La arena no era arena, eran fragmentos de deseos olvidados que crujían como huesos bajo sus pies. El mar no era mar, sino una masa oscura y espesa que reflejaba las caras distorsionadas cada vez que la luna falsa se asomaba entre las nubes. El aire olía a sal, hierro, y...a electricidad estática. Los dedos enguantados de los Vigilantes le hundían las garras en sus brazos, marcando su piel a través de la fina tela de su vestido. Ella respiró hondo, sintiendo como las runas de supresión en sus muñecas latían en sincronía con su pulso acelerado. Cada símbolo era un clavo en su magia, un intento del Consejo por domesticar lo que era indomable.
El Capitán de los Vigilantes avanzó, su armadura chirriaba con cada paso sobre la arena brillante. La espada rúnica en su mano dejaba un rastro de luz azulada en el aire, como si cortara la realidad misma.
— Terminemos esto, Kael —dijo uno de Los Vigilantes, mientras ajustaba su agarre en el brazo izquierdo de Svetla— hay que llevarla ante el Consejo antes de que...
— Antes de que ¿qué? —interrumpió ella, alzando la vista con una sonrisa desafiante. Su mechón blanco brillaba bajo la luz lunar— ¿antes de que él Capitán recuerde que...su esposa también pidió un deseo una vez? Uno que él no supo darle.
El Capitán se tensó. El filo de su espada tembló levemente
"Si...ahí está. La grieta en tu armadura, capitán" Pensó.
«𝘌𝘴𝘤𝘶𝘱𝘦 𝘦𝘯 𝘴𝘶 𝘤𝘢𝘳𝘢 𝘢𝘯𝘵𝘦𝘴 𝘥𝘦 𝘮𝘰𝘳𝘪𝘳.» Murmuró Luc, con su silueta semitransparente flotando a un lado de ella. Pero él sabía que ella no moriría. No hoy.
Svetla cerró los ojos y escuchó. Más allá de las palabras de los Vigilantes, que seguían discutiendo que hacer. Más allá de la voz de la sombra fantasmal que siempre la acompañaba. Más allá del crujir de sus propios pasos. Allí, estaba el verdadero sonido de ese lugar:
𝙀𝙡 𝙢𝙖𝙧.
No. 𝘕𝘰 𝘦𝘳𝘢 𝘴𝘰𝘭𝘰 𝘦𝘭 𝘮𝘢𝘳. No era el simple oleaje de un océano humano, sino el susurro del Primer Caos, aquel que existía antes de que los deseos tuvieran un nombre. Era un murmullo que le hablaba en lenguas olvidadas, que le recordaba lo que era: hija del abismo, tejedora de costuras entre mundos, vendedora de deseos.
— ¿Sabes que le pasa al mar cuando alguien le pide un deseo...? —susurró Svetla.
— Cállate —gruñó el capitan, ignorando el significado tras las palabras de la castaña— No puedes escapar, Le'ron. tus poderes están...
— ¿Bloqueados? —Svetla rió, y en ese momento, la primera gota de sangre cayó de su nariz a la arena. Los vigilantes no la vieron hundirse en el suelo, no sintieron como los granos de deseos olvidados absorbían la gota rojiza— quizás los poderes pueden ser robados, Kael. Pero el caos... 𝘦𝘭 𝘤𝘢𝘰𝘴 𝘴𝘪𝘮𝘱𝘭𝘦𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘦𝘴.
Con un movimiento brusco, la castaña retorció su brazo izquierdo hasta sentir el crujido del hueso dislocándose. El dolor no importaba, porque había algo que callaría al dolor pronto...la libertad.
Las runas de supresión necesitaban contacto completo para funcionar. Un hueso fuera de lugar, una herida abierta, y la cadena se rompía por un instante. Un segundo. Un segundo era todo lo que necesitaba.
"Ven a mi" Susurró al mar, pero no con palabras, sino con el lenguaje de las cosas que se rompen. "Cómo yo voy a ti."
