• Sus patas recorren mi piel con la delicadeza de un secreto. No teme, no duda. Quizás porque sabe que no la apartaré, que no interrumpiré su danza silenciosa sobre mis dedos.

    Las arañas y yo compartimos un mismo entendimiento. No necesitamos palabras, solo hilos invisibles que atan destinos. Ellas tejen, yo observo. Ellas esperan, yo también. Porque todo en este mundo acaba atrapado en una red, tarde o temprano.
    Sus patas recorren mi piel con la delicadeza de un secreto. No teme, no duda. Quizás porque sabe que no la apartaré, que no interrumpiré su danza silenciosa sobre mis dedos. Las arañas y yo compartimos un mismo entendimiento. No necesitamos palabras, solo hilos invisibles que atan destinos. Ellas tejen, yo observo. Ellas esperan, yo también. Porque todo en este mundo acaba atrapado en una red, tarde o temprano.
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  • **El Errante y el Dragón Azul**

    El mundo se abría ante Jimoto como un lienzo infinito, cada viaje una pincelada de experiencias, cada encuentro una historia por contar. Había recorrido valles dorados donde el trigo bailaba con el viento, selvas densas donde la vida vibraba en cada sombra, y desiertos tan vastos que las estrellas parecían más cercanas. Pero fue en las Montañas Esmeralda donde su destino se entrelazó con el de una criatura legendaria.

    El día en que conoció a Shunrei, el Dragón Azul, la neblina cubría los riscos como un manto. Jimoto había oído rumores sobre un ser majestuoso que protegía esas tierras, pero lo que encontró fue una batalla injusta.

    Un grupo de cazadores y taladores clandestinos había invadido el bosque sagrado de la montaña, armados con armas y sierras, listos para acabar con todo lo que se interpusiera en su camino. En el centro del conflicto, Shunrei rugía con furia, su enorme cuerpo de escamas azul celeste reflejando la luz entre los árboles. Su aliento crepitaba con energía, pero algo no estaba bien: sus alas estaban heridas, y aunque peleaba con fiereza, los cazadores lo superaban en número.

    Jimoto no lo pensó dos veces. Se lanzó entre los atacantes con la destreza que había perfeccionado en sus viajes. Con movimientos rápidos, derribó a los taladores más cercanos, arrebatándoles sus herramientas. Usó su velocidad y fuerza para confundir a los cazadores, derribando sin causar mayor daño pues solo quería auyentarles, cuando el líder de los invasores intentó atacar con una daga envenenada, Jimoto la interceptó con su propia mano, partiéndola en dos con un solo movimiento.

    El bosque quedó en silencio. Los cazadores, atónitos, entendieron que no podrían ganar. Uno a uno, huyeron dejando atrás su equipo y su orgullo.

    Shunrei, aún receloso, lo observó con ojos de un azul profundo. Jimoto sintió algo extraño en su mente, como un murmullo antiguo, un lenguaje que no debería entender… pero lo hizo.

    —*Tú… ¿puedes oírme?* —la voz de Shunrei resonó en su mente, profunda y sabia.

    Jimoto parpadeó, sorprendido.

    —Sí… ¿cómo es posible?

    Shunrei inclinó su gran cabeza, inspeccionándolo con curiosidad.

    —*Durante siglos, los humanos han intentado hablarme, pero nunca han comprendido mis palabras. Eres el primero… el único.*

    Desde ese día, Jimoto y Shunrei forjaron una amistad única. El dragón, antiguo guardián de las montañas, compartía con él los secretos de la naturaleza y la historia de los tiempos olvidados. Jimoto, a su vez, le contaba sobre el mundo de los humanos, sobre los lugares que había visto y las maravillas que aún deseaba conocer.

    Juntos, viajaron más allá de las montañas, explorando lo desconocido. Donde Jimoto encontraba peligro, Shunrei lo protegía. Donde el dragón hallaba desesperanza en la humanidad, Jimoto le mostraba la bondad que aún existía.

