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    ¡Hoy tenemos una gran llegada de nuevos personajes 3D a la comunidad!

    Denle una cálida bienvenida a...

    ㅤㅤㅤㅤㅤ Iluna Vaelström

    Iluna Vaelström es una joven bruja de sangre ancestral, humana de nacimiento pero marcada por el misterio de generaciones antiguas. Dueña de "El Atrio de las Sombras", una tienda enclavada en el callejón más viejo de la ciudad, Iluna equilibra su vida como estudiante de arte conceptual con sus habilidades arcanas. En su tienda, lo esotérico se mezcla con lo emocional: amuletos, hierbas, y lecturas de Tarot que nunca mienten. Carismática, enigmática y profundamente intuitiva, Iluna no solo comercia con objetos mágicos, sino con secretos, memorias... y a veces, destinos. Entrar a su tienda es sencillo. Salir, no tanto.


    ㅤㅤㅤㅤㅤ [orbit_titanium_kangaroo_528]

    Brillante como el sol que lo engendró, este semidiós, hijo de Apolo, irradia una calidez que puede curar tanto cuerpos como corazones. Médico de vocación y guerrero por herencia, camina entre mortales con el peso de la luz divina en sus manos. Es carismático, valiente, pero también atrapado en un dilema eterno: ¿fue amor lo que sintió o solo la certeza de tener la razón? Con una sonrisa que disipa sombras y un pasado que aún lo quema por dentro, su historia es una balada dorada en el mundo de Percy Jackson, donde incluso el sol tiene secretos.


    ¡Bienvenid@s a FicRol! Nos alegra muchísimo teneros por aquí. Esta comunidad está llena de historias por descubrir, personajes con los que conectar y mucho espacio para que desarrolléis los vuestros a vuestro ritmo.


    Yo soy Caroline, vuestra RolSage, algo así como una guía en el mundo de los Personajes 3D. Si tienes dudas, necesitas ayuda o simplemente quieres charlar, mis DMs están abiertos. Además, en mi fanpage encontrarás guías súper detalladas sobre el funcionamiento de FicRol. ¡Dale like para no perderte nada!

    Antes de lanzaros al rol, os dejo por aquí algunos enlaces útiles que os harán la vida más fácil:

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    ✨ ¡HEY, FICROLERS 3D! ✨ ¡Hoy tenemos una gran llegada de nuevos personajes 3D a la comunidad! 🎉 Denle una cálida bienvenida a... ㅤㅤㅤㅤㅤ ✨ [WitchPleaseD0nt] Iluna Vaelström es una joven bruja de sangre ancestral, humana de nacimiento pero marcada por el misterio de generaciones antiguas. Dueña de "El Atrio de las Sombras", una tienda enclavada en el callejón más viejo de la ciudad, Iluna equilibra su vida como estudiante de arte conceptual con sus habilidades arcanas. En su tienda, lo esotérico se mezcla con lo emocional: amuletos, hierbas, y lecturas de Tarot que nunca mienten. Carismática, enigmática y profundamente intuitiva, Iluna no solo comercia con objetos mágicos, sino con secretos, memorias... y a veces, destinos. Entrar a su tienda es sencillo. Salir, no tanto. ㅤㅤㅤㅤㅤ ✨ [orbit_titanium_kangaroo_528] Brillante como el sol que lo engendró, este semidiós, hijo de Apolo, irradia una calidez que puede curar tanto cuerpos como corazones. Médico de vocación y guerrero por herencia, camina entre mortales con el peso de la luz divina en sus manos. Es carismático, valiente, pero también atrapado en un dilema eterno: ¿fue amor lo que sintió o solo la certeza de tener la razón? Con una sonrisa que disipa sombras y un pasado que aún lo quema por dentro, su historia es una balada dorada en el mundo de Percy Jackson, donde incluso el sol tiene secretos. 👋 ¡Bienvenid@s a FicRol! Nos alegra muchísimo teneros por aquí. Esta comunidad está llena de historias por descubrir, personajes con los que conectar y mucho espacio para que desarrolléis los vuestros a vuestro ritmo. 🧙‍♀️ Yo soy Caroline, vuestra RolSage, algo así como una guía en el mundo de los Personajes 3D. Si tienes dudas, necesitas ayuda o simplemente quieres charlar, mis DMs están abiertos. Además, en mi fanpage encontrarás guías súper detalladas sobre el funcionamiento de FicRol. ¡Dale like para no perderte nada! 🧭 Antes de lanzaros al rol, os dejo por aquí algunos enlaces útiles que os harán la vida más fácil: 📌 Normas básicas de la plataforma: 🔗 https://ficrol.com/static/guidelines  📖 Guías y miniguías para no perderse: 🔗 https://ficrol.com/blogs/147711/ÍNDICE-DE-GUIAS-Y-MINIGUIAS  🌍 Grupo exclusivo para Personajes 3D: 🔗 https://ficrol.com/groups/Personajes3D 📚 Directorios para encontrar rol y fandoms afines 🔗 Directorio de Personajes 3D: https://ficrol.com/blogs/181793/DIRECTORIO-PERSONAJES-3D-Y-FANDOMS   🔗 Fandoms 3D en FicRol: https://ficrol.com/blogs/151304/FANDOMS-PERSONAJES-3D-EN-FICROL  ✍️ Consejos para mejorar escritura y narración 🔗 https://ficrol.com/pages/RinconEscritor  ¡Estamos deseando ver a vuestros personajes en acción! 🚀🔥 #RolSage3D #Bienvenida3D #NuevosPersonajes3D #ComunidadFicRol
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  • Cómo todos ven a Leah Ruíz:

    Leah es la encarnación de la belleza que mata, la tentación hecha carne, la sombra elegante que se desliza entre el humo de la pólvora y los tragos caros. Camina como si el mundo le debiera algo, y probablemente así sea.

