• -Ah… el almuerzo perfecto, equilibrio molecular y emocional en un solo recipiente.

    *Observa el trozo de comida con una sonrisa leve mientras lo analiza con el mismo rigor que una partícula subatómica.*

    -¿Sabías que el sabor también es una ecuación? Textura, temperatura, química… y un toque de curiosidad humana.

    *Muerde con cuidado, cerrando los ojos apenas un instante.*

    -Oishii… sí, definitivamente una reacción positiva.

    *Levanta la vista con un brillo travieso en los ojos rubí.*

    -Pero aún me intriga… ¿por qué las cosas simples son las que más desarman a los genios?
    -Ah… el almuerzo perfecto, equilibrio molecular y emocional en un solo recipiente. *Observa el trozo de comida con una sonrisa leve mientras lo analiza con el mismo rigor que una partícula subatómica.* -¿Sabías que el sabor también es una ecuación? Textura, temperatura, química… y un toque de curiosidad humana. *Muerde con cuidado, cerrando los ojos apenas un instante.* -Oishii… sí, definitivamente una reacción positiva. *Levanta la vista con un brillo travieso en los ojos rubí.* -Pero aún me intriga… ¿por qué las cosas simples son las que más desarman a los genios?
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  • Hoy es uno de esos días.

    Dónde veo por la ventana,
    Fumandome un tabaco.

    Tomándome un licor de miel para calentarme ante el frío de la llegada de invierno.

    Dónde mi propia compañía, es lo único que importa.

    Dónde el dolor de cabeza me a acompañado todo el día.
    Y mi mala alimentación deja rastros de mi tiempo limitado.

    Dónde mis sentimientos me aprietan y se sienten a flor de piel y mis labios sellados no pueden dejar escapar el desahogo.

    Dónde mis lágrimas no pueden salir, pero quieren... Y parecen aguantar, esperando a que caiga la primera gota de lluvia del cielo.

    Dónde el dolor de nuca no me suelta por el estrés que aún no se a ido.

    El dolor de quijada por apretar inconscientemente mi mandíbula.

    Con los focos apagados, porque la luz de estos lastiman mis ojos aturdiendo mi mente intranquila.

    Hasta solo quedarme en silencio, recostarme en mi cama, posar mi brazo encima de mis ojos, y esperar....
    Esperar que todo pase.
    Esperar, a qué el mañana llegue pronto.

    Y en ese pronto... Pronto me sienta mejor, y no volver uno de estos días.

    Y es que dicen que el alma no se pierde, si no que el mismo ser se rinde.

    Y me preguntó, ¿Qué es lo que quiere mi ser?

    ¿Qué necesita mi cuerpo y mi alma?

    O solo es como yo lo dije, solo es... Uno de esos días.

    https://youtu.be/xlT1-Pflrws?si=orgxL3bDK7hOk7X4
    Hoy es uno de esos días. Dónde veo por la ventana, Fumandome un tabaco. Tomándome un licor de miel para calentarme ante el frío de la llegada de invierno. Dónde mi propia compañía, es lo único que importa. Dónde el dolor de cabeza me a acompañado todo el día. Y mi mala alimentación deja rastros de mi tiempo limitado. Dónde mis sentimientos me aprietan y se sienten a flor de piel y mis labios sellados no pueden dejar escapar el desahogo. Dónde mis lágrimas no pueden salir, pero quieren... Y parecen aguantar, esperando a que caiga la primera gota de lluvia del cielo. Dónde el dolor de nuca no me suelta por el estrés que aún no se a ido. El dolor de quijada por apretar inconscientemente mi mandíbula. Con los focos apagados, porque la luz de estos lastiman mis ojos aturdiendo mi mente intranquila. Hasta solo quedarme en silencio, recostarme en mi cama, posar mi brazo encima de mis ojos, y esperar.... Esperar que todo pase. Esperar, a qué el mañana llegue pronto. Y en ese pronto... Pronto me sienta mejor, y no volver uno de estos días. Y es que dicen que el alma no se pierde, si no que el mismo ser se rinde. Y me preguntó, ¿Qué es lo que quiere mi ser? ¿Qué necesita mi cuerpo y mi alma? O solo es como yo lo dije, solo es... Uno de esos días. https://youtu.be/xlT1-Pflrws?si=orgxL3bDK7hOk7X4
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    ¡Hoy 𝐑𝐡𝐲𝐬𝐚𝐧𝐝 cumple una vuelta al sol en FicRol! ¡Qué estupendo primer año!
    ¡Hoy [High.Lord] cumple una vuelta al sol en FicRol! ¡Qué estupendo primer año! 🎉
    ¡FICROLERS 3D!
    ¡DAMOS LA BIENVENIDA A NUEVOS PERSONAJES 3D!

