• *Me disponía acercarme al micrófono nuevamente después de mucho tiempo se podría decir, por lo que no dudo en cantar unas de las canciones que le gusta escuchar*

    -No tengo nada que perder
    Que arda el mundo
    Yo quería que me amaran nada mas

    No espero amor ni odio
    Ya tengo bastante con mi dolor
    Maldigo el episodio
    Lo peor es que fui yo quien lo escribió
    Me esperan los demonios
    Que deja tu olvido
    Que juegan conmigo
    Ya se que es cobarde pedirte en una canción

    https://youtu.be/OBtVx-xJfRc?si=VUnHVcUpiugeokQ4

    *Me disponía acercarme al micrófono nuevamente después de mucho tiempo se podría decir, por lo que no dudo en cantar unas de las canciones que le gusta escuchar* -No tengo nada que perder Que arda el mundo Yo quería que me amaran nada mas No espero amor ni odio Ya tengo bastante con mi dolor Maldigo el episodio Lo peor es que fui yo quien lo escribió Me esperan los demonios Que deja tu olvido Que juegan conmigo Ya se que es cobarde pedirte en una canción https://youtu.be/OBtVx-xJfRc?si=VUnHVcUpiugeokQ4
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    * El Templo de la Santa.

    El camino hacia el templo del norte es largo y silencioso. Oz avanza con paso firme, la mirada clavada en el horizonte. A su lado, Onix camina sin quejarse, con los ojos atentos y el corazón encendido por la misma llama de venganza que lo impulsa.

    El bosque se abre ante ellos, revelando una estructura majestuosa: el Templo de la Santa de Yue., el aire vibra con una energía antigua, casi sagrada. Pero Oz no se detiene a admirar, el busca respuestas.

    Al llegar a las puertas, dos guardianes Elunai bloquean el paso. Sus armaduras brillan con luz plateada, y sus ojos reflejan desconfianza.

    —No puedes entrar.— Dice uno de ellos, con voz cortante. —Has profanado el templo del oeste. La conexión con Yue se ha perdido. Tu presencia aquí es una amenaza.

    Oz no se inmuta. —Ese templo estaba corrupto —responde con firmeza. —Sacrificaban niños elfos en nombre de los nuevos dioses. No podía permitirlo.

    —¡Mentiras! — Interrumpe el otro guardián. —Tú sellaste tu poder al casarte con Señorita Selin. Era el pacto. Y ahora lo has roto... Has usado tu fuerza para destruir un santuario... Eso es traición.

    Onix da un paso adelante, pero Oz la detiene con un gesto. No necesita que lo defiendan.

    —¿Traición?— Dice, con voz grave. —¿Y qué hay de los niños que encontré en las catacumbas? ¿De los cuerpos mutilados? ¿De los gritos que aún resuenan en mis sueños?

    Los guardianes no responden.

    —Vengo a hablar con la Santa.— Continúa Oz. —Ella crió a Selin. Si hay alguien que puede entender lo que está ocurriendo, es ella. Y quizás… quizás sepa dónde está mi hija.

    Los guardianes se miran entre sí. La tensión se espesa como niebla. Finalmente, uno de ellos habla:

    —La Santa está en meditación. No puede ser interrumpida por alguien que ha roto el pacto.

    Oz aprieta los puños. Su poder palpita bajo la piel, como una tormenta contenida pero no lo desata, no aún.

    —Entonces dile.— Dice, con voz baja pero cortante. —Que Oz, el padre del caos, ha venido. Que busca a su hija. Que ha visto el templo de Yue corrompido. Y que si ella no lo escucha… el caos no se detendrá.

    Los guardianes vacilan. Onix lo observa con admiración silenciosa. Por primera vez, ve en Oz no solo al guerrero, sino al padre. Al hombre que está dispuesto a desafiar dioses por amor.

    Uno de los guardianes se retira hacia el interior del templo. El otro permanece firme, pero ya no habla. Oz no se mueve, solo espera. Porque sabe que si la Santa aún recuerda a Selin… no lo ignorará.


    * El Desafío en el Templo de Yue.

    Oz permanece inmóvil, como una montaña que no puede ser movida. La lluvia golpea las piedras del templo, y los guardianes, aunque saben que enfrentarlo podría traer consecuencias fatales, insisten en que se marche.

    —¡No eres bienvenido aquí!— Grita uno de ellos, con la espada temblando en su mano.

    El rostro de Oz se endurece. Su furia ya no puede contenerse. El poder que había sellado durante años comienza a emanar como un río desbordado. El suelo tiembla, las columnas del templo crujen, y hasta Onix retrocede un paso, nerviosa.

    La niña da un pequeño salto cuando Oz, con voz atronadora, grita: ¡ARCYELLE VELTHARYS! ¡Si alguna vez sentiste amor por Selin, sal de tu escondite!

    El eco de su voz sacude el santuario. Los guardianes, aterrados, levantan sus espadas contra él, aunque saben que es inútil.