    Eran diferentes en todo sentido, pero en su soledad compartida encontraron un lazo irrompible. Un viajero de las estrellas y un guardián ancestral, unidos por un destino que aún estaba por escribirse.
    **El Errante y el Dragón Azul** El mundo se abría ante Jimoto como un lienzo infinito, cada viaje una pincelada de experiencias, cada encuentro una historia por contar. Había recorrido valles dorados donde el trigo bailaba con el viento, selvas densas donde la vida vibraba en cada sombra, y desiertos tan vastos que las estrellas parecían más cercanas. Pero fue en las Montañas Esmeralda donde su destino se entrelazó con el de una criatura legendaria. El día en que conoció a Shunrei, el Dragón Azul, la neblina cubría los riscos como un manto. Jimoto había oído rumores sobre un ser majestuoso que protegía esas tierras, pero lo que encontró fue una batalla injusta. Un grupo de cazadores y taladores clandestinos había invadido el bosque sagrado de la montaña, armados con armas y sierras, listos para acabar con todo lo que se interpusiera en su camino. En el centro del conflicto, Shunrei rugía con furia, su enorme cuerpo de escamas azul celeste reflejando la luz entre los árboles. Su aliento crepitaba con energía, pero algo no estaba bien: sus alas estaban heridas, y aunque peleaba con fiereza, los cazadores lo superaban en número. Jimoto no lo pensó dos veces. Se lanzó entre los atacantes con la destreza que había perfeccionado en sus viajes. Con movimientos rápidos, derribó a los taladores más cercanos, arrebatándoles sus herramientas. Usó su velocidad y fuerza para confundir a los cazadores, derribando sin causar mayor daño pues solo quería auyentarles, cuando el líder de los invasores intentó atacar con una daga envenenada, Jimoto la interceptó con su propia mano, partiéndola en dos con un solo movimiento. El bosque quedó en silencio. Los cazadores, atónitos, entendieron que no podrían ganar. Uno a uno, huyeron dejando atrás su equipo y su orgullo. Shunrei, aún receloso, lo observó con ojos de un azul profundo. Jimoto sintió algo extraño en su mente, como un murmullo antiguo, un lenguaje que no debería entender… pero lo hizo. —*Tú… ¿puedes oírme?* —la voz de Shunrei resonó en su mente, profunda y sabia. Jimoto parpadeó, sorprendido. —Sí… ¿cómo es posible? Shunrei inclinó su gran cabeza, inspeccionándolo con curiosidad. —*Durante siglos, los humanos han intentado hablarme, pero nunca han comprendido mis palabras. Eres el primero… el único.* Desde ese día, Jimoto y Shunrei forjaron una amistad única. El dragón, antiguo guardián de las montañas, compartía con él los secretos de la naturaleza y la historia de los tiempos olvidados. Jimoto, a su vez, le contaba sobre el mundo de los humanos, sobre los lugares que había visto y las maravillas que aún deseaba conocer. Juntos, viajaron más allá de las montañas, explorando lo desconocido. Donde Jimoto encontraba peligro, Shunrei lo protegía. Donde el dragón hallaba desesperanza en la humanidad, Jimoto le mostraba la bondad que aún existía. Eran diferentes en todo sentido, pero en su soledad compartida encontraron un lazo irrompible. Un viajero de las estrellas y un guardián ancestral, unidos por un destino que aún estaba por escribirse.
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  • Promesas en papel
    Fandom Epoca Victoriana
    Categoría Romance
    El sol de la tarde se filtraba a través de los vitrales, bañando la habitación con un resplandor cálido y dorado. Me encontraba en mi rincón favorito del invernadero, rodeado del dulce aroma de las gardenias y camelias en flor. La brisa acariciaba mis cabellos, jugando con ellos como si intentara robarme los pensamientos que revoloteaban en mi mente. Pero hoy no se los permitiría. Hoy, mis pensamientos no se desvanecerán en el viento.

    Con una sonrisa que no podía ocultar, deslicé la pluma sobre el papel. La tinta negra danzaba en suaves líneas, dando vida a las palabras que hasta ahora había guardado solo para mí.

    "Mi querido..."

    Solo esas dos palabras y ya sentí mi corazón latir con fuerza. La emoción era embriagadora, como el primer brote de una flor en primavera. Había pasado noches enteras imaginando este momento, planeando cada frase, cada suspiro contenido entre las letras. Pero ahora que finalmente escribía, las palabras fluían como un río desbordado, incapaz de contener todo lo que deseaba decirle.

    "Cada día que pasa, encuentro mi mirada perdida en la ventana, buscando un atisbo de tu silueta entre la multitud. Sé que no debería, que es peligroso, que si alguien nos descubre... Pero, ¿cómo podría ignorar lo que mi corazón me grita? En cada vals, en cada paseo por los jardines, incluso en los momentos de absoluta soledad, tu presencia nunca me abandona. ¿Acaso sientes lo mismo?"

    Me detuve por un instante, presionando la pluma contra el papel mientras contenía la risa que amenazaba con escaparse de mis labios. Qué atrevida me había vuelto. Pero no importaba. Hoy no importaban las reglas, ni los murmullos de la corte, ni siquiera los ojos vigilantes de mi dama de compañía.

    Hoy, por primera vez, era yo quien daba el primer paso.

    Volví a la carta con renovado entusiasmo.

    "Tal vez pienses que es una locura, que no debería escribirte así, con el corazón desnudo sobre este papel. Pero dime, ¿acaso no es la vida en sí una locura maravillosa? Si este atrevimiento me condena, que así sea. No quiero pasar un solo día más callando lo que en mi pecho arde con fuerza. Así que, si el destino ha de reírse de mí, prefiero que lo haga sabiendo que al menos fui sincera."

