• Oh... Necesito ir a mi pueblo, alejarme de toda la ciudad, volver a mi templo, lo necesito pero tengo deberes escolares aquí, que estresante todo
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  • -despues de los problemas que había estado teniendo con mi maldición decidí irme al templo de mi padre, entrenando calmadamente -

    Ufff

    -pasaban los días, y meditaba en las cascadas, y estaba con los monjes ayudándome, a regular para que mi maldición se la pasabara dormida, disfrutando esos días sintiendo un peso menos en mi ser, llegando a la glorieta de la Montaña, encima de la cascada viendo hacia abajo -

    Uhh, se ve bien

    -dije mirando el agua helada bajando, sacándome la parte de arriba de hitaru, lanzandome dejándome caer por el agua helada -
    -despues de los problemas que había estado teniendo con mi maldición decidí irme al templo de mi padre, entrenando calmadamente - Ufff -pasaban los días, y meditaba en las cascadas, y estaba con los monjes ayudándome, a regular para que mi maldición se la pasabara dormida, disfrutando esos días sintiendo un peso menos en mi ser, llegando a la glorieta de la Montaña, encima de la cascada viendo hacia abajo - Uhh, se ve bien -dije mirando el agua helada bajando, sacándome la parte de arriba de hitaru, lanzandome dejándome caer por el agua helada -
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  • El Encargo del Pueblo
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    El murmullo del restaurante era cálido, lleno de voces humanas que hablaban de cosas sencillas: la cosecha, el clima, las familias. Me gustaba escuchar esas conversaciones. Me recordaban lo que nunca tuve, pero que de alguna manera, ahora protegía. La madera crujía bajo el peso de los pasos y el aire olía a pan recién horneado; detalles pequeños que, para mí, valían más que cualquier templo lleno de oro.

    Me habían pedido algo más serio esta vez. No era la primera vez que los ancianos del pueblo venían a mí con un encargo, pero la tensión en sus ojos me decía que esta petición era distinta. “Protege al pueblo de lo que viene”, habían dicho. No había detalles, no había explicación… pero yo no necesitaba más. Sentía en mi piel las vibraciones extrañas, una corrupción que se acercaba como neblina.

    Mientras esperaba mi comida, Astryl descansaba hecho un ovillo a mis pies, invisible a ojos humanos. Solo yo podía escuchar el leve tintinear de su ronroneo estelar.

    El camarero se acercó con un plato, y cuando nuestras miradas se cruzaron, por un instante mis ojos cambiaron de color: el dorado angelical brilló sobre el rojo demoníaco. El joven parpadeó, como si hubiese visto algo que no debía, y se marchó en silencio.

    Suspiré. Siempre la misma lucha: esconderme de aquellos a quienes juré proteger.

    Un ruido seco resonó fuera del restaurante. Un caballo relinchó de forma violenta y luego el silencio se rompió con un grito. Me puse de pie de inmediato, dejando unas monedas sobre la mesa. Astryl apareció, saltando ágil a mi hombro, su pelaje brillando como constelaciones vivientes.

    Al salir, lo vi: una figura envuelta en sombras líquidas, algo entre bestia y espectro, avanzando hacia las casas. La gente corría, aterrada.

    Extendí mi mano derecha, y el tatuaje ancestral en mi piel se iluminó con un resplandor pálido. Sentí la mezcla de ambas fuerzas: la sombra infernal se enroscó en mis dedos, mientras la luz celestial surgía desde mi palma. El choque de ambas energías dolía, como siempre… pero era un dolor que aprendí a dominar.

    —Retrocede —murmuré, y mi voz resonó con un eco que no pertenecía a este mundo.

    El espectro se detuvo, confuso. Aproveché el instante y tracé un símbolo en el aire. Las sombras me obedecieron, envolviendo a la criatura como cadenas negras, mientras un destello dorado descendió sobre ella desde el cielo nocturno.

    La fusión de ambos hechizos rasgó su forma, dispersándola en un aullido que se perdió en la nada.

    Cuando el silencio regresó, los aldeanos comenzaron a asomarse poco a poco. Algunos hicieron la señal de la cruz. Otros me miraron con miedo, otros con gratitud. Yo simplemente me giré, regresando al restaurante como si nada hubiese ocurrido.

    Astryl ronroneó en mi hombro, su voz vibrando en mi mente: “No todos sabrán jamás quién eres realmente… pero eso no importa. El pueblo sigue a salvo.”

    Sonreí levemente. —Y eso es suficiente.

    Volví a sentarme, tomé la copa de vino y la llevé a mis labios. Afuera, el viento olía a calma otra vez.
    El murmullo del restaurante era cálido, lleno de voces humanas que hablaban de cosas sencillas: la cosecha, el clima, las familias. Me gustaba escuchar esas conversaciones. Me recordaban lo que nunca tuve, pero que de alguna manera, ahora protegía. La madera crujía bajo el peso de los pasos y el aire olía a pan recién horneado; detalles pequeños que, para mí, valían más que cualquier templo lleno de oro. Me habían pedido algo más serio esta vez. No era la primera vez que los ancianos del pueblo venían a mí con un encargo, pero la tensión en sus ojos me decía que esta petición era distinta. “Protege al pueblo de lo que viene”, habían dicho. No había detalles, no había explicación… pero yo no necesitaba más. Sentía en mi piel las vibraciones extrañas, una corrupción que se acercaba como neblina. Mientras esperaba mi comida, Astryl descansaba hecho un ovillo a mis pies, invisible a ojos humanos. Solo yo podía escuchar el leve tintinear de su ronroneo estelar. El camarero se acercó con un plato, y cuando nuestras miradas se cruzaron, por un instante mis ojos cambiaron de color: el dorado angelical brilló sobre el rojo demoníaco. El joven parpadeó, como si hubiese visto algo que no debía, y se marchó en silencio. Suspiré. Siempre la misma lucha: esconderme de aquellos a quienes juré proteger. Un ruido seco resonó fuera del restaurante. Un caballo relinchó de forma violenta y luego el silencio se rompió con un grito. Me puse de pie de inmediato, dejando unas monedas sobre la mesa. Astryl apareció, saltando ágil a mi hombro, su pelaje brillando como constelaciones vivientes. Al salir, lo vi: una figura envuelta en sombras líquidas, algo entre bestia y espectro, avanzando hacia las casas. La gente corría, aterrada. Extendí mi mano derecha, y el tatuaje ancestral en mi piel se iluminó con un resplandor pálido. Sentí la mezcla de ambas fuerzas: la sombra infernal se enroscó en mis dedos, mientras la luz celestial surgía desde mi palma. El choque de ambas energías dolía, como siempre… pero era un dolor que aprendí a dominar. —Retrocede —murmuré, y mi voz resonó con un eco que no pertenecía a este mundo. El espectro se detuvo, confuso. Aproveché el instante y tracé un símbolo en el aire. Las sombras me obedecieron, envolviendo a la criatura como cadenas negras, mientras un destello dorado descendió sobre ella desde el cielo nocturno. La fusión de ambos hechizos rasgó su forma, dispersándola en un aullido que se perdió en la nada. Cuando el silencio regresó, los aldeanos comenzaron a asomarse poco a poco. Algunos hicieron la señal de la cruz. Otros me miraron con miedo, otros con gratitud. Yo simplemente me giré, regresando al restaurante como si nada hubiese ocurrido. Astryl ronroneó en mi hombro, su voz vibrando en mi mente: “No todos sabrán jamás quién eres realmente… pero eso no importa. El pueblo sigue a salvo.” Sonreí levemente. —Y eso es suficiente. Volví a sentarme, tomé la copa de vino y la llevé a mis labios. Afuera, el viento olía a calma otra vez.
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  • Camine largas jornadas, para excaparme del Rey arturo el cual tenia una extraña fijación hacia mi