    Entonces, una voz clara y solemne atraviesa el estruendo: ¡Detente, Oz! ¡Basta! No eres bienvenido en este templo sagrado. Márchate.

    Es la voz de la Santa, Arcyelle Veltharys.

    Pero Oz ya no escucha razones. Su poder estalla como un trueno. Con un gesto, los guardianes son lanzados por los aires, sus cuerpos golpean las columnas y caen inconscientes. El silencio se rompe solo por el crujido de las piedras y el latido del poder desatado.



    *La Ira del Caos.

    Oz avanza con paso firme, cada movimiento cargado de furia contenida. La Santa lo observa desde el umbral del templo, envuelta en un resplandor lunar. Pero pronto siente algo extraño: el poder de Oz invade el entorno, como una marea oscura que se expande sin límites.

    Su pecho se oprime, la respiración se le corta, es como si el aire mismo se negara a obedecerla. De inmediato, Arcyelle levanta las manos y conjura una barrera luminosa, un muro de energía lunar que debería detener cualquier fuerza profana. El resplandor plateado se extiende frente a ella, sólido y puro.

    Pero Oz no se detiene. Con un solo paso, atraviesa la barrera. No la destruye con violencia, ni la rompe con un golpe. La atraviesa como si la luz no pudiera tocarlo, como si el caos mismo fuera inmune a la pureza de Yue.

    El impacto no daña a Oz, pero revela algo más profundo. La barrera, al intentar contenerlo, expone la verdadera forma de su ira.

    Su cuerpo cambia. El joven de rasgos élficos se expande, su figura se vuelve más grande, más imponente. Sus músculos se tensan, su piel se oscurece, y sus facciones se transforman en algo más salvaje. Sus colmillos asoman, sus orejas puntiagudas se alargan, y su mirada arde con un fuego indomable.

    Oz ya no parece un elfo joven. Ahora es un ser más cercano a un orco, un avatar del caos, un guerrero que ha dejado atrás toda contención.

    Onix retrocede, con los ojos abiertos de par en par. Nunca había visto algo así. Arcyelle siente el peso de su presencia como si el mundo entero se inclinara hacia él. Su voz tiembla, pero aún intenta mantener la calma:

    —Oz… tu ira te consume. Este no es el hombre que Selin amó.

    Oz la mira con una penetrante intensidad, su voz grave resonando como un trueno:

    —No soy el hombre que Selin amó… soy el caos que los dioses despertaron. Y si tú sabes lo que le hicieron… entonces dame las respuestas que busco. Porque en comparación con las atrocidades que cometieron en el templo… mi furia es misericordia.

