El sol afuera del lugar estaba congelado en un atardecer eterno e imposible, lo que le haría saber a las dos jóvenes que lo acompañaron al lugar, que aquel no era un sitio que respetara las reglas comunes del tiempo y el espacio.
• No es común que yo tenga visitas aquí, oho. Les agradecería su confidencialidad en este caso. •
De cualquier forma tendría manera de borrar las memorias que considerara problemáticas aunque eso no es algo que revelaría justo ahora.
En la cama de hospital yacería un hombre de aproximados 30 años de edad, sumamente escuálido y de una respiración tan lenta que casi era inexistente. En estado de coma desde hace varios años se encontraba y solamente las máquinas conectadas a él lograban mantenerlo con vida.
• ¿Y bien, señorita? ¿Qué dice? ¿Es posible obtener lo que busco de este muchacho? •
El sol afuera del lugar estaba congelado en un atardecer eterno e imposible, lo que le haría saber a las dos jóvenes que lo acompañaron al lugar, que aquel no era un sitio que respetara las reglas comunes del tiempo y el espacio.
• No es común que yo tenga visitas aquí, oho. Les agradecería su confidencialidad en este caso. •
De cualquier forma tendría manera de borrar las memorias que considerara problemáticas aunque eso no es algo que revelaría justo ahora.
En la cama de hospital yacería un hombre de aproximados 30 años de edad, sumamente escuálido y de una respiración tan lenta que casi era inexistente. En estado de coma desde hace varios años se encontraba y solamente las máquinas conectadas a él lograban mantenerlo con vida.
• ¿Y bien, señorita? ¿Qué dice? ¿Es posible obtener lo que busco de este muchacho? •
Había sido descubierto en el jardín, había aceptado el duelo, estaba dispuesto a morir. Pero ella se interpuso, verla caer del caballo le hizo sentir demasiado angustiado. Y sabía lo que eso significaba.
Aunque no podía darle lo que más deseaba ella aceptó igualmente, no dejaba de sorprenderle. Estaba algo distante, frío y serio ese día cuando se supone que debería de ser feliz, pero la estaba condenando junto a él.
No escuchaba ni al obispo que oficiaba la ceremonia. Sus pensamientos eran todo caóticos, pero tenía un deber y él ante todo era un caballero.
Escuchó el carraspeó del obispo de nuevo cuando le hizo la gran pregunta la cual le costó responder.
— Si, acepto.
Ya que no quería, pero aceptaba ser su esposo.
Había sido descubierto en el jardín, había aceptado el duelo, estaba dispuesto a morir. Pero ella se interpuso, verla caer del caballo le hizo sentir demasiado angustiado. Y sabía lo que eso significaba.
Aunque no podía darle lo que más deseaba ella aceptó igualmente, no dejaba de sorprenderle. Estaba algo distante, frío y serio ese día cuando se supone que debería de ser feliz, pero la estaba condenando junto a él.
No escuchaba ni al obispo que oficiaba la ceremonia. Sus pensamientos eran todo caóticos, pero tenía un deber y él ante todo era un caballero.
Escuchó el carraspeó del obispo de nuevo cuando le hizo la gran pregunta la cual le costó responder.
— Si, acepto.
Ya que no quería, pero aceptaba ser su esposo.
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Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
Regresó como si nada hubiera pasado, con esa sonrisa suave que siempre había usado para calmarme, con ese toque cálido que tantas veces fue hogar. Pero esta vez… yo la frené. Sentí el temblor en mis propias manos cuando le dije cómo se habían vuelto las cosas para mí. Lo dije con sinceridad, con ese miedo que quema, y ella lo recibió con su compostura perfecta, esa compostura que solo tienen las personas que saben romperse por dentro sin que nadie las vea. Lo aceptó… pero algo entre nosotras se quebró para siempre. Un hilo invisible, delicado, algo que quizás nunca vuelva a su estado original.
Pero no había tiempo para sanar nada.
El día del eclipse llegó.
Mis resultados con Veythra eran un desastre. Cada corte, cada intento, cada orden… era respondido con vibraciones de disgusto, como si la katana me reprochara existir. Y Akane, otra vez, había desaparecido. Esta vez mi culpa era real, nítida, punzante.
El eclipse se aproximaba, devorando el cielo lentamente, y por primera vez… no estaba sola. Mi madre, Jennifer, decidió entrenarme. Sus palabras, su presencia, su sombra inmensa… eran un apoyo y, al mismo tiempo, un recordatorio de lo pequeña que era yo frente a todo lo que estaba a punto de ocurrir.
Le mostré a Veythra. La llamé.
No respondió.
