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    // Acabo de sobrecargar con informacion de mi manga a Bipper y creo que de sus 2 neuronas ahora le queda 1 (?)
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  • ❝Y decir que yo no usaba esto❞

    Decía mientras recordaba que, años atrás, cuando era un joven adolescente, evitaba usar camisas de manga corta porque la delgadez de sus brazos le causaba inseguridad. Pero ahora comprendió que la fuerza de los músculos era inútil frente al poder de una pistola.
    ❝Y decir que yo no usaba esto❞ Decía mientras recordaba que, años atrás, cuando era un joven adolescente, evitaba usar camisas de manga corta porque la delgadez de sus brazos le causaba inseguridad. Pero ahora comprendió que la fuerza de los músculos era inútil frente al poder de una pistola.
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  • 【 𝐁𝐮𝐞𝐧𝐨, 𝐲𝐚 𝐞𝐬 𝐡𝐨𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐬𝐚𝐥𝐢𝐫 𝐝𝐞 𝐞𝐬𝐭𝐞 𝐦𝐚𝐥𝐝𝐢𝐭𝐨 𝐥𝐮𝐠𝐚𝐫. 】




    La habitación estaba impregnada de un hedor insoportable. Ryan permanecía inmóvil por un instante, su respiración agitada y sus ojos dorados recorriendo con desinterés los cuerpos inertes de sus sirvientes. Limpió la sangre de su rostro con la manga de su ropa, manchándola aún más, mientras su expresión permanecía imperturbable. Se inclinó ligeramente, trazando una cruz en el aire con su mano antes de inhalar profundamente. El aire se volvió denso, casi sofocante, pero aquello solo lo hizo sonreír. Las almas ya eran suyas.

    Con movimientos mecánicos, tomó a una mujer por el cabello, levantando primero su rostro y luego todo su cuerpo. Entrecerró los ojos, evaluando el tamaño y la complexión. Sí, eran similares a los de Vanya. Miró su muñeca: 8:37 pm. Aún tenía tiempo.

    Sin dudarlo, envolvió la herida con un trozo de tela, asegurándose de que no dejara rastros de sangre, y cargó el cuerpo sobre su hombro. Salió de la habitación sin prisa, avanzando por los pasillos oscuros, iluminados apenas por la luz de la luna que se colaba por los ventanales. Los largos corredores estaban silenciosos; la mayoría del personal estaba ocupado en los preparativos de la fiesta, dejando el resto de la propiedad en una calma inquietante.

    Cuando llegó a un ventanal, lo abrió con cuidado y salió al borde. Aferrándose al muro, caminó con precisión a pesar del peso que cargaba. Alcanzó otra ventana, la abrió y, con un movimiento rápido, lanzó el cuerpo al interior antes de entrar él mismo con agilidad.

    Dentro, una gran cama dominaba la habitación. Ryan miró hacia ella, sus ojos posándose en una figura envuelta en frazadas.

    —¿Sigues dormida? —preguntó mientras volvía a cargar el cuerpo sobre su hombro. La figura se movió lentamente, revelando a una mujer de cabello negro que parecía ida, aún atrapada en el torbellino de su mente. No era el cadáver lo que la perturbaba, sino lo que había experimentado ella misma. Ryan lo entendía bien; morir y revivir no era algo que cualquiera pudiera procesar fácilmente, mucho menos el dolor indescriptible de sentir cómo los huesos se rompían y perforaban los órganos.

    —Es hora de irnos —dijo con calma mientras se acercaba, extendiendo una mano enguantada hacia ella—. Sé que estás confundida, pero debemos movernos cuanto antes.

    Ella tomó su mano, y él la ayudó a ponerse de pie. Con cuidado, dejó el cuerpo sobre la cama, lo cubrió con las frazadas, asegurándose de que solo el cabello largo y oscuro quedara a la vista, como si aquel cuerpo sin vida pudiera pasar desapercibido. Buscó entre los cajones una chaqueta negra y se la entregó.

    —Póntela —indicó, su voz firme pero tranquila. Luego continuó—: Hay un auto negro esperándote. Los hombres de Kiev están ahí. No dejes que nadie te toque. Actúa normal y no hables de lo que sucedió con nadie. Primero, necesito hablar con Rubí. Correrás por los jardines, los guardias están concentrados en el área central. Yo me quedaré para hacer tiempo y vigilar que hallas salido sana y salva. Tengo que presentarme o comenzarán a buscarme. Cuídate mucho.

    . . .

    La fiesta era un espectáculo típico de la alta sociedad, elegante, pero vacío en esencia. Desde el balcón, Ryan observaba el gran salón con una copa de champagne en la mano, su postura firme y con una sonrisa cuidadosamente calculada. Sentía las miradas clavadas en él, como si fuera un cordero listo para el sacrificio. Lo que nadie entendía era que, en realidad, él era el cazador, no la presa.

    Un sirviente se acercó con paso firme, interrumpiendo sus pensamientos. Ryan giró con cierta lentitud para escucharlo. La noticia que traía era lo que había estado esperando: la carta ya había llegado al domicilio de una rusa que había conocido recientemente. El mensaje era simple, directo: que no asistiera a la fiesta, que él mismo iría a visitarla. No deseaba que ella estuviera cerca del infierno que estaba por desatarse. Aunque su encuentro había sido breve, había logrado ganarse su estima, algo que pocas personas conseguían.

    — Bene. Puoi ritirarti. — Respondió con tranquilidad.

    Cuando el sirviente se marchó, Ryan volvió a su posición inicial, relajando ligeramente los hombros. Aunque su expresión permanecía serena, la tensión seguía rondando su mente. Esperaba que el mensaje que le había dado Heinrich a Rubí, hubiera sido leída bien. Y que todo esto saliera de forma correcta o todos estaban condenados.

