• 𝕭>La bondad… esa palabra de miel en los labios, un susurro que acaricia los oídos y conforta el alma, como una brisa en el medio del desierto. Todos creen saber lo que significa. Todos creen poder identificar a una buena persona con solo ver la sonrisa en sus rostros o escuchar las palabras suaves que salen de su boca. Pero ¿qué saben ellos de la bondad? La mayoría confunde la bondad con manipulación, con esas trampas invisibles que se tejen como hilos de araña alrededor del corazón, hasta que uno ya no distingue lo verdadero de lo falso.

    𝕭>Algunos piensan que la bondad es simplemente ceder, complacer, bajar la cabeza. Que es dejar de lado lo propio para ganar la confianza de otros, hasta manipular sus deseos a su antojo. Y entonces, si se lo permites, empiezan a desconfiar, a temer que cualquier acto amable esconda una intención sombría, un propósito egoísta.

    𝕭>Pero la bondad verdadera no siempre es visible; a veces se oculta en gestos que parecen insípidos o en palabras que no buscan aplausos. No siempre viene con sonrisas ni dulzuras. Y esa bondad, la real, no busca una recompensa. No pide que se reconozca, ni se incomoda si es incomprendida. Sabe que es tan frágil como poderosa, y que si uno no la entiende, uno simplemente no la merece.

    𝕭>Mi amo, él sí conoce la bondad. Se mueve con una calma que otros interpretan como cálculo. Habla con claridad que otros ven como frialdad. Pero todo lo que hace, lo hace desde la bondad pura. Porque él no necesita manipular a nadie para ayudar o proteger, y lo hace sin esperar ser entendido, sin pedir nada a cambio. Su bondad, esa que pocos comprenden, es real y no requiere de aplausos o de máscaras. Esa es la bondad verdadera.
    𝕭>La bondad… esa palabra de miel en los labios, un susurro que acaricia los oídos y conforta el alma, como una brisa en el medio del desierto. Todos creen saber lo que significa. Todos creen poder identificar a una buena persona con solo ver la sonrisa en sus rostros o escuchar las palabras suaves que salen de su boca. Pero ¿qué saben ellos de la bondad? La mayoría confunde la bondad con manipulación, con esas trampas invisibles que se tejen como hilos de araña alrededor del corazón, hasta que uno ya no distingue lo verdadero de lo falso. 𝕭>Algunos piensan que la bondad es simplemente ceder, complacer, bajar la cabeza. Que es dejar de lado lo propio para ganar la confianza de otros, hasta manipular sus deseos a su antojo. Y entonces, si se lo permites, empiezan a desconfiar, a temer que cualquier acto amable esconda una intención sombría, un propósito egoísta. 𝕭>Pero la bondad verdadera no siempre es visible; a veces se oculta en gestos que parecen insípidos o en palabras que no buscan aplausos. No siempre viene con sonrisas ni dulzuras. Y esa bondad, la real, no busca una recompensa. No pide que se reconozca, ni se incomoda si es incomprendida. Sabe que es tan frágil como poderosa, y que si uno no la entiende, uno simplemente no la merece. 𝕭>Mi amo, él sí conoce la bondad. Se mueve con una calma que otros interpretan como cálculo. Habla con claridad que otros ven como frialdad. Pero todo lo que hace, lo hace desde la bondad pura. Porque él no necesita manipular a nadie para ayudar o proteger, y lo hace sin esperar ser entendido, sin pedir nada a cambio. Su bondad, esa que pocos comprenden, es real y no requiere de aplausos o de máscaras. Esa es la bondad verdadera.
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  • //Llegó tarde pero #SeductiveSunday //

    𝕸𝖊𝖒𝖔𝖗𝖎𝖆𝖘 𝖉𝖊 𝖚𝖓 𝖅𝖔𝖗𝖗𝖔 - 𝐊𝐚𝐳𝐮𝐨

    Quería consumirla, poseerla y, al mismo
    tiempo, temía la intensidad con la que sentía todo aquello.

    Una vez... Tan solo tuve que percibir su aroma una sola vez para dejarme atrapar de una forma que, en ese momento, no sabría nombrar. Olía a tierra, pino, sol; una sinfonía de olores que se alojaban en la parte trasera de mi paladar, provocando que incluso pudiera saborearlo, una efervescencia que explotaba en mi boca como una gota de agua al caer sobre suelo firme. Olía a montaña, olía a mi hogar. ¿Pero qué era esto? No había explicación ni lógica. Su cercanía provocó en mi cuerpo una auténtica hecatombe, una reacción en cadena con un desenlace frustrante. No sería hasta dos años después de abstinencia cuando pudiera emborracharme de aquella esencia que tan hondo había calado en mí.

    Cuando ese mar carmesí que tenía como ojos me engulló, al mismo tiempo que ese aroma, algo en mí se rompió. Era como si, en ese mismo segundo, el aire hubiera abandonado mis pulmones, porque solo querían oxigenarse con el aire impregnado de aquel aroma adictivo. Mis pupilas se dilataban como dos cuencas negras, mi piel se erizaba, y mi pecho cabalgaba en una desenfrenada carrera, sin un fin concreto en aquel inmenso horizonte de mi mente. Por primera vez en siglos, no era capaz de controlar la vorágine de sensaciones que se agolpaban, una tras otra, aporreando mi cabeza en un intento desesperado de abrirse paso, de intentar buscar una explicación para aquella sensación tan abrumadora.

    Sus ojos, su pelo, su piel, sus labios, su voz... su olor. Todo me atraía como una polilla es atraída por la luz, de una forma ciega y resignada, pues el resplandor no me dejaba ver más allá de mis narices. No soy un hombre común; Soy un zorro, hijo de Inari e hijo del bosque. Mis sentidos van más allá de lo común; para mí, un aroma, un sabor, puede tener más significado que una historia contada con palabras. Aquel olor me evocaba deseo, anhelo, hambre, peligro... un peligro al que, contra todo pronóstico, hice caso omiso, porque necesitaba impregnarme de aquella esencia y no dejaría escapar la más mínima oportunidad.

    La fuerza empleada para no dejar que mis instintos más primitivos, más salvajes, más animales, se abalanzaran sobre aquella mujer era hercúlea. Una fuerza que iba en contra de todo lo que mi cuerpo pedía a gritos. Ella... La deseaba; joder, la acababa de conocer y todo mi ser la reclamaba de una forma tan voraz que ni siquiera me dejaba pensar con claridad. Era como encontrar algo que no sabías que habías perdido, y que de pronto te arrebatan para luego volver a desaparecer.

