• ¡Hoy celebramos un cumpleaños en FicRol!
    Posy Gunningworth está de celebración, así que… ¡que lluevan las felicitaciones!

    Un año más de historias, tramas y momentazos por vivir.
    Si le conoces, pásate a dejarle unas palabras. Y si no, ¡quizá sea un buen momento para hacerlo!

    ¡Feliz vuelta al sol, Lady Gunningworth!

    🎉 ¡Hoy celebramos un cumpleaños en FicRol! 🎉 ✨ [Cx_Gunningorwth] está de celebración, así que… ¡que lluevan las felicitaciones! 🎂 Un año más de historias, tramas y momentazos por vivir. 💬 Si le conoces, pásate a dejarle unas palabras. Y si no, ¡quizá sea un buen momento para hacerlo! ¡Feliz vuelta al sol, Lady Gunningworth! 🌟
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  • Hola gente bonita♡
    He desaparecido por un tiempo por muchas situaciones de salud y otras un poco más personales, no entraré en detalles pero eso ha hecho que no esté por estos lados, debo decir que eso no cambiará. Con el dolor de mi corazón debo emigrar esperando estar mejor.

    Pido perdón por los roles que dejé pendientes y no pude continuar, cada historia inconclusa tenía un tremendo futuro!

    No eliminaré la cuenta por el cariño enorme que le tengo a Liz y el hermoso romance y vida que construyó con el dueño de su corazón: Kazuo, quien curó sus heridas y traumas con el más puro y hermoso amor que jamás existió y existirá, les dejo la ficha de su historia... vale la pena leerla, fueron meses de desarrollo donde ambos se enamoraron perdidamente
    https://ficrol.com/posts/208109
    Ya hablé con la personita detrás de l zorrito, ya está todo dicho, te quiero.

    Durante estas semanas subiré un relato para dar cierre, cosas que desde antes tenia planeadas tomarán un giro definitivo, esto para de alguna manera liberar a Kazuo, sería egoísta atarlo a una Liz intermitente, no se lo merece menos su user

    Mención especial a mi linda Aylita, gracias por tenerme presente, tus regalos y palabras, eres muy especial

    PD: Subo esta imagen que siempre me gustó pero nunca pude compartir porque luego Elizabeth se embarazó y no tenía concordancia con la historia jaja

    Quizás algún día vuelva, no lo sé. Por el momento sólo será la historia de cierre y un adiós.
    Gracias por darme un espacio en esta comunidad, por interactuar con esta loca pelirroja y crear historias geniales, lo pasé bien

    Se despide con cariño, la user.

    ─ Kami
    Hola gente bonita♡ He desaparecido por un tiempo por muchas situaciones de salud y otras un poco más personales, no entraré en detalles pero eso ha hecho que no esté por estos lados, debo decir que eso no cambiará. Con el dolor de mi corazón debo emigrar esperando estar mejor. Pido perdón por los roles que dejé pendientes y no pude continuar, cada historia inconclusa tenía un tremendo futuro! No eliminaré la cuenta por el cariño enorme que le tengo a Liz y el hermoso romance y vida que construyó con el dueño de su corazón: Kazuo, quien curó sus heridas y traumas con el más puro y hermoso amor que jamás existió y existirá, les dejo la ficha de su historia... vale la pena leerla, fueron meses de desarrollo donde ambos se enamoraron perdidamente https://ficrol.com/posts/208109 Ya hablé con la personita detrás de l zorrito, ya está todo dicho, te quiero. Durante estas semanas subiré un relato para dar cierre, cosas que desde antes tenia planeadas tomarán un giro definitivo, esto para de alguna manera liberar a Kazuo, sería egoísta atarlo a una Liz intermitente, no se lo merece menos su user Mención especial a mi linda Aylita, gracias por tenerme presente, tus regalos y palabras, eres muy especial PD: Subo esta imagen que siempre me gustó pero nunca pude compartir porque luego Elizabeth se embarazó y no tenía concordancia con la historia jaja Quizás algún día vuelva, no lo sé. Por el momento sólo será la historia de cierre y un adiós. Gracias por darme un espacio en esta comunidad, por interactuar con esta loca pelirroja y crear historias geniales, lo pasé bien Se despide con cariño, la user. ─ Kami
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  • Los años 50s, sin duda una época llena de glamour, buena música e innovación, así como también el despertar de la Guerra Fría y algunos movimientos sociales y políticos.

    Lianna en aquella época se había ausentado un rato de los matrimonios, en su lugar había descubierto una fascinación por el mundo de la salud, no porque realmente le importaran las personas, sino por la curiosidad que le causaba entender la ciencia de las enfermedades, cómo afectaban a la fisiología, la psicología y las emociones humanas en las personas... sin contar la sangre que provenía de ellos.

    En 1952, un caso llegó a sus manos. Un hombre joven, de unos 30 años, fue ingresado en el hospital con síntomas que desconcertaron a los médicos: fiebre alta, debilidad muscular y parálisis progresiva. Los diagnósticos iniciales apuntaban a una infección viral, pero el cuadro clínico no encajaba con ninguna enfermedad conocida.

    Lianna, con su aguda observación, notó algo peculiar en el paciente. Sus ojos, aunque febrilmente nublados, mostraban una desesperación profunda. No solo sufría físicamente; su mente estaba atrapada en un laberinto de terror y confusión.

    Tras semanas de estudios e investigación, Lianna llegó a una conclusión : el hombre padecía una rara fiebre hemorrágica, posiblemente relacionada con una variante desconocida del virus de la influenza. Pero lo que realmente la cautivó fue el impacto psicológico de la enfermedad. La parálisis no solo afectaba su cuerpo, sino también su mente, sumiéndolo en una angustia existencial.

    Lianna comenzó a experimentar con el paciente, administrándole dosis controladas de sedantes y estimulantes para observar sus reacciones. Quería entender cómo la mente humana respondía al sufrimiento extremo, cómo el dolor físico podía desencadenar una tormenta emocional y psicológica.

    Una noche, mientras el paciente deliraba por la fiebre, Lianna se acercó a él. Sus palabras eran incoherentes, pero en medio del delirio, mencionó algo que la hizo emocionarse: "No quiero morir... pero el dolor... el dolor me consume". Fue en ese momento que Lianna comprendió la profundidad del sufrimiento humano, una comprensión que solo alguien como ella, con su naturaleza vampírica, podía alcanzar.

