• [ 𝑬𝒔𝒕𝒆 𝒕𝒊𝒑𝒐 𝒔𝒊 𝒒𝒖𝒆 𝒔𝒂𝒃𝒆 𝒄ó𝒎𝒐 𝒑𝒐𝒏𝒆𝒓𝒎𝒆 𝒅𝒆 𝒎𝒂𝒍 𝒉𝒖𝒎𝒐𝒓. — 𝐑𝐎𝐔𝐋𝐄𝐓𝐓𝐄 𝐑𝐔𝐒𝐒𝐀 ]



    Ryan podía parecer inofensivo. Un hombre social, abierto, incluso ingenuo a simple vista. Había perfeccionado esa personalidad con el tiempo, esa fachada que lo mostraba como alguien más: el caballero encantador, el tipo que sabe escuchar, que sabe sonreír en el momento justo. Lo suficientemente pulido para que muchos olvidaran que sus manos estaban manchadas con la sangre de inocentes y culpables por igual. Algo que muchas personas pasaron por alto cuando lo conocían.

    A veces, incluso él se preguntaba si los demás estaban realmente bien de la cabeza. ¿Cómo podían confiar tan rápido? ¿Cómo podían relajarse ante una sonrisa y un par de bromas sin sentido? No entendía esa parte del mundo. Pero al menos le servía. Esa fachada le permitía estudiar a las personas con calma. Porque para él, la confianza no era algo que se ofrecía. Se ganaba. Y a pocos, muy pocos, se les permitía cruzar esa línea.

    Giovanni, el hermano de Elisabetta, no era uno de ellos. Ni siquiera entraba en la categoría de “detestables”. Simplemente le era irrelevante. Un nombre más. Una sombra más. No tenía valor ni afecto por él.

    Entonces… ¿por qué, demonios, le estaba enviando una advertencia?

    Ah... Era cierto Por consecuencia de sus propios actos. Fue quien lo puso en la lista negra del ruso cuando llevo los documentos a la italiana para el rompimiento de tratado de alianza. Lo sentenció indirectamente.

    Días después del incidente con Kiev, había intentado contactarlo. Después de todo, una amistad de años no podía romperse tan fácilmente. O al menos, eso creyó. Pero no pudo acercarse. No sin que la sangre de sus hombres y los del ruso terminara regada en los jardines de la mansión. No había forma de negociar con los perros que custodiaban la entrada. Sabía cuándo no valía la pena forzar las cosas.

    Así que optó por lo que sabía hacer mejor: moverse en las sombras. Envió hombres discretos, infiltrados, para vigilar los pasos del ruso. Lo suficiente para confirmar lo que ya sospechaba: Kiev había abandonado el país rumbo a Rusia. Y no solo eso, sino que ya había tomado el mando de la Mafia Roja. La herencia maldita de sus antepasados comunistas. El poder que tanto había intentado evitar… ahora lo poseía por completo.

    Ryan, sentado tras su escritorio, tenía el revólver en la mano derecha. Jugaba con él. Con esa calma que a muchos les parecía aterradora. Frente a él, un hombre atado a una silla, con la boca ensangrentada y los ojos desorbitados. Un traidor. Uno más.

    — Empieza —ordenó con voz baja, sin apartar la mirada del arma.

    Bruno, a su izquierda, sostenía un informe. Sus ojos no dudaron en bajar la mirada hacia el papel mientras comenzaba a leer con voz clara y pausada:

    —El informe confirma que el señor Romalsko ha estado vigilando sus movimientos desde que despertó. Registros bancarios, llamadas, reuniones. Incluso personas con las que ha cruzado palabras en eventos públicos han sido investigadas. Lo del evento con aquel investigador y con la señorita que conoció en la fiesta que fue con el señor Romalsko.

    La mirada del rubio vaciló está vez. Sus manos se detuvieron cuando introducía una bala al escuchar estos casos, solo basto unos segundos para continuar, cerró el tambor. Lo giró.

    Apretó el gatillo y... nada. El tambor giró de nuevo.

    —Incluyendo a la señorita Di Vincenzo y a su hermano en la mira, Giovanni.

    Nuevamente sonó un "click" pero ninguna gota de Sangre se derramó.

    Ryan alzó una ceja. Ladeó la cabeza hacia el traidor frente a él. El hombre ya no hablaba. Solo temblaba.

    —¿Y la carta? —preguntó Ryan con desinterés, como si el arma no estuviera apuntando a una cabeza.

    —Fue enviada. Un hombre encubierto se aseguró de que llegara a manos de la señorita Di Vincenzo. Evitamos cualquier cruce con la vigilancia del ruso.

    La carta era simple: una advertencia para que Giovanni no metiera las narices donde no debía. Si lo hacía, no habría marcha atrás. Y también servía como coartada. Ryan no quería que lo arrastraran al infierno de una guerra que no le correspondía. Aún no. Tenía planes más urgentes: volver a Italia, tomar lo que era suyo, poner en orden la peste que su familia había dejado. No podía permitirse tener a los Di Vincenzo como enemigos antes siquiera de haber pisado tierras italianas.

    —Bien hecho. Pero asegúrate de que llegue. Si Kiev la intercepta... estamos jodidos, ese hombre me tomará como enemigo y las cosas terminarán por empeorar. — Apoyó el cañón del revólver en la frente del traidor.

    —También tenemos nuevos nombres —agregó Bruno, pasando al siguiente informe—. Siete contratados por los Di Conti. Cinco desconocidos. Uno de los nuestros. Y el último... un fantasma. Sin rostro. Sin huella. Se mueve mejor que los otros seis juntos.

    Ryan chasqueó la lengua. Giró el tambor por última vez. El traidor sollozaba.

    —Demasiado ruido por cosas que deberían haber quedado enterradas —musitó.

    Apuntó. No dudo y la sangre por fin salpicó.

    El sonido resonó en la sala como un final inevitable.

    Ryan se inclinó hacia atrás, apoyando el revólver en el escritorio. Cerró los ojos un momento. Inspiró hondo.
    Su cabello estaba algo desordenado, sus ojos se cerraron, habían sucedido tantas cosas que lo estaban impacietando, aquello que terminaba por volver una piedra molesta en su zapato.

    Que un gato le mordiera un pie era incluso más cómodo que esto.