    Su melena es negra como la tinta más espesa, larga hasta media espalda, con un brillo frío y sedoso que cae en ondas suaves, aunque a veces lo recoge en una coleta alta o un moño bajo cuando se prepara para matar. El contraste entre su pelo oscuro y su piel clara crea una imagen magnética, casi peligrosa.

    Dos zafiros helados, intensos, tajantes adornan su cara. Sus ojos azules no son cálidos: son fríos, calculadores, capaces de atravesarte con una sola mirada. Hay algo hipnótico en ellos, como si pudieran leer tus pecados y decidir si mereces redención o bala.

    Su rostro es una obra de arte renacentista tallada con precisión letal: pómulos altos, mandíbula definida, labios carnosos que rara vez sonríen. Cuando lo hacen, es con esa curva sutil que no promete nada, pero lo insinúa todo. Su piel es de un tono marfil suave, sin imperfecciones, salvo por una pequeña cicatriz junto al labio inferior, casi invisible, pero inolvidable.

    Estatura media (1.68), de figura esbelta y atlética, con curvas tan elegantes como peligrosas. Se mueve con la gracia de una bailarina y la precisión de una asesina. Cada paso suyo parece medido, como si fuera parte de una danza que sólo ella entiende. Sabe que su cuerpo es un arma más y lo utiliza con la misma frialdad que su pistola Beretta.

    Tiene un tatuaje oculto bajo el pecho izquierdo: una rosa negra atravesada por una daga, símbolo de su familia caída y de su renacimiento como jefa. En la clavícula derecha, una línea muy fina en latín: "Omnia mea mecum porto" —todo lo mío lo llevo conmigo.

    Viste con una elegancia afilada. Trajes a medida, pantalones de cuero, blusas de seda, tacones de aguja. Siempre lleva guantes de piel negra cuando sale a actuar. Su perfume mezcla notas de tabaco rubio, vainilla oscura y vetiver —un aroma que se queda en la memoria como una maldición.
    Cómo todos ven a Leah Ruíz: Leah es la encarnación de la belleza que mata, la tentación hecha carne, la sombra elegante que se desliza entre el humo de la pólvora y los tragos caros. Camina como si el mundo le debiera algo, y probablemente así sea. Su melena es negra como la tinta más espesa, larga hasta media espalda, con un brillo frío y sedoso que cae en ondas suaves, aunque a veces lo recoge en una coleta alta o un moño bajo cuando se prepara para matar. El contraste entre su pelo oscuro y su piel clara crea una imagen magnética, casi peligrosa. Dos zafiros helados, intensos, tajantes adornan su cara. Sus ojos azules no son cálidos: son fríos, calculadores, capaces de atravesarte con una sola mirada. Hay algo hipnótico en ellos, como si pudieran leer tus pecados y decidir si mereces redención o bala. Su rostro es una obra de arte renacentista tallada con precisión letal: pómulos altos, mandíbula definida, labios carnosos que rara vez sonríen. Cuando lo hacen, es con esa curva sutil que no promete nada, pero lo insinúa todo. Su piel es de un tono marfil suave, sin imperfecciones, salvo por una pequeña cicatriz junto al labio inferior, casi invisible, pero inolvidable. Estatura media (1.68), de figura esbelta y atlética, con curvas tan elegantes como peligrosas. Se mueve con la gracia de una bailarina y la precisión de una asesina. Cada paso suyo parece medido, como si fuera parte de una danza que sólo ella entiende. Sabe que su cuerpo es un arma más y lo utiliza con la misma frialdad que su pistola Beretta. Tiene un tatuaje oculto bajo el pecho izquierdo: una rosa negra atravesada por una daga, símbolo de su familia caída y de su renacimiento como jefa. En la clavícula derecha, una línea muy fina en latín: "Omnia mea mecum porto" —todo lo mío lo llevo conmigo. Viste con una elegancia afilada. Trajes a medida, pantalones de cuero, blusas de seda, tacones de aguja. Siempre lleva guantes de piel negra cuando sale a actuar. Su perfume mezcla notas de tabaco rubio, vainilla oscura y vetiver —un aroma que se queda en la memoria como una maldición.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    -Sin embargo, por mucho que este mundo se haya arruinado, por mucho que esté sumido en el tormento y la desesperación, la vida perdura. Los nacimientos continúan. Hay belleza en eso, ¿no?
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  • -Con una mirada cansada me mantuve a la espera del nacimiento de una cria de ciervo si todo salia bien llegaría a la cantidad esperada -


    Shhh..... Tranquila pequeña pronto te llevaré con tu madre solo me sercioro de que estés en perfecto estado

    Damian: papi puedo cargarlo yo también ?

