• 𝐒𝐔 𝐑𝐀𝐙Ó𝐍 - 𝐕𝐈𝐈
    𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬

    Se dejó caer de espaldas sobre la cama y se pasó una mano por el rostro agotado. La larga llama dorada de la lámpara de aceite en el tocador parpadeó suavemente, ofreciéndole consuelo. La habitación estaba quieta, el pasillo en silencio; la tranquilidad reinaba en la noche. Soltó un suspiro. Eneas por fin había dejado de llorar.

    La maternidad fue una de las peores batallas que jamás enfrentó. Ni siquiera aquellos meses de diversión junto a Anquises, cuando se hacía pasar por princesa o campesina la habían preparado para los cuidados que exigía la vida mortal. Creía haber aprendido lo esencial: la importancia del descanso, las comidas a tiempo y la fragilidad humana. Le habría gustado decir que lo hizo de maravilla, que fue una nodriza ejemplar y que todo salió bien. Pero nada más lejos de la realidad.

    Con cada día que pasaba, se convencía de que lo hacía terriblemente peor. No tenía un minuto de descanso, el niño siempre necesitaba algo nuevo: cambiar de pañales, dormirlo, apaciguar sus llantos interminables mientras trataba de descifrar si lloraba de hambre o de frío. No era madre primeriza… pero la experiencia de cuidar un bebé mortal no se podía comparar con la de una deidad, era algo completamente distinto.

    A eso se sumaba el hecho de que, además, debía ser cautelosa y medir muy bien cada acción que hiciera para no levantar sospechas. Absolutamente nadie en el palacio debía descubrir que ella no era la nodriza experimentada que decía ser, y mucho menos, que era una diosa.

    A veces ese pensamiento la llenaba de frustración. En ocasiones, por más que meciera a su hijo en brazos, le cantara una canción, lo arropara o lo alimentara, la rabia de sus lagrimas no cesaba. En su interior se agitaba un mar tormentoso de aflicción al que ella no siempre podía oponerse. Su paciencia se evaporaba, y la tentación de encender su Aión, de acceder a su divinidad se volvía casi irresistible. Podría usar su aura sobre él, envolverlo con ella, un truco que llegó a hacer en su momento con sus gemelos divinos para calmarlos. Un atajo que le haría las cosas más fáciles y que, sin embargo, le obligaba a cuestionarse que tan dependiente se había vuelto de su poder.

    Las noches pasaban y aunque Afro había atravesado incontables eventos a lo largo de su vida, ni siquiera la eternidad le pareció tan larga como la infancia de Eneas.

    Eneas odiaba el interior del palacio. Detestaba el sol, pero tampoco soportaba pasar demasiado tiempo bajo la sombra. Protestaba con el aroma del incienso y gritaba cuando ella dejaba de moverse. No le permitía quedarse quieta demasiado tiempo, eso, lejos de ayudar, lo alteraba. Probó suerte con algunos de los consejos de la reina Temiste y de thithē Ligeia, la anciana nodriza de Anquises, pero ninguno dio resultado. Lo único que realmente parecía funcionar eran los paseos por el jardín del palacio, que más que jardín, más bien era un frondoso bosque de hojas verdes escondido entre las murallas y las visitas a la playa. Le encantaba cuando ella le sumergía los pies en la espuma marina que oscurecía la arena al romper las olas, eso lograba arrancarle una sonrisa.

    Sus parpados comenzaban a cerrarse cuando el llanto de Eneas la despertó de golpe. Su pecho se sacudió, se frotó los ojos con los dedos antes de deslizarse fuera de la cama y salir al solitario pasillo. A menudo pensaba en su antigua vida y en todo lo que había dejado atrás al renunciar temporalmente a su divinidad, como en ese instante en el que se acercó a la cuna de su hijo para tomarlo entre sus brazos. Si aún fuera una diosa y no una mortal, aquel cansancio que le pesaba en los hombros y parpados grises no existiría.

    ────Oh, mi dulce príncipe… ¿qué ocurre? Ven, deja que te cargue un poco ─y aun con todo ese agotamiento, no dejó de sonreírle. Jamás dejaría de hacerlo.