    Desde su lugar elevado, dejó que sus ojos recorrieran la multitud que disfrutaba de la música y las conversaciones superficiales. Hubo algo llamó su atención. Una mujer. Su cabello rojo destacaba sobre todas las personas. Su vestido blanco le daba un aire celestial, y el maquillaje delicado resaltaba la suavidad de sus rasgos.

    Un ángel que venía a salvarlo, o un demonio que estaba por desatar un infierno. De cualquier manera, lo hizo sonreír verdaderamente. Esto iba a ser divertido.

    La orquesta empezó a tocar una melodía suave, con el primer compás, el baile dió inicio , y con ello, el plan de su pronta liberación de aquel lugar.

    << Es algo curioso... ¿No fue en una fiesta donde te conocí hace ya varios años, mi querida amiga? >>
    【 𝐁𝐮𝐞𝐧𝐨, 𝐲𝐚 𝐞𝐬 𝐡𝐨𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐬𝐚𝐥𝐢𝐫 𝐝𝐞 𝐞𝐬𝐭𝐞 𝐦𝐚𝐥𝐝𝐢𝐭𝐨 𝐥𝐮𝐠𝐚𝐫. 】 La habitación estaba impregnada de un hedor insoportable. Ryan permanecía inmóvil por un instante, su respiración agitada y sus ojos dorados recorriendo con desinterés los cuerpos inertes de sus sirvientes. Limpió la sangre de su rostro con la manga de su ropa, manchándola aún más, mientras su expresión permanecía imperturbable. Se inclinó ligeramente, trazando una cruz en el aire con su mano antes de inhalar profundamente. El aire se volvió denso, casi sofocante, pero aquello solo lo hizo sonreír. Las almas ya eran suyas. Con movimientos mecánicos, tomó a una mujer por el cabello, levantando primero su rostro y luego todo su cuerpo. Entrecerró los ojos, evaluando el tamaño y la complexión. Sí, eran similares a los de Vanya. Miró su muñeca: 8:37 pm. Aún tenía tiempo. Sin dudarlo, envolvió la herida con un trozo de tela, asegurándose de que no dejara rastros de sangre, y cargó el cuerpo sobre su hombro. Salió de la habitación sin prisa, avanzando por los pasillos oscuros, iluminados apenas por la luz de la luna que se colaba por los ventanales. Los largos corredores estaban silenciosos; la mayoría del personal estaba ocupado en los preparativos de la fiesta, dejando el resto de la propiedad en una calma inquietante. Cuando llegó a un ventanal, lo abrió con cuidado y salió al borde. Aferrándose al muro, caminó con precisión a pesar del peso que cargaba. Alcanzó otra ventana, la abrió y, con un movimiento rápido, lanzó el cuerpo al interior antes de entrar él mismo con agilidad. Dentro, una gran cama dominaba la habitación. Ryan miró hacia ella, sus ojos posándose en una figura envuelta en frazadas. —¿Sigues dormida? —preguntó mientras volvía a cargar el cuerpo sobre su hombro. La figura se movió lentamente, revelando a una mujer de cabello negro que parecía ida, aún atrapada en el torbellino de su mente. No era el cadáver lo que la perturbaba, sino lo que había experimentado ella misma. Ryan lo entendía bien; morir y revivir no era algo que cualquiera pudiera procesar fácilmente, mucho menos el dolor indescriptible de sentir cómo los huesos se rompían y perforaban los órganos. —Es hora de irnos —dijo con calma mientras se acercaba, extendiendo una mano enguantada hacia ella—. Sé que estás confundida, pero debemos movernos cuanto antes. Ella tomó su mano, y él la ayudó a ponerse de pie. Con cuidado, dejó el cuerpo sobre la cama, lo cubrió con las frazadas, asegurándose de que solo el cabello largo y oscuro quedara a la vista, como si aquel cuerpo sin vida pudiera pasar desapercibido. Buscó entre los cajones una chaqueta negra y se la entregó. —Póntela —indicó, su voz firme pero tranquila. Luego continuó—: Hay un auto negro esperándote. Los hombres de Kiev están ahí. No dejes que nadie te toque. Actúa normal y no hables de lo que sucedió con nadie. Primero, necesito hablar con Rubí. Correrás por los jardines, los guardias están concentrados en el área central. Yo me quedaré para hacer tiempo y vigilar que hallas salido sana y salva. Tengo que presentarme o comenzarán a buscarme. Cuídate mucho. . . . La fiesta era un espectáculo típico de la alta sociedad, elegante, pero vacío en esencia. Desde el balcón, Ryan observaba el gran salón con una copa de champagne en la mano, su postura firme y con una sonrisa cuidadosamente calculada. Sentía las miradas clavadas en él, como si fuera un cordero listo para el sacrificio. Lo que nadie entendía era que, en realidad, él era el cazador, no la presa. Un sirviente se acercó con paso firme, interrumpiendo sus pensamientos. Ryan giró con cierta lentitud para escucharlo. La noticia que traía era lo que había estado esperando: la carta ya había llegado al domicilio de una rusa que había conocido recientemente. El mensaje era simple, directo: que no asistiera a la fiesta, que él mismo iría a visitarla. No deseaba que ella estuviera cerca del infierno que estaba por desatarse. Aunque su encuentro había sido breve, había logrado ganarse su estima, algo que pocas personas conseguían. — Bene. Puoi ritirarti. — Respondió con tranquilidad. Cuando el sirviente se marchó, Ryan volvió a su posición inicial, relajando ligeramente los hombros. Aunque su expresión permanecía serena, la tensión seguía rondando su mente. Esperaba que el mensaje que le había dado Heinrich a Rubí, hubiera sido leída bien. Y que todo esto saliera de forma correcta o todos estaban condenados. Desde su lugar elevado, dejó que sus ojos recorrieran la multitud que disfrutaba de la música y las conversaciones superficiales. Hubo algo llamó su atención. Una mujer. Su cabello rojo destacaba sobre todas las personas. Su vestido blanco le daba un aire celestial, y el maquillaje delicado resaltaba la suavidad de sus rasgos. Un ángel que venía a salvarlo, o un demonio que estaba por desatar un infierno. De cualquier manera, lo hizo sonreír verdaderamente. Esto iba a ser divertido. La orquesta empezó a tocar una melodía suave, con el primer compás, el baile dió inicio , y con ello, el plan de su pronta liberación de aquel lugar. << Es algo curioso... ¿No fue en una fiesta donde te conocí hace ya varios años, mi querida amiga? >>
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  • El joven pelirrojo estaría viendo aquella foto de cuando era niño y salia con su amigos, un calor en su corazón hace que sus ojos brillen por aquellas lagrimas tibias que bajan de sus ojos a sus mejillas.