    Cuando, al día siguiente, solo percibí los matices residuales de su ausencia, sentí que algo de mí había sido arrancado. Dirigí mis pasos a la habitación donde había dormido aquella noche. El futón, perfectamente recogido, y el yukata que le había prestado, cuidadosamente doblado a su lado. Me adentré, e inmediatamente su aroma me abofeteó la cara como un oleaje salvaje que rompía contra un acantilado. Me arrodillé junto a las pertenencias prestadas y devueltas. Sin poder contenerme, tomé aquel yukata entre mis manos, llevando aquella fina seda a mi rostro. Entonces inhalé profundamente, hundiendo mi rostro entre las telas de la prenda que horas antes, Elizabeth se había puesto. Memoricé cada matiz que me recordaba a la montaña, esa mezcla de olores terrosos que me embriagaban y me hacían entrar en un estado febril. Mis puños se cerraban en aquella tela, apretándola con tanta fuerza que mis nudillos se ponían blancos del esfuerzo. Mi cuerpo languidecía hasta dejarse caer sobre el futón donde ella había dormido la noche anterior. Aún con el yukata en mis manos apretadas, me deslicé por las sábanas y la colcha de dicho futón. Olía a ella; toda su esencia estaba en aquellos simples objetos. Quería adherir aquel olor a mi piel, volverlo parte de la mía. Parecía un gato que se retuerce en una zona que desea marcar con su olor.

    Para cualquier persona normal, aquel acto podría catalogarse como propio de alguien pervertido, tóxico o incluso enfermizo. Pero para mí, un zorro, aquel olor me hacía entrar en colapso, en un frenesí incontrolable y en constante ebullición. No se le puede pedir a un felino que no reaccione a la nepeta, ni impedir que una mariposa se sienta atraída por las feromonas de una hermosa flor. Para mí, era exactamente lo mismo; aquel aroma provocaba una reacción química en todo mi cuerpo, llevándolo a una excitación acalorada, intensa e irrefrenable.

    Cada noche volvía a emborracharme de la fragancia que aquella mujer de cabellos de fuego había dejado de forma inocente. Me imaginaba estar con ella, enredados en aquellas sábanas, y no podía evitar sentir ese placer tan exquisito. Lo hice hasta que su olor se disipó con el paso del tiempo. Durante dos largos años, iba cada noche al mismo punto donde la conocí por primera vez, con la esperanza de volver a verla, de volver a olerla. En mi forma de gran zorro blanco, corría montaña arriba, intentando encontrar aquellos olores que tanto me recordaban aquellos parajes. Pero... no, nada era igual, nada era comparable a aquel olor que tanto anhelaba y que jamás se borraría de mi memoria. La espera había sido dolorosa. Una agonía que apenas podía soportar en aquellas noches de soledad, donde solo podía consolarme lastimosamente a mí mismo, imaginando cómo sería que mi boca recorriera cada parte de su cuerpo. Estaba enfermo, enfermo por no poder engullir la medicina que necesitaba para sanar. Y esa medicina era ella.

    Durante el tiempo que pasó sin su presencia, no era capaz de mantener otros encuentros íntimos con otros seres. Ni las mujeres ni los hombres con los que normalmente conseguía "satisfacer" mis deseos me provocaban la más mínima reacción de anhelo. No era difícil para mí obtener placer ajeno, de hecho, era realmente fácil. Mi presencia causaba esa necesidad primitiva de deseo cuando mis labios seducían con un suave ronroneo. Pero cuando todo iba a culminar, mi cuerpo rechazaba aquel contacto. Todo mi ser aborrecía en ese último momento aquello que no estaba relacionado con aquella esencia que se había alojado en mi mente. Por lo tanto, finalmente desistí de tener y buscar cualquier tipo de relación carnal. Prefería autocomplacerme pensando en cómo sabrían sus labios en mi boca, cómo se sentiría su piel bajo las yemas de mis dedos, cómo su olor inundaría mi olfato hasta entrar en mi lengua.

    Cuando al fin la tuve tan cerca nuevamente, sentí que su sola presencia desataba algo violento dentro de mí, un sofoco que emergía desde lo más profundo de mi ser y que solo sería aplacado con el consumo de aquella mujer. Mía... Deseaba hacerla mía de todas las formas posibles, que su aroma quedara impregnado en mi cuerpo y que el mío quedara impregnado en el suyo. Dejarme llevar por mi lado más salvaje y animal; dejar que mis colmillos ansiosos marcaran cada zona de su piel, reclamando lo que quería que fuera mío. En cada encuentro no podía hacer más que venerar aquel cuerpo; no podía dejar de arrodillarme ante ella. Lo que me hizo rendirme al completo fue saber más, conocer quién estaba debajo de todas esas sensaciones primitivas, hizo que me volviera siervo de lo que ella representaba. Y lo que representaba, era todo para mí, como si todo lo anterior a ella se quedara en la nada.

    Ahora que es mía y yo soy suyo, me doy cuenta de que jamás podría curarme de su adicción. Era mi opio, mi droga recurrente y de la que no deseaba desintoxicarme. De hecho, al contrario, quería intoxicarme por cada poro de mi piel. Fundirme a su cuerpo hasta que no se supiera dónde empezaba el mío y dónde terminaba el de ella.

    A veces considero que peco de soberbio y posesivo si el tema a discutir se trata de Elizabeth, faltando enormemente a lo que es mi ética como mensajero de Inari. Pero simplemente no puedo. Estoy tan enfermizamente enamorado, que no hay unas directrices que nos guían para manejar la situación que nos rodea a ambos. Tendremos que ser nosotros mismos quienes vayamos descubriendo a dónde nos lleva esta desenfrenada pasión.