    Se aseguró de alimentarlo y permaneció un largo rato junto a él. Le cantó una canción mientras caminaba en la oscuridad, y al recostarlo nuevamente en su cuna, le hizo cosquillas en la pancita. Como respuesta, el pequeño balbuceó algo, le sonrió y rio. Era la risa más preciosa y melodiosa que había escuchado jamás. El cansancio se disipó de su cuerpo; soltó una risa entrecortada y permitió que el sonido de su voz la llenara de fuerza, haciendo brotar desde lo más profundo de su pecho un amor tan intenso que le costaba creer que su corazón pudiera contenerlo sin romperse.

    Entonces comprendió que el amor de una madre no conocía límites. Sería capaz de hacer sangrar a este mundo por su hijo, caminar entre las brasas del fuego con los pies desnudos y desafiar a cualquier monstruo o deidad. Los convertiría en polvo de estrellas y lo esparciría en la inmensidad de la bóveda celeste si eso aseguraba la felicidad y bienestar de su pequeño.

    No advirtió el momento en que se quedó dormida junto a la cuna de su hijo, rodeándola con los brazos. Su corazón mortal latía débilmente, pero en paz.

    El amor que corría por sus venas era de una clase que los dioses no comprendían. No pertenecía a su naturaleza inmortal, tan distante del corazón humano, y sin embargo era la devoción que codiciaban con tanta hambre y anhelo. Un amor que no pedía adoración, ni ofrendas de vino o miel, ni templos con altares humeantes. Era un sentimiento sin medida, sin pausa ni descanso. Le exigía entregarse por completo en cuerpo y alma; exponerla a una peligrosa mezcla entre la ternura y el miedo a no tener nada bajo control, una mezcla tan intensa que la desbordaba cada vez que Eneas la miraba con sus ojitos brillantes, asomando la cabecita curiosa mientras ella preparaba ungüentos, aceites, baños o pañales.

    Sí, añoraba su antigua vida. Era cierto. Y aún así, jamás cambiaría ese cansancio por la calma inmortal que una vez conoció. Haría ese y mil sacrificios más por él.

