• Se sentó en silencio, con la mirada perdida en el vacío, mientras su mente se sumía en pensamientos oscuros y reflexiones silenciosas.


    #Personajes3D #3D #Comunidad3D
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  • - Puedo describirme, escribirte, describirnos y crear un nosotros de mil maneras distintas, porque así soy, es mi naturaleza, egoísta como ninguno y el más orgulloso de todos, soy apacible y me tardo para herir, una vez decido lo que quiero aunque nadie más quiera que así sea, yo lo tendré y lo llamaré mío hasta el tiempo que así yo decida, yo he creado y he borrado mundos, renacido en cada día, navegó las noches en las sombras en mi adorado oscuro encantador, pirata soy, corazones tengo por tesoro, no miento, mi historia habla por mi, sangre por sangre y sin lágrimas, corazón de acero, alma de fuego y cuerpos de papel, cuando llueva tu me verás, en el sol yo estaré y en las noches todas las esteellas yo gobernaré .
    - Puedo describirme, escribirte, describirnos y crear un nosotros de mil maneras distintas, porque así soy, es mi naturaleza, egoísta como ninguno y el más orgulloso de todos, soy apacible y me tardo para herir, una vez decido lo que quiero aunque nadie más quiera que así sea, yo lo tendré y lo llamaré mío hasta el tiempo que así yo decida, yo he creado y he borrado mundos, renacido en cada día, navegó las noches en las sombras en mi adorado oscuro encantador, pirata soy, corazones tengo por tesoro, no miento, mi historia habla por mi, sangre por sangre y sin lágrimas, corazón de acero, alma de fuego y cuerpos de papel, cuando llueva tu me verás, en el sol yo estaré y en las noches todas las esteellas yo gobernaré .
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  • El lugar parecía detenido en un tiempo que ya nadie recordaba. Columnas caídas yacen dispersas como huesos de un gigante olvidado, cubiertas de un musgo frío que crece sin prisa. La luz de la luna filtraba su pálida claridad a través de los huecos de un techo inexistente, proyectando sombras entre los arcos rotos. El aire estaba impregnado de humedad y un leve olor a tierra vieja, mezclado con el silencio que sólo los lugares abandonados saben guardar.

    En el centro de aquel vacío, permanecía de pie, inmóvil como una estatua, apenas un resplandor oscuro contra el paisaje desolado. Su manto caía sobre ella como una extensión de las sombras mismas, abrazándola y convirtiéndola en parte de la penumbra. En su mano derecha sostenía un medallón antiguo, frío al tacto, sus runas apenas visibles bajo la tenue luz, vibrando suavemente con una energía que ella podía sentir más que ver.

    Sus ojos, que brillaban con la intensidad de brasas vivas, estaban fijos en el horizonte, más allá de las ruinas. Observaba algo que no estaba allí, un punto perdido en la maraña de pensamientos que la mantenían atrapada. Un susurro interno le hablaba, no con palabras, sino con emociones que se enredaban entre la culpa, la determinación y un vacío que nunca terminaba de llenarse.

    Sus dedos trazaron los grabados del medallón, una caricia ausente que buscaba consuelo en lo que ya no podía ofrecerle respuestas. "Equilibrio..." murmuró, apenas un eco de voz que se perdió antes de alcanzar las paredes. La palabra cargaba un peso que resonaba en cada fibra de su ser, como una oración a un dios que no respondería.

    El viento, frío y delicado, sopló entre las ruinas, acariciando su rostro descubierto. Una rareza para ella, dejar a la intemperie los rasgos que casi siempre permanecían ocultos tras la máscara. Aquello no era un acto de confianza, sino de agotamiento. ¿Qué más podía esconder en un lugar donde nadie vendría a mirar?

    Alzó la vista al cielo, donde las estrellas titilaban indiferentes, como ojos eternos que habían visto más de lo que ella jamás podría comprender. Allí, entre las luces del firmamento, se permitió un instante de vulnerabilidad, un pequeño respiro para la tormenta que llevaba dentro. Su mente volvía a las mismas preguntas, las mismas sombras que nunca se apartaban del todo. ¿Había luz suficiente para compensar las penumbras? ¿Había un final en la balanza que pesaba sobre su existencia?

    La brisa murió lentamente, dejando el aire inmóvil una vez más. Y Moiril, con una calma tensa y una mirada cargada de significado, cerró los ojos. La soledad del lugar la envolvía, pero no la asfixiaba. Era familiar, casi un refugio, aunque lleno de cicatrices que ella misma había tallado.

    La quietud era casi tangible, como si el tiempo mismo hubiera decidido detenerse para observarla. Con los ojos cerrados, podía sentir la textura del lugar en su piel, la rugosidad del aire cargado de historia y las vibraciones imperceptibles que susurraban secretos de lo que una vez fue. Cada grieta en las piedras parecía murmurar una verdad olvidada, y ella, en su inmovilidad, las escuchaba.

    Su mente, sin embargo, era cualquier cosa menos tranquila. Imágenes dispersas cruzaban su conciencia: rostros que apenas podía recordar, risas que sonaban huecas y gritos que se desvanecían antes de completarse. Fragmentos de un pasado que ella nunca había podido recomponer, como pedazos de un espejo roto donde la luz y la oscuridad se reflejaban indistintas.

    Una lágrima silenciosa comenzó a formarse, deslizando un rastro helado por su mejilla, apenas visible en la penumbra. No era debilidad, ni arrepentimiento; era la manifestación de un peso que no podía ser ignorado. Con un gesto lento, casi ritual, sus dedos buscaron la máscara que descansaba cerca, su superficie fría y lisa como un eco del vacío que llevaba dentro. Se detuvo un instante, mirándola, como si el reflejo distorsionado en el metal pudiera devolverle algo perdido.