    —Limpia esto. — Dijo reincorporándose. Estaba agotado, necesitaba un descanso de todo esto.


    || El user está vivo, con vacaciones desde el lunes pero ayudando con unos asuntos debido a que cierto amigo le tuvieron que enyesar el pie. En otras noticias, logré recuperar el Word hace poco en dónde tenía las respuestas de algunos roles que extrañaba por contestar, ya me estoy poniendo las pilas para aprovechar este tiempo, lamento realmente la demora.

    Un abrazo, con todo cariño, el user de Ryan.
    [ 𝑬𝒔𝒕𝒆 𝒕𝒊𝒑𝒐 𝒔𝒊 𝒒𝒖𝒆 𝒔𝒂𝒃𝒆 𝒄ó𝒎𝒐 𝒑𝒐𝒏𝒆𝒓𝒎𝒆 𝒅𝒆 𝒎𝒂𝒍 𝒉𝒖𝒎𝒐𝒓. — 𝐑𝐎𝐔𝐋𝐄𝐓𝐓𝐄 𝐑𝐔𝐒𝐒𝐀 ] Ryan podía parecer inofensivo. Un hombre social, abierto, incluso ingenuo a simple vista. Había perfeccionado esa personalidad con el tiempo, esa fachada que lo mostraba como alguien más: el caballero encantador, el tipo que sabe escuchar, que sabe sonreír en el momento justo. Lo suficientemente pulido para que muchos olvidaran que sus manos estaban manchadas con la sangre de inocentes y culpables por igual. Algo que muchas personas pasaron por alto cuando lo conocían. A veces, incluso él se preguntaba si los demás estaban realmente bien de la cabeza. ¿Cómo podían confiar tan rápido? ¿Cómo podían relajarse ante una sonrisa y un par de bromas sin sentido? No entendía esa parte del mundo. Pero al menos le servía. Esa fachada le permitía estudiar a las personas con calma. Porque para él, la confianza no era algo que se ofrecía. Se ganaba. Y a pocos, muy pocos, se les permitía cruzar esa línea. Giovanni, el hermano de Elisabetta, no era uno de ellos. Ni siquiera entraba en la categoría de “detestables”. Simplemente le era irrelevante. Un nombre más. Una sombra más. No tenía valor ni afecto por él. Entonces… ¿por qué, demonios, le estaba enviando una advertencia? Ah... Era cierto Por consecuencia de sus propios actos. Fue quien lo puso en la lista negra del ruso cuando llevo los documentos a la italiana para el rompimiento de tratado de alianza. Lo sentenció indirectamente. Días después del incidente con Kiev, había intentado contactarlo. Después de todo, una amistad de años no podía romperse tan fácilmente. O al menos, eso creyó. Pero no pudo acercarse. No sin que la sangre de sus hombres y los del ruso terminara regada en los jardines de la mansión. No había forma de negociar con los perros que custodiaban la entrada. Sabía cuándo no valía la pena forzar las cosas. Así que optó por lo que sabía hacer mejor: moverse en las sombras. Envió hombres discretos, infiltrados, para vigilar los pasos del ruso. Lo suficiente para confirmar lo que ya sospechaba: Kiev había abandonado el país rumbo a Rusia. Y no solo eso, sino que ya había tomado el mando de la Mafia Roja. La herencia maldita de sus antepasados comunistas. El poder que tanto había intentado evitar… ahora lo poseía por completo. Ryan, sentado tras su escritorio, tenía el revólver en la mano derecha. Jugaba con él. Con esa calma que a muchos les parecía aterradora. Frente a él, un hombre atado a una silla, con la boca ensangrentada y los ojos desorbitados. Un traidor. Uno más. — Empieza —ordenó con voz baja, sin apartar la mirada del arma. Bruno, a su izquierda, sostenía un informe. Sus ojos no dudaron en bajar la mirada hacia el papel mientras comenzaba a leer con voz clara y pausada: —El informe confirma que el señor Romalsko ha estado vigilando sus movimientos desde que despertó. Registros bancarios, llamadas, reuniones. Incluso personas con las que ha cruzado palabras en eventos públicos han sido investigadas. Lo del evento con aquel investigador y con la señorita que conoció en la fiesta que fue con el señor Romalsko. La mirada del rubio vaciló está vez. Sus manos se detuvieron cuando introducía una bala al escuchar estos casos, solo basto unos segundos para continuar, cerró el tambor. Lo giró. Apretó el gatillo y... nada. El tambor giró de nuevo. —Incluyendo a la señorita Di Vincenzo y a su hermano en la mira, Giovanni. Nuevamente sonó un "click" pero ninguna gota de Sangre se derramó. Ryan alzó una ceja. Ladeó la cabeza hacia el traidor frente a él. El hombre ya no hablaba. Solo temblaba. —¿Y la carta? —preguntó Ryan con desinterés, como si el arma no estuviera apuntando a una cabeza. —Fue enviada. Un hombre encubierto se aseguró de que llegara a manos de la señorita Di Vincenzo. Evitamos cualquier cruce con la vigilancia del ruso. La carta era simple: una advertencia para que Giovanni no metiera las narices donde no debía. Si lo hacía, no habría marcha atrás. Y también servía como coartada. Ryan no quería que lo arrastraran al infierno de una guerra que no le correspondía. Aún no. Tenía planes más urgentes: volver a Italia, tomar lo que era suyo, poner en orden la peste que su familia había dejado. No podía permitirse tener a los Di Vincenzo como enemigos antes siquiera de haber pisado tierras italianas. —Bien hecho. Pero asegúrate de que llegue. Si Kiev la intercepta... estamos jodidos, ese hombre me tomará como enemigo y las cosas terminarán por empeorar. — Apoyó el cañón del revólver en la frente del traidor. —También tenemos nuevos nombres —agregó Bruno, pasando al siguiente informe—. Siete contratados por los Di Conti. Cinco desconocidos. Uno de los nuestros. Y el último... un fantasma. Sin rostro. Sin huella. Se mueve mejor que los otros seis juntos. Ryan chasqueó la lengua. Giró el tambor por última vez. El traidor sollozaba. —Demasiado ruido por cosas que deberían haber quedado enterradas —musitó. Apuntó. No dudo y la sangre por fin salpicó. El sonido resonó en la sala como un final inevitable. Ryan se inclinó hacia atrás, apoyando el revólver en el escritorio. Cerró los ojos un momento. Inspiró hondo. Su cabello estaba algo desordenado, sus ojos se cerraron, habían sucedido tantas cosas que lo estaban impacietando, aquello que terminaba por volver una piedra molesta en su zapato. Que un gato le mordiera un pie era incluso más cómodo que esto. —Limpia esto. — Dijo reincorporándose. Estaba agotado, necesitaba un descanso de todo esto. || El user está vivo, con vacaciones desde el lunes pero ayudando con unos asuntos debido a que cierto amigo le tuvieron que enyesar el pie. En otras noticias, logré recuperar el Word hace poco en dónde tenía las respuestas de algunos roles que extrañaba por contestar, ya me estoy poniendo las pilas para aprovechar este tiempo, lamento realmente la demora. Un abrazo, con todo cariño, el user de Ryan.
    Me encocora
    Me endiabla
    Me gusta
    Me shockea
    8
    4 turnos 0 maullidos
  • Nada de esto es real.
    Categoría Otros