    𝑬𝒍𝒊𝒛𝒂𝒃𝒆𝒕𝒉 ✴ 𝑩𝒍𝒐𝒐𝒅𝒇𝒍𝒂𝒎𝒆
    //Llegó tarde pero #SeductiveSunday // 𝕸𝖊𝖒𝖔𝖗𝖎𝖆𝖘 𝖉𝖊 𝖚𝖓 𝖅𝖔𝖗𝖗𝖔 - 𝐊𝐚𝐳𝐮𝐨 Quería consumirla, poseerla y, al mismo tiempo, temía la intensidad con la que sentía todo aquello. Una vez... Tan solo tuve que percibir su aroma una sola vez para dejarme atrapar de una forma que, en ese momento, no sabría nombrar. Olía a tierra, pino, sol; una sinfonía de olores que se alojaban en la parte trasera de mi paladar, provocando que incluso pudiera saborearlo, una efervescencia que explotaba en mi boca como una gota de agua al caer sobre suelo firme. Olía a montaña, olía a mi hogar. ¿Pero qué era esto? No había explicación ni lógica. Su cercanía provocó en mi cuerpo una auténtica hecatombe, una reacción en cadena con un desenlace frustrante. No sería hasta dos años después de abstinencia cuando pudiera emborracharme de aquella esencia que tan hondo había calado en mí. Cuando ese mar carmesí que tenía como ojos me engulló, al mismo tiempo que ese aroma, algo en mí se rompió. Era como si, en ese mismo segundo, el aire hubiera abandonado mis pulmones, porque solo querían oxigenarse con el aire impregnado de aquel aroma adictivo. Mis pupilas se dilataban como dos cuencas negras, mi piel se erizaba, y mi pecho cabalgaba en una desenfrenada carrera, sin un fin concreto en aquel inmenso horizonte de mi mente. Por primera vez en siglos, no era capaz de controlar la vorágine de sensaciones que se agolpaban, una tras otra, aporreando mi cabeza en un intento desesperado de abrirse paso, de intentar buscar una explicación para aquella sensación tan abrumadora. Sus ojos, su pelo, su piel, sus labios, su voz... su olor. Todo me atraía como una polilla es atraída por la luz, de una forma ciega y resignada, pues el resplandor no me dejaba ver más allá de mis narices. No soy un hombre común; Soy un zorro, hijo de Inari e hijo del bosque. Mis sentidos van más allá de lo común; para mí, un aroma, un sabor, puede tener más significado que una historia contada con palabras. Aquel olor me evocaba deseo, anhelo, hambre, peligro... un peligro al que, contra todo pronóstico, hice caso omiso, porque necesitaba impregnarme de aquella esencia y no dejaría escapar la más mínima oportunidad. La fuerza empleada para no dejar que mis instintos más primitivos, más salvajes, más animales, se abalanzaran sobre aquella mujer era hercúlea. Una fuerza que iba en contra de todo lo que mi cuerpo pedía a gritos. Ella... La deseaba; joder, la acababa de conocer y todo mi ser la reclamaba de una forma tan voraz que ni siquiera me dejaba pensar con claridad. Era como encontrar algo que no sabías que habías perdido, y que de pronto te arrebatan para luego volver a desaparecer. Cuando, al día siguiente, solo percibí los matices residuales de su ausencia, sentí que algo de mí había sido arrancado. Dirigí mis pasos a la habitación donde había dormido aquella noche. El futón, perfectamente recogido, y el yukata que le había prestado, cuidadosamente doblado a su lado. Me adentré, e inmediatamente su aroma me abofeteó la cara como un oleaje salvaje que rompía contra un acantilado. Me arrodillé junto a las pertenencias prestadas y devueltas. Sin poder contenerme, tomé aquel yukata entre mis manos, llevando aquella fina seda a mi rostro. Entonces inhalé profundamente, hundiendo mi rostro entre las telas de la prenda que horas antes, Elizabeth se había puesto. Memoricé cada matiz que me recordaba a la montaña, esa mezcla de olores terrosos que me embriagaban y me hacían entrar en un estado febril. Mis puños se cerraban en aquella tela, apretándola con tanta fuerza que mis nudillos se ponían blancos del esfuerzo. Mi cuerpo languidecía hasta dejarse caer sobre el futón donde ella había dormido la noche anterior. Aún con el yukata en mis manos apretadas, me deslicé por las sábanas y la colcha de dicho futón. Olía a ella; toda su esencia estaba en aquellos simples objetos. Quería adherir aquel olor a mi piel, volverlo parte de la mía. Parecía un gato que se retuerce en una zona que desea marcar con su olor. Para cualquier persona normal, aquel acto podría catalogarse como propio de alguien pervertido, tóxico o incluso enfermizo. Pero para mí, un zorro, aquel olor me hacía entrar en colapso, en un frenesí incontrolable y en constante ebullición. No se le puede pedir a un felino que no reaccione a la nepeta, ni impedir que una mariposa se sienta atraída por las feromonas de una hermosa flor. Para mí, era exactamente lo mismo; aquel aroma provocaba una reacción química en todo mi cuerpo, llevándolo a una excitación acalorada, intensa e irrefrenable. Cada noche volvía a emborracharme de la fragancia que aquella mujer de cabellos de fuego había dejado de forma inocente. Me imaginaba estar con ella, enredados en aquellas sábanas, y no podía evitar sentir ese placer tan exquisito. Lo hice hasta que su olor se disipó con el paso del tiempo. Durante dos largos años, iba cada noche al mismo punto donde la conocí por primera vez, con la esperanza de volver a verla, de volver a olerla. En mi forma de gran zorro blanco, corría montaña arriba, intentando encontrar aquellos olores que tanto me recordaban aquellos parajes. Pero... no, nada era igual, nada era comparable a aquel olor que tanto anhelaba y que jamás se borraría de mi memoria. La espera había sido dolorosa. Una agonía que apenas podía soportar en aquellas noches de soledad, donde solo podía consolarme lastimosamente a mí mismo, imaginando cómo sería que mi boca recorriera cada parte de su cuerpo. Estaba enfermo, enfermo por no poder engullir la medicina que necesitaba para sanar. Y esa medicina era ella. Durante el tiempo que pasó sin su presencia, no era capaz de mantener otros encuentros íntimos con otros seres. Ni las mujeres ni los hombres con los que normalmente conseguía "satisfacer" mis deseos me provocaban la más mínima reacción de anhelo. No era difícil para mí obtener placer ajeno, de hecho, era realmente fácil. Mi presencia causaba esa necesidad primitiva de deseo cuando mis labios seducían con un suave ronroneo. Pero cuando todo iba a culminar, mi cuerpo rechazaba aquel contacto. Todo mi ser aborrecía en ese último momento aquello que no estaba relacionado con aquella esencia que se había alojado en mi mente. Por lo tanto, finalmente desistí de tener y buscar cualquier tipo de relación carnal. Prefería autocomplacerme pensando en cómo sabrían sus labios en mi boca, cómo se sentiría su piel bajo las yemas de mis dedos, cómo su olor inundaría mi olfato hasta entrar en mi lengua. Cuando al fin la tuve tan cerca nuevamente, sentí que su sola presencia desataba algo violento dentro de mí, un sofoco que emergía desde lo más profundo de mi ser y que solo sería aplacado con el consumo de aquella mujer. Mía... Deseaba hacerla mía de todas las formas posibles, que su aroma quedara impregnado en mi cuerpo y que el mío quedara impregnado en el suyo. Dejarme llevar por mi lado más salvaje y animal; dejar que mis colmillos ansiosos marcaran cada zona de su piel, reclamando lo que quería que fuera mío. En cada encuentro no podía hacer más que venerar aquel cuerpo; no podía dejar de arrodillarme ante ella. Lo que me hizo rendirme al completo fue saber más, conocer quién estaba debajo de todas esas sensaciones primitivas, hizo que me volviera siervo de lo que ella representaba. Y lo que representaba, era todo para mí, como si todo lo anterior a ella se quedara en la nada. Ahora que es mía y yo soy suyo, me doy cuenta de que jamás podría curarme de su adicción. Era mi opio, mi droga recurrente y de la que no deseaba desintoxicarme. De hecho, al contrario, quería intoxicarme por cada poro de mi piel. Fundirme a su cuerpo hasta que no se supiera dónde empezaba el mío y dónde terminaba el de ella. A veces considero que peco de soberbio y posesivo si el tema a discutir se trata de Elizabeth, faltando enormemente a lo que es mi ética como mensajero de Inari. Pero simplemente no puedo. Estoy tan enfermizamente enamorado, que no hay unas directrices que nos guían para manejar la situación que nos rodea a ambos. Tendremos que ser nosotros mismos quienes vayamos descubriendo a dónde nos lleva esta desenfrenada pasión. [Liz_bloodFlame]
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  • *Despertando de mi largo sueño sin saber la hora que era ni en qué fecha estaba, bostezando rascándome el costado con los pelos revueltos y aun con la babilla en la boca de haber dormido tanto, me limpie la baba con la manga del pijama mientras me levantaba de la cama bostezando y dirigiéndome al salón cual zombie*