    Su obsesión hacia mi ser y poder , solo me causaba más miedo y ansiedad al punto que tube que refujiarme en lo desconocido

    Allí conoci a una chamana , me dio de comer , y me conto muchas cosas

    A diferencia de el rey , el templo y los demás ella si pudo entender que tipo de ser era, que no era un angel que con su vida salva personas

    Pero también me tomo de los brazos y me dio a entender el grave peligro que corría , necesitaba volver a mi hogar cueste lo que cueste

    Pero para eso , tendria que embarcarme yo sola en la búsqueda de la verdad
    Camine largas jornadas, para excaparme del Rey arturo el cual tenia una extraña fijación hacia mi Su obsesión hacia mi ser y poder , solo me causaba más miedo y ansiedad al punto que tube que refujiarme en lo desconocido Allí conoci a una chamana , me dio de comer , y me conto muchas cosas A diferencia de el rey , el templo y los demás ella si pudo entender que tipo de ser era, que no era un angel que con su vida salva personas Pero también me tomo de los brazos y me dio a entender el grave peligro que corría , necesitaba volver a mi hogar cueste lo que cueste Pero para eso , tendria que embarcarme yo sola en la búsqueda de la verdad
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  • El amanecer en el templo
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    El amanecer iluminaba suavemente los jardines del templo, filtrándose entre los bambús y reflejándose en los estanques donde nadaban las carpas koi. Renjiro caminaba despacio, con la cámara colgando de su cuello, observando cada detalle: las hojas que danzaban con la brisa, las sombras que el sol proyectaba sobre los senderos de piedra, la delicadeza de los rollos de pintura alineados en los corredores.

    Se detuvo junto a un pequeño estanque, ajustando la lente para capturar el reflejo de los cerezos. Cada clic de su cámara era meticuloso, medido, casi ritual. Pero algo hizo que se detuviera un instante más de lo normal: un leve crujido entre las piedras del camino, apenas perceptible, lo hizo girar ligeramente la cabeza, aunque sus ojos siguieron concentrados en el agua. No había nadie a simple vista.

    Un escalofrío de curiosidad recorrió su espalda. El aire parecía cambiar, más denso, más cargado de energía, como si no estuviera solo. Renjiro respiró hondo, controlando la calma que siempre lo acompañaba, y continuó con su fotografía, pero ahora sus movimientos eran más atentos, medidos, vigilantes. Cada sombra, cada reflejo, cada sonido podía delatar la presencia de alguien más.

    Finalmente bajó la cámara y caminó despacio por el sendero de piedra, observando el entorno con más detalle que antes. La luz del amanecer jugaba en su cabello oscuro, y un suspiro escapó de sus labios, como si compartiera un secreto con el templo mismo. Sin pronunciar palabra, su mirada recorría los jardines, consciente de que había otra presencia allí, aunque invisible a simple vista.

    —La calma de este lugar… siempre logra sorprenderme —murmuró para sí, dejando que sus palabras flotaran en el aire, esperando, quizás, que alguien más las escuchara.
    El amanecer iluminaba suavemente los jardines del templo, filtrándose entre los bambús y reflejándose en los estanques donde nadaban las carpas koi. Renjiro caminaba despacio, con la cámara colgando de su cuello, observando cada detalle: las hojas que danzaban con la brisa, las sombras que el sol proyectaba sobre los senderos de piedra, la delicadeza de los rollos de pintura alineados en los corredores. Se detuvo junto a un pequeño estanque, ajustando la lente para capturar el reflejo de los cerezos. Cada clic de su cámara era meticuloso, medido, casi ritual. Pero algo hizo que se detuviera un instante más de lo normal: un leve crujido entre las piedras del camino, apenas perceptible, lo hizo girar ligeramente la cabeza, aunque sus ojos siguieron concentrados en el agua. No había nadie a simple vista. Un escalofrío de curiosidad recorrió su espalda. El aire parecía cambiar, más denso, más cargado de energía, como si no estuviera solo. Renjiro respiró hondo, controlando la calma que siempre lo acompañaba, y continuó con su fotografía, pero ahora sus movimientos eran más atentos, medidos, vigilantes. Cada sombra, cada reflejo, cada sonido podía delatar la presencia de alguien más. Finalmente bajó la cámara y caminó despacio por el sendero de piedra, observando el entorno con más detalle que antes. La luz del amanecer jugaba en su cabello oscuro, y un suspiro escapó de sus labios, como si compartiera un secreto con el templo mismo. Sin pronunciar palabra, su mirada recorría los jardines, consciente de que había otra presencia allí, aunque invisible a simple vista. —La calma de este lugar… siempre logra sorprenderme —murmuró para sí, dejando que sus palabras flotaran en el aire, esperando, quizás, que alguien más las escuchara.
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  • Capítulo Final — El Señor de las Sombras: Amo de los Elementos y la Oscuridad