    El paciente murió días después, su cuerpo consumido por la fiebre y su mente perdida en la oscuridad. Pero para Lianna, su muerte no fue en vano. Había obtenido lo que buscaba: algo por el cual "vivir y experimentar" el sufrimiento de otros sería su placer.

    — Los humanos...son tan susceptibles.

    A partir de ese momento, Lianna se dedicó a estudiar enfermedades raras y sus efectos psicológicos.

    #Semanaderecuerdos
    Los años 50s, sin duda una época llena de glamour, buena música e innovación, así como también el despertar de la Guerra Fría y algunos movimientos sociales y políticos. Lianna en aquella época se había ausentado un rato de los matrimonios, en su lugar había descubierto una fascinación por el mundo de la salud, no porque realmente le importaran las personas, sino por la curiosidad que le causaba entender la ciencia de las enfermedades, cómo afectaban a la fisiología, la psicología y las emociones humanas en las personas... sin contar la sangre que provenía de ellos. En 1952, un caso llegó a sus manos. Un hombre joven, de unos 30 años, fue ingresado en el hospital con síntomas que desconcertaron a los médicos: fiebre alta, debilidad muscular y parálisis progresiva. Los diagnósticos iniciales apuntaban a una infección viral, pero el cuadro clínico no encajaba con ninguna enfermedad conocida. Lianna, con su aguda observación, notó algo peculiar en el paciente. Sus ojos, aunque febrilmente nublados, mostraban una desesperación profunda. No solo sufría físicamente; su mente estaba atrapada en un laberinto de terror y confusión. Tras semanas de estudios e investigación, Lianna llegó a una conclusión : el hombre padecía una rara fiebre hemorrágica, posiblemente relacionada con una variante desconocida del virus de la influenza. Pero lo que realmente la cautivó fue el impacto psicológico de la enfermedad. La parálisis no solo afectaba su cuerpo, sino también su mente, sumiéndolo en una angustia existencial. Lianna comenzó a experimentar con el paciente, administrándole dosis controladas de sedantes y estimulantes para observar sus reacciones. Quería entender cómo la mente humana respondía al sufrimiento extremo, cómo el dolor físico podía desencadenar una tormenta emocional y psicológica. Una noche, mientras el paciente deliraba por la fiebre, Lianna se acercó a él. Sus palabras eran incoherentes, pero en medio del delirio, mencionó algo que la hizo emocionarse: "No quiero morir... pero el dolor... el dolor me consume". Fue en ese momento que Lianna comprendió la profundidad del sufrimiento humano, una comprensión que solo alguien como ella, con su naturaleza vampírica, podía alcanzar. El paciente murió días después, su cuerpo consumido por la fiebre y su mente perdida en la oscuridad. Pero para Lianna, su muerte no fue en vano. Había obtenido lo que buscaba: algo por el cual "vivir y experimentar" el sufrimiento de otros sería su placer. — Los humanos...son tan susceptibles. A partir de ese momento, Lianna se dedicó a estudiar enfermedades raras y sus efectos psicológicos. #Semanaderecuerdos
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  • 𝐖𝐇𝐘 𝐀𝐋𝐖𝐀𝐘𝐒 𝐌𝐄!? | 𝕻𝖗𝖔𝖑𝖔𝖌𝖚𝖊 – 𝕮𝖍𝖆𝖕𝖙𝖊𝖗 [𝟑]

    La noche era eterna en ese momento donde la vida para él ya no valía absolutamente nada. Los policías lo tenían allí, golpeado, lastimado y una 9mm apuntando a su rostro.

    Aquél policía, no se contuvo, era la corrupción que gobernaba en esa ciudad y hasta las autoridades hacían lo que se les plazca. Fue un destello, un disparo certero en la cabeza de Santiago que le perforó el costado de su cabeza. La sangre comenzó a brotar de la zona perforada de una forma abundante dejando un largo camino de este.

    Los causantes del acto corrieron ante esta situación asegurándose que nadie los haya visto. Subieron a la patrulla rápidamente y pisaron el acelerador.

    Él, yacía allí, recostado, desvanecido, quizá esperando su muerte pero se da cuenta que sigue consciente y no vagando en el otro mundo. Cerró sus ojos en ése momento y de su espalda se desplegaron un par de alas de color negro con un aleteo débil y suave, como si tratará de escapar de ese sitio.

    Abrió sus ojos nuevamente percatándose de la presencia de un auto negro y lujoso. Este se estacionó y de allí salieron varios hombres, en traje y entre ellos uno cuál tenía vestimenta distinta figurando ser el jefe. Santiago solo logró alzar su vista unos segundos para obsevar aquel grupo de hombres rodearlo antes de desvanecerse.

    ❝ ¡𝘌𝘴 𝘦𝘴𝘵𝘦, 𝘫𝘦𝘧𝘦! 𝘌𝘭 𝘴𝘶𝘱𝘶𝘦𝘴𝘵𝘰 á𝘯𝘨𝘦𝘭 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘴𝘵á𝘣𝘢𝘮𝘰𝘴 𝘣𝘶𝘴𝘤𝘢𝘯𝘥𝘰. ❞

    Alcanzó a decir uno de los hombres. El jefe, dejó ver una sonrisa y fue acercándose más a Santiago para proceder a pisar su cabeza con la suela de su zapato en ése momento. Solo escuchó unas últimas palabras de este mismo.