    El aire era tibio, impregnado de un dulzor floral casi embriagante, tan perfecto y suave como aquellas tardes de primavera que Ephraim solía amar… cuando aún era real. Una brisa cálida le acariciaba el rostro, agitando las hojas de los álamos con una delicadeza que habría conmovido a cualquier poeta. Ante él se desplegaba una escena tan hermosa, tan meticulosamente compuesta, que parecía diseñada no para ser vivida, sino para ser recordada.
    Un sueño. Demasiado perfecto.
    Los colores brillaban con un fulgor imposible, más vívidos de lo que cualquier mente despierta podría tolerar. Las voces eran muchas, y sin embargo, todas hablaban en un mismo tono: armonía, triunfo, paz. Una guerra había terminado, eso decían, una guerra que él no recordaba tener registro en su mente.

    La escena cambiaba sin cesar. Demasiado rápido.

    Ráfagas de alegría le golpeaban sin tregua: niños riendo, banquetes suntuosos en pasillos dorados, jardines en plena floración. Cada imagen estaba cuidadosamente pulida, como si una voluntad desesperada por la paz hubiera borrado todo rastro de verdad y lo hubiese reemplazado con una mentira reconfortante.

    Ephraim cerró los ojos con fuerza. No por nostalgia, sino por agotamiento. El constante cambio de escenario le impedía meditar, pensar, esconderse siquiera en ese rincón mental que sabía que la soñadora jamás buscaría. Era molesto. Dolía en los ojos.

    Las risas le revolvían el estómago.
    Las memorias felices provocaban un hormigueo repulsivo que le recorría la espalda como una corriente fría.

    Avanzó unos pasos, adentrándose en una marea de figuras que se entrelazaban en un banquete. Era hermoso, imposible negarlo. Una pintura viva, un momento de tal perfección que cualquier otro lo habría guardado como un tesoro en la memoria.
    Pero Ephraim sabía leer los sueños, sentía el final aproximarse, lo percibía en la velocidad con que las escenas se desarrollaban, como un teatro a punto de caer el telón.

    Y entonces vio a aquella joven. Por su porte, por la ligereza de sus pasos, supo sin dudarlo: ella era la soñadora.
    La autora inconsciente de ese paraíso artificial.

    Ephraim sintió, como tantas otras veces, el calor hiriente de una envidia antigua apretarle el pecho. No por su corona, ni por su linaje, ni siquiera por esos dragones que a su yo más joven le habrían fascinado estudiar.

    La envidia ardía por una razón más simple y cruel: Ella todavía era capaz de soñar con esperanza.
    —Bendita ignorancia… —murmuró Ephraim, mientras sus pasos lo guiaban hacia ella.

    Porque desde que dejó de ser humano, desde que fue transformado por su amada diosa, los sueños dejaron de ser un refugio. No recordaba la última vez que había soñado algo bello. Algo que no naciera de la desesperación o el dolor.

    Extendió una mano y la posó en su hombro. No con dulzura, sino con demasiada violencia. La hizo girar, obligándola a mirarle el rostro.
    Su sonrisa torcida era una mancha oscura en medio de aquel sueño perfecto.

    —¿Sabes que esto solo es un sueño, verdad?

    Su voz era suave y melodiosa, casi dulce, pero helada. Se deslizaba como una serpiente bajo la piel, cargada de veneno. La risita que escapó de su garganta rasgó el aire, y todo comenzó a apagarse: Las voces se silenciaron, as figuras se desvanecieron, incluso aquellas que la soñadora más amaba. Y la luz… la luz se fue.

    Solo quedaron ellos dos. En la nada, rodeados de árboles y flores, demasiado oscuro para poder apreciar lo deformes y extrañas que eran.
    —Me enferma este lugar —susurró Ephraim, la voz teñida de asco—. Todo es demasiado hermoso. Demasiado... tú. Y yo… yo no puedo crear belleza. Solo deformidad.
    ¿Me dejas robarte esto, aunque sea por un momento?