    La sala final del Castillo de las Sombras se transformó en un altar de poder absoluto.
    El suelo se fracturó en placas flotantes, el aire vibraba con energía, y el cielo sobre ellos —si es que aún existía— se tornó púrpura, como si el mundo estuviera a punto de colapsar.
    El Señor de las Sombras se alzó en el centro, sin conjurar, sin hablar. Su cuerpo era una amalgama de sombra viva, pero ahora, cuatro núcleos elementales giraban a su alrededor: brasas ardientes, corrientes de agua, espirales de viento y fragmentos de roca flotante. Cada uno pulsaba con poder ancestral.
    Yukine y Lidica, apenas de pie, sintieron cómo el aire se volvía más pesado. El Amuleto del Destino temblaba. Esta vez, no era solo oscuridad. Era todo.
    El Señor de las Sombras extendió una mano, y el suelo se alzó como una ola de piedra. Columnas de obsidiana emergieron violentamente, atrapando a Lidica entre muros móviles. Yukine intentó volar con levitación, pero el campo gravitacional se duplicó. Su cuerpo cayó como plomo.
    Lidica, atrapada, fue aplastada por una presión tectónica. Sus huesos crujían. Cada intento de escape era bloqueado por muros que se regeneraban.
    Yukine, con la magia desestabilizada, intentó usar hechizos de vibración para romper las rocas, pero el Señor de las Sombras absorbía la energía y la devolvía como ondas sísmicas.
    Ambos fueron enterrados vivos por segundos. Solo el vínculo mágico entre ellos les permitió sincronizar una explosión de energía que los liberó… pero no sin heridas graves.
    El enemigo giró sobre sí mismo, y una espiral de fuego infernal se desató. No era fuego común: era fuego que quemaba recuerdos, que convertía emociones en cenizas.
    Yukine fue alcanzado por una llamarada que le arrancó parte de su túnica mágica. Su piel se agrietó, y su mente comenzó a olvidar hechizos que había memorizado desde niño.
    Lidica, envuelta en llamas, vio a su hermana arder frente a ella. El fuego no solo quemaba su cuerpo, sino que la obligaba a revivir su peor trauma.
    El Señor de las Sombras caminaba entre las llamas sin ser tocado. Cada paso provocaba explosiones. Yukine intentó conjurar una “Llama Invertida”, pero el fuego del enemigo era absoluto.
    Lidica, con los brazos quemados, logró lanzar una daga encantada que desvió una llamarada… pero cayó de rodillas, jadeando.
    El enemigo alzó ambas manos, y la sala se inundó en segundos. Corrientes de agua oscura envolvieron a los héroes, arrastrándolos a un plano líquido donde no había arriba ni abajo.
    Yukine fue sumergido en una ilusión acuática donde todos sus logros eran borrados. Veía su vida deshacerse como tinta en el agua.
    Lidica se ahogaba, no por falta de aire, sino por la presión emocional. Cada burbuja que escapaba de su boca era un recuerdo que se perdía.
    El Señor de las Sombras se convirtió en una serpiente marina de sombra líquida, atacando desde todas direcciones. Yukine logró conjurar una burbuja de aire, pero su energía estaba al límite. Lidica, con los pulmones colapsando, usó su último frasco de poción para recuperar apenas lo suficiente para moverse.
    El enemigo se elevó, y el viento se volvió cuchillas. Corrientes invisibles cortaban la piel, los músculos, incluso la magia.
    Yukine fue lanzado contra una pared por una ráfaga que rompía barreras mágicas. Su brazo izquierdo quedó inutilizado.
    Lidica intentó correr, pero el viento la desorientaba. Cada paso la llevaba a un lugar distinto. Su percepción del espacio se rompía.
    El Señor de las Sombras se multiplicó en formas aéreas, atacando con velocidad imposible. Yukine y Lidica no podían seguirle el ritmo. Cada segundo era una herida nueva. Cada intento de defensa era inútil.
    Ambos cayeron. Yukine, sangrando, con la magia casi extinguida. Lidica, con las piernas rotas, sin dagas, sin aire. El Amuleto del Destino cayó al suelo, apagado.
    El Señor de las Sombras descendió lentamente. Su voz resonó como un trueno:
    —“¿Esto es todo? ¿Esto es lo que el mundo llama esperanza?”
    Yukine intentó levantarse. Lidica extendió la mano. , pero no alcanzaba. El mundo se desmoronaba.
    Y entonces… algo se quebró.
    Dentro del pecho de Yukine, una marca que siempre había sentido como una cicatriz comenzó a arder. No era dolor físico. Era una ruptura. Un sello místico, impuesto por su maestro años atrás, se deshacía lentamente, como si el universo reconociera que ya no había otra opción.
    Yukine gritó. No por sufrimiento, sino por liberación.
    Su maestro le había dicho una vez:
    “Hay una parte de ti que no debes tocar… hasta que el mundo esté a punto de caer, pero el precio a pagar sera muy alto”
    La marca se expandió por su cuerpo, revelando runas antiguas que brillaban con luz azul oscura. No era magia convencional. Era magia de origen, una energía que no requería palabras, gestos ni concentración. Era voluntad pura, conectada directamente al tejido del mundo.
    Yukine se levantó. Su cuerpo seguía herido, pero la energía que lo envolvía lo sostenía. Sus ojos brillaban con un fulgor que no era humano. El Amuleto del Destino reaccionó, no absorbiendo su poder… sino alineándose con él.
    Lidica, aún en el suelo, sintió la presión cambiar. El aire se volvió más denso. El Señor de las Sombras se detuvo por primera vez.
    —“¿Qué… es eso?” —gruñó.
    Yukine no respondió. No podía. El poder que lo atravesaba hablaba por él.
    El Señor de las Sombras desató todo su poder: fuego, agua, viento, tierra, sombra. El mundo tembló. El cielo se rasgó. El suelo se partió.
    Yukine, guiado por el poder liberado, no esquivaba. No bloqueaba. Absorbía. Cada elemento era neutralizado por una runa que surgía espontáneamente en su piel. Cada ataque era redirigido, transformado, devuelto.
    Pero el poder tenía un precio.
    Con cada segundo, el sello se consumía. Yukine sentía su alma fragmentarse. Su cuerpo comenzaba a descomponerse por dentro. Era demasiado. Incluso para él.
    Lidica, viendo esto, usó lo que le quedaba de fuerza para canalizar su energía en el Amuleto. No para atacar. Para estabilizar a Yukine. Su vínculo no era emocional esta vez. Era técnico. Preciso. Ella se convirtió en el ancla que evitó que Yukine se desintegrara.
    Juntos, lanzaron el golpe final.
    Una onda de magia de origen, reforzada por el Amuleto y sostenida por Lidica, atravesó el núcleo del Señor de las Sombras.
    El enemigo gritó. No por dolor. Por incredulidad.
    —“¡No pueden vencerme! ¡Yo soy el fin!”
    —“Entonces este es el fin… de ti.” —respondieron juntos.
    Yukine cayó. Su cuerpo colapsó. El sello estaba roto. El poder se había ido. Lidica lo sostuvo, con lágrimas en los ojos.
    —“Lo lograste… pero casi te pierdo.” —susurró.
    El Amuleto del Destino brilló una última vez, estabilizando el entorno. El Castillo colapsó. La oscuridad retrocedió.
    Y el mundo… comenzó a sanar.
