• La brisa nocturna acariciaba su piel como un murmullo antiguo, cargado de secretos que solo la oscuridad podía guardar. La gorgona permanecía inmóvil sobre una roca desgastada por los años, con las piernas cruzadas y la mirada fija en el horizonte. Sus serpientes se agitaban con calma, explorando el aire a su alrededor, como si fueran una extensión de sus pensamientos. La noche era fría, pero no lo suficiente como para importarle; había aprendido a encontrar calidez en su propia soledad.

    Sus ojos dorados se perdieron en las estrellas, buscando respuestas que no sabía cómo formular. A pesar de su fuerza, de la apariencia imponente que siempre proyectaba, había momentos en los que las sombras de su mente se hacían demasiado profundas. El silencio la confrontaba con algo que temía: ella misma. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había sentido verdadera conexión con alguien? No como una amenaza, no como un juego de manipulaciones, sino como algo real, tangible. Había días en los que la soledad era un refugio, pero también noches en las que se sentía como una prisión.

    Los recuerdos eran un veneno dulce que a veces permitía que la consumieran. Pensó en sus hermanas, en Medusa, Euríale y Esteno, en las risas que compartían cuando eran jóvenes, antes de que el destino decidiera ensañarse con ellas. Una punzada de dolor atravesó su pecho al pensar en Medusa, en la injusticia de su caída, en cómo el mundo había celebrado su muerte como un acto heroico mientras ellas, las sobrevivientes, eran relegadas al olvido o al desprecio. ¿Acaso la eternidad estaba destinada a ser tan amarga?

    Exhaló lentamente, dejando que el aire escapara como si cargara con parte de su angustia. Una de sus serpientes, la más pequeña y curiosa, rozó suavemente su mejilla, arrancándole una sonrisa casi imperceptible. Era un recordatorio de que no estaba completamente sola, aunque la conexión con esas pequeñas criaturas no pudiera llenar los vacíos más profundos de su alma.

    —¿Es este el precio de ser inmortal? —Murmuró para sí misma, su voz un susurro que se perdió en la brisa.— Vivir eternamente... Pero sin sentir que realmente estoy viva.

    El pensamiento era oscuro, pero no desconocido. Había aprendido a convivir con esa melancolía, a aceptarla como parte de su ser. Sin embargo, en noches como esta, no podía evitar preguntarse si había algo más allá de esa monotonía perpetua, si en algún rincón del mundo existía alguien o algo que pudiera romper la rutina de su existencia. Alguien que la mirara y no viera a un monstruo, ni a un mito, sino a ella, tal y como era.

    Por un momento, cerró los ojos y dejó que el viento la envolviera, como si quisiera que se llevara consigo todo aquello que pesaba en su pecho. Pero al abrirlos de nuevo, las estrellas seguían ahí, imperturbables, indiferentes. Dejó escapar una risa amarga, bajando la mirada hacia el suelo. Tal vez, al final, las estrellas eran la compañía más fiel que podía esperar… O al menos, eso pensaba.
    La brisa nocturna acariciaba su piel como un murmullo antiguo, cargado de secretos que solo la oscuridad podía guardar. La gorgona permanecía inmóvil sobre una roca desgastada por los años, con las piernas cruzadas y la mirada fija en el horizonte. Sus serpientes se agitaban con calma, explorando el aire a su alrededor, como si fueran una extensión de sus pensamientos. La noche era fría, pero no lo suficiente como para importarle; había aprendido a encontrar calidez en su propia soledad. Sus ojos dorados se perdieron en las estrellas, buscando respuestas que no sabía cómo formular. A pesar de su fuerza, de la apariencia imponente que siempre proyectaba, había momentos en los que las sombras de su mente se hacían demasiado profundas. El silencio la confrontaba con algo que temía: ella misma. ¿Cuánto tiempo había pasado desde la última vez que había sentido verdadera conexión con alguien? No como una amenaza, no como un juego de manipulaciones, sino como algo real, tangible. Había días en los que la soledad era un refugio, pero también noches en las que se sentía como una prisión. Los recuerdos eran un veneno dulce que a veces permitía que la consumieran. Pensó en sus hermanas, en Medusa, Euríale y Esteno, en las risas que compartían cuando eran jóvenes, antes de que el destino decidiera ensañarse con ellas. Una punzada de dolor atravesó su pecho al pensar en Medusa, en la injusticia de su caída, en cómo el mundo había celebrado su muerte como un acto heroico mientras ellas, las sobrevivientes, eran relegadas al olvido o al desprecio. ¿Acaso la eternidad estaba destinada a ser tan amarga? Exhaló lentamente, dejando que el aire escapara como si cargara con parte de su angustia. Una de sus serpientes, la más pequeña y curiosa, rozó suavemente su mejilla, arrancándole una sonrisa casi imperceptible. Era un recordatorio de que no estaba completamente sola, aunque la conexión con esas pequeñas criaturas no pudiera llenar los vacíos más profundos de su alma. —¿Es este el precio de ser inmortal? —Murmuró para sí misma, su voz un susurro que se perdió en la brisa.— Vivir eternamente... Pero sin sentir que realmente estoy viva. El pensamiento era oscuro, pero no desconocido. Había aprendido a convivir con esa melancolía, a aceptarla como parte de su ser. Sin embargo, en noches como esta, no podía evitar preguntarse si había algo más allá de esa monotonía perpetua, si en algún rincón del mundo existía alguien o algo que pudiera romper la rutina de su existencia. Alguien que la mirara y no viera a un monstruo, ni a un mito, sino a ella, tal y como era. Por un momento, cerró los ojos y dejó que el viento la envolviera, como si quisiera que se llevara consigo todo aquello que pesaba en su pecho. Pero al abrirlos de nuevo, las estrellas seguían ahí, imperturbables, indiferentes. Dejó escapar una risa amarga, bajando la mirada hacia el suelo. Tal vez, al final, las estrellas eran la compañía más fiel que podía esperar… O al menos, eso pensaba.
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  • Recuerda cada día el primer encuentro, un primer saludo, las primeras palabras, su primer baile, casi como una tortura para si mismo, un recordatorio de lo que lamentablemente parece haber perdido.

    Todo ocurrió en la noche del festival de las hojas doradas unos cuantos meses atrás, aquella celebración que festeja la llegada del Otoño, cada año se realiza en su hogar, la gran mansión de Farynore que se encuentra cerca de las montañas. Como buen anfitrión se encargó de recibir a todos sus invitados y fue ella quien llamó su atención más que todas las personas.