    ⋆˚꩜。 ᴅᴀᴇᴍʏʀᴀ ᴛᴀʀɢᴀʀʏᴇɴ
    El aire era tibio, impregnado de un dulzor floral casi embriagante, tan perfecto y suave como aquellas tardes de primavera que Ephraim solía amar… cuando aún era real. Una brisa cálida le acariciaba el rostro, agitando las hojas de los álamos con una delicadeza que habría conmovido a cualquier poeta. Ante él se desplegaba una escena tan hermosa, tan meticulosamente compuesta, que parecía diseñada no para ser vivida, sino para ser recordada. Un sueño. Demasiado perfecto. Los colores brillaban con un fulgor imposible, más vívidos de lo que cualquier mente despierta podría tolerar. Las voces eran muchas, y sin embargo, todas hablaban en un mismo tono: armonía, triunfo, paz. Una guerra había terminado, eso decían, una guerra que él no recordaba tener registro en su mente. La escena cambiaba sin cesar. Demasiado rápido. Ráfagas de alegría le golpeaban sin tregua: niños riendo, banquetes suntuosos en pasillos dorados, jardines en plena floración. Cada imagen estaba cuidadosamente pulida, como si una voluntad desesperada por la paz hubiera borrado todo rastro de verdad y lo hubiese reemplazado con una mentira reconfortante. Ephraim cerró los ojos con fuerza. No por nostalgia, sino por agotamiento. El constante cambio de escenario le impedía meditar, pensar, esconderse siquiera en ese rincón mental que sabía que la soñadora jamás buscaría. Era molesto. Dolía en los ojos. Las risas le revolvían el estómago. Las memorias felices provocaban un hormigueo repulsivo que le recorría la espalda como una corriente fría. Avanzó unos pasos, adentrándose en una marea de figuras que se entrelazaban en un banquete. Era hermoso, imposible negarlo. Una pintura viva, un momento de tal perfección que cualquier otro lo habría guardado como un tesoro en la memoria. Pero Ephraim sabía leer los sueños, sentía el final aproximarse, lo percibía en la velocidad con que las escenas se desarrollaban, como un teatro a punto de caer el telón. Y entonces vio a aquella joven. Por su porte, por la ligereza de sus pasos, supo sin dudarlo: ella era la soñadora. La autora inconsciente de ese paraíso artificial. Ephraim sintió, como tantas otras veces, el calor hiriente de una envidia antigua apretarle el pecho. No por su corona, ni por su linaje, ni siquiera por esos dragones que a su yo más joven le habrían fascinado estudiar. La envidia ardía por una razón más simple y cruel: Ella todavía era capaz de soñar con esperanza. —Bendita ignorancia… —murmuró Ephraim, mientras sus pasos lo guiaban hacia ella. Porque desde que dejó de ser humano, desde que fue transformado por su amada diosa, los sueños dejaron de ser un refugio. No recordaba la última vez que había soñado algo bello. Algo que no naciera de la desesperación o el dolor. Extendió una mano y la posó en su hombro. No con dulzura, sino con demasiada violencia. La hizo girar, obligándola a mirarle el rostro. Su sonrisa torcida era una mancha oscura en medio de aquel sueño perfecto. —¿Sabes que esto solo es un sueño, verdad? Su voz era suave y melodiosa, casi dulce, pero helada. Se deslizaba como una serpiente bajo la piel, cargada de veneno. La risita que escapó de su garganta rasgó el aire, y todo comenzó a apagarse: Las voces se silenciaron, as figuras se desvanecieron, incluso aquellas que la soñadora más amaba. Y la luz… la luz se fue. Solo quedaron ellos dos. En la nada, rodeados de árboles y flores, demasiado oscuro para poder apreciar lo deformes y extrañas que eran. —Me enferma este lugar —susurró Ephraim, la voz teñida de asco—. Todo es demasiado hermoso. Demasiado... tú. Y yo… yo no puedo crear belleza. Solo deformidad. ¿Me dejas robarte esto, aunque sea por un momento? ⋆˚꩜。 [fable_topaz_zebra_366]
    Tipo
    Individual
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Disponible
    Me gusta
    Me shockea
    2
    0 turnos 0 maullidos
  • Los pasos de Joon resonaban apagados sobre el piso pulido del pasillo. El eco era sutil, pero suficiente para llenar los huecos entre una palabra y otra. El caso había sido cerrado, finalmente. No quedaban cabos sueltos, ni testigos, ni dudas. Sólo informes, un par de carpetas selladas y un silencio extraño que se había instalado en su pecho desde la última vez que entró al museo. Todo encajaba. Las pistas sin sentido, los símbolos dispersos, las preguntas sin lógica aparente. Todo había tenido un patrón. Y ahora… ya no quedaba nada por hacer.

    Caminaba con las manos dentro del abrigo, la mirada hacia adelante. A su lado, su compañero mantenía el paso sin prisa, como si supiera que no valía la pena apurarse. Como si ese pasillo fuera la última escena de una historia demasiado larga.

    ⸻ Así que se cerró el caso ⸻dijo él, sin mirarlo⸻. Al fin.

    Joon no respondió de inmediato. Respiró. Lo suficiente como para que el aire frío le doliera en los pulmones. No sabía si el alivio que sentía era real, o si simplemente era lo que venía después de cerrar una puerta demasiado tiempo entreabierta. Bajó la mirada un segundo, como si pensara en responder algo inteligente. No lo hizo.

    ⸻ Sí… al fin ⸻musitó, con una media sonrisa que no alcanzó a tocarle los ojos.

    Siguieron caminando. El sonido de sus pasos volvió a llenar el pasillo. Luego, uno de los dos volvió a hablar, esta vez con un tono más suave, más medido, como quien tantea un terreno que no sabe si está a punto de romperse bajo sus pies.

    ⸻ Entonces, ¿qué sigue? ¿Te vas a quedar aquí… o te vas a ir? Escuché que te están requiriendo en la otra central.

    El otro giró el rostro apenas para mirarlo, como si evaluara su expresión, o tal vez esperando encontrar algo más que solo curiosidad en su voz. Pero no dijo nada enseguida. Solo volvió a mirar al frente y caminó unos pasos más.

    ⸻ No lo sé aún. A veces creo que ya no hay nada que me retenga, que esto fue solo el cierre que necesitaba. Pero otras… ⸻se encogió apenas de hombros⸻ otras siento que si me muevo ahora, algo se va a quedar atrás. Algo importante. Tú me entiendes.

    No lo miraba, pero sentía su presencia a un par de pasos. Como si el otro supiera exactamente de qué hablaba. Como si las palabras no dichas también tuvieran peso en el aire. Joon respiró hondo, cerró los ojos un segundo al pasar junto a una de las ventanas y dejó escapar algo que no llegó a ser un suspiro.


