• Aventura de hermanos... parte 1
    Categoría Aventura
    La noche había caído en el reino Fae y con ella la luna brillaba majestuosamente en cielo y Alexa se encontraba en las afueras de los terrenos Selene, mas específicamente en la lejanía de la mansión entre los arboles donde todos los Selene eran sepultados. Habían pasados ya un par de días tras la conversación con su hermano y los ataques del pasado donde lloro hasta quedarse dormida en los aposentos de Daniel.

    Llevaba ropa oscura que cubría bien su cabello y rostro, enmascarando ligeramente su identidad, algo prácticamente imposible pues el aura y poder de los Selene era inconfundible y en esta ocasión no iría solo ella, sino tambien su inexperto hermanito, sin embargo había prometido darle respuesta y contarle todos los misterios que englobaban a la familia Selene y a los hijos de la luna.

    Seria una aventura divertida un viaje no mas de 6 días a la biblioteca sagrada, la cual cuidaba su familia y resguardaba todos los secretos del reino mágico, pasarían por lugares no aptos para un noble como lo eran ellos, por lo cual había dejado una nota que decía exactamente la lista de cosas que debía llevar, donde la vería y un regalo de parte de sus padres, su primer investidura de "soldado" o en este caso el traje de "acecino2 que usaban solo los hijos de la luna de alto nivel, ya le contaría el significado de todo esto a su hermano y porque estas eran las prendas adecuadas para este momento, aquel viaje serviría para ayudar a Daniel y para resolver por fin todas las dudas de Alexa.

    -Porque tarda tanto... Cuanto tiempo puede tomar hacer una maleta y cambiarse...

    Estaba nerviosa, había pedido permiso a su padres para llevar a Daniel en esta alocada misión de investigación, ella era un soldado entrenado, llevar a alguien tan inexperto la asustaba, sobre todo porque era su hermanito, pero confiaría en el.

    -Ya no es un niño Alexa recuérdalo Esto es bueno para el... Sera divertido...


    ||Rol con Daniel Selene
    La noche había caído en el reino Fae y con ella la luna brillaba majestuosamente en cielo y Alexa se encontraba en las afueras de los terrenos Selene, mas específicamente en la lejanía de la mansión entre los arboles donde todos los Selene eran sepultados. Habían pasados ya un par de días tras la conversación con su hermano y los ataques del pasado donde lloro hasta quedarse dormida en los aposentos de Daniel. Llevaba ropa oscura que cubría bien su cabello y rostro, enmascarando ligeramente su identidad, algo prácticamente imposible pues el aura y poder de los Selene era inconfundible y en esta ocasión no iría solo ella, sino tambien su inexperto hermanito, sin embargo había prometido darle respuesta y contarle todos los misterios que englobaban a la familia Selene y a los hijos de la luna. Seria una aventura divertida un viaje no mas de 6 días a la biblioteca sagrada, la cual cuidaba su familia y resguardaba todos los secretos del reino mágico, pasarían por lugares no aptos para un noble como lo eran ellos, por lo cual había dejado una nota que decía exactamente la lista de cosas que debía llevar, donde la vería y un regalo de parte de sus padres, su primer investidura de "soldado" o en este caso el traje de "acecino2 que usaban solo los hijos de la luna de alto nivel, ya le contaría el significado de todo esto a su hermano y porque estas eran las prendas adecuadas para este momento, aquel viaje serviría para ayudar a Daniel y para resolver por fin todas las dudas de Alexa. -Porque tarda tanto... Cuanto tiempo puede tomar hacer una maleta y cambiarse... Estaba nerviosa, había pedido permiso a su padres para llevar a Daniel en esta alocada misión de investigación, ella era un soldado entrenado, llevar a alguien tan inexperto la asustaba, sobre todo porque era su hermanito, pero confiaría en el. -Ya no es un niño Alexa recuérdalo Esto es bueno para el... Sera divertido... ||Rol con [Hijo_de_la_luna]
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  • P estaba explorando el Hotel Krat. Al ser un lugar enorme, tenía mucho por descubrir además de las áreas comunes. Fue así que descubrió el jardín del hotel. Se veía bonito, a pesar de todo, habían algunas plantas intactas que daban un poco más de vida al escenario sombrío en general.