    Mis mejillas ardían cuando terminé la última frase. ¿Realmente había escrito aquello? ¿Realmente le estaba enviando esta confesión sin saber siquiera si la respuesta que recibiría sería un eco de mis sentimientos o el filo de un adiós?

    Con sumo cuidado, dobla la carta y la introduce en un sobre marfil. Tomé el sello de lacre y dejé caer la cera roja, estampando sobre ella un pequeño ramillete de flores secas, aquellas que él solía admirar cuando paseábamos juntos por los jardines de la mansión.

    Me permití un último suspiro antes de levantar la carta y acercarla a mis labios en un beso fugaz, como si aquel gesto pudiera impregnarla con toda la ternura que mi alma contenía.

    —"Llévala con cuidado" —susurré mientras la depositaba en manos de mi doncella de confianza—. "Y no dejes que nadie te vea."

    Ella apuntando con una leve sonrisa antes de perderse por los pasillos de la mansión.

    El destino ya estaba echado. Ahora, sólo quedaba esperar.
    El sol de la tarde se filtraba a través de los vitrales, bañando la habitación con un resplandor cálido y dorado. Me encontraba en mi rincón favorito del invernadero, rodeado del dulce aroma de las gardenias y camelias en flor. La brisa acariciaba mis cabellos, jugando con ellos como si intentara robarme los pensamientos que revoloteaban en mi mente. Pero hoy no se los permitiría. Hoy, mis pensamientos no se desvanecerán en el viento. Con una sonrisa que no podía ocultar, deslicé la pluma sobre el papel. La tinta negra danzaba en suaves líneas, dando vida a las palabras que hasta ahora había guardado solo para mí. "Mi querido..." Solo esas dos palabras y ya sentí mi corazón latir con fuerza. La emoción era embriagadora, como el primer brote de una flor en primavera. Había pasado noches enteras imaginando este momento, planeando cada frase, cada suspiro contenido entre las letras. Pero ahora que finalmente escribía, las palabras fluían como un río desbordado, incapaz de contener todo lo que deseaba decirle. "Cada día que pasa, encuentro mi mirada perdida en la ventana, buscando un atisbo de tu silueta entre la multitud. Sé que no debería, que es peligroso, que si alguien nos descubre... Pero, ¿cómo podría ignorar lo que mi corazón me grita? En cada vals, en cada paseo por los jardines, incluso en los momentos de absoluta soledad, tu presencia nunca me abandona. ¿Acaso sientes lo mismo?" Me detuve por un instante, presionando la pluma contra el papel mientras contenía la risa que amenazaba con escaparse de mis labios. Qué atrevida me había vuelto. Pero no importaba. Hoy no importaban las reglas, ni los murmullos de la corte, ni siquiera los ojos vigilantes de mi dama de compañía. Hoy, por primera vez, era yo quien daba el primer paso. Volví a la carta con renovado entusiasmo. "Tal vez pienses que es una locura, que no debería escribirte así, con el corazón desnudo sobre este papel. Pero dime, ¿acaso no es la vida en sí una locura maravillosa? Si este atrevimiento me condena, que así sea. No quiero pasar un solo día más callando lo que en mi pecho arde con fuerza. Así que, si el destino ha de reírse de mí, prefiero que lo haga sabiendo que al menos fui sincera." Mis mejillas ardían cuando terminé la última frase. ¿Realmente había escrito aquello? ¿Realmente le estaba enviando esta confesión sin saber siquiera si la respuesta que recibiría sería un eco de mis sentimientos o el filo de un adiós? Con sumo cuidado, dobla la carta y la introduce en un sobre marfil. Tomé el sello de lacre y dejé caer la cera roja, estampando sobre ella un pequeño ramillete de flores secas, aquellas que él solía admirar cuando paseábamos juntos por los jardines de la mansión. Me permití un último suspiro antes de levantar la carta y acercarla a mis labios en un beso fugaz, como si aquel gesto pudiera impregnarla con toda la ternura que mi alma contenía. —"Llévala con cuidado" —susurré mientras la depositaba en manos de mi doncella de confianza—. "Y no dejes que nadie te vea." Ella apuntando con una leve sonrisa antes de perderse por los pasillos de la mansión. El destino ya estaba echado. Ahora, sólo quedaba esperar.
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  • "La Sombra del Ayer".
    #monorol

    Lucia observaba a Carmina desde la ventana de la tienda, viendo cómo la joven acomodaba cajas en los estantes con la paciencia de quien ha hecho ese trabajo toda su vida. Su nieta tenía el cabello rizado de su madre, la misma expresión soñadora en los ojos verdes. Cada vez que la veía, un miedo antiguo y persistente le oprimía el pecho. No podía evitarlo.

    Su hija había sido su más grande alegría y su más profundo dolor. Desde que era una niña, Lucia la había visto brillar con una energía vibrante, llena de sueños y anhelos que parecían inalcanzables. Había querido tanto para ella, había esperado que encontrara su camino en la vida sin tropezar con las sombras que acechaban en cada esquina. Pero el amor… el amor había sido su ruina. Se enamoró de un hombre que solo trajo destrucción y miseria, un mafioso que la arrastró a un mundo de drogas, peligro y desesperación. Lucia aún recordaba las noches en vela, las súplicas, los intentos desesperados de recuperar a su hija de ese abismo. Todo en vano.