    #nightfallrevenge - Un último intento

    Los pasos de Joon resonaban apagados sobre el piso pulido del pasillo. El eco era sutil, pero suficiente para llenar los huecos entre una palabra y otra. El caso había sido cerrado, finalmente. No quedaban cabos sueltos, ni testigos, ni dudas. Sólo informes, un par de carpetas selladas y un silencio extraño que se había instalado en su pecho desde la última vez que entró al museo. Todo encajaba. Las pistas sin sentido, los símbolos dispersos, las preguntas sin lógica aparente. Todo había tenido un patrón. Y ahora… ya no quedaba nada por hacer. Caminaba con las manos dentro del abrigo, la mirada hacia adelante. A su lado, su compañero mantenía el paso sin prisa, como si supiera que no valía la pena apurarse. Como si ese pasillo fuera la última escena de una historia demasiado larga. ⸻ Así que se cerró el caso ⸻dijo él, sin mirarlo⸻. Al fin. Joon no respondió de inmediato. Respiró. Lo suficiente como para que el aire frío le doliera en los pulmones. No sabía si el alivio que sentía era real, o si simplemente era lo que venía después de cerrar una puerta demasiado tiempo entreabierta. Bajó la mirada un segundo, como si pensara en responder algo inteligente. No lo hizo. ⸻ Sí… al fin ⸻musitó, con una media sonrisa que no alcanzó a tocarle los ojos. Siguieron caminando. El sonido de sus pasos volvió a llenar el pasillo. Luego, uno de los dos volvió a hablar, esta vez con un tono más suave, más medido, como quien tantea un terreno que no sabe si está a punto de romperse bajo sus pies. ⸻ Entonces, ¿qué sigue? ¿Te vas a quedar aquí… o te vas a ir? Escuché que te están requiriendo en la otra central. El otro giró el rostro apenas para mirarlo, como si evaluara su expresión, o tal vez esperando encontrar algo más que solo curiosidad en su voz. Pero no dijo nada enseguida. Solo volvió a mirar al frente y caminó unos pasos más. ⸻ No lo sé aún. A veces creo que ya no hay nada que me retenga, que esto fue solo el cierre que necesitaba. Pero otras… ⸻se encogió apenas de hombros⸻ otras siento que si me muevo ahora, algo se va a quedar atrás. Algo importante. Tú me entiendes. No lo miraba, pero sentía su presencia a un par de pasos. Como si el otro supiera exactamente de qué hablaba. Como si las palabras no dichas también tuvieran peso en el aire. Joon respiró hondo, cerró los ojos un segundo al pasar junto a una de las ventanas y dejó escapar algo que no llegó a ser un suspiro. #nightfallrevenge - Un último intento
    Me gusta
    Me encocora
    Me shockea
    8
    0 turnos 0 maullidos
  • Mortis: El Guardián del Caos
    Nadie lo escogió. Él vino solo.
    Apareció una noche de tormenta, entre truenos y una botella rota de vino. Desde entonces, Mortis vigila. No se mueve mucho. No hace ruido. Pero lo ve TODO.

    Vive con Luna.
    La sigue cuando llora, cuando se ríe, cuando grita y cuando le dice “no” a Andrés por sexta vez, aunque en la séptima se rinda.
    Mortis no la juzga. Solo observa, con esos ojos como lunas llenas de juicio ancestral.

    Una vez, Andrés trató de sacarlo de la cama.
    Mortis lo miró. Solo eso.
    Andrés no volvió a intentarlo.

    Una vez, Anyel le dijo a Luna:
    —“Ese gato me da miedo.”
    Mortis parpadeó lentamente.
    Desde entonces, Anyel le lleva atún en cada visita.

    Pero hay algo que nadie sabe:
    Mortis habla…
    Pero solo en sueños.

    Luna dice que a veces lo escucha susurrar en la madrugada, mientras duerme enroscado en su almohada:

    —“No vuelvas con él, Lun… no esta vez.”

    Y al despertar, lo encuentra allí, mirándola. Sin moverse. Sin maullar.

    Solo él sabe lo que está por venir.
    Solo Mortis, el gato que ve el alma.

    Mortis: El Guardián del Caos Nadie lo escogió. Él vino solo. Apareció una noche de tormenta, entre truenos y una botella rota de vino. Desde entonces, Mortis vigila. No se mueve mucho. No hace ruido. Pero lo ve TODO. Vive con Luna. La sigue cuando llora, cuando se ríe, cuando grita y cuando le dice “no” a Andrés por sexta vez, aunque en la séptima se rinda. Mortis no la juzga. Solo observa, con esos ojos como lunas llenas de juicio ancestral. Una vez, Andrés trató de sacarlo de la cama. Mortis lo miró. Solo eso. Andrés no volvió a intentarlo. Una vez, Anyel le dijo a Luna: —“Ese gato me da miedo.” Mortis parpadeó lentamente. Desde entonces, Anyel le lleva atún en cada visita. Pero hay algo que nadie sabe: Mortis habla… Pero solo en sueños. Luna dice que a veces lo escucha susurrar en la madrugada, mientras duerme enroscado en su almohada: —“No vuelvas con él, Lun… no esta vez.” Y al despertar, lo encuentra allí, mirándola. Sin moverse. Sin maullar. Solo él sabe lo que está por venir. Solo Mortis, el gato que ve el alma.
    Me enjaja
    2
    0 turnos 0 maullidos
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    || Si le debo rol a alguien, mándeme privado, que este fin de semana estaré ocupado y no responderé hasta el lunes.
    || Si le debo rol a alguien, mándeme privado, que este fin de semana estaré ocupado y no responderé hasta el lunes.
    Me gusta
    Me encocora
    3
    1 comentario 0 compartidos
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    𝗣𝗢𝗦𝗧 𝗜𝗡𝗦𝗧𝗔𝗚𝗥𝗔𝗠 @ BJ_Anderson

    Gracias por enseñarme lo que es el amor 𝙴𝚖𝚖𝚊 𝚂𝚠𝚊𝚗

    ──────────────────
    ︎≡ ↴ ⌂ ⌕ ⊞ ♡
    𝗣𝗢𝗦𝗧 𝗜𝗡𝗦𝗧𝗔𝗚𝗥𝗔𝗠 @ BJ_Anderson Gracias por enseñarme lo que es el amor [ThxRedSwan13] ────────────────── ︎≡ ↴ ⌂ ⌕ ⊞ ♡
    Me encocora
    1
    6 comentarios 0 compartidos
  • Escena: “Madrugada y mensajes que no debieron enviarse”
    Luna llorando en la cocina, mirando su celular. Andrés acaba de dejarla en visto por sexta vez. Mortis, desde el cojín, observa.

    03:47 a.m. ¿Quién demonios revisa el celular a esta hora? ¿Y por qué con esa cara? Ah, claro… el humano otra vez.

    Ella escribe:
    —“Solo dime si te importa, aunque sea un poco.”

    Mortis se acerca. La mira desde abajo. Zoom mental activado. Cara de “¿enserio, reina?”.

    Eso. Mándale un ensayo emocional a un hombre que no responde ni los buenos días. De verdad estás evolucionando a Pokémon nivel tapete.

    Luna deja el celular. Mortis la salta al regazo.

    No te preocupes. Aunque ese imbécil no te responda, yo seguiré vomitándote bolas de pelo en señal de apoyo. Amor verdadero, ¿sabes?