    Caminó lento por el jardín, tocando con cuidado alguna que otra hoja o pétalo, a veces agachándose para observar de cerca las plantas. Al parecer llamaban mucho su atención.

    Sin embargo, lo que se llevó por completo el boleto fue un gran árbol escondido en la parte más profunda del jardín. Un árbol torcido y con lo que parecían ser pequeñas frutas doradas, brillantes. Nunca antes vio algo similar.

    Se acercó, su vista fija en los frutos, hasta quedar justo debajo. Allí, extendió su diestra para tomar con delicadeza uno de los frutos, el cual pareció simplemente caer a su mano cuando esta estuvo lo suficientemente cerca, ni siquiera le hizo falta jalar.

    "Te gusta mucho, ¿eh?", habló Gemini luego de hacer ese típico grillido, "Es el Árbol de Monedas de Oro. Fascinante, ¿cierto? Déjame contarte un secreto... El árbol es mágico, no deja que nadie que tenga intenciones avariciosas saque sus frutos. Les quema las manos. Pero, ¿contigo? El fruto quiso llegar a tu mano. Eso es bueno."

    P observó con más diligencia el fruto, tan delgado y redondo como una moneda, era cierto, y reluciente como oro refinado, quizás hasta más.

    "Si lo ves de cierto ángulo, se asemeja a la figura de una mujer, y puedes notar que las ramas y frutos terminan formando lágrimas... Es un toque... interesante."
    P estaba explorando el Hotel Krat. Al ser un lugar enorme, tenía mucho por descubrir además de las áreas comunes. Fue así que descubrió el jardín del hotel. Se veía bonito, a pesar de todo, habían algunas plantas intactas que daban un poco más de vida al escenario sombrío en general. Caminó lento por el jardín, tocando con cuidado alguna que otra hoja o pétalo, a veces agachándose para observar de cerca las plantas. Al parecer llamaban mucho su atención. Sin embargo, lo que se llevó por completo el boleto fue un gran árbol escondido en la parte más profunda del jardín. Un árbol torcido y con lo que parecían ser pequeñas frutas doradas, brillantes. Nunca antes vio algo similar. Se acercó, su vista fija en los frutos, hasta quedar justo debajo. Allí, extendió su diestra para tomar con delicadeza uno de los frutos, el cual pareció simplemente caer a su mano cuando esta estuvo lo suficientemente cerca, ni siquiera le hizo falta jalar. "Te gusta mucho, ¿eh?", habló Gemini luego de hacer ese típico grillido, "Es el Árbol de Monedas de Oro. Fascinante, ¿cierto? Déjame contarte un secreto... El árbol es mágico, no deja que nadie que tenga intenciones avariciosas saque sus frutos. Les quema las manos. Pero, ¿contigo? El fruto quiso llegar a tu mano. Eso es bueno." P observó con más diligencia el fruto, tan delgado y redondo como una moneda, era cierto, y reluciente como oro refinado, quizás hasta más. "Si lo ves de cierto ángulo, se asemeja a la figura de una mujer, y puedes notar que las ramas y frutos terminan formando lágrimas... Es un toque... interesante."
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  • De pie frente al majestuoso portal que conecta Eldoria con el mundo humano, sentí una mezcla de emociones cruzar por mi pecho. Este viaje, como todos los anteriores, significaba dejar atrás la magia ancestral de Azurheim para sumergirme en la complejidad y el caos de los humanos.

    El portal brillaba con un resplandor etéreo, reflejando los tonos mágicos del cielo de mi hogar. Sostuve mi cetro con firmeza, canalizando mi energía para activarlo. La magia fluyó a través de mí como un río cálido y familiar.

    Al adoptar mi forma humana, sentí cómo mis escamas se desvanecían y mi cuerpo se transformaba, más pequeño, más frágil, pero igualmente determinado. Mi cabello castaño caía liso sobre mis hombros, y mis ojos verdes mantenían ese destello dracónico que nunca desaparecía del todo.

