"๐๐ข ๐ญ๐ถ๐ป ๐ฆ๐ฏ ๐ญ๐ข๐ด ๐ต๐ช๐ฏ๐ช๐ฆ๐ฃ๐ญ๐ข๐ด ๐ณ๐ฆ๐ด๐ฑ๐ญ๐ข๐ฏ๐ฅ๐ฆ๐ค๐ฆ, ๐บ ๐ญ๐ข๐ด ๐ต๐ช๐ฏ๐ช๐ฆ๐ฃ๐ญ๐ข๐ด ๐ฏ๐ฐ ๐ญ๐ข ๐ค๐ฐ๐ฎ๐ฑ๐ณ๐ฆ๐ฏ๐ฅ๐ช๐ฆ๐ณ๐ฐ๐ฏ." — ๐๐ถ๐ข๐ฏ ๐ฃ:๐ง
La tormenta aún no había estallado, pero el cielo ya pendía como un velo herido de presagios. Las nubes giraban sobre sí mismas con la lentitud de lo inevitable, y el viento arrastraba restos: ceniza, hojas podridas, fragmentos de oraciones que nadie volvería a pronunciar. Móiril había llegado sola hasta las ruinas del santuario, allí donde el tiempo no redimía ni a los muros ni a los mártires.
Se detuvo frente al altar colapsado, un bloque de piedra tallado con símbolos que la humedad y el abandono apenas lograban ocultar. Entre sus dedos, cubiertos por guanteletes oscurecidos por la intemperie y la sangre vieja, sostenía una página rasgada de un códice sagrado. La tinta estaba ennegrecida por el fuego, pero una línea aún resistía:
“๐๐ข ๐ญ๐ถ๐ป ๐ฆ๐ฏ ๐ญ๐ข๐ด ๐ต๐ช๐ฏ๐ช๐ฆ๐ฃ๐ญ๐ข๐ด ๐ณ๐ฆ๐ด๐ฑ๐ญ๐ข๐ฏ๐ฅ๐ฆ๐ค๐ฆ, ๐บ ๐ญ๐ข๐ด ๐ต๐ช๐ฏ๐ช๐ฆ๐ฃ๐ญ๐ข๐ด ๐ฏ๐ฐ ๐ญ๐ข ๐ค๐ฐ๐ฎ๐ฑ๐ณ๐ฆ๐ฏ๐ฅ๐ช๐ฆ๐ณ๐ฐ๐ฏ.”
Leyó aquellas palabras en voz baja, casi como quien invoca el recuerdo de un nombre que ya no puede pronunciarse sin dolor. Había cerrado los ojos un instante, como si el peso del pasado la golpeara con fuerza renovada, pero no era debilidad: era contención. Era la marca de quien ha aprendido a no quebrarse donde otros habrían gritado.
— “Las tinieblas no la comprendieron…” —Murmuró entonces.— Pero fue la luz la que primero me volvió el rostro. ¿Quién, entonces, no comprendió a quién?
Sus pasos la llevaron a rozar el altar con la mano izquierda, y al hacerlo, sintió el eco de antiguos juramentos vibrar bajo sus dedos. Juramentos que había cumplido, promesas por las que había sangrado.
—Yo fui su instrumento. Elegida, consagrada, moldeada para portar un juicio que no era mío. Creí en la luz como se cree en una madre: con obediencia ciega. Pero cuando me ofrecí…
La ira no se dibujó en su voz. No era un estallido, sino una marea oscura que latía por debajo, en cada palabra.
—Las sombras, al menos, no me exigieron pureza. No me pidieron que olvidara. Me permitieron ser entera en mi dolor, sin fingir redención. En la oscuridad, el pecado tiene nombre. El sacrificio tiene rostro. En la luz… Solo hay silencio cuando el mártir no conviene.
Permaneció en pie por un momento más, dejando que el viento le desordenara el manto, que la lluvia comenzara a manchar su armadura con gotas como llagas abiertas. No se movía, no rezaba. Solo recordaba.