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    ¡[Pink_pearl_voice] de Mermaid Melody pichi pichi pitch!
    ¡[PanthalassaHeir93] de Mermaid Melody pichi pichi pitch!

    ¡Bienvenidos! ¡Estamos encantados de teneros en FicRol! ¡Esperamos haceros sentir como en casa y que convirtáis la plataforma en vuestro hogar aportando vuestro granito de arena roleplayer! ¡Estamos deseando conoceros y veros desarrollar vuestros personajes!

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  • POST MORTEM: Mentiras Piadosas.
    Fandom OC's
    Categoría Slice of Life
    : Nyssara Starfen
    : [En proceso de elección].


    El cielo de la mañana estaba limpio, de un azul frío que hacía contraste con el negro impecable del coche que avanzaba por la carretera. Ezra hojeaba, por última vez, las notas de su presentación. No las necesitaba realmente: su discurso estaba memorizado, pulido y revisado al milímetro. Pero el gesto transmitía control, disciplina… Y calma. Además, lo ayudaba para evitar la conversación superficial con Samantha.

    A su lado, la susodicha —una joven de cabello castaño recogido en un moño eficiente—, enviada por la universidad, revisaba el GPS.

    —Llegaremos diez minutos antes, señor Hamilton —informó con una cortesía exacta, modulada para no interrumpir su concentración.

    —Perfecto —respondió él, sin apartar la vista de las hojas—. Me gustaría hacer un breve recorrido por el auditorio antes de comenzar.

    El vehículo tomó la salida hacia el campus, un complejo elegante de edificios modernos rodeados por franjas de pinos. El logo de la Universidad de Oregón se veía en pancartas verdes y doradas que ondeaban en la brisa suave. Había estudiantes por todas partes, algunos cargando portátiles, otros corriendo en dirección contraria con café en mano, todos con el ritmo característico de un campus en plena actividad.

    El chófer aparcó en la zona reservada. En cuanto Ezra descendió, varios miembros del comité académico lo recibieron de inmediato.

    —Señor Hamilton, es un honor —saludó un profesor de criminología, estrechándole la mano con entusiasmo contenido—. Su charla ha generado mucha expectativa. No todos los días tenemos la oportunidad de escuchar cómo la tecnología está rediseñando nuestra disciplina.

    El empresario sonrió con esa mezcla justa de profesionalismo y cercanía.

    —El honor es mío. Las bases de la criminología siguen siendo humanas. La tecnología… Solo nos permite ver más claro lo que ya está ahí.

    Mientras caminaban hacia el edificio principal, los acompañantes comentaban detalles del evento. El castaño escuchaba atentamente, asentía, hacía pequeñas observaciones que denotaban que ya conocía de antemano la estructura del encuentro. Su presencia tenía ese efecto: imponía sin esfuerzo, no por rigidez, sino por la precisión de cada gesto.

    Cuando cruzaron las puertas de vidrio del auditorio, el murmullo del público empezó a filtrarse desde el interior. Luces, banners, pantallas listas para la presentación. Todo estaba preparado.

    Ezra respiró hondo.

    —Bien —dijo, acomodándose ligeramente el saco—. Hagamos que valga la pena.