    El silencio se vuelve insoportable. La Santa siente que el caos ha tomado forma frente a ella, y que cualquier palabra que pronuncie podría decidir el destino de todos los templos de Yue.
    * El Templo de la Santa. El camino hacia el templo del norte es largo y silencioso. Oz avanza con paso firme, la mirada clavada en el horizonte. A su lado, Onix camina sin quejarse, con los ojos atentos y el corazón encendido por la misma llama de venganza que lo impulsa. El bosque se abre ante ellos, revelando una estructura majestuosa: el Templo de la Santa de Yue., el aire vibra con una energía antigua, casi sagrada. Pero Oz no se detiene a admirar, el busca respuestas. Al llegar a las puertas, dos guardianes Elunai bloquean el paso. Sus armaduras brillan con luz plateada, y sus ojos reflejan desconfianza. —No puedes entrar.— Dice uno de ellos, con voz cortante. —Has profanado el templo del oeste. La conexión con Yue se ha perdido. Tu presencia aquí es una amenaza. Oz no se inmuta. —Ese templo estaba corrupto —responde con firmeza. —Sacrificaban niños elfos en nombre de los nuevos dioses. No podía permitirlo. —¡Mentiras! — Interrumpe el otro guardián. —Tú sellaste tu poder al casarte con Señorita Selin. Era el pacto. Y ahora lo has roto... Has usado tu fuerza para destruir un santuario... Eso es traición. Onix da un paso adelante, pero Oz la detiene con un gesto. No necesita que lo defiendan. —¿Traición?— Dice, con voz grave. —¿Y qué hay de los niños que encontré en las catacumbas? ¿De los cuerpos mutilados? ¿De los gritos que aún resuenan en mis sueños? Los guardianes no responden. —Vengo a hablar con la Santa.— Continúa Oz. —Ella crió a Selin. Si hay alguien que puede entender lo que está ocurriendo, es ella. Y quizás… quizás sepa dónde está mi hija. Los guardianes se miran entre sí. La tensión se espesa como niebla. Finalmente, uno de ellos habla: —La Santa está en meditación. No puede ser interrumpida por alguien que ha roto el pacto. Oz aprieta los puños. Su poder palpita bajo la piel, como una tormenta contenida pero no lo desata, no aún. —Entonces dile.— Dice, con voz baja pero cortante. —Que Oz, el padre del caos, ha venido. Que busca a su hija. Que ha visto el templo de Yue corrompido. Y que si ella no lo escucha… el caos no se detendrá. Los guardianes vacilan. Onix lo observa con admiración silenciosa. Por primera vez, ve en Oz no solo al guerrero, sino al padre. Al hombre que está dispuesto a desafiar dioses por amor. Uno de los guardianes se retira hacia el interior del templo. El otro permanece firme, pero ya no habla. Oz no se mueve, solo espera. Porque sabe que si la Santa aún recuerda a Selin… no lo ignorará. * El Desafío en el Templo de Yue. Oz permanece inmóvil, como una montaña que no puede ser movida. La lluvia golpea las piedras del templo, y los guardianes, aunque saben que enfrentarlo podría traer consecuencias fatales, insisten en que se marche. —¡No eres bienvenido aquí!— Grita uno de ellos, con la espada temblando en su mano. El rostro de Oz se endurece. Su furia ya no puede contenerse. El poder que había sellado durante años comienza a emanar como un río desbordado. El suelo tiembla, las columnas del templo crujen, y hasta Onix retrocede un paso, nerviosa. La niña da un pequeño salto cuando Oz, con voz atronadora, grita: ¡ARCYELLE VELTHARYS! ¡Si alguna vez sentiste amor por Selin, sal de tu escondite! El eco de su voz sacude el santuario. Los guardianes, aterrados, levantan sus espadas contra él, aunque saben que es inútil. Entonces, una voz clara y solemne atraviesa el estruendo: ¡Detente, Oz! ¡Basta! No eres bienvenido en este templo sagrado. Márchate. Es la voz de la Santa, Arcyelle Veltharys. Pero Oz ya no escucha razones. Su poder estalla como un trueno. Con un gesto, los guardianes son lanzados por los aires, sus cuerpos golpean las columnas y caen inconscientes. El silencio se rompe solo por el crujido de las piedras y el latido del poder desatado. *La Ira del Caos. Oz avanza con paso firme, cada movimiento cargado de furia contenida. La Santa lo observa desde el umbral del templo, envuelta en un resplandor lunar. Pero pronto siente algo extraño: el poder de Oz invade el entorno, como una marea oscura que se expande sin límites. Su pecho se oprime, la respiración se le corta, es como si el aire mismo se negara a obedecerla. De inmediato, Arcyelle levanta las manos y conjura una barrera luminosa, un muro de energía lunar que debería detener cualquier fuerza profana. El resplandor plateado se extiende frente a ella, sólido y puro. Pero Oz no se detiene. Con un solo paso, atraviesa la barrera. No la destruye con violencia, ni la rompe con un golpe. La atraviesa como si la luz no pudiera tocarlo, como si el caos mismo fuera inmune a la pureza de Yue. El impacto no daña a Oz, pero revela algo más profundo. La barrera, al intentar contenerlo, expone la verdadera forma de su ira. Su cuerpo cambia. El joven de rasgos élficos se expande, su figura se vuelve más grande, más imponente. Sus músculos se tensan, su piel se oscurece, y sus facciones se transforman en algo más salvaje. Sus colmillos asoman, sus orejas puntiagudas se alargan, y su mirada arde con un fuego indomable. Oz ya no parece un elfo joven. Ahora es un ser más cercano a un orco, un avatar del caos, un guerrero que ha dejado atrás toda contención. Onix retrocede, con los ojos abiertos de par en par. Nunca había visto algo así. Arcyelle siente el peso de su presencia como si el mundo entero se inclinara hacia él. Su voz tiembla, pero aún intenta mantener la calma: —Oz… tu ira te consume. Este no es el hombre que Selin amó. Oz la mira con una penetrante intensidad, su voz grave resonando como un trueno: —No soy el hombre que Selin amó… soy el caos que los dioses despertaron. Y si tú sabes lo que le hicieron… entonces dame las respuestas que busco. Porque en comparación con las atrocidades que cometieron en el templo… mi furia es misericordia. El silencio se vuelve insoportable. La Santa siente que el caos ha tomado forma frente a ella, y que cualquier palabra que pronuncie podría decidir el destino de todos los templos de Yue.
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  • ¿Pero que es eso?... ¡¿Hay una cucaracha en la cocina?!.
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    El despertar de mi nueva yo

    La luz…
    Qué cruel podía ser la luz después de tanto tiempo en el Jardín de Sombras.

    Parpadeo.
    Mis pupilas tiemblan, dilatadas, intentando recordar cómo se respira en un mundo que no es oscuro.
    Mi cuerpo… diferente. Más alto, más firme, más definido.
    Tres días fuera.
    Tres años dentro.
    Tres años caminando entre murmullos sin rostro, aprendiendo el idioma de las sombras, cantando con ellas, sobreviviendo a su hambre y a su cariño torcido.

    Aún siento en los labios el roce de Akane.
    Aquel beso…
    Ese instante robado mientras la sombra la tragaba.
    ¿Fue real?
    ¿Fue un sueño?
    Mi corazón no sabe la diferencia y quizá… eso ya no importa.

