• La cabaña
    Fandom Empíreo
    Categoría Fantasía
    La cena había terminado, pero el aire seguía espeso, cargado de algo más que el calor del fuego crepitando en la chimenea. Apoyé los antebrazos sobre la mesa, observando en silencio, notando cada pequeño detalle. La tensión en sus hombros, la forma en que su respiración se volvía más profunda, más controlada. Demasiado controlada.

    No era difícil entender lo que estaba ocurriendo. Su vínculo con Vaghar era fuerte, tanto como el mío con Sgaeyl. Y cuando los dragones sentían algo con esa intensidad, sus jinetes no eran inmunes.

    Llevé la copa a mis labios, tomé un sorbo y la dejé de nuevo sobre la madera con calma. No dije nada al principio. No había necesidad de apresurarme. En su lugar, permití que el silencio se alargara, que la tensión se volviera algo tangible entre nosotros.

    Finalmente, incliné levemente la cabeza y rompí la quietud con una voz baja, mesurada.

    —Lo estás sintiendo, ¿verdad?

    No fue una pregunta. Fue una certeza. Una que no necesitaba confirmación.

    Dejé que las palabras flotaran en el aire mientras la observaba, aún sin moverme, aún sin tocarla. No había prisa. Nunca la había.
    La cena había terminado, pero el aire seguía espeso, cargado de algo más que el calor del fuego crepitando en la chimenea. Apoyé los antebrazos sobre la mesa, observando en silencio, notando cada pequeño detalle. La tensión en sus hombros, la forma en que su respiración se volvía más profunda, más controlada. Demasiado controlada. No era difícil entender lo que estaba ocurriendo. Su vínculo con Vaghar era fuerte, tanto como el mío con Sgaeyl. Y cuando los dragones sentían algo con esa intensidad, sus jinetes no eran inmunes. Llevé la copa a mis labios, tomé un sorbo y la dejé de nuevo sobre la madera con calma. No dije nada al principio. No había necesidad de apresurarme. En su lugar, permití que el silencio se alargara, que la tensión se volviera algo tangible entre nosotros. Finalmente, incliné levemente la cabeza y rompí la quietud con una voz baja, mesurada. —Lo estás sintiendo, ¿verdad? No fue una pregunta. Fue una certeza. Una que no necesitaba confirmación. Dejé que las palabras flotaran en el aire mientras la observaba, aún sin moverme, aún sin tocarla. No había prisa. Nunca la había.
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  • Takeru se apoyó en el marco de la ventana, observando la ciudad iluminada mientras giraba una taza de café en su mano. Era curioso cómo el tiempo cambiaba las cosas. Hace años, su cuerpo era una máquina de combate, afinado para soportar y devolver cada golpe sin dudar. Pero después de aquella última pelea… todo había cambiado.

    Los médicos habían sido claros: "No puedes volver a pelear, ni ahora ni nunca." En aquel entonces, esas palabras le pesaron como una sentencia. Su cuerpo había quedado tan destrozado que incluso moverse con normalidad era una batalla diaria. Pero con el tiempo, con paciencia y terquedad, se recuperó. Ahora podía entrenar, podía hacer sparring con sus alumnos, incluso podía intercambiar golpes si la situación lo requería… pero jamás al nivel de los combates que solía tener.

    Y lo aceptaba.

    Dejó escapar una risa baja, tomando un sorbo de su café.

    —Supongo que ya no tengo edad para esas locuras… —murmuró con una sonrisa, con ese tono despreocupado que usaba para evitar dramatismos.

    Ya no era el mismo peleador de antes, pero tampoco lo necesitaba. Su dojo, sus alumnos, su nueva vida… todo eso tenía su propio valor. Claro, todavía le picaban las manos cuando veía un buen combate, pero en lugar de frustrarse, simplemente lo tomaba con humor.