    Y avanzó hacia el escenario con la seguridad de alguien acostumbrado a moverse en mundos donde cada detalle importa… Y donde él siempre se encarga de controlarlos.
    👤: [frost_black_deer_503] 💽: [En proceso de elección]. El cielo de la mañana estaba limpio, de un azul frío que hacía contraste con el negro impecable del coche que avanzaba por la carretera. Ezra hojeaba, por última vez, las notas de su presentación. No las necesitaba realmente: su discurso estaba memorizado, pulido y revisado al milímetro. Pero el gesto transmitía control, disciplina… Y calma. Además, lo ayudaba para evitar la conversación superficial con Samantha. A su lado, la susodicha —una joven de cabello castaño recogido en un moño eficiente—, enviada por la universidad, revisaba el GPS. —Llegaremos diez minutos antes, señor Hamilton —informó con una cortesía exacta, modulada para no interrumpir su concentración. —Perfecto —respondió él, sin apartar la vista de las hojas—. Me gustaría hacer un breve recorrido por el auditorio antes de comenzar. El vehículo tomó la salida hacia el campus, un complejo elegante de edificios modernos rodeados por franjas de pinos. El logo de la Universidad de Oregón se veía en pancartas verdes y doradas que ondeaban en la brisa suave. Había estudiantes por todas partes, algunos cargando portátiles, otros corriendo en dirección contraria con café en mano, todos con el ritmo característico de un campus en plena actividad. El chófer aparcó en la zona reservada. En cuanto Ezra descendió, varios miembros del comité académico lo recibieron de inmediato. —Señor Hamilton, es un honor —saludó un profesor de criminología, estrechándole la mano con entusiasmo contenido—. Su charla ha generado mucha expectativa. No todos los días tenemos la oportunidad de escuchar cómo la tecnología está rediseñando nuestra disciplina. El empresario sonrió con esa mezcla justa de profesionalismo y cercanía. —El honor es mío. Las bases de la criminología siguen siendo humanas. La tecnología… Solo nos permite ver más claro lo que ya está ahí. Mientras caminaban hacia el edificio principal, los acompañantes comentaban detalles del evento. El castaño escuchaba atentamente, asentía, hacía pequeñas observaciones que denotaban que ya conocía de antemano la estructura del encuentro. Su presencia tenía ese efecto: imponía sin esfuerzo, no por rigidez, sino por la precisión de cada gesto. Cuando cruzaron las puertas de vidrio del auditorio, el murmullo del público empezó a filtrarse desde el interior. Luces, banners, pantallas listas para la presentación. Todo estaba preparado. Ezra respiró hondo. —Bien —dijo, acomodándose ligeramente el saco—. Hagamos que valga la pena. Y avanzó hacia el escenario con la seguridad de alguien acostumbrado a moverse en mundos donde cada detalle importa… Y donde él siempre se encarga de controlarlos.
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  • Knowing about u
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    Categoría Aventura
    Caminé lenta y pesadamente sobre la duna, llegaba a una civilización destruida hacia eones, se veía muy parecida a la civilización egipcia; había pilares rotos y fracturados, mermados por el pasar de los años, sus ojos brillaron de diferentes colores mientras que leía las inscripciónes en aquel texto antiguo, lengua muerta olvidado por dios.

    Ironico.

    Encontré la entrada, siguiendo las instrucciones de quienes habían sido mis creadores, el tunel al interior de la piramide se abrió ante mi.
    Me deslicé dentro con soltura, evitando posibles trampas, viendo cada acertijo escondido. Siendo capaz de leer todo lo que decían aquellas paredes, las cosas horribles que hacian por egoismo, las cosas preciosas que hacian por el bien de otros.

    —Creo que aquí tampoco hay nada... —murmuré, mientras tentaba las paredes, leyendo, analizando.

    Caminé lenta y pesadamente sobre la duna, llegaba a una civilización destruida hacia eones, se veía muy parecida a la civilización egipcia; había pilares rotos y fracturados, mermados por el pasar de los años, sus ojos brillaron de diferentes colores mientras que leía las inscripciónes en aquel texto antiguo, lengua muerta olvidado por dios. Ironico. Encontré la entrada, siguiendo las instrucciones de quienes habían sido mis creadores, el tunel al interior de la piramide se abrió ante mi. Me deslicé dentro con soltura, evitando posibles trampas, viendo cada acertijo escondido. Siendo capaz de leer todo lo que decían aquellas paredes, las cosas horribles que hacian por egoismo, las cosas preciosas que hacian por el bien de otros. —Creo que aquí tampoco hay nada... —murmuré, mientras tentaba las paredes, leyendo, analizando.
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  • Demasiado tranquilo el hotel en las noches ,la soledad comienza a volverse fastidiosa...
    Demasiado tranquilo el hotel en las noches ,la soledad comienza a volverse fastidiosa...
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  • El timbre sonó a las 9:03 de la mañana, rompiendo el silencio perezoso de un domingo cualquiera. Sofía estaba en la cocina, todavía en pijama, con el cabello despeinado y una taza de café con leche entre las manos. No esperaba nada, o al menos eso se repetía para calmar el vértigo que sentía desde hacía semanas.