    Esta vez el chico sonreía mientras las lagrimas caían, el simple echo de recordar aquellos divertidas tardes donde se escapaba con sus amigos eran sus mejores recuerdos...cuando fue niño verdaderamente y no tenía ideas de lo que era cumplir las reglas tan estrictas de su madre.

    -...hu-hubiese sido mejor sin que mi madre les haya echo daño...- murmura el joven mientras se pasa la manga de su ropa haciendo que aquellas lagrimas se vayan.

    Viendo la foto reposa la cabeza contra aquella mesa viendo la foto con una hermosa sonrisa llena de felicidad, aquellos recuerdos lo hacian tan feliz cómo comer tarta de fresas...por primera vez llora de alegria por sus recuerdos.
    El joven pelirrojo estaría viendo aquella foto de cuando era niño y salia con su amigos, un calor en su corazón hace que sus ojos brillen por aquellas lagrimas tibias que bajan de sus ojos a sus mejillas. Esta vez el chico sonreía mientras las lagrimas caían, el simple echo de recordar aquellos divertidas tardes donde se escapaba con sus amigos eran sus mejores recuerdos...cuando fue niño verdaderamente y no tenía ideas de lo que era cumplir las reglas tan estrictas de su madre. -...hu-hubiese sido mejor sin que mi madre les haya echo daño...- murmura el joven mientras se pasa la manga de su ropa haciendo que aquellas lagrimas se vayan. Viendo la foto reposa la cabeza contra aquella mesa viendo la foto con una hermosa sonrisa llena de felicidad, aquellos recuerdos lo hacian tan feliz cómo comer tarta de fresas...por primera vez llora de alegria por sus recuerdos.
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  • — Lev. —La voz de Irisha, firme como siempre, captó su atención al punto en que se vio obligado a bajar la revista que leía para mirarla. La gemela le sonrió, cómplice, mientras que se arrodillaba frente al sofá y se apoyaba contra el descansa brazos. Por otro lado, Irina se quedó de pie, detrás del sofá, y terminó inclinando el cuerpo hacia el frente para mirar por sobre el hombro de su hermano a su gemela. Casi parecía que, por primera vez, ninguna entendía lo que pasaba por la cabeza de la otra.—¿Recuerdas la última vez que fuiste feliz?

    Ese era un buen anzuelo. Irina solía ser así cuando tenía curiosidad o cuando algo la abrumaba; siempre hacía preguntas de manera sutil, aunque las sacara de la nada, pero siempre le seguía una explicación bien justificada de sus abruptas preguntas. Sólo que en esta ocasión no hubo ningún intento de justificación y, al mirar en sus ojos, pudo notar que su pregunta era seria. No era algo que se podía tomar a la ligera, tampoco algo que ignorar tan fácilmente o para lo que tuviese el corazón de cortar de tajo sus dudas.

    Nikolay se llevó la mano a la boca, pensativo, y detrás de aquel gesto maldijo en silencio cuando frunció los labios. Odiaba tocar el tema de la felicidad que no sentía y, también, odiaba que se hiciera presente el pasado. Cerró los ojos, y en sus adentros se repitió que ellas no eran culpables, que no lo hacían con malas intenciones y tampoco era un intento de sus otros familiares para sacarle algo de información. Luego de pensárselo, como por dos minutos, negó con lentitud. Incluso su mano izquierda se movió para decir que no con señas. Irina pareció molesta, se le notaba en la cara con ese ceño fruncido y esos ojos furiosos que no iba a aceptar esa respuesta.

    — ¿Cómo que no? Debe existir algo. La última vez que sentía felicidad fue durante nuestras vacaciones en Seúl. La cantidad de skin care y maquillaje que compré con el dinero de papá me hizo feliz. Ya sabes que él nunca quiere gastar dinero en esas cosas porque es una pérdida de tiempo y estoy muy joven. Pero fue un buen momento. ¿Cuál fue el tuyo, Irisha?

    Tanto Lev como Irina miraron a la menor de las gemelas. La rubia no pudo hacer nada más que sobresaltarse, detestaba cada vez que su hermana la arrastraba en sus planes sin decírselo, pero, en el fondo, también quería saber más sobre su hermano. Las manos de la chiquilla se aferraron al cuero del sofá mientras que pensaba. Cada instante las miradas de sus hermanos eran más y más insistentes, haciendo que con ello sus mejillas se pusieran más y más rojas por la vergüenza de ser el centro de atención. No había duda que esas dos, aunque parecían idénticas, se trataba de polos opuestos.

    — Fue... Fue durante el concierto sinfónico de hace unos meses. ¿Recuerdan?