    - Espero que echen algo interesante… o me volveré a la cama… a saber de las cosas que me habré perdido…
    *Despertando de mi largo sueño sin saber la hora que era ni en qué fecha estaba, bostezando rascándome el costado con los pelos revueltos y aun con la babilla en la boca de haber dormido tanto, me limpie la baba con la manga del pijama mientras me levantaba de la cama bostezando y dirigiéndome al salón cual zombie* - Espero que echen algo interesante… o me volveré a la cama… a saber de las cosas que me habré perdido…
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  • Carmina rara vez tenía la oportunidad de alejarse de la tienda familiar, pero con el cumpleaños de su abuela acercándose rápidamente, sentía que debía encontrar el regalo perfecto. Lucia siempre había sido una mujer elegante, conocida en el vecindario por su buen gusto y su porte refinado. En su juventud, la gente hablaba de ella con admiración y un toque de envidia, mencionando cómo su estilo de vida parecía deslumbrar a todos. Algunos incluso decían que se creía superior a los demás debido a su afición por las marcas de lujo. Sin embargo, Carmina sabía que eso no era cierto. Aunque su esposo a veces le regalaba accesorios o prendas de diseñador, Lucía tenía un talento especial para combinarlos con ropa sencilla que resaltaba su belleza natural.

    Por eso, este año, Carmina había ahorrado cada centavo que pudo, con la esperanza de poder comprarle algo verdaderamente especial a su querida abuela. Con determinación, se dirigió a la parte de la ciudad donde se encontraban las boutiques más elegantes. Era un lugar completamente distinto a su vecindario; las calles estaban adornadas con árboles bien cuidados y las vitrinas exhibían artículos de lujo que brillaban bajo el sol.

    Al entrar en una de las tiendas, Carmina no pudo evitar abrir los ojos en sorpresa ante los precios exorbitantes que se exhibían. Se sintió un poco incómoda, como si los empleados pudieran leer sus pensamientos y notar que claramente no pertenecía a ese entorno exclusivo. Sin embargo, llevaba consigo sus ahorros, y eso le dio un poco de valor.

    Comenzó a recorrer la tienda, revisando cuidadosamente la ropa, los zapatos y los bolsos. Todo era absolutamente hermoso, pero sabía que, a su edad, su abuela no usaría muchas de esas cosas. Después de un rato, desalentada, se dirigió hacia la salida. Pero justo al pasar por el escaparate de una joyería, algo brillante captó su atención.

    ¡Ahí estaban! Un par de aretes de oro, deslumbrantes y elegantes, como solo podían ser. El precio era elevado, pero encajaba perfectamente con lo que había ahorrado. Su corazón latía con emoción mientras se acercaba al vendedor y pedía las joyas del escaparate. Notó la mirada evaluadora del empleado, pero no le importó. Una vez que realizó la compra, se sintió ligera de ahorros, pero llena de alegría y anticipación.

    Al salir de la joyería, algo más llamó su atención. Una joven de cabellos rubios, cuya belleza parecía sacada de una revista de moda, se movía con una gracia deslumbrante. Era, sin duda, de otro nivel. A medida que se acercaba, el rostro de la mujer le resultaba familiar. Después de un momento, Carmina lo comprendió: ¡era ella! Sin pensarlo dos veces, se acercó a la mujer que ya había salido del local.

    —¡Disculpa! ¿Acaso conoces a Flavio?— preguntó, consciente de que su pregunta podía sonar torpe, pero era la única manera que se le ocurrió de indagar sobre la relación de la joven con alguien tan cercano a ella. En ese instante, la ansiedad la invadió, temiendo que podría estar confundiéndola y pasar una vergüenza aún mayor. Pero la curiosidad y el no saber más de aquel que consideraba su amigo, le dieron el valor suficiente para preguntar.