    Fue ella quien dio el primer acercamiento, como era de esperarse, la rubia dijo "quisiera tener un baile con nuestro amable anfitrión" lo dijo en un momento donde él trataba de atender a algunos de los invitados y de cierta manera fue un quiebre por completo de las tradiciones porque rara vez eran las mujeres quienes invitaban a los hombres al baile.

    El aroma de ella lo cautivo en un inicio, mientras bailaban tenían la atención de todos en la sala. Hombres lo miraban con recelo y las mujeres lo hacían con envidia, otros tantos más los observaban con admiración, tuvieron todas las miradas clavadas en ellos mientras ambos aprovechaban el momento para hablar, para compartir información de uno y el otro, además de dar unos cuantos halagos que aún guarda en su memoria.

    Fue a partir de aquel día donde no ha dejado de pensar en Sylvaine, donde se enamoró perdidamente de ella, pero su amor no puede ser, sus diferencias sociales no lo permiten, sus diferencias de edades tampoco ¿Qué hará? ¿Permitirá que se marche de su vida? ¿La ira a buscar? Por primera vez, el gran líder del gremio de magos no tiene una respuesta concisa, cerebro y corazón piensan cosas contrarias.
    Recuerda cada día el primer encuentro, un primer saludo, las primeras palabras, su primer baile, casi como una tortura para si mismo, un recordatorio de lo que lamentablemente parece haber perdido. Todo ocurrió en la noche del festival de las hojas doradas unos cuantos meses atrás, aquella celebración que festeja la llegada del Otoño, cada año se realiza en su hogar, la gran mansión de Farynore que se encuentra cerca de las montañas. Como buen anfitrión se encargó de recibir a todos sus invitados y fue ella quien llamó su atención más que todas las personas. Fue ella quien dio el primer acercamiento, como era de esperarse, la rubia dijo "quisiera tener un baile con nuestro amable anfitrión" lo dijo en un momento donde él trataba de atender a algunos de los invitados y de cierta manera fue un quiebre por completo de las tradiciones porque rara vez eran las mujeres quienes invitaban a los hombres al baile. El aroma de ella lo cautivo en un inicio, mientras bailaban tenían la atención de todos en la sala. Hombres lo miraban con recelo y las mujeres lo hacían con envidia, otros tantos más los observaban con admiración, tuvieron todas las miradas clavadas en ellos mientras ambos aprovechaban el momento para hablar, para compartir información de uno y el otro, además de dar unos cuantos halagos que aún guarda en su memoria. Fue a partir de aquel día donde no ha dejado de pensar en Sylvaine, donde se enamoró perdidamente de ella, pero su amor no puede ser, sus diferencias sociales no lo permiten, sus diferencias de edades tampoco ¿Qué hará? ¿Permitirá que se marche de su vida? ¿La ira a buscar? Por primera vez, el gran líder del gremio de magos no tiene una respuesta concisa, cerebro y corazón piensan cosas contrarias.
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  • 𝔽𝕝𝕠𝕣𝕖𝕤 𝕖𝕟 𝕖𝕝 𝔸𝕓𝕚𝕤𝕞𝕠

    Había aprendido a evitar los espejos desde entonces. Su cuerpo, cubierto de cicatrices profundas y retorcidas, era un recordatorio constante de lo que había soportado. La carne había sanado, pero el peso de las marcas seguía aplastándola en sueños, como si cada latigazo aún resonara en su mente. 150, en específico. En los días más oscuros, sentía que no eran solo cicatrices en su piel, sino en su alma.

    —¿Qué logré al sobrevivir? —Solía preguntarse, su voz interna cargada de una mezcla de reproche y cansancio.

    Dentro de ella, Myrrh también había cambiado. El dragón, que siempre había sido un pilar de frialdad a veces desbocada, ahora parecía... Más silencioso. Más sombrío. Era como si las cadenas invisibles que compartían se hubieran apretado aún más durante la tortura.

    —El dolor no nos define, Zaryna. Pero tampoco podemos olvidarlo. —Susurró el dragón, su tono grave llenando los rincones oscuros de su mente.— A veces, incluso yo siento que aún está ahí, como un eco que nunca termina.

    Ella cerraba los ojos cuando las escuchaba. Sus pestañas temblaban, como si con ello pudiera apagar esas voces que la atormentaban.

    —Dices que no nos define... Pero... —Murmuró de vuelta, pensativa, su voz quebrándose en el filo de cada palabra.— ¿Acaso somos las mismas personas que éramos antes de ese día?

    El silencio se acentuó entre ambos, cortado solo por los pequeños murmullos del viento en el exterior, golpeando las ventanas de lo que ahora era su refugio, su castillo. Las paredes de piedra parecían observarlos, cargadas con una especie de gravedad que pesaba sobre sus hombros.

    —No. Pero eso no significa que seamos menos. —Respondió Myrrh tras una pausa medida, sus palabras llegando con una seriedad que calaba profundo.— Somos... Diferentes. Más duros, tal vez. Más conscientes de lo que podemos soportar.

    Zaryna apretó los puños, sus uñas clavándose en sus palmas, dejando marcas rojizas que desaparecían con el tiempo.

    —¿Y de qué sirve soportar? —La amargura teñía cada palabra, su voz casi temblando bajo el peso de la frustración.— Ellos me querían rota, y lo lograron. No puedes negar que algo se quebró dentro de mí... Dentro de nosotros.

    El rugido bajo de Myrrh vibró en su mente, cargado de una frustración contenida que no pudo ocultar.

    —Tal vez algo se quebró, pero algo también resistió. —Replicó el dragón, su tono firme, pero cargado de una dureza que rozaba la desesperación.— No olvides eso. El dolor... Lo sentimos juntos. Fue un castigo, sí, pero también una prueba. Si soportamos eso… ¿Qué podría doblegarnos ahora?

    Fue ella quien no respondió de inmediato en ese instante. Sabía que había algo de verdad en sus palabras, pero también había una sombra que no podía ignorar. Porque, aunque había sobrevivido, no podía negar que el precio había sido alto.

    —A veces, pienso que no es el dolor lo que me atormenta... —Su antiguo tono aterciopelado ahora parecía apagado, cansado.— …Sino lo que dejó atrás. Una versión de mí misma que no volverá.

    —Esa versión no habría sobrevivido a lo que hemos pasado. —Susurró Myrrh, su tono suavizándose como el roce de un ala.— Ahora eres más fuerte, Zaryna. No perfecta, no indemne... Pero aún estás aquí. Y eso es suficiente.