    Aunque el rostro de Irisha demostraba que no. Lev hizo un puño su mano y movió de arriba bajo para decir que sí. Lo recordaba bien, su hermana participaba en el violín, justo en la orilla de la segunda fila, había elegido un vestido negro con mangas largas y una falda amplia, llevaba botas negras que habían hecho rabiar a su madre durante todo el trayecto porque "no era adecuado vestir algo así" en un día tan importante. Entonces se sonrió, conteniéndose una risa pequeña y la incitó a que continuara hablando con un pequeño movimiento de su mano donde la invitó a sentarse en el asiento vacío a su lado. Su hermana asintió, y se apresuró a sentarse antes de volver a hablar con calma.

    — Ese día, desde el escenario, parecían una familia feliz. Podía ver cómo mamá tomaba la mano de papá y se le notaba el amor a ambos. Aleksandr no se veía tan molesto y parecía no importarle estar sentado junto a Niko y... Tú también te veías muy feliz. —Habló, una sonrisa tímida y divertida se asomó en sus labios cuando observó a su hermano. Sus miradas se cruzaron: Una estaba llena de alegría y la otra de confusión.— Aunque fue solo un poco, me dio mucha alegría verlos a todos juntos. Me sentí muy feliz... Y guardo ese recuerdo con mucho amor. —Con ambas manos en el pecho, Irina suspiró antes de tomar valor. Relamió sus labios, nerviosa, y dirigió la mirada a su hermano.— ¿Y tú? Como dijo Irisha. Debes tener alguno. Y nuestro nacimiento no cuenta, Lev, tampoco las tonterías que hacíamos de niñas. Debes tener algo. Lo que sea, no puedes estar triste todo el tiempo... En algún momento debes sentir algo más.

    « Dolor. » Lev no habló, pero sí lo pensó y se le notó en el rostro que no estaba dispuesto en hablar. Siempre había sentido dolor desde que Sasha muriera, desde que lo señalaran como el único culpable y... Desde que se había sentido abandonado por las únicas personas que debían procurarlo. No era su culpa, estaba seguro de que él no había tenido nada que ver con el accidente y que las cosas, desafortunadamente, solo habían sucedido. Sasha había dejado de respirar y... Ya, eso era todo lo que sucediera. Luego todo era borroso y difuso para él. Sin embargo, dentro de esa nube gris de pensamientos, se asomó un momento que brilló con fuerza sobre los demás. Era trivial, algo tonto para muchos, pero de gran valor para él. « Perro. » Movió sus manos con cuidado, poco después buscó su teléfono celular, el cual sacó del bolsillo, y comenzó a escribir un montón de cosas. Probablemente le tomó algunos minutos, pero cuando finalmente acabó, presionó el botón para reproducir el audio con esa voz robotizada del traductor.

    "Fue cuando llegó Boris. Nuestro perro. Fue hace dos años. Aún no puedo creer que Aleksandr aceptara que se quedara, especialmente por ser un perro tan peludo cuando odia que suelten pelo. Cuando Boris llegó a casa, me sentí muy feliz. Siempre había querido tener un perro, pero Aleksandr no quería y Sasha era alérgico."

    Ah, Boris, el adorable golden retriever de la familia. La única razón por la que valía la pena levantarse cada mañana con la intención de acicalarlo y verle traer las pelotas de tenis en el hocico, todo el día, de un lado a otro de la casa. Lev se rió solo de recordarlo, fue una risa extraña, porque movía los labios y los sonidos que emitía eran raros. No parecían risas, pues solo era su nariz resoplando una y otra vez al intentar contenerse mientras que escribía de nuevo.

    " Recuerdo que ese día le destrozó la billetera a Aleksandr. Se puso furioso, amenazó con echar al perro, lo maldijo hasta el cansancio, y al final mamá dijo que iba a quedarse porque yo lo necesitaba".

    Porque lo necesitaba. Aquellas palabras se repitieron una y otra vez en su cabeza, ¿realmente necesitaba del perro? Sí, pero no tanto como de sus padres. Suspiró, luego levantó los hombros para restarle interés al asunto y en su lugar encendió el televisor.

    — Oye, no es justo, yo quería continuar mi serie de ayer. Ese k-drama se quedó buenísimo, ¿por qué tenemos que ver otra vez Los Aristogatos? —Replicó Irisha mientras que se sentaba entre sus hermanos, obligándoles a hacerle espacio.— Es la tercera vez esta semana, ya estoy harta.