    Camino con mi flor de loto entre los dedos, la única constancia de mi noche eterna, hacia lo que un día llamé hogar.
    La esperanza aún me quema en la garganta, aunque sé que es tonta, ingenua, casi infantil.

    Oz no está esperándome.
    No está en la entrada.
    No está en ninguna parte.

    Y duele.
    Duele de una manera que no sabía que existía.

    Akane tampoco está.
    Mi Renge no me espera sonriendo.
    No está en la cocina riéndose de mis despistes.
    No me abraza por la espalda como siempre hacía cuando iba a decir algo importante.

    Estoy sola.

    O eso creía.

    Porque en cuanto cruzo el umbral, Jennifer y Ayane me envuelven.
    Jennifer llora.
    Ayane me mira como si hubiera regresado de entre los muertos.

    —Lili… mi niña… —susurra Jennifer, y algo en mí se quiebra.

    Ella me cuenta lo que pasó durante mi ausencia.
    Que tras el regreso de Oz, tuvo que buscar al Ejército del Caos para saber a quién seguían realmente.
    Que para su sorpresa…
    Oz nunca los reclamó.

    Yo no respondo.
    No hace falta.
    Mi pecho ya lo entiende:

    Oz me dejó a Jennifer.
    Para que yo pudiera vivir algo que él nunca supo darme:
    una madre.

    Lo entendí.
    Y lo odié.

    Su regreso sólo me trajo soledad.
    Si él no hubiera vuelto, Akane seguiría aquí.
    Si él no hubiera marchado, yo no habría caído tanto.

    Oz…
    Oz…

    Mi mente es un campo de emociones rotas.

    Pero entonces Jennifer me abraza.
    Y ocurre.

    Algo se despierta en mis entrañas.
    Un rugido profundo, antiguo, como si una criatura dormida durante eras hubiera abierto un ojo dentro de mí.

    Mi piel arde.
    Mi sombra se estremece.
    El aire alrededor se vuelve pesado, eléctrico.

    Un vínculo.
    Un vínculo ancestral, nacido del abrazo de una madre a su hija.

    Y entonces la escucho.

    La voz.

    No es humana.
    No es sombra.
    No es luna.

    Es dragón.

    Un dragón guardián despertándose dentro de mí, uno que parece reconocerme como si me hubiera estado esperando desde antes de mi nacimiento.

    Jennifer me sostiene mientras tiemblo.

    —No tengas miedo —me susurra—. Arc está contigo.

    Ese nombre retumba en mis huesos.

    Arc.
    La sacerdotisa ancestral de Elune.
    La madre espiritual de Jennifer.
    La guía de los Elunai.

    —Esta vez no adoptó forma humana —continúa—. Tomó la forma de un dragón. Tu dragón.
    El que te ayudará a dominar tu sombra…
    El que te ayudará a dominarte a ti misma.

    Y entonces lo siento.

    Una presencia gigantesca, benigna y peligrosa a la vez.
    Un espíritu que se enrosca alrededor de mi alma.
    Sus alas me envuelven.
    Su fuego no quema: purifica.
    Y sus ojos… sus ojos ven a través de mí, hasta el lugar donde Akane se sacrificó, hasta el rincón donde mi sombra aún canta.

    No estoy sola.

    Ni completamente libre.

    Ni completamente perdida.

    Estoy en el punto exacto donde las sombras se inclinan ante un dragón.

