FLASHBACK – Años atrás
Ciudad de Nueva York – 2:17 a.m.
Las sirenas de las patrullas cortaban la noche como cuchillas. Emma corría, su arma empuñada, el corazón latiéndole con fuerza pero su rostro inexpresivo, como si su cuerpo se moviera por inercia.
—¡Sujeto masculino, abrigo gris, dirección norte por la 53! —gritó por la radio.
Acababa de salir de la academia. Primera misión real con la UAC. El caso: un asesino en serie que dejaba mensajes codificados en los cuerpos. Ella había logrado descifrar la ubicación del siguiente posible ataque. Pero cuando llegaron, el caos estalló.
Vio una figura correr. Coincidía con la descripción. El arma en su mano brillaba bajo la luz de un farol. No había tiempo para dudar.
—¡Alto! ¡Policía! ¡Suelta el arma!
La figura no se detuvo. Giró en seco, moviendo los brazos, y Emma disparó. Una, dos veces. El cuerpo cayó pesadamente al suelo.
Se acercó con rapidez. El hombre yacía boca arriba. Sangre en el asfalto. El arma… no era un arma. Era un teléfono. Y sus ojos abiertos no mostraban amenaza, sino terror.
—Mierda… —murmuró Emma, arrodillándose junto al cuerpo—. No…
—¡Müller! —La voz de su supervisor tronó detrás de ella—. ¡¿Qué hiciste?!
Las sirenas se apagaron. El mundo quedó en silencio. Más tarde, sabría que el verdadero sospechoso había huido en dirección opuesta. El hombre al que disparó era un civil que intentaba grabar el operativo.
La investigación interna la exoneró. "Fue un error comprensible", dijeron. "Un malentendido en condiciones extremas". Pero Emma no olvidó el rostro de aquel hombre. Ni cómo su dedo no titubeó en el gatillo.
Desde esa noche, algo cambió en ella. Se volvió más fría, más precisa. Y más silenciosa. Porque supo que en su mundo, un error podía costar una vida. Y ella ya había cargado con una.
FLASHBACK – Años atrás
Ciudad de Nueva York – 2:17 a.m.
Las sirenas de las patrullas cortaban la noche como cuchillas. Emma corría, su arma empuñada, el corazón latiéndole con fuerza pero su rostro inexpresivo, como si su cuerpo se moviera por inercia.
—¡Sujeto masculino, abrigo gris, dirección norte por la 53! —gritó por la radio.
Acababa de salir de la academia. Primera misión real con la UAC. El caso: un asesino en serie que dejaba mensajes codificados en los cuerpos. Ella había logrado descifrar la ubicación del siguiente posible ataque. Pero cuando llegaron, el caos estalló.
Vio una figura correr. Coincidía con la descripción. El arma en su mano brillaba bajo la luz de un farol. No había tiempo para dudar.
—¡Alto! ¡Policía! ¡Suelta el arma!
La figura no se detuvo. Giró en seco, moviendo los brazos, y Emma disparó. Una, dos veces. El cuerpo cayó pesadamente al suelo.
Se acercó con rapidez. El hombre yacía boca arriba. Sangre en el asfalto. El arma… no era un arma. Era un teléfono. Y sus ojos abiertos no mostraban amenaza, sino terror.
—Mierda… —murmuró Emma, arrodillándose junto al cuerpo—. No…
—¡Müller! —La voz de su supervisor tronó detrás de ella—. ¡¿Qué hiciste?!
Las sirenas se apagaron. El mundo quedó en silencio. Más tarde, sabría que el verdadero sospechoso había huido en dirección opuesta. El hombre al que disparó era un civil que intentaba grabar el operativo.
La investigación interna la exoneró. "Fue un error comprensible", dijeron. "Un malentendido en condiciones extremas". Pero Emma no olvidó el rostro de aquel hombre. Ni cómo su dedo no titubeó en el gatillo.
Desde esa noche, algo cambió en ella. Se volvió más fría, más precisa. Y más silenciosa. Porque supo que en su mundo, un error podía costar una vida. Y ella ya había cargado con una.