    La caída del Señor de las Sombras no fue una explosión, ni un grito final. Fue un silencio. Un vacío que se disipó lentamente, como la niebla al amanecer. El Castillo de las Sombras se desmoronó en fragmentos de obsidiana que se hundieron en la tierra, como si el mundo mismo quisiera enterrar su memoria.
    El cielo, antes teñido de púrpura y tormenta, comenzó a abrirse. No con luz intensa, sino con una claridad suave, como si el sol dudara en volver a mirar.
    El mundo no celebró. No aún. Primero, lloró.
    Yukine y Lidica fueron encontrados entre los escombros del Castillo de las Sombras por los sabios del Bosque de los Ancestros. No como guerreros invencibles, sino como sobrevivientes al borde de la muerte.
    Yukine fue llevado inconsciente al Santuario de las Aguas Silentes, donde los sabios del norte intentaron estabilizar su cuerpo. El sello roto había liberado un poder ancestral, pero también había dejado grietas profundas en su alma. Durante semanas, su magia fluctuaba sin control. A veces, su cuerpo brillaba con runas vivas. Otras, se apagaba por completo.
    Lidica, con las piernas fracturadas, quemaduras internas y una fatiga que no se curaba con pociones, fue atendida por los druidas del Valle del Viento. Su cuerpo sanaba lentamente, pero su mente seguía atrapada en los ecos de la batalla. A menudo despertaba gritando, creyendo que el Señor de las Sombras aún estaba allí.
    Ambos estaban vivos. Pero no intactos.
    Pasaron varios meses antes de que Yukine abriera los ojos. Lo primero que vio fue a Lidica dormida a su lado, con una venda en el rostro y una cicatriz nueva en el cuello. Lo primero que dijo fue:
    —“¿Ganamos?”
    Lidica despertó. No respondió. Solo lo abrazó. Y ambos lloraron. No por la victoria. Sino por todo lo que costó.
    La magia oscura que había envuelto los reinos comenzó a disiparse. Las criaturas que habían huido —dragones, espíritus del bosque, guardianes elementales— regresaron poco a poco. Las tierras malditas florecieron. Los ríos contaminados se limpiaron. Las aldeas que vivían bajo el miedo comenzaron a reconstruirse.
    los campos ardidos por el fuego se convirtieron en jardines de luz.
    los lagos recuperaron su cristalino reflejo, y los peces dorados volvieron a danzar.
    los vientos que antes cortaban ahora movían molinos que alimentaban aldeas enteras.
    las montañas fracturadas fueron talladas en monumentos a los caídos.
    Los pueblos no erigieron estatuas de Yukine y Lidica. En cambio, sembraron árboles. Porque sabían que la verdadera victoria no era recordar la guerra… sino cultivar la paz.
    Los descendientes de los Guardianes elementales se reunieron en el Círculo de la Aurora, donde juraron proteger el equilibrio y evitar que el poder se concentrara en una sola mano.
    El Amuleto del Destino fue sellado en el Templo de la Luz Silente, no como arma, sino como testigo. Solo Yukine y Lidica podían acceder a él, y ambos decidieron no volver a usarlo… a menos que el mundo volviera a olvidar lo que costó la paz.
    No regresaron a sus antiguas vidas. Yukine no volvió a su torre. Lidica no retomó la senda del combate. En cambio, caminaron juntos por los pueblos, enseñando a los niños a leer las estrellas, ayudando a los ancianos a reconstruir sus hogares, escuchando las historias de quienes sobrevivieron.
    A veces, simplemente se sentaban bajo un árbol, en silencio. Porque el silencio, después de tanto dolor, era también una forma de paz.
    —“¿Crees que esto durará?” —preguntó Lidica una tarde.
    —“No lo sé.” —respondió Yukine, mirando el cielo. —“Pero si vuelve la oscuridad… sabrá que no estamos solos.”
    Capítulo Final — El Señor de las Sombras: Amo de los Elementos y la Oscuridad La sala final del Castillo de las Sombras se transformó en un altar de poder absoluto. El suelo se fracturó en placas flotantes, el aire vibraba con energía, y el cielo sobre ellos —si es que aún existía— se tornó púrpura, como si el mundo estuviera a punto de colapsar. El Señor de las Sombras se alzó en el centro, sin conjurar, sin hablar. Su cuerpo era una amalgama de sombra viva, pero ahora, cuatro núcleos elementales giraban a su alrededor: brasas ardientes, corrientes de agua, espirales de viento y fragmentos de roca flotante. Cada uno pulsaba con poder ancestral. Yukine y Lidica, apenas de pie, sintieron cómo el aire se volvía más pesado. El Amuleto del Destino temblaba. Esta vez, no era solo oscuridad. Era todo. El Señor de las Sombras extendió una mano, y el suelo se alzó como una ola de piedra. Columnas de obsidiana emergieron violentamente, atrapando a Lidica entre muros móviles. Yukine intentó volar con levitación, pero el campo gravitacional se duplicó. Su cuerpo cayó como plomo. Lidica, atrapada, fue aplastada por una presión tectónica. Sus huesos crujían. Cada intento de escape era bloqueado por muros que se regeneraban. Yukine, con la magia desestabilizada, intentó usar hechizos de vibración para romper las rocas, pero el Señor de las Sombras absorbía la energía y la devolvía como ondas sísmicas. Ambos fueron enterrados vivos por segundos. Solo el vínculo mágico entre ellos les permitió sincronizar una explosión de energía que los liberó… pero no sin heridas graves. El enemigo giró sobre sí mismo, y una espiral de fuego infernal se desató. No era fuego común: era fuego que quemaba recuerdos, que convertía emociones en cenizas. Yukine fue alcanzado por una llamarada que le arrancó parte de su túnica mágica. Su piel se agrietó, y su mente comenzó a olvidar hechizos que había memorizado desde niño. Lidica, envuelta en llamas, vio a su hermana arder frente a ella. El fuego no solo quemaba su cuerpo, sino que la obligaba a revivir su peor trauma. El Señor de las Sombras caminaba entre las llamas sin ser tocado. Cada paso provocaba explosiones. Yukine intentó conjurar una “Llama Invertida”, pero el fuego del enemigo era absoluto. Lidica, con los brazos quemados, logró lanzar una daga encantada que desvió una llamarada… pero cayó de rodillas, jadeando. El enemigo alzó ambas manos, y la sala se inundó en segundos. Corrientes de agua oscura envolvieron a los héroes, arrastrándolos a un plano líquido donde no había arriba ni abajo. Yukine fue sumergido en una ilusión acuática donde todos sus logros eran borrados. Veía su vida deshacerse como tinta en el agua. Lidica se ahogaba, no por falta de aire, sino por la presión emocional. Cada burbuja que escapaba de su boca era un recuerdo que se perdía. El Señor de las Sombras se convirtió en una serpiente marina de sombra líquida, atacando desde todas direcciones. Yukine logró conjurar una burbuja de aire, pero su energía estaba al límite. Lidica, con los pulmones colapsando, usó su último frasco de poción para recuperar apenas lo suficiente para moverse. El enemigo se elevó, y el viento se volvió cuchillas. Corrientes invisibles cortaban la piel, los músculos, incluso la magia. Yukine fue lanzado contra una pared por una ráfaga que rompía barreras mágicas. Su brazo izquierdo quedó inutilizado. Lidica intentó correr, pero el viento la desorientaba. Cada paso la llevaba a un lugar distinto. Su percepción del espacio se rompía. El Señor de las