    Y ese dragón… late dentro de mí.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 El despertar de mi nueva yo La luz… Qué cruel podía ser la luz después de tanto tiempo en el Jardín de Sombras. Parpadeo. Mis pupilas tiemblan, dilatadas, intentando recordar cómo se respira en un mundo que no es oscuro. Mi cuerpo… diferente. Más alto, más firme, más definido. Tres días fuera. Tres años dentro. Tres años caminando entre murmullos sin rostro, aprendiendo el idioma de las sombras, cantando con ellas, sobreviviendo a su hambre y a su cariño torcido. Aún siento en los labios el roce de Akane. Aquel beso… Ese instante robado mientras la sombra la tragaba. ¿Fue real? ¿Fue un sueño? Mi corazón no sabe la diferencia y quizá… eso ya no importa. Camino con mi flor de loto entre los dedos, la única constancia de mi noche eterna, hacia lo que un día llamé hogar. La esperanza aún me quema en la garganta, aunque sé que es tonta, ingenua, casi infantil. Oz no está esperándome. No está en la entrada. No está en ninguna parte. Y duele. Duele de una manera que no sabía que existía. Akane tampoco está. Mi Renge no me espera sonriendo. No está en la cocina riéndose de mis despistes. No me abraza por la espalda como siempre hacía cuando iba a decir algo importante. Estoy sola. O eso creía. Porque en cuanto cruzo el umbral, Jennifer y Ayane me envuelven. Jennifer llora. Ayane me mira como si hubiera regresado de entre los muertos. —Lili… mi niña… —susurra Jennifer, y algo en mí se quiebra. Ella me cuenta lo que pasó durante mi ausencia. Que tras el regreso de Oz, tuvo que buscar al Ejército del Caos para saber a quién seguían realmente. Que para su sorpresa… Oz nunca los reclamó. Yo no respondo. No hace falta. Mi pecho ya lo entiende: Oz me dejó a Jennifer. Para que yo pudiera vivir algo que él nunca supo darme: una madre. Lo entendí. Y lo odié. Su regreso sólo me trajo soledad. Si él no hubiera vuelto, Akane seguiría aquí. Si él no hubiera marchado, yo no habría caído tanto. Oz… Oz… Mi mente es un campo de emociones rotas. Pero entonces Jennifer me abraza. Y ocurre. Algo se despierta en mis entrañas. Un rugido profundo, antiguo, como si una criatura dormida durante eras hubiera abierto un ojo dentro de mí. Mi piel arde. Mi sombra se estremece. El aire alrededor se vuelve pesado, eléctrico. Un vínculo. Un vínculo ancestral, nacido del abrazo de una madre a su hija. Y entonces la escucho. La voz. No es humana. No es sombra. No es luna. Es dragón. Un dragón guardián despertándose dentro de mí, uno que parece reconocerme como si me hubiera estado esperando desde antes de mi nacimiento. Jennifer me sostiene mientras tiemblo. —No tengas miedo —me susurra—. Arc está contigo. Ese nombre retumba en mis huesos. Arc. La sacerdotisa ancestral de Elune. La madre espiritual de Jennifer. La guía de los Elunai. —Esta vez no adoptó forma humana —continúa—. Tomó la forma de un dragón. Tu dragón. El que te ayudará a dominar tu sombra… El que te ayudará a dominarte a ti misma. Y entonces lo siento. Una presencia gigantesca, benigna y peligrosa a la vez. Un espíritu que se enrosca alrededor de mi alma. Sus alas me envuelven. Su fuego no quema: purifica. Y sus ojos… sus ojos ven a través de mí, hasta el lugar donde Akane se sacrificó, hasta el rincón donde mi sombra aún canta. No estoy sola. Ni completamente libre. Ni completamente perdida. Estoy en el punto exacto donde las sombras se inclinan ante un dragón. Y ese dragón… late dentro de mí.
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    El despertar de mi nueva yo

    La luz…
    Qué cruel podía ser la luz después de tanto tiempo en el Jardín de Sombras.

    Parpadeo.
    Mis pupilas tiemblan, dilatadas, intentando recordar cómo se respira en un mundo que no es oscuro.
    Mi cuerpo… diferente. Más alto, más firme, más definido.
    Tres días fuera.
    Tres años dentro.
    Tres años caminando entre murmullos sin rostro, aprendiendo el idioma de las sombras, cantando con ellas, sobreviviendo a su hambre y a su cariño torcido.

    Aún siento en los labios el roce de Akane.
    Aquel beso…
    Ese instante robado mientras la sombra la tragaba.
    ¿Fue real?
    ¿Fue un sueño?
    Mi corazón no sabe la diferencia y quizá… eso ya no importa.

    Camino con mi flor de loto entre los dedos, la única constancia de mi noche eterna, hacia lo que un día llamé hogar.
    La esperanza aún me quema en la garganta, aunque sé que es tonta, ingenua, casi infantil.

    Oz no está esperándome.
    No está en la entrada.
    No está en ninguna parte.

    Y duele.
    Duele de una manera que no sabía que existía.

    Akane tampoco está.
    Mi Renge no me espera sonriendo.
    No está en la cocina riéndose de mis despistes.
    No me abraza por la espalda como siempre hacía cuando iba a decir algo importante.

    Estoy sola.

    O eso creía.

    Porque en cuanto cruzo el umbral, Jennifer y Ayane me envuelven.
    Jennifer llora.
    Ayane me mira como si hubiera regresado de entre los muertos.

    —Lili… mi niña… —susurra Jennifer, y algo en mí se quiebra.

    Ella me cuenta lo que pasó durante mi ausencia.
    Que tras el regreso de Oz, tuvo que buscar al Ejército del Caos para saber a quién seguían realmente.
    Que para su sorpresa…
    Oz nunca los reclamó.

    Yo no respondo.
    No hace falta.
    Mi pecho ya lo entiende:

    Oz me dejó a Jennifer.
    Para que yo pudiera vivir algo que él nunca supo darme:
    una madre.

    Lo entendí.
    Y lo odié.

    Su regreso sólo me trajo soledad.
    Si él no hubiera vuelto, Akane seguiría aquí.
    Si él no hubiera marchado, yo no habría caído tanto.

    Oz…
    Oz…

    Mi mente es un campo de emociones rotas.

    Pero entonces Jennifer me abraza.
    Y ocurre.

    Algo se despierta en mis entrañas.
    Un rugido profundo, antiguo, como si una criatura dormida durante eras hubiera abierto un ojo dentro de mí.

