Tenlo en cuenta al responder.
El regreso de Ozma
Dicen que antes de que existiera el apellido Queen… hubo uno que no tenía nombre completo, solo Ozma, solo King. El Rey que miraba a los cielos como suyos.
Caótico, decían. Ni luz, ni sombra. Era ambas. Y ninguna.
Su hija, Jenifer… la única que lo entendía. La única que lo amó de verdad. Pero hasta el amor tiene límites, ¿no?
Porque Ozma empezó a querer más. Más de lo que debía. Más de lo que el mundo podía aguantar.
Y Jenifer… ella lo vio venir. Lo vio en sus ojos. En sus palabras. En el silencio que dejaba después de hablar.
Así que lo engañó. Con dulzura, sí. Pero lo engañó.
Lo llevó a un jardín. No uno cualquiera. Uno tan divino como el Edén, dicen. Un lugar que no existe… pero que existe.
Y ahí lo selló. Con runas. Con lágrimas. Con todo lo que tenía.
Ozma no gritó. No se resistió. Solo se dejó caer. Como si supiera que no había otra salida.
Desde entonces, Jenifer tomó su lugar. Pero no podía ser King. Así que fue Queen. Y como no tenía apellido… ese título se volvió su nombre. Jenifer Queen.
Pero los sellos… no duran para siempre.
Miles de años. Miles de malditos años. Y el jardín empezó a romperse. Las runas a temblar. Y Ozma… Ozma se liberó.
Pero no salió como entró. Gastó casi todo su poder. Y cayó a la Tierra como un niño con ojos que no deberían estar en esa cara. Con marcas que brillan cuando nadie mira.
No busca venganza, dicen. No quiere guerra. Solo quiere verla. A su hija. A la que lo encerró.
No para pedir perdón. Porque ese viejo bastardo aún tiene orgullo. Pero sí para entender. Para cerrar algo que nunca debió abrirse.
Y ahora camina. Con pasos cortos. Con el mundo mirándolo sin saber quién es.
Pero yo lo sé. Yo lo vi. Yo lo recuerdo.
Ese niño… ese pequeño bastardo… es Ozma. El que fue King. El que casi lo destruye todo. El que aún puede hacerlo… si lo olvidas.
Dicen que antes de que existiera el apellido Queen… hubo uno que no tenía nombre completo, solo Ozma, solo King. El Rey que miraba a los cielos como suyos.
Caótico, decían. Ni luz, ni sombra. Era ambas. Y ninguna.
Su hija, Jenifer… la única que lo entendía. La única que lo amó de verdad. Pero hasta el amor tiene límites, ¿no?
Porque Ozma empezó a querer más. Más de lo que debía. Más de lo que el mundo podía aguantar.
Y Jenifer… ella lo vio venir. Lo vio en sus ojos. En sus palabras. En el silencio que dejaba después de hablar.
Así que lo engañó. Con dulzura, sí. Pero lo engañó.
Lo llevó a un jardín. No uno cualquiera. Uno tan divino como el Edén, dicen. Un lugar que no existe… pero que existe.
Y ahí lo selló. Con runas. Con lágrimas. Con todo lo que tenía.
Ozma no gritó. No se resistió. Solo se dejó caer. Como si supiera que no había otra salida.
Desde entonces, Jenifer tomó su lugar. Pero no podía ser King. Así que fue Queen. Y como no tenía apellido… ese título se volvió su nombre. Jenifer Queen.
Pero los sellos… no duran para siempre.
Miles de años. Miles de malditos años. Y el jardín empezó a romperse. Las runas a temblar. Y Ozma… Ozma se liberó.
Pero no salió como entró. Gastó casi todo su poder. Y cayó a la Tierra como un niño con ojos que no deberían estar en esa cara. Con marcas que brillan cuando nadie mira.
No busca venganza, dicen. No quiere guerra. Solo quiere verla. A su hija. A la que lo encerró.
No para pedir perdón. Porque ese viejo bastardo aún tiene orgullo. Pero sí para entender. Para cerrar algo que nunca debió abrirse.
Y ahora camina. Con pasos cortos. Con el mundo mirándolo sin saber quién es.
Pero yo lo sé. Yo lo vi. Yo lo recuerdo.
Ese niño… ese pequeño bastardo… es Ozma. El que fue King. El que casi lo destruye todo. El que aún puede hacerlo… si lo olvidas.
El regreso de Ozma
Dicen que antes de que existiera el apellido Queen… hubo uno que no tenía nombre completo, solo Ozma, solo King. El Rey que miraba a los cielos como suyos.
Caótico, decían. Ni luz, ni sombra. Era ambas. Y ninguna.
Su hija, Jenifer… la única que lo entendía. La única que lo amó de verdad. Pero hasta el amor tiene límites, ¿no?
Porque Ozma empezó a querer más. Más de lo que debía. Más de lo que el mundo podía aguantar.
Y Jenifer… ella lo vio venir. Lo vio en sus ojos. En sus palabras. En el silencio que dejaba después de hablar.
Así que lo engañó. Con dulzura, sí. Pero lo engañó.
Lo llevó a un jardín. No uno cualquiera. Uno tan divino como el Edén, dicen. Un lugar que no existe… pero que existe.
Y ahí lo selló. Con runas. Con lágrimas. Con todo lo que tenía.
Ozma no gritó. No se resistió. Solo se dejó caer. Como si supiera que no había otra salida.
Desde entonces, Jenifer tomó su lugar. Pero no podía ser King. Así que fue Queen. Y como no tenía apellido… ese título se volvió su nombre. Jenifer Queen.
Pero los sellos… no duran para siempre.
Miles de años. Miles de malditos años. Y el jardín empezó a romperse. Las runas a temblar. Y Ozma… Ozma se liberó.
Pero no salió como entró. Gastó casi todo su poder. Y cayó a la Tierra como un niño con ojos que no deberían estar en esa cara. Con marcas que brillan cuando nadie mira.
No busca venganza, dicen. No quiere guerra. Solo quiere verla. A su hija. A la que lo encerró.
No para pedir perdón. Porque ese viejo bastardo aún tiene orgullo. Pero sí para entender. Para cerrar algo que nunca debió abrirse.
Y ahora camina. Con pasos cortos. Con el mundo mirándolo sin saber quién es.
Pero yo lo sé. Yo lo vi. Yo lo recuerdo.
Ese niño… ese pequeño bastardo… es Ozma. El que fue King. El que casi lo destruye todo. El que aún puede hacerlo… si lo olvidas.