    Durmió plácidamente en un dulce sueño. Tenía una razón para levantarse y luchar un día más.
    𝐒𝐔 𝐑𝐀𝐙Ó𝐍 - 𝐕𝐈𝐈 🐚 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬 Se dejó caer de espaldas sobre la cama y se pasó una mano por el rostro agotado. La larga llama dorada de la lámpara de aceite en el tocador parpadeó suavemente, ofreciéndole consuelo. La habitación estaba quieta, el pasillo en silencio; la tranquilidad reinaba en la noche. Soltó un suspiro. Eneas por fin había dejado de llorar. La maternidad fue una de las peores batallas que jamás enfrentó. Ni siquiera aquellos meses de diversión junto a Anquises, cuando se hacía pasar por princesa o campesina la habían preparado para los cuidados que exigía la vida mortal. Creía haber aprendido lo esencial: la importancia del descanso, las comidas a tiempo y la fragilidad humana. Le habría gustado decir que lo hizo de maravilla, que fue una nodriza ejemplar y que todo salió bien. Pero nada más lejos de la realidad. Con cada día que pasaba, se convencía de que lo hacía terriblemente peor. No tenía un minuto de descanso, el niño siempre necesitaba algo nuevo: cambiar de pañales, dormirlo, apaciguar sus llantos interminables mientras trataba de descifrar si lloraba de hambre o de frío. No era madre primeriza… pero la experiencia de cuidar un bebé mortal no se podía comparar con la de una deidad, era algo completamente distinto. A eso se sumaba el hecho de que, además, debía ser cautelosa y medir muy bien cada acción que hiciera para no levantar sospechas. Absolutamente nadie en el palacio debía descubrir que ella no era la nodriza experimentada que decía ser, y mucho menos, que era una diosa. A veces ese pensamiento la llenaba de frustración. En ocasiones, por más que meciera a su hijo en brazos, le cantara una canción, lo arropara o lo alimentara, la rabia de sus lagrimas no cesaba. En su interior se agitaba un mar tormentoso de aflicción al que ella no siempre podía oponerse. Su paciencia se evaporaba, y la tentación de encender su Aión, de acceder a su divinidad se volvía casi irresistible. Podría usar su aura sobre él, envolverlo con ella, un truco que llegó a hacer en su momento con sus gemelos divinos para calmarlos. Un atajo que le haría las cosas más fáciles y que, sin embargo, le obligaba a cuestionarse que tan dependiente se había vuelto de su poder. Las noches pasaban y aunque Afro había atravesado incontables eventos a lo largo de su vida, ni siquiera la eternidad le pareció tan larga como la infancia de Eneas. Eneas odiaba el interior del palacio. Detestaba el sol, pero tampoco soportaba pasar demasiado tiempo bajo la sombra. Protestaba con el aroma del incienso y gritaba cuando ella dejaba de moverse. No le permitía quedarse quieta demasiado tiempo, eso, lejos de ayudar, lo alteraba. Probó suerte con algunos de los consejos de la reina Temiste y de thithē Ligeia, la anciana nodriza de Anquises, pero ninguno dio resultado. Lo único que realmente parecía funcionar eran los paseos por el jardín del palacio, que más que jardín, más bien era un frondoso bosque de hojas verdes escondido entre las murallas y las visitas a la playa. Le encantaba cuando ella le sumergía los pies en la espuma marina que oscurecía la arena al romper las olas, eso lograba arrancarle una sonrisa. Sus parpados comenzaban a cerrarse cuando el llanto de Eneas la despertó de golpe. Su pecho se sacudió, se frotó los ojos con los dedos antes de deslizarse fuera de la cama y salir al solitario pasillo. A menudo pensaba en su antigua vida y en todo lo que había dejado atrás al renunciar temporalmente a su divinidad, como en ese instante en el que se acercó a la cuna de su hijo para tomarlo entre sus brazos. Si aún fuera una diosa y no una mortal, aquel cansancio que le pesaba en los hombros y parpados grises no existiría. ────Oh, mi dulce príncipe… ¿qué ocurre? Ven, deja que te cargue un poco ─y aun con todo ese agotamiento, no dejó de sonreírle. Jamás dejaría de hacerlo. Se aseguró de alimentarlo y permaneció un largo rato junto a él. Le cantó una canción mientras caminaba en la oscuridad, y al recostarlo nuevamente en su cuna, le hizo cosquillas en la pancita. Como respuesta, el pequeño balbuceó algo, le sonrió y rio. Era la risa más preciosa y melodiosa que había escuchado jamás. El cansancio se disipó de su cuerpo; soltó una risa entrecortada y permitió que el sonido de su voz la llenara de fuerza, haciendo brotar desde lo más profundo de su pecho un amor tan intenso que le costaba creer que su corazón pudiera contenerlo sin romperse. Entonces comprendió que el amor de una madre no conocía límites. Sería capaz de hacer sangrar a este mundo por su hijo, caminar entre las brasas del fuego con los pies desnudos y desafiar a cualquier monstruo o deidad. Los convertiría en polvo de estrellas y lo esparciría en la inmensidad de la bóveda celeste si eso aseguraba la felicidad y bienestar de su pequeño. No advirtió el momento en que se quedó dormida junto a la cuna de su hijo, rodeándola con los brazos. Su corazón mortal latía débilmente, pero en paz. El amor que corría por sus venas era de una clase que los dioses no comprendían. No pertenecía a su naturaleza inmortal, tan distante del corazón humano, y sin embargo era la devoción que codiciaban con tanta hambre y anhelo. Un amor que no pedía adoración, ni ofrendas de vino o miel, ni templos con altares humeantes. Era un sentimiento sin medida, sin pausa ni descanso. Le exigía entregarse por completo en cuerpo y alma; exponerla a una peligrosa mezcla entre la ternura y el miedo a no tener nada bajo control, una mezcla tan intensa que la desbordaba cada vez que Eneas la miraba con sus ojitos brillantes, asomando la cabecita curiosa mientras ella preparaba ungüentos, aceites, baños o pañales. Sí, añoraba su antigua vida. Era cierto. Y aún así, jamás cambiaría ese cansancio por la calma inmortal que una vez conoció. Haría ese y mil sacrificios más por él. Durmió plácidamente en un dulce sueño. Tenía una razón para levantarse y luchar un día más.
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  • El bar no era particularmente grande, pero tenía ese encanto que solo los lugares con historia conservan. Las paredes estaban cubiertas de retratos antiguos y botellas de vino con etiquetas descoloridas por el tiempo. Desde las ventanas amplias, la luz del mediodía caía en haces dorados que cruzaban el aire, iluminando el polvo suspendido como si fueran fragmentos de un pequeño universo detenido. –Zareth estaba sentado en uno de los taburetes del extremo, con la postura relajada y el vaso de licor entre las manos–. Su mirada dorada se perdía entre los reflejos del cristal, ensimismado en pensamientos que apenas él entendía.