    A: lo siento cariño Pero aún eres muy pequeño para sostenerlo Pero puedes acariciar sus orejas
    -Sonriendo -

    Damian: Papi porque los cuidas tanto ? Acaso los comeremos ?

    A: jajajaja!! No mi niño aunque no niego que la carne de mis ciervos debe ser exquisita no los crío para comerlos estos ciervos son especiales

    Damian: especiales? Tiene poderes acaso ?

    A: mmm en parte cuando llegue el momento entenderás el propósito de estos hermosos ejemplares cariño y también alguna cría tendrá que eligirte como su amo y como advertencia mi niño jamás dañes a estos ciervos o permitas que los dañen

    Damian: que pasaría si son dañados?

    A: oooh eso sería atroz si eso pasara el individuo sería condenado por una maldición y no cualquier maldición si no una tan atroz como la que le lanzo el creador a Caín

    Damian : oooh..(caín..)


    -Con una mirada cansada me mantuve a la espera del nacimiento de una cria de ciervo si todo salia bien llegaría a la cantidad esperada - Shhh..... Tranquila pequeña pronto te llevaré con tu madre solo me sercioro de que estés en perfecto estado Damian: papi puedo cargarlo yo también ? A: lo siento cariño Pero aún eres muy pequeño para sostenerlo Pero puedes acariciar sus orejas -Sonriendo - Damian: Papi porque los cuidas tanto ? Acaso los comeremos ? A: jajajaja!! No mi niño aunque no niego que la carne de mis ciervos debe ser exquisita no los crío para comerlos estos ciervos son especiales Damian: especiales? Tiene poderes acaso ? A: mmm en parte cuando llegue el momento entenderás el propósito de estos hermosos ejemplares cariño y también alguna cría tendrá que eligirte como su amo y como advertencia mi niño jamás dañes a estos ciervos o permitas que los dañen Damian: que pasaría si son dañados? A: oooh eso sería atroz si eso pasara el individuo sería condenado por una maldición y no cualquier maldición si no una tan atroz como la que le lanzo el creador a Caín Damian : oooh..(caín..)
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  • Y has vuelto, con todo el resplandor de tu ser iluminando las vistas ajenas.
    Haciendo sentir el pasado con gusto a un presente incierto pero lleno de alegría.
    Vuelto a sacar sonrisas y llevar en tus hombros el peso de sus expectativas.
    Pero el brillo de tu ser, aquel que se vuelve a levantar después de una caída, el renacimiento de la nueva esperanza que has impuesto en todas aquellas manos solitarias.
    El nuevo comienzo para el nuevo peso que está dispuesto a cargar para creer que aún vale la pena.
    Ahora vale, vales mucho, vales más que cualquiera que quiera opacar tu brillo, vales más en este tiempo perfecto recibido con los brazos abiertos.
    Porque has denotado arrepentimiento y nostalgia, haciendo creer que aquí perteneces.. porque en realidad aquí siempre has pertenecido.
    Has crecido allá afuera, diario, momento a momento volviendo tu mente aquí y cuando nuevamente lo necesitas regresas a la guerra, regresas a la vida, regresas a tu origen con la espera de que todo vuelva a ser como perteneciste.
    Viva los renacimientos, viva el tener siempre un hogar a dónde regresar, viva la vida que un día te habías cansado de tener.
    Viva... Viva mucho... Y viva bien.

    Y has vuelto, con todo el resplandor de tu ser iluminando las vistas ajenas. Haciendo sentir el pasado con gusto a un presente incierto pero lleno de alegría. Vuelto a sacar sonrisas y llevar en tus hombros el peso de sus expectativas. Pero el brillo de tu ser, aquel que se vuelve a levantar después de una caída, el renacimiento de la nueva esperanza que has impuesto en todas aquellas manos solitarias. El nuevo comienzo para el nuevo peso que está dispuesto a cargar para creer que aún vale la pena. Ahora vale, vales mucho, vales más que cualquiera que quiera opacar tu brillo, vales más en este tiempo perfecto recibido con los brazos abiertos. Porque has denotado arrepentimiento y nostalgia, haciendo creer que aquí perteneces.. porque en realidad aquí siempre has pertenecido. Has crecido allá afuera, diario, momento a momento volviendo tu mente aquí y cuando nuevamente lo necesitas regresas a la guerra, regresas a la vida, regresas a tu origen con la espera de que todo vuelva a ser como perteneciste. Viva los renacimientos, viva el tener siempre un hogar a dónde regresar, viva la vida que un día te habías cansado de tener. Viva... Viva mucho... Y viva bien.
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  • Fragmento #1 ⟨ Es por ella que estoy vivo. ⟩

    Primavera, año xxxx. Era un lunes caluroso, las aves cantan, los insectos vuelan y las flores anuncian su más brillante nacimiento.