    Cuando finalmente la perdió, quedó Carmina. Una niña inocente que no tenía la culpa de nada. Lucia y su esposo, Pietro, habían decidido desde el primer momento que no cometerían los mismos errores. Criarían a Carmina con disciplina, con cuidado, protegiéndola de todo lo que pudiera torcer su destino. La inscribieron en una escuela solo para mujeres, la rodearon de un ambiente seguro, sin distracciones, sin peligros. Querían que creciera fuerte, que tuviera oportunidades, que jamás cayera en la trampa de un amor equivocado.

    Pero a veces, cuando Carmina sonreía de cierta manera o cuando la encontraba perdida en pensamientos mientras miraba por la ventana, Lucia sentía un escalofrío recorrerle la espalda. Temía que en algún rincón de su corazón, la misma llama que había consumido a su hija estuviera ardiendo en su nieta. Temía que, a pesar de todos sus esfuerzos, la historia volviera a repetirse.

    Carmina era la mezcla perfecta entre su hija y aquel hombre. Heredó de él el cabello rojizo, como un eco de la pasión de un pasado lleno de sombras, y los mismos ojos verdes que alguna vez brillaron en la mirada de aquella joven llena de sueños. Cada vez que Lucia veía esos ojos, veía no solo el reflejo de su hija, sino también la sombra del hombre que tanto daño había causado, como si en cada uno de esos detalles se escondiera un recordatorio de lo que había perdido. No importaba cuánto amara a su nieta, siempre sentía esa mezcla de amor y temor profundo al verla.

    Pietro le decía que debía confiar en Carmina, que no todas las mujeres estaban destinadas a cometer los mismos errores. Que su nieta era fuerte, que tenía más de ella que de su madre. Pero Lucia no podía simplemente aceptar eso. El miedo de una madre, y ahora de una abuela, no se disipaba con palabras bonitas.

    Y, además, había algo que la inquietaba aún más: el día en que ella ya no estuviera para guiar a Carmina. El día en que no pudiera protegerla, ni acompañarla en las decisiones difíciles que la vida le depararía. Ese pensamiento la llenaba de angustia, como una sombra constante en su pecho. ¿Qué pasaría con Carmina cuando ella ya no pudiera estar allí para impedirle caer en los mismos errores de antes? ¿Quién la cuidaría cuando la fortaleza de la abuela ya no fuera suficiente?

    Por eso, a veces, sin darse cuenta, dejaba caer comentarios sobre su deseo de verla casada algún día, de encontrar un buen hombre que la protegiera, alguien que la hiciera feliz. Lo decía con una sonrisa, como si fuera un simple anhelo de abuela, pero en el fondo era su mayor temor disfrazado de esperanza. Porque si Carmina encontraba a la persona correcta, Lucia podría irse en paz. Pero si elegía mal… si la historia volvía a repetirse…