    « Porque soy el mayor, y porque yo pago. Ya elegirás cuando seas grande. Además, a nosotros dos no nos gusta Love Alarm. Es aburrida. »
    — Lev. —La voz de Irisha, firme como siempre, captó su atención al punto en que se vio obligado a bajar la revista que leía para mirarla. La gemela le sonrió, cómplice, mientras que se arrodillaba frente al sofá y se apoyaba contra el descansa brazos. Por otro lado, Irina se quedó de pie, detrás del sofá, y terminó inclinando el cuerpo hacia el frente para mirar por sobre el hombro de su hermano a su gemela. Casi parecía que, por primera vez, ninguna entendía lo que pasaba por la cabeza de la otra.—¿Recuerdas la última vez que fuiste feliz? Ese era un buen anzuelo. Irina solía ser así cuando tenía curiosidad o cuando algo la abrumaba; siempre hacía preguntas de manera sutil, aunque las sacara de la nada, pero siempre le seguía una explicación bien justificada de sus abruptas preguntas. Sólo que en esta ocasión no hubo ningún intento de justificación y, al mirar en sus ojos, pudo notar que su pregunta era seria. No era algo que se podía tomar a la ligera, tampoco algo que ignorar tan fácilmente o para lo que tuviese el corazón de cortar de tajo sus dudas. Nikolay se llevó la mano a la boca, pensativo, y detrás de aquel gesto maldijo en silencio cuando frunció los labios. Odiaba tocar el tema de la felicidad que no sentía y, también, odiaba que se hiciera presente el pasado. Cerró los ojos, y en sus adentros se repitió que ellas no eran culpables, que no lo hacían con malas intenciones y tampoco era un intento de sus otros familiares para sacarle algo de información. Luego de pensárselo, como por dos minutos, negó con lentitud. Incluso su mano izquierda se movió para decir que no con señas. Irina pareció molesta, se le notaba en la cara con ese ceño fruncido y esos ojos furiosos que no iba a aceptar esa respuesta. — ¿Cómo que no? Debe existir algo. La última vez que sentía felicidad fue durante nuestras vacaciones en Seúl. La cantidad de skin care y maquillaje que compré con el dinero de papá me hizo feliz. Ya sabes que él nunca quiere gastar dinero en esas cosas porque es una pérdida de tiempo y estoy muy joven. Pero fue un buen momento. ¿Cuál fue el tuyo, Irisha? Tanto Lev como Irina miraron a la menor de las gemelas. La rubia no pudo hacer nada más que sobresaltarse, detestaba cada vez que su hermana la arrastraba en sus planes sin decírselo, pero, en el fondo, también quería saber más sobre su hermano. Las manos de la chiquilla se aferraron al cuero del sofá mientras que pensaba. Cada instante las miradas de sus hermanos eran más y más insistentes, haciendo que con ello sus mejillas se pusieran más y más rojas por la vergüenza de ser el centro de atención. No había duda que esas dos, aunque parecían idénticas, se trataba de polos opuestos. — Fue... Fue durante el concierto sinfónico de hace unos meses. ¿Recuerdan? Aunque el rostro de Irisha demostraba que no. Lev hizo un puño su mano y movió de arriba bajo para decir que sí. Lo recordaba bien, su hermana participaba en el violín, justo en la orilla de la segunda fila, había elegido un vestido negro con mangas largas y una falda amplia, llevaba botas negras que habían hecho rabiar a su madre durante todo el trayecto porque "no era adecuado vestir algo así" en un día tan importante. Entonces se sonrió, conteniéndose una risa pequeña y la incitó a que continuara hablando con un pequeño movimiento de su mano donde la invitó a sentarse en el asiento vacío a su lado. Su hermana asintió, y se apresuró a sentarse antes de volver a hablar con calma. — Ese día, desde el escenario, parecían una familia feliz. Podía ver cómo mamá tomaba la mano de papá y se le notaba el amor a ambos. Aleksandr no se veía tan molesto y parecía no importarle estar sentado junto a Niko y... Tú también te veías muy feliz. —Habló, una sonrisa tímida y divertida se asomó en sus labios cuando observó a su hermano. Sus miradas se cruzaron: Una estaba llena de alegría y la otra de confusión.— Aunque fue solo un poco, me dio mucha alegría verlos a todos juntos. Me sentí muy feliz... Y guardo ese recuerdo con mucho amor. —Con ambas manos en el pecho, Irina suspiró antes de tomar valor. Relamió sus labios, nerviosa, y dirigió la mirada a su hermano.— ¿Y tú? Como dijo Irisha. Debes tener alguno. Y nuestro nacimiento no cuenta, Lev, tampoco las tonterías que hacíamos de niñas. Debes tener algo. Lo que sea, no puedes estar triste todo el tiempo... En algún momento debes sentir algo más. « Dolor. » Lev no habló, pero sí lo pensó y se le notó en el rostro que no estaba dispuesto en hablar. Siempre había sentido dolor desde que Sasha muriera, desde que lo señalaran como el único culpable y... Desde que se había sentido abandonado por las únicas personas que debían procurarlo. No era su culpa, estaba seguro de que él no había tenido nada que ver con el accidente y que las cosas, desafortunadamente, solo habían sucedido. Sasha había dejado de respirar y... Ya, eso era todo lo que sucediera. Luego todo era borroso y difuso para él. Sin embargo, dentro de esa nube gris de pensamientos, se asomó un momento que brilló con fuerza sobre los demás. Era trivial, algo tonto para muchos, pero de gran valor para él. « Perro. » Movió sus manos con cuidado, poco después buscó su teléfono celular, el cual sacó del bolsillo, y comenzó a escribir un montón de cosas. Probablemente le tomó algunos minutos, pero cuando finalmente acabó, presionó el botón para reproducir el audio con esa voz robotizada del traductor. "Fue cuando llegó Boris. Nuestro perro. Fue hace dos años. Aún no puedo creer que Aleksandr aceptara que se quedara, especialmente por ser un perro tan peludo cuando odia que suelten pelo. Cuando Boris llegó a casa, me sentí muy feliz. Siempre había querido tener un perro, pero Aleksandr no quería y Sasha era alérgico." Ah, Boris, el adorable golden retriever de la familia. La única razón por la que valía la pena levantarse cada mañana con la intención de acicalarlo y verle traer las pelotas de tenis en el hocico, todo el día, de un lado a otro de la casa. Lev se rió solo de recordarlo, fue una risa extraña, porque movía los labios y los sonidos que emitía eran raros. No parecían risas, pues solo era su nariz resoplando una y otra vez al intentar contenerse mientras que escribía de nuevo. " Recuerdo que ese día le destrozó la billetera a Aleksandr. Se puso furioso, amenazó con echar al perro, lo maldijo hasta el cansancio, y al final mamá dijo que iba a quedarse porque yo lo necesitaba". Porque lo necesitaba. Aquellas palabras se repitieron una y otra vez en su cabeza, ¿realmente necesitaba del perro? Sí, pero no tanto como de sus padres. Suspiró, luego levantó los hombros para restarle interés al asunto y en su lugar encendió el televisor. — Oye, no es justo, yo quería continuar mi serie de ayer. Ese k-drama se quedó buenísimo, ¿por qué tenemos que ver otra vez Los Aristogatos? —Replicó Irisha mientras que se sentaba entre sus hermanos, obligándoles a hacerle espacio.— Es la tercera vez esta semana, ya estoy harta. « Porque soy el mayor, y porque yo pago. Ya elegirás cuando seas grande. Además, a nosotros dos no nos gusta Love Alarm. Es aburrida. »
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  • //Paul en estos momentos:



    P.D:HAGAN LO QUE HAGAN,NUNCA BUSQUEN EL CONTEXTO DE ESTA IMAGEN,YO FUI UN CURIOSO Y CUANDO ENCONTRE EL CONTEXTO DEL MANGA TERMINE LLORANDO POR MEDIA HORA
    //Paul en estos momentos: P.D:HAGAN LO QUE HAGAN,NUNCA BUSQUEN EL CONTEXTO DE ESTA IMAGEN,YO FUI UN CURIOSO Y CUANDO ENCONTRE EL CONTEXTO DEL MANGA TERMINE LLORANDO POR MEDIA HORA
    Me entristece
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  • 【 𝐎𝐥𝐯𝐢𝐝é 𝐥𝐨 𝐝𝐨𝐥𝐨𝐫𝐨𝐬𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐞𝐫𝐚 𝐞𝐬𝐭𝐚𝐫 𝐫𝐨𝐝𝐞𝐚𝐝𝐨 𝐝𝐞 𝐫𝐨𝐬𝐚𝐬, 𝐥𝐚 𝐟𝐨𝐫𝐦𝐚 𝐞𝐧 𝐜𝐨𝐦𝐨 𝐬𝐮𝐬 𝐞𝐧𝐫𝐞𝐝𝐚𝐝𝐞𝐫𝐚𝐬 𝐬𝐞 𝐚𝐟𝐞𝐫𝐫𝐚𝐫𝐨𝐧 𝐞𝐧 𝐦𝐢 𝐩𝐢𝐞𝐥 𝐡𝐚𝐬𝐭𝐚 𝐝𝐞𝐣𝐚𝐫𝐦𝐞 𝐜𝐢𝐜𝐚𝐭𝐫𝐢𝐜𝐞𝐬. 】




    Era un día fresco, los vientos apaciguaron el calor que el sol provocaba, junto con las sombras que los árboles daban por sus frombosas hojas.

    Ryan se encontraba sentado debajo de una árbol, fumando su tercer cigarro mirando exactamente a la nada. Su camisa era un desastre, las mangas remangadas hasta los codos, los primeros botones de su camisa abiertos, dejándolo respirar tranquilo. El blanco era reemplazado por manchas de tierra y algo de sangre que había estado saliendo de su mano a varias gotas de heridas pequeñas. Ocacionado por arrancar una rosa sin importar las espinas y las enredaderas que terminaron por lastimarlo. No era nada, terminarían por desaparecer en poco minutos.

    A solo 30 centímetros de él había un conjunto de piedritas apiladas con plantas encima de estás que crecieron con el tiempo. Un trozo de madera totalmente viejo con letra que no podía distinguir; era la tumba de su primera mascota, Bianca. La cual fue hecha cuando apenas era un "Bambino".Después de su muerte se escabulló en la noche y la enterró con sus propias manos antes de ponerse a rezar por aquel animal.

    Estaba ahí, pero no solo. Podía sentir la presencia de varios hombres vigilando lo de cerca. Pero a este punto le daba igual. Volver nuevamente a la propiedad de su padre en dónde creció, le provocaba grandes náuseas y malestares que venían de lo psicológico. Sentía que se estaba pudriendo en aquel lugar, que se estaba volviendo cada vez más loco.
    Especialmente porque se enteró la razón del porque estaba ahí: El vejete se estaba muriendo y querían que tomará el lugar de jefe de aquella mafia. Y no solo eso, tenían a su cuidadora Camile como rehen.

    — Figlio di puttana... — Volvió a tomar una colada más. La única cosa que lo mantenía quieto y no volviera a intentar a escapar con su amiga era por esa razón. Camile era la mujer más preciada para él, la única que se atrevió a cuidar de sus heridas cuando apenas era un jovencito. Las cuales sus cicatrices eran evidencias de aquellos tratos que había recibido por su padre en aquellos tratamientos para endurecer su mente.

    Pero, para poder tomar el mando, tenía también que casarse, aunque lo más conveniente era estar con alguna mujer de cualquier mafia que sea también de Italia, su padre descartó por completo esto y simplemente llamó a mujeres ricas de otros paises. No le prestó atención, en primera porque no quería tomarse a cargo de una mafia, vio a primera mano como Kiev se moría del estrés con la mafia que manejaban. Estar aquí significaba su encadenamiento a algo que realmente detestaba.

    Sus pensamientos fueron apesiguados cuando sintió algo que jalaba su pantalón desde abajo. Sus ojos ámbar se encontraron con una conejita blanca, la cual terminó encontrandose la otra vez en el jardín. La bautizo como "La reincarnazione di Bianca" lo que básicamente era "La reencarnación de Bianca" en italiano. No tenía tanta creatividad por ahora. Por lo que solo la llamaba como "Bianca 2, la resurrección"

    — Vieni qui, carino. — Palmeo su pierna. La coneja lo miró unos segundos, quedado se totalmente quieta antes de correr hacia él saltando. Se recostó en sus piernas y se mantuvo quieta, descansando. Ryan solo acarició su lomo y las orejas.