    Con un paso decidido, crucé el umbral. El aire del mundo humano me envolvió lleno de vida y posibilidades. Cada vez que venía aquí, me sentía más conectada con su gente y sus historias, como si estuviera destinada a aprender algo nuevo en cada visita.

    El mundo humano me llama de nuevo
    De pie frente al majestuoso portal que conecta Eldoria con el mundo humano, sentí una mezcla de emociones cruzar por mi pecho. Este viaje, como todos los anteriores, significaba dejar atrás la magia ancestral de Azurheim para sumergirme en la complejidad y el caos de los humanos. El portal brillaba con un resplandor etéreo, reflejando los tonos mágicos del cielo de mi hogar. Sostuve mi cetro con firmeza, canalizando mi energía para activarlo. La magia fluyó a través de mí como un río cálido y familiar. Al adoptar mi forma humana, sentí cómo mis escamas se desvanecían y mi cuerpo se transformaba, más pequeño, más frágil, pero igualmente determinado. Mi cabello castaño caía liso sobre mis hombros, y mis ojos verdes mantenían ese destello dracónico que nunca desaparecía del todo. Con un paso decidido, crucé el umbral. El aire del mundo humano me envolvió lleno de vida y posibilidades. Cada vez que venía aquí, me sentía más conectada con su gente y sus historias, como si estuviera destinada a aprender algo nuevo en cada visita. El mundo humano me llama de nuevo
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  • — Tal vez ella terminó así por no volver a casa, Louis decía que Nueva Orleans tenía un poder mágico y atrayente que te hace querer volver... tal vez sea cierto... tal vez lo mejor para no terminar con arrepentimientos como ella... es volver a casa... tal vez solo debería olvidarlo y hacer como que es un sueño. —
    — Tal vez ella terminó así por no volver a casa, Louis decía que Nueva Orleans tenía un poder mágico y atrayente que te hace querer volver... tal vez sea cierto... tal vez lo mejor para no terminar con arrepentimientos como ella... es volver a casa... tal vez solo debería olvidarlo y hacer como que es un sueño. —
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  • — ¿Piensas que somos hermosos, mágicos, con nuestras pieles blancas, nuestros ojos duros?.—
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  • Creo y es mi idea pero ultimamente, las tardes tienen un encanto casi mágico.
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  • La lámpara del tocador proyectaba una cálida luz amarilla sobre el cuarto de Carmina. Sentada frente al espejo, su cabello rizado caía en cascadas rebeldes, aún húmedo por el rocío del atomizador. Dividió los mechones con cuidado, dejando que el peine de dientes anchos resbalara entre ellos mientras aplicaba la crema para definir rizos. Aquel ritual nocturno, que siempre la tranquilizaba, esta vez no lograba acallar los pensamientos que bullían en su mente.

    El amor.

    Carmina suspiró, sus ojos perdiéndose en su reflejo. En su pecho se revolvía una mezcla de anhelo y duda, una tensión que la hacía preguntarse si algún día alguien podría estar a la altura de lo que ella imaginaba. "¿Y si pido demasiado? ¿Y si mis ideas son solo cuentos que me vendí a mí misma?"

    Sus dedos se detuvieron por un momento, recordando las palabras de su abuela Lucia. La imagen de la anciana se formó con claridad en su mente: el cabello canoso recogido con elegancia, el rostro lleno de arrugas que parecían trazos de una historia bien vivida, y la voz firme que siempre llevaba un tinte de dulzura.

    —Carmina, il cuore non si accontenta di favole, ma di realtà, —le había dicho una vez Lucia, mientras tejía con paciencia en el jardín.

    De niña, esas palabras habían parecido contradictorias. ¿Qué significaba amar en "realidad"? Para Carmina, el amor siempre había sido algo grande, mágico, como los romances de los libros que leía hasta la madrugada. Pero para Lucia, el amor era... diferente.

    "El amor no siempre llega con flores y promesas perfectas," continuó la voz de su abuela en su memoria. "Llega con paciencia. Con días buenos y otros no tanto. Pero cuando es real, aprendes a verlo en los pequeños gestos, no en las grandes palabras."