    Había noches en las que el silencio entre ambos se volvía insoportable. No eran enemigos, pero tampoco podían consolarse mutuamente del todo, pues las heridas que ambos cargaban eran diferentes. Estaban ligados por algo más profundo que las palabras, y, sin embargo, había un abismo de dolor entre ellos que ninguno sabía cómo cerrar. Aun así, cada amanecer les recordaba que estaban vivos, y aunque la oscuridad de las cicatrices nunca se borraría, había algo que seguía ardiendo en el fondo de ambos: la voluntad de no caer otra vez.

    Zaryna se levantó del asiento junto a la ventana, sus pasos resonando levemente sobre el suelo de piedra. Afuera, las estrellas comenzaban a desvanecerse ante el tenue resplandor del amanecer. Respiró hondo y se cruzó de brazos, su mirada fija en el horizonte.

    —Vamos, busquemos a Gazú. —Dijo, girándose hacia la voz en su mente, su tono cargado de una determinación tímida al nombrarle, aunque palpable.— Vayamos a ver las flores.

    Myrrh no respondió de inmediato. Sentía la tensión en sus palabras, pero también una chispa de esperanza que no había escuchado en mucho tiempo.

    —¿Crees que las flores tengan alguna respuesta? —Preguntó finalmente, con una mezcla de escepticismo y curiosidad que se arrastraba en cada palabra.

    —Tal vez no respuestas, pero… Algo de paz. —Respondio Zaryna, mientras alzaba la mirada hacia el horizonte, su voz parecia haber recrobado su antaño tono, más suave y dulce ahora, casi como un susurro.— Algo que me recuerde que no todo está roto. Que hay belleza incluso en medio de todo esto.

    El dragón permaneció en silencio, observando a través de sus ojos. Sabía que esas palabras no eran solo para él, sino también para ella misma. Eran un intento de convencerse de que podía encontrar algo más allá del peso de las cicatrices.

    Pero, en el fondo, ambos sabían la verdad: Zaryna no había resistido únicamente por Myrrh. Había sido Gazú quien, con su presencia, le había dado algo más por lo que aferrarse. Una razón para seguir, incluso cuando todo parecía perdido. Porque, más que las flores, lo que brillaba era aquel nombre en los pensamientos de Zaryna, como un faro que le había mostrado un camino de regreso desde el abismo.
    𝔽𝕝𝕠𝕣𝕖𝕤 𝕖𝕟 𝕖𝕝 𝔸𝕓𝕚𝕤𝕞𝕠 Había aprendido a evitar los espejos desde entonces. Su cuerpo, cubierto de cicatrices profundas y retorcidas, era un recordatorio constante de lo que había soportado. La carne había sanado, pero el peso de las marcas seguía aplastándola en sueños, como si cada latigazo aún resonara en su mente. 150, en específico. En los días más oscuros, sentía que no eran solo cicatrices en su piel, sino en su alma. —¿Qué logré al sobrevivir? —Solía preguntarse, su voz interna cargada de una mezcla de reproche y cansancio. Dentro de ella, Myrrh también había cambiado. El dragón, que siempre había sido un pilar de frialdad a veces desbocada, ahora parecía... Más silencioso. Más sombrío. Era como si las cadenas invisibles que compartían se hubieran apretado aún más durante la tortura. —El dolor no nos define, Zaryna. Pero tampoco podemos olvidarlo. —Susurró el dragón, su tono grave llenando los rincones oscuros de su mente.— A veces, incluso yo siento que aún está ahí, como un eco que nunca termina. Ella cerraba los ojos cuando las escuchaba. Sus pestañas temblaban, como si con ello pudiera apagar esas voces que la atormentaban. —Dices que no nos define... Pero... —Murmuró de vuelta, pensativa, su voz quebrándose en el filo de cada palabra.— ¿Acaso somos las mismas personas que éramos antes de ese día? El silencio se acentuó entre ambos, cortado solo por los pequeños murmullos del viento en el exterior, golpeando las ventanas de lo que ahora era su refugio, su castillo. Las paredes de piedra parecían observarlos, cargadas con una especie de gravedad que pesaba sobre sus hombros. —No. Pero eso no significa que seamos menos. —Respondió Myrrh tras una pausa medida, sus palabras llegando con una seriedad que calaba profundo.— Somos... Diferentes. Más duros, tal vez. Más conscientes de lo que podemos soportar. Zaryna apretó los puños, sus uñas clavándose en sus palmas, dejando marcas rojizas que desaparecían con el tiempo. —¿Y de qué sirve soportar? —La amargura teñía cada palabra, su voz casi temblando bajo el peso de la frustración.— Ellos me querían rota, y lo lograron. No puedes negar que algo se quebró dentro de mí... Dentro de nosotros. El rugido bajo de Myrrh vibró en su mente, cargado de una frustración contenida que no pudo ocultar. —Tal vez algo se quebró, pero algo también resistió. —Replicó el dragón, su tono firme, pero cargado de una dureza que rozaba la desesperación.— No olvides eso. El dolor... Lo sentimos juntos. Fue un castigo, sí, pero también una prueba. Si soportamos eso… ¿Qué podría doblegarnos ahora? Fue ella quien no respondió de inmediato en ese instante. Sabía que había algo de verdad en sus palabras, pero también había una sombra que no podía ignorar. Porque, aunque había sobrevivido, no podía negar que el precio había sido alto. —A veces, pienso que no es el dolor lo que me atormenta... —Su antiguo tono aterciopelado ahora parecía apagado, cansado.— …Sino lo que dejó atrás. Una versión de mí misma que no volverá. —Esa versión no habría sobrevivido a lo que hemos pasado. —Susurró Myrrh, su tono suavizándose como el roce de un ala.— Ahora eres más fuerte, Zaryna. No perfecta, no indemne... Pero aún estás aquí. Y eso es suficiente. Había noches en las que el silencio entre ambos se volvía insoportable. No eran enemigos, pero tampoco podían consolarse mutuamente del todo, pues las heridas que ambos cargaban eran diferentes. Estaban ligados por algo más profundo que las palabras, y, sin embargo, había un abismo de dolor entre ellos que ninguno sabía cómo cerrar. Aun así, cada amanecer les recordaba que estaban vivos, y aunque la oscuridad de las cicatrices nunca se borraría, había algo que seguía ardiendo en el fondo de ambos: la voluntad de no caer otra vez. Zaryna se levantó del asiento junto a la ventana, sus pasos resonando levemente sobre el suelo de piedra. Afuera, las estrellas comenzaban a desvanecerse ante el tenue resplandor del amanecer. Respiró hondo y se cruzó de brazos, su mirada fija en el horizonte. —Vamos, busquemos a Gazú. —Dijo, girándose hacia la voz en su mente, su tono cargado de una determinación tímida al nombrarle, aunque palpable.— Vayamos a ver las flores. Myrrh no respondió de inmediato. Sentía la tensión en sus palabras, pero también una chispa de esperanza que no había escuchado en mucho tiempo. —¿Crees que las flores tengan alguna respuesta? —Preguntó finalmente, con una mezcla de escepticismo y curiosidad que se arrastraba en cada palabra. —Tal vez no respuestas, pero… Algo de paz. —Respondio Zaryna, mientras alzaba la mirada hacia el horizonte, su voz parecia haber recrobado su antaño tono, más suave y dulce ahora, casi como un susurro.— Algo que me recuerde que no todo está roto. Que hay belleza incluso en medio de todo esto. El dragón permaneció en silencio, observando a través de sus ojos. Sabía que esas palabras no eran solo para él, sino también para ella misma. Eran un intento de convencerse de que podía encontrar algo más allá del peso de las cicatrices. Pero, en el fondo, ambos sabían la verdad: Zaryna no había resistido únicamente por Myrrh. Había sido Gazú quien, con su presencia, le había dado algo más por lo que aferrarse. Una razón para seguir, incluso cuando todo parecía perdido. Porque, más que las flores, lo que brillaba era aquel nombre en los pensamientos de Zaryna, como un faro que le había mostrado un camino de regreso desde el abismo.
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  • El bosque parecía haber olvidado respirar, siendo el viento el único sonido que arrastraba consigo el aroma a tierra húmeda y hojas marchitas. La niebla serpenteaba entre los troncos, engullendo cada sombra como si se tratara de un velo que intentara ocultar la verdad. Allí, en el corazón del claro, permanecía inmóvil, como una estatua viviente, envuelta en un silencio pesado. Sus cuernos, torcidos y marcados por grietas naturales, se alzaban como un recordatorio de lo que era y de aquello que los demás temían en ella. La luz de la luna acariciaba las partes escamadas de su piel, arrancando destellos plateados que hacían que su presencia pareciera aún más sobrenatural. Había quietud a su alrededor, si, pero no en su interior. Una tormenta de pensamientos rugía dentro de ella, como si las raíces de su ser estuvieran intentando desgarrar el suelo en busca de algo más profundo.