    ❝ ¡𝘗𝘦𝘳𝘧𝘦𝘤𝘵𝘰! 𝘕𝘰𝘴 𝘴𝘦𝘳á 𝘥𝘦 𝘮𝘶𝘤𝘩𝘢 𝘶𝘵𝘪𝘭𝘪𝘥𝘢𝘥 𝘦𝘴𝘵𝘦 𝘥𝘦𝘴𝘨𝘳𝘢𝘤𝘪𝘢𝘥𝘰. 𝘕𝘰𝘴 𝘭𝘰 𝘭𝘭𝘦𝘷𝘢𝘳𝘦𝘮𝘰𝘴. ❞
    𝐖𝐇𝐘 𝐀𝐋𝐖𝐀𝐘𝐒 𝐌𝐄!? | 𝕻𝖗𝖔𝖑𝖔𝖌𝖚𝖊 – 𝕮𝖍𝖆𝖕𝖙𝖊𝖗 [𝟑] La noche era eterna en ese momento donde la vida para él ya no valía absolutamente nada. Los policías lo tenían allí, golpeado, lastimado y una 9mm apuntando a su rostro. Aquél policía, no se contuvo, era la corrupción que gobernaba en esa ciudad y hasta las autoridades hacían lo que se les plazca. Fue un destello, un disparo certero en la cabeza de Santiago que le perforó el costado de su cabeza. La sangre comenzó a brotar de la zona perforada de una forma abundante dejando un largo camino de este. Los causantes del acto corrieron ante esta situación asegurándose que nadie los haya visto. Subieron a la patrulla rápidamente y pisaron el acelerador. Él, yacía allí, recostado, desvanecido, quizá esperando su muerte pero se da cuenta que sigue consciente y no vagando en el otro mundo. Cerró sus ojos en ése momento y de su espalda se desplegaron un par de alas de color negro con un aleteo débil y suave, como si tratará de escapar de ese sitio. Abrió sus ojos nuevamente percatándose de la presencia de un auto negro y lujoso. Este se estacionó y de allí salieron varios hombres, en traje y entre ellos uno cuál tenía vestimenta distinta figurando ser el jefe. Santiago solo logró alzar su vista unos segundos para obsevar aquel grupo de hombres rodearlo antes de desvanecerse. ❝ ¡𝘌𝘴 𝘦𝘴𝘵𝘦, 𝘫𝘦𝘧𝘦! 𝘌𝘭 𝘴𝘶𝘱𝘶𝘦𝘴𝘵𝘰 á𝘯𝘨𝘦𝘭 𝘲𝘶𝘦 𝘦𝘴𝘵á𝘣𝘢𝘮𝘰𝘴 𝘣𝘶𝘴𝘤𝘢𝘯𝘥𝘰. ❞ Alcanzó a decir uno de los hombres. El jefe, dejó ver una sonrisa y fue acercándose más a Santiago para proceder a pisar su cabeza con la suela de su zapato en ése momento. Solo escuchó unas últimas palabras de este mismo. ❝ ¡𝘗𝘦𝘳𝘧𝘦𝘤𝘵𝘰! 𝘕𝘰𝘴 𝘴𝘦𝘳á 𝘥𝘦 𝘮𝘶𝘤𝘩𝘢 𝘶𝘵𝘪𝘭𝘪𝘥𝘢𝘥 𝘦𝘴𝘵𝘦 𝘥𝘦𝘴𝘨𝘳𝘢𝘤𝘪𝘢𝘥𝘰. 𝘕𝘰𝘴 𝘭𝘰 𝘭𝘭𝘦𝘷𝘢𝘳𝘦𝘮𝘰𝘴. ❞
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Crónica de la Luna IX – El alma que habita en mi (Final de la saga la luz de la luna)

    Cuando Selin, la Elunai, murió protegiendo a su hija, no sólo ancló su alma en la Luna.
    En aquel instante también quebró un ciclo antiguo, dormido desde el primer eclipse.

    La niña que llevaba en su vientre jamás vio la luz.
    Su pequeño corazón se apagó, pero su alma no desapareció.
    Como un cristal quebrado por el choque del caos y la luna, se dividió en dos fragmentos.

    Uno de esos fragmentos regresó al regazo de Elunai,
    fundido con el eco plateado de Selin,
    tejido con paciencia por Xinia, la raposa de luna.
    El otro fragmento lo arrebató Shobu, espíritu ardiente del Sol,
    y lo guardó en su fuego como una chispa perdida del origen.

    Ambos fragmentos vagaron, dispersos en el cosmos,
    hasta que los hilos del destino se entrelazaron en un solo cuerpo:
    Lili, la Umbrélun.

    Nacida con su propia alma, sí,
    pero también con el alma de aquella heredera rota.
    Dos voces latiendo en un solo corazón,
    dos memorias buscando un mismo rostro en el espejo de la eternidad.

    Su ser se mece entre sombras vivientes y susurros lunares,
    alimentado por el caos de su padre y protegido por la herencia de Selin.
    Pero en su interior arde un secreto aún sellado:
    el poder del Sol y de la Luna, aguardando el momento de despertar.

    Porque Lili no es sólo hija de la penumbra,
    ni sólo guardiana del resplandor.
    Es el Eclipse hecho carne:
    la llama escondida en la sombra,
    la sombra abrazada por la luz.

    Un día, cuando las memorias de Xinia y Shobu regresen a llamarla,
    cuando ambas almas en su interior dejen de luchar y comiencen a danzar,
    el mundo volverá a presenciar el poder que Selin nunca imaginó.

    "Porque a veces, en el silencio de la noche, algo despierta en mí.
    No son palabras, sino luces que arden detrás de mis ojos,
    dibujos de dragones lunares trazados en las estrellas.
    El viento me susurra frases en lenguas que no alcanzo a descifrar,
    y siento que mi alma no me pertenece por completo.

    Es la otra voz, la otra mitad,
    la que duerme y a la vez me guía.
    No sé si es un don o una condena,
    pero presiento que guarda el secreto de los dragones lunares,
    aquellos custodios extintos que una vez velaron por el equilibrio.

    Y aunque no comprendo su llamado,
    sé que un día tendré que responder.
    Porque lo que habita en mí
    no es silencio, ni sombra, ni fuego…
    es un Eclipse aguardando nacer."

    Crónica de la Luna IX – El alma que habita en mi (Final de la saga la luz de la luna) Cuando Selin, la Elunai, murió protegiendo a su hija, no sólo ancló su alma en la Luna. En aquel instante también quebró un ciclo antiguo, dormido desde el primer eclipse. La niña que llevaba en su vientre jamás vio la luz. Su pequeño corazón se apagó, pero su alma no desapareció. Como un cristal quebrado por el choque del caos y la luna, se dividió en dos fragmentos. Uno de esos fragmentos regresó al regazo de Elunai, fundido con el eco plateado de Selin, tejido con paciencia por Xinia, la raposa de luna. El otro fragmento lo arrebató Shobu, espíritu ardiente del Sol, y lo guardó en su fuego como una chispa perdida del origen. Ambos fragmentos vagaron, dispersos en el cosmos, hasta que los hilos del destino se entrelazaron en un solo cuerpo: Lili, la Umbrélun. Nacida con su propia alma, sí, pero también con el alma de aquella heredera rota. Dos voces latiendo en un solo corazón, dos memorias buscando un mismo rostro en el espejo de la eternidad. Su ser se mece entre sombras vivientes y susurros lunares, alimentado por el caos de su padre y protegido por la herencia de Selin. Pero en su interior arde un secreto aún sellado: el poder del Sol y de la Luna, aguardando el momento de despertar. Porque Lili no es sólo hija de la penumbra, ni sólo guardiana del resplandor. Es el Eclipse hecho carne: la llama escondida en la sombra, la sombra abrazada por la luz. Un día, cuando las memorias de Xinia y Shobu regresen a llamarla, cuando ambas almas en su interior dejen de luchar y comiencen a danzar, el mundo volverá a presenciar el poder que Selin nunca imaginó. "Porque a veces, en el silencio de la noche, algo despierta en mí. No son palabras, sino luces que arden detrás de mis ojos, dibujos de dragones lunares trazados en las estrellas. El viento me susurra frases en lenguas que no alcanzo a descifrar, y siento que mi alma no me pertenece por completo. Es la otra voz, la otra mitad, la que duerme y a la vez me guía. No sé si es un don o una condena, pero presiento que guarda el secreto de los dragones lunares, aquellos custodios extintos que una vez velaron por el equilibrio. Y aunque no comprendo su llamado, sé que un día tendré que responder. Porque lo que habita en mí no es silencio, ni sombra, ni fuego… es un Eclipse aguardando nacer."
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  • Destiny se recostaba de medio lado sobre la cama, con las piernas dobladas y los brazos apoyando la cabeza. Su cabello negro caía sobre la almohada, y la diadema con pequeños diamantes brillaba sutilmente bajo la luz del sol que entraba por la ventana.