    Carmina sonrió apenas, masajeando las raíces de su cabello con un poco de aceite. ¿Y si ese era el problema? ¿Y si esperaba que el amor fuera siempre perfecto, como en las novelas? Pensaba en Lucia y Pietro, su abuelo, y en las historias que su abuela le contaba: cómo se conocieron cuando él se atrevió a robarle un baile, cómo discutían por cosas tan mundanas como la forma de colgar la ropa, y cómo, incluso en los días difíciles, encontraban maneras de reír juntos.

    "No era un amor de cuento de hadas," recordó que Lucia le había dicho una vez. "Era un amor real. Un amor que eliges cada día, incluso cuando es más difícil que fácil."

    Carmina suspiró, peinando un último mechón con cuidado. Sus expectativas tal vez no eran irreales, pero quizás necesitaban espacio para lo impredecible, lo imperfecto. Porque tal vez, pensó mientras miraba su reflejo, amar no era solo encontrar a alguien que cumpliera todas tus fantasías, sino aprender a construir algo único con otra persona.

    Apagó la lámpara del tocador, dejando que el cuarto se llenara de sombras. Mientras se acomodaba en la cama, cerró los ojos con una ligera sonrisa. —Tal vez no estoy buscando algo imposible... Tal vez solo necesito aprender a ver el amor cuando toque a mi puerta, aunque no traiga flores.—

    Se giró entre las sábanas, dejando que el sueño comenzara a envolverla, pero antes de cerrar los ojos del todo, murmuró: —Aunque, bueno… sería lindo recibir un ramo de flores solo porque sí.—
    La lámpara del tocador proyectaba una cálida luz amarilla sobre el cuarto de Carmina. Sentada frente al espejo, su cabello rizado caía en cascadas rebeldes, aún húmedo por el rocío del atomizador. Dividió los mechones con cuidado, dejando que el peine de dientes anchos resbalara entre ellos mientras aplicaba la crema para definir rizos. Aquel ritual nocturno, que siempre la tranquilizaba, esta vez no lograba acallar los pensamientos que bullían en su mente. El amor. Carmina suspiró, sus ojos perdiéndose en su reflejo. En su pecho se revolvía una mezcla de anhelo y duda, una tensión que la hacía preguntarse si algún día alguien podría estar a la altura de lo que ella imaginaba. "¿Y si pido demasiado? ¿Y si mis ideas son solo cuentos que me vendí a mí misma?" Sus dedos se detuvieron por un momento, recordando las palabras de su abuela Lucia. La imagen de la anciana se formó con claridad en su mente: el cabello canoso recogido con elegancia, el rostro lleno de arrugas que parecían trazos de una historia bien vivida, y la voz firme que siempre llevaba un tinte de dulzura. —Carmina, il cuore non si accontenta di favole, ma di realtà, —le había dicho una vez Lucia, mientras tejía con paciencia en el jardín. De niña, esas palabras habían parecido contradictorias. ¿Qué significaba amar en "realidad"? Para Carmina, el amor siempre había sido algo grande, mágico, como los romances de los libros que leía hasta la madrugada. Pero para Lucia, el amor era... diferente. "El amor no siempre llega con flores y promesas perfectas," continuó la voz de su abuela en su memoria. "Llega con paciencia. Con días buenos y otros no tanto. Pero cuando es real, aprendes a verlo en los pequeños gestos, no en las grandes palabras." Carmina sonrió apenas, masajeando las raíces de su cabello con un poco de aceite. ¿Y si ese era el problema? ¿Y si esperaba que el amor fuera siempre perfecto, como en las novelas? Pensaba en Lucia y Pietro, su abuelo, y en las historias que su abuela le contaba: cómo se conocieron cuando él se atrevió a robarle un baile, cómo discutían por cosas tan mundanas como la forma de colgar la ropa, y cómo, incluso en los días difíciles, encontraban maneras de reír juntos. "No era un amor de cuento de hadas," recordó que Lucia le había dicho una vez. "Era un amor real. Un amor que eliges cada día, incluso cuando es más difícil que fácil." Carmina suspiró, peinando un último mechón con cuidado. Sus expectativas tal vez no eran irreales, pero quizás necesitaban espacio para lo impredecible, lo imperfecto. Porque tal vez, pensó mientras miraba su reflejo, amar no era solo encontrar a alguien que cumpliera todas tus fantasías, sino aprender a construir algo único con otra persona. Apagó la lámpara del tocador, dejando que el cuarto se llenara de sombras. Mientras se acomodaba en la cama, cerró los ojos con una ligera sonrisa. —Tal vez no estoy buscando algo imposible... Tal vez solo necesito aprender a ver el amor cuando toque a mi puerta, aunque no traiga flores.— Se giró entre las sábanas, dejando que el sueño comenzara a envolverla, pero antes de cerrar los ojos del todo, murmuró: —Aunque, bueno… sería lindo recibir un ramo de flores solo porque sí.—
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Tenlo en cuenta al responder.
    𝗘𝗹 𝗔𝗽𝗲𝘁𝗶𝘁𝗼 𝗾𝘂𝗲 𝗿𝗼𝗺𝗽𝗲 𝗰𝗮𝗱𝗲𝗻𝗮𝘀. 𝗣𝗮𝗿𝘁𝗲 𝗜