    No tenía alas para alzar el vuelo ni cola que la equilibrara, pero su porte seguía siendo imponente incluso para una mestiza. Su cuerpo contaba historias de un linaje tan antiguo como el tiempo, aunque incompleto. Las uñas, tan afiladas que podían partir hueso, rasgaban el aire de manera inconsciente mientras sus pensamientos la arrastraban hacia lugares que preferiría no explorar.

    Dejó escapar un suspiro que condensó la fría noche a su alrededor. Su aliento, cargado de una gelidez innatural, era un recordatorio de la extraña llama que llevaba dentro, una que había aprendido a ocultar, a domar. Pero esa noche, en la soledad del bosque, no había nadie a quien engañar, nadie ante quien pretender.

    Se arrodilló con lentitud, dejando que sus dedos tocaran la tierra húmeda. Había algo reconfortante en el tacto del suelo, en ese contacto directo con la naturaleza que le recordaba que, a pesar de todo, aún formaba parte del mundo. Pero incluso este pensamiento traía consigo un peso. ¿Formaba parte de algo, realmente? ¿O simplemente existía, aislada, como una pieza que no encajaba en ningún rompecabezas?

    —¿Cual se supone que es la razón de mi existencia? —Murmuró, dejando que sus palabras se perdieran en la inmensidad de la noche.

    Su voz sonaba más cansada de lo que esperaba, como si el eco de todas las batallas, tanto externas como internas, finalmente la hubiera alcanzado. Bajó la mirada y vio su reflejo en un charco cercano, las aguas temblorosas distorsionando su rostro, casi como si se negara a reconocerlo. Sus ojos turquesa brillaron con una intensidad inesperada, dos joyas resplandeciendo en un mundo de sombras.

    Había un poder indescriptible en esa mirada, un destello de algo más grande, más profundo, algo que incluso ella aún no comprendía del todo. Y, sin embargo, esa misma fuerza la aislaba, la mantenía apartada de todo lo que podría haber sido simple, de todo lo que podría haber sido humano.
    Lentamente, se puso de pie, su figura recortada contra la penumbra como la de una guerrera que aún no había encontrado ni su batalla, ni su victoria. Su cabeza se alzó hacia el cielo, hacia las estrellas que titilaban indiferentes, lejanas, como si fueran testigos silenciosos de su existencia.

    —Ni soy lo que otros esperan de mí, ni lo que ellos temen. Tampoco soy lo que yo soñé ser. Pero... Tampoco soy el vacío.