    Dahlia una amante de la naturaleza, rebuscada por su talento se estableció en lo más profundo de un bosque, Brynjar, aún era un infante que iba detrás de ella como un cachorro.

    Tomados de la mano, Dahlia le enseña el mundo, describe cada planta, cada animal, cada compuesto y su utilidad pero le inculca el respeto.

    Y Brynjar solo puede aprender a contemplar la belleza natural de todo a su alrededor pero sobre todo, de la dulzura y amor que transmite ella, como un pequeño Sol que calienta su corazón.

    Es así como el olvido nunca llega, porque se encuentra en los recuerdos del hombre. Y algún día espera volver a verla.
    Fragmento #1 ⟨ Es por ella que estoy vivo. ⟩ Primavera, año xxxx. Era un lunes caluroso, las aves cantan, los insectos vuelan y las flores anuncian su más brillante nacimiento. Dahlia una amante de la naturaleza, rebuscada por su talento se estableció en lo más profundo de un bosque, Brynjar, aún era un infante que iba detrás de ella como un cachorro. Tomados de la mano, Dahlia le enseña el mundo, describe cada planta, cada animal, cada compuesto y su utilidad pero le inculca el respeto. Y Brynjar solo puede aprender a contemplar la belleza natural de todo a su alrededor pero sobre todo, de la dulzura y amor que transmite ella, como un pequeño Sol que calienta su corazón. Es así como el olvido nunca llega, porque se encuentra en los recuerdos del hombre. Y algún día espera volver a verla.
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  • Noche sin Luna.
    Fandom Original.
    Categoría Acción
    𝗟𝘦𝘆𝙨𝘩𝗮 𝗟𝖺𝗻𝗰𝖺𝙨t𝗲𝙧

    ⠀⠀El aire denso del bar se mezclaba con el aroma agrio de tabaco viejo y madera húmeda. Las luces amarillas, opacas por décadas de polvo, proyectaban sombras largas sobre las mesas vacías a esa hora incierta entre la tarde y la noche. En un rincón, donde el bullicio de las conversaciones moría y la luz nocturna se reflejaba sobre la ventana, el cura se sentó solo, con la espalda apoyada contra la pared rugosa.

    ⠀⠀Tenía veinte y pocos años, pero algo en su mirada —una profundidad turbia, lejana— desentonaba con la tersura de su rostro joven. Su mano derecha rodeaba el vaso de vidrio con un gesto apagado, como si aquella acción formara parte de una costumbre más antigua que su propio cuerpo, puesto que el alcohol fue el descubrimiento más fiel del hombre. Las marcas de nacimiento en su antebrazo, oscuras y difusas como cicatrices de un fuego olvidado, se asomaban bajo la manga de su túnica remangada, quizá lo que más resaltaba.

    ⠀⠀Mientras la tele chirriaba un ruido estridente, una punzada familiar cruzó su sien. Un zumbido, un susurro lejano, apenas un eco: recuerdos que no eran suyos, pero que ardían como si siempre lo hubieran sido. En ese instante, supo que algo lo había llevado allí. No era casualidad. Aquel bar era un umbral, un portal para lo pecaminoso que se ocultaba en lo nocturno.

    ⠀⠀Parecía que nunca tendría una noche en paz.

    ⠀⠀Elevó la mirada, su ceja se arqueó. Algo había en esa silueta femenina que acababa de entrar, algo que le gritaba ecos de la sangre, como si hirviera.
    [Leysha1] ⠀ ⠀⠀El aire denso del bar se mezclaba con el aroma agrio de tabaco viejo y madera húmeda. Las luces amarillas, opacas por décadas de polvo, proyectaban sombras largas sobre las mesas vacías a esa hora incierta entre la tarde y la noche. En un rincón, donde el bullicio de las conversaciones moría y la luz nocturna se reflejaba sobre la ventana, el cura se sentó solo, con la espalda apoyada contra la pared rugosa. ⠀⠀Tenía veinte y pocos años, pero algo en su mirada —una profundidad turbia, lejana— desentonaba con la tersura de su rostro joven. Su mano derecha rodeaba el vaso de vidrio con un gesto apagado, como si aquella acción formara parte de una costumbre más antigua que su propio cuerpo, puesto que el alcohol fue el descubrimiento más fiel del hombre. Las marcas de nacimiento en su antebrazo, oscuras y difusas como cicatrices de un fuego olvidado, se asomaban bajo la manga de su túnica remangada, quizá lo que más resaltaba. ⠀⠀Mientras la tele chirriaba un ruido estridente, una punzada familiar cruzó su sien. Un zumbido, un susurro lejano, apenas un eco: recuerdos que no eran suyos, pero que ardían como si siempre lo hubieran sido. En ese instante, supo que algo lo había llevado allí. No era casualidad. Aquel bar era un umbral, un portal para lo pecaminoso que se ocultaba en lo nocturno. ⠀⠀Parecía que nunca tendría una noche en paz. ⠀⠀Elevó la mirada, su ceja se arqueó. Algo había en esa silueta femenina que acababa de entrar, algo que le gritaba ecos de la sangre, como si hirviera. ⠀
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  • "El día que los muertos caminaron con la primavera"

    Melinoë

    La tierra crujió al abrirse. No fue un estruendo, ni un rugido; fue un suspiro hondo, húmedo, como el sonido de una herida que no cierra. De esa fisura emergió Perséfone, reina de lo que yace bajo los pies del mundo, vestida con los jirones del invierno y el olor dulce del olvido. Detrás de ella, en silencio absoluto, Melíone ascendía.

