetti que busca poder.

    Ignorando la molestia persistente por el rompecabezas sin armar, me dirigí a mi habitación en aquel castillo donde me crié.
    Pasaron semanas desde que empecé a buscar a mi hermano y mi historia. Fue solo tiempo perdido que me hace querer destrozar todo a mi paso. No conforme con el fracaso, he vuelto a la boca del lobo, a la mansión de mis "padres", en busca de la verdad, antes de ello recolecte inflamación por si se les ocurría mentirme. Mis investigaciones en internet solo confirmaron la brutalidad de la época: Un sistema podrido del que probablemente mi hermano formó parte. Finalmente, nos sentamos a "platicar". Mi madre me miraba con esa culpa y arrepentimiento tan típicos de ella, una sentimentalidad que me irrita. Mi padre, por otro lado, mantenía la misma mirada vacía y distante de siempre, teñida de un sutil desprecio. Yo, acostumbrada a su frialdad, rompí el silencio con irritación contenida, esforzándome por mantener la neutralidad: —Hablen. Y quiero la verdad. ¿Cómo llegué a su vida? ¿Por qué me recogieron? Mi madre, temblorosa, habló primero: —Tu padre y yo queríamos una bebé, pero sabrás que la procreación en nuestra especie es imposible. Mi padre la interrumpió de inmediato, con voz firme: —Por ese capricho de tu madre, decidimos buscar a alguien. Me negué al principio, pero su insistencia fue tanta que terminé aceptando con una condición: la huérfana nos serviría en el futuro. Como inmortales, yo me encargaría de asegurar esos intereses. Lo interrumpí sin importarme los modales: —Entonces, ¿fue tu idea condenarme a una vida de matrimonios por conveniencia? Mi padre respondió con total indiferencia: —Tú nos perteneces. Te compramos y te concedimos un don. No tienes más opción que obedecer el trato. Si lo rompes, tu vida acabará y tu hija ocupará tu puesto, Lianna. No sera difícil encontrar su paradero, después de todo le brindaste a tu madre suficiente información del padre y con su ayuda quizás lleguemos a un buen acuerdo. Ahora lo miraba con un odio puro. El desprecio de antes por su lejanía se transformó en repudio absoluto. El señor Benedetti continuó, levantándose para servirse una copa de vino con sangre: —Tenerte fue suerte, coincidencia o como quieras llamarlo. Eras apenas una recién nacida abandonada en las calles. Tu madre y yo decidimos llevarte con nosotros. A tu hermano, lo entregamos al sistema parroquial para que se encargan de el. Escuché la historia con sentimientos encontrados. Ya ni siquiera sabía cómo reaccionar. Pregunté por el nombre de aquel chico desconocido: —¿Recuerdan su nombre? —pregunté con cautela, queriendo saberlo todo sobre mi vida pasada. Mi madre respondió: —Recuerdo que el niño nos dijo que se llamaba Lian, y tú Lianna. No llevaban apellido. Hasta la fecha no sabemos nada de tu verdadera familia, cielo. Mi padre, con tono de fastidio, se alejó. —Tampoco veo la necesidad de preguntar. Él probablemente ya esté muerto, y los muertos no son nuestro problema. Somos los condenados a vivir por siempre los que importamos. Sus palabras fueron una losa de cemento sobre la poca esperanza que me quedaba. Mataron cualquier atisbo de ilusión con cada palabra. —Céntrate en las riquezas —ordenó mi "padre". —Olvídate del polvo del que vienes. Eres una Benedetti ahora. Me levanté del sofá sin decir nada una vez acabada toda la charla , los cabos sueltos aún seguían sin resolverse , luego les di la espalda y me retire. Han cerrado toda esperanza en mi. Ya no sé dónde buscar, y francamente, no perderé más tiempo en esto. Me concentraré en mi vida. A partir de ahora, solo soy una Benedetti que busca poder. Ignorando la molestia persistente por el rompecabezas sin armar, me dirigí a mi habitación en aquel castillo donde me crié.
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    La advertencia de Arc

    Cuando por fin me alejo del jardín y de la risa de Ryu, un silencio extraño me envuelve.
    No el silencio de Veythra.
    Otro.
    Más profundo.
    Más viejo.

    —Lili…

    La voz no viene de ningún lado.
    Viene de dentro.
    De esa parte de mi alma donde Arc dejó siempre un hilo de luz desde el Jardín de las Visiones.

    Su tono no es cálido esta vez.
    Es… decepcionado.

    —El eclipse de sol se aproxima. Y no trae augurios de amor… sino de ruptura.
    —Arc… —susurro, sintiendo un nudo formarse en mi garganta.
    —Si no dominas a Veythra antes de que el sol cubra a la luna… el Caos encontrará un canal. Y ese canal… serás tú.

    Mi respiración se corta.

    —No puedo dejar que pase eso…
    —Entonces levántate, pequeña Umbrélun. Antes de que la luz se fracture.

    La conexión se apaga.
    Y yo corro.


    ---

    Akane… desaparecida de nuevo

    Voy directa hacia sus aposentos, casi tropezando en cada escalón, porque todo el peso de la advertencia se ha convertido en una presión insoportable en mi pecho.

    Empujo la puerta.
    Nada.
    Ni rastro.
    Ni aroma.
    Ni sombra.

    —Akane…
    —Akane, por favor…

    El vacío me responde.

    Otra vez.

    La habitación está perfectamente ordenada.
    Demasiado.
    Como si nunca hubiese estado allí.

    Y esa pequeña punzada en mi pecho, la de siempre, vuelve a clavarse:
    me ha dejado sola otra vez.

    Mi garganta se quiebra.

    —Ya basta… —susurro, pero no sé si hablo de Akane, de Veythra, del eclipse, o de mí misma.

    La segunda punzada llega sin avisar.
    Las lágrimas.

    Primero una.
    Luego todas.

    No quiero llorar.
    No quiero.
    Pero me siento como una niña abandonada en medio de un templo vacío, con un arma que me odia y un destino que no pedí.