    La confesión resonó en la quietud, como si los árboles mismos se inclinaran para escucharla. Una brisa helada acarició su rostro, llevando consigo el susurro de hojas secas. Cerró los ojos por un instante, dejando que el viento la rodeara, que le hablara en su lengua ancestral.
    El bosque parecía haber olvidado respirar, siendo el viento el único sonido que arrastraba consigo el aroma a tierra húmeda y hojas marchitas. La niebla serpenteaba entre los troncos, engullendo cada sombra como si se tratara de un velo que intentara ocultar la verdad. Allí, en el corazón del claro, permanecía inmóvil, como una estatua viviente, envuelta en un silencio pesado. Sus cuernos, torcidos y marcados por grietas naturales, se alzaban como un recordatorio de lo que era y de aquello que los demás temían en ella. La luz de la luna acariciaba las partes escamadas de su piel, arrancando destellos plateados que hacían que su presencia pareciera aún más sobrenatural. Había quietud a su alrededor, si, pero no en su interior. Una tormenta de pensamientos rugía dentro de ella, como si las raíces de su ser estuvieran intentando desgarrar el suelo en busca de algo más profundo. No tenía alas para alzar el vuelo ni cola que la equilibrara, pero su porte seguía siendo imponente incluso para una mestiza. Su cuerpo contaba historias de un linaje tan antiguo como el tiempo, aunque incompleto. Las uñas, tan afiladas que podían partir hueso, rasgaban el aire de manera inconsciente mientras sus pensamientos la arrastraban hacia lugares que preferiría no explorar. Dejó escapar un suspiro que condensó la fría noche a su alrededor. Su aliento, cargado de una gelidez innatural, era un recordatorio de la extraña llama que llevaba dentro, una que había aprendido a ocultar, a domar. Pero esa noche, en la soledad del bosque, no había nadie a quien engañar, nadie ante quien pretender. Se arrodilló con lentitud, dejando que sus dedos tocaran la tierra húmeda. Había algo reconfortante en el tacto del suelo, en ese contacto directo con la naturaleza que le recordaba que, a pesar de todo, aún formaba parte del mundo. Pero incluso este pensamiento traía consigo un peso. ¿Formaba parte de algo, realmente? ¿O simplemente existía, aislada, como una pieza que no encajaba en ningún rompecabezas? —¿Cual se supone que es la razón de mi existencia? —Murmuró, dejando que sus palabras se perdieran en la inmensidad de la noche. Su voz sonaba más cansada de lo que esperaba, como si el eco de todas las batallas, tanto externas como internas, finalmente la hubiera alcanzado. Bajó la mirada y vio su reflejo en un charco cercano, las aguas temblorosas distorsionando su rostro, casi como si se negara a reconocerlo. Sus ojos turquesa brillaron con una intensidad inesperada, dos joyas resplandeciendo en un mundo de sombras. Había un poder indescriptible en esa mirada, un destello de algo más grande, más profundo, algo que incluso ella aún no comprendía del todo. Y, sin embargo, esa misma fuerza la aislaba, la mantenía apartada de todo lo que podría haber sido simple, de todo lo que podría haber sido humano. Lentamente, se puso de pie, su figura recortada contra la penumbra como la de una guerrera que aún no había encontrado ni su batalla, ni su victoria. Su cabeza se alzó hacia el cielo, hacia las estrellas que titilaban indiferentes, lejanas, como si fueran testigos silenciosos de su existencia. —Ni soy lo que otros esperan de mí, ni lo que ellos temen. Tampoco soy lo que yo soñé ser. Pero... Tampoco soy el vacío. La confesión resonó en la quietud, como si los árboles mismos se inclinaran para escucharla. Una brisa helada acarició su rostro, llevando consigo el susurro de hojas secas. Cerró los ojos por un instante, dejando que el viento la rodeara, que le hablara en su lengua ancestral.
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  • Estaba sola en un claro del bosque, con el atardecer bañando todo con tonos dorados y anaranjados. En sus manos sostenia una pequeña caja de terciopelo negro, que encontró cuidadosamente dejada para ser vista por su avido ojo. Al abrirla, sus ojos se ensanchan al ver el anillo, un anillo oscuro y elegante que parece brillar débilmente, como si contuviera un fragmento de las sombras mismas. Un anillo corrupto, pero… ¿Su anillo?

    Por un momento, se quedó sin palabras, el aire atrapado en sus pulmones.

    —¿Gazú...? —Rápidamente ató cabos, la falta de su presencia aumentando inclusive la intensidad del gesto.

    El anillo parecía casi resonar con su energía, como si fuera una extensión de él. Lo tomó con cuidado, sosteniéndolo entre los dedos mientras una pequeña sonrisa se formaba en sus labios.

    —"My Blue Rose"... Siempre sabiendo cómo dejarme sin palabras.

    Se sentó sobre una roca cercana, examinando los detalles del anillo. Su expresión era una mezcla de maravilla y desconcierto. Por mucho que lo intentaba, no podía evitar sentir el calor en su pecho, una emoción que rara vez permite florecer.

    —¿Cómo siempre logras esto, Gazú? Hacerme sentir... Vista. Como si importara, aunque nunca lo diga en voz alta. —Susurro, pensativa, acariciando con el pulgar cada detalle, cada hendidura, cada símbolo aún oculto para ella.

    Por un momento, se sintió expuesta, pero también segura, como si el anillo fuera un recordatorio físico de su conexión con él. Lentamente, se lo puso en el dedo, observando cómo encajaba perfectamente, como si hubiera sido hecho para ella.

    —No estás aquí, pero... Lo siento, ¿sabes? Tu forma de cuidarme, incluso desde lejos.

    Echó un vistazo al anillo una vez más, y su sonrisa se tornó más amplia, más sincera… Más suya, sin las caricias de un tormentoso dolor acariciando cada centímetro de su piel.

    —Supongo que este es tu regalo de cumpleaños… No sé si merezco algo así, pero gracias. Siempre sabes exactamente lo que necesito, incluso cuando no tengo idea.

    Se recostó contra el árbol, dejando que el anillo brillara débilmente bajo la luz menguante. En ese momento, sintió que la conexión con Gazú Bonetti no dependía de la presencia física; él siempre estaba con ella, en sus pensamientos, en sus sombras, y ahora, en este anillo que llevaba en su dedo como un recordatorio de todo lo que han compartido y lo que está por venir.
    Estaba sola en un claro del bosque, con el atardecer bañando todo con tonos dorados y anaranjados. En sus manos sostenia una pequeña caja de terciopelo negro, que encontró cuidadosamente dejada para ser vista por su avido ojo. Al abrirla, sus ojos se ensanchan al ver el anillo, un anillo oscuro y elegante que parece brillar débilmente, como si contuviera un fragmento de las sombras mismas. Un anillo corrupto, pero… ¿Su anillo? Por un momento, se quedó sin palabras, el aire atrapado en sus pulmones. —¿Gazú...? —Rápidamente ató cabos, la falta de su presencia aumentando inclusive la intensidad del gesto. El anillo parecía casi resonar con su energía, como si fuera una extensión de él. Lo tomó con cuidado, sosteniéndolo entre los dedos mientras una pequeña sonrisa se formaba en sus labios. —"My Blue Rose"... Siempre sabiendo cómo dejarme sin palabras. Se sentó sobre una roca cercana, examinando los detalles del anillo. Su expresión era una mezcla de maravilla y desconcierto. Por mucho que lo intentaba, no podía evitar sentir el calor en su pecho, una emoción que rara vez permite florecer. —¿Cómo siempre logras esto, Gazú? Hacerme sentir... Vista. Como si importara, aunque nunca lo diga en voz alta. —Susurro, pensativa, acariciando con el pulgar cada detalle, cada hendidura, cada símbolo aún oculto para ella. Por un momento, se sintió expuesta, pero también segura, como si el anillo fuera un recordatorio físico de su conexión con él. Lentamente, se lo puso en el dedo, observando cómo encajaba perfectamente, como si hubiera sido hecho para ella. —No estás aquí, pero... Lo siento, ¿sabes? Tu forma de cuidarme, incluso desde lejos. Echó un vistazo al anillo una vez más, y su sonrisa se tornó más amplia, más sincera… Más suya, sin las caricias de un tormentoso dolor acariciando cada centímetro de su piel. —Supongo que este es tu regalo de cumpleaños… No sé si merezco algo así, pero gracias. Siempre sabes exactamente lo que necesito, incluso cuando no tengo idea. Se recostó contra el árbol, dejando que el anillo brillara débilmente bajo la luz menguante. En ese momento, sintió que la conexión con [Gazu1221] no dependía de la presencia física; él siempre estaba con ella, en sus pensamientos, en sus sombras, y ahora, en este anillo que llevaba en su dedo como un recordatorio de todo lo que han compartido y lo que está por venir.
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  • Conmovida por el gesto, observó el ramo con sorpresa. Con los ojos brillantes, lo tomó con cuidado, como si fuera un tesoro.