    Finalmente, se la colocó con precisión, ajustándola hasta que encajó perfectamente, ocultando su rostro y dejando en su lugar un enigma impenetrable. No era un acto de cobardía, sino una decisión consciente de apartar el dolor de la vista del mundo. La máscara era su escudo, un límite que nadie podía atravesar, una forma de mantenerse intacta en medio de las ruinas que la rodeaban.
    El lugar parecía detenido en un tiempo que ya nadie recordaba. Columnas caídas yacen dispersas como huesos de un gigante olvidado, cubiertas de un musgo frío que crece sin prisa. La luz de la luna filtraba su pálida claridad a través de los huecos de un techo inexistente, proyectando sombras entre los arcos rotos. El aire estaba impregnado de humedad y un leve olor a tierra vieja, mezclado con el silencio que sólo los lugares abandonados saben guardar. En el centro de aquel vacío, permanecía de pie, inmóvil como una estatua, apenas un resplandor oscuro contra el paisaje desolado. Su manto caía sobre ella como una extensión de las sombras mismas, abrazándola y convirtiéndola en parte de la penumbra. En su mano derecha sostenía un medallón antiguo, frío al tacto, sus runas apenas visibles bajo la tenue luz, vibrando suavemente con una energía que ella podía sentir más que ver. Sus ojos, que brillaban con la intensidad de brasas vivas, estaban fijos en el horizonte, más allá de las ruinas. Observaba algo que no estaba allí, un punto perdido en la maraña de pensamientos que la mantenían atrapada. Un susurro interno le hablaba, no con palabras, sino con emociones que se enredaban entre la culpa, la determinación y un vacío que nunca terminaba de llenarse. Sus dedos trazaron los grabados del medallón, una caricia ausente que buscaba consuelo en lo que ya no podía ofrecerle respuestas. "Equilibrio..." murmuró, apenas un eco de voz que se perdió antes de alcanzar las paredes. La palabra cargaba un peso que resonaba en cada fibra de su ser, como una oración a un dios que no respondería. El viento, frío y delicado, sopló entre las ruinas, acariciando su rostro descubierto. Una rareza para ella, dejar a la intemperie los rasgos que casi siempre permanecían ocultos tras la máscara. Aquello no era un acto de confianza, sino de agotamiento. ¿Qué más podía esconder en un lugar donde nadie vendría a mirar? Alzó la vista al cielo, donde las estrellas titilaban indiferentes, como ojos eternos que habían visto más de lo que ella jamás podría comprender. Allí, entre las luces del firmamento, se permitió un instante de vulnerabilidad, un pequeño respiro para la tormenta que llevaba dentro. Su mente volvía a las mismas preguntas, las mismas sombras que nunca se apartaban del todo. ¿Había luz suficiente para compensar las penumbras? ¿Había un final en la balanza que pesaba sobre su existencia? La brisa murió lentamente, dejando el aire inmóvil una vez más. Y Moiril, con una calma tensa y una mirada cargada de significado, cerró los ojos. La soledad del lugar la envolvía, pero no la asfixiaba. Era familiar, casi un refugio, aunque lleno de cicatrices que ella misma había tallado. La quietud era casi tangible, como si el tiempo mismo hubiera decidido detenerse para observarla. Con los ojos cerrados, podía sentir la textura del lugar en su piel, la rugosidad del aire cargado de historia y las vibraciones imperceptibles que susurraban secretos de lo que una vez fue. Cada grieta en las piedras parecía murmurar una verdad olvidada, y ella, en su inmovilidad, las escuchaba. Su mente, sin embargo, era cualquier cosa menos tranquila. Imágenes dispersas cruzaban su conciencia: rostros que apenas podía recordar, risas que sonaban huecas y gritos que se desvanecían antes de completarse. Fragmentos de un pasado que ella nunca había podido recomponer, como pedazos de un espejo roto donde la luz y la oscuridad se reflejaban indistintas. Una lágrima silenciosa comenzó a formarse, deslizando un rastro helado por su mejilla, apenas visible en la penumbra. No era debilidad, ni arrepentimiento; era la manifestación de un peso que no podía ser ignorado. Con un gesto lento, casi ritual, sus dedos buscaron la máscara que descansaba cerca, su superficie fría y lisa como un eco del vacío que llevaba dentro. Se detuvo un instante, mirándola, como si el reflejo distorsionado en el metal pudiera devolverle algo perdido. Finalmente, se la colocó con precisión, ajustándola hasta que encajó perfectamente, ocultando su rostro y dejando en su lugar un enigma impenetrable. No era un acto de cobardía, sino una decisión consciente de apartar el dolor de la vista del mundo. La máscara era su escudo, un límite que nadie podía atravesar, una forma de mantenerse intacta en medio de las ruinas que la rodeaban.
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  • Esa noche el zorro traspasó el umbral entre el reino mundano y el de los espíritus. Llegó a aquella ciudad que nunca dormía, con su anochecer eterno y siempre en festejo; la muerte no se lloraba, si no que se celebraba el comienzo de una nueva vida.

    Este había decidido ir para buscar unas hierbas medicinales en un herbolario. Estas eran difíciles de encontrar en el mundo de los vivos, y no tenía ni la paciencia ni el tiempo para buscarlas. Usaría aquellas hierbas para hacer ungüentos calmantes; para el inchazon y dolor que sentía Elizabeth a causa del embarazo. Por ello era primordial encontrarlas cuanto antes.

    El zorro caminaba por las calles de la forma más desapercibida posible; en su forma humana, cabellos negros y ropajes oscuros. Si paseaba en todo su esplendor plateado, lo estarían parando demasiadas veces para saludarlo o invitarlo a manjares. De aquella forma ahorraría tiempo para concentrarse en su tarea.

    Esa noche el zorro traspasó el umbral entre el reino mundano y el de los espíritus. Llegó a aquella ciudad que nunca dormía, con su anochecer eterno y siempre en festejo; la muerte no se lloraba, si no que se celebraba el comienzo de una nueva vida. Este había decidido ir para buscar unas hierbas medicinales en un herbolario. Estas eran difíciles de encontrar en el mundo de los vivos, y no tenía ni la paciencia ni el tiempo para buscarlas. Usaría aquellas hierbas para hacer ungüentos calmantes; para el inchazon y dolor que sentía Elizabeth a causa del embarazo. Por ello era primordial encontrarlas cuanto antes. El zorro caminaba por las calles de la forma más desapercibida posible; en su forma humana, cabellos negros y ropajes oscuros. Si paseaba en todo su esplendor plateado, lo estarían parando demasiadas veces para saludarlo o invitarlo a manjares. De aquella forma ahorraría tiempo para concentrarse en su tarea.
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  • #MonoRol | El Nacimiento de una asesina | Pt. 1

    PROGRAMA FENRIR, así había sido nombrada la iniciativa secreta de una organización de operaciones especiales, destinada a crear agentes élite a partir de niños huérfanos. La premisa era simple pero audaz: reclutar a niños sin familia y someterlos a un entrenamiento riguroso que los transformara en agentes especiales. El objetivo era desarrollar habilidades físicas extraordinarias, dominio del manejo de armas blancas y de fuego, destrezas en técnicas de infiltración y espionaje, entre otras competencias esenciales para operaciones encubiertas y de alto riesgo.

    El entrenamiento era intenso y cruel, diseñado para quebrar la voluntad de los niños y reconstruirlos como armas letales. A través de ejercicios físicos agotadores, simulacros de combate y pruebas psicológicas extremas, los niños aprendían a soportar el dolor, a desconfiar de los demás y a suprimir emociones. La organización justificaba estos métodos afirmando que eran necesarios para crear los agentes perfectos, pero la verdad era que estaban sacrificando su inocencia y humanidad en nombre de la eficacia.