    En el suelo, sobre la alfombra, Scorpius estaba recostado, con un libro abierto frente a él que más que leer, usaba como excusa para observar a Destiny. La habitación estaba tranquila, solo se escuchaban el roce de las páginas y alguna que otra risa contenida.

    Destiny lanzó una mirada divertida hacia el suelo.
    —Entonces ¿En serio te pasaste la semana estudiando pociones solo para no hablar con tu primo? Qué dramático eres —Dijo, con su tono característico entre sarcástico y burlón.

    Scorpius ladeó la cabeza, sin levantar demasiado la vista del libro.
    —Dramático yo si tú fueras tan dramática como dices, estarías llorando por Albus ahora mismo —respondió, murmurando.

    Destiny soltó una risita.
    —Por favor ya superé esa fase de lloriqueo. Ahora me limito a observar desde lejos y reírme de los idiotas —replicó, arqueando una ceja.

    Silencio cómodo. Destiny giró un poco sobre la cama, jugando con un mechón de su cabello. Scorpius cerró lentamente el libro y apoyó la cabeza en sus manos, concentrándose solo en ella.

    —Eres imposible, ¿sabes? —murmuró—. Todo el mundo debería advertirle a Hogwarts que llega Destiny Goyle y destruye cualquier día aburrido.

    Destiny hizo una mueca teatral y sonrió.
    —Te diría que exageras… pero tú eres testigo, así que supongo que no puedo negarlo.

    Por un momento, todo quedó en silencio, cada uno disfrutando de la compañía del otro, sin necesidad de llenar el aire con palabras. Destiny respiró hondo y dijo, suavemente:
    —Sabes… me gusta cómo puedes quedarte callado y aún así parecer que estás pensando demasiado. Es extraño, pero reconfortante.

    Scorpius asintió, un poco sonrojado.
    —Supongo que es porque sé que no necesitas que nadie hable por ti —susurró—. No siempre hay que llenar todo con palabras.

    Destiny sonrió, mirándolo con suavidad.
    —Es por eso que podemos pasar horas aquí y no aburrirnos —dijo—. Porque no tenemos que fingir ser otra persona.
    Destiny se recostaba de medio lado sobre la cama, con las piernas dobladas y los brazos apoyando la cabeza. Su cabello negro caía sobre la almohada, y la diadema con pequeños diamantes brillaba sutilmente bajo la luz del sol que entraba por la ventana. En el suelo, sobre la alfombra, Scorpius estaba recostado, con un libro abierto frente a él que más que leer, usaba como excusa para observar a Destiny. La habitación estaba tranquila, solo se escuchaban el roce de las páginas y alguna que otra risa contenida. Destiny lanzó una mirada divertida hacia el suelo. —Entonces ¿En serio te pasaste la semana estudiando pociones solo para no hablar con tu primo? Qué dramático eres —Dijo, con su tono característico entre sarcástico y burlón. Scorpius ladeó la cabeza, sin levantar demasiado la vista del libro. —Dramático yo si tú fueras tan dramática como dices, estarías llorando por Albus ahora mismo —respondió, murmurando. Destiny soltó una risita. —Por favor ya superé esa fase de lloriqueo. Ahora me limito a observar desde lejos y reírme de los idiotas —replicó, arqueando una ceja. Silencio cómodo. Destiny giró un poco sobre la cama, jugando con un mechón de su cabello. Scorpius cerró lentamente el libro y apoyó la cabeza en sus manos, concentrándose solo en ella. —Eres imposible, ¿sabes? —murmuró—. Todo el mundo debería advertirle a Hogwarts que llega Destiny Goyle y destruye cualquier día aburrido. Destiny hizo una mueca teatral y sonrió. —Te diría que exageras… pero tú eres testigo, así que supongo que no puedo negarlo. Por un momento, todo quedó en silencio, cada uno disfrutando de la compañía del otro, sin necesidad de llenar el aire con palabras. Destiny respiró hondo y dijo, suavemente: —Sabes… me gusta cómo puedes quedarte callado y aún así parecer que estás pensando demasiado. Es extraño, pero reconfortante. Scorpius asintió, un poco sonrojado. —Supongo que es porque sé que no necesitas que nadie hable por ti —susurró—. No siempre hay que llenar todo con palabras. Destiny sonrió, mirándolo con suavidad. —Es por eso que podemos pasar horas aquí y no aburrirnos —dijo—. Porque no tenemos que fingir ser otra persona.
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  • El amanecer en el templo
    Fandom OC
    Categoría Original
    El amanecer iluminaba suavemente los jardines del templo, filtrándose entre los bambús y reflejándose en los estanques donde nadaban las carpas koi. Renjiro caminaba despacio, con la cámara colgando de su cuello, observando cada detalle: las hojas que danzaban con la brisa, las sombras que el sol proyectaba sobre los senderos de piedra, la delicadeza de los rollos de pintura alineados en los corredores.

    Se detuvo junto a un pequeño estanque, ajustando la lente para capturar el reflejo de los cerezos. Cada clic de su cámara era meticuloso, medido, casi ritual. Pero algo hizo que se detuviera un instante más de lo normal: un leve crujido entre las piedras del camino, apenas perceptible, lo hizo girar ligeramente la cabeza, aunque sus ojos siguieron concentrados en el agua. No había nadie a simple vista.