    Me cubro la cara con las manos y dejo que salga todo lo que duele.


    ---

    La mirada de Ryu

    No escucho cuando entra.
    No siento su paso.
    Ryu siempre fue así: aparece como una sombra, pero una sombra cálida… y peligrosa.

    Cuando por fin levanto la mirada, ella está allí.
    Apoyada en el marco de la puerta, los brazos cruzados.
    Su sonrisa pequeña.
    Sus colmillos asomando justo lo justo como para dar miedo y ternura.
    Esos ojos dorados.
    Esos ojos que siempre me ven entera.

    Siempre me observa.
    Siempre.

    Pero esta vez no me observa a mí sola.

    También mira a Veythra, que tiembla suavemente dentro de la vaina, como si quisiera salir a desgarrar el aire.

    Un brillo pasa por los ojos de Ryu.
    Una mezcla de advertencia… y fascinación.
    Ella lo siente.
    Siente a la espada.
    Y siente cómo la espada me altera a mí.

    Yo aprieto los puños.
    No quiero entrenar.
    No quiero ver a nadie.
    No quiero cargar todo esto otra vez.

    Me levanto de golpe, sin mirarla.

    —¡No quiero saber nada!
    Ni de Akane… ni de Veythra… ¡ni de nadie!

    Camino rápido, casi corriendo.
    Veythra vibra furiosa con cada paso, como si se quejara, como si quisiera hablar, como si disfrutara mi descontrol.

    Pero Ryu no se mueve.

    No intenta detenerme.

    Solo me sigue con la mirada…
    su sonrisa ladeada…
    y una preocupación oculta en la curva de sus ojos.

    Porque Ryu sabe.

    Sabe más que yo misma.

    Sabe que cuando Veythra vibra, algo dentro de mí vibra también.
    Y que si yo me rompo…
    la espada encontrará la grieta.

    Y el Caos…
    sonríe desde dentro.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La advertencia de Arc Cuando por fin me alejo del jardín y de la risa de Ryu, un silencio extraño me envuelve. No el silencio de Veythra. Otro. Más profundo. Más viejo. —Lili… La voz no viene de ningún lado. Viene de dentro. De esa parte de mi alma donde Arc dejó siempre un hilo de luz desde el Jardín de las Visiones. Su tono no es cálido esta vez. Es… decepcionado. —El eclipse de sol se aproxima. Y no trae augurios de amor… sino de ruptura. —Arc… —susurro, sintiendo un nudo formarse en mi garganta. —Si no dominas a Veythra antes de que el sol cubra a la luna… el Caos encontrará un canal. Y ese canal… serás tú. Mi respiración se corta. —No puedo dejar que pase eso… —Entonces levántate, pequeña Umbrélun. Antes de que la luz se fracture. La conexión se apaga. Y yo corro. --- Akane… desaparecida de nuevo Voy directa hacia sus aposentos, casi tropezando en cada escalón, porque todo el peso de la advertencia se ha convertido en una presión insoportable en mi pecho. Empujo la puerta. Nada. Ni rastro. Ni aroma. Ni sombra. —Akane… —Akane, por favor… El vacío me responde. Otra vez. La habitación está perfectamente ordenada. Demasiado. Como si nunca hubiese estado allí. Y esa pequeña punzada en mi pecho, la de siempre, vuelve a clavarse: me ha dejado sola otra vez. Mi garganta se quiebra. —Ya basta… —susurro, pero no sé si hablo de Akane, de Veythra, del eclipse, o de mí misma. La segunda punzada llega sin avisar. Las lágrimas. Primero una. Luego todas. No quiero llorar. No quiero. Pero me siento como una niña abandonada en medio de un templo vacío, con un arma que me odia y un destino que no pedí. Me cubro la cara con las manos y dejo que salga todo lo que duele. --- La mirada de Ryu No escucho cuando entra. No siento su paso. Ryu siempre fue así: aparece como una sombra, pero una sombra cálida… y peligrosa. Cuando por fin levanto la mirada, ella está allí. Apoyada en el marco de la puerta, los brazos cruzados. Su sonrisa pequeña. Sus colmillos asomando justo lo justo como para dar miedo y ternura. Esos ojos dorados. Esos ojos que siempre me ven entera. Siempre me observa. Siempre. Pero esta vez no me observa a mí sola. También mira a Veythra, que tiembla suavemente dentro de la vaina, como si quisiera salir a desgarrar el aire. Un brillo pasa por los ojos de Ryu. Una mezcla de advertencia… y fascinación. Ella lo siente. Siente a la espada. Y siente cómo la espada me altera a mí. Yo aprieto los puños. No quiero entrenar. No quiero ver a nadie. No quiero cargar todo esto otra vez. Me levanto de golpe, sin mirarla. —¡No quiero saber nada! Ni de Akane… ni de Veythra… ¡ni de nadie! Camino rápido, casi corriendo. Veythra vibra furiosa con cada paso, como si se quejara, como si quisiera hablar, como si disfrutara mi descontrol. Pero Ryu no se mueve. No intenta detenerme. Solo me sigue con la mirada… su sonrisa ladeada… y una preocupación oculta en la curva de sus ojos. Porque Ryu sabe. Sabe más que yo misma. Sabe que cuando Veythra vibra, algo dentro de mí vibra también. Y que si yo me rompo… la espada encontrará la grieta. Y el Caos… sonríe desde dentro.
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    La advertencia de Arc

    Cuando por fin me alejo del jardín y de la risa de Ryu, un silencio extraño me envuelve.
    No el silencio de Veythra.
    Otro.
    Más profundo.
    Más viejo.

    —Lili…

    La voz no viene de ningún lado.
    Viene de dentro.
    De esa parte de mi alma donde Arc dejó siempre un hilo de luz desde el Jardín de las Visiones.

    Su tono no es cálido esta vez.
    Es… decepcionado.