    Porque al final del día, seguía siendo Takeru Arakawa. Peleara o no, eso nunca iba a cambiar.
    Takeru se apoyó en el marco de la ventana, observando la ciudad iluminada mientras giraba una taza de café en su mano. Era curioso cómo el tiempo cambiaba las cosas. Hace años, su cuerpo era una máquina de combate, afinado para soportar y devolver cada golpe sin dudar. Pero después de aquella última pelea… todo había cambiado. Los médicos habían sido claros: "No puedes volver a pelear, ni ahora ni nunca." En aquel entonces, esas palabras le pesaron como una sentencia. Su cuerpo había quedado tan destrozado que incluso moverse con normalidad era una batalla diaria. Pero con el tiempo, con paciencia y terquedad, se recuperó. Ahora podía entrenar, podía hacer sparring con sus alumnos, incluso podía intercambiar golpes si la situación lo requería… pero jamás al nivel de los combates que solía tener. Y lo aceptaba. Dejó escapar una risa baja, tomando un sorbo de su café. —Supongo que ya no tengo edad para esas locuras… —murmuró con una sonrisa, con ese tono despreocupado que usaba para evitar dramatismos. Ya no era el mismo peleador de antes, pero tampoco lo necesitaba. Su dojo, sus alumnos, su nueva vida… todo eso tenía su propio valor. Claro, todavía le picaban las manos cuando veía un buen combate, pero en lugar de frustrarse, simplemente lo tomaba con humor. Porque al final del día, seguía siendo Takeru Arakawa. Peleara o no, eso nunca iba a cambiar.
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  • -la niebla violeta de la madre lunar, sigue a las ranas al agua brillante, understand tus manos en el cristal liquido busca en el barro la gota viviente que brilla rojizo- camino por la orilla siguiendo las palabras como un mapa terminando con un pez extraño con patas que aparecían y desaparecían entre sus manos - Jean Phantomhive puede que no le guste esto.... Pero es el mejor ingrediente para pociones de transformación, un pez rana Ruby-
    -la niebla violeta de la madre lunar, sigue a las ranas al agua brillante, understand tus manos en el cristal liquido busca en el barro la gota viviente que brilla rojizo- camino por la orilla siguiendo las palabras como un mapa terminando con un pez extraño con patas que aparecían y desaparecían entre sus manos - [littl3gr3y] puede que no le guste esto.... Pero es el mejor ingrediente para pociones de transformación, un pez rana Ruby-
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  • - Mis palabras sean mi juicio y mi alma siempre respalde mi verdad, mi orgullo siempre será primero y después lo demás, condena y desgracia para todo aquel que me quiera burlar, él Basilio no olvida cobra venganza, una y mil veces más .
    - Mis palabras sean mi juicio y mi alma siempre respalde mi verdad, mi orgullo siempre será primero y después lo demás, condena y desgracia para todo aquel que me quiera burlar, él Basilio no olvida cobra venganza, una y mil veces más .
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  • ─No siempre los problemas se resuelven con palabras.... A veces el silencio de la muerte pone fin a cualquier obstáculo.
    ─No siempre los problemas se resuelven con palabras.... A veces el silencio de la muerte pone fin a cualquier obstáculo.
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  • БАУНС NIGHTS
    Fandom OC
    Categoría Otros
    ┏━━━━━━━━━━━━━━┓
    ᵐᵒⁿᵒʳᵒˡ ; ᵐᵉᵐᵒʳⁱᵃ
    ᵗʷ ! ᵐᵉⁿᶜⁱᵒⁿᵉˢ ᵈᵉ ᵃˡᶜᵒʰᵒˡ, ᵈʳᵒᵍᵃˢ, ᵛᵒᵐⁱᵗᵒ
    ┗━━━━━━━━━━━━━━┛


    La noche estaba saturada de neón y humo, vibrando con la resaca de la música que aún zumbaba en sus oídos. Afuera, en la cruda madrugada, el aire tenía esa densidad sucia de la ciudad a altas horas: impregnado de nicotina, concreto húmedo y un inconfundible toque de vómito.

    Dmitry permanecía inmóvil, un testigo en la penumbra del callejón, su silueta apenas delineada por las luces temblorosas del cartel eléctrico sobre la entrada del club. A sus pies, su Meister estaba inclinada contra la pared, sus dedos perfectamente decorados aferrándose al ladrillo con un agarre débil.

    El borde de su falda corta estaba manchado de polvo, su maquillaje ligeramente corrido, pero incluso en ese estado, Yua seguía siendo un cuadro vibrante de blanco y dorado, de pestañas largas y uñas brillantes.