    Escena: “Madrugada y mensajes que no debieron enviarse” Luna llorando en la cocina, mirando su celular. Andrés acaba de dejarla en visto por sexta vez. Mortis, desde el cojín, observa. 03:47 a.m. ¿Quién demonios revisa el celular a esta hora? ¿Y por qué con esa cara? Ah, claro… el humano otra vez. Ella escribe: —“Solo dime si te importa, aunque sea un poco.” Mortis se acerca. La mira desde abajo. Zoom mental activado. Cara de “¿enserio, reina?”. Eso. Mándale un ensayo emocional a un hombre que no responde ni los buenos días. De verdad estás evolucionando a Pokémon nivel tapete. Luna deja el celular. Mortis la salta al regazo. No te preocupes. Aunque ese imbécil no te responda, yo seguiré vomitándote bolas de pelo en señal de apoyo. Amor verdadero, ¿sabes?
    Me enjaja
    Me gusta
    4
    30 turnos 0 maullidos
  • ¿Que dirán mis queridos hermanos menores al verme por estos lares?... Deberían aceptarme ¿Verdad?... Deberían agradecer que esté yo aquí, aunque ayer le di un sustito al novio de mi pequeño Evander... Hmmm ¿Me tendrá miedo? Soy alguien muy curioso y que quiere alimentarse de toda la información posible

    - Estaba en el ultimo cuarto del segundo piso de la casa de su hermano Evander, pese a que tiene un hogar, le gustaba "visitar" a sus familiares, aunque claro, a veces no era una buena bienvenida por ser algo... Bromista -
    ¿Que dirán mis queridos hermanos menores al verme por estos lares?... Deberían aceptarme ¿Verdad?... Deberían agradecer que esté yo aquí, aunque ayer le di un sustito al novio de mi pequeño Evander... Hmmm ¿Me tendrá miedo? Soy alguien muy curioso y que quiere alimentarse de toda la información posible - Estaba en el ultimo cuarto del segundo piso de la casa de su hermano Evander, pese a que tiene un hogar, le gustaba "visitar" a sus familiares, aunque claro, a veces no era una buena bienvenida por ser algo... Bromista -
    Me shockea
    1
    0 turnos 0 maullidos
  • Gods & Sorcerers - Men's Darkest Darkness.
    Fandom Jujutsu Kaisen/Bleach.
    Categoría Acción
    ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀Ciudad de Karakura, 00:33 hs
    ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀Gakuenchō.

    ⠀⠀Era tarde, demasiado para la gente, pero no para los espíritus. El olor de cemento hervido ausente, como si hubiese sido pulverizado, pero que realmente jamás ocurrió, era extraño, pero parecía que ecos de un pasado no acatado recorrían su nariz. Siempre fue bueno para oler lo paranormal, así que su mirada solo podía centrarse en cierta institución, a la distancia, estaba oscurecida por una negrura inexplicable, más allá del manto nocturno que la cubría, en esa escuela, no había una sola estrella por encima.
    ⠀⠀Pero el maleficio era fuerte, algo se formaba, poco a poco. Notaba su movimiento, pero no era una maldición esta vez, o más bien creía que era una especie muy extraña... algo sombrío poco a poco comenzó a tomar forma a sus ojos. Se restregó los párpados, y ya no estaba.

    ⠀⠀En la inmensa oscuridad, sus ojos de un exótico color violeta era lo único que brillaba, adicional a las tenues farolas de calles desoladas.
    ⠀⠀La oscuridad que se instaló en esta ciudad era antigua, pero probablemente nunca tan profunda sino hasta hace poco. Parecían haber vivido algo espantoso, una fisura espiritual que dejó cicatrices, y estaban tardando en sanar.

    ⠀⠀⸻ "Esto es espantoso, no pude encontrar ni un condenado hotel." ⸻ Se acomodó su gabardina, habló solo. Ni siquiera la más minúsculas de las almas se acercaba.

    ⠀⠀Y cuando sintió una anormal presencia detrás de él, notó porqué. No es que estaba solo, algo que no podía percibir con claridad... lo estaba acechando.
    ⠀⠀Natural, su habilidad controlando el maleficio y su sexto sentido para percibir las almas, aquel tenía un ánima jugosa para toda clase de seres oscuros: y este hollow a sus espaldas la codiciaba.

    ⠀⠀Ni lento ni perezoso, la mirada del brujo se enfocó donde sentía la mayor hostilidad. El vacío nocturno, apuntando a la bóveda celeste que yacía apagada, la imagen de la bestia era cada vez más clara a medida que estaba en la cercanía, ¿por qué? Para cuando se dio cuenta, la extremidad difuminada estaba a centímetros de su cara. Y el de ojos malva, esquivó mediante un par de saltos controlados.
    ⠀⠀⸻ "Oh- ¡Bueno, parece que el mago quiere jugar!" ⸻ Arrancó de un salto hacia las alturas.

    ⠀⠀Contra todo pronóstico, el impulso y el impacto del puñetazo que le propinó a aquel hueco fue bien recibido. La máscara se agrietó y el daño en el entorno fue evidente con su caída.
    ⠀⠀Aún no lo veía del todo, pero al descender, se daba cuenta que esta <maldición> era diferente. Cuando la golpeó, como se dijo, él puede sentir el contorno de las almas, e incluso las mismas maldiciones tienen una al ser seres conscientes, sin embargo, cuando hizo contacto, sintió un alma <humana>, esto lo confundía aún más.

    ⠀⠀El hollow comenzó a llorar, y sus llantos llegaban a los oídos del extranjero, era estridente.
    ⠀⠀⸻ "¡¿En serio vas a llorar?!" ⸻ Ya no sabía cómo reaccionar. Pero le estaba irritando.

    ⠀⠀Y luego... otra presencia, obviamente tampoco una maldición, pero ni siquiera era parecida a la que acaba de agredir. Mostró una sonrisa torcida, provocativa.
    ⠀⠀⸻ "¿Vienes a ayudar a tu amiguito?" ⸻ Miró hacia el cielo otra vez, ahora el contorno era femenino, y portaba un extraño kimono negro. No podía percibir maleficio de ella, esto era muy extraño.

    ⠀⠀Sabía que esta ciudad era foco de actividad paranormal extraña, pero vamos, ¿qué eran estos seres...?