    —¿Esto es para mí? Qué gesto tan hermoso... Hace tanto que nadie me da algo así. Es más de lo que podría haber esperado o imaginado. Gracias, de verdad. No tienes idea de cuánto significa esto para mí.

    Hizo una pausa, acariciando las flores con delicadeza.

    —Cada pétalo... Cada color... Es perfecto. Prometo cuidar de estas flores como un recordatorio de este momento y de lo que significa para mí. Gracias, de corazón.—Continuó, con una sonrisa que denotaba una ligera timidez, pero visible gratitud.

    Inclinó la cabeza hacia Jade Green, dejando entrever su vulnerabilidad y su agradecimiento sincero.
    Conmovida por el gesto, observó el ramo con sorpresa. Con los ojos brillantes, lo tomó con cuidado, como si fuera un tesoro. —¿Esto es para mí? Qué gesto tan hermoso... Hace tanto que nadie me da algo así. Es más de lo que podría haber esperado o imaginado. Gracias, de verdad. No tienes idea de cuánto significa esto para mí. Hizo una pausa, acariciando las flores con delicadeza. —Cada pétalo... Cada color... Es perfecto. Prometo cuidar de estas flores como un recordatorio de este momento y de lo que significa para mí. Gracias, de corazón.—Continuó, con una sonrisa que denotaba una ligera timidez, pero visible gratitud. Inclinó la cabeza hacia [pulse_maroon_eagle_385], dejando entrever su vulnerabilidad y su agradecimiento sincero.
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  • En un escenario teñido de rojo, donde las sombras bailaban al compás, Cedric abrazaba lo que quedaba de su pasado: un esqueleto frágil, una memoria que se resistía a desvanecerse. Su mirada era dura, pero en el fondo de sus ojos descansaba una tristeza antigua, el peso de una promesa incumplida y la responsabilidad de un poder severamente peligroso.

    El esqueleto, aunque inerte, parecía corresponder al gesto, sus huesos temblorosos aferrados al Cedric como un amante que no quiere dejar ir. La silueta de una figura oscura se proyectaba tras ellos, testigo de una historia perdida entre la muerte y el amor, entre la lealtad y el arrepentimiento.

    Era un último vals en el borde de la eternidad, un recordatorio de que incluso los muertos jamas pueden ser olvidados, y que la soledad más profunda no reside en la ausencia, sino en la memoria que se niega a olvidar.

    En un escenario teñido de rojo, donde las sombras bailaban al compás, Cedric abrazaba lo que quedaba de su pasado: un esqueleto frágil, una memoria que se resistía a desvanecerse. Su mirada era dura, pero en el fondo de sus ojos descansaba una tristeza antigua, el peso de una promesa incumplida y la responsabilidad de un poder severamente peligroso. El esqueleto, aunque inerte, parecía corresponder al gesto, sus huesos temblorosos aferrados al Cedric como un amante que no quiere dejar ir. La silueta de una figura oscura se proyectaba tras ellos, testigo de una historia perdida entre la muerte y el amor, entre la lealtad y el arrepentimiento. Era un último vals en el borde de la eternidad, un recordatorio de que incluso los muertos jamas pueden ser olvidados, y que la soledad más profunda no reside en la ausencia, sino en la memoria que se niega a olvidar.
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  • ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ𝐹L𝐴S𝐻B𝐴C𝐾
    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ16 de enero de 2013




    El Impala rugió suavemente al detenerse frente a una colina desprovista de mayor atractivo. Dean y Sam intercambiaron una mirada incrédula mientras observaban la entrada, que apenas era visible: un viejo portón de metal oxidado empotrado en la roca. El aire olía a tierra húmeda y a misterio.

    —¿Es esto? —preguntó Dean, con una ceja levantada y el sarcasmo aflorando en su tono.

    Sam bajó del auto con un libro antiguo en la mano, el cual había estado revisando durante todo el camino. Comparó la descripción del texto con el paisaje ante ellos.

    —Es aquí —confirmó, aunque su voz también cargaba un leve dejo de duda.

    Dean resopló y caminó hacia la puerta, dando un par de golpes con el dorso de la mano.

    —Bueno, si es un club secreto, lo disimulan bastante bien.

    Sam suspiró y sacó una llave pesada que habían encontrado junto con las instrucciones. Al introducirla, el mecanismo rechinó, pero tras un giro forzado, la puerta cedió con un sonido profundo y resonante.

    —Lo que sea que encontremos aquí, ha estado cerrado mucho tiempo —murmuró Sam.

    Los hermanos entraron con cautela, las linternas de sus celulares iluminando las paredes cubiertas de telarañas y polvo. El pasillo descendente era estrecho, pero al cabo de unos metros, se abrió a un espacio mucho más amplio. Una luz parpadeante, activada por el movimiento, reveló una estancia impresionante.

    —¡Vaya! —Dean exclamó, sus ojos recorriendo el lugar. Había estanterías repletas de libros antiguos, mesas con mapas desplegados y vitrinas llenas de artefactos que parecían de otro mundo.

    —Es increíble —dijo Sam, sin poder ocultar su asombro. Pasó los dedos por el lomo de un libro, dejando una marca limpia en el polvo acumulado.

    Dean caminó hacia una consola de madera con botones e interruptores.

    —Esto parece salido de una película de espías de los 50.

    —No sólo es un escondite —comentó Sam, su voz llena de reverencia—. Es una base de operaciones. Un cuartel general. Los Hombres de Letras usaban esto para registrar todo su conocimiento, planificar sus movimientos...

    —...y almacenar sus juguetes —añadió Dean, al abrir una vitrina que contenía armas antiguas y objetos cuya utilidad no podía adivinar.

    Mientras exploraban, la magnitud del descubrimiento comenzó a asentarse en ambos. Para Dean, el lugar representaba algo entre un refugio y un legado; para Sam, era un sueño hecho realidad, un tesoro de conocimiento oculto.

    —Este lugar... —Sam se detuvo, buscando las palabras—. No es solo historia. Es nuestra herencia.

    Dean se cruzó de brazos y miró a su hermano con una sonrisa leve.

    —Bueno, parece que vamos a quedarnos un tiempo.

    Y con eso, los Winchester sellaron el inicio de una nueva etapa, una donde el pasado y el presente convergían en un lugar que pronto llamarían hogar.