    Dmitry ladeó la cabeza, observándola con la misma paciencia con la que alguien observa el paisaje. El cigarro colgaba de sus labios, consumiéndose con la lentitud de su aliento.

    —No puedes con el alcohol ruso.

    No era solo una burla, sino también una verdad entregada con la neutralidad de quien ya había anticipado ese desenlace.

    Yua levantó la cabeza lo justo para verlo, con el ceño fruncido y la dignidad aferrándose a ella con uñas y dientes. Su labial, antes perfectamente delineado, se desvanecía en la comisura de sus labios.

    —Dima, cierra la puta boca y sujétame el pelo.

    Él dejó escapar un suspiro leve antes de moverse. Sus manos, que estaban acostumbradas a cargar cuchillas y terminar trabajos sucios, ahora recogían con total gentileza los mechones dorados de su Meister, sujetándolos con cuidado para apartarlos de su rostro.

    —Y sí puedo con el alcohol ruso, eh. —Su voz sonaba algo rasposa, aún adormilada por el licor—. No sé qué mierda le ponen ustedes a sus pastillas, raritos…

    La risa silenciosa de Dima se perdió en la brisa nocturna.

    La callejuela, angosta y desordenada, amplificaba el eco de cada jadeo ahogado y queja frustrada. El humo de su cigarro flotaba en el aire entre ellos, desvaneciéndose en la penumbra mientras Yua maldecía entre dientes, su orgullo resistiéndose a la miseria en la que se encontraba.

    —Sabes que esto es tu culpa, ¿no? —murmuró Dmitry.

    Ella agitó una mano con pereza, como si pudiera espantar sus palabras.

    —Ugh, qué pesado…

    Se cubrió la boca con el dorso de la mano, cerrando los ojos con fuerza antes de mascullar:

    —Tráeme agua.

    Dmitry no respondió. Solo metió la mano en su abrigo y sacó una botella, dejándola caer en la suya con la naturalidad de quien ya esperaba el desastre.

    —Es de la canilla. Para que sepas.

    Ella la tomó sin pensarlo, con la urgencia de alguien que busca aferrarse a cualquier salvación.

    Dima la miró en silencio mientras ella se enjuagaba la boca, su expresión carente de juicio, solo con la observación tranquila de quien ya había visto esta escena demasiadas veces antes.

    —También tengo chicles.

    No hubo respuesta inmediata. Solo el sonido del agua bajando por su garganta. Luego, sin voltear, Yua levantó la mano con la palma abierta.

    —Dámelos.

    El paquete cayó en su mano, y ella se metió uno en la boca sin ceremonias.

    —Gracias, bebi~.

    El chicle se movía perezosamente entre sus dientes cuando finalmente se enderezó, apoyando la espalda contra la pared. Sus uñas decoradas brillaban bajo la luz neón cuando se alisó la falda, con un gesto tan perezoso como impecable.

    Dmitry esperó, porque conocía el patrón.

    Yua lo miró, y la chispa traviesa volvió a sus ojos.

    —Llévame a casa.

    Dmitry no reaccionó de inmediato. Solo ladeó la cabeza, un gesto pequeño, sutil, pero suficiente para que ella entendiera que esperaba algo más.

    Y Yua nunca decepcionaba.

    Se inclinó un poco hacia él, su perfume dulce y empalagoso envolviéndolo como un eco de la fiesta que habían dejado atrás. Sus labios se curvaron con un toque de maldad divertida.

    —O qué, ¿me vas a dejar tirada en la calle?

    La respuesta de Dima fue un silencio frío, cargado de un sarcasmo tan seco que ni siquiera necesitaba palabras. Su cigarro cayó al suelo, y con un movimiento breve de su pie, lo apagó contra el pavimento.

    —No es como si tuviera otra opción —dijo finalmente, desabrochándose el abrigo para quitárselo—. Claro que te llevo. Pero me debes la mitad de lo que te quedó.

    Yua dejó escapar una carcajada nasal antes de amarrarse la prenda a la cintura con un gesto perezoso, su sonrisa radiante contrastando con su estado deplorable.