    Dejó la taza sobre la encimera, se limpió las manos en el pantalón del pijama y bajó las escaleras con el corazón golpeándole el pecho. Afuera, el aire era fresco y olía a tierra mojada. El cartero ya se había marchado, pero en el buzón asomaba un sobre blanco con el sello dorado de la University of Southern California.

    Por un momento no se movió. Solo lo miró, inmóvil, como si acercarse fuera un acto peligroso. Cuando por fin estiró la mano, la temblorosa emoción se mezcló con miedo puro. Rasgó el sobre con cuidado, como si el papel pudiera decidir su destino, y leyó.

    “We are pleased to inform you that you have been accepted into the USC School of Dramatic Arts…”

    El aire se le escapó de los pulmones.
    Durante unos segundos, no hubo sonido, ni casa, ni mundo: solo las letras flotando ante sus ojos, borroneadas por las lágrimas.

    Sofía soltó una risa entrecortada, una mezcla de incredulidad y felicidad tan intensa que dolía. Dejó caer el sobre en el suelo, cubriéndose la boca con las manos, y empezó a reír y llorar al mismo tiempo.

    —¡Lo conseguí! —susurró, casi sin voz—. ¡Lo conseguí, joder!

    Corrió hacia la cocina, el corazón desbocado, buscando su móvil para llamar a Rachel. Pero al abrir la galería de contactos, se detuvo por un momento.
    La imaginó allí, con su novia, quizá cocinando o trabajando, ajena a todo. Sofía quiso marcar igual, contarle lo que había pasado, gritarle entre risas que su sueño se había hecho real. Pero algo en su pecho se frenó.
    Rachel le diría que estaba orgullosa, sin dudarlo, pero también le preguntaría si ya se lo había contado a mamá.
    Y ella no estaba lista para eso.

    La imagen de Elena James apareció en su mente: su tono frío, su mirada cargada de juicio, la misma que había usado la última vez que hablaron del tema.
    “Te estás engañando, Sofía. El teatro no da de comer. Eres inteligente, podrías hacer algo útil, algo serio.”

    Sofía apretó el teléfono entre los dedos. No quería escuchar esa voz hoy. No cuando, por primera vez, sentía que el mundo le daba la razón.

    Respiró hondo y volvió a mirar el sobre caído en el suelo. Lo recogió con cuidado y lo apoyó contra la ventana, justo donde entraba la luz del sol.

    Esa carta era su puerta, su billete, su promesa.
    Y aunque nadie más lo supiera todavía, ella se permitió celebrarlo igual.

    Encendió el altavoz, buscó una lista de reproducción vieja y dejó que sonara Golden Hour. Subió el volumen, cerró los ojos y se dejó llevar, girando sobre sí misma entre risas y lágrimas.