    Suspiró y se apartó de la ventana. Carmina era joven, inteligente, trabajadora. Pero el amor era traicionero. Y Lucia no estaba dispuesta a perderla también.
    "La Sombra del Ayer". #monorol Lucia observaba a Carmina desde la ventana de la tienda, viendo cómo la joven acomodaba cajas en los estantes con la paciencia de quien ha hecho ese trabajo toda su vida. Su nieta tenía el cabello rizado de su madre, la misma expresión soñadora en los ojos verdes. Cada vez que la veía, un miedo antiguo y persistente le oprimía el pecho. No podía evitarlo. Su hija había sido su más grande alegría y su más profundo dolor. Desde que era una niña, Lucia la había visto brillar con una energía vibrante, llena de sueños y anhelos que parecían inalcanzables. Había querido tanto para ella, había esperado que encontrara su camino en la vida sin tropezar con las sombras que acechaban en cada esquina. Pero el amor… el amor había sido su ruina. Se enamoró de un hombre que solo trajo destrucción y miseria, un mafioso que la arrastró a un mundo de drogas, peligro y desesperación. Lucia aún recordaba las noches en vela, las súplicas, los intentos desesperados de recuperar a su hija de ese abismo. Todo en vano. Cuando finalmente la perdió, quedó Carmina. Una niña inocente que no tenía la culpa de nada. Lucia y su esposo, Pietro, habían decidido desde el primer momento que no cometerían los mismos errores. Criarían a Carmina con disciplina, con cuidado, protegiéndola de todo lo que pudiera torcer su destino. La inscribieron en una escuela solo para mujeres, la rodearon de un ambiente seguro, sin distracciones, sin peligros. Querían que creciera fuerte, que tuviera oportunidades, que jamás cayera en la trampa de un amor equivocado. Pero a veces, cuando Carmina sonreía de cierta manera o cuando la encontraba perdida en pensamientos mientras miraba por la ventana, Lucia sentía un escalofrío recorrerle la espalda. Temía que en algún rincón de su corazón, la misma llama que había consumido a su hija estuviera ardiendo en su nieta. Temía que, a pesar de todos sus esfuerzos, la historia volviera a repetirse. Carmina era la mezcla perfecta entre su hija y aquel hombre. Heredó de él el cabello rojizo, como un eco de la pasión de un pasado lleno de sombras, y los mismos ojos verdes que alguna vez brillaron en la mirada de aquella joven llena de sueños. Cada vez que Lucia veía esos ojos, veía no solo el reflejo de su hija, sino también la sombra del hombre que tanto daño había causado, como si en cada uno de esos detalles se escondiera un recordatorio de lo que había perdido. No importaba cuánto amara a su nieta, siempre sentía esa mezcla de amor y temor profundo al verla. Pietro le decía que debía confiar en Carmina, que no todas las mujeres estaban destinadas a cometer los mismos errores. Que su nieta era fuerte, que tenía más de ella que de su madre. Pero Lucia no podía simplemente aceptar eso. El miedo de una madre, y ahora de una abuela, no se disipaba con palabras bonitas. Y, además, había algo que la inquietaba aún más: el día en que ella ya no estuviera para guiar a Carmina. El día en que no pudiera protegerla, ni acompañarla en las decisiones difíciles que la vida le depararía. Ese pensamiento la llenaba de angustia, como una sombra constante en su pecho. ¿Qué pasaría con Carmina cuando ella ya no pudiera estar allí para impedirle caer en los mismos errores de antes? ¿Quién la cuidaría cuando la fortaleza de la abuela ya no fuera suficiente? Por eso, a veces, sin darse cuenta, dejaba caer comentarios sobre su deseo de verla casada algún día, de encontrar un buen hombre que la protegiera, alguien que la hiciera feliz. Lo decía con una sonrisa, como si fuera un simple anhelo de abuela, pero en el fondo era su mayor temor disfrazado de esperanza. Porque si Carmina encontraba a la persona correcta, Lucia podría irse en paz. Pero si elegía mal… si la historia volvía a repetirse… Suspiró y se apartó de la ventana. Carmina era joven, inteligente, trabajadora. Pero el amor era traicionero. Y Lucia no estaba dispuesta a perderla también.
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  • ### **El Encuentro con Niko Tokita**

    El bosque se había convertido en su refugio. Durante días, Takeru entrenó sin descanso, endureciendo su cuerpo y despejando su mente. Sabía que una vez que el Torneo Kengan comenzara, no habría marcha atrás. Su destino se forjaría con cada golpe, con cada movimiento, y quizás… con cada vida que tomara.

    Pero el destino tenía otras pruebas para él antes de que llegara el día del torneo.

    Aquella tarde, mientras terminaba de hundir sus puños en una roca, escuchó pasos ligeros acercándose entre la maleza. Su instinto se afiló al instante. No había muchas razones para que alguien lo buscara aquí. Se giró rápidamente, adoptando una postura defensiva.

    Frente a él, de pie sobre una raíz gruesa, estaba un hombre de apariencia peculiar. Llevaba un poncho color arena que ondeaba ligeramente con la brisa, cubriendo gran parte de su cuerpo. Su cabello lacio y oscuro caía de forma desordenada, cubriendo su ojo derecho por completo, dándole un aire misterioso.

    —Vaya, pensé que me recibirías con menos hostilidad. —El hombre cruzó los brazos, evaluándolo con una mirada tranquila, pero afilada.

    Takeru no bajó la guardia.

    —¿Quién eres?

    El hombre dio un paso adelante, sin mostrar signos de amenaza.

    —Soy Niko Tokita. —Hizo una pausa, inclinando la cabeza ligeramente—. Y vengo a hacerte un favor.

    Takeru frunció el ceño.

    —¿Un favor?

    Tokita señaló sus puños con un leve movimiento de cabeza.

    —Vi tu pelea contra Harold Smith. Buen boxeo. Preciso, rápido… pero también incompleto. —Su tono se volvió más serio—. Si sigues peleando solo con eso, te van a matar.

    Takeru sintió una punzada de irritación.

    —No necesito patadas ni otras tonterías.

    Tokita soltó una leve carcajada.

    —No tienes que aprender a patear si no quieres. Pero dime… —Hizo una pausa, entrecerrando los ojos—. ¿Qué harás cuando te acorralen contra una pared? ¿O cuando alguien mucho más fuerte que tú te agarre y te estrelle contra el suelo?

    Takeru apretó los dientes.

    Tokita continuó.

    —El boxeo es hermoso, pero no es suficiente en este torneo. Aquí no hay reglas, no hay árbitros, no hay segundas oportunidades. —Dio un paso más cerca, mirándolo directo a los ojos—. Si no te adaptas, morirás.

