Cap: 03.
La lluvia revivió un recuerdo, el único que él tenía; el frío hasta las rodillas, haciéndole peso a sus pies y brindando el lujo de sentir algo. Pero ese charco, dónde se encuentra ahora mismo, apenas tapa sus pies, el agua es más cálida que aquella de su memoria, está sucia y el fondo se escurre entre los dedos de sus pies con un lodo pegajoso.
El sol hace esfuerzos para iluminar el bosque, pero la densidad de las nubes se lo niegan. Destellos emergen de ellas, blancos, fugaces. Un brillo diferente al de las estrellas que parece tener su propia gracia y fuerza.
El impacto de cada gota en conjunto generó ruido infernal, ensordecedor, capaz de abarcar cada centímetro de bosque.
Empezó la noche anterior, luego de seis días de intenso calor. El ambiente se siente pesado, sofocante, incluso podría jurar que estaba sudando y que el sudor se fundía con la lluvia. Tal vez se debía al vapor, sumado a la falta de viento.
El cabello lo trae pegado a la cara, mojado, pesado y desordenado. Parecía una melena caprichosa, de esas que parecen empeorar en cuanto más intentas darle orden. Dio un mordisco al fruto que traía en su mano, de color rojo y textura jugosa con patrones circulares, antes de continuar con su caminata entre los árboles.
Las horas transcurrieron sin que la lluvia quisiera dar tregua. Los charcos se convirtieron en lagunas y los espacios entre raíces en ríos.
—Que bonito es el cielo.
Escuchó una voz desde atrás de un árbol, justo después de pasar frente a él. Volteó a ver y lo que encontró fueron dos orbes de brillante color dorado.
El ruido de la lluvia pareció desvanecerse, pero persistía con una presencia sumamente inferior. Él era la razón, ese hombre que apareció tan repentinamente.
El intercambio de miradas carecía de igualdad.
El pelirrojo refleja perplejidad en los ojos, mezclado con algo de temor.
El morocho tenía una mirada intensa, casi de depredador.
Lo último que escuchó fueron crujidos.
Lo último que vio fue un brazo izquierdo que se desplazó como una ráfaga de viento.
Lo último que sintió fue frío, junto con la perdida de sensibilidad en todo el cuerpo.
Cap: 03.
La lluvia revivió un recuerdo, el único que él tenía; el frío hasta las rodillas, haciéndole peso a sus pies y brindando el lujo de sentir algo. Pero ese charco, dónde se encuentra ahora mismo, apenas tapa sus pies, el agua es más cálida que aquella de su memoria, está sucia y el fondo se escurre entre los dedos de sus pies con un lodo pegajoso.
El sol hace esfuerzos para iluminar el bosque, pero la densidad de las nubes se lo niegan. Destellos emergen de ellas, blancos, fugaces. Un brillo diferente al de las estrellas que parece tener su propia gracia y fuerza.
El impacto de cada gota en conjunto generó ruido infernal, ensordecedor, capaz de abarcar cada centímetro de bosque.
Empezó la noche anterior, luego de seis días de intenso calor. El ambiente se siente pesado, sofocante, incluso podría jurar que estaba sudando y que el sudor se fundía con la lluvia. Tal vez se debía al vapor, sumado a la falta de viento.
El cabello lo trae pegado a la cara, mojado, pesado y desordenado. Parecía una melena caprichosa, de esas que parecen empeorar en cuanto más intentas darle orden. Dio un mordisco al fruto que traía en su mano, de color rojo y textura jugosa con patrones circulares, antes de continuar con su caminata entre los árboles.
Las horas transcurrieron sin que la lluvia quisiera dar tregua. Los charcos se convirtieron en lagunas y los espacios entre raíces en ríos.
—Que bonito es el cielo.
Escuchó una voz desde atrás de un árbol, justo después de pasar frente a él. Volteó a ver y lo que encontró fueron dos orbes de brillante color dorado.
El ruido de la lluvia pareció desvanecerse, pero persistía con una presencia sumamente inferior. Él era la razón, ese hombre que apareció tan repentinamente.
El intercambio de miradas carecía de igualdad.
El pelirrojo refleja perplejidad en los ojos, mezclado con algo de temor.
El morocho tenía una mirada intensa, casi de depredador.
Lo último que escuchó fueron crujidos.
Lo último que vio fue un brazo izquierdo que se desplazó como una ráfaga de viento.
Lo último que sintió fue frío, junto con la perdida de sensibilidad en todo el cuerpo.