    —El eclipse de sol se aproxima. Y no trae augurios de amor… sino de ruptura.
    —Arc… —susurro, sintiendo un nudo formarse en mi garganta.
    —Si no dominas a Veythra antes de que el sol cubra a la luna… el Caos encontrará un canal. Y ese canal… serás tú.

    Mi respiración se corta.

    —No puedo dejar que pase eso…
    —Entonces levántate, pequeña Umbrélun. Antes de que la luz se fracture.

    La conexión se apaga.
    Y yo corro.


    ---

    Akane… desaparecida de nuevo

    Voy directa hacia sus aposentos, casi tropezando en cada escalón, porque todo el peso de la advertencia se ha convertido en una presión insoportable en mi pecho.

    Empujo la puerta.
    Nada.
    Ni rastro.
    Ni aroma.
    Ni sombra.

    —Akane…
    —Akane, por favor…

    El vacío me responde.

    Otra vez.

    La habitación está perfectamente ordenada.
    Demasiado.
    Como si nunca hubiese estado allí.

    Y esa pequeña punzada en mi pecho, la de siempre, vuelve a clavarse:
    me ha dejado sola otra vez.

    Mi garganta se quiebra.

    —Ya basta… —susurro, pero no sé si hablo de Akane, de Veythra, del eclipse, o de mí misma.

    La segunda punzada llega sin avisar.
    Las lágrimas.

    Primero una.
    Luego todas.

    No quiero llorar.
    No quiero.
    Pero me siento como una niña abandonada en medio de un templo vacío, con un arma que me odia y un destino que no pedí.

    Me cubro la cara con las manos y dejo que salga todo lo que duele.


    ---

    La mirada de Ryu

    No escucho cuando entra.
    No siento su paso.
    Ryu siempre fue así: aparece como una sombra, pero una sombra cálida… y peligrosa.

    Cuando por fin levanto la mirada, ella está allí.
    Apoyada en el marco de la puerta, los brazos cruzados.
    Su sonrisa pequeña.
    Sus colmillos asomando justo lo justo como para dar miedo y ternura.
    Esos ojos dorados.
    Esos ojos que siempre me ven entera.

    Siempre me observa.
    Siempre.

    Pero esta vez no me observa a mí sola.

    También mira a Veythra, que tiembla suavemente dentro de la vaina, como si quisiera salir a desgarrar el aire.

    Un brillo pasa por los ojos de Ryu.
    Una mezcla de advertencia… y fascinación.
    Ella lo siente.
    Siente a la espada.
    Y siente cómo la espada me altera a mí.

    Yo aprieto los puños.
    No quiero entrenar.
    No quiero ver a nadie.
    No quiero cargar todo esto otra vez.

    Me levanto de golpe, sin mirarla.

    —¡No quiero saber nada!
    Ni de Akane… ni de Veythra… ¡ni de nadie!

    Camino rápido, casi corriendo.
    Veythra vibra furiosa con cada paso, como si se quejara, como si quisiera hablar, como si disfrutara mi descontrol.

    Pero Ryu no se mueve.

    No intenta detenerme.

    Solo me sigue con la mirada…
    su sonrisa ladeada…
    y una preocupación oculta en la curva de sus ojos.

    Porque Ryu sabe.

    Sabe más que yo misma.

    Sabe que cuando Veythra vibra, algo dentro de mí vibra también.
    Y que si yo me rompo…
    la espada encontrará la grieta.

    Y el Caos…
    sonríe desde dentro.
    Me entristece
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    La advertencia de Arc

    Cuando por fin me alejo del jardín y de la risa de Ryu, un silencio extraño me envuelve.
    No el silencio de Veythra.
    Otro.
    Más profundo.
    Más viejo.

    —Lili…

    La voz no viene de ningún lado.
    Viene de dentro.
    De esa parte de mi alma donde Arc dejó siempre un hilo de luz desde el Jardín de las Visiones.

    Su tono no es cálido esta vez.
    Es… decepcionado.

    —El eclipse de sol se aproxima. Y no trae augurios de amor… sino de ruptura.
    —Arc… —susurro, sintiendo un nudo formarse en mi garganta.
    —Si no dominas a Veythra antes de que el sol cubra a la luna… el Caos encontrará un canal. Y ese canal… serás tú.

    Mi respiración se corta.

    —No puedo dejar que pase eso…
    —Entonces levántate, pequeña Umbrélun. Antes de que la luz se fracture.

    La conexión se apaga.
    Y yo corro.


    ---

    Akane… desaparecida de nuevo

    Voy directa hacia sus aposentos, casi tropezando en cada escalón, porque todo el peso de la advertencia se ha convertido en una presión insoportable en mi pecho.

    Empujo la puerta.
    Nada.
    Ni rastro.
    Ni aroma.
    Ni sombra.

    —Akane…
    —Akane, por favor…

    El vacío me responde.

    Otra vez.

    La habitación está perfectamente ordenada.
    Demasiado.
    Como si nunca hubiese estado allí.

    Y esa pequeña punzada en mi pecho, la de siempre, vuelve a clavarse:
    me ha dejado sola otra vez.

    Mi garganta se quiebra.

    —Ya basta… —susurro, pero no sé si hablo de Akane, de Veythra, del eclipse, o de mí misma.

    La segunda punzada llega sin avisar.
    Las lágrimas.

    Primero una.
    Luego todas.

    No quiero llorar.
    No quiero.
    Pero me siento como una niña abandonada en medio de un templo vacío, con un arma que me odia y un destino que no pedí.

    Me cubro la cara con las manos y dejo que salga todo lo que duele.


    ---

    La mirada de Ryu

    No escucho cuando entra.
    No siento su paso.
    Ryu siempre fue así: aparece como una sombra, pero una sombra cálida… y peligrosa.

    Cuando por fin levanto la mirada, ella está allí.
    Apoyada en el marco de la puerta, los brazos cruzados.
    Su sonrisa pequeña.
    Sus colmillos asomando justo lo justo como para dar miedo y ternura.
    Esos ojos dorados.
    Esos ojos que siempre me ven entera.

