El motivo de su viaje había sido un capricho, y cumplido este, Grey planeaba sacarle todo el provecho posible a su estancia en Japón.
Después de todo, era la primera vez que viajaba a un país que no fuera europeo o americano, y dada que su noción de la cultura japonesa provenía de videojuegos o de ver algún anime ocasional, cualquier cosa que mirase le asombraba.
Al día siguiente de haber visitado el Chat Noir Café, Grey quiso ir a la ciudad más famosa, es decir, a Tokio.
Como no había venido solo, sus acompañantes, valga la redundancia, lo acompañaron.
En resumen, esta era la razón por la cual ahora se encontraban los tres en las bulliciosas calles de la capital japonesa, atravesando el famoso cruce de Shibuya.
Grey levantó la mirada. La noche estaba iluminada por luces de neón y gigantes pantallas publicitarias ubicadas en los edificios. En Londres había cosas similares, pero no a este nivel, donde en cada rincón que se observara había un cartel con luces.
—Charlie —comenzó, dándole una mirada, mientras caminaban hacia la acera más cercana.
—Estoy hambriento, ¿qué te parece si vamos a comer ramen?
La miró con una sonrisa tan grande que podría rivalizar con la de una persona reflejada en la pantalla grande de cualquiera de los edificios circundantes; sonriendo y vendiendo un producto de dudosa utilidad.
El motivo de su viaje había sido un capricho, y cumplido este, Grey planeaba sacarle todo el provecho posible a su estancia en Japón.
Después de todo, era la primera vez que viajaba a un país que no fuera europeo o americano, y dada que su noción de la cultura japonesa provenía de videojuegos o de ver algún anime ocasional, cualquier cosa que mirase le asombraba.
Al día siguiente de haber visitado el Chat Noir Café, Grey quiso ir a la ciudad más famosa, es decir, a Tokio.
Como no había venido solo, sus acompañantes, valga la redundancia, lo acompañaron.
En resumen, esta era la razón por la cual ahora se encontraban los tres en las bulliciosas calles de la capital japonesa, atravesando el famoso cruce de Shibuya.
Grey levantó la mirada. La noche estaba iluminada por luces de neón y gigantes pantallas publicitarias ubicadas en los edificios. En Londres había cosas similares, pero no a este nivel, donde en cada rincón que se observara había un cartel con luces.
—Charlie —comenzó, dándole una mirada, mientras caminaban hacia la acera más cercana.
—Estoy hambriento, ¿qué te parece si vamos a comer ramen?
La miró con una sonrisa tan grande que podría rivalizar con la de una persona reflejada en la pantalla grande de cualquiera de los edificios circundantes; sonriendo y vendiendo un producto de dudosa utilidad.