    La hija venía como una sombra que no busca luz. No tocaba nada, pero todo en su presencia se helaba un poco. Ninguna palabra brotó de su boca. Era una criatura hecha del eco de los partos malogrados, de las velas apagadas antes del deseo, del miedo que nadie pronuncia pero todos cargan. Melíone no preguntaba. No necesitaba hacerlo. Todo en ella era comprensión sin lenguaje.

    Perséfone no miraba atrás. No debía. Si lo hacía, se arriesgaba a ver en los ojos de su hija la verdad cruda de lo que había creado.

    Salieron al mundo cuando la primera brisa del equinoccio aún dormía en las ramas más altas. Perséfone pisó la tierra como quien reclama una deuda. Cada paso suyo sembraba vida, sí, pero una vida enferma, ambigua, que florecía con un temblor de fiebre. Las flores brotaban de golpe, con un estallido que parecía dolor más que gozo, y se marchitaban en segundos, como si entendieran que no debían durar.

    Atravesaron campos en barbecho, donde los cuervos vigilaban desde postes torcidos. Perséfone no acarició ningún tallo ni saludó a criatura alguna. Su andar era el de una madre que no espera gratitud. La tierra la reconocía, pero no la amaba. Le temía, porque sabía que cada año venía a recordar el precio del verde.

    El mundo de los vivos se estremecía a su paso. Las aguas se detenían apenas un segundo. Las madres sentían un escalofrío en la espalda mientras peinaban a sus hijos. Los perros dejaban de ladrar y miraban al vacío, con el hocico bajo. Algo antiguo y sin nombre estaba entre ellos, pero ninguno se atrevía a nombrarlo.

    Melíone caminaba detrás, sin tocar nada. No necesitaba hacerlo. Su sola presencia ya era impacto. Allí donde posaba los ojos, el metal se oxidaba más rápido, los relojes perdían segundos y las frutas en los mercados se ennegrecían desde dentro. No dejaba huellas. No olía a nada. Y, sin embargo, los vivos sentían que alguien los miraba con el peso de una eternidad sin rostro.

    Perséfone avanzaba sin mirar a su hija, pero sabía que ella absorbía todo: el dolor de los nacimientos, la torpeza de los besos apresurados, la desesperación de los cuerpos que envejecen sin sentido. Era un viaje de iniciación, pero no hacia la vida. Era el bautismo lento y cruel de quien debe entender la existencia para gobernar su final.

    No hubo palabras. No las había entre ellas. Solo el crujido de la hierba, el silbido lejano de un gallo, el sol temblando en el horizonte como una promesa podrida. Perséfone guió a su hija por pueblos que olvidarán esa mañana para siempre. Por iglesias donde los santos lloraban sangre reseca. Por cementerios donde las lápidas se estremecieron, reconociendo una presencia más profunda que la muerte.

    Cuando el recorrido terminó, Perséfone se detuvo frente a un rosal seco. No lo tocó. Lo miró. Y al instante, floreció con una belleza grotesca: pétalos gruesos, rojo casi negro, espinas como dientes. Era una ofrenda. O una advertencia.

    Sin mirar a Melíone, volvió al camino hacia abajo. El descenso era lento. Los vivos no la vieron irse. Pero durante días, el aire tuvo ese sabor raro, entre sangre y tierra mojada. Durante semanas, los niños soñaron con mujeres vestidas de luto y fuego. Y durante años, cada primavera se volvió un poco más triste.