    Las luces fluorescentes parpadeaban en el corredor de la prisión subterránea. Los pasillos eran opresivos, impregnados con un olor metálico a sangre seca y desinfectante industrial. En la celda más profunda y fortificada de todas, una figura estaba sentada en el suelo, con las piernas cruzadas, rodeado de sellos taoístas pegados en las paredes, el techo, y sobre todo, en su propio cuerpo.

    Bái Zhē sonreía con una expresión insana. Los guardias lo llamaban "El hambre encadenada", y con razón. Había sido necesario un equipo entero para capturarlo y encerrarlo. Incluso ahora, con grilletes de acero y cuero que inmovilizaban sus brazos y piernas, irradiaba una amenaza que ponía los pelos de punta.

    Los sellos mágicos sobre su cuerpo eran una mezcla de tradiciones taoístas, budistas y algo que nadie lograba identificar. Su única función era mantener a raya el hambre, ese abismo voraz que parecía no tener fin.

    —¿Qué pasa? ¿Tienen miedo de entrar? —murmuró con una voz que era un susurro y un rugido al mismo tiempo. Su risa resonó como un eco, rebotando en las paredes de la celda.

    Desde fuera, un guardia miraba con nerviosismo a través de la pequeña ventana de la puerta reforzada. El hombre sostenía un rifle, pero incluso con el arma en la mano, su sudor frío traicionaba su miedo.

    —¿Por qué sigue sonriendo? No ha comido en días... —murmuró el guardia.