Sombras se multiplicó en formas aéreas, atacando con velocidad imposible. Yukine y Lidica no podían seguirle el ritmo. Cada segundo era una herida nueva. Cada intento de defensa era inútil. Ambos cayeron. Yukine, sangrando, con la magia casi extinguida. Lidica, con las piernas rotas, sin dagas, sin aire. El Amuleto del Destino cayó al suelo, apagado. El Señor de las Sombras descendió lentamente. Su voz resonó como un trueno: —“¿Esto es todo? ¿Esto es lo que el mundo llama esperanza?” Yukine intentó levantarse. Lidica extendió la mano. , pero no alcanzaba. El mundo se desmoronaba. Y entonces… algo se quebró. Dentro del pecho de Yukine, una marca que siempre había sentido como una cicatriz comenzó a arder. No era dolor físico. Era una ruptura. Un sello místico, impuesto por su maestro años atrás, se deshacía lentamente, como si el universo reconociera que ya no había otra opción. Yukine gritó. No por sufrimiento, sino por liberación. Su maestro le había dicho una vez: “Hay una parte de ti que no debes tocar… hasta que el mundo esté a punto de caer, pero el precio a pagar sera muy alto” La marca se expandió por su cuerpo, revelando runas antiguas que brillaban con luz azul oscura. No era magia convencional. Era magia de origen, una energía que no requería palabras, gestos ni concentración. Era voluntad pura, conectada directamente al tejido del mundo. Yukine se levantó. Su cuerpo seguía herido, pero la energía que lo envolvía lo sostenía. Sus ojos brillaban con un fulgor que no era humano. El Amuleto del Destino reaccionó, no absorbiendo su poder… sino alineándose con él. Lidica, aún en el suelo, sintió la presión cambiar. El aire se volvió más denso. El Señor de las Sombras se detuvo por primera vez. —“¿Qué… es eso?” —gruñó. Yukine no respondió. No podía. El poder que lo atravesaba hablaba por él. El Señor de las Sombras desató todo su poder: fuego, agua, viento, tierra, sombra. El mundo tembló. El cielo se rasgó. El suelo se partió. Yukine, guiado por el poder liberado, no esquivaba. No bloqueaba. Absorbía. Cada elemento era neutralizado por una runa que surgía espontáneamente en su piel. Cada ataque era redirigido, transformado, devuelto. Pero el poder tenía un precio. Con cada segundo, el sello se consumía. Yukine sentía su alma fragmentarse. Su cuerpo comenzaba a descomponerse por dentro. Era demasiado. Incluso para él. Lidica, viendo esto, usó lo que le quedaba de fuerza para canalizar su energía en el Amuleto. No para atacar. Para estabilizar a Yukine. Su vínculo no era emocional esta vez. Era técnico. Preciso. Ella se convirtió en el ancla que evitó que Yukine se desintegrara. Juntos, lanzaron el golpe final. Una onda de magia de origen, reforzada por el Amuleto y sostenida por Lidica, atravesó el núcleo del Señor de las Sombras. El enemigo gritó. No por dolor. Por incredulidad. —“¡No pueden vencerme! ¡Yo soy el fin!” —“Entonces este es el fin… de ti.” —respondieron juntos. Yukine cayó. Su cuerpo colapsó. El sello estaba roto. El poder se había ido. Lidica lo sostuvo, con lágrimas en los ojos. —“Lo lograste… pero casi te pierdo.” —susurró. El Amuleto del Destino brilló una última vez, estabilizando el entorno. El Castillo colapsó. La oscuridad retrocedió. Y el mundo… comenzó a sanar. La caída del Señor de las Sombras no fue una explosión, ni un grito final. Fue un silencio. Un vacío que se disipó lentamente, como la niebla al amanecer. El Castillo de las Sombras se desmoronó en fragmentos de obsidiana que se hundieron en la tierra, como si el mundo mismo quisiera enterrar su memoria. El cielo, antes teñido de púrpura y tormenta, comenzó a abrirse. No con luz intensa, sino con una claridad suave, como si el sol dudara en volver a mirar. El mundo no celebró. No aún. Primero, lloró. Yukine y Lidica fueron encontrados entre los escombros del Castillo de las Sombras por los sabios del Bosque de los Ancestros. No como guerreros invencibles, sino como sobrevivientes al borde de la muerte. Yukine fue llevado inconsciente al Santuario de las Aguas Silentes, donde los sabios del norte intentaron estabilizar su cuerpo. El sello roto había liberado un poder ancestral, pero también había dejado grietas profundas en su alma. Durante semanas, su magia fluctuaba sin control. A veces, su cuerpo brillaba con runas vivas. Otras, se apagaba por completo. Lidica, con las piernas fracturadas, quemaduras internas y una fatiga que no se curaba con pociones, fue atendida por los druidas del Valle del Viento. Su cuerpo sanaba lentamente, pero su mente seguía atrapada en los ecos de la batalla. A menudo despertaba gritando, creyendo que el Señor de las Sombras aún estaba allí. Ambos estaban vivos. Pero no intactos. Pasaron varios meses antes de que Yukine abriera los ojos. Lo primero que vio fue a Lidica dormida a su lado, con una venda en el rostro y una cicatriz nueva en el cuello. Lo primero que dijo fue: —“¿Ganamos?” Lidica despertó. No respondió. Solo lo abrazó. Y ambos lloraron. No por la victoria. Sino por todo lo que costó. La magia oscura que había envuelto los reinos comenzó a disiparse. Las criaturas que habían huido —dragones, espíritus del bosque, guardianes elementales— regresaron poco a poco. Las tierras malditas florecieron. Los ríos contaminados se limpiaron. Las aldeas que vivían bajo el miedo comenzaron a reconstruirse. los campos ardidos por el fuego se convirtieron en jardines de luz. los lagos recuperaron su cristalino reflejo, y los peces dorados volvieron a danzar. los vientos que antes cortaban ahora movían molinos que alimentaban aldeas enteras. las montañas fracturadas fueron talladas en monumentos a los caídos. Los pueblos no erigieron estatuas de Yukine y Lidica. En cambio, sembraron árboles. Porque sabían que la verdadera victoria no era recordar la guerra… sino cultivar la paz. Los descendientes de los Guardianes elementales se reunieron en el Círculo de la Aurora, donde juraron proteger el equilibrio y evitar que el poder se concentrara en una sola mano. El Amuleto del Destino fue sellado en el Templo de la Luz Silente, no como arma, sino como testigo. Solo Yukine y Lidica podían acceder a él, y ambos decidieron no volver a usarlo… a menos que el mundo volviera a olvidar lo que costó la paz. No regresaron a sus antiguas vidas. Yukine no volvió a su torre. Lidica no retomó la senda del combate. En cambio, caminaron juntos por los pueblos, enseñando a los niños a leer las estrellas, ayudando a los ancianos a reconstruir sus hogares, escuchando las historias de quienes sobrevivieron. A veces, simplemente se sentaban bajo un árbol, en silencio. Porque el silencio, después de tanto dolor, era también una forma de paz. —“¿Crees que esto durará?” —preguntó Lidica una tarde. —“No lo sé.” —respondió Yukine, mirando el cielo. —“Pero si vuelve la oscuridad… sabrá que no estamos solos.”
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    Una vez termine de publicar la historia principal de Yukine y Lidica publicare una historia alterna donde los heroes han caido, pero de la oscuridad renace la esperanza:

    "El Legado

    Con el tiempo, Kael escribió un libro. No de hechizos. De memorias. Lo tituló “Crónicas del Olvido”, y en él narró la historia de Yukine y Lidica, de Sira, Tharos y Elen. No como héroes. Como personas que eligieron luchar cuando el mundo se rindió.

    El libro fue escondido en el Templo de la Luz Silente, junto al Amuleto. No para ser usado. Para ser recordado.

    Y cuando Kael desapareció, nadie lo buscó. Porque sabían que su historia… ya estaba completa."
    Una vez termine de publicar la historia principal de Yukine y Lidica publicare una historia alterna donde los heroes han caido, pero de la oscuridad renace la esperanza: "El Legado Con el tiempo, Kael escribió un libro. No de hechizos. De memorias. Lo tituló “Crónicas del Olvido”, y en él narró la historia de Yukine y Lidica, de Sira, Tharos y Elen. No como héroes. Como personas que eligieron luchar cuando el mundo se rindió. El libro fue escondido en el Templo de la Luz Silente, junto al Amuleto. No para ser usado. Para ser recordado. Y cuando Kael desapareció, nadie lo buscó. Porque sabían que su historia… ya estaba completa."
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    Samael Hassan Abaddon
    Historia de su apellido

    El apellido Abaddon carga con un peso ancestral, pues remonta sus raíces a la sangre oscura del Rey Demonio Abaddon, señor del abismo y devorador de reinos olvidados. Durante milenios, el linaje fue perseguido, oculto bajo nombres falsos y rostros disfrazados, pues los descendientes del rey demonio eran temidos y odiados por humanos, ángeles y criaturas del inframundo.

    Los Abaddon heredaron no solo fuerza sobrehumana, sino también un vínculo espiritual con la destrucción misma. Su apellido significa “El Desolador” en lenguas arcaicas, y cada generación carga con la marca de un pacto: mantener vivo el legado del abismo o rebelarse contra él.

    El apellido fue dividido en ramas, algunos buscando redención, otros poder. Pero Samael Hassan Abaddon es el único en siglos en portar el nombre original completo, sin esconderlo. Esto lo convierte en el legítimo heredero del título de su ancestro: El Trono del Abismo.

    Descripción General:
    -Nombre completo: Samael Hassan Abaddon
    -Edad aparente: 24 años (su verdadera edad es incierta, pues su sangre demoníaca ralentiza su envejecimiento).
    -Altura: 1.87 m
    -Complexión: Atlética, marcada por músculos definidos que parecen esculpidos como mármol.
    -Cabello: Castaño oscuro, ligeramente desordenado.
    -Ojos: Gris metálico, con un brillo sobrenatural que se intensifica en momentos de ira.
    -Piel: Pálida con un leve tono cenizo, como si estuviera entre la vida y la muerte.
    -Tatuajes: Marcas tribales y demoníacas en sus brazos y pecho, símbolos de protección y poder infernal.