    Eᥣιsᥲbᥱttᥲ Dι Vιᥒᥴᥱᥒzo
    Carmina rara vez tenía la oportunidad de alejarse de la tienda familiar, pero con el cumpleaños de su abuela acercándose rápidamente, sentía que debía encontrar el regalo perfecto. Lucia siempre había sido una mujer elegante, conocida en el vecindario por su buen gusto y su porte refinado. En su juventud, la gente hablaba de ella con admiración y un toque de envidia, mencionando cómo su estilo de vida parecía deslumbrar a todos. Algunos incluso decían que se creía superior a los demás debido a su afición por las marcas de lujo. Sin embargo, Carmina sabía que eso no era cierto. Aunque su esposo a veces le regalaba accesorios o prendas de diseñador, Lucía tenía un talento especial para combinarlos con ropa sencilla que resaltaba su belleza natural. Por eso, este año, Carmina había ahorrado cada centavo que pudo, con la esperanza de poder comprarle algo verdaderamente especial a su querida abuela. Con determinación, se dirigió a la parte de la ciudad donde se encontraban las boutiques más elegantes. Era un lugar completamente distinto a su vecindario; las calles estaban adornadas con árboles bien cuidados y las vitrinas exhibían artículos de lujo que brillaban bajo el sol. Al entrar en una de las tiendas, Carmina no pudo evitar abrir los ojos en sorpresa ante los precios exorbitantes que se exhibían. Se sintió un poco incómoda, como si los empleados pudieran leer sus pensamientos y notar que claramente no pertenecía a ese entorno exclusivo. Sin embargo, llevaba consigo sus ahorros, y eso le dio un poco de valor. Comenzó a recorrer la tienda, revisando cuidadosamente la ropa, los zapatos y los bolsos. Todo era absolutamente hermoso, pero sabía que, a su edad, su abuela no usaría muchas de esas cosas. Después de un rato, desalentada, se dirigió hacia la salida. Pero justo al pasar por el escaparate de una joyería, algo brillante captó su atención. ¡Ahí estaban! Un par de aretes de oro, deslumbrantes y elegantes, como solo podían ser. El precio era elevado, pero encajaba perfectamente con lo que había ahorrado. Su corazón latía con emoción mientras se acercaba al vendedor y pedía las joyas del escaparate. Notó la mirada evaluadora del empleado, pero no le importó. Una vez que realizó la compra, se sintió ligera de ahorros, pero llena de alegría y anticipación. Al salir de la joyería, algo más llamó su atención. Una joven de cabellos rubios, cuya belleza parecía sacada de una revista de moda, se movía con una gracia deslumbrante. Era, sin duda, de otro nivel. A medida que se acercaba, el rostro de la mujer le resultaba familiar. Después de un momento, Carmina lo comprendió: ¡era ella! Sin pensarlo dos veces, se acercó a la mujer que ya había salido del local. —¡Disculpa! ¿Acaso conoces a Flavio?— preguntó, consciente de que su pregunta podía sonar torpe, pero era la única manera que se le ocurrió de indagar sobre la relación de la joven con alguien tan cercano a ella. En ese instante, la ansiedad la invadió, temiendo que podría estar confundiéndola y pasar una vergüenza aún mayor. Pero la curiosidad y el no saber más de aquel que consideraba su amigo, le dieron el valor suficiente para preguntar. [ElisabettaDV1]
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    #ModernAU #Ladyofthenight

    Está bien que no me quieras, porque realmente no creo que seamos capases.
    Normalmente uno comienza a ver los grandes desamores del ambiente cuando tiene la capacidad de mantenerse parado, aun así, pobres criaturas a veces encuentran el vacío detrás del escenario aun antes de poder entender que significa. Y ahí crecen…
    Las personas que obligatoriamente deberían amarte no están, les alcanzó un vistazo para saber que no querrían nada que ver con una pequeña bolita de carne quejosa. Los niños del albergue tenían tanto miedo, hambre y frío como tú, y así como todos enmarcaste el ceño y enseñaste los dientes porque estabas tan helada por dentro que incluso el calor de la sangre ajena en tu boca era mejor que sentir nada.
    Él tiene algo más, aquel es mejor, alto, los fuertes, el listo, más lindos, más… mejor.
    Pasas de techo en techo, en lugares repletos de gente que nunca serán tuyos, valiendo menos que el papel donde imprimen los cheques de seguridad social y alzando la cabeza con una sonrisa, una y otra vez… porque quieres comértelo todo. Deseas devorar todas esas ininteligencias flotando en el aire, anhelas poder vestir esos significados que pasan de lengua a lengua y necesitas creer que en algún momento podrás estar en el medio de la habitación.
    Los años pasan y el frío está allí, pero no tanto como antes ¿o no?. El miedo tiene una manera de incendiar hasta los cimientos aunque estés inundado de lágrimas, caminas, caminas, caminas intentando abrirte paso del otro lado del telón para encontrar un mundo de colores tan brillantes, luces imposibles y una verdad a medias.
    Nadie ama.
    ¡Imposible!, resuena en un escenario vacío siendo atestiguado únicamente por sabias tarimas de madera que si pudieran sacudirían su cabeza en lánguido desapruebo.
    ¡Estaba aquí! ¿Acaso no lo vieron? ¡YO SI! Todo el tiempo… desde el otro lado.
    Palabras necias para oídos sordos, ¿cómo no podría estar?, era parte de la vida de tantas personas que sería imposible que no fuera real. Pero tú sabes más que eso ¿verdad?, conoces tonos más oscuros.
    Estuvieron en tus ojos cuando la mano del grande encontró con fuerza el cráneo de alguien más chico, bañando tu rostro cuando entregaste un pedazo de ti por un segundo de compañía y en la punta de tu lengua cuando cerraste los dientes en alguien más con la intención de desgarrar su carne.
    Así que no, no eres capaz de amar, siempre lo supiste cariño, eres mejor que eso.
    Entiendes como se maneja el juego, como los estratos sociales están construidos en fundamentos de abuso e incondicionalidad para soportar un sistema que no funciona, pero no hay otro.
    Usaste, deseaste, resentiste y envidiaste para quedar a un lado de todo.
    Ahora sonríe, abre los brazos y susurra tan dulce como puedas —¿Cómo podría no hacerlo?—
    Tal vez, en algún momento, alguien te dé la respuesta.
    #ModernAU #Ladyofthenight Está bien que no me quieras, porque realmente no creo que seamos capases. Normalmente uno comienza a ver los grandes desamores del ambiente cuando tiene la capacidad de mantenerse parado, aun así, pobres criaturas a veces encuentran el vacío detrás del escenario aun antes de poder entender que significa. Y ahí crecen… Las personas que obligatoriamente deberían amarte no están, les alcanzó un vistazo para saber que no querrían nada que ver con una pequeña bolita de carne quejosa. Los niños del albergue tenían tanto miedo, hambre y frío como tú, y así como todos enmarcaste el ceño y enseñaste los dientes porque estabas tan helada por dentro que incluso el calor de la sangre ajena en tu boca era mejor que sentir nada. Él tiene algo más, aquel es mejor, alto, los fuertes, el listo, más lindos, más… mejor. Pasas de techo en techo, en lugares repletos de gente que nunca serán tuyos, valiendo menos que el papel donde imprimen los cheques de seguridad social y alzando la cabeza con una sonrisa, una y otra vez… porque quieres comértelo todo. Deseas devorar todas esas ininteligencias flotando en el aire, anhelas poder vestir esos significados que pasan de lengua a lengua y necesitas creer que en algún momento podrás estar en el medio de la habitación. Los años pasan y el frío está allí, pero no tanto como antes ¿o no?. El miedo tiene una manera de incendiar hasta los cimientos aunque estés inundado de lágrimas, caminas, caminas, caminas intentando abrirte paso del otro lado del telón para encontrar un mundo de colores tan brillantes, luces imposibles y una verdad a medias. Nadie ama. ¡Imposible!, resuena en un escenario vacío siendo atestiguado únicamente por sabias tarimas de madera que si pudieran sacudirían su cabeza en lánguido desapruebo. ¡Estaba aquí! ¿Acaso no lo vieron? ¡YO SI! Todo el tiempo… desde el otro lado. Palabras necias para oídos sordos, ¿cómo no podría estar?, era parte de la vida de tantas personas que sería imposible que no fuera real. Pero tú sabes más que eso ¿verdad?, conoces tonos más oscuros. Estuvieron en tus ojos cuando la mano del grande encontró con fuerza el cráneo de alguien más chico, bañando tu rostro cuando entregaste un pedazo de ti por un segundo de compañía y en la punta de tu lengua cuando cerraste los dientes en alguien más con la intención de desgarrar su carne. Así que no, no eres capaz de amar, siempre lo supiste cariño, eres mejor que eso. Entiendes como se maneja el juego, como los estratos sociales están construidos en fundamentos de abuso e incondicionalidad para soportar un sistema que no funciona, pero no hay otro. Usaste, deseaste, resentiste y envidiaste para quedar a un lado de todo. Ahora sonríe, abre los brazos y susurra tan dulce como puedas —¿Cómo podría no hacerlo?— Tal vez, en algún momento, alguien te dé la respuesta.
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  • — Con tanta tecnología disponible para explorar el infinito saber que ha acumulado la humanidad, y no sólo eso, con tanta tecnología que hace el trabajo de, incluso, corregir automáticamente los errores... ¿¡Cómo hace la gente para seguir escribiendo tan mal!?

