“Te encontré” — Rescate de Ellis
La casa abandonada estaba en silencio.
Demasiado silencio.
Reid avanzó primero, casi corriendo, la linterna temblando en su mano por los nervios.
Morgan gritó algo detrás, un “¡Reid, esperá!” que él ignoró.
No podía esperar.
No después de lo que Rachel había dicho.
No después de sentir que el mundo se le venía abajo solo por imaginar a Ellis lastimada.
Abrió una puerta, otra, otra.
Todas vacías.
Hasta que escuchó un golpe leve.
Como un suspiro.
Como alguien tratando de respirar sin hacer ruido.
—Ellis… —susurró, con la voz ya rota.
El sonido venía del sótano.
Reid bajó los escalones tan rápido que casi se cae.
Y allí, iluminada por un rayo de luz que entraba por una ventana rota, estaba ella:
atrapada en una silla, manos atadas, la ropa sucia, el cabello pegado a la frente, pero viva.
Viva.
—Ellis —fue casi un sollozo.
Ella levantó la cabeza con esfuerzo, y cuando lo vio, sus labios temblaron en algo que parecía una sonrisa cansada.
—Spencer —lo dijo suave, como si estuviera soñando.
Reid soltó la linterna, dejó caer su arma al suelo y cruzó la habitación en dos pasos.
No lo pensó.
No lo procesó.
No calculó probabilidades.
Simplemente la rodeó con los brazos y la jaló contra su pecho.
El golpe del abrazo fue fuerte, desesperado.
Ella exhaló contra su cuello, como si por fin pudiera respirar.
—¿Estás bien? —preguntó él, pero su voz quebrada decía que necesitaba oírlo más de lo que ella necesitaba decirlo.
—Estoy estoy bien, Spencer —susurró, apoyando la cabeza en su hombro—. Sabía que vendrías.
Sus dedos se aferraron a la tela de su chaqueta, como si necesitara asegurarse de que fuera real.
Reid cerró los ojos.
Un segundo.
Solo un segundo.
Suficiente para dejar salir un mínimo temblor que no dejaría que nadie más viera.
—No vuelvas a hacerme esto —murmuró él, a medio camino entre un reproche y un alivio absoluto—. No vuelvas a desaparecer así.
Ella rió, una risa débil, pero viva.
—No planeaba hacerlo
Y menos si sé que te pones así.
Reid exhaló una mezcla de risa y llanto que nunca admitiría.
Después se separó un poco, lo justo para verla a los ojos.
—Te tengo —dijo, y esta vez fue promesa, no aviso.
—Siempre lo supe —respondió Ellis con suavidad—. Tu siempre me encuentras, Spence.
Morgan y Prentiss llegaron corriendo detrás, pero ninguno tuvo corazón para interrumpirlos.
Reid estaba arrodillado frente a ella, desatando las cuerdas con manos temblorosas, mientras Ellis apoyaba la frente en la suya, respirando el mismo aire, compartiendo ese segundo que dijo más que cualquier palabra.
Porque él la encontró.
Porque ella lo esperó.
Porque ese abrazo fue un “te necesito” disfrazado de alivio.
Porque Reid rescato a su hermana elegida.
Y nadie en ese sótano tuvo dudas:
Ellis Preece era la persona capaz de romper —y reconstruir— el corazón de Spencer Reid.
“Te encontré” — Rescate de Ellis
La casa abandonada estaba en silencio.
Demasiado silencio.
Reid avanzó primero, casi corriendo, la linterna temblando en su mano por los nervios.
Morgan gritó algo detrás, un “¡Reid, esperá!” que él ignoró.
No podía esperar.
No después de lo que Rachel había dicho.
No después de sentir que el mundo se le venía abajo solo por imaginar a Ellis lastimada.
Abrió una puerta, otra, otra.
Todas vacías.
Hasta que escuchó un golpe leve.
Como un suspiro.
Como alguien tratando de respirar sin hacer ruido.
—Ellis… —susurró, con la voz ya rota.
El sonido venía del sótano.
Reid bajó los escalones tan rápido que casi se cae.
Y allí, iluminada por un rayo de luz que entraba por una ventana rota, estaba ella:
atrapada en una silla, manos atadas, la ropa sucia, el cabello pegado a la frente, pero viva.
Viva.
—Ellis —fue casi un sollozo.
Ella levantó la cabeza con esfuerzo, y cuando lo vio, sus labios temblaron en algo que parecía una sonrisa cansada.
—Spencer —lo dijo suave, como si estuviera soñando.
Reid soltó la linterna, dejó caer su arma al suelo y cruzó la habitación en dos pasos.
No lo pensó.
No lo procesó.
No calculó probabilidades.
Simplemente la rodeó con los brazos y la jaló contra su pecho.
El golpe del abrazo fue fuerte, desesperado.
Ella exhaló contra su cuello, como si por fin pudiera respirar.
—¿Estás bien? —preguntó él, pero su voz quebrada decía que necesitaba oírlo más de lo que ella necesitaba decirlo.
—Estoy estoy bien, Spencer —susurró, apoyando la cabeza en su hombro—. Sabía que vendrías.
Sus dedos se aferraron a la tela de su chaqueta, como si necesitara asegurarse de que fuera real.
Reid cerró los ojos.
Un segundo.
Solo un segundo.
Suficiente para dejar salir un mínimo temblor que no dejaría que nadie más viera.
—No vuelvas a hacerme esto —murmuró él, a medio camino entre un reproche y un alivio absoluto—. No vuelvas a desaparecer así.
Ella rió, una risa débil, pero viva.
—No planeaba hacerlo
Y menos si sé que te pones así.
Reid exhaló una mezcla de risa y llanto que nunca admitiría.
Después se separó un poco, lo justo para verla a los ojos.
—Te tengo —dijo, y esta vez fue promesa, no aviso.
—Siempre lo supe —respondió Ellis con suavidad—. Tu siempre me encuentras, Spence.
Morgan y Prentiss llegaron corriendo detrás, pero ninguno tuvo corazón para interrumpirlos.
Reid estaba arrodillado frente a ella, desatando las cuerdas con manos temblorosas, mientras Ellis apoyaba la frente en la suya, respirando el mismo aire, compartiendo ese segundo que dijo más que cualquier palabra.
Porque él la encontró.
Porque ella lo esperó.
Porque ese abrazo fue un “te necesito” disfrazado de alivio.
Porque Reid rescato a su hermana elegida.
Y nadie en ese sótano tuvo dudas:
Ellis Preece era la persona capaz de romper —y reconstruir— el corazón de Spencer Reid.