    A lo lejos, vio como uno de los hombres de acercaba, probablemente para decirle que debía alistarse para quien sabe. Simplemente disfruto de aquellos pocos segundos antes de volver a su condena.
    【 𝐎𝐥𝐯𝐢𝐝é 𝐥𝐨 𝐝𝐨𝐥𝐨𝐫𝐨𝐬𝐨 𝐪𝐮𝐞 𝐞𝐫𝐚 𝐞𝐬𝐭𝐚𝐫 𝐫𝐨𝐝𝐞𝐚𝐝𝐨 𝐝𝐞 𝐫𝐨𝐬𝐚𝐬, 𝐥𝐚 𝐟𝐨𝐫𝐦𝐚 𝐞𝐧 𝐜𝐨𝐦𝐨 𝐬𝐮𝐬 𝐞𝐧𝐫𝐞𝐝𝐚𝐝𝐞𝐫𝐚𝐬 𝐬𝐞 𝐚𝐟𝐞𝐫𝐫𝐚𝐫𝐨𝐧 𝐞𝐧 𝐦𝐢 𝐩𝐢𝐞𝐥 𝐡𝐚𝐬𝐭𝐚 𝐝𝐞𝐣𝐚𝐫𝐦𝐞 𝐜𝐢𝐜𝐚𝐭𝐫𝐢𝐜𝐞𝐬. 】 Era un día fresco, los vientos apaciguaron el calor que el sol provocaba, junto con las sombras que los árboles daban por sus frombosas hojas. Ryan se encontraba sentado debajo de una árbol, fumando su tercer cigarro mirando exactamente a la nada. Su camisa era un desastre, las mangas remangadas hasta los codos, los primeros botones de su camisa abiertos, dejándolo respirar tranquilo. El blanco era reemplazado por manchas de tierra y algo de sangre que había estado saliendo de su mano a varias gotas de heridas pequeñas. Ocacionado por arrancar una rosa sin importar las espinas y las enredaderas que terminaron por lastimarlo. No era nada, terminarían por desaparecer en poco minutos. A solo 30 centímetros de él había un conjunto de piedritas apiladas con plantas encima de estás que crecieron con el tiempo. Un trozo de madera totalmente viejo con letra que no podía distinguir; era la tumba de su primera mascota, Bianca. La cual fue hecha cuando apenas era un "Bambino".Después de su muerte se escabulló en la noche y la enterró con sus propias manos antes de ponerse a rezar por aquel animal. Estaba ahí, pero no solo. Podía sentir la presencia de varios hombres vigilando lo de cerca. Pero a este punto le daba igual. Volver nuevamente a la propiedad de su padre en dónde creció, le provocaba grandes náuseas y malestares que venían de lo psicológico. Sentía que se estaba pudriendo en aquel lugar, que se estaba volviendo cada vez más loco. Especialmente porque se enteró la razón del porque estaba ahí: El vejete se estaba muriendo y querían que tomará el lugar de jefe de aquella mafia. Y no solo eso, tenían a su cuidadora Camile como rehen. — Figlio di puttana... — Volvió a tomar una colada más. La única cosa que lo mantenía quieto y no volviera a intentar a escapar con su amiga era por esa razón. Camile era la mujer más preciada para él, la única que se atrevió a cuidar de sus heridas cuando apenas era un jovencito. Las cuales sus cicatrices eran evidencias de aquellos tratos que había recibido por su padre en aquellos tratamientos para endurecer su mente. Pero, para poder tomar el mando, tenía también que casarse, aunque lo más conveniente era estar con alguna mujer de cualquier mafia que sea también de Italia, su padre descartó por completo esto y simplemente llamó a mujeres ricas de otros paises. No le prestó atención, en primera porque no quería tomarse a cargo de una mafia, vio a primera mano como Kiev se moría del estrés con la mafia que manejaban. Estar aquí significaba su encadenamiento a algo que realmente detestaba. Sus pensamientos fueron apesiguados cuando sintió algo que jalaba su pantalón desde abajo. Sus ojos ámbar se encontraron con una conejita blanca, la cual terminó encontrandose la otra vez en el jardín. La bautizo como "La reincarnazione di Bianca" lo que básicamente era "La reencarnación de Bianca" en italiano. No tenía tanta creatividad por ahora. Por lo que solo la llamaba como "Bianca 2, la resurrección" — Vieni qui, carino. — Palmeo su pierna. La coneja lo miró unos segundos, quedado se totalmente quieta antes de correr hacia él saltando. Se recostó en sus piernas y se mantuvo quieta, descansando. Ryan solo acarició su lomo y las orejas. A lo lejos, vio como uno de los hombres de acercaba, probablemente para decirle que debía alistarse para quien sabe. Simplemente disfruto de aquellos pocos segundos antes de volver a su condena.
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    // Estoy desaparecido por qué estoy en el Manga Barcelona frikeando. Cuando vuelva querré hacer mucho rol!!!
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  • El sonido de las olas golpeando suavemente el casco del Thousand Sunny llenaba el aire mientras Robin descansaba en la cubierta. La tarde era tranquila, el sol proyectaba un cálido resplandor dorado sobre el océano, y el bullicio habitual de sus compañeros piratas parecía haberse desvanecido, al menos por unos momentos. Robin, sentada con un libro abierto en sus manos, no leía realmente. Sus ojos recorrían las líneas de texto, pero su mente estaba atrapada en pensamientos del pasado.

    Había sido Miss All Sunday, la mano derecha de Crocodile, una figura envuelta en misterio y miedo. Aún podía sentir el peso de la máscara que había llevado durante tanto tiempo: el papel de la mujer inescrutable que siempre tenía un as bajo la manga, que ofrecía una sonrisa mientras urdía traiciones y esquemas. No tenía elección entonces; vivir como una herramienta era la única manera de sobrevivir. Había aprendido a no confiar en nadie, a mantener a todos a distancia y a asumir que cualquier conexión era una amenaza.

    Pero todo eso había cambiado.

    Robin alzó la vista del libro y observó el barco que ahora llamaba hogar. Luffy reía ruidosamente en la proa, probablemente porque Usopp había contado una de sus exageradas historias. Chopper trotaba alrededor, intentando convencer a Sanji de que no necesitaba comer más verduras. Incluso Zoro, que dormía bajo la sombra de las velas, irradiaba una tranquilidad contagiosa. Era una vida que jamás imaginó tener.