No importaba cuánto intentara conectar, no importaba cuánto me esforzara por ver los hilos del mundo: la espada permaneció muda. Silenciosa. Reacia.
Jennifer me pidió permiso para sostenerla.
Y fue como si Veythra despertara.
Sin esfuerzo, sin siquiera tensar su cuerpo, mi madre generó un corte limpio, perfecto, como el que usé contra el Yokai. Un corte que atravesaba el espacio como si el aire mismo se abriera para dejarla pasar. Las sombras y la luz parecieron inclinarse ante ella.
Me devolvió la espada y, con la calma de quien ha cargado mil profecías, me dio un único consejo:
Jennifer: “La mente en blanco.
Y el orgullo intacto.”
Cuando volví a desenvainarla, vibró. No sé si por mí… o porque el sol estaba empezando a apagarse. El eclipse avanzaba, tragándose la luz. Y con cada segundo que pasaba, sentía el murmullo del Caos más cerca, llamando a mi sangre, a mi destino… y a la espada que aún no sabía si sería mi aliada o mi verdugo.
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
Akane volvió.
Regresó como si nada hubiera pasado, con esa sonrisa suave que siempre había usado para calmarme, con ese toque cálido que tantas veces fue hogar. Pero esta vez… yo la frené. Sentí el temblor en mis propias manos cuando le dije cómo se habían vuelto las cosas para mí. Lo dije con sinceridad, con ese miedo que quema, y ella lo recibió con su compostura perfecta, esa compostura que solo tienen las personas que saben romperse por dentro sin que nadie las vea. Lo aceptó… pero algo entre nosotras se quebró para siempre. Un hilo invisible, delicado, algo que quizás nunca vuelva a su estado original.
Pero no había tiempo para sanar nada.
El día del eclipse llegó.
Mis resultados con Veythra eran un desastre. Cada corte, cada intento, cada orden… era respondido con vibraciones de disgusto, como si la katana me reprochara existir. Y Akane, otra vez, había desaparecido. Esta vez mi culpa era real, nítida, punzante.
El eclipse se aproximaba, devorando el cielo lentamente, y por primera vez… no estaba sola. Mi madre, Jennifer, decidió entrenarme. Sus palabras, su presencia, su sombra inmensa… eran un apoyo y, al mismo tiempo, un recordatorio de lo pequeña que era yo frente a todo lo que estaba a punto de ocurrir.
Le mostré a Veythra. La llamé.
No respondió.
No importaba cuánto intentara conectar, no importaba cuánto me esforzara por ver los hilos del mundo: la espada permaneció muda. Silenciosa. Reacia.
Jennifer me pidió permiso para sostenerla.
Y fue como si Veythra despertara.
Sin esfuerzo, sin siquiera tensar su cuerpo, mi madre generó un corte limpio, perfecto, como el que usé contra el Yokai. Un corte que atravesaba el espacio como si el aire mismo se abriera para dejarla pasar. Las sombras y la luz parecieron inclinarse ante ella.
Me devolvió la espada y, con la calma de quien ha cargado mil profecías, me dio un único consejo:
Jennifer: “La mente en blanco.
Y el orgullo intacto.”
Cuando volví a desenvainarla, vibró. No sé si por mí… o porque el sol estaba empezando a apagarse. El eclipse avanzaba, tragándose la luz. Y con cada segundo que pasaba, sentía el murmullo del Caos más cerca, llamando a mi sangre, a mi destino… y a la espada que aún no sabía si sería mi aliada o mi verdugo.
Regresó como si nada hubiera pasado, con esa sonrisa suave que siempre había usado para calmarme, con ese toque cálido que tantas veces fue hogar. Pero esta vez… yo la frené. Sentí el temblor en mis propias manos cuando le dije cómo se habían vuelto las cosas para mí. Lo dije con sinceridad, con ese miedo que quema, y ella lo recibió con su compostura perfecta, esa compostura que solo tienen las personas que saben romperse por dentro sin que nadie las vea. Lo aceptó… pero algo entre nosotras se quebró para siempre. Un hilo invisible, delicado, algo que quizás nunca vuelva a su estado original.
Pero no había tiempo para sanar nada.
El día del eclipse llegó.
Mis resultados con Veythra eran un desastre. Cada corte, cada intento, cada orden… era respondido con vibraciones de disgusto, como si la katana me reprochara existir. Y Akane, otra vez, había desaparecido. Esta vez mi culpa era real, nítida, punzante.
El eclipse se aproximaba, devorando el cielo lentamente, y por primera vez… no estaba sola. Mi madre, Jennifer, decidió entrenarme. Sus palabras, su presencia, su sombra inmensa… eran un apoyo y, al mismo tiempo, un recordatorio de lo pequeña que era yo frente a todo lo que estaba a punto de ocurrir.