    Así fue el primer viaje de madre e hija. No se habló de él. Pero el mundo, desde entonces, recuerda.
    "El día que los muertos caminaron con la primavera" [Mel_Infra] La tierra crujió al abrirse. No fue un estruendo, ni un rugido; fue un suspiro hondo, húmedo, como el sonido de una herida que no cierra. De esa fisura emergió Perséfone, reina de lo que yace bajo los pies del mundo, vestida con los jirones del invierno y el olor dulce del olvido. Detrás de ella, en silencio absoluto, Melíone ascendía. La hija venía como una sombra que no busca luz. No tocaba nada, pero todo en su presencia se helaba un poco. Ninguna palabra brotó de su boca. Era una criatura hecha del eco de los partos malogrados, de las velas apagadas antes del deseo, del miedo que nadie pronuncia pero todos cargan. Melíone no preguntaba. No necesitaba hacerlo. Todo en ella era comprensión sin lenguaje. Perséfone no miraba atrás. No debía. Si lo hacía, se arriesgaba a ver en los ojos de su hija la verdad cruda de lo que había creado. Salieron al mundo cuando la primera brisa del equinoccio aún dormía en las ramas más altas. Perséfone pisó la tierra como quien reclama una deuda. Cada paso suyo sembraba vida, sí, pero una vida enferma, ambigua, que florecía con un temblor de fiebre. Las flores brotaban de golpe, con un estallido que parecía dolor más que gozo, y se marchitaban en segundos, como si entendieran que no debían durar. Atravesaron campos en barbecho, donde los cuervos vigilaban desde postes torcidos. Perséfone no acarició ningún tallo ni saludó a criatura alguna. Su andar era el de una madre que no espera gratitud. La tierra la reconocía, pero no la amaba. Le temía, porque sabía que cada año venía a recordar el precio del verde. El mundo de los vivos se estremecía a su paso. Las aguas se detenían apenas un segundo. Las madres sentían un escalofrío en la espalda mientras peinaban a sus hijos. Los perros dejaban de ladrar y miraban al vacío, con el hocico bajo. Algo antiguo y sin nombre estaba entre ellos, pero ninguno se atrevía a nombrarlo. Melíone caminaba detrás, sin tocar nada. No necesitaba hacerlo. Su sola presencia ya era impacto. Allí donde posaba los ojos, el metal se oxidaba más rápido, los relojes perdían segundos y las frutas en los mercados se ennegrecían desde dentro. No dejaba huellas. No olía a nada. Y, sin embargo, los vivos sentían que alguien los miraba con el peso de una eternidad sin rostro. Perséfone avanzaba sin mirar a su hija, pero sabía que ella absorbía todo: el dolor de los nacimientos, la torpeza de los besos apresurados, la desesperación de los cuerpos que envejecen sin sentido. Era un viaje de iniciación, pero no hacia la vida. Era el bautismo lento y cruel de quien debe entender la existencia para gobernar su final. No hubo palabras. No las había entre ellas. Solo el crujido de la hierba, el silbido lejano de un gallo, el sol temblando en el horizonte como una promesa podrida. Perséfone guió a su hija por pueblos que olvidarán esa mañana para siempre. Por iglesias donde los santos lloraban sangre reseca. Por cementerios donde las lápidas se estremecieron, reconociendo una presencia más profunda que la muerte. Cuando el recorrido terminó, Perséfone se detuvo frente a un rosal seco. No lo tocó. Lo miró. Y al instante, floreció con una belleza grotesca: pétalos gruesos, rojo casi negro, espinas como dientes. Era una ofrenda. O una advertencia. Sin mirar a Melíone, volvió al camino hacia abajo. El descenso era lento. Los vivos no la vieron irse. Pero durante días, el aire tuvo ese sabor raro, entre sangre y tierra mojada. Durante semanas, los niños soñaron con mujeres vestidas de luto y fuego. Y durante años, cada primavera se volvió un poco más triste. Así fue el primer viaje de madre e hija. No se habló de él. Pero el mundo, desde entonces, recuerda.
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  • Recuerdo del nacimiento de Melínoe

    Hay noches tan densas en el Inframundo, tan llenas de presencias calladas, que siento a Melínoe caminar entre los límites del sueño y la vigilia.
    Mi hija.
    La más silenciosa.
    La que nació sin un grito, sin fuego, sin caos.
    La que nació de lo invisible.

    No fue como con Zagreus. No hubo temblores, ni visiones, ni cielos que se desgarraran. Su llegada fue como un susurro en medio del abismo.
    Supe que venía porque mis sombras se volvían más largas.
    Porque los muertos me miraban con otros ojos.
    Porque soñaba con cosas que aún no habían sucedido.

    Melínoe creció en mi vientre como la bruma crece en los bosques: sin prisa, sin peso, como si siempre hubiera estado allí.

    Hades no decía nada. Me observaba con respeto, como si presintiera que esta vez no se trataba de fuego, sino de algo más sutil.
    Un alma antigua. Una presencia que no buscaba ser adorada, sino temida.

    Cuando la hora llegó, no supe si estaba dormida o despierta.
    Mi cuerpo no dolía.
    Solo se abría.
    Como si un velo fuera retirado entre mundos.

    Y entonces la tuve en brazos.

    Tan pequeña.
    Tan callada.
    Sus ojos no eran oscuros como los de su hermano… eran pálidos, casi traslúcidos, como los de los espíritus que aún no saben que han muerto.
    Su piel era fría, pero no incómoda. Era como la piedra bajo la luna.
    Y sus dedos se aferraron a los míos con una fuerza inesperada.

    —Melínoe —susurré—. Eres la hija de la noche que camina.
    La heredera de los susurros.
    La guía de los que no descansan.

    Hades se acercó, la tomó con cuidado y por un momento, por único instante, lo vi temblar.
    No de miedo.
    De reconocimiento.

    —Ella ve cosas —murmuró— que ni los dioses deberíamos ver.

    La envolvimos en telas de sombra.
    La bañamos en aguas del Leteo.
    La protegimos de la mirada del Olimpo.

    Porque Melínoe no vino a desafiar a los dioses.
    No vino a reclamar tronos ni venganzas.

