—No me digas que vas a llorar de nuevo, Lillet—.
La brujita apretó los párpados, preguntándose si era demasiado predecible, o si la magia de su hermana le advirtió de sus lágrimas. Aunque la respuesta era obvia.
—¡Es que no quiero, no me gusta! —protestó la rubia. Parecía una pequeña haciendo un puchero. —¿De verdad tienes que hacerlo? ¿Por qué no pueden mandar a alguien más? —
—Ya hablamos de esto. Me ascenderán si todo sale bien, tendré más tiempo para verte. ¿No es algo bueno? —
—¡Sí! Pero... ¡Son seis meses! ¡Y es Japón! ¡Está muy lejos, y, y... no sabes nada de Japón! ¿Y si te hace daño la comida? ¿Y si... no sé, hay de esas cosas con tentáculos...? —
—¿Tentáculos? Lillet, no has estado entrando a esos sitios de internet otra vez, ¿o sí? —
—¡S-Sólo para saber qué clase de monstruo podría atacarte! —ya estaba llorando de nuevo. —¡No vayas, Hilde, por favor! Sé que suena tonto, pero tengo un mal presentimiento. Si te dejo ir ahora... —
—Ya, ya, calma —la castaña interrumpió. Hizo lo que pudo por limpiar las lágrimas que habían empapado el rostro de su hermana. —No va a pasarme nada, ¿sí? —
—¿D-De verdad? ¿Lo prometes? —
—Es una promesa—.
—No me digas que vas a llorar de nuevo, Lillet—.
La brujita apretó los párpados, preguntándose si era demasiado predecible, o si la magia de su hermana le advirtió de sus lágrimas. Aunque la respuesta era obvia.
—¡Es que no quiero, no me gusta! —protestó la rubia. Parecía una pequeña haciendo un puchero. —¿De verdad tienes que hacerlo? ¿Por qué no pueden mandar a alguien más? —
—Ya hablamos de esto. Me ascenderán si todo sale bien, tendré más tiempo para verte. ¿No es algo bueno? —
—¡Sí! Pero... ¡Son seis meses! ¡Y es Japón! ¡Está muy lejos, y, y... no sabes nada de Japón! ¿Y si te hace daño la comida? ¿Y si... no sé, hay de esas cosas con tentáculos...? —
—¿Tentáculos? Lillet, no has estado entrando a esos sitios de internet otra vez, ¿o sí? —
—¡S-Sólo para saber qué clase de monstruo podría atacarte! —ya estaba llorando de nuevo. —¡No vayas, Hilde, por favor! Sé que suena tonto, pero tengo un mal presentimiento. Si te dejo ir ahora... —
—Ya, ya, calma —la castaña interrumpió. Hizo lo que pudo por limpiar las lágrimas que habían empapado el rostro de su hermana. —No va a pasarme nada, ¿sí? —
—¿D-De verdad? ¿Lo prometes? —
—Es una promesa—.