—En ese descenso, perdí algo más que mi nombre. Perdí la fe en aquello que no supo sostenerme cuando más lo necesité.
Y entonces, dió la espalda al altar. Se alejó sin mirar atrás, como quien ya no espera justicia ni consuelo, solo la continuación de un destino que eligió cuando todo lo demás le fue arrebatado.
La tormenta aún no había estallado, pero el cielo ya pendía como un velo herido de presagios. Las nubes giraban sobre sí mismas con la lentitud de lo inevitable, y el viento arrastraba restos: ceniza, hojas podridas, fragmentos de oraciones que nadie volvería a pronunciar. Móiril había llegado sola hasta las ruinas del santuario, allí donde el tiempo no redimía ni a los muros ni a los mártires.
Se detuvo frente al altar colapsado, un bloque de piedra tallado con símbolos que la humedad y el abandono apenas lograban ocultar. Entre sus dedos, cubiertos por guanteletes oscurecidos por la intemperie y la sangre vieja, sostenía una página rasgada de un códice sagrado. La tinta estaba ennegrecida por el fuego, pero una línea aún resistía:
“๐๐ข ๐ญ๐ถ๐ป ๐ฆ๐ฏ ๐ญ๐ข๐ด ๐ต๐ช๐ฏ๐ช๐ฆ๐ฃ๐ญ๐ข๐ด ๐ณ๐ฆ๐ด๐ฑ๐ญ๐ข๐ฏ๐ฅ๐ฆ๐ค๐ฆ, ๐บ ๐ญ๐ข๐ด ๐ต๐ช๐ฏ๐ช๐ฆ๐ฃ๐ญ๐ข๐ด ๐ฏ๐ฐ ๐ญ๐ข ๐ค๐ฐ๐ฎ๐ฑ๐ณ๐ฆ๐ฏ๐ฅ๐ช๐ฆ๐ณ๐ฐ๐ฏ.”
Leyó aquellas palabras en voz baja, casi como quien invoca el recuerdo de un nombre que ya no puede pronunciarse sin dolor. Había cerrado los ojos un instante, como si el peso del pasado la golpeara con fuerza renovada, pero no era debilidad: era contención. Era la marca de quien ha aprendido a no quebrarse donde otros habrían gritado.
— “Las tinieblas no la comprendieron…” —Murmuró entonces.— Pero fue la luz la que primero me volvió el rostro. ¿Quién, entonces, no comprendió a quién?
Sus pasos la llevaron a rozar el altar con la mano izquierda, y al hacerlo, sintió el eco de antiguos juramentos vibrar bajo sus dedos. Juramentos que había cumplido, promesas por las que había sangrado.
—Yo fui su instrumento. Elegida, consagrada, moldeada para portar un juicio que no era mío. Creí en la luz como se cree en una madre: con obediencia ciega. Pero cuando me ofrecí…
La ira no se dibujó en su voz. No era un estallido, sino una marea oscura que latía por debajo, en cada palabra.
—Las sombras, al menos, no me exigieron pureza. No me pidieron que olvidara. Me permitieron ser entera en mi dolor, sin fingir redención. En la oscuridad, el pecado tiene nombre. El sacrificio tiene rostro. En la luz… Solo hay silencio cuando el mártir no conviene.
Permaneció en pie por un momento más, dejando que el viento le desordenara el manto, que la lluvia comenzara a manchar su armadura con gotas como llagas abiertas. No se movía, no rezaba. Solo recordaba.
—En ese descenso, perdí algo más que mi nombre. Perdí la fe en aquello que no supo sostenerme cuando más lo necesité.
Y entonces, dió la espalda al altar. Se alejó sin mirar atrás, como quien ya no espera justicia ni consuelo, solo la continuación de un destino que eligió cuando todo lo demás le fue arrebatado.