    –Hacía días que no se permitía una pausa–. Entre turnos de noche, vasos por limpiar y conversaciones a medio terminar, apenas recordaba cómo se sentía simplemente ser un cliente. Por eso estaba allí, lejos de su bar, buscando un poco de anonimato y silencio. La música que sonaba de fondo era suave, un jazz antiguo que se mezclaba con el murmullo de un par de conversaciones dispersas. Todo parecía fluir con calma, como si el tiempo hubiera decidido tomarse un respiro también.

    El bartender, un hombre de unos cuarenta años con una sonrisa cansada, se acercó a él con cierta complicidad.
    ¿Lo mismo de siempre, Zareth?
    –Él alzó la vista y esbozó una sonrisa leve–.
    Sí, pero esta vez con menos hielo. No quiero que se diluya tan rápido.

    El otro rió por lo bajo antes de apartarse, y Zareth volvió a observar la barra, deslizando un dedo por la superficie brillante. –Llevaba la camisa arremangada, el cuello ligeramente desabrochado y el cabello castaño cayendo sobre la frente en un descuido que parecía intencional–. A pesar de su serenidad, había algo en su presencia que desentonaba con el resto: un magnetismo silencioso, algo en la forma en que su aura se mezclaba con el ambiente sin realmente pertenecerle.

    –Dejó el vaso a un lado y se inclinó hacia adelante, observando cómo un rayo de luz atravesaba el líquido ambarino y lo convertía en fuego líquido–. No podía evitar pensar en lo irónico que resultaba: un ángel mitad íncubo buscando calma en un lugar lleno de tentaciones humanas. Era como un lobo en un rebaño, pero demasiado cansado para morder.

    Su atención se desvió cuando la campanilla sobre la puerta sonó. –Giró apenas el rostro, observando cómo la claridad del exterior se filtraba brevemente en el bar junto con una figura nueva–. Tal vez un cliente más, tal vez alguien perdido. Pero había algo en esa entrada que le resultó... diferente.

    –Sus ojos dorados se detuvieron un instante más de lo necesario, curiosos, expectantes–.
    Quizá esta vez, pensó, la tarde no terminaría en silencio.
    El bar no era particularmente grande, pero tenía ese encanto que solo los lugares con historia conservan. Las paredes estaban cubiertas de retratos antiguos y botellas de vino con etiquetas descoloridas por el tiempo. Desde las ventanas amplias, la luz del mediodía caía en haces dorados que cruzaban el aire, iluminando el polvo suspendido como si fueran fragmentos de un pequeño universo detenido. –Zareth estaba sentado en uno de los taburetes del extremo, con la postura relajada y el vaso de licor entre las manos–. Su mirada dorada se perdía entre los reflejos del cristal, ensimismado en pensamientos que apenas él entendía. –Hacía días que no se permitía una pausa–. Entre turnos de noche, vasos por limpiar y conversaciones a medio terminar, apenas recordaba cómo se sentía simplemente ser un cliente. Por eso estaba allí, lejos de su bar, buscando un poco de anonimato y silencio. La música que sonaba de fondo era suave, un jazz antiguo que se mezclaba con el murmullo de un par de conversaciones dispersas. Todo parecía fluir con calma, como si el tiempo hubiera decidido tomarse un respiro también. El bartender, un hombre de unos cuarenta años con una sonrisa cansada, se acercó a él con cierta complicidad. ¿Lo mismo de siempre, Zareth? –Él alzó la vista y esbozó una sonrisa leve–. Sí, pero esta vez con menos hielo. No quiero que se diluya tan rápido. El otro rió por lo bajo antes de apartarse, y Zareth volvió a observar la barra, deslizando un dedo por la superficie brillante. –Llevaba la camisa arremangada, el cuello ligeramente desabrochado y el cabello castaño cayendo sobre la frente en un descuido que parecía intencional–. A pesar de su serenidad, había algo en su presencia que desentonaba con el resto: un magnetismo silencioso, algo en la forma en que su aura se mezclaba con el ambiente sin realmente pertenecerle. –Dejó el vaso a un lado y se inclinó hacia adelante, observando cómo un rayo de luz atravesaba el líquido ambarino y lo convertía en fuego líquido–. No podía evitar pensar en lo irónico que resultaba: un ángel mitad íncubo buscando calma en un lugar lleno de tentaciones humanas. Era como un lobo en un rebaño, pero demasiado cansado para morder. Su atención se desvió cuando la campanilla sobre la puerta sonó. –Giró apenas el rostro, observando cómo la claridad del exterior se filtraba brevemente en el bar junto con una figura nueva–. Tal vez un cliente más, tal vez alguien perdido. Pero había algo en esa entrada que le resultó... diferente. –Sus ojos dorados se detuvieron un instante más de lo necesario, curiosos, expectantes–. Quizá esta vez, pensó, la tarde no terminaría en silencio.
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  • Se ha ido. Lo sé. Lo aceptan todos menos yo.
    Hay algo en mí que se niega a entenderlo, como si mi propia mente se negara a sobrevivir sin él.