    Una de las salas más llamativas del búnker era la biblioteca principal. Ocupaba un amplio espacio central y estaba rodeada por estanterías que se elevaban hasta el techo abovedado. Cada pared estaba cargada de volúmenes encuadernados en cuero, y una escalera móvil permitía acceder a los estantes más altos. En el centro, varias mesas robustas de madera estaban dispuestas con lámparas de lectura de estilo vintage, emitiendo una luz cálida y acogedora.

    Sobre una de las mesas descansaban varios mapas antiguos y cuadernos con anotaciones manuscritas, aparentemente dejados por los últimos ocupantes del lugar. Una gran lámpara colgante adornaba el techo, lanzando destellos dorados que acentuaban la majestuosidad de la sala. En una esquina, un pequeño globo terráqueo antiguo giraba silenciosamente con un toque, como si esperara que alguien desentrañara los secretos marcados en sus líneas.

    La atmósfera de la biblioteca era a la vez solemne e inspiradora, un recordatorio del vasto conocimiento acumulado por los Hombres de Letras a lo largo de generaciones.


    #Personajes3D #3D #Comunidad3D
    ㅤ ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ𝐹L𝐴S𝐻B𝐴C𝐾 ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ16 de enero de 2013 ㅤ ㅤ ㅤ ㅤ El Impala rugió suavemente al detenerse frente a una colina desprovista de mayor atractivo. Dean y Sam intercambiaron una mirada incrédula mientras observaban la entrada, que apenas era visible: un viejo portón de metal oxidado empotrado en la roca. El aire olía a tierra húmeda y a misterio. —¿Es esto? —preguntó Dean, con una ceja levantada y el sarcasmo aflorando en su tono. Sam bajó del auto con un libro antiguo en la mano, el cual había estado revisando durante todo el camino. Comparó la descripción del texto con el paisaje ante ellos. —Es aquí —confirmó, aunque su voz también cargaba un leve dejo de duda. Dean resopló y caminó hacia la puerta, dando un par de golpes con el dorso de la mano. —Bueno, si es un club secreto, lo disimulan bastante bien. Sam suspiró y sacó una llave pesada que habían encontrado junto con las instrucciones. Al introducirla, el mecanismo rechinó, pero tras un giro forzado, la puerta cedió con un sonido profundo y resonante. —Lo que sea que encontremos aquí, ha estado cerrado mucho tiempo —murmuró Sam. Los hermanos entraron con cautela, las linternas de sus celulares iluminando las paredes cubiertas de telarañas y polvo. El pasillo descendente era estrecho, pero al cabo de unos metros, se abrió a un espacio mucho más amplio. Una luz parpadeante, activada por el movimiento, reveló una estancia impresionante. —¡Vaya! —Dean exclamó, sus ojos recorriendo el lugar. Había estanterías repletas de libros antiguos, mesas con mapas desplegados y vitrinas llenas de artefactos que parecían de otro mundo. —Es increíble —dijo Sam, sin poder ocultar su asombro. Pasó los dedos por el lomo de un libro, dejando una marca limpia en el polvo acumulado. Dean caminó hacia una consola de madera con botones e interruptores. —Esto parece salido de una película de espías de los 50. —No sólo es un escondite —comentó Sam, su voz llena de reverencia—. Es una base de operaciones. Un cuartel general. Los Hombres de Letras usaban esto para registrar todo su conocimiento, planificar sus movimientos... —...y almacenar sus juguetes —añadió Dean, al abrir una vitrina que contenía armas antiguas y objetos cuya utilidad no podía adivinar. Mientras exploraban, la magnitud del descubrimiento comenzó a asentarse en ambos. Para Dean, el lugar representaba algo entre un refugio y un legado; para Sam, era un sueño hecho realidad, un tesoro de conocimiento oculto. —Este lugar... —Sam se detuvo, buscando las palabras—. No es solo historia. Es nuestra herencia. Dean se cruzó de brazos y miró a su hermano con una sonrisa leve. —Bueno, parece que vamos a quedarnos un tiempo. Y con eso, los Winchester sellaron el inicio de una nueva etapa, una donde el pasado y el presente convergían en un lugar que pronto llamarían hogar. Una de las salas más llamativas del búnker era la biblioteca principal. Ocupaba un amplio espacio central y estaba rodeada por estanterías que se elevaban hasta el techo abovedado. Cada pared estaba cargada de volúmenes encuadernados en cuero, y una escalera móvil permitía acceder a los estantes más altos. En el centro, varias mesas robustas de madera estaban dispuestas con lámparas de lectura de estilo vintage, emitiendo una luz cálida y acogedora. Sobre una de las mesas descansaban varios mapas antiguos y cuadernos con anotaciones manuscritas, aparentemente dejados por los últimos ocupantes del lugar. Una gran lámpara colgante adornaba el techo, lanzando destellos dorados que acentuaban la majestuosidad de la sala. En una esquina, un pequeño globo terráqueo antiguo giraba silenciosamente con un toque, como si esperara que alguien desentrañara los secretos marcados en sus líneas. La atmósfera de la biblioteca era a la vez solemne e inspiradora, un recordatorio del vasto conocimiento acumulado por los Hombres de Letras a lo largo de generaciones. #Personajes3D #3D #Comunidad3D
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  • Carmina Valenti miraba por la ventana del Uber mientras las luces de la ciudad se desdibujaban en un desfile de colores borrosos. Su vestido verde oscuro, ceñido al cuerpo, había sido un acierto para la boda de Giovanna, pero ahora, después de horas de risas y bailes, le parecía un recordatorio incómodo de cuánto habían cambiado las cosas entre su grupo de amigas.

    Giovanna, con su vestido blanco perfecto y la sonrisa radiante, había tenido el día que siempre soñó. Una boda hermosa, una casa esperando para empezar una nueva vida, un esposo que la adoraba. Carmina, por otro lado, volvía a la misma casa de siempre, una construcción modesta con una tienda de conveniencia en la planta baja. Allí vivía con su abuela Lucia, cuya salud se había deteriorado en los últimos años, lo que llevó a Carmina a contratar a una enfermera para ayudar con su cuidado.

    El Uber llegó a su destino y se detuvo frente al edificio, donde las luces de la tienda ya estaban apagadas. Carmina salió del auto, agradeció al conductor y se quedó un momento frente a la entrada, sintiendo el fresco de la noche. Había cerrado la tienda temprano esa tarde, dejando todo en orden antes de prepararse para la boda. Aunque sabía que era necesario, ese cierre siempre le dejaba una sensación extraña, como si por unas horas su mundo se detuviera.