    Mi piel arde.
    Mi sombra se estremece.
    El aire alrededor se vuelve pesado, eléctrico.

    Un vínculo.
    Un vínculo ancestral, nacido del abrazo de una madre a su hija.

    Y entonces la escucho.

    La voz.

    No es humana.
    No es sombra.
    No es luna.

    Es dragón.

    Un dragón guardián despertándose dentro de mí, uno que parece reconocerme como si me hubiera estado esperando desde antes de mi nacimiento.

    Jennifer me sostiene mientras tiemblo.

    —No tengas miedo —me susurra—. Arc está contigo.

    Ese nombre retumba en mis huesos.

    Arc.
    La sacerdotisa ancestral de Elune.
    La madre espiritual de Jennifer.
    La guía de los Elunai.

    —Esta vez no adoptó forma humana —continúa—. Tomó la forma de un dragón. Tu dragón.
    El que te ayudará a dominar tu sombra…
    El que te ayudará a dominarte a ti misma.

    Y entonces lo siento.

    Una presencia gigantesca, benigna y peligrosa a la vez.
    Un espíritu que se enrosca alrededor de mi alma.
    Sus alas me envuelven.
    Su fuego no quema: purifica.
    Y sus ojos… sus ojos ven a través de mí, hasta el lugar donde Akane se sacrificó, hasta el rincón donde mi sombra aún canta.

    No estoy sola.

    Ni completamente libre.

    Ni completamente perdida.

    Estoy en el punto exacto donde las sombras se inclinan ante un dragón.

    Y ese dragón… late dentro de mí.
    Me entristece
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    La luz…
    Qué cruel podía ser la luz después de tanto tiempo en el Jardín de Sombras.

    Parpadeo.
    Mis pupilas tiemblan, dilatadas, intentando recordar cómo se respira en un mundo que no es oscuro.
    Mi cuerpo… diferente. Más alto, más firme, más definido.
    Tres días fuera.
    Tres años dentro.
    Tres años caminando entre murmullos sin rostro, aprendiendo el idioma de las sombras, cantando con ellas, sobreviviendo a su hambre y a su cariño torcido.

    Aún siento en los labios el roce de Akane.
    Aquel beso…
    Ese instante robado mientras la sombra la tragaba.
    ¿Fue real?
    ¿Fue un sueño?
    Mi corazón no sabe la diferencia y quizá… eso ya no importa.

    Camino con mi flor de loto entre los dedos, la única constancia de mi noche eterna, hacia lo que un día llamé hogar.
    La esperanza aún me quema en la garganta, aunque sé que es tonta, ingenua, casi infantil.

    Oz no está esperándome.
    No está en la entrada.
    No está en ninguna parte.

    Y duele.
    Duele de una manera que no sabía que existía.

    Akane tampoco está.
    Mi Renge no me espera sonriendo.
    No está en la cocina riéndose de mis despistes.
    No me abraza por la espalda como siempre hacía cuando iba a decir algo importante.

    Estoy sola.

    O eso creía.

    Porque en cuanto cruzo el umbral, Jennifer y Ayane me envuelven.
    Jennifer llora.
    Ayane me mira como si hubiera regresado de entre los muertos.

    —Lili… mi niña… —susurra Jennifer, y algo en mí se quiebra.

    Ella me cuenta lo que pasó durante mi ausencia.
    Que tras el regreso de Oz, tuvo que buscar al Ejército del Caos para saber a quién seguían realmente.
    Que para su sorpresa…
    Oz nunca los reclamó.

    Yo no respondo.
    No hace falta.
    Mi pecho ya lo entiende:

    Oz me dejó a Jennifer.
    Para que yo pudiera vivir algo que él nunca supo darme:
    una madre.

    Lo entendí.
    Y lo odié.

    Su regreso sólo me trajo soledad.
    Si él no hubiera vuelto, Akane seguiría aquí.
    Si él no hubiera marchado, yo no habría caído tanto.

    Oz…
    Oz…

    Mi mente es un campo de emociones rotas.

    Pero entonces Jennifer me abraza.
    Y ocurre.

    Algo se despierta en mis entrañas.
    Un rugido profundo, antiguo, como si una criatura dormida durante eras hubiera abierto un ojo dentro de mí.

    Mi piel arde.
    Mi sombra se estremece.
    El aire alrededor se vuelve pesado, eléctrico.

    Un vínculo.
    Un vínculo ancestral, nacido del abrazo de una madre a su hija.

    Y entonces la escucho.

    La voz.

    No es humana.
    No es sombra.
    No es luna.

    Es dragón.

    Un dragón guardián despertándose dentro de mí, uno que parece reconocerme como si me hubiera estado esperando desde antes de mi nacimiento.

    Jennifer me sostiene mientras tiemblo.

    —No tengas miedo —me susurra—. Arc está contigo.

    Ese nombre retumba en mis huesos.

    Arc.
    La sacerdotisa ancestral de Elune.
    La madre espiritual de Jennifer.
    La guía de los Elunai.