    Otro guardia, uno más veterano, respondió: —Porque no necesita comida normal. Ese monstruo... se alimenta del miedo. Y nosotros somos su banquete.
    𝗘𝗹 𝗔𝗽𝗲𝘁𝗶𝘁𝗼 𝗾𝘂𝗲 𝗿𝗼𝗺𝗽𝗲 𝗰𝗮𝗱𝗲𝗻𝗮𝘀. 𝗣𝗮𝗿𝘁𝗲 𝗜 Las luces fluorescentes parpadeaban en el corredor de la prisión subterránea. Los pasillos eran opresivos, impregnados con un olor metálico a sangre seca y desinfectante industrial. En la celda más profunda y fortificada de todas, una figura estaba sentada en el suelo, con las piernas cruzadas, rodeado de sellos taoístas pegados en las paredes, el techo, y sobre todo, en su propio cuerpo. Bái Zhē sonreía con una expresión insana. Los guardias lo llamaban "El hambre encadenada", y con razón. Había sido necesario un equipo entero para capturarlo y encerrarlo. Incluso ahora, con grilletes de acero y cuero que inmovilizaban sus brazos y piernas, irradiaba una amenaza que ponía los pelos de punta. Los sellos mágicos sobre su cuerpo eran una mezcla de tradiciones taoístas, budistas y algo que nadie lograba identificar. Su única función era mantener a raya el hambre, ese abismo voraz que parecía no tener fin. —¿Qué pasa? ¿Tienen miedo de entrar? —murmuró con una voz que era un susurro y un rugido al mismo tiempo. Su risa resonó como un eco, rebotando en las paredes de la celda. Desde fuera, un guardia miraba con nerviosismo a través de la pequeña ventana de la puerta reforzada. El hombre sostenía un rifle, pero incluso con el arma en la mano, su sudor frío traicionaba su miedo. —¿Por qué sigue sonriendo? No ha comido en días... —murmuró el guardia. Otro guardia, uno más veterano, respondió: —Porque no necesita comida normal. Ese monstruo... se alimenta del miedo. Y nosotros somos su banquete.
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  • Feliz año nuevo mis queridos amigos por más aventuras y momentos mágicos !
    Feliz año nuevo mis queridos amigos✨ por más aventuras y momentos mágicos !
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  • El salón estaba iluminado con una calidez dorada que hacía brillar los candelabros como estrellas en un cielo artificial. La música flotaba en el aire, acompañada por las risas y el suave tintineo de copas de champán. Iera avanzó con gracia entre los invitados, cada paso cuidadosamente calculado. Su vestido plateado, bordado con pequeños cristales que reflejaban la luz, era perfecto para mezclarse entre la alta sociedad que llenaba el lugar. Nadie sospecharía que, bajo esa apariencia impecable, se ocultaba una hada, una criatura de otro mundo, con una misión que no podía fallar.

    Llevaba consigo el peso de la obligación. No estaba allí para disfrutar de la fiesta ni para mezclarse con los humanos. Había algo oculto en ese lugar, algo que debía recuperar antes de la medianoche. Su mundo dependía de ello.

    Con una copa de champán en la mano, que apenas tocó, observó a los invitados con una mirada calculadora. Había estudiado a cada uno de ellos antes de llegar: políticos, empresarios, figuras públicas. Pero no estaba buscando a una persona; estaba buscando un objeto. Una reliquia escondida que emitía un tenue brillo mágico que sólo ella podía percibir. Sabía que estaba cerca, pero no podía ser demasiado obvia. El riesgo era demasiado alto.

    Mientras caminaba hacia una esquina menos concurrida del salón, sintió una presencia. Alguien la estaba observando. Fingió no darse cuenta, inclinando ligeramente la cabeza y dejando que un mechón de cabello cayera sobre su rostro. Los humanos eran fáciles de engañar, pero este observador no era humano. Podía sentirlo en la forma en que su mirada parecía atravesar su disfraz. Era uno de ellos. Uno de los guardianes enviados para proteger lo que ella necesitaba robar.

    Iera giró lentamente, fingiendo buscar algo en la mesa a su lado, y aprovechó para escanear la habitación con disimulo. Allí estaba él, un hombre alto con un traje impecable, sosteniendo una copa pero sin beber de ella. Su postura relajada no coincidía con la intensidad de su mirada. Sabía quién era ella.

    —Esto se complica… —susurró para sí misma, llevando la copa a sus labios sin beber.

    No había tiempo para dudas. La reliquia estaba en una sala más allá de las puertas dobles al final del salón. La llave estaba en posesión del anfitrión, un hombre cuya sonrisa afable ocultaba secretos oscuros. Iera sabía que tendría que improvisar. Pero primero, debía deshacerse del guardián que seguía sus movimientos.

    Se movió con fluidez hacia la pista de baile, dejando que la multitud la envolviera. Su plan era claro: distraer, confundir, avanzar. Justo cuando creyó haber perdido al hombre, sintió un susurro junto a su oído.

    —No creas que podrás escapar tan fácilmente, pequeña hada.

    El escalofrío recorrió su espalda, pero no permitió que su rostro mostrara sorpresa. En cambio, giró con una sonrisa encantadora, enfrentándose a él.

    —Creo que me está confundiendo, caballero. —Su voz era suave, casi musical, un rastro de su verdadera naturaleza.

    Él sonrió, pero sus ojos brillaban con una intensidad peligrosa.