    Subió los escalones con cuidado, sus tacones resonando en el silencio del pasillo. En el segundo piso, la luz tenue del pasillo se filtraba bajo la puerta de la habitación de su abuela. Carmina abrió con suavidad y asomó la cabeza. Lucia dormía plácidamente en su cama, mientras la enfermera, sentada en un sillón cercano, leía un libro bajo la luz de una lámpara pequeña.

    Carmina les dedicó una sonrisa ligera y un susurro de buenas noches antes de ir a su propia habitación. Dejó los tacones junto a la puerta, soltó el vestido y se cambió a algo más cómodo. Mientras se sentaba en el borde de la cama, dejó escapar un suspiro, repasando mentalmente los momentos de la boda: la ceremonia, las promesas de amor eterno, la felicidad en el rostro de Giovanna.

    Era inevitable comparar sus vidas. Giovanna había dado un paso gigante hacia adelante, mientras Carmina se sentía atada a un ciclo constante: la tienda, los clientes, el cuidado de su abuela. No era que no amara a Lucia o que no valorara el negocio familiar, pero había noches, como esa, en las que se preguntaba si había más para ella.

    Sin embargo, mientras el sonido de la respiración tranquila de su abuela llegaba desde el pasillo, Carmina recordó por qué hacía lo que hacía. La vida de Giovanna era hermosa, sí, pero la suya también tenía sus propios brillos. Su abuela estaba segura, cuidada. La tienda, aunque agotadora, era su conexión con el barrio y con el pasado que tanto significaba para ambas.

    Se dejó caer sobre las sábanas, cerrando los ojos. Quizá algún día su vida cambiaría, pero por ahora, era suficiente. Porque aunque su camino fuera diferente, seguía siendo suyo, y eso valía más que cualquier comparación.
    Carmina Valenti miraba por la ventana del Uber mientras las luces de la ciudad se desdibujaban en un desfile de colores borrosos. Su vestido verde oscuro, ceñido al cuerpo, había sido un acierto para la boda de Giovanna, pero ahora, después de horas de risas y bailes, le parecía un recordatorio incómodo de cuánto habían cambiado las cosas entre su grupo de amigas. Giovanna, con su vestido blanco perfecto y la sonrisa radiante, había tenido el día que siempre soñó. Una boda hermosa, una casa esperando para empezar una nueva vida, un esposo que la adoraba. Carmina, por otro lado, volvía a la misma casa de siempre, una construcción modesta con una tienda de conveniencia en la planta baja. Allí vivía con su abuela Lucia, cuya salud se había deteriorado en los últimos años, lo que llevó a Carmina a contratar a una enfermera para ayudar con su cuidado. El Uber llegó a su destino y se detuvo frente al edificio, donde las luces de la tienda ya estaban apagadas. Carmina salió del auto, agradeció al conductor y se quedó un momento frente a la entrada, sintiendo el fresco de la noche. Había cerrado la tienda temprano esa tarde, dejando todo en orden antes de prepararse para la boda. Aunque sabía que era necesario, ese cierre siempre le dejaba una sensación extraña, como si por unas horas su mundo se detuviera. Subió los escalones con cuidado, sus tacones resonando en el silencio del pasillo. En el segundo piso, la luz tenue del pasillo se filtraba bajo la puerta de la habitación de su abuela. Carmina abrió con suavidad y asomó la cabeza. Lucia dormía plácidamente en su cama, mientras la enfermera, sentada en un sillón cercano, leía un libro bajo la luz de una lámpara pequeña. Carmina les dedicó una sonrisa ligera y un susurro de buenas noches antes de ir a su propia habitación. Dejó los tacones junto a la puerta, soltó el vestido y se cambió a algo más cómodo. Mientras se sentaba en el borde de la cama, dejó escapar un suspiro, repasando mentalmente los momentos de la boda: la ceremonia, las promesas de amor eterno, la felicidad en el rostro de Giovanna. Era inevitable comparar sus vidas. Giovanna había dado un paso gigante hacia adelante, mientras Carmina se sentía atada a un ciclo constante: la tienda, los clientes, el cuidado de su abuela. No era que no amara a Lucia o que no valorara el negocio familiar, pero había noches, como esa, en las que se preguntaba si había más para ella. Sin embargo, mientras el sonido de la respiración tranquila de su abuela llegaba desde el pasillo, Carmina recordó por qué hacía lo que hacía. La vida de Giovanna era hermosa, sí, pero la suya también tenía sus propios brillos. Su abuela estaba segura, cuidada. La tienda, aunque agotadora, era su conexión con el barrio y con el pasado que tanto significaba para ambas. Se dejó caer sobre las sábanas, cerrando los ojos. Quizá algún día su vida cambiaría, pero por ahora, era suficiente. Porque aunque su camino fuera diferente, seguía siendo suyo, y eso valía más que cualquier comparación.
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  • El caballero yacía de pie frente a la entrada de las catacumbas, una abertura oscura tallada en la roca, apenas iluminada por las llamas temblorosas de una antorcha recientemente encendida. A su alrededor, el viento arrastraba hojas secas y el eco lejano de cuervos resonaba entre las colinas. A sus pies, un antiguo arco de piedra marcaba el umbral, cubierto de runas desgastadas por el tiempo.

    —Un lugar de descanso... o un recordatorio de lo que hemos olvidado. No puedo creer que esté profanado...

    Murmuró, dejando que sus dedos siguieran la línea de las letras. Colocó la mano sobre la empuñadura de su espada, apretando con fuerza mientras miraba hacia el oscuro corredor. Algo en su interior se revolvía, una mezcla de incertidumbre y determinación. Tomó asiento; no debía precipitarse, pero al menos ya había confirmado lo que los pueblerinos decían: una cierta oscuridad diferente rondaba.
    El caballero yacía de pie frente a la entrada de las catacumbas, una abertura oscura tallada en la roca, apenas iluminada por las llamas temblorosas de una antorcha recientemente encendida. A su alrededor, el viento arrastraba hojas secas y el eco lejano de cuervos resonaba entre las colinas. A sus pies, un antiguo arco de piedra marcaba el umbral, cubierto de runas desgastadas por el tiempo. —Un lugar de descanso... o un recordatorio de lo que hemos olvidado. No puedo creer que esté profanado... Murmuró, dejando que sus dedos siguieran la línea de las letras. Colocó la mano sobre la empuñadura de su espada, apretando con fuerza mientras miraba hacia el oscuro corredor. Algo en su interior se revolvía, una mezcla de incertidumbre y determinación. Tomó asiento; no debía precipitarse, pero al menos ya había confirmado lo que los pueblerinos decían: una cierta oscuridad diferente rondaba.
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