    Illyiv, había pasado el últimos año en el orfanato, desde el incidente en el que atacó a una niña. Desde entonces, los niños seguían murmurando y hablando mal de ella, llamándola "la salvaje". Sin embargo, ahora también le tenían miedo. Ella había encontrado en la violencia una forma de que los niños evitarán molestarla, o al menos de que no fueran capaces de confrontarla.

    Ella seguía practicando ballet en su habitación a solas. Lo que antes era una obligación impuesta por su madre, se había convertido en su vía de escape, un refugio en medio del caos.

    Cada vez que comenzaba a practicar ballet, sentía cómo su mente se liberaba de las cadenas de sus traumas. Los movimientos gráciles y fluidos le permitían encontrar un equilibrio interno, una sensación de paz que solo encontraba en esos momentos de danza. Sin embargo, esa calma era efímera. En cuanto dejaba de bailar, el peso de su realidad volvía a caer sobre ella como una losa.

    De forma recurrente, los niños del orfanato solian emocionarse cada vez que parejas visitaban el lugar, con la esperanza de ser adoptados. Se preparaban con ansias, arreglaban su ropa y se esforzaban por mostrar sus mejores sonrisas. Pero la peliblanca nunca sintió esa emoción. Todo parecía darle un poco igual. Creía que nadie querría adoptarla. Además, la idea de ser llevada a otro lugar desconocido no le resultaba atractiva. Prefería la indiferencia de su situación actual a la incertidumbre de lo desconocido.

    Los padres generalmente debían pasar por extensos procedimientos y protocolos para poder adoptar, por lo cual era bastante común ver a las mismas personas visitando una y otra vez el lugar, antes de concretar la adopción. Sin embargo, esa tarde, un hombre misterioso y de aspecto extraño llegó al orfanato para ver a los niños. No parecía estar siguiendo ningún protocolo y era la primera vez que visitaba aquel lugar, lo que a Illyiv se le hacía sospechoso.

    El hombre, vestido con un traje oscuro y gafas de sol, observaba a los niños con una mirada fría. Su presencia desprendía una sensación de autoridad y peligro. Los niños, que al principio se habían emocionado por la posibilidad de ser adoptados, pronto se sintieron incómodos bajo su mirada escrutadora.

    Illyiv, sentada en un rincón, observaba al hombre con desconfianza. Había algo en él que le recordaba a su padrastro, una frialdad en su mirada que le helaba la sangre. Mientras el hombre caminaba entre los niños, sus ojos se posaron en ella. Tras ver a todos los niños, apuntó con su dedo índice a Illyiv y dijo con voz firme:

    —La quiero a ella.

    La psicóloga del orfanato, consciente del Programa Fenrir, se enteró de que se querían llevar a Illyiv. Aunque al principio había querido ayudar a la niña, sabía que no podía hacer nada al respecto. La organización tenía demasiado poder y cualquier intento de resistencia sería inútil. Illyiv, acudió a la psicóloga pensando que podría evitar que se la llevaran. Durante ese último año, había desarrollado una relación de aparente confianza con la psicóloga del orfanato.

    —¡No quiero irme con él! —exclamó Illyiv, aferrándose a la psicóloga con desesperación.

    La psicóloga, intentando fingir una sonrisa, hizo que la niña la soltara y le dijo con voz temblorosa:

    —Debes irte, Illyiv. Todo estará bien.

    Pero ambas sabían que era una mentira. La psicóloga sabía que estaba mintiendo, pero no tenía otra opción. Las lágrimas llenaron los ojos de Illyiv mientras sentía una mezcla de rabia, tristeza y desesperación. Durante su estadía en el orfanato, había encontrado un pequeño refugio en la psicóloga, ella era la única persona de ese lugar que parecía tratarla con amabilidad y comprensión, pero ahora ese refugio también le era arrebatado.

    La escena de la niña de cabello blanco como la nieve, abandonando el orfanato de la mano áspera de que aquel extraño, resultaba solitaria y lamentable. Illyiv caminaba con la cabeza baja, sus pasos eran lentos y pesados. El hombre la guiaba de la mano, mientras ella miraba hacia atrás, viendo cómo las puertas del orfanato se cerraban detrás de ella como un telón que caía sobre un acto final, dejándola vagando en la incertidumbre, sin entender por qué la vida seguía siendo tan cruel con ella.

    El hombre la llevó hasta un coche negro que esperaba en la entrada. Abrió la puerta trasera y la ayudó a subir. Se sentó en el asiento, abrazando sus rodillas y mirando por la ventana mientras el coche se alejaba. Las luces del orfanato se desvanecían en la distancia, y con ellas, cualquier esperanza de una vida normal.

    El viaje fue silencioso, el hombre no dijo una palabra. Illyiv se sentía atrapada en un torbellino de emociones, sin saber qué le deparaba el futuro. Las calles pasaban como un borrón ante sus ojos, y cada kilómetro que recorrían la alejaba más de lo poco que conocía. Pero una cosa era segura: su vida estaba a punto de cambiar para siempre.

    El coche llegó finalmente a un edificio gris y sin ventanas. El hombre la guió hacia una entrada oculta y la llevó por un pasillo iluminado con luces fluorescentes. El ambiente era frío y el eco de sus pasos resonaba en las paredes de metal.