    El silencio entre ambos pesó por un momento. Takeru quería responder, quería decir que no necesitaba ayuda, pero en el fondo sabía que Tokita tenía razón.

    —Entonces… ¿qué propones? —preguntó finalmente.

    Tokita sonrió.

    —El Estilo Niko.

    Takeru levantó una ceja.

    —¿Y qué diablos es eso?

    Tokita no respondió con palabras. En su lugar, inhaló profundamente y cambió su postura. Su expresión serena desapareció, dando paso a una mirada afilada, como la de un depredador que acaba de encontrar a su presa.

    Luego, se movió.

    En un abrir y cerrar de ojos, Tokita se deslizó hacia él con una velocidad aterradora. Takeru intentó reaccionar, pero antes de que pudiera siquiera levantar los puños, una ráfaga de movimientos cayó sobre él.

    Un golpe de palma dirigido a su rostro que desvió por puro instinto. Un giro fluido que lo desbalanceó con un barrido sutil. Un codazo que se detuvo a centímetros de su sien.

    Y en menos de dos segundos, estaba en el suelo.

    Tokita se quedó de pie, su poncho ondeando levemente con la brisa. Su sonrisa confiada no se había desvanecido.

    —Esto es el Estilo Niko. Una combinación de técnicas que te permitirá adaptarte a cualquier situación. —Extendió una mano para ayudarlo a levantarse—. No te pido que renuncies a tu boxeo… solo que amplíes tu arsenal.

    Takeru respiró hondo, su mente procesando lo que acababa de pasar.

    Sabía que ese hombre tenía razón. Si quería sobrevivir… tenía que evolucionar.

    Apretó la mano de Tokita y se puso de pie.

    —Está bien. Enséñame.
    ### **El Encuentro con Niko Tokita** El bosque se había convertido en su refugio. Durante días, Takeru entrenó sin descanso, endureciendo su cuerpo y despejando su mente. Sabía que una vez que el Torneo Kengan comenzara, no habría marcha atrás. Su destino se forjaría con cada golpe, con cada movimiento, y quizás… con cada vida que tomara. Pero el destino tenía otras pruebas para él antes de que llegara el día del torneo. Aquella tarde, mientras terminaba de hundir sus puños en una roca, escuchó pasos ligeros acercándose entre la maleza. Su instinto se afiló al instante. No había muchas razones para que alguien lo buscara aquí. Se giró rápidamente, adoptando una postura defensiva. Frente a él, de pie sobre una raíz gruesa, estaba un hombre de apariencia peculiar. Llevaba un poncho color arena que ondeaba ligeramente con la brisa, cubriendo gran parte de su cuerpo. Su cabello lacio y oscuro caía de forma desordenada, cubriendo su ojo derecho por completo, dándole un aire misterioso. —Vaya, pensé que me recibirías con menos hostilidad. —El hombre cruzó los brazos, evaluándolo con una mirada tranquila, pero afilada. Takeru no bajó la guardia. —¿Quién eres? El hombre dio un paso adelante, sin mostrar signos de amenaza. —Soy Niko Tokita. —Hizo una pausa, inclinando la cabeza ligeramente—. Y vengo a hacerte un favor. Takeru frunció el ceño. —¿Un favor? Tokita señaló sus puños con un leve movimiento de cabeza. —Vi tu pelea contra Harold Smith. Buen boxeo. Preciso, rápido… pero también incompleto. —Su tono se volvió más serio—. Si sigues peleando solo con eso, te van a matar. Takeru sintió una punzada de irritación. —No necesito patadas ni otras tonterías. Tokita soltó una leve carcajada. —No tienes que aprender a patear si no quieres. Pero dime… —Hizo una pausa, entrecerrando los ojos—. ¿Qué harás cuando te acorralen contra una pared? ¿O cuando alguien mucho más fuerte que tú te agarre y te estrelle contra el suelo? Takeru apretó los dientes. Tokita continuó. —El boxeo es hermoso, pero no es suficiente en este torneo. Aquí no hay reglas, no hay árbitros, no hay segundas oportunidades. —Dio un paso más cerca, mirándolo directo a los ojos—. Si no te adaptas, morirás. El silencio entre ambos pesó por un momento. Takeru quería responder, quería decir que no necesitaba ayuda, pero en el fondo sabía que Tokita tenía razón. —Entonces… ¿qué propones? —preguntó finalmente. Tokita sonrió. —El Estilo Niko. Takeru levantó una ceja. —¿Y qué diablos es eso? Tokita no respondió con palabras. En su lugar, inhaló profundamente y cambió su postura. Su expresión serena desapareció, dando paso a una mirada afilada, como la de un depredador que acaba de encontrar a su presa. Luego, se movió. En un abrir y cerrar de ojos, Tokita se deslizó hacia él con una velocidad aterradora. Takeru intentó reaccionar, pero antes de que pudiera siquiera levantar los puños, una ráfaga de movimientos cayó sobre él. Un golpe de palma dirigido a su rostro que desvió por puro instinto. Un giro fluido que lo desbalanceó con un barrido sutil. Un codazo que se detuvo a centímetros de su sien. Y en menos de dos segundos, estaba en el suelo. Tokita se quedó de pie, su poncho ondeando levemente con la brisa. Su sonrisa confiada no se había desvanecido. —Esto es el Estilo Niko. Una combinación de técnicas que te permitirá adaptarte a cualquier situación. —Extendió una mano para ayudarlo a levantarse—. No te pido que renuncies a tu boxeo… solo que amplíes tu arsenal. Takeru respiró hondo, su mente procesando lo que acababa de pasar. Sabía que ese hombre tenía razón. Si quería sobrevivir… tenía que evolucionar. Apretó la mano de Tokita y se puso de pie. —Está bien. Enséñame.
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  • Mañana - Soleado