    Un escalofrío de curiosidad recorrió su espalda. El aire parecía cambiar, más denso, más cargado de energía, como si no estuviera solo. Renjiro respiró hondo, controlando la calma que siempre lo acompañaba, y continuó con su fotografía, pero ahora sus movimientos eran más atentos, medidos, vigilantes. Cada sombra, cada reflejo, cada sonido podía delatar la presencia de alguien más.

    Finalmente bajó la cámara y caminó despacio por el sendero de piedra, observando el entorno con más detalle que antes. La luz del amanecer jugaba en su cabello oscuro, y un suspiro escapó de sus labios, como si compartiera un secreto con el templo mismo. Sin pronunciar palabra, su mirada recorría los jardines, consciente de que había otra presencia allí, aunque invisible a simple vista.

    —La calma de este lugar… siempre logra sorprenderme —murmuró para sí, dejando que sus palabras flotaran en el aire, esperando, quizás, que alguien más las escuchara.
    El amanecer iluminaba suavemente los jardines del templo, filtrándose entre los bambús y reflejándose en los estanques donde nadaban las carpas koi. Renjiro caminaba despacio, con la cámara colgando de su cuello, observando cada detalle: las hojas que danzaban con la brisa, las sombras que el sol proyectaba sobre los senderos de piedra, la delicadeza de los rollos de pintura alineados en los corredores. Se detuvo junto a un pequeño estanque, ajustando la lente para capturar el reflejo de los cerezos. Cada clic de su cámara era meticuloso, medido, casi ritual. Pero algo hizo que se detuviera un instante más de lo normal: un leve crujido entre las piedras del camino, apenas perceptible, lo hizo girar ligeramente la cabeza, aunque sus ojos siguieron concentrados en el agua. No había nadie a simple vista. Un escalofrío de curiosidad recorrió su espalda. El aire parecía cambiar, más denso, más cargado de energía, como si no estuviera solo. Renjiro respiró hondo, controlando la calma que siempre lo acompañaba, y continuó con su fotografía, pero ahora sus movimientos eran más atentos, medidos, vigilantes. Cada sombra, cada reflejo, cada sonido podía delatar la presencia de alguien más. Finalmente bajó la cámara y caminó despacio por el sendero de piedra, observando el entorno con más detalle que antes. La luz del amanecer jugaba en su cabello oscuro, y un suspiro escapó de sus labios, como si compartiera un secreto con el templo mismo. Sin pronunciar palabra, su mirada recorría los jardines, consciente de que había otra presencia allí, aunque invisible a simple vista. —La calma de este lugar… siempre logra sorprenderme —murmuró para sí, dejando que sus palabras flotaran en el aire, esperando, quizás, que alguien más las escuchara.
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  • Tengo muchas maneras de darme a conocer, pero la más allegada a mí, es por medio de la bondad y la oscuridad o en otras palabras, soy el Yin y el Yang.
    Tengo muchas maneras de darme a conocer, pero la más allegada a mí, es por medio de la bondad y la oscuridad o en otras palabras, soy el Yin y el Yang.
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  • ──── Lucan ya ha formado una familia, igual que Thula. Por su parte, el general Kregg tiene varias esposas, según su informe más reciente. En contraste, el Regente Thragg está profundamente disgustado conmigo. "¿Has olvidado por qué estamos aquí? Tu ineptitud está agotando mi paciencia, Anissa" fueron sus palabras finales antes de que yo misma me haya disculpado por mi clara insolencia y regrese a completar mi misión.
    ──── Lucan ya ha formado una familia, igual que Thula. Por su parte, el general Kregg tiene varias esposas, según su informe más reciente. En contraste, el Regente Thragg está profundamente disgustado conmigo. "¿Has olvidado por qué estamos aquí? Tu ineptitud está agotando mi paciencia, Anissa" fueron sus palabras finales antes de que yo misma me haya disculpado por mi clara insolencia y regrese a completar mi misión.
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  • Capítulo Final — El Señor de las Sombras: Amo de los Elementos y la Oscuridad