    Ella no sabía qué le esperaba, pero lo que si era un hecho, es que la niña que había sido, con sus sueños y su inocencia, se había quedado atrás. En su lugar, una nueva Illyiv, endurecida y moldeada por el dolor y la traición, comenzaba a tomar forma.
    #MonoRol | El Nacimiento de una asesina | Pt. 1 PROGRAMA FENRIR, así había sido nombrada la iniciativa secreta de una organización de operaciones especiales, destinada a crear agentes élite a partir de niños huérfanos. La premisa era simple pero audaz: reclutar a niños sin familia y someterlos a un entrenamiento riguroso que los transformara en agentes especiales. El objetivo era desarrollar habilidades físicas extraordinarias, dominio del manejo de armas blancas y de fuego, destrezas en técnicas de infiltración y espionaje, entre otras competencias esenciales para operaciones encubiertas y de alto riesgo. El entrenamiento era intenso y cruel, diseñado para quebrar la voluntad de los niños y reconstruirlos como armas letales. A través de ejercicios físicos agotadores, simulacros de combate y pruebas psicológicas extremas, los niños aprendían a soportar el dolor, a desconfiar de los demás y a suprimir emociones. La organización justificaba estos métodos afirmando que eran necesarios para crear los agentes perfectos, pero la verdad era que estaban sacrificando su inocencia y humanidad en nombre de la eficacia. Illyiv, había pasado el últimos año en el orfanato, desde el incidente en el que atacó a una niña. Desde entonces, los niños seguían murmurando y hablando mal de ella, llamándola "la salvaje". Sin embargo, ahora también le tenían miedo. Ella había encontrado en la violencia una forma de que los niños evitarán molestarla, o al menos de que no fueran capaces de confrontarla. Ella seguía practicando ballet en su habitación a solas. Lo que antes era una obligación impuesta por su madre, se había convertido en su vía de escape, un refugio en medio del caos. Cada vez que comenzaba a practicar ballet, sentía cómo su mente se liberaba de las cadenas de sus traumas. Los movimientos gráciles y fluidos le permitían encontrar un equilibrio interno, una sensación de paz que solo encontraba en esos momentos de danza. Sin embargo, esa calma era efímera. En cuanto dejaba de bailar, el peso de su realidad volvía a caer sobre ella como una losa. De forma recurrente, los niños del orfanato solian emocionarse cada vez que parejas visitaban el lugar, con la esperanza de ser adoptados. Se preparaban con ansias, arreglaban su ropa y se esforzaban por mostrar sus mejores sonrisas. Pero la peliblanca nunca sintió esa emoción. Todo parecía darle un poco igual. Creía que nadie querría adoptarla. Además, la idea de ser llevada a otro lugar desconocido no le resultaba atractiva. Prefería la indiferencia de su situación actual a la incertidumbre de lo desconocido. Los padres generalmente debían pasar por extensos procedimientos y protocolos para poder adoptar, por lo cual era bastante común ver a las mismas personas visitando una y otra vez el lugar, antes de concretar la adopción. Sin embargo, esa tarde, un hombre misterioso y de aspecto extraño llegó al orfanato para ver a los niños. No parecía estar siguiendo ningún protocolo y era la primera vez que visitaba aquel lugar, lo que a Illyiv se le hacía sospechoso. El hombre, vestido con un traje oscuro y gafas de sol, observaba a los niños con una mirada fría. Su presencia desprendía una sensación de autoridad y peligro. Los niños, que al principio se habían emocionado por la posibilidad de ser adoptados, pronto se sintieron incómodos bajo su mirada escrutadora. Illyiv, sentada en un rincón, observaba al hombre con desconfianza. Había algo en él que le recordaba a su padrastro, una frialdad en su mirada que le helaba la sangre. Mientras el hombre caminaba entre los niños, sus ojos se posaron en ella. Tras ver a todos los niños, apuntó con su dedo índice a Illyiv y dijo con voz firme: —La quiero a ella. La psicóloga del orfanato, consciente del Programa Fenrir, se enteró de que se querían llevar a Illyiv. Aunque al principio había querido ayudar a la niña, sabía que no podía hacer nada al respecto. La organización tenía demasiado poder y cualquier intento de resistencia sería inútil. Illyiv, acudió a la psicóloga pensando que podría evitar que se la llevaran. Durante ese último año, había desarrollado una relación de aparente confianza con la psicóloga del orfanato. —¡No quiero irme con él! —exclamó Illyiv, aferrándose a la psicóloga con desesperación. La psicóloga, intentando fingir una sonrisa, hizo que la niña la soltara y le dijo con voz temblorosa: —Debes irte, Illyiv. Todo estará bien. Pero ambas sabían que era una mentira. La psicóloga sabía que estaba mintiendo, pero no tenía otra opción. Las lágrimas llenaron los ojos de Illyiv mientras sentía una mezcla de rabia, tristeza y desesperación. Durante su estadía en el orfanato, había encontrado un pequeño refugio en la psicóloga, ella era la única persona de ese lugar que parecía tratarla con amabilidad y comprensión, pero ahora ese refugio también le era arrebatado. La escena de la niña de cabello blanco como la nieve, abandonando el orfanato de la mano áspera de que aquel extraño, resultaba solitaria y lamentable. Illyiv caminaba con la cabeza baja, sus pasos eran lentos y pesados. El hombre la guiaba de la mano, mientras ella miraba hacia atrás, viendo cómo las puertas del orfanato se cerraban detrás de ella como un telón que caía sobre un acto final, dejándola vagando en la incertidumbre, sin entender por qué la vida seguía siendo tan cruel con ella. El hombre la llevó hasta un coche negro que esperaba en la entrada. Abrió la puerta trasera y la ayudó a subir. Se sentó en el asiento, abrazando sus rodillas y mirando por la ventana mientras el coche se alejaba. Las luces del orfanato se desvanecían en la distancia, y con ellas, cualquier esperanza de una vida normal. El viaje fue silencioso, el hombre no dijo una palabra. Illyiv se sentía atrapada en un torbellino de emociones, sin saber qué le deparaba el futuro. Las calles pasaban como un borrón ante sus ojos, y cada kilómetro que recorrían la alejaba más de lo poco que conocía. Pero una cosa era segura: su vida estaba a punto de cambiar para siempre. El coche llegó finalmente a un edificio gris y sin ventanas. El hombre la guió hacia una entrada oculta y la llevó por un pasillo iluminado con luces fluorescentes. El ambiente era frío y el eco de sus pasos resonaba en las paredes de metal. Ella no sabía qué le esperaba, pero lo que si era un hecho, es que la niña que había sido, con sus sueños y su inocencia, se había quedado atrás. En su lugar, una nueva Illyiv, endurecida y moldeada por el dolor y la traición, comenzaba a tomar forma.
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  • Capítulo #6: La gran caída. Parte #1

    Y es este punto en el que mi mundo llegó a su punto de no retorno... en el punto más álgido y sangriento de la guerra, en la batalla del desfiladero de D'yavol, donde las fuerzas Lysianas marchaban con todos sus demonios, brujas, armas encantadas y vehículos, y los Krassnos montaban dragones y máquinas de guerra para iniciar el más blasfemos festival de violencia y odio, que el verdadero problema se desató; mientras ambas armadas se confrontaban con todo lo que tenían, el agujero en el cielo finalmente se abrió de par en par, alimentado con las descargas de Aether usadas por las armas empuñadas por ambos bandos, así como el uso abusivo y extremo de encantamientos mágicos por parte de los brujos de ambos lados. El cielo se tornó negro, una luz carmesí siniestra envolvió la abertura y el infierno se desató sobre nuestro mundo; de la colosal brecha en el cielo bajaron horrores deformes y monstruosos que cambiaban de forma, devoraban todo a su paso y conjuraban hechizos oscuros que devastaban todo a su paso... soldados Lysianos y Krassnos fueron horrendamente devorados, incinerados y mutilados por estos horrorosos seres en cuestión de horas... ningún demonio, máquina o magia servía para combatir esta nueva amenaza de forma eficiente, pues muchas de estas se regeneraban incluso de las heridas más terribles y ellos en cambio podían acabar con huestes enteras de soldados sin problemas antes de caer definitivamente... oh, el horror vivido por nuestra gente y la gente de Krassny no tuvo presedentes ese día... y ninguno sabía que aquello estaba a punto de empeorar...
    Capítulo #6: La gran caída. Parte #1 Y es este punto en el que mi mundo llegó a su punto de no retorno... en el punto más álgido y sangriento de la guerra, en la batalla del desfiladero de D'yavol, donde las fuerzas Lysianas marchaban con todos sus demonios, brujas, armas encantadas y vehículos, y los Krassnos montaban dragones y máquinas de guerra para iniciar el más blasfemos festival de violencia y odio, que el verdadero problema se desató; mientras ambas armadas se confrontaban con todo lo que tenían, el agujero en el cielo finalmente se abrió de par en par, alimentado con las descargas de Aether usadas por las armas empuñadas por ambos bandos, así como el uso abusivo y extremo de encantamientos mágicos por parte de los brujos de ambos lados. El cielo se tornó negro, una luz carmesí siniestra envolvió la abertura y el infierno se desató sobre nuestro mundo; de la colosal brecha en el cielo bajaron horrores deformes y monstruosos que cambiaban de forma, devoraban todo a su paso y conjuraban hechizos oscuros que devastaban todo a su paso... soldados Lysianos y Krassnos fueron horrendamente devorados, incinerados y mutilados por estos horrorosos seres en cuestión de horas... ningún demonio, máquina o magia servía para combatir esta nueva amenaza de forma eficiente, pues muchas de estas se regeneraban incluso de las heridas más terribles y ellos en cambio podían acabar con huestes enteras de soldados sin problemas antes de caer definitivamente... oh, el horror vivido por nuestra gente y la gente de Krassny no tuvo presedentes ese día... y ninguno sabía que aquello estaba a punto de empeorar...
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  • Capítulo #5: La gran guerra nupcial. Parte #2.