    Siempre me observa.
    Siempre.

    Pero esta vez no me observa a mí sola.

    También mira a Veythra, que tiembla suavemente dentro de la vaina, como si quisiera salir a desgarrar el aire.

    Un brillo pasa por los ojos de Ryu.
    Una mezcla de advertencia… y fascinación.
    Ella lo siente.
    Siente a la espada.
    Y siente cómo la espada me altera a mí.

    Yo aprieto los puños.
    No quiero entrenar.
    No quiero ver a nadie.
    No quiero cargar todo esto otra vez.

    Me levanto de golpe, sin mirarla.

    —¡No quiero saber nada!
    Ni de Akane… ni de Veythra… ¡ni de nadie!

    Camino rápido, casi corriendo.
    Veythra vibra furiosa con cada paso, como si se quejara, como si quisiera hablar, como si disfrutara mi descontrol.

    Pero Ryu no se mueve.

    No intenta detenerme.

    Solo me sigue con la mirada…
    su sonrisa ladeada…
    y una preocupación oculta en la curva de sus ojos.

    Porque Ryu sabe.

    Sabe más que yo misma.

    Sabe que cuando Veythra vibra, algo dentro de mí vibra también.
    Y que si yo me rompo…
    la espada encontrará la grieta.

    Y el Caos…
    sonríe desde dentro.
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  • NUEVA ORLEANS — DOS DÍAS DESPUÉS
    Fandom Resident evil y hazbin hotel
    Categoría Acción
    El aire era espeso, húmedo, cargado de jazz callejero mezclado con conversaciones, carcajadas y algo más oscuro que reptaba entre las sombras como un eco antiguo. Camino por las calles angostas, observando altares improvisados, murales de vudú, collares de cuentas colgando de los balcones.

    Cada paso parecía más… dirigido.
    Como si alguien—o algo—empujara sus talones.

    Lleguo a un barrio viejo, casi abandonado, donde los turistas no entraban. El suelo estaba húmedo por una lluvia que no recordaba haber visto caer. Un farol parpadeaba.

    Y entonces la radio en su bolsillo cobró vida.
    La estática no era normal; tenía ritmo… tenía intención.

    La saco y lo levanto a la altura del casco de una motocicleta abandonada.

    —Bien… ya estoy aquí —dijo, mirando la calle vacía frente a mí—. Nueva Orleans, como pediste.
    Así que dime…
    Se quedo quieto, sintiendo cómo un escalofrío subía por su columna.

    —¿Estoy caliente… o frío?

    ꧁༒☬𝓐𝓛𝓐𝓢𝓣𝓞𝓡 𝓡𝓔𝓓 𝓓𝓔𝓜𝓞𝓝 𝓞𝓥𝓔𝓡𝓛𝓞𝓡𝓓☬༒꧂
    El aire era espeso, húmedo, cargado de jazz callejero mezclado con conversaciones, carcajadas y algo más oscuro que reptaba entre las sombras como un eco antiguo. Camino por las calles angostas, observando altares improvisados, murales de vudú, collares de cuentas colgando de los balcones. Cada paso parecía más… dirigido. Como si alguien—o algo—empujara sus talones. Lleguo a un barrio viejo, casi abandonado, donde los turistas no entraban. El suelo estaba húmedo por una lluvia que no recordaba haber visto caer. Un farol parpadeaba. Y entonces la radio en su bolsillo cobró vida. La estática no era normal; tenía ritmo… tenía intención. La saco y lo levanto a la altura del casco de una motocicleta abandonada. —Bien… ya estoy aquí —dijo, mirando la calle vacía frente a mí—. Nueva Orleans, como pediste. Así que dime… Se quedo quieto, sintiendo cómo un escalofrío subía por su columna. —¿Estoy caliente… o frío? [Alastor_rabbit]
    Tipo
    Individual
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  • Acabo de encontrar a esta cria de ardilla abandonada... No sé si podré cuidarla al estar solita sin un macho a mi lado.
    Acabo de encontrar a esta cria de ardilla abandonada... No sé si podré cuidarla al estar solita sin un macho a mi lado.
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  • El nombre del cadáver.
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    ⊹┈┈┈┈┈┈⊹
    ⤷ 𝒓𝒐𝒍 𝒂𝒃𝒊𝒆𝒓𝒕𝒐 / 𝒍𝒊𝒃𝒓𝒆 / 𝒑𝒂𝒓𝒂 𝒄𝒖𝒂𝒍𝒒𝒖𝒊𝒆𝒓𝒂
    ⊹┈┈┈┈┈┈⊹


    En una de sus tantas caminatas que solía hacer para despejar su mente, había conseguido entre varios árboles una pequeña capilla abandonada, la cual se convertiría en su refugio y en su escondite. Allí se encontraba en ese preciso momento, realmente agotado, debido a que esta última ‘cacería’ había sido algo difícil, inesperada, improvisada. Se encontraba sentado fumándose un cigarro, restándole importancia a las manchas de sangre de sus manos, rostro y ropa, manchando bajo su tacto la madera polvorienta de las bancas del recinto y corrompiendo solo con su simple presencia lo sagrado que quedaba en aquel lugar.

    Alzó su mirada hacia la gran figura en la cruz que estaba en todo el centro, como si esperara algún devoto para que le rezara. Eunwoo no era devoto, pero tuvo una conversación con aquella imagen.

    —Hubiese sido más fácil matarme que tener que vivir de esta forma. Sé que estoy condenado… condenado a vivir solo y escondido como la especie de monstruo que tú creaste y que todos temen. Si tan solo me hubiera convertido en un asesino a sueldo, en vez de ser un caníbal al que le gusta pintar, tal vez sería más aceptado, o por lo menos por un grupo de gente que trabaja para la corrupción a gran escala sin que les importe quién se mancha las manos— Su tono y actitud eran serenos, hablaba pausado como si nada perturbara su voz, aunque sabía que dentro de él podía esconder una gran carga de ira y agresividad, desde aquel incidente no se había podido quitar la culpa de encima y fue la primera vez que se cuestionó su sangrienta naturaleza -dando inicio a una vida torturada-.