    #ElBrujoCojo #ProfesorZientek
    — Con tanta tecnología disponible para explorar el infinito saber que ha acumulado la humanidad, y no sólo eso, con tanta tecnología que hace el trabajo de, incluso, corregir automáticamente los errores... ¿¡Cómo hace la gente para seguir escribiendo tan mal!? #ElBrujoCojo #ProfesorZientek
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    // Hola gente. Me gustaría subir más relatos sobre Kazuo. Pero tengo un poco de bloqueo narrativo. ¿Hay algo del personaje que os intigre o quisierais saber?. Para hacer un relato más detallado y extenso. Incluso he pensado en hacer algunos en primera persona. Directamente Kazuo narrando y expresando lo que siente.

    Me encantaría que participaseis en esta dinámica. Gracias de antemano ♥️//
    // Hola gente. Me gustaría subir más relatos sobre Kazuo. Pero tengo un poco de bloqueo narrativo. ¿Hay algo del personaje que os intigre o quisierais saber?. Para hacer un relato más detallado y extenso. Incluso he pensado en hacer algunos en primera persona. Directamente Kazuo narrando y expresando lo que siente. Me encantaría que participaseis en esta dinámica. Gracias de antemano ☺️♥️// :STK-13:
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  • Luz serpenteante, sombras nebulosas.
    Textos impíos, estudios incesantes.
    Leve luz de luna lograba alcanzar a iluminar una pequeña parte de una página del pesado ejemplar postrado sobre la barra dentro de un viejo establecimiento.

    Línea a línea, párrafo tras párrafo.

    Absurdo.

    Un vaso de licor aguardaba del otro lado sobre la barra.

    Poderío. Cuidado.

    Se hallaba un libro abierto encima del gran tomo, dando el privilegio a su lectora de poder descifrar y saber los conocimientos que guardaban estas profanas escrituras. Un poco más a un lado, un cuaderno de bolsillo, también abierto, recibiendo solo la pulpa de esos jugosos saberes.

    Sensatez. Secreto.

    Con su índice y pulgar extinguió la llama de la vela que la acompañaba e iluminaba su alrededor, después de tomar lo que quedaba del vaso y recoger sus pertenencias. Salió del local. Sin tener que soltar alguna cosa, se las arregló para buscar las llaves en alguno de los bolsillos de su vestido y asegurarse de que la tienda, quedara bien cerrada.

    Dio la vuelta y subió las escaleras hacia su apartamento, dirigiéndose directamente a su habitación, para guardar los libros y sus apuntes en un lugar seguro. Fue a la cocina dónde encontró la botella de licor abierta. Se sirvió otro trago. Lo tomó. La sensación cálida recorrió su garganta. Volteó hacia el espejo. Círculos oscuros rodeaban sus ojos, pupilas dilatadas, respiración desigual.

    Miró la hora, faltaban más que unas cuantas horas para el siguiente día.

    Entró a su cuarto de baño y se quitó la ropa, de una dejó que el agua fresca de la ducha impactara sobre su rostro, y de ahí, el resto de su cuerpo, mismo que fue despojado de cualquier remanente de tensión ocasionado por la ardua sección de estudio ejecutada hace un rato. El aroma floral de los productos de higiene impregnó en el ambiente. Envolvió su cabello con una toalla después de colocarse la bata de baño. Dio una cepillada rápida a sus dientes.

    Sobre la cama yacían unos cuantos objetos, regalos que recibió por parte de algunos allegados. Se sentó a un lado mientras los miraba, una sonrisa de lado naturalmente se formó en su rostro.

    "Feliz cumpleaños" decía un sobre con letra manuscrita. No se atrevía a abrirlo, sabía de quien venía. Sacar la carta sería como abrir deliberadamente la caja de pandora.

    Se vistió con un conjunto para dormir y se acostó, sin sueño, volteó hacia su guardarropa deseando tener alguna excusa para levantarse para cambiarse completamente de ropa y hacer reventar con una gran fiesta excesiva y también pecaminosa, este intento de apartamento.