    Dmitry ni siquiera esperó a que terminara de acomodarse. En un solo movimiento, se agachó y la subió a su espalda, asegurando sus piernas con un agarre firme mientras ella soltaba un gritito de sorpresa.

    —¡Así se hace, esbirro! —canturreó, entre risas, claramente aún ebria. 

    —¿Sabes? A veces siento que solo soy eso para ti. Pero luego recuerdo que también me ves como un perro, un esclavo, un siervo... Y se me pasa.

    Yua se echó a reír, dejándose caer contra su espalda. El perfume en su cabello se mezcló con el aroma del tabaco que impregnaba la ropa de Dima. Se aferró a él sin miedo. Porque, al final, sin importar lo dura que fuera la noche, siempre la llevaba a casa.
    ┏━━━━━━━━━━━━━━┓ ᵐᵒⁿᵒʳᵒˡ ; ᵐᵉᵐᵒʳⁱᵃ ᵗʷ ! ᵐᵉⁿᶜⁱᵒⁿᵉˢ ᵈᵉ ᵃˡᶜᵒʰᵒˡ, ᵈʳᵒᵍᵃˢ, ᵛᵒᵐⁱᵗᵒ ┗━━━━━━━━━━━━━━┛ La noche estaba saturada de neón y humo, vibrando con la resaca de la música que aún zumbaba en sus oídos. Afuera, en la cruda madrugada, el aire tenía esa densidad sucia de la ciudad a altas horas: impregnado de nicotina, concreto húmedo y un inconfundible toque de vómito. Dmitry permanecía inmóvil, un testigo en la penumbra del callejón, su silueta apenas delineada por las luces temblorosas del cartel eléctrico sobre la entrada del club. A sus pies, su Meister estaba inclinada contra la pared, sus dedos perfectamente decorados aferrándose al ladrillo con un agarre débil. El borde de su falda corta estaba manchado de polvo, su maquillaje ligeramente corrido, pero incluso en ese estado, Yua seguía siendo un cuadro vibrante de blanco y dorado, de pestañas largas y uñas brillantes. Dmitry ladeó la cabeza, observándola con la misma paciencia con la que alguien observa el paisaje. El cigarro colgaba de sus labios, consumiéndose con la lentitud de su aliento. —No puedes con el alcohol ruso. No era solo una burla, sino también una verdad entregada con la neutralidad de quien ya había anticipado ese desenlace. Yua levantó la cabeza lo justo para verlo, con el ceño fruncido y la dignidad aferrándose a ella con uñas y dientes. Su labial, antes perfectamente delineado, se desvanecía en la comisura de sus labios. —Dima, cierra la puta boca y sujétame el pelo. Él dejó escapar un suspiro leve antes de moverse. Sus manos, que estaban acostumbradas a cargar cuchillas y terminar trabajos sucios, ahora recogían con total gentileza los mechones dorados de su Meister, sujetándolos con cuidado para apartarlos de su rostro. —Y sí puedo con el alcohol ruso, eh. —Su voz sonaba algo rasposa, aún adormilada por el licor—. No sé qué mierda le ponen ustedes a sus pastillas, raritos… La risa silenciosa de Dima se perdió en la brisa nocturna. La callejuela, angosta y desordenada, amplificaba el eco de cada jadeo ahogado y queja frustrada. El humo de su cigarro flotaba en el aire entre ellos, desvaneciéndose en la penumbra mientras Yua maldecía entre dientes, su orgullo resistiéndose a la miseria en la que se encontraba. —Sabes que esto es tu culpa, ¿no? —murmuró Dmitry. Ella agitó una mano con pereza, como si pudiera espantar sus palabras. —Ugh, qué pesado… Se cubrió la boca con el dorso de la mano, cerrando los ojos con fuerza antes de mascullar: —Tráeme agua. Dmitry no respondió. Solo metió la mano en su abrigo y sacó una botella, dejándola caer