    La sala final del Castillo de las Sombras se transformó en un altar de poder absoluto.
    El suelo se fracturó en placas flotantes, el aire vibraba con energía, y el cielo sobre ellos —si es que aún existía— se tornó púrpura, como si el mundo estuviera a punto de colapsar.
    El Señor de las Sombras se alzó en el centro, sin conjurar, sin hablar. Su cuerpo era una amalgama de sombra viva, pero ahora, cuatro núcleos elementales giraban a su alrededor: brasas ardientes, corrientes de agua, espirales de viento y fragmentos de roca flotante. Cada uno pulsaba con poder ancestral.
    Yukine y Lidica, apenas de pie, sintieron cómo el aire se volvía más pesado. El Amuleto del Destino temblaba. Esta vez, no era solo oscuridad. Era todo.
    El Señor de las Sombras extendió una mano, y el suelo se alzó como una ola de piedra. Columnas de obsidiana emergieron violentamente, atrapando a Lidica entre muros móviles. Yukine intentó volar con levitación, pero el campo gravitacional se duplicó. Su cuerpo cayó como plomo.
    Lidica, atrapada, fue aplastada por una presión tectónica. Sus huesos crujían. Cada intento de escape era bloqueado por muros que se regeneraban.
    Yukine, con la magia desestabilizada, intentó usar hechizos de vibración para romper las rocas, pero el Señor de las Sombras absorbía la energía y la devolvía como ondas sísmicas.
    Ambos fueron enterrados vivos por segundos. Solo el vínculo mágico entre ellos les permitió sincronizar una explosión de energía que los liberó… pero no sin heridas graves.
    El enemigo giró sobre sí mismo, y una espiral de fuego infernal se desató. No era fuego común: era fuego que quemaba recuerdos, que convertía emociones en cenizas.
    Yukine fue alcanzado por una llamarada que le arrancó parte de su túnica mágica. Su piel se agrietó, y su mente comenzó a olvidar hechizos que había memorizado desde niño.
    Lidica, envuelta en llamas, vio a su hermana arder frente a ella. El fuego no solo quemaba su cuerpo, sino que la obligaba a revivir su peor trauma.
    El Señor de las Sombras caminaba entre las llamas sin ser tocado. Cada paso provocaba explosiones. Yukine intentó conjurar una “Llama Invertida”, pero el fuego del enemigo era absoluto.
    Lidica, con los brazos quemados, logró lanzar una daga encantada que desvió una llamarada… pero cayó de rodillas, jadeando.
    El enemigo alzó ambas manos, y la sala se inundó en segundos. Corrientes de agua oscura envolvieron a los héroes, arrastrándolos a un plano líquido donde no había arriba ni abajo.
    Yukine fue sumergido en una ilusión acuática donde todos sus logros eran borrados. Veía su vida deshacerse como tinta en el agua.
    Lidica se ahogaba, no por falta de aire, sino por la presión emocional. Cada burbuja que escapaba de su boca era un recuerdo que se perdía.
    El Señor de las Sombras se convirtió en una serpiente marina de sombra líquida, atacando desde todas direcciones. Yukine logró conjurar una burbuja de aire, pero su energía estaba al límite. Lidica, con los pulmones colapsando, usó su último frasco de poción para recuperar apenas lo suficiente para moverse.
    El enemigo se elevó, y el viento se volvió cuchillas. Corrientes invisibles cortaban la piel, los músculos, incluso la magia.
    Yukine fue lanzado contra una pared por una ráfaga que rompía barreras mágicas. Su brazo izquierdo quedó inutilizado.
    Lidica intentó correr, pero el viento la desorientaba. Cada paso la llevaba a un lugar distinto. Su percepción del espacio se rompía.
    El Señor de las Sombras se multiplicó en formas aéreas, atacando con velocidad imposible. Yukine y Lidica no podían seguirle el ritmo. Cada segundo era una herida nueva. Cada intento de defensa era inútil.
    Ambos cayeron. Yukine, sangrando, con la magia casi extinguida. Lidica, con las piernas rotas, sin dagas, sin aire. El Amuleto del Destino cayó al suelo, apagado.
    El Señor de las Sombras descendió lentamente. Su voz resonó como un trueno:
    —“¿Esto es todo? ¿Esto es lo que el mundo llama esperanza?”
    Yukine intentó levantarse. Lidica extendió la mano. , pero no alcanzaba. El mundo se desmoronaba.
    Y entonces… algo se quebró.
    Dentro del pecho de Yukine, una marca que siempre había sentido como una cicatriz comenzó a arder. No era dolor físico. Era una ruptura. Un sello místico, impuesto por su maestro años atrás, se deshacía lentamente, como si el universo reconociera que ya no había otra opción.
    Yukine gritó. No por sufrimiento, sino por liberación.
    Su maestro le había dicho una vez:
    “Hay una parte de ti que no debes tocar… hasta que el mundo esté a punto de caer, pero el precio a pagar sera muy alto”
    La marca se expandió por su cuerpo, revelando runas antiguas que brillaban con luz azul oscura. No era magia convencional. Era magia de origen, una energía que no requería palabras, gestos ni concentración. Era voluntad pura, conectada directamente al tejido del mundo.
    Yukine se levantó. Su cuerpo seguía herido, pero la energía que lo envolvía lo sostenía. Sus ojos brillaban con un fulgor que no era humano. El Amuleto del Destino reaccionó, no absorbiendo su poder… sino alineándose con él.
    Lidica, aún en el suelo, sintió la presión cambiar. El aire se volvió más denso. El Señor de las Sombras se detuvo por primera vez.
    —“¿Qué… es eso?” —gruñó.
    Yukine no respondió. No podía. El poder que lo atravesaba hablaba por él.
    El Señor de las Sombras desató todo su poder: fuego, agua, viento, tierra, sombra. El mundo tembló. El cielo se rasgó. El suelo se partió.
    Yukine, guiado por el poder liberado, no esquivaba. No bloqueaba. Absorbía. Cada elemento era neutralizado por una runa que surgía espontáneamente en su piel. Cada ataque era redirigido, transformado, devuelto.
    Pero el poder tenía un precio.
    Con cada segundo, el sello se consumía. Yukine sentía su alma fragmentarse. Su cuerpo comenzaba a descomponerse por dentro. Era demasiado. Incluso para él.
    Lidica, viendo esto, usó lo que le quedaba de fuerza para canalizar su energía en el Amuleto. No para atacar. Para estabilizar a Yukine. Su vínculo no era emocional esta vez. Era técnico. Preciso. Ella se convirtió en el ancla que evitó que Yukine se desintegrara.
    Juntos, lanzaron el golpe final.
    Una onda de magia de origen, reforzada por el Amuleto y sostenida por Lidica, atravesó el núcleo del Señor de las Sombras.
    El enemigo gritó. No por dolor. Por incredulidad.
    —“¡No pueden vencerme! ¡Yo soy el fin!”
    —“Entonces este es el fin… de ti.” —respondieron juntos.
    Yukine cayó. Su cuerpo colapsó. El sello estaba roto. El poder se había ido. Lidica lo sostuvo, con lágrimas en los ojos.
    —“Lo lograste… pero casi te pierdo.” —susurró.
    El Amuleto del Destino brilló una última vez, estabilizando el entorno. El Castillo colapsó. La oscuridad retrocedió.
    Y el mundo… comenzó a sanar.