    Ficha Extendida
    -Nombre: Samael Hassan Abaddon
    -Alias: El Último Heredero del Abismo
    -Linaje: Descendiente directo del Rey Demonio Abaddon
    -Origen: Desconocido, criado entre templos en ruinas y ciudades olvidadas.
    -Arma predilecta: Sus propios puños y un mandoble negro llamado Erebos.
    -Objetivo: Decidir si se convertirá en el sucesor del trono infernal o romperá la maldición de su apellido.
    -Debilidades: Su humanidad. Aunque sus poderes lo hacen invencible, los sentimientos lo vuelven vulnerable.
    -Símbolo familiar: El ojo del abismo rodeado de fuego negro.

    Habilidades y Poderes
    1. Herencia del Abismo:
    Puede invocar energía oscura capaz de devorar luz y materia.
    2. Regeneración Demoníaca:
    Sus heridas sanan a gran velocidad, aunque a costa de su vitalidad.
    3. Visión del Vacío:
    Puede ver a través de las sombras, ilusiones y los corazones de los hombres.
    4. Marca de Abaddon:
    Un poder sellado en su pecho, que si libera, lo convierte en un semidemonio casi imparable.
    5. Combate físico sobrehumano:
    Su fuerza y resistencia superan por mucho a la de cualquier guerrero humano.

    🩸 Samael Hassan Abaddon 📖 Historia de su apellido El apellido Abaddon carga con un peso ancestral, pues remonta sus raíces a la sangre oscura del Rey Demonio Abaddon, señor del abismo y devorador de reinos olvidados. Durante milenios, el linaje fue perseguido, oculto bajo nombres falsos y rostros disfrazados, pues los descendientes del rey demonio eran temidos y odiados por humanos, ángeles y criaturas del inframundo. Los Abaddon heredaron no solo fuerza sobrehumana, sino también un vínculo espiritual con la destrucción misma. Su apellido significa “El Desolador” en lenguas arcaicas, y cada generación carga con la marca de un pacto: mantener vivo el legado del abismo o rebelarse contra él. El apellido fue dividido en ramas, algunos buscando redención, otros poder. Pero Samael Hassan Abaddon es el único en siglos en portar el nombre original completo, sin esconderlo. Esto lo convierte en el legítimo heredero del título de su ancestro: El Trono del Abismo. Descripción General: -Nombre completo: Samael Hassan Abaddon -Edad aparente: 24 años (su verdadera edad es incierta, pues su sangre demoníaca ralentiza su envejecimiento). -Altura: 1.87 m -Complexión: Atlética, marcada por músculos definidos que parecen esculpidos como mármol. -Cabello: Castaño oscuro, ligeramente desordenado. -Ojos: Gris metálico, con un brillo sobrenatural que se intensifica en momentos de ira. -Piel: Pálida con un leve tono cenizo, como si estuviera entre la vida y la muerte. -Tatuajes: Marcas tribales y demoníacas en sus brazos y pecho, símbolos de protección y poder infernal. 🏹 Ficha Extendida -Nombre: Samael Hassan Abaddon -Alias: El Último Heredero del Abismo -Linaje: Descendiente directo del Rey Demonio Abaddon -Origen: Desconocido, criado entre templos en ruinas y ciudades olvidadas. -Arma predilecta: Sus propios puños y un mandoble negro llamado Erebos. -Objetivo: Decidir si se convertirá en el sucesor del trono infernal o romperá la maldición de su apellido. -Debilidades: Su humanidad. Aunque sus poderes lo hacen invencible, los sentimientos lo vuelven vulnerable. -Símbolo familiar: El ojo del abismo rodeado de fuego negro. ⚔️ Habilidades y Poderes 1. Herencia del Abismo: Puede invocar energía oscura capaz de devorar luz y materia. 2. Regeneración Demoníaca: Sus heridas sanan a gran velocidad, aunque a costa de su vitalidad. 3. Visión del Vacío: Puede ver a través de las sombras, ilusiones y los corazones de los hombres. 4. Marca de Abaddon: Un poder sellado en su pecho, que si libera, lo convierte en un semidemonio casi imparable. 5. Combate físico sobrehumano: Su fuerza y resistencia superan por mucho a la de cualquier guerrero humano.
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  • La última vez que fue visto fue cuando el joven Nero estaba en los aposentos de este. Su cuerpo estaba sufriendo cambios y sus guardias custodiaban el templo donde el gobernante se había recluido. En el templo ya se hacían eco los latidos que evidenciaban mi permanencia a lo que llaman vida.
    La última vez que fue visto fue cuando el joven Nero estaba en los aposentos de este. Su cuerpo estaba sufriendo cambios y sus guardias custodiaban el templo donde el gobernante se había recluido. En el templo ya se hacían eco los latidos que evidenciaban mi permanencia a lo que llaman vida.
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    Categoría Romance
    -En aquel lugar de su palacio y reino de la lujuria, cuna de cuervos ya algunos extintos en el infierno, cielo y tierra, iluminado por candelabros de fuego azul y púrpura alumbrando Las paredes cubiertas de tapices que susurran un pasado desconocido para cualquier ser ajeno a los pecados. Sebastián, impecablemente vestido con su típico uniforme negro curiosamente similar a la de un mayordomo de alguna clase alta, se acerco al balcón donde su amado —a quien llama y reconoce como “pajarillo”— contempla la gema carmesí que cuelga sobre el castillo del pecado lujurioso (la gema no es algo al azar en aquel castillo, aquel objeto tiene más historia de lo que aparenta ser)-


    Pajarillo …
    ¿Sabias?

    -sujeto la cintura de su pareja rompiendo cualquier distancia que los pudiera separar, juntando sus cuerpos en uno solo-

    Hay pecados que se deslizan como seda entre los dedos, pecados a los que debes de tener, quizas estás ante uno de los más aterradores aún así ... Este castillo, este templo de lujuria, no es sino un espejo de lo que arde en mi pecho desde que tus ojos se posaron en mí como la brisa sobre océano.

    He servido a demonios, he pactado con almas rotas, he visto la eternidad desangrarse de mil formas… pero jamás, jamás había sentido que el tiempo se detuviera hasta que tú, con tu retrinar nocturno, me dijiste vendesiste al dedicar más que palabras de odio cuando me presenté a usurpar tu cuerpo y me diste la oportunidad de confiar ni destrozado corazón en la palma de tus manos.