Le mostré a Veythra. La llamé.
No respondió.
No importaba cuánto intentara conectar, no importaba cuánto me esforzara por ver los hilos del mundo: la espada permaneció muda. Silenciosa. Reacia.
Jennifer me pidió permiso para sostenerla.
Y fue como si Veythra despertara.
Sin esfuerzo, sin siquiera tensar su cuerpo, mi madre generó un corte limpio, perfecto, como el que usé contra el Yokai. Un corte que atravesaba el espacio como si el aire mismo se abriera para dejarla pasar. Las sombras y la luz parecieron inclinarse ante ella.
Me devolvió la espada y, con la calma de quien ha cargado mil profecías, me dio un único consejo:
Jennifer: “La mente en blanco.
Y el orgullo intacto.”
Cuando volví a desenvainarla, vibró. No sé si por mí… o porque el sol estaba empezando a apagarse. El eclipse avanzaba, tragándose la luz. Y con cada segundo que pasaba, sentía el murmullo del Caos más cerca, llamando a mi sangre, a mi destino… y a la espada que aún no sabía si sería mi aliada o mi verdugo.
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Regresó como si nada hubiera pasado, con esa sonrisa suave que siempre había usado para calmarme, con ese toque cálido que tantas veces fue hogar. Pero esta vez… yo la frené. Sentí el temblor en mis propias manos cuando le dije cómo se habían vuelto las cosas para mí. Lo dije con sinceridad, con ese miedo que quema, y ella lo recibió con su compostura perfecta, esa compostura que solo tienen las personas que saben romperse por dentro sin que nadie las vea. Lo aceptó… pero algo entre nosotras se quebró para siempre. Un hilo invisible, delicado, algo que quizás nunca vuelva a su estado original.
Pero no había tiempo para sanar nada.
El día del eclipse llegó.
Mis resultados con Veythra eran un desastre. Cada corte, cada intento, cada orden… era respondido con vibraciones de disgusto, como si la katana me reprochara existir. Y Akane, otra vez, había desaparecido. Esta vez mi culpa era real, nítida, punzante.
El eclipse se aproximaba, devorando el cielo lentamente, y por primera vez… no estaba sola. Mi madre, Jennifer, decidió entrenarme. Sus palabras, su presencia, su sombra inmensa… eran un apoyo y, al mismo tiempo, un recordatorio de lo pequeña que era yo frente a todo lo que estaba a punto de ocurrir.
Le mostré a Veythra. La llamé.
No respondió.
No importaba cuánto intentara conectar, no importaba cuánto me esforzara por ver los hilos del mundo: la espada permaneció muda. Silenciosa. Reacia.
Jennifer me pidió permiso para sostenerla.
Y fue como si Veythra despertara.
Sin esfuerzo, sin siquiera tensar su cuerpo, mi madre generó un corte limpio, perfecto, como el que usé contra el Yokai. Un corte que atravesaba el espacio como si el aire mismo se abriera para dejarla pasar. Las sombras y la luz parecieron inclinarse ante ella.
Me devolvió la espada y, con la calma de quien ha cargado mil profecías, me dio un único consejo:
Jennifer: “La mente en blanco.
Y el orgullo intacto.”
Cuando volví a desenvainarla, vibró. No sé si por mí… o porque el sol estaba empezando a apagarse. El eclipse avanzaba, tragándose la luz. Y con cada segundo que pasaba, sentía el murmullo del Caos más cerca, llamando a mi sangre, a mi destino… y a la espada que aún no sabía si sería mi aliada o mi verdugo.
Relato en Post y comentario de la imagen 🩷
Akane volvió.
Regresó como si nada hubiera pasado, con esa sonrisa suave que siempre había usado para calmarme, con ese toque cálido que tantas veces fue hogar. Pero esta vez… yo la frené. Sentí el temblor en mis propias manos cuando le dije cómo se habían vuelto las cosas para mí. Lo dije con sinceridad, con ese miedo que quema, y ella lo recibió con su compostura perfecta, esa compostura que solo tienen las personas que saben romperse por dentro sin que nadie las vea. Lo aceptó… pero algo entre nosotras se quebró para siempre. Un hilo invisible, delicado, algo que quizás nunca vuelva a su estado original.
Pero no había tiempo para sanar nada.
El día del eclipse llegó.
Mis resultados con Veythra eran un desastre. Cada corte, cada intento, cada orden… era respondido con vibraciones de disgusto, como si la katana me reprochara existir. Y Akane, otra vez, había desaparecido. Esta vez mi culpa era real, nítida, punzante.