    La caída del Señor de las Sombras no fue una explosión, ni un grito final. Fue un silencio. Un vacío que se disipó lentamente, como la niebla al amanecer. El Castillo de las Sombras se desmoronó en fragmentos de obsidiana que se hundieron en la tierra, como si el mundo mismo quisiera enterrar su memoria.
    El cielo, antes teñido de púrpura y tormenta, comenzó a abrirse. No con luz intensa, sino con una claridad suave, como si el sol dudara en volver a mirar.
    El mundo no celebró. No aún. Primero, lloró.
    Yukine y Lidica fueron encontrados entre los escombros del Castillo de las Sombras por los sabios del Bosque de los Ancestros. No como guerreros invencibles, sino como sobrevivientes al borde de la muerte.
    Yukine fue llevado inconsciente al Santuario de las Aguas Silentes, donde los sabios del norte intentaron estabilizar su cuerpo. El sello roto había liberado un poder ancestral, pero también había dejado grietas profundas en su alma. Durante semanas, su magia fluctuaba sin control. A veces, su cuerpo brillaba con runas vivas. Otras, se apagaba por completo.
    Lidica, con las piernas fracturadas, quemaduras internas y una fatiga que no se curaba con pociones, fue atendida por los druidas del Valle del Viento. Su cuerpo sanaba lentamente, pero su mente seguía atrapada en los ecos de la batalla. A menudo despertaba gritando, creyendo que el Señor de las Sombras aún estaba allí.
    Ambos estaban vivos. Pero no intactos.
    Pasaron varios meses antes de que Yukine abriera los ojos. Lo primero que vio fue a Lidica dormida a su lado, con una venda en el rostro y una cicatriz nueva en el cuello. Lo primero que dijo fue:
    —“¿Ganamos?”
    Lidica despertó. No respondió. Solo lo abrazó. Y ambos lloraron. No por la victoria. Sino por todo lo que costó.
    La magia oscura que había envuelto los reinos comenzó a disiparse. Las criaturas que habían huido —dragones, espíritus del bosque, guardianes elementales— regresaron poco a poco. Las tierras malditas florecieron. Los ríos contaminados se limpiaron. Las aldeas que vivían bajo el miedo comenzaron a reconstruirse.
    los campos ardidos por el fuego se convirtieron en jardines de luz.
    los lagos recuperaron su cristalino reflejo, y los peces dorados volvieron a danzar.
    los vientos que antes cortaban ahora movían molinos que alimentaban aldeas enteras.
    las montañas fracturadas fueron talladas en monumentos a los caídos.
    Los pueblos no erigieron estatuas de Yukine y Lidica. En cambio, sembraron árboles. Porque sabían que la verdadera victoria no era recordar la guerra… sino cultivar la paz.
    Los descendientes de los Guardianes elementales se reunieron en el Círculo de la Aurora, donde juraron proteger el equilibrio y evitar que el poder se concentrara en una sola mano.
    El Amuleto del Destino fue sellado en el Templo de la Luz Silente, no como arma, sino como testigo. Solo Yukine y Lidica podían acceder a él, y ambos decidieron no volver a usarlo… a menos que el mundo volviera a olvidar lo que costó la paz.
    No regresaron a sus antiguas vidas. Yukine no volvió a su torre. Lidica no retomó la senda del combate. En cambio, caminaron juntos por los pueblos, enseñando a los niños a leer las estrellas, ayudando a los ancianos a reconstruir sus hogares, escuchando las historias de quienes sobrevivieron.
    A veces, simplemente se sentaban bajo un árbol, en silencio. Porque el silencio, después de tanto dolor, era también una forma de paz.
    —“¿Crees que esto durará?” —preguntó Lidica una tarde.
    —“No lo sé.” —respondió Yukine, mirando el cielo. —“Pero si vuelve la oscuridad… sabrá que no estamos solos.”
    Capítulo Final — El Señor de las Sombras: Amo de los Elementos y la Oscuridad La sala final del Castillo de las Sombras se transformó en un altar de poder absoluto. El suelo se fracturó en placas flotantes, el aire vibraba con energía, y el cielo sobre ellos —si es que aún existía— se tornó púrpura, como si el mundo estuviera a punto de colapsar. El Señor de las Sombras se alzó en el centro, sin conjurar, sin hablar. Su cuerpo era una amalgama de sombra viva, pero ahora, cuatro núcleos elementales giraban a su alrededor: brasas ardientes, corrientes de agua, espirales de viento y fragmentos de roca flotante. Cada uno pulsaba con poder ancestral. Yukine y Lidica, apenas de pie, sintieron cómo el aire se volvía más pesado. El Amuleto del Destino temblaba. Esta vez, no era solo oscuridad. Era todo. El Señor de las Sombras extendió una mano, y el suelo se alzó como una ola de piedra. Columnas de obsidiana emergieron violentamente, atrapando a Lidica entre muros móviles. Yukine intentó volar con levitación, pero el campo gravitacional se duplicó. Su cuerpo cayó como plomo. Lidica, atrapada, fue aplastada por una presión tectónica. Sus huesos crujían. Cada intento de escape era bloqueado por muros que se regeneraban. Yukine, con la magia desestabilizada, intentó usar hechizos de vibración para romper las rocas, pero el Señor de las Sombras absorbía la energía y la devolvía como ondas sísmicas. Ambos fueron enterrados vivos por segundos. Solo el vínculo mágico entre ellos les permitió sincronizar una explosión de energía que los liberó… pero no sin heridas graves. El enemigo giró sobre sí mismo, y una espiral de fuego infernal se desató. No era fuego común: era fuego que quemaba recuerdos, que convertía emociones en cenizas. Yukine fue alcanzado por una llamarada que le arrancó parte de su túnica mágica. Su piel se agrietó, y su mente comenzó a olvidar hechizos que había memorizado desde niño. Lidica, envuelta en llamas, vio a su hermana arder frente a ella. El fuego no solo quemaba su cuerpo, sino que la obligaba a revivir su peor trauma. El Señor de las Sombras caminaba entre las llamas sin ser tocado. Cada paso provocaba explosiones. Yukine intentó conjurar una “Llama Invertida”, pero el fuego del enemigo era absoluto. Lidica, con los brazos quemados, logró lanzar una daga encantada que desvió una llamarada… pero cayó de rodillas, jadeando. El enemigo alzó ambas manos, y la sala se inundó en segundos. Corrientes de agua oscura envolvieron a los héroes, arrastrándolos a un plano líquido donde no había arriba ni abajo. Yukine fue sumergido en una ilusión acuática donde todos sus logros eran borrados. Veía su vida deshacerse como tinta en el agua. Lidica se ahogaba, no por falta de aire, sino por la presión emocional. Cada burbuja que escapaba de su boca era un recuerdo que se perdía. El Señor de las Sombras se convirtió en una serpiente marina de sombra líquida, atacando desde todas direcciones. Yukine logró conjurar una burbuja de aire, pero su energía estaba al límite. Lidica, con los pulmones colapsando, usó su último frasco de poción para recuperar apenas lo suficiente para moverse. El enemigo se elevó, y el viento se volvió cuchillas. Corrientes invisibles cortaban la piel, los músculos, incluso la magia. Yukine fue lanzado contra una pared por una ráfaga que rompía barreras mágicas. Su brazo izquierdo quedó inutilizado. Lidica intentó correr, pero el