    No lo supero, no pienso hacerlo.

    Quiero quedarme aquí, en el mismo lugar donde lo perdí, porque moverme sería traicionarlo, sería admitir que puedo vivir sin él… y no puedo.
    No quiero una vida nueva, no quiero un destino diferente, no quiero aprender nada de este dolor.

    Lo único que quiero ya no existe.
    Se ha ido. Lo sé. Lo aceptan todos menos yo. Hay algo en mí que se niega a entenderlo, como si mi propia mente se negara a sobrevivir sin él. No lo supero, no pienso hacerlo. Quiero quedarme aquí, en el mismo lugar donde lo perdí, porque moverme sería traicionarlo, sería admitir que puedo vivir sin él… y no puedo. No quiero una vida nueva, no quiero un destino diferente, no quiero aprender nada de este dolor. Lo único que quiero ya no existe.
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  • Hoy quise probar una receta nueva, tal vez improvisé un poco, pero no puedo negar que me quedó delicioso -como siempre-.
    Hoy quise probar una receta nueva, tal vez improvisé un poco, pero no puedo negar que me quedó delicioso -como siempre-.
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  • Al fin había comenzado el invierno, justo empezó a caer la primera nevada. Después de un rato de observar el blanco paisaje a través de su ventana, se animó a tomar su abrigo y salir a dar una vuelta por la ciudad. Despidiéndose de sus dos consentidos gatos, empezó su andanza por las calles, observando cada luz, cada ventana, cada hoja de árbol siendo cubierta por los pequeños copos de nieve, por un momento se olvidó de la gente a su alrededor, ignoró las miradas, solo eran él y el paisaje. El invierno era de sus estaciones favoritas, lo hacía sentir más cálido, más cerca de sí mismo y de los pocos buenos recuerdos que guardaba en el fondo de su mente.
    Cruzando por las calles y girando en las esquinas sin un rumbo definido al principio, decidió que pasaría por alguna tienda para comprarle algo a sus gatos, algunos ingredientes para nuevas recetas, chocolate en cantidades considerables y una buena botella de vino. El día era maravilloso para él, se sentía a gusto, hoy se encontraba feliz. Se sorprendió a sí mismo al encontrarse pensando en que el día sería mejor si tuviera con quién pasarlo y compartir; hacía tiempo que no sentía ese extraño vacío dentro de él, tan antinatural, algo que por mucho tiempo ha intentado rechazar con fuerza.
    Al fin había comenzado el invierno, justo empezó a caer la primera nevada. Después de un rato de observar el blanco paisaje a través de su ventana, se animó a tomar su abrigo y salir a dar una vuelta por la ciudad. Despidiéndose de sus dos consentidos gatos, empezó su andanza por las calles, observando cada luz, cada ventana, cada hoja de árbol siendo cubierta por los pequeños copos de nieve, por un momento se olvidó de la gente a su alrededor, ignoró las miradas, solo eran él y el paisaje. El invierno era de sus estaciones favoritas, lo hacía sentir más cálido, más cerca de sí mismo y de los pocos buenos recuerdos que guardaba en el fondo de su mente. Cruzando por las calles y girando en las esquinas sin un rumbo definido al principio, decidió que pasaría por alguna tienda para comprarle algo a sus gatos, algunos ingredientes para nuevas recetas, chocolate en cantidades considerables y una buena botella de vino. El día era maravilloso para él, se sentía a gusto, hoy se encontraba feliz. Se sorprendió a sí mismo al encontrarse pensando en que el día sería mejor si tuviera con quién pasarlo y compartir; hacía tiempo que no sentía ese extraño vacío dentro de él, tan antinatural, algo que por mucho tiempo ha intentado rechazar con fuerza.
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  • Angela Di Trapani