en la suya con la naturalidad de quien ya esperaba el desastre. —Es de la canilla. Para que sepas. Ella la tomó sin pensarlo, con la urgencia de alguien que busca aferrarse a cualquier salvación. Dima la miró en silencio mientras ella se enjuagaba la boca, su expresión carente de juicio, solo con la observación tranquila de quien ya había visto esta escena demasiadas veces antes. —También tengo chicles. No hubo respuesta inmediata. Solo el sonido del agua bajando por su garganta. Luego, sin voltear, Yua levantó la mano con la palma abierta. —Dámelos. El paquete cayó en su mano, y ella se metió uno en la boca sin ceremonias. —Gracias, bebi~. El chicle se movía perezosamente entre sus dientes cuando finalmente se enderezó, apoyando la espalda contra la pared. Sus uñas decoradas brillaban bajo la luz neón cuando se alisó la falda, con un gesto tan perezoso como impecable. Dmitry esperó, porque conocía el patrón. Yua lo miró, y la chispa traviesa volvió a sus ojos. —Llévame a casa. Dmitry no reaccionó de inmediato. Solo ladeó la cabeza, un gesto pequeño, sutil, pero suficiente para que ella entendiera que esperaba algo más. Y Yua nunca decepcionaba. Se inclinó un poco hacia él, su perfume dulce y empalagoso envolviéndolo como un eco de la fiesta que habían dejado atrás. Sus labios se curvaron con un toque de maldad divertida. —O qué, ¿me vas a dejar tirada en la calle? La respuesta de Dima fue un silencio frío, cargado de un sarcasmo tan seco que ni siquiera necesitaba palabras. Su cigarro cayó al suelo, y con un movimiento breve de su pie, lo apagó contra el pavimento. —No es como si tuviera otra opción —dijo finalmente, desabrochándose el abrigo para quitárselo—. Claro que te llevo. Pero me debes la mitad de lo que te quedó. Yua dejó escapar una carcajada nasal antes de amarrarse la prenda a la cintura con un gesto perezoso, su sonrisa radiante contrastando con su estado deplorable. Dmitry ni siquiera esperó a que terminara de acomodarse. En un solo movimiento, se agachó y la subió a su espalda, asegurando sus piernas con un agarre firme mientras ella soltaba un gritito de sorpresa. —¡Así se hace, esbirro! —canturreó, entre risas, claramente aún ebria.  —¿Sabes? A veces siento que solo soy eso para ti. Pero luego recuerdo que también me ves como un perro, un esclavo, un siervo... Y se me pasa. Yua se echó a reír, dejándose caer contra su espalda. El perfume en su cabello se mezcló con el aroma del tabaco que impregnaba la ropa de Dima. Se aferró a él sin miedo. Porque, al final, sin importar lo dura que fuera la noche, siempre la llevaba a casa.
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  • Estan esos tres es peligroso ahora, hacer algun movimientos, no creo que crean mis palabras, si ya saben que los demonios de forma humana crecemos de emociones y solo mentimos.
    Estan esos tres es peligroso ahora, hacer algun movimientos, no creo que crean mis palabras, si ya saben que los demonios de forma humana crecemos de emociones y solo mentimos.
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  • El ambiente en el vestíbulo del hotel estaba tenso. Un grupo de peleadores se había juntado, algunos intercambiando palabras agresivas, otros ya empujándose. Las chispas estaban a punto de volar.