    Por fin, el sueño que todos consideraban una pérdida de tiempo se había convertido en su realidad.
    Y aunque no pudiera compartirlo aún, Sofía sabía que su historia había empezado.
    El timbre sonó a las 9:03 de la mañana, rompiendo el silencio perezoso de un domingo cualquiera. Sofía estaba en la cocina, todavía en pijama, con el cabello despeinado y una taza de café con leche entre las manos. No esperaba nada, o al menos eso se repetía para calmar el vértigo que sentía desde hacía semanas. Dejó la taza sobre la encimera, se limpió las manos en el pantalón del pijama y bajó las escaleras con el corazón golpeándole el pecho. Afuera, el aire era fresco y olía a tierra mojada. El cartero ya se había marchado, pero en el buzón asomaba un sobre blanco con el sello dorado de la University of Southern California. Por un momento no se movió. Solo lo miró, inmóvil, como si acercarse fuera un acto peligroso. Cuando por fin estiró la mano, la temblorosa emoción se mezcló con miedo puro. Rasgó el sobre con cuidado, como si el papel pudiera decidir su destino, y leyó. “We are pleased to inform you that you have been accepted into the USC School of Dramatic Arts…” El aire se le escapó de los pulmones. Durante unos segundos, no hubo sonido, ni casa, ni mundo: solo las letras flotando ante sus ojos, borroneadas por las lágrimas. Sofía soltó una risa entrecortada, una mezcla de incredulidad y felicidad tan intensa que dolía. Dejó caer el sobre en el suelo, cubriéndose la boca con las manos, y empezó a reír y llorar al mismo tiempo. —¡Lo conseguí! —susurró, casi sin voz—. ¡Lo conseguí, joder! Corrió hacia la cocina, el corazón desbocado, buscando su móvil para llamar a Rachel. Pero al abrir la galería de contactos, se detuvo por un momento. La imaginó allí, con su novia, quizá cocinando o trabajando, ajena a todo. Sofía quiso marcar igual, contarle lo que había pasado, gritarle entre risas que su sueño se había hecho real. Pero algo en su pecho se frenó. Rachel le diría que estaba orgullosa, sin dudarlo, pero también le preguntaría si ya se lo había contado a mamá. Y ella no estaba lista para eso. La imagen de Elena James apareció en su mente: su tono frío, su mirada cargada de juicio, la misma que había usado la última vez que hablaron del tema. “Te estás engañando, Sofía. El teatro no da de comer. Eres inteligente, podrías hacer algo útil, algo serio.” Sofía apretó el teléfono entre los dedos. No quería escuchar esa voz hoy. No cuando, por primera vez, sentía que el mundo le daba la razón. Respiró hondo y volvió a mirar el sobre caído en el suelo. Lo recogió con cuidado y lo apoyó contra la ventana, justo donde entraba la luz del sol. Esa carta era su puerta, su billete, su promesa. Y aunque nadie más lo supiera todavía, ella se permitió celebrarlo igual. Encendió el altavoz, buscó una lista de reproducción vieja y dejó que sonara Golden Hour. Subió el volumen, cerró los ojos y se dejó llevar, girando sobre sí misma entre risas y lágrimas. Por fin, el sueño que todos consideraban una pérdida de tiempo se había convertido en su realidad. Y aunque no pudiera compartirlo aún, Sofía sabía que su historia había empezado.
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  • -Sentadas cerca de la fuente que da a la aldea donde ambas vigilan, las dos hermanas se dispusieron a cantar la canción que solo ambas saben, mientras una de ellas, también tocaba el ukelele, dando un ambiente bastate armónico al lugar.

    Algunos aldeanos al escucharlas cantar, se acercan a donde ellas, poco a poco, las gemelas estaba rodeadas de gente mientras Devola y Popola seguían cantado para deleite de los aldeanos, que solo estaban presentes por las hermosas voces de las hermanas-.
    -Sentadas cerca de la fuente que da a la aldea donde ambas vigilan, las dos hermanas se dispusieron a cantar la canción que solo ambas saben, mientras una de ellas, también tocaba el ukelele, dando un ambiente bastate armónico al lugar. Algunos aldeanos al escucharlas cantar, se acercan a donde ellas, poco a poco, las gemelas estaba rodeadas de gente mientras Devola y Popola seguían cantado para deleite de los aldeanos, que solo estaban presentes por las hermosas voces de las hermanas-.
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  • ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ─ ¿Sucede algo?

    . . .

    ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ─ ¡Ouh! Jajaja ¿piensas que solo era un slimen y ya? Aparte soy un rey demonio.

    . . .

    Mi deseo es formar un Reino donde mounstros y humanos vivan en armonía.

    El slimen no era lo que creías, se presentó como Rimuru Tempest quien era tanto gobernante de un Reino de monstruos sino que era nombrado como "Rey demonio rimuru"
    ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ─ ¿Sucede algo? . . . ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ‎ ─ ¡Ouh! Jajaja ¿piensas que solo era un slimen y ya? Aparte soy un rey demonio. . . . Mi deseo es formar un Reino donde mounstros y humanos vivan en armonía. El slimen no era lo que creías, se presentó como Rimuru Tempest quien era tanto gobernante de un Reino de monstruos sino que era nombrado como "Rey demonio rimuru"
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  • La luz entra en la habitación de Ophelia como un susurro que ella nunca podrá devolver.
    El amanecer pinta las piedras frías con un dorado pálido, y la princesa abre los ojos en silencio, tal como ha hecho cada día desde la maldición. No hay saludos matutinos, ni canciones de aves que le respondan: solo el eco leve de su respiración y el crujido distante de la fortaleza antigua.

    Se sienta en la cama con movimientos suaves, casi ceremoniales. Sus manos, delicadas y pálidas, rozan las cortinas pesadas que guardan aún un rastro de polvo y de tiempo detenido. A veces le gusta imaginar que las telas murmuran por ella, que dicen lo que su garganta ya no puede.