"๐๐ข ๐ญ๐ถ๐ป ๐ฆ๐ฏ ๐ญ๐ข๐ด ๐ต๐ช๐ฏ๐ช๐ฆ๐ฃ๐ญ๐ข๐ด ๐ณ๐ฆ๐ด๐ฑ๐ญ๐ข๐ฏ๐ฅ๐ฆ๐ค๐ฆ, ๐บ ๐ญ๐ข๐ด ๐ต๐ช๐ฏ๐ช๐ฆ๐ฃ๐ญ๐ข๐ด ๐ฏ๐ฐ ๐ญ๐ข ๐ค๐ฐ๐ฎ๐ฑ๐ณ๐ฆ๐ฏ๐ฅ๐ช๐ฆ๐ณ๐ฐ๐ฏ." — ๐๐ถ๐ข๐ฏ ๐ฃ:๐ง
La tormenta aún no había estallado, pero el cielo ya pendía como un velo herido de presagios. Las nubes giraban sobre sí mismas con la lentitud de lo inevitable, y el viento arrastraba restos: ceniza, hojas podridas, fragmentos de oraciones que nadie volvería a pronunciar. Móiril había llegado sola hasta las ruinas del santuario, allí donde el tiempo no redimía ni a los muros ni a los mártires.
Se detuvo frente al altar colapsado, un bloque de piedra tallado con símbolos que la humedad y el abandono apenas lograban ocultar. Entre sus dedos, cubiertos por guanteletes oscurecidos por la intemperie y la sangre vieja, sostenía una página rasgada de un códice sagrado. La tinta estaba ennegrecida por el fuego, pero una línea aún resistía:
“๐๐ข ๐ญ๐ถ๐ป ๐ฆ๐ฏ ๐ญ๐ข๐ด ๐ต๐ช๐ฏ๐ช๐ฆ๐ฃ๐ญ๐ข๐ด ๐ณ๐ฆ๐ด๐ฑ๐ญ๐ข๐ฏ๐ฅ๐ฆ๐ค๐ฆ, ๐บ ๐ญ๐ข๐ด ๐ต๐ช๐ฏ๐ช๐ฆ๐ฃ๐ญ๐ข๐ด ๐ฏ๐ฐ ๐ญ๐ข ๐ค๐ฐ๐ฎ๐ฑ๐ณ๐ฆ๐ฏ๐ฅ๐ช๐ฆ๐ณ๐ฐ๐ฏ.”
Leyó aquellas palabras en voz baja, casi como quien invoca el recuerdo de un nombre que ya no puede pronunciarse sin dolor. Había cerrado los ojos un instante, como si el peso del pasado la golpeara con fuerza renovada, pero no era debilidad: era contención. Era la marca de quien ha aprendido a no quebrarse donde otros habrían gritado.
— “Las tinieblas no la comprendieron…” —Murmuró entonces.— Pero fue la luz la que primero me volvió el rostro. ¿Quién, entonces, no comprendió a quién?
Sus pasos la llevaron a rozar el altar con la mano izquierda, y al hacerlo, sintió el eco de antiguos juramentos vibrar bajo sus dedos. Juramentos que había cumplido, promesas por las que había sangrado.
—Yo fui su instrumento. Elegida, consagrada, moldeada para portar un juicio que no era mío. Creí en la luz como se cree en una madre: con obediencia ciega. Pero cuando me ofrecí…
La ira no se dibujó en su voz. No era un estallido, sino una marea oscura que latía por debajo, en cada palabra.
—Las sombras, al menos, no me exigieron pureza. No me pidieron que olvidara. Me permitieron ser entera en mi dolor, sin fingir redención. En la oscuridad, el pecado tiene nombre. El sacrificio tiene rostro. En la luz… Solo hay silencio cuando el mártir no conviene.
Permaneció en pie por un momento más, dejando que el viento le desordenara el manto, que la lluvia comenzara a manchar su armadura con gotas como llagas abiertas. No se movía, no rezaba. Solo recordaba.
—En ese descenso, perdí algo más que mi nombre. Perdí la fe en aquello que no supo sostenerme cuando más lo necesité.
Y entonces, dió la espalda al altar. Se alejó sin mirar atrás, como quien ya no espera justicia ni consuelo, solo la continuación de un destino que eligió cuando todo lo demás le fue arrebatado.