    Tú, que caminas entre sombras con la gracia de un pecado que no quiere ser perdonado. Tú, que me llamas por mi nombre como si lo hubieras inventado tú mismo. Tú, que me haces desear no la sangre… sino el calor de una caricia sin lujuria de por medio.

    Pajarillo… ¿puedes oír cómo mi alma, si es que aún queda algo de ella, tiembla cuando estás cerca?
    No soy humano, quizás ni siquiera este vivo y sin embargo, contigo me siento más vivo que cualquier ser en la tierra.

    Este palacio, que ha sido testigo de mil pasiones condenadas, hoy será testigo de algo más puro que cualquier redención: mi rendición ante ti.

    -libero su cuerpo para ponerse de rodillas bajando la cabeza llevándose una mano al pecho mostrando respeto como lo haría si estuviera "haciendo un pacto a cambio de una condenada alma a la que deberá llamar amo hasta que se la puerta comer"-

    Así que escucha, y escucha bien, porque lo que voy a decir no lo repetiré ni ante el mismo Lucifer.....

    -deslizo una mano por el bolsillo interno de su abrigo sacando una pequeña caja de madera negra cuyo interior contenía un antiguo "instrumento" familiar. Una gema sin color atada a un trozo de cuerda algo malgastado por los siglos-

    Quiero que seas mío. No como un contrato, no como un amo, no como un juego.
    Quiero que seas mío como el cielo pertenece a las estrellas, como la música pertenece al silencio.

    Pajarillo…
    ¿Aceptarías este anillo, forjado al nacer de mi existencia?
    ¿Aceptarías mi mano, aunque esté manchada de siglos de servidumbre y lujuria?
    ¿Aceptarías mi eternidad, aunque esté envuelta en la promesa de que jamás te dejaré volar solo?

    Sé que es cursi. Sé que suena como un poema escrito por un ángel enamorado de su ruina.
    Pero si el amor no es cursi, entonces no es amor, solo contigo no deseo vivir en la lujuria sino del amor.

    Así que dime, pajarillo mío…
    ¿Volarías conmigo, incluso si nuestras alas fueran hechas de deseo y condena?
    ¿Serías mi esposo, mi compañero, mi única razón para desafiar el infierno y burlarme del cielo?

    Porque si tú dices que sí…
    Entonces este palacio, este pecado, este demonio… todo será tuyo.
    Y yo, Sebastián Michaelis, me arrodillaré ante ti no como sirviente… sino como amante eterno.
    -En aquel lugar de su palacio y reino de la lujuria, cuna de cuervos ya algunos extintos en el infierno, cielo y tierra, iluminado por candelabros de fuego azul y púrpura alumbrando Las paredes cubiertas de tapices que susurran un pasado desconocido para cualquier ser ajeno a los pecados. Sebastián, impecablemente vestido con su típico uniforme negro curiosamente similar a la de un mayordomo de alguna clase alta, se acerco al balcón donde su amado —a quien llama y reconoce como “pajarillo”— contempla la gema carmesí que cuelga sobre el castillo del pecado lujurioso (la gema no es algo al azar en aquel castillo, aquel objeto tiene más historia de lo que aparenta ser)- Pajarillo … ¿Sabias? -sujeto la cintura de su pareja rompiendo cualquier distancia que los pudiera separar, juntando sus cuerpos en uno solo- Hay pecados que se deslizan como seda entre los dedos, pecados a los que debes de tener, quizas estás ante uno de los más aterradores aún así ... Este castillo, este templo de lujuria, no es sino un espejo de lo que arde en mi pecho desde que tus ojos se posaron en mí como la brisa sobre océano. He servido a demonios, he pactado con almas rotas, he visto la eternidad desangrarse de mil formas… pero jamás, jamás había sentido que el tiempo se detuviera hasta que tú, con tu retrinar nocturno, me dijiste vendesiste al dedicar más que palabras de odio cuando me presenté a usurpar tu cuerpo y me diste la oportunidad de confiar ni destrozado corazón en la palma de tus manos. Tú, que caminas entre sombras con la gracia de un pecado que no quiere ser perdonado. Tú, que me llamas por mi nombre como si lo hubieras inventado tú mismo. Tú, que me haces desear no la sangre… sino el calor de una caricia sin lujuria de por medio. Pajarillo… ¿puedes oír cómo mi alma, si es que aún queda algo de ella, tiembla cuando estás cerca? No soy humano, quizás ni siquiera este vivo y sin embargo, contigo me siento más vivo que cualquier ser en la tierra. Este palacio, que ha sido testigo de mil pasiones condenadas, hoy será testigo de algo más puro que cualquier redención: mi rendición ante ti. -libero su cuerpo para ponerse de rodillas bajando la cabeza llevándose una mano al pecho mostrando respeto como lo haría si estuviera "haciendo un pacto a cambio de una condenada alma a la que deberá llamar amo hasta que se la puerta comer"- Así que escucha, y escucha bien, porque lo que voy a decir no lo repetiré ni ante el mismo Lucifer..... -deslizo una mano por el bolsillo interno de su abrigo sacando una pequeña caja de madera negra cuyo interior contenía un antiguo "instrumento" familiar. Una gema sin color atada a un trozo de cuerda algo malgastado por los siglos- Quiero que seas mío. No como un contrato, no como un amo, no como un juego. Quiero que seas mío como el cielo pertenece a las estrellas, como la música pertenece al silencio. Pajarillo… ¿Aceptarías este anillo, forjado al nacer de mi existencia? ¿Aceptarías mi mano, aunque esté manchada de siglos de servidumbre y lujuria? ¿Aceptarías mi eternidad, aunque esté envuelta en la promesa de que jamás te dejaré volar solo? Sé que es cursi. Sé que suena como un poema escrito por un ángel enamorado de su ruina. Pero si el amor no es cursi, entonces no es amor, solo contigo no deseo vivir en la lujuria sino del amor. Así que dime, pajarillo mío… ¿Volarías conmigo, incluso si nuestras alas fueran hechas de deseo y condena? ¿Serías mi esposo, mi compañero, mi única razón para desafiar el infierno y burlarme del cielo? Porque si tú dices que sí… Entonces este palacio, este pecado, este demonio… todo será tuyo. Y yo, Sebastián Michaelis, me arrodillaré ante ti no como sirviente… sino como amante eterno.
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