    —¿Sabes algo, amor? —mi voz suena baja, un poco ronca todavía, pero cargada de esa decisión que lleva días haciéndome cosquillas en el pecho—. No quiero esperar más.

    —Ya sé que dijimos que lo haríamos cuando todo estuviera más tranquilo, cuando pudiéramos respirar sin mirar atrás, pero… ¿y si eso nunca pasa? —suspiro, girando un poco la cabeza hacia ti—. Siempre hay algo. Siempre hay una herida nueva, una sombra, una amenaza, una excusa. Y estoy cansada de posponer lo único que realmente quiero en esta vida: casarme contigo.

    —Quiero hacerlo ya, Angela. No necesito una boda perfecta, ni flores, ni invitados. Solo tú y yo. Un lugar tranquilo, algo sencillo. Prometerte que no voy a irme a ningún sitio más, que ya no quiero que nada nos robe más tiempo.

    —He estado pensando demasiado desde que desperté… —mi voz se quiebra apenas un poco, y sonrío con tristeza—. Perdí mucho, amor. Pero lo que no he perdido, lo que ni siquiera pudieron tocar, es lo que siento por ti. Y eso me basta.

    —Así que sí… quiero casarme contigo ya. Esta semana, mañana, ahora mismo si me dejas levantarme. —Río suave, casi temblando—. No quiero esperar más para llamarte mi esposa. No quiero que la vida nos vuelva a interrumpir.
    [haze_orange_shark_766] —¿Sabes algo, amor? —mi voz suena baja, un poco ronca todavía, pero cargada de esa decisión que lleva días haciéndome cosquillas en el pecho—. No quiero esperar más. —Ya sé que dijimos que lo haríamos cuando todo estuviera más tranquilo, cuando pudiéramos respirar sin mirar atrás, pero… ¿y si eso nunca pasa? —suspiro, girando un poco la cabeza hacia ti—. Siempre hay algo. Siempre hay una herida nueva, una sombra, una amenaza, una excusa. Y estoy cansada de posponer lo único que realmente quiero en esta vida: casarme contigo. —Quiero hacerlo ya, Angela. No necesito una boda perfecta, ni flores, ni invitados. Solo tú y yo. Un lugar tranquilo, algo sencillo. Prometerte que no voy a irme a ningún sitio más, que ya no quiero que nada nos robe más tiempo. —He estado pensando demasiado desde que desperté… —mi voz se quiebra apenas un poco, y sonrío con tristeza—. Perdí mucho, amor. Pero lo que no he perdido, lo que ni siquiera pudieron tocar, es lo que siento por ti. Y eso me basta. —Así que sí… quiero casarme contigo ya. Esta semana, mañana, ahora mismo si me dejas levantarme. —Río suave, casi temblando—. No quiero esperar más para llamarte mi esposa. No quiero que la vida nos vuelva a interrumpir.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Diviértanse con nuestra nueva temática en evento por las futuras y tenebrosas celebraciones! Buen día!
    Diviértanse con nuestra nueva temática en evento por las futuras y tenebrosas celebraciones! Buen día!
    En emoción de los próximos días, Halloween y nuestro bello día de muertos, todo miembro de la familia, hará un especial de Disfraz, o cambio de pjs, por tales celebraciones, así que pueden pedir sus opciones, no importa si es Game, Anime se hará toda clase de pj, menos el mayor de la familia, el no es.. apto para el cambio de sexo, es la única excepción, anímense y hagan sus pedidos! Todo miembro está dentro del evento, hoy iniciamos hasta el día 2 de noviembre!