    La guerra se desató... la familia del zar apenas lograron escapar de la encerrona que supuso la boda falsa, y de la zarevna descarriada y el traidor de su sirviente no se supo más... esto hizo que la tensa paz artificial entre las dos naciones finalmente rompiera su último hilo que la mantenía, iniciando la gran guerra. Este conflicto duró 300 años completos, en los cuales las grandes batallas en cielo mar y tierra se libraron. Poderosos hechizos y la más avanzada tecnología militar se desplegaron, aeronaves y dragones surcaban los cielos desatando bombas y bolas de fuego sobre la población y derramando sangre combatiente y civil por igual en ambos frentes. Durante años ambos bandos mantenían un estira y afloja en el campo de batalla, mientras que sus científicos y magos desarrollaban nuevas tecnología y rituales para tratar de derrotar a sus enemigos. Bases caían, los cadáveres se acumulaban y la miseria caía sobre los más inocentes...
    Entre estas tecnologías, en el tercer siglo de guerra el emperador Claude V, descendiente directo del emperador culpable de esta blasfemia contra la humanidad, ordenó usar un horrendo tomo antiguo recuperado de una misteriosa capilla negra en los territorios de la perdida civilización de Saionia; un grimorio negro azabache con el que lograron invocar y domar horrendos demonios llamados Formoire; gigantes de fuego y azufre nacidos de apócrifos ritos de sangre y orgías, con grandes astas, ojos llenos de locura y odio, gigantescas alas negras como la noche durante una tormenta y armados con enormes tridentes de hierro incandescente.
    Los Krassnos no se quedaron atrás, pues el Zar en curso, Nicolai Nicolaiev II ordenó l aconstrucción de las unidades de combate "Bogatyr"; colosales trajes de combate armados hasta los dientes capaces de causar la cantidad de daño que un escuadrón militar completo podría, apenas tripulados por un puñado de soldados...
    Y el agujero oscuro en el cielo sigue siendo ignorado... ahora es tan grande para que una persona quepa a través de él... y una gota de un líquido negro cayó casi al mismo tiempo que los demonios y las máquinas pisaron la tierra para desatar el horror...
    Capítulo #5: La gran guerra nupcial. Parte #2. La guerra se desató... la familia del zar apenas lograron escapar de la encerrona que supuso la boda falsa, y de la zarevna descarriada y el traidor de su sirviente no se supo más... esto hizo que la tensa paz artificial entre las dos naciones finalmente rompiera su último hilo que la mantenía, iniciando la gran guerra. Este conflicto duró 300 años completos, en los cuales las grandes batallas en cielo mar y tierra se libraron. Poderosos hechizos y la más avanzada tecnología militar se desplegaron, aeronaves y dragones surcaban los cielos desatando bombas y bolas de fuego sobre la población y derramando sangre combatiente y civil por igual en ambos frentes. Durante años ambos bandos mantenían un estira y afloja en el campo de batalla, mientras que sus científicos y magos desarrollaban nuevas tecnología y rituales para tratar de derrotar a sus enemigos. Bases caían, los cadáveres se acumulaban y la miseria caía sobre los más inocentes... Entre estas tecnologías, en el tercer siglo de guerra el emperador Claude V, descendiente directo del emperador culpable de esta blasfemia contra la humanidad, ordenó usar un horrendo tomo antiguo recuperado de una misteriosa capilla negra en los territorios de la perdida civilización de Saionia; un grimorio negro azabache con el que lograron invocar y domar horrendos demonios llamados Formoire; gigantes de fuego y azufre nacidos de apócrifos ritos de sangre y orgías, con grandes astas, ojos llenos de locura y odio, gigantescas alas negras como la noche durante una tormenta y armados con enormes tridentes de hierro incandescente. Los Krassnos no se quedaron atrás, pues el Zar en curso, Nicolai Nicolaiev II ordenó l aconstrucción de las unidades de combate "Bogatyr"; colosales trajes de combate armados hasta los dientes capaces de causar la cantidad de daño que un escuadrón militar completo podría, apenas tripulados por un puñado de soldados... Y el agujero oscuro en el cielo sigue siendo ignorado... ahora es tan grande para que una persona quepa a través de él... y una gota de un líquido negro cayó casi al mismo tiempo que los demonios y las máquinas pisaron la tierra para desatar el horror...
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  • Vestigia
    En los Días oscuros ..