𝙀𝙡 𝙤𝙘𝙚𝙖𝙣𝙤 𝙧𝙪𝙜𝙞𝙤.
No fue una ola lo que vino, sino una herida en el mundo que se abrió desde las profundidades hasta la orilla. Los Vigilantes gritaron cuando el agua negra les golpeó, pero el verdadero horror llegó cuando vieran lo que realmente era:
Millones de manos translucidas, bocas abiertas en gritos silenciados, dedos que buscaban agarrar, arrastrar. Los restos de todos los deseos no pagados, las promesas rotas que el mar había recolectado desde el principio de los tiempos.
— ¡Sueltenla! —alcanzó a gritar uno de Los Vigilantes antes de que la primera mano se cerrara alrededor de su tobillo.
No necesitó que se lo dijeran dos veces. Con un movimiento fluido –como si el dolor de su brazo le perteneciera a otro cuerpo–, se zafó de los agarres y saltó hacia la brecha.
El agua fría la envolvió como un vientre materno. Por un momento, todo fue silencio y oscuridad. Luego, las voces comenzaron. "𝘜𝘯 𝘰𝘫𝘰 𝘱𝘰𝘳 𝘭𝘢 𝘷𝘪𝘴𝘵𝘢 𝘮𝘢𝘴 𝘢𝘨𝘶𝘥𝘢..." "𝘜𝘯 𝘨𝘳𝘪𝘵𝘰 𝘱𝘰𝘳 𝘦𝘭 𝘴𝘪𝘭𝘦𝘯𝘤𝘪𝘰..." "𝘜𝘯 𝘩𝘪𝘫𝘰 𝘱𝘰𝘳 𝘦𝘭 𝘱𝘰𝘥𝘦𝘳..."
Eran los ecos de los pactos que el mar recordaba. Sintió cómo sus pulmones ardían, pero no por falta de aire –nadie se ahoga aqui– sino porque el caos le preguntaba: "¿𝘘𝘶𝘦 𝘥𝘢𝘴 𝘢 𝘤𝘢𝘮𝘣𝘪𝘰, 𝘱𝘦𝘲𝘶𝘦ñ𝘢 𝘮𝘦𝘯𝘵𝘪𝘳𝘰𝘴𝘢?"
— ¡Lo que sea! —gritó, y su voz resonó en el mismo caos como un disparo.
El mar rió. Y entonces, la escupió.
La castaña cayó de rodillas en la arena. Una arena que no era más que solo arena. Frente a un mar que si era mar. Otra playa, está vez en el plano primario. El agua salada que escupió estaba teñida de rojo, pero no era sangre... 𝘦𝘳𝘢𝘯 𝘱𝘦𝘵𝘢𝘭𝘰𝘴 𝘥𝘦 𝘶𝘯𝘢 𝘧𝘭𝘰𝘳 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘦𝘹𝘪𝘴𝘵𝘪𝘢 𝘦𝘯 𝘦𝘴𝘵𝘦 𝘮𝘶𝘯𝘥𝘰.
A su lado, Luc se materializó, más pálido que de costumbre –como si eso fuera posible–.
«𝘕𝘶𝘯𝘤𝘢 𝘮𝘢𝘴 𝘩𝘢𝘨𝘢𝘴 𝘦𝘴𝘰. 𝘕𝘶𝘯𝘤𝘢 𝘮𝘢𝘴 𝘭𝘭𝘢𝘮𝘦𝘴 𝘢 𝘦𝘴𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘦𝘯𝘵𝘪𝘦𝘯𝘥𝘦𝘴.» Murmuró.
Ella no respondió. Se limitó a mirar hacia el horizonte, dónde la luna –esta vez, una real. La luna que conocía– se reflejaba sobre aguas demasiado tranquilas.
En su muñeca, dónde antes estaban las runas de supresión, ahora había una marca nueva. Una que parecía girar si la mirabas demasiado tiempo.
"Todo deseo tiene un costo..." Pensó, acariciando la marca.