    Al terminar un cigarro encendía otro, años anteriores vivía un poco más en conflicto consigo mismo y con el mundo, ahora y en este punto el dolor se había convertido en ironía, por eso se escapa allí a esa capilla, uno de los pocos lugares que conocía sus secretos y ocultaba la sangre en las manchas de moho, polvo y tierra del lugar. ¿Cuántos otros pecados más estarían resguardados entre las agrietadas paredes?

    Tal vez su vida fuese más interesante si estuviese siendo perseguido, pero eso de ser un asesino en serie nunca se le dió, su lado artístico le tomaba una buena parte de su tiempo y su ser meticuloso, asqueado con facilidad por el resto de la raza humana, lo hacía ser tan selectivo con sus presas que aquellas desapariciones pasaban inadvertidas con el tiempo, sobretodo porque siempre buscaba personas igual de solitarias que él. O personas que deseaban morir.

    Si se comiera a alguien importante, su vida definitivamente correría una adrenalina inigualable, pero no estaba seguro de querer arriesgarse, tal vez más adelante cuando el poco sentido que le veía a la vida se le terminara de esfumar.

    —Uhm… Todavía estoy a tiempo de convertirme en uno de ellos, si me como a algunas víctimas a nadie le importaría— Seguía divagando observando el humo, dejando que las colillas cayeran sobre la vieja madera. Volteó a un costado y allí se encontraba aquel cuerpo inerte, todos esos pensamientos surgían a raíz de esa persona que yacía a unos pocos pasos a su lado, considerando todas las posibilidades.

    ¿A quién engañaba realmente?

    Sabía que había cometido un error, su descuido lo hizo tomarse del cabello y apoyar su frente del respaldo de la banca siguiente, gruñendo con frustración sin dejar que se convirtiera en un grito. Se pasó las manos por el rostro, ya no le importaba si se manchaba más de sangre, colilla y polvo, le crecía el estrés al reconocer su equivocación, pues jamás le había pasado eso. Jamás. Aún así, por más complicada que estuviese una situación, sabía mantener la calma y resolver impecablemente, así que esta vez no sería la excepción, ¿cierto…?

    Por primera vez en su vida no sabía a quién había asesinado.
    ⊹┈┈┈🩸♰🩸┈┈┈⊹ ⤷ 𝒓𝒐𝒍 𝒂𝒃𝒊𝒆𝒓𝒕𝒐 / 𝒍𝒊𝒃𝒓𝒆 / 𝒑𝒂𝒓𝒂 𝒄𝒖𝒂𝒍𝒒𝒖𝒊𝒆𝒓𝒂 ⊹┈┈┈🩸♰🩸┈┈┈⊹ En una de sus tantas caminatas que solía hacer para despejar su mente, había conseguido entre varios árboles una pequeña capilla abandonada, la cual se convertiría en su refugio y en su escondite. Allí se encontraba en ese preciso momento, realmente agotado, debido a que esta última ‘cacería’ había sido algo difícil, inesperada, improvisada. Se encontraba sentado fumándose un cigarro, restándole importancia a las manchas de sangre de sus manos, rostro y ropa, manchando bajo su tacto la madera polvorienta de las bancas del recinto y corrompiendo solo con su simple presencia lo sagrado que quedaba en aquel lugar. Alzó su mirada hacia la gran figura en la cruz que estaba en todo el centro, como si esperara algún devoto para que le rezara. Eunwoo no era devoto, pero tuvo una conversación con aquella imagen. —Hubiese sido más fácil matarme que tener que vivir de esta forma. Sé que estoy condenado… condenado a vivir solo y escondido como la especie de monstruo que tú creaste y que todos temen. Si tan solo me hubiera convertido en un asesino a sueldo, en vez de ser un caníbal al que le gusta pintar, tal vez sería más aceptado, o por lo menos por un grupo de gente que trabaja para la corrupción a gran escala sin que les importe quién se mancha las manos— Su tono y actitud eran serenos, hablaba pausado como si nada perturbara su voz, aunque sabía que dentro de él podía esconder una gran carga de ira y agresividad, desde aquel incidente no se había podido quitar la culpa de encima y fue la primera vez que se cuestionó su sangrienta naturaleza -dando inicio a una vida torturada-. Al terminar un cigarro encendía otro, años anteriores vivía un poco más en conflicto consigo mismo y con el mundo, ahora y en este punto el dolor se había convertido en ironía, por eso se escapa allí a esa capilla, uno de los pocos lugares que conocía sus secretos y ocultaba la sangre en las manchas de moho, polvo y tierra del lugar. ¿Cuántos otros pecados más estarían resguardados entre las agrietadas paredes? Tal vez su vida fuese más interesante si estuviese siendo perseguido, pero eso de ser un asesino en serie nunca se le dió, su lado artístico le tomaba una buena parte de su tiempo y su ser meticuloso, asqueado con facilidad por el resto de la raza humana, lo hacía ser tan selectivo con sus presas que aquellas desapariciones pasaban inadvertidas con el tiempo, sobretodo porque siempre buscaba personas igual de solitarias que él. O personas que deseaban morir. Si se comiera a alguien importante, su vida definitivamente correría una adrenalina inigualable, pero no estaba seguro de querer arriesgarse, tal vez más adelante cuando el poco sentido que le veía a la vida se le terminara de esfumar. —Uhm… Todavía estoy a tiempo de convertirme en uno de ellos, si me como a algunas víctimas a nadie le importaría— Seguía divagando observando el humo, dejando que las colillas cayeran sobre la vieja madera. Volteó a un costado y allí se encontraba aquel cuerpo inerte, todos esos pensamientos surgían a raíz de esa persona que yacía a unos pocos pasos a su lado, considerando todas las posibilidades. ¿A quién engañaba realmente? Sabía que había cometido un error, su descuido lo hizo tomarse del cabello y apoyar su frente del respaldo de la banca siguiente, gruñendo con frustración sin dejar que se convirtiera en un grito. Se pasó las manos por el rostro, ya no le importaba si se manchaba más de sangre, colilla y polvo, le crecía el estrés al reconocer su equivocación, pues jamás le había pasado eso. Jamás. Aún así, por más complicada que estuviese una situación, sabía mantener la calma y resolver impecablemente, así que esta vez no sería la excepción, ¿cierto…? Por primera vez en su vida no sabía a quién había asesinado.
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  • 𝗬𝗼。。。 𝗱𝗲𝘀𝗲𝗼。。。
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    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ≻〉 Kazuha 〈≺