    Rukia
    ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀Ciudad de Karakura, 00:33 hs ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀Gakuenchō. ⠀ ⠀⠀Era tarde, demasiado para la gente, pero no para los espíritus. El olor de cemento hervido ausente, como si hubiese sido pulverizado, pero que realmente jamás ocurrió, era extraño, pero parecía que ecos de un pasado no acatado recorrían su nariz. Siempre fue bueno para oler lo paranormal, así que su mirada solo podía centrarse en cierta institución, a la distancia, estaba oscurecida por una negrura inexplicable, más allá del manto nocturno que la cubría, en esa escuela, no había una sola estrella por encima. ⠀⠀Pero el maleficio era fuerte, algo se formaba, poco a poco. Notaba su movimiento, pero no era una maldición esta vez, o más bien creía que era una especie muy extraña... algo sombrío poco a poco comenzó a tomar forma a sus ojos. Se restregó los párpados, y ya no estaba. ⠀⠀En la inmensa oscuridad, sus ojos de un exótico color violeta era lo único que brillaba, adicional a las tenues farolas de calles desoladas. ⠀⠀La oscuridad que se instaló en esta ciudad era antigua, pero probablemente nunca tan profunda sino hasta hace poco. Parecían haber vivido algo espantoso, una fisura espiritual que dejó cicatrices, y estaban tardando en sanar. ⠀⠀⸻ "Esto es espantoso, no pude encontrar ni un condenado hotel." ⸻ Se acomodó su gabardina, habló solo. Ni siquiera la más minúsculas de las almas se acercaba. ⠀⠀Y cuando sintió una anormal presencia detrás de él, notó porqué. No es que estaba solo, algo que no podía percibir con claridad... lo estaba acechando. ⠀⠀Natural, su habilidad controlando el maleficio y su sexto sentido para percibir las almas, aquel tenía un ánima jugosa para toda clase de seres oscuros: y este hollow a sus espaldas la codiciaba. ⠀⠀Ni lento ni perezoso, la mirada del brujo se enfocó donde sentía la mayor hostilidad. El vacío nocturno, apuntando a la bóveda celeste que yacía apagada, la imagen de la bestia era cada vez más clara a medida que estaba en la cercanía, ¿por qué? Para cuando se dio cuenta, la extremidad difuminada estaba a centímetros de su cara. Y el de ojos malva, esquivó mediante un par de saltos controlados. ⠀⠀⸻ "Oh- ¡Bueno, parece que el mago quiere jugar!" ⸻ Arrancó de un salto hacia las alturas. ⠀⠀Contra todo pronóstico, el impulso y el impacto del puñetazo que le propinó a aquel hueco fue bien recibido. La máscara se agrietó y el daño en el entorno fue evidente con su caída. ⠀⠀Aún no lo veía del todo, pero al descender, se daba cuenta que esta <maldición> era diferente. Cuando la golpeó, como se dijo, él puede sentir el contorno de las almas, e incluso las mismas maldiciones tienen una al ser seres conscientes, sin embargo, cuando hizo contacto, sintió un alma <humana>, esto lo confundía aún más. ⠀⠀El hollow comenzó a llorar, y sus llantos llegaban a los oídos del extranjero, era estridente. ⠀⠀⸻ "¡¿En serio vas a llorar?!" ⸻ Ya no sabía cómo reaccionar. Pero le estaba irritando. ⠀⠀Y luego... otra presencia, obviamente tampoco una maldición, pero ni siquiera era parecida a la que acaba de agredir. Mostró una sonrisa torcida, provocativa. ⠀⠀⸻ "¿Vienes a ayudar a tu amiguito?" ⸻ Miró hacia el cielo otra vez, ahora el contorno era femenino, y portaba un extraño kimono negro. No podía percibir maleficio de ella, esto era muy extraño. ⠀⠀Sabía que esta ciudad era foco de actividad paranormal extraña, pero vamos, ¿qué eran estos seres...? ⠀ [illusion_amethyst_frog_150]
    Tipo
    Grupal
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Disponible
    Me gusta
    Me encocora
    5
    0 turnos 0 maullidos
  • ⟡ ݁₊ . ¿Qué eres tú? ⊹ ࣪ ˖
    Categoría Original
    La habitación era sorprendentemente hermosa.
    Amplia, silenciosa, bañada por una luz blanca que no venía de ninguna fuente visible. No era cálida, ni fría. Solo... neutra. Suave, como si el aire estuviera cubierto por una manta de terciopelo. El suelo brillaba con una pulcritud absurda, casi ofensiva para alguien que vivía entre frascos ensangrentados y códices empapados en baba cósmica.

    Ephraim, sin embargo, se encontraba allí... en su rincón.
    Sentado de manera absurda, fetal, sobre una silla que seguramente no fue diseñada para eso. Las piernas contra el pecho, los brazos cruzados sobre las espinillas, y un grueso libro encajado entre las rodillas y el mentón. Desde fuera, parecía una figura arrancada de un cuadro surrealista; desde dentro, era simplemente funcional. Esa postura lo ayudaba a pensar. O, al menos, a ignorar lo demás.

    No era una biblioteca pensada por el soñador; eso estaba claro. Era suya. Su espacio. Porque en los sueños —y solo allí— podía existir, robarse un rincón del subconsciente de otro, podía pensar, meditar, sin que su usuario se enterara de que había un intruso entre los pliegues del subconsciente.

    Hoy no llevaba ni su máscara ni su gorro. Su rostro, pálido y manchado por delgados rastros secos de sangre ajena, estaba completamente expuesto. Su cabello caía sobre sus hombros, desordenado, pegado en algunos mechones por algún fluido que mejor no nombrar. Sus ojos, sin embargo, eran la parte más perturbadora: fijos, inmóviles, como si no parpadearan desde hacía horas. No miraban al frente, sino al interior del libro que sostenía.

    ❝ Ah, que molesto. . . ❞ susurró para sí, como si alguien más pudiera o debiera escuchar su desdén. ❝ Esto no es conocimiento, diarrea mental tal vez si. . . ❞

    Las páginas temblaban levemente bajo sus dedos, pero no por miedo.
    El texto no tenía lógica. Palabras truncadas, ideas que comenzaban y luego se disolvían, nombres que se repetían sin razón. Era como leer los pensamientos de un loco en medio de un ataque de fiebre.

    "Ebrietas dijo que este sería distinto..."

    Las palabras de su amada diosa resonaban aún en su cabeza. ❝ Este es el indicado. . . ❞ había dicho. Pero ¿indicado de qué?
    ¿Ascensión? ¿Trascendencia? ¿Una migaja más de verdad entre el vómito de los dormidos?

    —¿Cómo demonios puede esto ayudarme a ascender? —murmuró.
    Y al instante se arrepintió. No porque dudara —lo hacía constantemente—, sino porque dudar de Ebrietas era... sacrilegio.
    Un pecado que no se castiga con fuego, sino con silencio. Y el silencio de los Grandes era peor que la muerte.

    Así que siguió leyendo. Como un buen chico.

    Pasaron minutos. O tal vez siglos.
    La noción del tiempo se disolvía en los sueños, y Ephraim tenía la sensación de estar leyendo la misma línea desde hacía diez vidas. Pero no podía parar. No debía. Cada palabra era una escalinata, por más resbalosa y rota que fuera.