La arena no era arena, eran fragmentos de deseos olvidados que crujían como huesos bajo sus pies. El mar no era mar, sino una masa oscura y espesa que reflejaba las caras distorsionadas cada vez que la luna falsa se asomaba entre las nubes. El aire olía a sal, hierro, y...a electricidad estática. Los dedos enguantados de los Vigilantes le hundían las garras en sus brazos, marcando su piel a través de la fina tela de su vestido. Ella respiró hondo, sintiendo como las runas de supresión en sus muñecas latían en sincronía con su pulso acelerado. Cada símbolo era un clavo en su magia, un intento del Consejo por domesticar lo que era indomable.
El Capitán de los Vigilantes avanzó, su armadura chirriaba con cada paso sobre la arena brillante. La espada rúnica en su mano dejaba un rastro de luz azulada en el aire, como si cortara la realidad misma.
— Terminemos esto, Kael —dijo uno de Los Vigilantes, mientras ajustaba su agarre en el brazo izquierdo de Svetla— hay que llevarla ante el Consejo antes de que...
— Antes de que ¿qué? —interrumpió ella, alzando la vista con una sonrisa desafiante. Su mechón blanco brillaba bajo la luz lunar— ¿antes de que él Capitán recuerde que...su esposa también pidió un deseo una vez? Uno que él no supo darle.
El Capitán se tensó. El filo de su espada tembló levemente
"Si...ahí está. La grieta en tu armadura, capitán" Pensó.
«𝘌𝘴𝘤𝘶𝘱𝘦 𝘦𝘯 𝘴𝘶 𝘤𝘢𝘳𝘢 𝘢𝘯𝘵𝘦𝘴 𝘥𝘦 𝘮𝘰𝘳𝘪𝘳.» Murmuró Luc, con su silueta semitransparente flotando a un lado de ella. Pero él sabía que ella no moriría. No hoy.
Svetla cerró los ojos y escuchó. Más allá de las palabras de los Vigilantes, que seguían discutiendo que hacer. Más allá de la voz de la sombra fantasmal que siempre la acompañaba. Más allá del crujir de sus propios pasos. Allí, estaba el verdadero sonido de ese lugar:
𝙀𝙡 𝙢𝙖𝙧.
No. 𝘕𝘰 𝘦𝘳𝘢 𝘴𝘰𝘭𝘰 𝘦𝘭 𝘮𝘢𝘳. No era el simple oleaje de un océano humano, sino el susurro del Primer Caos, aquel que existía antes de que los deseos tuvieran un nombre. Era un murmullo que le hablaba en lenguas olvidadas, que le recordaba lo que era: hija del abismo, tejedora de costuras entre mundos, vendedora de deseos.
— ¿Sabes que le pasa al mar cuando alguien le pide un deseo...? —susurró Svetla.
— Cállate —gruñó el capitan, ignorando el significado tras las palabras de la castaña— No puedes escapar, Le'ron. tus poderes están...
— ¿Bloqueados? —Svetla rió, y en ese momento, la primera gota de sangre cayó de su nariz a la arena. Los vigilantes no la vieron hundirse en el suelo, no sintieron como los granos de deseos olvidados absorbían la gota rojiza— quizás los poderes pueden ser robados, Kael. Pero el caos... 𝘦𝘭 𝘤𝘢𝘰𝘴 𝘴𝘪𝘮𝘱𝘭𝘦𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘦𝘴.
Con un movimiento brusco, la castaña retorció su brazo izquierdo hasta sentir el crujido del hueso dislocándose. El dolor no importaba, porque había algo que callaría al dolor pronto...la libertad.
Las runas de supresión necesitaban contacto completo para funcionar. Un hueso fuera de lugar, una herida abierta, y la cadena se rompía por un instante. Un segundo. Un segundo era todo lo que necesitaba.
"Ven a mi" Susurró al mar, pero no con palabras, sino con el lenguaje de las cosas que se rompen. "Cómo yo voy a ti."