viento la desorientaba. Cada paso la llevaba a un lugar distinto. Su percepción del espacio se rompía. El Señor de las Sombras se multiplicó en formas aéreas, atacando con velocidad imposible. Yukine y Lidica no podían seguirle el ritmo. Cada segundo era una herida nueva. Cada intento de defensa era inútil. Ambos cayeron. Yukine, sangrando, con la magia casi extinguida. Lidica, con las piernas rotas, sin dagas, sin aire. El Amuleto del Destino cayó al suelo, apagado. El Señor de las Sombras descendió lentamente. Su voz resonó como un trueno: —“¿Esto es todo? ¿Esto es lo que el mundo llama esperanza?” Yukine intentó levantarse. Lidica extendió la mano. , pero no alcanzaba. El mundo se desmoronaba. Y entonces… algo se quebró. Dentro del pecho de Yukine, una marca que siempre había sentido como una cicatriz comenzó a arder. No era dolor físico. Era una ruptura. Un sello místico, impuesto por su maestro años atrás, se deshacía lentamente, como si el universo reconociera que ya no había otra opción. Yukine gritó. No por sufrimiento, sino por liberación. Su maestro le había dicho una vez: “Hay una parte de ti que no debes tocar… hasta que el mundo esté a punto de caer, pero el precio a pagar sera muy alto” La marca se expandió por su cuerpo, revelando runas antiguas que brillaban con luz azul oscura. No era magia convencional. Era magia de origen, una energía que no requería palabras, gestos ni concentración. Era voluntad pura, conectada directamente al tejido del mundo. Yukine se levantó. Su cuerpo seguía herido, pero la energía que lo envolvía lo sostenía. Sus ojos brillaban con un fulgor que no era humano. El Amuleto del Destino reaccionó, no absorbiendo su poder… sino alineándose con él. Lidica, aún en el suelo, sintió la presión cambiar. El aire se volvió más denso. El Señor de las Sombras se detuvo por primera vez. —“¿Qué… es eso?” —gruñó. Yukine no respondió. No podía. El poder que lo atravesaba hablaba por él. El Señor de las Sombras desató todo su poder: fuego, agua, viento, tierra, sombra. El mundo tembló. El cielo se rasgó. El suelo se partió. Yukine, guiado por el poder liberado, no esquivaba. No bloqueaba. Absorbía. Cada elemento era neutralizado por una runa que surgía espontáneamente en su piel. Cada ataque era redirigido, transformado, devuelto. Pero el poder tenía un precio. Con cada segundo, el sello se consumía. Yukine sentía su alma fragmentarse. Su cuerpo comenzaba a descomponerse por dentro. Era demasiado. Incluso para él. Lidica, viendo esto, usó lo que le quedaba de fuerza para canalizar su energía en el Amuleto. No para atacar. Para estabilizar a Yukine. Su vínculo no era emocional esta vez. Era técnico. Preciso. Ella se convirtió en el ancla que evitó que Yukine se desintegrara. Juntos, lanzaron el golpe final. Una onda de magia de origen, reforzada por el Amuleto y sostenida por Lidica, atravesó el núcleo del Señor de las Sombras. El enemigo gritó. No por dolor. Por incredulidad. —“¡No pueden vencerme! ¡Yo soy el fin!” —“Entonces este es el fin… de ti.” —respondieron juntos. Yukine cayó. Su cuerpo colapsó. El sello estaba roto. El poder se había ido. Lidica lo sostuvo, con lágrimas en los ojos. —“Lo lograste… pero casi te pierdo.” —susurró. El Amuleto del Destino brilló una última vez, estabilizando el entorno. El Castillo colapsó. La oscuridad retrocedió. Y el mundo… comenzó a sanar. La caída del Señor de las Sombras no fue una explosión, ni un grito final. Fue un silencio. Un vacío que se disipó lentamente, como la niebla al amanecer. El Castillo de las Sombras se desmoronó en fragmentos de obsidiana que se hundieron en la tierra, como si el mundo mismo quisiera enterrar su memoria. El cielo, antes teñido de púrpura y tormenta, comenzó a abrirse. No con luz intensa, sino con una claridad suave, como si el sol dudara en volver a mirar. El mundo no celebró. No aún. Primero, lloró. Yukine y Lidica fueron encontrados entre los escombros del Castillo de las Sombras por los sabios del Bosque de los Ancestros. No como guerreros invencibles, sino como sobrevivientes al borde de la muerte. Yukine fue llevado inconsciente al Santuario de las Aguas Silentes, donde los sabios del norte intentaron estabilizar su cuerpo. El sello roto había liberado un poder ancestral, pero también había dejado grietas profundas en su alma. Durante semanas, su magia fluctuaba sin control. A veces, su cuerpo brillaba con runas vivas. Otras, se apagaba por completo. Lidica, con las piernas fracturadas, quemaduras internas y una fatiga que no se curaba con pociones, fue atendida por los druidas del Valle del Viento. Su cuerpo sanaba lentamente, pero su mente seguía atrapada en los ecos de la batalla. A menudo despertaba gritando, creyendo que el Señor de las Sombras aún estaba allí. Ambos estaban vivos. Pero no intactos. Pasaron varios meses antes de que Yukine abriera los ojos. Lo primero que vio fue a Lidica dormida a su lado, con una venda en el rostro y una cicatriz nueva en el cuello. Lo primero que dijo fue: —“¿Ganamos?” Lidica despertó. No respondió. Solo lo abrazó. Y ambos lloraron. No por la victoria. Sino por todo lo que costó. La magia oscura que había envuelto los reinos comenzó a disiparse. Las criaturas que habían huido —dragones, espíritus del bosque, guardianes elementales— regresaron poco a poco. Las tierras malditas florecieron. Los ríos contaminados se limpiaron. Las aldeas que vivían bajo el miedo comenzaron a reconstruirse. los campos ardidos por el fuego se convirtieron en jardines de luz. los lagos recuperaron su cristalino reflejo, y los peces dorados volvieron a danzar. los vientos que antes cortaban ahora movían molinos que alimentaban aldeas enteras. las montañas fracturadas fueron talladas en monumentos a los caídos. Los pueblos no erigieron estatuas de Yukine y Lidica. En cambio, sembraron árboles. Porque sabían que la verdadera victoria no era recordar la guerra… sino cultivar la paz. Los descendientes de los Guardianes elementales se reunieron en el Círculo de la Aurora, donde juraron proteger el equilibrio y evitar que el poder se concentrara en una sola mano. El Amuleto del Destino fue sellado en el Templo de la Luz Silente, no como arma, sino como testigo. Solo Yukine y Lidica podían acceder a él, y ambos decidieron no volver a usarlo… a menos que el mundo volviera a olvidar lo que costó la paz. No regresaron a sus antiguas vidas. Yukine no volvió a su torre. Lidica no retomó la senda del combate. En cambio, caminaron juntos por los pueblos, enseñando a los niños a leer las estrellas, ayudando a los ancianos a reconstruir sus hogares, escuchando las historias de quienes sobrevivieron. A veces, simplemente se sentaban bajo un árbol, en silencio. Porque el silencio, después de tanto dolor, era también una forma de paz. —“¿Crees que esto durará?” —preguntó Lidica una tarde. —“No lo sé.” —respondió Yukine, mirando el cielo. —“Pero si vuelve la oscuridad… sabrá que no estamos solos.”
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