    - Te diré, esos días llegarán, dónde todo lo que pudo salir mal salió mal, entonces me verás, me escucharás, yo te abrazaré, con cariño, te cargaré en mis brazos y te llevaré a nuestro cuarto, te quitaré los zapatos y abriré las cortinas y dejaré cerradas las ventanas, luego me iré, te prepararé algo que te guste para comer, te daré tiempo, mientras tanto yo te observare y estaré al pendiente, luego de un baño yo te haré reír de alguna forma, te sorprenderé con un detalle, y mis ojos verán como cambia tu semblante, entonces yo seré feliz, aún si el día no brilla, lo haré brillar para ti, ese será mi día oscuro .
    Vestigia En los Días oscuros .. - Te diré, esos días llegarán, dónde todo lo que pudo salir mal salió mal, entonces me verás, me escucharás, yo te abrazaré, con cariño, te cargaré en mis brazos y te llevaré a nuestro cuarto, te quitaré los zapatos y abriré las cortinas y dejaré cerradas las ventanas, luego me iré, te prepararé algo que te guste para comer, te daré tiempo, mientras tanto yo te observare y estaré al pendiente, luego de un baño yo te haré reír de alguna forma, te sorprenderé con un detalle, y mis ojos verán como cambia tu semblante, entonces yo seré feliz, aún si el día no brilla, lo haré brillar para ti, ese será mi día oscuro .
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  • #MonoRol | La ira de una infancia rota

    Habían pasado aproximadamente dos meses desde la muerte de su madre, y la pequeña Illyiv estaba sentada sobre el pasto seco, mirando la calle frente a ella a través de la reja de la puerta del orfanato al que la habían transferido. El aire estaba cargado con el olor a tierra y hojas secas, y el sol del ocaso bañaba su pálida piel creando reflejos cálidos en ella. A través de la reja, el mundo exterior parecía tan cercano, y a su vez, inalcanzable. Mientras observaba a los transeúntes y los vehículos pasar, un pensamiento sombrío cruzó su mente: "Nunca salí de la prisión, la prisión simplemente cambió de lugar."

    El orfanato era un lugar sombrío y frio, las paredes eran grises y los pasillos eran largos y oscuros. Las habitaciones eran pequeñas y desprovistas de decoración, le recordaban a las habitaciones de la casa en la que había vivido, lo que reforzaba la sensación de estar en una prisión. La rutina diaria era estricta, con horarios rígidos para comer, dormir y realizar actividades. Cada día se desarrollaba con una monotonía agotadora, Illyiv se sentía atrapada y sin control sobre su propia vida.

    En los primeros días, trató de mantenerse apartada de los otros niños. Había pasado tanto tiempo encerrada en casa que no estaba acostumbrada a socializar, en tiempos pasados había ansiado poder compartir con otros niños y tener amigos, pero ahora aquellas ganas se habían desvanecido por completo. El vacío que inundaba cada rincón de su ser la hacían sentir como si estuviera muerta; como si ahora fuera solo un espíritu que vaga por el mundo limitándose a ser tan solo una espectadora. Los traumas de su pasado, el asesinato de su madre y sus constante abusos la habían convertido en una niña retraída y silenciosa. Sus ojos oscuros, que reflejaban una tristeza profunda, eran un contraste inquietante con su cabello blanco como la nieve.

    Sin embargo, su actitud reservada solo atrajo más atención negativa. Los otros niños se dieron cuenta rápidamente de su aislamiento y comenzaron a burlarse de ella. En el comedor, durante el recreo, en cualquier oportunidad que tenían, las burlas no cesaban.

    —¡Miren a la rara! —gritaba una niña mientras Illyiv pasaba, señalándola y riéndose junto a otras dos niñas—. ¿Qué te pasó en la espalda, monstruo?

    Las voces de los niños resonaban en la mente de Illyiv, aturdiéndola. Se sentía abrumada, confusa, sin entender por qué era diferente y por qué no podía encajar. Las heridas de quemaduras en su espalda, resultado de los castigos de su madre, eran un recordatorio constante de su doloroso pasado, pero ahora también se habían convertido en motivo de burlas.

    Una tarde, mientras estaba sentada en el patio, absorta en sus pensamientos, tres niñas se le acercaron. La líder del grupo, una niña robusta de cabello rizado y piel tostada, se paró frente a ella con una expresión burlona.

    —¿Qué haces aquí sentada sola, monstruo? —preguntó con un tono despectivo.

    —... —un breve silencio inundó la escena, Illyiv las miraba con la mirada vacía, y luego añadió—: Podrían simplemente ignorar mi presencia... —su voz débil, vacía, casi un susurró en el viento.

    Las dos niñas que acompañaban a la líder comenzaron a reír, disfrutando de la incomodidad de Illyiv.

    —¡Miren cómo se encoge! ¡Parece una ratita asustada! —exclamó una niña rubia y delgada, que se encontraba a un lado de la líder del grupo, y tras su comentario las tres niñas rieron a carcajadas.

    Illyiv sintió su mente abrumada, como si un torbellino de emociones la envolviera. No entendía por qué la trataban así, no entendía por qué no podía ser como los demás niños. Las palabras de su madre resonaban en su mente: "Qué débil es tu cuerpo." Esas palabras, junto con las burlas, la atormentaban sin descanso.

    —¿Es por eso que mi mamá no quería que me juntara con otros niños? —murmuró Illyiv para sí misma, sintiendo una mezcla de tristeza y rabia.

    La líder del grupo se acercó más, invadiendo el espacio personal de la pequeña peliblanca.

    —¿Que dijiste? ¿Por qué no hablas más fuerte, monstruo? ¿Tienes miedo? —provocó, inclinándose hacia ella.

    Aquellas voces seguían colándose en su mente, las risas se escuchaban de fondo, repitiéndose como ecos que buscaban atormentarla, la pequeña niña de cabello blanco sentía como si su mente pudiera explotar en cualquier momento, su cabeza le dolía. Apretó sus puños, sintiendo como sus propias uñas se clavaban en la suave piel de sus manos, sentía rabia, tristeza, confusión, enojo, irá, frustración, una mezcla de emociones que nisiquiera era capaz de identificar en aquel instante tan breve, su corazón latía como si fuera a salir de su pecho y sentía muchas ganas de llorar, pero en lugar de eso, de repente, en un impulso salvaje y errático, Illyiv se abalanzó sobre la niña. La niña robusta tenía un cuerpo más fuerte, pero Illyiv, fortalecida por los entrenamientos de ballet, se movía con una fuerza inesperada. Ambas cayeron al suelo. Sus pensamientos se nublaron, y solo pudo actuar en base a la ira y frustración acumulada.

    Sus manos, echas puños, comenzaron a estrellarse contra la figura robusta de aquella niña rizada. La niña intentaba defenderse y esquivar sus golpes, pero la pequeña que estaba sobre ella era rápida y tenía una fuerza descomunal, casi como si estuviera poseída, como si una fuerza oscura la impulsara. Las otras dos niñas intentaron quitar a Illyiv de encima de su amiga, pero fue inútil. Illyiv estaba fuera de control, moviéndose con la fuerza de la desesperación. En un momento de furia ciega, arañó la cara de la niña, dejando marcas profundas, sintiendo como aquella capa de piel superficial había quedado atrapada en sus propias uñas.

    La niña rizada, tenía el rostro lleno de lágrimas y su mejilla ensangrentada. Illyiv, con los ojos vidriosos, parecía ajena al caos que había desatado. Los gritos y lloriqueos llenaron el aire, creando una atmósfera de pánico. La niña herida comenzó a llorar, y las otras dos niñas gritaron pidiendo ayuda. Los adultos llegaron corriendo, separando a Illyiv de la niña herida.