    Los tragos de licor comenzaban a hacer efecto, su visión se nubló por un segundo. Se levantó de la cama y caminó a la sala de estar, descolgó el teléfono de casa y marcó a su amigo.

    Charles Grey
    Luz serpenteante, sombras nebulosas. Textos impíos, estudios incesantes. Leve luz de luna lograba alcanzar a iluminar una pequeña parte de una página del pesado ejemplar postrado sobre la barra dentro de un viejo establecimiento. Línea a línea, párrafo tras párrafo. Absurdo. Un vaso de licor aguardaba del otro lado sobre la barra. Poderío. Cuidado. Se hallaba un libro abierto encima del gran tomo, dando el privilegio a su lectora de poder descifrar y saber los conocimientos que guardaban estas profanas escrituras. Un poco más a un lado, un cuaderno de bolsillo, también abierto, recibiendo solo la pulpa de esos jugosos saberes. Sensatez. Secreto. Con su índice y pulgar extinguió la llama de la vela que la acompañaba e iluminaba su alrededor, después de tomar lo que quedaba del vaso y recoger sus pertenencias. Salió del local. Sin tener que soltar alguna cosa, se las arregló para buscar las llaves en alguno de los bolsillos de su vestido y asegurarse de que la tienda, quedara bien cerrada. Dio la vuelta y subió las escaleras hacia su apartamento, dirigiéndose directamente a su habitación, para guardar los libros y sus apuntes en un lugar seguro. Fue a la cocina dónde encontró la botella de licor abierta. Se sirvió otro trago. Lo tomó. La sensación cálida recorrió su garganta. Volteó hacia el espejo. Círculos oscuros rodeaban sus ojos, pupilas dilatadas, respiración desigual. Miró la hora, faltaban más que unas cuantas horas para el siguiente día. Entró a su cuarto de baño y se quitó la ropa, de una dejó que el agua fresca de la ducha impactara sobre su rostro, y de ahí, el resto de su cuerpo, mismo que fue despojado de cualquier remanente de tensión ocasionado por la ardua sección de estudio ejecutada hace un rato. El aroma floral de los productos de higiene impregnó en el ambiente. Envolvió su cabello con una toalla después de colocarse la bata de baño. Dio una cepillada rápida a sus dientes. Sobre la cama yacían unos cuantos objetos, regalos que recibió por parte de algunos allegados. Se sentó a un lado mientras los miraba, una sonrisa de lado naturalmente se formó en su rostro. "Feliz cumpleaños" decía un sobre con letra manuscrita. No se atrevía a abrirlo, sabía de quien venía. Sacar la carta sería como abrir deliberadamente la caja de pandora. Se vistió con un conjunto para dormir y se acostó, sin sueño, volteó hacia su guardarropa deseando tener alguna excusa para levantarse para cambiarse completamente de ropa y hacer reventar con una gran fiesta excesiva y también pecaminosa, este intento de apartamento. Los tragos de licor comenzaban a hacer efecto, su visión se nubló por un segundo. Se levantó de la cama y caminó a la sala de estar, descolgó el teléfono de casa y marcó a su amigo. [EarlGrey]
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  • —No le costó demasiado encontrar el pequeño Edén creado por Lucifer. Aterrizó y comenzó a buscar, inevitable fue alguna pequeña sonrisa, ya que estaba muy logrado y aquello le traía recuerdos. Era extraño…Recordaba el comienzo, pero no una gran parte de en medio, al menos no después de dejar a Lilith. Pero si recordaba a sus hijos, a todos ellos.

    Caminando por el lugar, se perdió en sus recuerdos, en antes de conocer a Lilith, cuando estaba solo y cada día era un nuevo descubrimiento, aquella emoción de encontrar plantas y animales nuevos, de paisajes hermosos que estaban solo para él. Arrugó ligeramente la nariz. Como de atrapado se había sentido con Lilith, quien no solo se negaba a acompañarle en sus viajes por el Edén, si no que además se esforzaba por retenerlo y que, en resumidas cuentas le obedeciera en todo. Suspiró, cuanto habría deseado a una compañera que compartiera su misma curiosidad y sed de libertad.

    Y entonces, sin motivo aparente… comenzó a sentirse triste. Sentía añoranza como si recordar aquello hiciera presente que, aún sin saberlo algo, o mejor dicho alguien le faltaba. Sin embargo, hasta donde recordaba después de Lilith no hubo nadie más… Aunque entonces… ¿Quien era la madre de sus hijos? Por qué, estos no habían salido solos. Tal y como sucedió con una de sus últimas charlas amistosas con Lucifer, Adán necesitó masajearse las sienes, ya que al intentar hacer memoria, sintió un punzante dolor que atravesó su cabeza de lado a lado.

    Sacudió la cabeza, decidió no darle importancia y, aunque aquel sentimiento de tristeza no desaparecía, prefirió tratar en centrarse en encontrar el cuerpo de Lucifer —
    —No le costó demasiado encontrar el pequeño Edén creado por Lucifer. Aterrizó y comenzó a buscar, inevitable fue alguna pequeña sonrisa, ya que estaba muy logrado y aquello le traía recuerdos. Era extraño…Recordaba el comienzo, pero no una gran parte de en medio, al menos no después de dejar a Lilith. Pero si recordaba a sus hijos, a todos ellos. Caminando por el lugar, se perdió en sus recuerdos, en antes de conocer a Lilith, cuando estaba solo y cada día era un nuevo descubrimiento, aquella emoción de encontrar plantas y animales nuevos, de paisajes hermosos que estaban solo para él. Arrugó ligeramente la nariz. Como de atrapado se había sentido con Lilith, quien no solo se negaba a acompañarle en sus viajes por el Edén, si no que además se esforzaba por retenerlo y que, en resumidas cuentas le obedeciera en todo. Suspiró, cuanto habría deseado a una compañera que compartiera su misma curiosidad y sed de libertad. Y entonces, sin motivo aparente… comenzó a sentirse triste. Sentía añoranza como si recordar aquello hiciera presente que, aún sin saberlo algo, o mejor dicho alguien le faltaba. Sin embargo, hasta donde recordaba después de Lilith no hubo nadie más… Aunque entonces… ¿Quien era la madre de sus hijos? Por qué, estos no habían salido solos. Tal y como sucedió con una de sus últimas charlas amistosas con Lucifer, Adán necesitó masajearse las sienes, ya que al intentar hacer memoria, sintió un punzante dolor que atravesó su cabeza de lado a lado. Sacudió la cabeza, decidió no darle importancia y, aunque aquel sentimiento de tristeza no desaparecía, prefirió tratar en centrarse en encontrar el cuerpo de Lucifer —
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    —No llevaba mucho en aquella dimensión. Tampoco había sido capaz de recordar nada. Sus lagunas mentales seguían ahí ¿Como llegó?¿Por que lo hizo herido?¿Si no fue Lilith la madre de sus hijos, quién? Por que estaba claro qué se ella si recordaba todo, incluso como la dejó y eso fue antes de ser padre, mucho antes. Lo qué significaba qué hubo “alguien” después. Alguien a quien no recordaba.