    —Esta vez no adoptó forma humana —continúa—. Tomó la forma de un dragón. Tu dragón.
    El que te ayudará a dominar tu sombra…
    El que te ayudará a dominarte a ti misma.

    Y entonces lo siento.

    Una presencia gigantesca, benigna y peligrosa a la vez.
    Un espíritu que se enrosca alrededor de mi alma.
    Sus alas me envuelven.
    Su fuego no quema: purifica.
    Y sus ojos… sus ojos ven a través de mí, hasta el lugar donde Akane se sacrificó, hasta el rincón donde mi sombra aún canta.

    No estoy sola.

    Ni completamente libre.

    Ni completamente perdida.

    Estoy en el punto exacto donde las sombras se inclinan ante un dragón.

    Y ese dragón… late dentro de mí.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 El despertar de mi nueva yo La luz… Qué cruel podía ser la luz después de tanto tiempo en el Jardín de Sombras. Parpadeo. Mis pupilas tiemblan, dilatadas, intentando recordar cómo se respira en un mundo que no es oscuro. Mi cuerpo… diferente. Más alto, más firme, más definido. Tres días fuera. Tres años dentro. Tres años caminando entre murmullos sin rostro, aprendiendo el idioma de las sombras, cantando con ellas, sobreviviendo a su hambre y a su cariño torcido. Aún siento en los labios el roce de Akane. Aquel beso… Ese instante robado mientras la sombra la tragaba. ¿Fue real? ¿Fue un sueño? Mi corazón no sabe la diferencia y quizá… eso ya no importa. Camino con mi flor de loto entre los dedos, la única constancia de mi noche eterna, hacia lo que un día llamé hogar. La esperanza aún me quema en la garganta, aunque sé que es tonta, ingenua, casi infantil. Oz no está esperándome. No está en la entrada. No está en ninguna parte. Y duele. Duele de una manera que no sabía que existía. Akane tampoco está. Mi Renge no me espera sonriendo. No está en la cocina riéndose de mis despistes. No me abraza por la espalda como siempre hacía cuando iba a decir algo importante. Estoy sola. O eso creía. Porque en cuanto cruzo el umbral, Jennifer y Ayane me envuelven. Jennifer llora. Ayane me mira como si hubiera regresado de entre los muertos. —Lili… mi niña… —susurra Jennifer, y algo en mí se quiebra. Ella me cuenta lo que pasó durante mi ausencia. Que tras el regreso de Oz, tuvo que buscar al Ejército del Caos para saber a quién seguían realmente. Que para su sorpresa… Oz nunca los reclamó. Yo no respondo. No hace falta. Mi pecho ya lo entiende: Oz me dejó a Jennifer. Para que yo pudiera vivir algo que él nunca supo darme: una madre. Lo entendí. Y lo odié. Su regreso sólo me trajo soledad. Si él no hubiera vuelto, Akane seguiría aquí. Si él no hubiera marchado, yo no habría caído tanto. Oz… Oz… Mi mente es un campo de emociones rotas. Pero entonces Jennifer me abraza. Y ocurre. Algo se despierta en mis entrañas. Un rugido profundo, antiguo, como si una criatura dormida durante eras hubiera abierto un ojo dentro de mí. Mi piel arde. Mi sombra se estremece. El aire alrededor se vuelve pesado, eléctrico. Un vínculo. Un vínculo ancestral, nacido del abrazo de una madre a su hija. Y entonces la escucho. La voz. No es humana. No es sombra. No es luna. Es dragón. Un dragón guardián despertándose dentro de mí, uno que parece reconocerme como si me hubiera estado esperando desde antes de mi nacimiento. Jennifer me sostiene mientras tiemblo. —No tengas miedo —me susurra—. Arc está contigo. Ese nombre retumba en mis huesos. Arc. La sacerdotisa ancestral de Elune. La madre espiritual de Jennifer. La guía de los Elunai. —Esta vez no adoptó forma humana —continúa—. Tomó la forma de un dragón. Tu dragón. El que te ayudará a dominar tu sombra… El que te ayudará a dominarte a ti misma. Y entonces lo siento. Una presencia gigantesca, benigna y peligrosa a la vez. Un espíritu que se enrosca alrededor de mi alma. Sus alas me envuelven. Su fuego no quema: purifica. Y sus ojos… sus ojos ven a través de mí, hasta el lugar donde Akane se sacrificó, hasta el rincón donde mi sombra aún canta. No estoy sola. Ni completamente libre. Ni completamente perdida. Estoy en el punto exacto donde las sombras se inclinan ante un dragón. Y ese dragón… late dentro de mí.
    Me entristece
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  • —No queria encontrar esa foto, es como si la vida se la pusiera por alguna razon en específico o tal vez era una broma pesada para recordarle que alguna vez existio un niño que crecio feliz hasta que su vida se puso de cabeza, teniendo que transformarse en el monstruo insensible que es hoy—
    —No queria encontrar esa foto, es como si la vida se la pusiera por alguna razon en específico o tal vez era una broma pesada para recordarle que alguna vez existio un niño que crecio feliz hasta que su vida se puso de cabeza, teniendo que transformarse en el monstruo insensible que es hoy—
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Tenlo en cuenta al responder.
    Seré tía por segunda vez es un gran honor, espero que esta vez sea una niña
    Seré tía por segunda vez es un gran honor, espero que esta vez sea una niña
    Esperado unas semanas en silencio, ya que quería estar completamente segura.
    Antes de darle la maravillosa noticia a mi esposo Anthony Bridgerton, y luego juntos explicarle a nuestro príncipe que en unos meses va a tener un hermanito o hermanita con quien jugar y proteger.
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  • Buenos ..... dias , supongo que es un dia mas.
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  • []- Pekín, 09:30, Sala de comando.