    "Robin-chwan, ¿un té?" La voz de Sanji la sacó de sus pensamientos. Él había aparecido con una taza perfectamente preparada, inclinándose como siempre con una mezcla de devoción y dramatismo. Robin sonrió, aceptando la taza. "Gracias, Sanji-kun."

    Esa simple interacción la llenó de calidez. Era tan... normal. No había dobles intenciones, no había cálculos. Solo una pequeña muestra de amabilidad que, en otra época, habría considerado peligrosa o manipuladora.

    Mientras sorbía el té, sus pensamientos volvieron a Arabasta, donde todo comenzó a cambiar. Luffy y los demás habían enfrentado a Crocodile no solo por el país, sino por sus propios ideales de justicia y amistad. Habían sido lo opuesto a todo lo que conocía: desinteresados, honestos y, de alguna manera, increíblemente tercos. Y cuando Luffy le ofreció un lugar en su barco, no lo había entendido. ¿Por qué querrían a alguien como ella, una mujer con una recompensa que la marcaba como peligrosa y una historia llena de sombras?

    Ahora sabía la respuesta. Luffy no veía el pasado como una carga insuperable. Para él, lo único que importaba era quién eras en ese momento y hacia dónde querías ir.

    Robin cerró los ojos, dejando que la brisa marina acariciara su rostro. Había noches en las que las sombras del pasado intentaban alcanzarla, susurros de traiciones pasadas y memorias de soledad. Pero ahora, tenía voces más fuertes que esas sombras: el grito entusiasta de Luffy, la risa escandalosa de Nami, las bromas de Usopp, las disputas de Zoro y Sanji.

    Y en esos momentos, cuando los recuerdos la acechaban, recordaba algo simple pero poderoso: ya no era Miss All Sunday. Era Nico Robin, la arqueóloga de los Piratas del Sombrero de Paja, y nunca había sentido tanto alivio por ello.
    El sonido de las olas golpeando suavemente el casco del Thousand Sunny llenaba el aire mientras Robin descansaba en la cubierta. La tarde era tranquila, el sol proyectaba un cálido resplandor dorado sobre el océano, y el bullicio habitual de sus compañeros piratas parecía haberse desvanecido, al menos por unos momentos. Robin, sentada con un libro abierto en sus manos, no leía realmente. Sus ojos recorrían las líneas de texto, pero su mente estaba atrapada en pensamientos del pasado. Había sido Miss All Sunday, la mano derecha de Crocodile, una figura envuelta en misterio y miedo. Aún podía sentir el peso de la máscara que había llevado durante tanto tiempo: el papel de la mujer inescrutable que siempre tenía un as bajo la manga, que ofrecía una sonrisa mientras urdía traiciones y esquemas. No tenía elección entonces; vivir como una herramienta era la única manera de sobrevivir. Había aprendido a no confiar en nadie, a mantener a todos a distancia y a asumir que cualquier conexión era una amenaza. Pero todo eso había cambiado. Robin alzó la vista del libro y observó el barco que ahora llamaba hogar. Luffy reía ruidosamente en la proa, probablemente porque Usopp había contado una de sus exageradas historias. Chopper trotaba alrededor, intentando convencer a Sanji de que no necesitaba comer más verduras. Incluso Zoro, que dormía bajo la sombra de las velas, irradiaba una tranquilidad contagiosa. Era una vida que jamás imaginó tener. "Robin-chwan, ¿un té?" La voz de Sanji la sacó de sus pensamientos. Él había aparecido con una taza perfectamente preparada, inclinándose como siempre con una mezcla de devoción y dramatismo. Robin sonrió, aceptando la taza. "Gracias, Sanji-kun." Esa simple interacción la llenó de calidez. Era tan... normal. No había dobles intenciones, no había cálculos. Solo una pequeña muestra de amabilidad que, en otra época, habría considerado peligrosa o manipuladora. Mientras sorbía el té, sus pensamientos volvieron a Arabasta, donde todo comenzó a cambiar. Luffy y los demás habían enfrentado a Crocodile no solo por el país, sino por sus propios ideales de justicia y amistad. Habían sido lo opuesto a todo lo que conocía: desinteresados, honestos y, de alguna manera, increíblemente tercos. Y cuando Luffy le ofreció un lugar en su barco, no lo había entendido. ¿Por qué querrían a alguien como ella, una mujer con una recompensa que la marcaba como peligrosa y una historia llena de sombras? Ahora sabía la respuesta. Luffy no veía el pasado como una carga insuperable. Para él, lo único que importaba era quién eras en ese momento y hacia dónde querías ir. Robin cerró los ojos, dejando que la brisa marina acariciara su rostro. Había noches en las que las sombras del pasado intentaban alcanzarla, susurros de traiciones pasadas y memorias de soledad. Pero ahora, tenía voces más fuertes que esas sombras: el grito entusiasta de Luffy, la risa escandalosa de Nami, las bromas de Usopp, las disputas de Zoro y Sanji. Y en esos momentos, cuando los recuerdos la acechaban, recordaba algo simple pero poderoso: ya no era Miss All Sunday. Era Nico Robin, la arqueóloga de los Piratas del Sombrero de Paja, y nunca había sentido tanto alivio por ello.
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    || Pues lo logro, el cabron de Bakugo me termino comprando, en todo lo que viene saliendo desde el final del manga hasta en estos ultimas 60 paginas no hace mas que mejorar. El maldito erizo ese bastardo lo consiguio, me parece un buen personaje y como su acciones hicieron agradar su imagen.
    || Pues lo logro, el cabron de Bakugo me termino comprando, en todo lo que viene saliendo desde el final del manga hasta en estos ultimas 60 paginas no hace mas que mejorar. El maldito erizo ese bastardo lo consiguio, me parece un buen personaje y como su acciones hicieron agradar su imagen.
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