    —Sabes bien a lo que me refiero. Pero no te preocupes, me aseguraré de que no llegues a esa puerta.

    Sin responder, Iera dejó caer la copa al suelo, el sonido del cristal rompiéndose atrayendo la atención de los demás. Aprovechó la confusión para deslizarse entre los invitados, su corazón latiendo con fuerza. No podía fallar. No esta vez. La medianoche estaba cerca, y si no lograba recuperar la reliquia a tiempo, el equilibrio entre su mundo y el de los humanos se rompería para siempre.
    El salón estaba iluminado con una calidez dorada que hacía brillar los candelabros como estrellas en un cielo artificial. La música flotaba en el aire, acompañada por las risas y el suave tintineo de copas de champán. Iera avanzó con gracia entre los invitados, cada paso cuidadosamente calculado. Su vestido plateado, bordado con pequeños cristales que reflejaban la luz, era perfecto para mezclarse entre la alta sociedad que llenaba el lugar. Nadie sospecharía que, bajo esa apariencia impecable, se ocultaba una hada, una criatura de otro mundo, con una misión que no podía fallar. Llevaba consigo el peso de la obligación. No estaba allí para disfrutar de la fiesta ni para mezclarse con los humanos. Había algo oculto en ese lugar, algo que debía recuperar antes de la medianoche. Su mundo dependía de ello. Con una copa de champán en la mano, que apenas tocó, observó a los invitados con una mirada calculadora. Había estudiado a cada uno de ellos antes de llegar: políticos, empresarios, figuras públicas. Pero no estaba buscando a una persona; estaba buscando un objeto. Una reliquia escondida que emitía un tenue brillo mágico que sólo ella podía percibir. Sabía que estaba cerca, pero no podía ser demasiado obvia. El riesgo era demasiado alto. Mientras caminaba hacia una esquina menos concurrida del salón, sintió una presencia. Alguien la estaba observando. Fingió no darse cuenta, inclinando ligeramente la cabeza y dejando que un mechón de cabello cayera sobre su rostro. Los humanos eran fáciles de engañar, pero este observador no era humano. Podía sentirlo en la forma en que su mirada parecía atravesar su disfraz. Era uno de ellos. Uno de los guardianes enviados para proteger lo que ella necesitaba robar. Iera giró lentamente, fingiendo buscar algo en la mesa a su lado, y aprovechó para escanear la habitación con disimulo. Allí estaba él, un hombre alto con un traje impecable, sosteniendo una copa pero sin beber de ella. Su postura relajada no coincidía con la intensidad de su mirada. Sabía quién era ella. —Esto se complica… —susurró para sí misma, llevando la copa a sus labios sin beber. No había tiempo para dudas. La reliquia estaba en una sala más allá de las puertas dobles al final del salón. La llave estaba en posesión del anfitrión, un hombre cuya sonrisa afable ocultaba secretos oscuros. Iera sabía que tendría que improvisar. Pero primero, debía deshacerse del guardián que seguía sus movimientos. Se movió con fluidez hacia la pista de baile, dejando que la multitud la envolviera. Su plan era claro: distraer, confundir, avanzar. Justo cuando creyó haber perdido al hombre, sintió un susurro junto a su oído. —No creas que podrás escapar tan fácilmente, pequeña hada. El escalofrío recorrió su espalda, pero no permitió que su rostro mostrara sorpresa. En cambio, giró con una sonrisa encantadora, enfrentándose a él. —Creo que me está confundiendo, caballero. —Su voz era suave, casi musical, un rastro de su verdadera naturaleza. Él sonrió, pero sus ojos brillaban con una intensidad peligrosa. —Sabes bien a lo que me refiero. Pero no te preocupes, me aseguraré de que no llegues a esa puerta. Sin responder, Iera dejó caer la copa al suelo, el sonido del cristal rompiéndose atrayendo la atención de los demás. Aprovechó la confusión para deslizarse entre los invitados, su corazón latiendo con fuerza. No podía fallar. No esta vez. La medianoche estaba cerca, y si no lograba recuperar la reliquia a tiempo, el equilibrio entre su mundo y el de los humanos se rompería para siempre.
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