    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ═──────────────═

    Llevaba mucho tiempo pensando lo mismo, desde el momento en que todo empezó a desmoronarse lentamente a su alrededor. El instante que su hermano simplemente desapareció. Se esfumó como si nunca hubiera existido, pero eso era imposible, él lo vio crecer mientras intentaba ser un buen hermano mayor, tenía demasiadas memorias con Leigh como para siquiera considerar el hecho que todo pudo ser imaginación o un sueño. No lo era. Entonces, ¿por qué a veces se sentía así? Era incómodo y desagradable.

    Esa noche, mientras terminaba de escanear algunos productos y colocarlos en bolsas para una cliente, algo llegó a él como si fuera una señal. O tal vez era más del montón de información que obtenía sin preguntar.

    —Pedí un deseo. Se cumplió al instante. —dijo la mujer con una sonrisa en el rostro, como si acaso estuviera revelando el secreto del universo.— Ahora nadie puede tocarme, en ningún sentido, a menos que yo lo decida.

    —Maravilloso. —dijo Demian con un tono que denotaba su desinterés.— Son trescien-

    —Tu deberías pedir un deseo y salir de esta tienda de mala muerte. Tienes que ver a Kazuha. —ella interrumpió enseguida, mirándolo con un destello cómplice en sus ojos.— ¿Sabes de la mansión abandonada en el barrio casi llegando a las afueras de la ciudad? Ve allí, podrás encontrarla sin problema. Solo asegúrate de saber bien lo que quieres.

    El chico se quedó en silencio, sin saber si la mujer estaba delirando o si decía la verdad. Juzgando por su expresión y palabras seguras, quizás era verdad. Pero la parte escéptica de él le decía que nadie ni nada podría cumplir aquello que deseaba en ese momento. A pesar de eso, se permitió dudar.

    —Gracias, lo pensaré. Son trescien-

    —Quédate con el cambio. —volvió a interrumpirlo mientras le dejó un billete de valor más grande del necesario. Luego ella tomó las bolsas y se retiró en silencio. Un silencio que pareció ensimismarse en Demian como una presencia que buscaba hacerlo perder el aliento. Por un momento casi lo logró, pero el joven inmediatamente borró cualquier pensamiento que pudiera alimentar esa sensación y guardó el billete en la caja registradora.

    El resto de su turno mantuvo su mente ocupada con lo que fuese, incluso aferrándose a lo que sea que los clientes le decían cuando llegaba el momento de pagar. La idea de ir a esa mansión, sin embargo, volvía de forma constante y molesta. Al final, terminando su turno, ya era de mañana, el sol ya alumbrando gran parte de las áreas de la ciudad, y de nuevo la vocecita en su cabeza "La mansión a las afueras. Un deseo."

    Chasqueó la lengua, estaba agotado, pero conociéndose no iba a dormir hasta ir a ese bendito lugar. Ya empezaba a entender porqué las personas fumaban una cajetilla de cigarrillos al día o más.

    Al salir de la tienda, con su chaqueta puesta, miró su skate que tenía en mano. Aunque lo usaba para ir de un lado a otro en la mayoría de los casos, iba a tardarse mucho en llegar al lugar, por lo que optó por pedir un taxi. Para su mala suerte, el conductor le dijo que solamente iba hasta cierto punto, no lo dejaría en la puerta de la mansión. Demian aceptó de todas maneras.

    Durante el viaje pensó en muchas cosas, en lo que podría pedir además de querer que su hermano volviera, el pensar que habría alguna clase de trampa o que era solo una estafa. Hoy en día cualquiera podía pretender hacer o ser lo que sea. "Pedí un deseo. Se cumplió al instante", resonó la voz de la cliente en su cabeza. De nuevo, ¿era verdad o solo exageración?

    —Ya llegamos. —el hombre lo sacó abruptamente de su mente al hablar y el chico se apresuró a pagar antes de bajarse. Una vez pisó suelo, se fijó en el camino. Calles y veredas no muy lisas. Ahí tampoco iba a servir el skate a menos que quisiera caerse de cara al suelo. Suspiró y emprendió camino, con una sensación de ser el único en el área.

    —Esto es una idiotez, no debí haber venido. —murmuró para sí mismo tras llegar a la entrada, divisando la mansión que, efectivamente, se veía abandonada y sin nadie dentro. Lo había estado por años y años según escuchó. Mordió su labio inferior antes de continuar hasta la puerta principal. Allí se quedó. ¿Debía tocar? ¿Pasar sin más?