    —¡Illyiv, basta! —gritó uno de los cuidadores, sujetándola con fuerza.

    Con la respiración agitada, sus manos temblando, y los ojos llenos de furia, Illyiv fue llevada a una habitación aislada como castigo. Sentada en la oscuridad, sentía una mezcla de emociones: rabia, tristeza, confusión. Las lágrimas comenzaron a caer por su rostro, pero no emitió ningún sonido, en cambio, se dejó hundir en un mar de emociones contradictorias. Una vez más, sabía que llorar no cambiaría nada.

    Mientras la noche caía, Illyiv se acurrucó en la cama, cerrando los ojos y deseando que todo fuera diferente, desconociendo por completo que pronto, su vida estaba por cambiar.
    #MonoRol | La ira de una infancia rota Habían pasado aproximadamente dos meses desde la muerte de su madre, y la pequeña Illyiv estaba sentada sobre el pasto seco, mirando la calle frente a ella a través de la reja de la puerta del orfanato al que la habían transferido. El aire estaba cargado con el olor a tierra y hojas secas, y el sol del ocaso bañaba su pálida piel creando reflejos cálidos en ella. A través de la reja, el mundo exterior parecía tan cercano, y a su vez, inalcanzable. Mientras observaba a los transeúntes y los vehículos pasar, un pensamiento sombrío cruzó su mente: "Nunca salí de la prisión, la prisión simplemente cambió de lugar." El orfanato era un lugar sombrío y frio, las paredes eran grises y los pasillos eran largos y oscuros. Las habitaciones eran pequeñas y desprovistas de decoración, le recordaban a las habitaciones de la casa en la que había vivido, lo que reforzaba la sensación de estar en una prisión. La rutina diaria era estricta, con horarios rígidos para comer, dormir y realizar actividades. Cada día se desarrollaba con una monotonía agotadora, Illyiv se sentía atrapada y sin control sobre su propia vida. En los primeros días, trató de mantenerse apartada de los otros niños. Había pasado tanto tiempo encerrada en casa que no estaba acostumbrada a socializar, en tiempos pasados había ansiado poder compartir con otros niños y tener amigos, pero ahora aquellas ganas se habían desvanecido por completo. El vacío que inundaba cada rincón de su ser la hacían sentir como si estuviera muerta; como si ahora fuera solo un espíritu que vaga por el mundo limitándose a ser tan solo una espectadora. Los traumas de su pasado, el asesinato de su madre y sus constante abusos la habían convertido en una niña retraída y silenciosa. Sus ojos oscuros, que reflejaban una tristeza profunda, eran un contraste inquietante con su cabello blanco como la nieve. Sin embargo, su actitud reservada solo atrajo más atención negativa. Los otros niños se dieron cuenta rápidamente de su aislamiento y comenzaron a burlarse de ella. En el comedor, durante el recreo, en cualquier oportunidad que tenían, las burlas no cesaban. —¡Miren a la rara! —gritaba una niña mientras Illyiv pasaba, señalándola y riéndose junto a otras dos niñas—. ¿Qué te pasó en la espalda, monstruo? Las voces de los niños resonaban en la mente de Illyiv, aturdiéndola. Se sentía abrumada, confusa, sin entender por qué era diferente y por qué no podía encajar. Las heridas de quemaduras en su espalda, resultado de los castigos de su madre, eran un recordatorio constante de su doloroso pasado, pero ahora también se habían convertido en motivo de burlas. Una tarde, mientras estaba sentada en el patio, absorta en sus pensamientos, tres niñas se le acercaron. La líder del grupo, una niña robusta de cabello rizado y piel tostada, se paró frente a ella con una expresión burlona. —¿Qué haces aquí sentada sola, monstruo? —preguntó con un tono despectivo. —... —un breve silencio inundó la escena, Illyiv las miraba con la mirada vacía, y luego añadió—: Podrían simplemente ignorar mi presencia... —su voz débil, vacía, casi un susurró en el viento. Las dos niñas que acompañaban a la líder comenzaron a reír, disfrutando de la incomodidad de Illyiv. —¡Miren cómo se encoge! ¡Parece una ratita asustada! —exclamó una niña rubia y delgada, que se encontraba a un lado de la líder del grupo, y tras su comentario las tres niñas rieron a carcajadas. Illyiv sintió su mente abrumada, como si un torbellino de emociones la envolviera. No entendía por qué la trataban así, no entendía por qué no podía ser como los demás niños. Las palabras de su madre resonaban en su mente: "Qué débil es tu cuerpo." Esas palabras, junto con las burlas, la atormentaban sin descanso. —¿Es por eso que mi mamá no quería que me juntara con otros niños? —murmuró Illyiv para sí misma, sintiendo una mezcla de tristeza y rabia. La líder del grupo se acercó más, invadiendo el espacio personal de la pequeña peliblanca. —¿Que dijiste? ¿Por qué no hablas más fuerte, monstruo? ¿Tienes miedo? —provocó, inclinándose hacia ella. Aquellas voces seguían colándose en su mente, las risas se escuchaban de fondo, repitiéndose como ecos que buscaban atormentarla, la pequeña niña de cabello blanco sentía como si su mente pudiera explotar en cualquier momento, su cabeza le dolía. Apretó sus puños, sintiendo como sus propias uñas se clavaban en la suave piel de sus manos, sentía rabia, tristeza, confusión, enojo, irá, frustración, una mezcla de emociones que nisiquiera era capaz de identificar en aquel instante tan breve, su corazón latía como si fuera a salir de su pecho y sentía muchas ganas de llorar, pero en lugar de eso, de repente, en un impulso salvaje y errático, Illyiv se abalanzó sobre la niña. La niña robusta tenía un cuerpo más fuerte, pero Illyiv, fortalecida por los entrenamientos de ballet, se movía con una fuerza inesperada. Ambas cayeron al suelo. Sus pensamientos se nublaron, y solo pudo actuar en base a la ira y frustración acumulada. Sus manos, echas puños, comenzaron a estrellarse contra la figura robusta de aquella niña rizada. La niña intentaba defenderse y esquivar sus golpes, pero la pequeña que estaba sobre ella era rápida y tenía una fuerza descomunal, casi como si estuviera poseída, como si una fuerza oscura la impulsara. Las otras dos niñas intentaron quitar a Illyiv de encima de su amiga, pero fue inútil. Illyiv estaba fuera de control, moviéndose con la fuerza de la desesperación. En un momento de furia ciega, arañó la cara de la niña, dejando marcas profundas, sintiendo como aquella capa de piel superficial había quedado atrapada en sus propias uñas. La niña rizada, tenía el rostro lleno de lágrimas y su mejilla ensangrentada. Illyiv, con los ojos vidriosos, parecía ajena al caos que había desatado. Los gritos y lloriqueos llenaron el aire, creando una atmósfera de pánico. La niña herida comenzó a llorar, y las otras dos niñas gritaron pidiendo ayuda. Los adultos llegaron corriendo, separando a Illyiv de la niña herida. —¡Illyiv, basta! —gritó uno de los cuidadores, sujetándola con fuerza. Con la respiración agitada, sus manos temblando, y los ojos llenos de furia, Illyiv fue llevada a una habitación aislada como castigo. Sentada en la oscuridad, sentía una mezcla de emociones: rabia, tristeza, confusión. Las lágrimas comenzaron a caer por su rostro, pero no emitió ningún sonido, en cambio, se dejó hundir en un mar de emociones contradictorias. Una vez más, sabía que llorar no cambiaría nada. Mientras la noche caía, Illyiv se acurrucó en la cama, cerrando los ojos y deseando que todo fuera diferente, desconociendo por completo que pronto, su vida estaba por cambiar.
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  • El viento helado cortaba con fuerza, arrastrando pequeñas ráfagas de nieve que danzaban alrededor de su figura. Coke caminaba por el sendero cubierto de blanco, con las manos enterradas en los bolsillos de su abrigo y la mirada perdida en algún punto distante del horizonte. El rojo brillante de la bufanda que llevaba al cuello destacaba como un vivo contraste en aquel paisaje desolado. A primera vista, era solo una bufanda, pero para él, era mucho más.