    La única regla es no hacer peticiones de Disfraz o cambio muy +18, razón? No queremos que nos cierren o limiten cuentas!
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  • Toca reponer las mezclas y preparar algunas nuevas.
    Toca reponer las mezclas y preparar algunas nuevas.
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  • Eh borrado más de cien poemas.
    Sigues siendo mi inspiración.
    Aún cabes en mi pensamiento... ¿Pero para qué?,
    Aún eres mi adoración.

    ¿Qué gustarías que escriba para ti?,
    ¿El cuánto te adoro?,
    ¿O el cuánto me dueles?;
    Anda... Te doy a elegir,
    eres mi pensamiento y mi sentir.

    No me aceptes si no quieres.
    Si hago algo que no te guste...
    Entiende que es solo para no tenerte, todo el maldito tiempo en mi mente.
    ¿Quieres aún estar ahí?
    Entonces vuelve... Y quizá deje nuevamente todo por ti, aunque no debería hacerlo así.

    Pero no quiero verte hacer reproches...
    Tu y tus viejos derroches.
    Te ves tan tierno haciendo eso, refunfuñando, quejando y negando.

    ¿De qué me serviría abrir de nuevo mis brazos ofreciéndote mi corazón?.
    Si nuevamente me será negado.

    Pero bah!... Sigues siendo mi inspiración.
    Y sé que en tu mente no quepo yo.
    Pero bah!.. ¿Que ganó yo?,
    Solo un hueco corazón.

    -ZZ
    Eh borrado más de cien poemas. Sigues siendo mi inspiración. Aún cabes en mi pensamiento... ¿Pero para qué?, Aún eres mi adoración. ¿Qué gustarías que escriba para ti?, ¿El cuánto te adoro?, ¿O el cuánto me dueles?; Anda... Te doy a elegir, eres mi pensamiento y mi sentir. No me aceptes si no quieres. Si hago algo que no te guste... Entiende que es solo para no tenerte, todo el maldito tiempo en mi mente. ¿Quieres aún estar ahí? Entonces vuelve... Y quizá deje nuevamente todo por ti, aunque no debería hacerlo así. Pero no quiero verte hacer reproches... Tu y tus viejos derroches. Te ves tan tierno haciendo eso, refunfuñando, quejando y negando. ¿De qué me serviría abrir de nuevo mis brazos ofreciéndote mi corazón?. Si nuevamente me será negado. Pero bah!... Sigues siendo mi inspiración. Y sé que en tu mente no quepo yo. Pero bah!.. ¿Que ganó yo?, Solo un hueco corazón. -ZZ
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  • -¡Ah~! ¡Qué lindo se ve todo desde aquí
    Sabes… cuando miras el universo por completo, parece tan grande… pero también tan pequeño.
    *risita* Supongo que eso tiene sentido si eres el “Espacio”, ¿no~?

    -¡Mira estas estrellitas! *extiende las manos dejando que los orbes brillen* Cada una tiene su propia historia… y aún así, todas brillan juntas.
    Así que, aunque te sientas solito a veces, recuerda: ¡siempre hay luz cerca!

    *Da una vuelta, dejando un rastro de polvo estelar*

    -Ahora ven, ¡vamos a crear una galaxia nueva! ¡Una llena de sonrisas y panecillos!
    -¡Ah~! ¡Qué lindo se ve todo desde aquí✨ Sabes… cuando miras el universo por completo, parece tan grande… pero también tan pequeño. *risita* Supongo que eso tiene sentido si eres el “Espacio”, ¿no~? -¡Mira estas estrellitas! *extiende las manos dejando que los orbes brillen* Cada una tiene su propia historia… y aún así, todas brillan juntas. Así que, aunque te sientas solito a veces, recuerda: ¡siempre hay luz cerca! *Da una vuelta, dejando un rastro de polvo estelar* -Ahora ven, ¡vamos a crear una galaxia nueva! ¡Una llena de sonrisas y panecillos!
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