    —Como si alguien estuviera aquí... Ya qué. —volvió a hablar por lo bajo antes de levantar su mano libre, la izquierda, y mover el tocador de la puerta para anunciarse.
    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ≻〉 [K4zuha]〈≺ ㅤㅤㅤㅤㅤㅤ═──────────────═ Llevaba mucho tiempo pensando lo mismo, desde el momento en que todo empezó a desmoronarse lentamente a su alrededor. El instante que su hermano simplemente desapareció. Se esfumó como si nunca hubiera existido, pero eso era imposible, él lo vio crecer mientras intentaba ser un buen hermano mayor, tenía demasiadas memorias con Leigh como para siquiera considerar el hecho que todo pudo ser imaginación o un sueño. No lo era. Entonces, ¿por qué a veces se sentía así? Era incómodo y desagradable. Esa noche, mientras terminaba de escanear algunos productos y colocarlos en bolsas para una cliente, algo llegó a él como si fuera una señal. O tal vez era más del montón de información que obtenía sin preguntar. —Pedí un deseo. Se cumplió al instante. —dijo la mujer con una sonrisa en el rostro, como si acaso estuviera revelando el secreto del universo.— Ahora nadie puede tocarme, en ningún sentido, a menos que yo lo decida. —Maravilloso. —dijo Demian con un tono que denotaba su desinterés.— Son trescien- —Tu deberías pedir un deseo y salir de esta tienda de mala muerte. Tienes que ver a Kazuha. —ella interrumpió enseguida, mirándolo con un destello cómplice en sus ojos.— ¿Sabes de la mansión abandonada en el barrio casi llegando a las afueras de la ciudad? Ve allí, podrás encontrarla sin problema. Solo asegúrate de saber bien lo que quieres. El chico se quedó en silencio, sin saber si la mujer estaba delirando o si decía la verdad. Juzgando por su expresión y palabras seguras, quizás era verdad. Pero la parte escéptica de él le decía que nadie ni nada podría cumplir aquello que deseaba en ese momento. A pesar de eso, se permitió dudar. —Gracias, lo pensaré. Son trescien- —Quédate con el cambio. —volvió a interrumpirlo mientras le dejó un billete de valor más grande del necesario. Luego ella tomó las bolsas y se retiró en silencio. Un silencio que pareció ensimismarse en Demian como una presencia que buscaba hacerlo perder el aliento. Por un momento casi lo logró, pero el joven inmediatamente borró cualquier pensamiento que pudiera alimentar esa sensación y guardó el billete en la caja registradora. El resto de su turno mantuvo su mente ocupada con lo que fuese, incluso aferrándose a lo que sea que los clientes le decían cuando llegaba el momento de pagar. La idea de ir a esa mansión, sin embargo, volvía de forma constante y molesta. Al final, terminando su turno, ya era de mañana, el sol ya alumbrando gran parte de las áreas de la ciudad, y de nuevo la vocecita en su cabeza "La mansión a las afueras. Un deseo." Chasqueó la lengua, estaba agotado, pero conociéndose no iba a dormir hasta ir a ese bendito lugar. Ya empezaba a entender porqué las personas fumaban una cajetilla de cigarrillos al día o más. Al salir de la tienda, con su chaqueta puesta, miró su skate que tenía en mano. Aunque lo usaba para ir de un lado a otro en la mayoría de los casos, iba a tardarse mucho en llegar al lugar, por lo que optó por pedir un taxi. Para su mala suerte, el conductor le dijo que solamente iba hasta cierto punto, no lo dejaría en la puerta de la mansión. Demian aceptó de todas maneras. Durante el viaje pensó en muchas cosas, en lo que podría pedir además de querer que su hermano volviera, el pensar que habría alguna clase de trampa o que era solo una estafa. Hoy en día cualquiera podía pretender hacer o ser lo que sea. "Pedí un deseo. Se cumplió al instante", resonó la voz de la cliente en su cabeza. De nuevo, ¿era verdad o solo exageración? —Ya llegamos. —el hombre lo sacó abruptamente de su mente al hablar y el chico se apresuró a pagar antes de bajarse. Una vez pisó suelo, se fijó en el camino. Calles y veredas no muy lisas. Ahí tampoco iba a servir el skate a menos que quisiera caerse de cara al suelo. Suspiró y emprendió camino, con una sensación de ser el único en el área. —Esto es una idiotez, no debí haber venido. —murmuró para sí mismo tras llegar a la entrada, divisando la mansión que, efectivamente, se veía abandonada y sin nadie dentro. Lo había estado por años y años según escuchó. Mordió su labio inferior antes de continuar hasta la puerta principal. Allí se quedó. ¿Debía tocar? ¿Pasar sin más? —Como si alguien estuviera aquí... Ya qué. —volvió a hablar por lo bajo antes de levantar su mano libre, la izquierda, y mover el tocador de la puerta para anunciarse.
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  • “Te encontré” — Rescate de Ellis

    La casa abandonada estaba en silencio.
    Demasiado silencio.

    Reid avanzó primero, casi corriendo, la linterna temblando en su mano por los nervios.
    Morgan gritó algo detrás, un “¡Reid, esperá!” que él ignoró.

    No podía esperar.
    No después de lo que Rachel había dicho.
    No después de sentir que el mundo se le venía abajo solo por imaginar a Ellis lastimada.

    Abrió una puerta, otra, otra.
    Todas vacías.

    Hasta que escuchó un golpe leve.
    Como un suspiro.
    Como alguien tratando de respirar sin hacer ruido.

    —Ellis… —susurró, con la voz ya rota.

    El sonido venía del sótano.

    Reid bajó los escalones tan rápido que casi se cae.
    Y allí, iluminada por un rayo de luz que entraba por una ventana rota, estaba ella:
    atrapada en una silla, manos atadas, la ropa sucia, el cabello pegado a la frente, pero viva.

    Viva.

    —Ellis —fue casi un sollozo.

    Ella levantó la cabeza con esfuerzo, y cuando lo vio, sus labios temblaron en algo que parecía una sonrisa cansada.

    —Spencer —lo dijo suave, como si estuviera soñando.

    Reid soltó la linterna, dejó caer su arma al suelo y cruzó la habitación en dos pasos.
    No lo pensó.
    No lo procesó.
    No calculó probabilidades.

    Simplemente la rodeó con los brazos y la jaló contra su pecho.

    El golpe del abrazo fue fuerte, desesperado.
    Ella exhaló contra su cuello, como si por fin pudiera respirar.

    —¿Estás bien? —preguntó él, pero su voz quebrada decía que necesitaba oírlo más de lo que ella necesitaba decirlo.

    —Estoy estoy bien, Spencer —susurró, apoyando la cabeza en su hombro—. Sabía que vendrías.

    Sus dedos se aferraron a la tela de su chaqueta, como si necesitara asegurarse de que fuera real.