    Cada hilo, cada nudo en esa pieza de lana cargaba con el peso de una historia. Una historia que aún lo perseguía, como un fantasma que no podía sacudirse. Su mente volvía una y otra vez a aquel día de invierno, cuando ella, con las mejillas enrojecidas por el frío y una sonrisa radiante, le había puesto la bufanda alrededor del cuello con una ternura que casi dolía.

    —No te resfríes, ¿sí? —había dicho mientras ajustaba la bufanda, sus dedos cálidos rozando su piel helada.

    Era tan sencillo en ese momento, tan natural. Pero ahora, esas palabras resonaban como un eco vacío en su memoria, cargadas de un peso que no podía soportar. Ella ya no estaba. El porqué o el cómo habían dejado de importar hacía tiempo. Solo quedaba el vacío, esa ausencia que parecía volverse más palpable con cada paso que daba.

    Coke se detuvo, sintiendo el crujido de la nieve bajo sus botas. Sus dedos acariciaron el tejido áspero de la bufanda, como si al tocarla pudiera revivir aunque fuera un fragmento de lo que había perdido. Cerró los ojos un momento, dejando que los recuerdos lo inundaran, a pesar del dolor que traían consigo.

    Podía verla claramente: su risa resonando en medio del viento, sus ojos brillando con una calidez que contradecía el frío a su alrededor. Esa bufanda era su promesa de cuidado, su manera de decir que siempre estaría ahí. Una promesa que se rompió junto con todo lo demás el día que la perdió.

    El viento sopló con más fuerza, arrancando de sus labios un suspiro pesado. Al abrir los ojos, se dio cuenta de que había comenzado a nevar de nuevo, los copos cayendo suavemente sobre su cabello oscuro. Apretó los labios, resistiendo el impulso de dejarse consumir por la melancolía.

    —Todavía estás aquí, de alguna forma… —susurró, su voz apenas audible, casi como si hablara con la bufanda misma.

    El rojo intenso parecía brillar incluso más bajo el gris del cielo invernal. Coke sabía que no podía quedarse anclado en el pasado para siempre, pero tampoco podía soltarse de aquello que lo mantenía unido a ella. Así que caminó, dejando que el viento y la nieve cubrieran sus huellas mientras el rojo de la bufanda seguía siendo su único faro en medio de un mundo que se sentía cada vez más vacío.

    ------------------------------------------

    Creo que por fin ya cerrare la cuenta, ya me aburre simplemente, cuidense mucho o en todo caso la abandone y ya jajaja :p

    El viento helado cortaba con fuerza, arrastrando pequeñas ráfagas de nieve que danzaban alrededor de su figura. Coke caminaba por el sendero cubierto de blanco, con las manos enterradas en los bolsillos de su abrigo y la mirada perdida en algún punto distante del horizonte. El rojo brillante de la bufanda que llevaba al cuello destacaba como un vivo contraste en aquel paisaje desolado. A primera vista, era solo una bufanda, pero para él, era mucho más. Cada hilo, cada nudo en esa pieza de lana cargaba con el peso de una historia. Una historia que aún lo perseguía, como un fantasma que no podía sacudirse. Su mente volvía una y otra vez a aquel día de invierno, cuando ella, con las mejillas enrojecidas por el frío y una sonrisa radiante, le había puesto la bufanda alrededor del cuello con una ternura que casi dolía. —No te resfríes, ¿sí? —había dicho mientras ajustaba la bufanda, sus dedos cálidos rozando su piel helada. Era tan sencillo en ese momento, tan natural. Pero ahora, esas palabras resonaban como un eco vacío en su memoria, cargadas de un peso que no podía soportar. Ella ya no estaba. El porqué o el cómo habían dejado de importar hacía tiempo. Solo quedaba el vacío, esa ausencia que parecía volverse más palpable con cada paso que daba. Coke se detuvo, sintiendo el crujido de la nieve bajo sus botas. Sus dedos acariciaron el tejido áspero de la bufanda, como si al tocarla pudiera revivir aunque fuera un fragmento de lo que había perdido. Cerró los ojos un momento, dejando que los recuerdos lo inundaran, a pesar del dolor que traían consigo. Podía verla claramente: su risa resonando en medio del viento, sus ojos brillando con una calidez que contradecía el frío a su alrededor. Esa bufanda era su promesa de cuidado, su manera de decir que siempre estaría ahí. Una promesa que se rompió junto con todo lo demás el día que la perdió. El viento sopló con más fuerza, arrancando de sus labios un suspiro pesado. Al abrir los ojos, se dio cuenta de que había comenzado a nevar de nuevo, los copos cayendo suavemente sobre su cabello oscuro. Apretó los labios, resistiendo el impulso de dejarse consumir por la melancolía. —Todavía estás aquí, de alguna forma… —susurró, su voz apenas audible, casi como si hablara con la bufanda misma. El rojo intenso parecía brillar incluso más bajo el gris del cielo invernal. Coke sabía que no podía quedarse anclado en el pasado para siempre, pero tampoco podía soltarse de aquello que lo mantenía unido a ella. Así que caminó, dejando que el viento y la nieve cubrieran sus huellas mientras el rojo de la bufanda seguía siendo su único faro en medio de un mundo que se sentía cada vez más vacío. ------------------------------------------ Creo que por fin ya cerrare la cuenta, ya me aburre simplemente, cuidense mucho o en todo caso la abandone y ya jajaja :p
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