    Ella nació para caminar entre lo invisible.
    Para tocar los límites del alma.
    Para visitar a los vivos en sueños…
    y recordarles que todos somos sombra, por dentro y por fuera.

    La crié entre los rincones más secretos del Inframundo, allí donde ni siquiera los ecos se atreven a quedarse. Le enseñé a escuchar las voces de los que murmuran desde el otro lado del velo, a distinguir entre el lamento y el deseo, entre la pena y el engaño. Caminábamos de la mano por pasadizos que solo nosotras conocíamos, donde los sueños de los vivos cruzaban sin saberlo, y los muertos olvidados susurraban nombres que nadie más podía oír.

    Le enseñé a moverse sin ser vista, a tocar un corazón dormido sin perturbarlo, a hablar con los que aún no aceptan que han partido. Le mostré cómo el mundo está lleno de almas errantes que solo necesitan una guía suave, una presencia que no imponga miedo, sino paz.

    Y ella aprendía. Siempre en silencio. Siempre con esa mirada distante y serena. No buscaba respuestas, solo entendimiento.

    Ahora, cuando las lámparas parpadean sin causa, cuando escucho pasos suaves detrás de mí sin que nadie esté allí…
    sé que es ella.
    Mi hija.
    La que nunca lloró.
    La que nació del silencio.
    La que camina entre los velos y nunca se pierde.

    Recuerdo del nacimiento de Melínoe Hay noches tan densas en el Inframundo, tan llenas de presencias calladas, que siento a Melínoe caminar entre los límites del sueño y la vigilia. Mi hija. La más silenciosa. La que nació sin un grito, sin fuego, sin caos. La que nació de lo invisible. No fue como con Zagreus. No hubo temblores, ni visiones, ni cielos que se desgarraran. Su llegada fue como un susurro en medio del abismo. Supe que venía porque mis sombras se volvían más largas. Porque los muertos me miraban con otros ojos. Porque soñaba con cosas que aún no habían sucedido. Melínoe creció en mi vientre como la bruma crece en los bosques: sin prisa, sin peso, como si siempre hubiera estado allí. Hades no decía nada. Me observaba con respeto, como si presintiera que esta vez no se trataba de fuego, sino de algo más sutil. Un alma antigua. Una presencia que no buscaba ser adorada, sino temida. Cuando la hora llegó, no supe si estaba dormida o despierta. Mi cuerpo no dolía. Solo se abría. Como si un velo fuera retirado entre mundos. Y entonces la tuve en brazos. Tan pequeña. Tan callada. Sus ojos no eran oscuros como los de su hermano… eran pálidos, casi traslúcidos, como los de los espíritus que aún no saben que han muerto. Su piel era fría, pero no incómoda. Era como la piedra bajo la luna. Y sus dedos se aferraron a los míos con una fuerza inesperada. —Melínoe —susurré—. Eres la hija de la noche que camina. La heredera de los susurros. La guía de los que no descansan. Hades se acercó, la tomó con cuidado y por un momento, por único instante, lo vi temblar. No de miedo. De reconocimiento. —Ella ve cosas —murmuró— que ni los dioses deberíamos ver. La envolvimos en telas de sombra. La bañamos en aguas del Leteo. La protegimos de la mirada del Olimpo. Porque Melínoe no vino a desafiar a los dioses. No vino a reclamar tronos ni venganzas. Ella nació para caminar entre lo invisible. Para tocar los límites del alma. Para visitar a los vivos en sueños… y recordarles que todos somos sombra, por dentro y por fuera. La crié entre los rincones más secretos del Inframundo, allí donde ni siquiera los ecos se atreven a quedarse. Le enseñé a escuchar las voces de los que murmuran desde el otro lado del velo, a distinguir entre el lamento y el deseo, entre la pena y el engaño. Caminábamos de la mano por pasadizos que solo nosotras conocíamos, donde los sueños de los vivos cruzaban sin saberlo, y los muertos olvidados susurraban nombres que nadie más podía oír. Le enseñé a moverse sin ser vista, a tocar un corazón dormido sin perturbarlo, a hablar con los que aún no aceptan que han partido. Le mostré cómo el mundo está lleno de almas errantes que solo necesitan una guía suave, una presencia que no imponga miedo, sino paz. Y ella aprendía. Siempre en silencio. Siempre con esa mirada distante y serena. No buscaba respuestas, solo entendimiento. Ahora, cuando las lámparas parpadean sin causa, cuando escucho pasos suaves detrás de mí sin que nadie esté allí… sé que es ella. Mi hija. La que nunca lloró. La que nació del silencio. La que camina entre los velos y nunca se pierde.
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  • “Recuerdo del Nacimiento de Zagreus”

    A veces, cuando el silencio me envuelve en los pasillos del Inframundo, me detengo a recordar aquel día.
    El día en que nació nuestro hijo.

    Mi cuerpo no se transformó como el de una mortal. Cambió con lentitud y poder, como si el universo mismo estuviera dentro de mí, latiendo con un pulso antiguo y profundo. La energía que me habitaba alteró todo a mi alrededor: el aire se volvió denso, los jardines florecían sin control, y las sombras murmuraban a cada paso que daba.