    Pero… cada vez qué trataba de rememorar le atacaba una horrible jaqueca y esa vez, no fue la excepción.

    Al ver qué sufría, una de las brujas del aquelarre al qué había asistido para distraerse le entregó un brebaje y le pidió qué se uniera de nuevo a la celebración. Adán lo tomó con total confianza, sabedor de lo mucho qué aquellas mujeres le amaban y respetaban.
    Pues él fue quien le mostró el arte de la brujería a las mujeres qué deseaban ser libres. Volvió a la fiesta, y antes de unirse las observó danzar con fuego las escuchaba cantar y las veía dejarse fluir por el momento, siendo completamente libres, siendo ellas mismas y pensó qué no había nada más bello qué romper las cadenas de la opresión y atreverte a ser tu mismo. Sus pensamientos fueron ahora llevados al cielo, a su pasado y en como hacía milenios qué no pisaba su propia dimensión y mucho más qué no hablaba con su padre. EL PADRE en mayúsculas, pues al ser el primer humano, fue obra directa de Dios.

    Y entonces lo sintió. Como una corriente eléctrica lo recorrió en un gélido escalofrío, y de repente como era abrumado por un fuego interior qué lo invadía, casi queriéndole quemas las entrañas. Las plumas de sus alas se erizaron por completo y su dorado se tornó más puro e intenso. Señal de qué su cuerpo estaba trabajando duro, produciendo y distribuyendo mucho más poder celestial del qué había generado jamás, por lo qué si necesidad de irradiarlo se tornó más intensa. Tanto qué al mirar una de sus alas ya no solo era el color y el brillo, si no qué las exhalaciones de magia, ahora creaban alrededor de sus plumas un efecto visual semejante a una tormenta solar a pequeña escala.

    Miró al cielo.

    —Padre…—susurró, y sin decir nada tomó impulso, volando hacia arriba tan rápido qué dejó tras de si una estela dorada. Llegando al cielo y a hurtadillas se coló solo para ver que si bien las almas humanas seguían haciendo su vida como si nada, los arcángeles y Dios había desaparecido. Llevándose una mano a la cabeza lo entendió y se nuevo, huyó del cielo. Solo qué esta vez para detenerse a contemplar el mundo de los vivos.

    —Estoy en casa…—susurró con un nudo en la garganta. A fin de cuentas, una parte del poder del creador fue también a él, ya qué si bien Lucifer fue su primera obra, Adán fue el más amado por Dios. Y si había recibido la ‘herencia”, solo podía significar qué ese era el Adán de esa dimensión—.Nadie puede saberlo. —decidió apretando los puños y trató de ocultar su energía a un nivel más normal. A fin de cuentas… si alguien descubría qué era el “Adán” original tratarían de volverlo a apresar—
    —No llevaba mucho en aquella dimensión. Tampoco había sido capaz de recordar nada. Sus lagunas mentales seguían ahí ¿Como llegó?¿Por que lo hizo herido?¿Si no fue Lilith la madre de sus hijos, quién? Por que estaba claro qué se ella si recordaba todo, incluso como la dejó y eso fue antes de ser padre, mucho antes. Lo qué significaba qué hubo “alguien” después. Alguien a quien no recordaba. Pero… cada vez qué trataba de rememorar le atacaba una horrible jaqueca y esa vez, no fue la excepción. Al ver qué sufría, una de las brujas del aquelarre al qué había asistido para distraerse le entregó un brebaje y le pidió qué se uniera de nuevo a la celebración. Adán lo tomó con total confianza, sabedor de lo mucho qué aquellas mujeres le amaban y respetaban. Pues él fue quien le mostró el arte de la brujería a las mujeres qué deseaban ser libres. Volvió a la fiesta, y antes de unirse las observó danzar con fuego las escuchaba cantar y las veía dejarse fluir por el momento, siendo completamente libres, siendo ellas mismas y pensó qué no había nada más bello qué romper las cadenas de la opresión y atreverte a ser tu mismo. Sus pensamientos fueron ahora llevados al cielo, a su pasado y en como hacía milenios qué no pisaba su propia dimensión y mucho más qué no hablaba con su padre. EL PADRE en mayúsculas, pues al ser el primer humano, fue obra directa de Dios. Y entonces lo sintió. Como una corriente eléctrica lo recorrió en un gélido escalofrío, y de repente como era abrumado por un fuego interior qué lo invadía, casi queriéndole quemas las entrañas. Las plumas de sus alas se erizaron por completo y su dorado se tornó más puro e intenso. Señal de qué su cuerpo estaba trabajando duro, produciendo y distribuyendo mucho más poder celestial del qué había generado jamás, por lo qué si necesidad de irradiarlo se tornó más intensa. Tanto qué al mirar una de sus alas ya no solo era el color y el brillo, si no qué las exhalaciones de magia, ahora creaban alrededor de sus plumas un efecto visual semejante a una tormenta solar a pequeña escala. Miró al cielo. —Padre…—susurró, y sin decir nada tomó impulso, volando hacia arriba tan rápido qué dejó tras de si una estela dorada. Llegando al cielo y a hurtadillas se coló solo para ver que si bien las almas humanas seguían haciendo su vida como si nada, los arcángeles y Dios había desaparecido. Llevándose una mano a la cabeza lo entendió y se nuevo, huyó del cielo. Solo qué esta vez para detenerse a contemplar el mundo de los vivos. —Estoy en casa…—susurró con un nudo en la garganta. A fin de cuentas, una parte del poder del creador fue también a él, ya qué si bien Lucifer fue su primera obra, Adán fue el más amado por Dios. Y si había recibido la ‘herencia”, solo podía significar qué ese era el Adán de esa dimensión—.Nadie puede saberlo. —decidió apretando los puños y trató de ocultar su energía a un nivel más normal. A fin de cuentas… si alguien descubría qué era el “Adán” original tratarían de volverlo a apresar—
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