    Reid cerró los ojos.
    Un segundo.
    Solo un segundo.
    Suficiente para dejar salir un mínimo temblor que no dejaría que nadie más viera.

    —No vuelvas a hacerme esto —murmuró él, a medio camino entre un reproche y un alivio absoluto—. No vuelvas a desaparecer así.

    Ella rió, una risa débil, pero viva.

    —No planeaba hacerlo
    Y menos si sé que te pones así.

    Reid exhaló una mezcla de risa y llanto que nunca admitiría.
    Después se separó un poco, lo justo para verla a los ojos.

    —Te tengo —dijo, y esta vez fue promesa, no aviso.

    —Siempre lo supe —respondió Ellis con suavidad—. Tu siempre me encuentras, Spence.

    Morgan y Prentiss llegaron corriendo detrás, pero ninguno tuvo corazón para interrumpirlos.

    Reid estaba arrodillado frente a ella, desatando las cuerdas con manos temblorosas, mientras Ellis apoyaba la frente en la suya, respirando el mismo aire, compartiendo ese segundo que dijo más que cualquier palabra.

    Porque él la encontró.
    Porque ella lo esperó.
    Porque ese abrazo fue un “te necesito” disfrazado de alivio.
    Porque Reid rescato a su hermana elegida.

    Y nadie en ese sótano tuvo dudas:

    Ellis Preece era la persona capaz de romper —y reconstruir— el corazón de Spencer Reid.
    “Te encontré” — Rescate de Ellis La casa abandonada estaba en silencio. Demasiado silencio. Reid avanzó primero, casi corriendo, la linterna temblando en su mano por los nervios. Morgan gritó algo detrás, un “¡Reid, esperá!” que él ignoró. No podía esperar. No después de lo que Rachel había dicho. No después de sentir que el mundo se le venía abajo solo por imaginar a Ellis lastimada. Abrió una puerta, otra, otra. Todas vacías. Hasta que escuchó un golpe leve. Como un suspiro. Como alguien tratando de respirar sin hacer ruido. —Ellis… —susurró, con la voz ya rota. El sonido venía del sótano. Reid bajó los escalones tan rápido que casi se cae. Y allí, iluminada por un rayo de luz que entraba por una ventana rota, estaba ella: atrapada en una silla, manos atadas, la ropa sucia, el cabello pegado a la frente, pero viva. Viva. —Ellis —fue casi un sollozo. Ella levantó la cabeza con esfuerzo, y cuando lo vio, sus labios temblaron en algo que parecía una sonrisa cansada. —Spencer —lo dijo suave, como si estuviera soñando. Reid soltó la linterna, dejó caer su arma al suelo y cruzó la habitación en dos pasos. No lo pensó. No lo procesó. No calculó probabilidades. Simplemente la rodeó con los brazos y la jaló contra su pecho. El golpe del abrazo fue fuerte, desesperado. Ella exhaló contra su cuello, como si por fin pudiera respirar. —¿Estás bien? —preguntó él, pero su voz quebrada decía que necesitaba oírlo más de lo que ella necesitaba decirlo. —Estoy estoy bien, Spencer —susurró, apoyando la cabeza en su hombro—. Sabía que vendrías. Sus dedos se aferraron a la tela de su chaqueta, como si necesitara asegurarse de que fuera real. Reid cerró los ojos. Un segundo. Solo un segundo. Suficiente para dejar salir un mínimo temblor que no dejaría que nadie más viera. —No vuelvas a hacerme esto —murmuró él, a medio camino entre un reproche y un alivio absoluto—. No vuelvas a desaparecer así. Ella rió, una risa débil, pero viva. —No planeaba hacerlo Y menos si sé que te pones así. Reid exhaló una mezcla de risa y llanto que nunca admitiría. Después se separó un poco, lo justo para verla a los ojos. —Te tengo —dijo, y esta vez fue promesa, no aviso. —Siempre lo supe —respondió Ellis con suavidad—. Tu siempre me encuentras, Spence. Morgan y Prentiss llegaron corriendo detrás, pero ninguno tuvo corazón para interrumpirlos. Reid estaba arrodillado frente a ella, desatando las cuerdas con manos temblorosas, mientras Ellis apoyaba la frente en la suya, respirando el mismo aire, compartiendo ese segundo que dijo más que cualquier palabra. Porque él la encontró. Porque ella lo esperó. Porque ese abrazo fue un “te necesito” disfrazado de alivio. Porque Reid rescato a su hermana elegida. Y nadie en ese sótano tuvo dudas: Ellis Preece era la persona capaz de romper —y reconstruir— el corazón de Spencer Reid.
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  • Entrar a este tipo de lugares me causa algo de nervios, es raro siendo consiente de que estoy muerto.

    **Hablaba consigo mismo mientras exploraba aquella zona abandonada, al meterse a ese tipo de lugares normalmente encuentra cosas...interesantes**
    Entrar a este tipo de lugares me causa algo de nervios, es raro siendo consiente de que estoy muerto. **Hablaba consigo mismo mientras exploraba aquella zona abandonada, al meterse a ese tipo de lugares normalmente encuentra cosas...interesantes**
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  • ¿Donde?
    ¿Donde?
    Dioses, humanos, guerras y migajas.
    ¿Donde están mis hermanos?
    ¿Donde esta el caos?
    ¿Donde estan sus devotos?
    Ahora la muerte anda sola,
    Sin almas para arrastrar,
    Sin rumbo al inframundo.
    Ahora bajo el mismo cielo como un humano.
    Eterna, abandonada, y más hambrienta que nunca.
    ¿Donde? ¿Donde? Dioses, humanos, guerras y migajas. ¿Donde están mis hermanos? ¿Donde esta el caos? ¿Donde estan sus devotos? Ahora la muerte anda sola, Sin almas para arrastrar, Sin rumbo al inframundo. Ahora bajo el mismo cielo como un humano. Eterna, abandonada, y más hambrienta que nunca.
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