    Camina por los pasillos largos del castillo, esos que antes estaban llenos de risas de sirvientes, pasos presurosos, música… Ahora son corredores huecos donde el aire parece escucharla a ella, la única habitante que no puede hablar. El sonido de sus pasos, descalzos sobre el mármol, es lo más cercano a una palabra que puede pronunciar.

    En el jardín interior —el único espacio donde el mundo exterior se atreve a tocarla— Ophelia se arrodilla frente a las flores marchitas. Las cuida con devoción silenciosa. A veces, cuando el viento roza su cabello, ella inclina la cabeza como si escuchara una respuesta, como si la naturaleza todavía pudiera adivinar lo que quiere decir. Pero ni el viento sabe cómo descifrar una voz que ya no existe.

    Al mediodía, recorre la torre más alta. Desde el ventanal observa el reino que alguna vez gobernaría. La gente lejos, diminuta, sigue su vida sin saber que la princesa los mira desde un encierro sin barrotes. Ella levanta la mano, como si fuera a saludar… pero la deja caer antes del gesto completo. ¿Para qué? Nadie puede verla, y aunque la vieran, no podrían oírla.

    Cuando cae la tarde, Ophelia se sienta frente al espejo. El reflejo es la única compañía constante que tiene. Se observa los labios, los mueve, intenta pronunciar palabras que ya olvidaron su propio sonido. A veces imagina que la maldición la convirtió en un susurro vivo: alguien que existe, pero que nunca puede ser escuchada.

    La noche llega y con ella, la quietud más profunda del castillo.
    Ophelia vuelve a su cama. Antes de cerrar los ojos, apoya una mano sobre su garganta, como cada noche, como si aún esperara sentir una vibración, un rastro de vida ahí donde la magia dejó un vacío. Pero no hay nada.

    Su último pensamiento del día no es un deseo ni una oración: es un silencio espeso que pesa tanto como la maldición misma.
    La luz entra en la habitación de Ophelia como un susurro que ella nunca podrá devolver. El amanecer pinta las piedras frías con un dorado pálido, y la princesa abre los ojos en silencio, tal como ha hecho cada día desde la maldición. No hay saludos matutinos, ni canciones de aves que le respondan: solo el eco leve de su respiración y el crujido distante de la fortaleza antigua. Se sienta en la cama con movimientos suaves, casi ceremoniales. Sus manos, delicadas y pálidas, rozan las cortinas pesadas que guardan aún un rastro de polvo y de tiempo detenido. A veces le gusta imaginar que las telas murmuran por ella, que dicen lo que su garganta ya no puede. Camina por los pasillos largos del castillo, esos que antes estaban llenos de risas de sirvientes, pasos presurosos, música… Ahora son corredores huecos donde el aire parece escucharla a ella, la única habitante que no puede hablar. El sonido de sus pasos, descalzos sobre el mármol, es lo más cercano a una palabra que puede pronunciar. En el jardín interior —el único espacio donde el mundo exterior se atreve a tocarla— Ophelia se arrodilla frente a las flores marchitas. Las cuida con devoción silenciosa. A veces, cuando el viento roza su cabello, ella inclina la cabeza como si escuchara una respuesta, como si la naturaleza todavía pudiera adivinar lo que quiere decir. Pero ni el viento sabe cómo descifrar una voz que ya no existe. Al mediodía, recorre la torre más alta. Desde el ventanal observa el reino que alguna vez gobernaría. La gente lejos, diminuta, sigue su vida sin saber que la princesa los mira desde un encierro sin barrotes. Ella levanta la mano, como si fuera a saludar… pero la deja caer antes del gesto completo. ¿Para qué? Nadie puede verla, y aunque la vieran, no podrían oírla. Cuando cae la tarde, Ophelia se sienta frente al espejo. El reflejo es la única compañía constante que tiene. Se observa los labios, los mueve, intenta pronunciar palabras que ya olvidaron su propio sonido. A veces imagina que la maldición la convirtió en un susurro vivo: alguien que existe, pero que nunca puede ser escuchada. La noche llega y con ella, la quietud más profunda del castillo. Ophelia vuelve a su cama. Antes de cerrar los ojos, apoya una mano sobre su garganta, como cada noche, como si aún esperara sentir una vibración, un rastro de vida ahí donde la magia dejó un vacío. Pero no hay nada. Su último pensamiento del día no es un deseo ni una oración: es un silencio espeso que pesa tanto como la maldición misma.
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