    Takeru, apoyado contra una columna con los brazos cruzados, suspiró. **¿En serio?** Apenas había pasado un día y ya estaban buscando problemas.

    Con calma, caminó hacia el centro del grupo y habló con su tono tranquilo, pero firme.

    —Muy bien, niños. Corten la mierda.

    Algunos se giraron a verlo, otros lo ignoraron, demasiado concentrados en su orgullo.

    —Les recordaré algo —continuó, con las manos en los bolsillos—. Si empiezan una pelea aquí, los van a descalificar. Y no hay nada más patético que un peleador que pierde sin siquiera subir al ring.

    Hubo un murmullo entre los presentes. Algunos bajaron la cabeza, sabiendo que tenía razón, pero siempre había un imbécil en cada grupo.

    —¿Y tú qué, inválido? —espetó uno de los luchadores, un tipo alto y de complexión pesada—. No puedes ni pelear. No tienes derecho a decirnos qué hacer.

    El grupo quedó en silencio.

    Takeru sonrió de lado. Sin decir nada, se arremangó lentamente la manga de su camiseta negra, revelando su antebrazo. **Fuerte, sólido, con venas marcadas y músculos definidos.**

    —¿Inválido, eh?

    Levantó el brazo y flexionó el puño con calma, haciendo crujir los nudillos.

    —Dime, grandote… ¿quieres comprobar cuán “inválido” estoy?

    El tipo tragó saliva. Podía notar que, aunque Takeru no podía competir como antes, ese brazo aún tenía más fuerza y precisión de la que él podría manejar.

    El silencio duró unos segundos. Finalmente, el tipo apartó la mirada y se cruzó de brazos, sin decir nada más.

    Takeru sonrió.

    —Eso pensé.

    Se bajó la manga y miró a los demás.

    —No peleen fuera de la arena. Si quieren demostrar algo, háganlo donde importa.

    Dicho eso, se dio media vuelta y se alejó con la misma calma con la que llegó.
    El ambiente en el vestíbulo del hotel estaba tenso. Un grupo de peleadores se había juntado, algunos intercambiando palabras agresivas, otros ya empujándose. Las chispas estaban a punto de volar. Takeru, apoyado contra una columna con los brazos cruzados, suspiró. **¿En serio?** Apenas había pasado un día y ya estaban buscando problemas. Con calma, caminó hacia el centro del grupo y habló con su tono tranquilo, pero firme. —Muy bien, niños. Corten la mierda. Algunos se giraron a verlo, otros lo ignoraron, demasiado concentrados en su orgullo. —Les recordaré algo —continuó, con las manos en los bolsillos—. Si empiezan una pelea aquí, los van a descalificar. Y no hay nada más patético que un peleador que pierde sin siquiera subir al ring. Hubo un murmullo entre los presentes. Algunos bajaron la cabeza, sabiendo que tenía razón, pero siempre había un imbécil en cada grupo. —¿Y tú qué, inválido? —espetó uno de los luchadores, un tipo alto y de complexión pesada—. No puedes ni pelear. No tienes derecho a decirnos qué hacer. El grupo quedó en silencio. Takeru sonrió de lado. Sin decir nada, se arremangó lentamente la manga de su camiseta negra, revelando su antebrazo. **Fuerte, sólido, con venas marcadas y músculos definidos.** —¿Inválido, eh? Levantó el brazo y flexionó el puño con calma, haciendo crujir los nudillos. —Dime, grandote… ¿quieres comprobar cuán “inválido” estoy? El tipo tragó saliva. Podía notar que, aunque Takeru no podía competir como antes, ese brazo aún tenía más fuerza y precisión de la que él podría manejar. El silencio duró unos segundos. Finalmente, el tipo apartó la mirada y se cruzó de brazos, sin decir nada más. Takeru sonrió. —Eso pensé. Se bajó la manga y miró a los demás. —No peleen fuera de la arena. Si quieren demostrar algo, háganlo donde importa. Dicho eso, se dio media vuelta y se alejó con la misma calma con la que llegó.
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  • — Que yo sea un hombre de pocas palabras no significa que tolere tu ignorancia, mortal.
    — Que yo sea un hombre de pocas palabras no significa que tolere tu ignorancia, mortal.
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  • Levaba demasiados años escribiendo diarios. Desde mucho antes de conocer la existencia de los angeles y demonios.
    Escribia sus diarios casi desde que tenia memoria, y con muchas mas razones desde que se habia convertido en médico de guerra.

    Aunque en el apocalipsis era realmente complicado, y por supuesto no una prioridad encontrar material de escritura, por el momento lo había ido consiguiendo.
    Y lo que consideraba una mejoría incalculable, era que desde hacia meses, sus palabras las escribía, sobre las piernas de Elle Loughlin

    #Personajes3D #3D #Comunidad3D
    Levaba demasiados años escribiendo diarios. Desde mucho antes de conocer la existencia de los angeles y demonios. Escribia sus diarios casi desde que tenia memoria, y con muchas mas razones desde que se habia convertido en médico de guerra. Aunque en el apocalipsis era realmente complicado, y por supuesto no una prioridad encontrar material de escritura, por el momento lo había ido consiguiendo. Y lo que consideraba una mejoría incalculable, era que desde hacia meses, sus palabras las escribía, sobre las piernas de [THEREBEL.ANGEL] #Personajes3D #3D #Comunidad3D
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