    En las profundidades del bosque se podía ver a Orion en sus rutinas diarias de exploración, recorriendo entre los árboles buscando diversas plantas para sus remedios herbales, recordando las enseñanzas de su madre sujetó con cuidado una de las plantas, recolectando unas pocas las guardaba en su bolsa además de dejar otro rastro leve donde podrían crecer nuevas.

    — Esta podría ayudar con los dilemas estomacales... y esta otra para la fiebre, ¡Oh!, incluso hay para cocinar, hoy parece ser un gran día.

    Ante las palabras de Orion el viento a su alrededor se arremolinaba, pareciendo susurros con las hojas Orion se reía antes de levantar la cabeza hacia los árboles.

    — Lo sé amigo mío, el bosque siempre tiene lo que necesitamos, mi padre me lo repetía constantemente, pero siempre me maravilla como todo puede crecer por aquí.

    Al terminar sus palabras Orion se estiraba para liberar un poco la rigidez muscular que adquiría siempre que se agachaba a recolectar, después de eso posaba las manos en las caderas antes de suspirar.

    — ¿Crees que debería hacer un bastón como lo tuvo mi padre?, empiezo a ver porque usaba uno aunque no era tan anciano......

    A sus palabras nuevamente el viento se arremolinaba, levantando hojas que rodeaban a Orion antes de que él se riese, nuevamente retomaba su caminata en dirección a otra zona del bosque.
    📅 Mañana - Soleado En las profundidades del bosque se podía ver a Orion en sus rutinas diarias de exploración, recorriendo entre los árboles buscando diversas plantas para sus remedios herbales, recordando las enseñanzas de su madre sujetó con cuidado una de las plantas, recolectando unas pocas las guardaba en su bolsa además de dejar otro rastro leve donde podrían crecer nuevas. — Esta podría ayudar con los dilemas estomacales... y esta otra para la fiebre, ¡Oh!, incluso hay para cocinar, hoy parece ser un gran día. Ante las palabras de Orion el viento a su alrededor se arremolinaba, pareciendo susurros con las hojas Orion se reía antes de levantar la cabeza hacia los árboles. — Lo sé amigo mío, el bosque siempre tiene lo que necesitamos, mi padre me lo repetía constantemente, pero siempre me maravilla como todo puede crecer por aquí. Al terminar sus palabras Orion se estiraba para liberar un poco la rigidez muscular que adquiría siempre que se agachaba a recolectar, después de eso posaba las manos en las caderas antes de suspirar. — ¿Crees que debería hacer un bastón como lo tuvo mi padre?, empiezo a ver porque usaba uno aunque no era tan anciano...... A sus palabras nuevamente el viento se arremolinaba, levantando hojas que rodeaban a Orion antes de que él se riese, nuevamente retomaba su caminata en dirección a otra zona del bosque.
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  • —Después de la noche anterior en los apocentos reales con solo mi camisa cubriendo mi cuerpo me dirigí a la cocina por un poco de café no me importaba mi atuendo ya que estaba en el palacio en mi trayecto hacía el dormitorio veo una habitación lleno instrumentos musicales entrando a tal habitación agarrando una guitarra poco a poco empezaba a afinarlo haciendo eco por los pasillos del palacio hasta que una sutil melodía enpieso a sonar mientras tocaba la guitarra empecé a recordar las palabras Lucifer Morningstar sonriendo empecé a cantar en eso sintiendo su abrazo empezó a cantar conmigo mientras mi sombra escondido grababa el dueto de los dos —







    https://youtu.be/LEAvjGbqHZo?si=xvgyf9C1s0NcY2ym
    —Después de la noche anterior en los apocentos reales con solo mi camisa cubriendo mi cuerpo me dirigí a la cocina por un poco de café no me importaba mi atuendo ya que estaba en el palacio en mi trayecto hacía el dormitorio veo una habitación lleno instrumentos musicales entrando a tal habitación agarrando una guitarra poco a poco empezaba a afinarlo haciendo eco por los pasillos del palacio hasta que una sutil melodía enpieso a sonar mientras tocaba la guitarra empecé a recordar las palabras [ripple_platinum_panda_780] sonriendo empecé a cantar en eso sintiendo su abrazo empezó a cantar conmigo mientras mi sombra escondido grababa el dueto de los dos — https://youtu.be/LEAvjGbqHZo?si=xvgyf9C1s0NcY2ym
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  • +estando un poco cansado, solo me quedo escuchando aquella canción cantando la misma con fuerza, buscando ocultar lo que siento realmente+