    Hasta que escuchó pasos.

    Eran reales, no imaginarios. No en su cabeza.
    Pasos que no deberían estar allí.

    Sus ojos se alzaron con desgano. El rostro no cambió. No se cubrió, no se tensó. No tenía por qué. Las pequeñas gotas de sangre seca en su mejilla izquierda, el rastro violáceo bajo sus uñas, el olor metálico de la violencia que solo habia pasado hace un par de horas... todo seguía allí. No había necesidad de disimular.

    ¿Quién era este soñador?
    No lo recordaba. No lo reconocía. No importaba.

    Pero su sonrisa —esa mueca torpe, que no sabía cómo doblar bien los músculos— apareció como una marioneta que intenta imitar la expresión humana sin haberla entendido jamás.
    Una sonrisa vacía.

    —¡Ah... al fin! A quien buscaba.

    Apoyó los codos sobre la mesa con un movimiento pesado, casi teatral, como si acabara de encontrar un respiro en medio de la desesperación.
    — Ven. Siéntate. Este libro es un sinsentido absoluto... y dudo que Ebrietas tolere otra noche de mis quejas.

    Lo observó, inclinando ligeramente la cabeza.
    Los ojos no parpadeaban.
    El tono era suave, casi dulce.

    —¿Qué eres tú? ¿Que tienes de especial que ha llamado la atencion de Ebrietas? —dio un golpecito con el dedo índice en el libro— ¿Una marca en el alma? ¿Cicatrices?

    La sonrisa no desapareció por ningún momento. —¡Ah! Tú no eres normal, claro que no.

    ⋆˚꩜。 𝑲𝒚𝒐
    La habitación era sorprendentemente hermosa. Amplia, silenciosa, bañada por una luz blanca que no venía de ninguna fuente visible. No era cálida, ni fría. Solo... neutra. Suave, como si el aire estuviera cubierto por una manta de terciopelo. El suelo brillaba con una pulcritud absurda, casi ofensiva para alguien que vivía entre frascos ensangrentados y códices empapados en baba cósmica. Ephraim, sin embargo, se encontraba allí... en su rincón. Sentado de manera absurda, fetal, sobre una silla que seguramente no fue diseñada para eso. Las piernas contra el pecho, los brazos cruzados sobre las espinillas, y un grueso libro encajado entre las rodillas y el mentón. Desde fuera, parecía una figura arrancada de un cuadro surrealista; desde dentro, era simplemente funcional. Esa postura lo ayudaba a pensar. O, al menos, a ignorar lo demás. No era una biblioteca pensada por el soñador; eso estaba claro. Era suya. Su espacio. Porque en los sueños —y solo allí— podía existir, robarse un rincón del subconsciente de otro, podía pensar, meditar, sin que su usuario se enterara de que había un intruso entre los pliegues del subconsciente. Hoy no llevaba ni su máscara ni su gorro. Su rostro, pálido y manchado por delgados rastros secos de sangre ajena, estaba completamente expuesto. Su cabello caía sobre sus hombros, desordenado, pegado en algunos mechones por algún fluido que mejor no nombrar. Sus ojos, sin embargo, eran la parte más perturbadora: fijos, inmóviles, como si no parpadearan desde hacía horas. No miraban al frente, sino al interior del libro que sostenía. ❝ Ah, que molesto. . . ❞ susurró para sí, como si alguien más pudiera o debiera escuchar su desdén. ❝ Esto no es conocimiento, diarrea mental tal vez si. . . ❞ Las páginas temblaban levemente bajo sus dedos, pero no por miedo. El texto no tenía lógica. Palabras truncadas, ideas que comenzaban y luego se disolvían, nombres que se repetían sin razón. Era como leer los pensamientos de un loco en medio de un ataque de fiebre. "Ebrietas dijo que este sería distinto..." Las palabras de su amada diosa resonaban aún en su cabeza. ❝ Este es el indicado. . . ❞ había dicho. Pero ¿indicado de qué? ¿Ascensión? ¿Trascendencia? ¿Una migaja más de verdad entre el vómito de los dormidos? —¿Cómo demonios puede esto ayudarme a ascender? —murmuró. Y al instante se arrepintió. No porque dudara —lo hacía constantemente—, sino porque dudar de Ebrietas era... sacrilegio. Un pecado que no se castiga con fuego, sino con silencio. Y el silencio de los Grandes era peor que la muerte. Así que siguió leyendo. Como un buen chico. Pasaron minutos. O tal vez siglos. La noción del tiempo se disolvía en los sueños, y Ephraim tenía la sensación de estar leyendo la misma línea desde hacía diez vidas. Pero no podía parar. No debía. Cada palabra era una escalinata, por más resbalosa y rota que fuera. Hasta que escuchó pasos. Eran reales, no imaginarios. No en su cabeza. Pasos que no deberían estar allí. Sus ojos se alzaron con desgano. El rostro no cambió. No se cubrió, no se tensó. No tenía por qué. Las pequeñas gotas de sangre seca en su mejilla izquierda, el rastro violáceo bajo sus uñas, el olor metálico de la violencia que solo habia pasado hace un par de horas... todo seguía allí. No había necesidad de disimular. ¿Quién era este soñador? No lo recordaba. No lo reconocía. No importaba. Pero su sonrisa —esa mueca torpe, que no sabía cómo doblar bien los músculos— apareció como una marioneta que intenta imitar la expresión humana sin haberla entendido jamás. Una sonrisa vacía. —¡Ah... al fin! A quien buscaba. Apoyó los codos sobre la mesa con un movimiento pesado, casi teatral, como si acabara de encontrar un respiro en medio de la desesperación. — Ven. Siéntate. Este libro es un sinsentido absoluto... y dudo que Ebrietas tolere otra noche de mis quejas. Lo observó, inclinando ligeramente la cabeza. Los ojos no parpadeaban. El tono era suave, casi dulce. —¿Qué eres tú? ¿Que tienes de especial que ha llamado la atencion de Ebrietas? —dio un golpecito con el dedo índice en el libro— ¿Una marca en el alma? ¿Cicatrices? La sonrisa no desapareció por ningún momento. —¡Ah! Tú no eres normal, claro que no. ⋆˚꩜。 [Heaven.01]
    Tipo
    Individual
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Disponible
    Me gusta
    Me encocora
    6
    1 turno 0 maullidos
Ver más resultados
Patrocinados