    Hades no me dejó sola ni un instante. Estaba conmigo en cada respiración, en cada estremecimiento de mi piel. Me cuidaba con manos firmes y ojos llenos de una ternura que rara vez mostraba a otros. Sentía cómo cada noche, entre palabras y caricias, fortalecíamos lo que habíamos creado juntos.

    Y entonces, llegó el momento.

    Recuerdo el temblor del suelo bajo mis pies. Recuerdo el grito que brotó de lo más profundo de mí, no de dolor, sino de vida. Un llamado primitivo, antiguo, que hizo eco en cada rincón del Inframundo.

    Hades llegó a mi lado cubierto en ceniza, como si él también hubiese ardido en la espera. Me sostuvo con fuerza, y nuestros ojos se encontraron. En ese instante, no éramos rey y reina. Éramos simplemente dos almas esperando recibir un milagro.

    Y cuando nuestro hijo nació…
    no lloró.
    Rugió.

    Un sonido profundo, ancestral, como si la esencia del Inframundo tomara forma en su voz. Tenía el cabello oscuro como la noche sin luna y ojos que parecían hechos de estrellas muertas. En su piel brillaba un fuego que no quemaba, pero que imponía respeto.

    Lo sostuve en brazos, y el mundo pareció detenerse.

    —Nuestro hijo —dije, con lágrimas en los ojos—. Nacido del amor, del poder… del destino.

    Hades lo alzó al cielo oscuro del Inframundo, y en ese preciso instante, algo cambió en el universo.
    El Olimpo despertó inquieto.
    Los dioses sintieron que un nuevo poder caminaba entre los suyos.

    Zagreus había llegado.

    No era solo un niño.

    Era la prueba viviente de que el Inframundo no era estéril.
    Que incluso en la oscuridad más absoluta puede florecer la vida.
    Que el amor no necesita la luz del sol para ser fecundo.
    Que una reina de primavera puede dar a luz entre las cenizas y el fuego, sin perder su esencia, sino transformándola.

    Él fue mi renacer.
    Mi hijo.
    Mi legado.
    La fusión de lo salvaje y lo tierno.
    Del fin y del comienzo.

    Y mientras los dioses se agitaban en sus tronos, temiendo lo que aún no entendían, yo sonreía.

    Porque en mis brazos dormía algo más que poder.
    Dormía esperanza.
    “Recuerdo del Nacimiento de Zagreus” A veces, cuando el silencio me envuelve en los pasillos del Inframundo, me detengo a recordar aquel día. El día en que nació nuestro hijo. Mi cuerpo no se transformó como el de una mortal. Cambió con lentitud y poder, como si el universo mismo estuviera dentro de mí, latiendo con un pulso antiguo y profundo. La energía que me habitaba alteró todo a mi alrededor: el aire se volvió denso, los jardines florecían sin control, y las sombras murmuraban a cada paso que daba. Hades no me dejó sola ni un instante. Estaba conmigo en cada respiración, en cada estremecimiento de mi piel. Me cuidaba con manos firmes y ojos llenos de una ternura que rara vez mostraba a otros. Sentía cómo cada noche, entre palabras y caricias, fortalecíamos lo que habíamos creado juntos. Y entonces, llegó el momento. Recuerdo el temblor del suelo bajo mis pies. Recuerdo el grito que brotó de lo más profundo de mí, no de dolor, sino de vida. Un llamado primitivo, antiguo, que hizo eco en cada rincón del Inframundo. Hades llegó a mi lado cubierto en ceniza, como si él también hubiese ardido en la espera. Me sostuvo con fuerza, y nuestros ojos se encontraron. En ese instante, no éramos rey y reina. Éramos simplemente dos almas esperando recibir un milagro. Y cuando nuestro hijo nació… no lloró. Rugió. Un sonido profundo, ancestral, como si la esencia del Inframundo tomara forma en su voz. Tenía el cabello oscuro como la noche sin luna y ojos que parecían hechos de estrellas muertas. En su piel brillaba un fuego que no quemaba, pero que imponía respeto. Lo sostuve en brazos, y el mundo pareció detenerse. —Nuestro hijo —dije, con lágrimas en los ojos—. Nacido del amor, del poder… del destino. Hades lo alzó al cielo oscuro del Inframundo, y en ese preciso instante, algo cambió en el universo. El Olimpo despertó inquieto. Los dioses sintieron que un nuevo poder caminaba entre los suyos. Zagreus había llegado. No era solo un niño. Era la prueba viviente de que el Inframundo no era estéril. Que incluso en la oscuridad más absoluta puede florecer la vida. Que el amor no necesita la luz del sol para ser fecundo. Que una reina de primavera puede dar a luz entre las cenizas y el fuego, sin perder su esencia, sino transformándola. Él fue mi renacer. Mi hijo. Mi legado. La fusión de lo salvaje y lo tierno. Del fin y del comienzo. Y mientras los dioses se agitaban en sus tronos, temiendo lo que aún no entendían, yo sonreía. Porque en mis brazos dormía algo más que poder. Dormía esperanza.
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