    Wong Yi (primer ministro): presidente el ministro Niccolo de Italia está muerto.
    -El ministro de China extendió una fotografía antigua donde aparecía un hombre de cabello negro y una mujer de cabellos plateado-

    Sospechamos que él está involucrado, los planes del cargamento de mercancía, tendremos que retrasarlos.

    Dong Jin (ministro de defensa): ¿cómo podemos localizar a ese mal nacido?, si me dicen dónde estuvo últimamente sera fácil rastrearlo.. y además ¿quién es esa mujer?

    Wong Yi: la última vez que fue visto fue en Roma. Por su parte, la mujer no se sabe realmente mucho de ella, no hay mucho registro, está clasificado.
    -un agende de inteligencia saco una hoja de color amarilla antigua y la dejo en la mesa-
    Su último registro fue en Austria, originaria de Inglaterra, y está ingresada como doctora cirujana en el hospital metropolitano de Austria, es todo lo que se sabe, lo demás está confidencial incluso para el servicio secreto.

    Xi Janping (presidente): Wong Yi encárgate de hacerle una visita a esa mujer veamos que relación tiene con este desgraciado, nos puede ser de ayuda para buscar a ese bastardo. Mientras tanto, Dong Jin, envía a tu equipo especial a Roma y averigüen cual será el siguiente movimiento. Mientras tanto vean como continúa el recorrido del cargamento este debe entregarse si o si a Alemania.

    ....

    []-Austria

    Salem se me perdió una fotografía.

    Salem: ¿cuál la que sales en traje de baño?, la vendí en Ebay..

    Noo, la que iba a ser mi fotografía de pasaporte y Santiago se unió..

    Salem:¿ la que estaba en tu billetera?, debería estar ahí...

    Aqui está menos mal...



    [🇨🇳]- Pekín, 09:30, Sala de comando. Wong Yi (primer ministro): presidente el ministro Niccolo de Italia está muerto. -El ministro de China extendió una fotografía antigua donde aparecía un hombre de cabello negro y una mujer de cabellos plateado- Sospechamos que él está involucrado, los planes del cargamento de mercancía, tendremos que retrasarlos. Dong Jin (ministro de defensa): ¿cómo podemos localizar a ese mal nacido?, si me dicen dónde estuvo últimamente sera fácil rastrearlo.. y además ¿quién es esa mujer? Wong Yi: la última vez que fue visto fue en Roma. Por su parte, la mujer no se sabe realmente mucho de ella, no hay mucho registro, está clasificado. -un agende de inteligencia saco una hoja de color amarilla antigua y la dejo en la mesa- Su último registro fue en Austria, originaria de Inglaterra, y está ingresada como doctora cirujana en el hospital metropolitano de Austria, es todo lo que se sabe, lo demás está confidencial incluso para el servicio secreto. Xi Janping (presidente): Wong Yi encárgate de hacerle una visita a esa mujer veamos que relación tiene con este desgraciado, nos puede ser de ayuda para buscar a ese bastardo. Mientras tanto, Dong Jin, envía a tu equipo especial a Roma y averigüen cual será el siguiente movimiento. Mientras tanto vean como continúa el recorrido del cargamento este debe entregarse si o si a Alemania. .... [🇦🇹]-Austria Salem se me perdió una fotografía. Salem: ¿cuál la que sales en traje de baño?, la vendí en Ebay.. Noo, la que iba a ser mi fotografía de pasaporte y Santiago se unió.. Salem:¿ la que estaba en tu billetera?, debería estar ahí... Aqui está menos mal...
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  • La lluvia nunca le ha asustado, y aunque ahora le revuelve el estomago ligeramente, no va a dejar que gobierne su vida.
    Aunque... ¿conseguirá que le contraten en algún lugar ahora que todo el mundo sabe que es el tipo raro que ha sobrevivido a un rayo?
    La lluvia nunca le ha asustado, y aunque ahora le revuelve el estomago ligeramente, no va a dejar que gobierne su vida. Aunque... ¿conseguirá que le contraten en algún lugar ahora que todo el mundo sabe que es el tipo raro que ha sobrevivido a un rayo?
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