El eclipse se aproximaba, devorando el cielo lentamente, y por primera vez… no estaba sola. Mi madre, Jennifer, decidió entrenarme. Sus palabras, su presencia, su sombra inmensa… eran un apoyo y, al mismo tiempo, un recordatorio de lo pequeña que era yo frente a todo lo que estaba a punto de ocurrir.
Le mostré a Veythra. La llamé.
No respondió.
No importaba cuánto intentara conectar, no importaba cuánto me esforzara por ver los hilos del mundo: la espada permaneció muda. Silenciosa. Reacia.
Jennifer me pidió permiso para sostenerla.
Y fue como si Veythra despertara.
Sin esfuerzo, sin siquiera tensar su cuerpo, mi madre generó un corte limpio, perfecto, como el que usé contra el Yokai. Un corte que atravesaba el espacio como si el aire mismo se abriera para dejarla pasar. Las sombras y la luz parecieron inclinarse ante ella.
Me devolvió la espada y, con la calma de quien ha cargado mil profecías, me dio un único consejo:
Jennifer: “La mente en blanco.
Y el orgullo intacto.”
Cuando volví a desenvainarla, vibró. No sé si por mí… o porque el sol estaba empezando a apagarse. El eclipse avanzaba, tragándose la luz. Y con cada segundo que pasaba, sentía el murmullo del Caos más cerca, llamando a mi sangre, a mi destino… y a la espada que aún no sabía si sería mi aliada o mi verdugo.
–Si me lo preguntan, habrá que hacer una necropsia. Requiero del trabajo de servicios periciales para confirmar. Con certeza descubriremos que esto no fue un suicidio, sino un asesinato...
–Si me lo preguntan, habrá que hacer una necropsia. Requiero del trabajo de servicios periciales para confirmar. Con certeza descubriremos que esto no fue un suicidio, sino un asesinato...
Lo siento, no tengo intenciones en el rol futanari, sirvienta, esclava o ese tipo de cosas
Dejen de fingir interés, no saben ni de qué va mi personaje y fingen que están listos para rol
Lo siento, no tengo intenciones en el rol futanari, sirvienta, esclava o ese tipo de cosas 😅
Dejen de fingir interés, no saben ni de qué va mi personaje y fingen que están listos para rol 😪
¿Un uno? Mmmm... Si creo que ese resultado significa que ahora me debes un alma. Eso es realmente malo para ti, ¿Verdad? Lo siento... Pero solo un poquito. No, no, solo estoy sonriendo porque es mi naturaleza no te sientas mal
¿Cuando piensas pagar tu deuda? No es que tenga prisa... Pero el caos no espera
¿Un uno? Mmmm... Si creo que ese resultado significa que ahora me debes un alma. Eso es realmente malo para ti, ¿Verdad? Lo siento... Pero solo un poquito. No, no, solo estoy sonriendo porque es mi naturaleza no te sientas mal
¿Cuando piensas pagar tu deuda? No es que tenga prisa... Pero el caos no espera
-La muerte… siempre está ahí, ¿huh? *susurra mientras deja caer la mirada hacia la piruleta que gira entre sus dedos*. A veces me pregunto si la gente le teme por lo que es… o por lo que imaginan que podría ser.
*Hace una pequeña sonrisa ladeada.*
-Yo la conozco mejor que nadie… y aún así, nunca deja de sorprenderme. No es un final… es más bien una transición. Un recordatorio de que nada dura para siempre, ni siquiera yo.
*Aspira suavemente, pensativa.*
-Supongo que por eso sigo aquí… caminando entre lo vivo y lo muerto. Y preguntándome qué forma tomará mi propio fin cuando llegue.
*Sus ojos brillan un poco, entre melancolía y desafío.*
-Pero hasta entonces… seguiré bailando con la muerte como si fuera una vieja amiga. Porque lo es. Y porque… al final, siempre gana.
-La muerte… siempre está ahí, ¿huh? *susurra mientras deja caer la mirada hacia la piruleta que gira entre sus dedos*. A veces me pregunto si la gente le teme por lo que es… o por lo que imaginan que podría ser.
*Hace una pequeña sonrisa ladeada.*
-Yo la conozco mejor que nadie… y aún así, nunca deja de sorprenderme. No es un final… es más bien una transición. Un recordatorio de que nada dura para siempre, ni siquiera yo.
*Aspira suavemente, pensativa.*
-Supongo que por eso sigo aquí… caminando entre lo vivo y lo muerto. Y preguntándome qué forma tomará mi propio fin cuando llegue.
*Sus ojos brillan un poco, entre melancolía y desafío.*
-Pero hasta entonces… seguiré bailando con la muerte como si fuera una vieja amiga. Porque lo es. Y porque… al final, siempre gana.