    Soy la pregunta del millón
    Siempre la interrogación
    No respondas que sí, porque sí
    Y qué, ¿qué podrías tú decir?
    Si yo no te voy a oír, no me entiendes
    Y nunca seré lo que esperas de mí
    Jamás, ya me vas a conocer
    Niño y hombre puedo ser
    No me uses y apartes de ti
    Y di, ¿cómo alguien aprendió
    Lo que nadie le enseñó?
    No me entienden, no estoy aquí
    Y yo solo quiero ser real
    Y sentir el mundo igual que los otros
    Seguir siempre así
    ¿Por qué yo tendría que cambiar?
    Nadie más lo va a intentar y no entienden
    Que sigo aquí
    Y tú, ves lo que ellos nunca ven
    Te daría el cien por cien
    Me conoces, ya no hay temor
    Y yo mostraría lo que soy
    Si tú vienes donde voy, no me alcanzan
    Si eres mi amigo mejor
    ¿Qué sabrán del mal y el bien?
    Yo no soy lo que ven
    Todo un mundo durmiendo y yo sigo soñando porque
    Sus palabras susurran mentiras que nunca creeré
    Y yo solo quiero ser real
    Y sentir el mundo igual que los otros
    Por ellos, por mí
    ¿Por qué yo tendría que cambiar?
    Nadie más lo va a intentar, estoy solo
    Y sigo aquí
    Solo yo, estoy aquí
    Sigo aquí, sigo aquí

    +estando un poco cansado, solo me quedo escuchando aquella canción cantando la misma con fuerza, buscando ocultar lo que siento realmente+ Soy la pregunta del millón Siempre la interrogación No respondas que sí, porque sí Y qué, ¿qué podrías tú decir? Si yo no te voy a oír, no me entiendes Y nunca seré lo que esperas de mí Jamás, ya me vas a conocer Niño y hombre puedo ser No me uses y apartes de ti Y di, ¿cómo alguien aprendió Lo que nadie le enseñó? No me entienden, no estoy aquí Y yo solo quiero ser real Y sentir el mundo igual que los otros Seguir siempre así ¿Por qué yo tendría que cambiar? Nadie más lo va a intentar y no entienden Que sigo aquí Y tú, ves lo que ellos nunca ven Te daría el cien por cien Me conoces, ya no hay temor Y yo mostraría lo que soy Si tú vienes donde voy, no me alcanzan Si eres mi amigo mejor ¿Qué sabrán del mal y el bien? Yo no soy lo que ven Todo un mundo durmiendo y yo sigo soñando porque Sus palabras susurran mentiras que nunca creeré Y yo solo quiero ser real Y sentir el mundo igual que los otros Por ellos, por mí ¿Por qué yo tendría que cambiar? Nadie más lo va a intentar, estoy solo Y sigo aquí Solo yo, estoy aquí Sigo aquí, sigo aquí
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  • — En un bosque de árboles altos y exuberantes se podía ver a Orion trabajando en un madero para cortarlo, con una sonrisa amable y escuchando al bosque en sus charlas diarias —

    No creo que los humanos sean tan malos, ¿Seguro no es solo tu miedo hablando querido amigo?...….. en todo ser, hay bien y mal, así como existen hierbas malas que dañan los cultivos, existen flores que dan bellas vistas... No es bueno juzgar a todos por las acciones de unos pocos.

    — A las palabras de Orion el viento parecía mecerse a su alrededor provocando que las hojas del suelo flotasen rodeándolo antes de volver al suelo —

    Vamos amigo mío, ponerse gruñón no hará que tengas la razón, no es más elocuente el que grita que el que habla con calma.
    — En un bosque de árboles altos y exuberantes se podía ver a Orion trabajando en un madero para cortarlo, con una sonrisa amable y escuchando al bosque en sus charlas diarias — No creo que los humanos sean tan malos, ¿Seguro no es solo tu miedo hablando querido amigo?...….. en todo ser, hay bien y mal, así como existen hierbas malas que dañan los cultivos, existen flores que dan bellas vistas... No es bueno juzgar a todos por las acciones de unos pocos. — A las palabras de Orion el viento parecía mecerse a su alrededor provocando que las hojas del suelo flotasen rodeándolo antes de volver al suelo — Vamos amigo mío, ponerse gruñón no hará que tengas la razón, no es más elocuente el que grita que el que habla con calma.
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