𝙀𝙡 𝙤𝙘𝙚𝙖𝙣𝙤 𝙧𝙪𝙜𝙞𝙤.
No fue una ola lo que vino, sino una herida en el mundo que se abrió desde las profundidades hasta la orilla. Los Vigilantes gritaron cuando el agua negra les golpeó, pero el verdadero horror llegó cuando vieran lo que realmente era:
Millones de manos translucidas, bocas abiertas en gritos silenciados, dedos que buscaban agarrar, arrastrar. Los restos de todos los deseos no pagados, las promesas rotas que el mar había recolectado desde el principio de los tiempos.
— ¡Sueltenla! —alcanzó a gritar uno de Los Vigilantes antes de que la primera mano se cerrara alrededor de su tobillo.
No necesitó que se lo dijeran dos veces. Con un movimiento fluido –como si el dolor de su brazo le perteneciera a otro cuerpo–, se zafó de los agarres y saltó hacia la brecha.
El agua fría la envolvió como un vientre materno. Por un momento, todo fue silencio y oscuridad. Luego, las voces comenzaron. "𝘜𝘯 𝘰𝘫𝘰 𝘱𝘰𝘳 𝘭𝘢 𝘷𝘪𝘴𝘵𝘢 𝘮𝘢𝘴 𝘢𝘨𝘶𝘥𝘢..." "𝘜𝘯 𝘨𝘳𝘪𝘵𝘰 𝘱𝘰𝘳 𝘦𝘭 𝘴𝘪𝘭𝘦𝘯𝘤𝘪𝘰..." "𝘜𝘯 𝘩𝘪𝘫𝘰 𝘱𝘰𝘳 𝘦𝘭 𝘱𝘰𝘥𝘦𝘳..."
Eran los ecos de los pactos que el mar recordaba. Sintió cómo sus pulmones ardían, pero no por falta de aire –nadie se ahoga aqui– sino porque el caos le preguntaba: "¿𝘘𝘶𝘦 𝘥𝘢𝘴 𝘢 𝘤𝘢𝘮𝘣𝘪𝘰, 𝘱𝘦𝘲𝘶𝘦ñ𝘢 𝘮𝘦𝘯𝘵𝘪𝘳𝘰𝘴𝘢?"
— ¡Lo que sea! —gritó, y su voz resonó en el mismo caos como un disparo.
El mar rió. Y entonces, la escupió.
La castaña cayó de rodillas en la arena. Una arena que no era más que solo arena. Frente a un mar que si era mar. Otra playa, está vez en el plano primario. El agua salada que escupió estaba teñida de rojo, pero no era sangre... 𝘦𝘳𝘢𝘯 𝘱𝘦𝘵𝘢𝘭𝘰𝘴 𝘥𝘦 𝘶𝘯𝘢 𝘧𝘭𝘰𝘳 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘦𝘹𝘪𝘴𝘵𝘪𝘢 𝘦𝘯 𝘦𝘴𝘵𝘦 𝘮𝘶𝘯𝘥𝘰.
A su lado, Luc se materializó, más pálido que de costumbre –como si eso fuera posible–.
«𝘕𝘶𝘯𝘤𝘢 𝘮𝘢𝘴 𝘩𝘢𝘨𝘢𝘴 𝘦𝘴𝘰. 𝘕𝘶𝘯𝘤𝘢 𝘮𝘢𝘴 𝘭𝘭𝘢𝘮𝘦𝘴 𝘢 𝘦𝘴𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘦𝘯𝘵𝘪𝘦𝘯𝘥𝘦𝘴.» Murmuró.
Ella no respondió. Se limitó a mirar hacia el horizonte, dónde la luna –esta vez, una real. La luna que conocía– se reflejaba sobre aguas demasiado tranquilas.
En su muñeca, dónde antes estaban las runas de supresión, ahora había una marca nueva. Una que parecía girar si la mirabas demasiado tiempo.
"Todo deseo tiene un costo..." Pensó, acariciando la marca.