« ¿Qué haría por mi hermana? Cualquier cosa, lo que ella quisiera o deseara podría hacerlo realidad. Cuando se trata de Robin, no hay límites. »
Ese día era de las pocas ocasiones en que lograban coincidir, donde Robin regresaba de alguna gira en planetas lejanos o que Sunday no debía encargarse de los asuntos de La Familia o sus otros múltiples deberes. Era una simple reunión fraternal, de esas que raras veces podían tener y donde, tras arduos días de intenso trabajo así colo desvelos, había logrado despejar un par de horas solo para ella. Recorrer las calles de Colonipenal era siempre... Interesante. Siempre había personas felices por todos lados, disfrutando del planeta de los sueños, de las festividades, y en cada rincón se podía apreciar, precisamente, la felicidad en sus rostros. Se trataba de un lugar perfecto, un planeta que tenía actividad de día y de noche, donde las caras tristes casi nunca se veían ante el ojo público; pero, lo más inportante, era que, al estar con Robin, comprendía la cercanía que tenían de lograr ese sueño infantil que se convirtiera en promesa: Un mundo donde nada malo sucedía, donde los sueños se podían hacer realidad y todos eran felices.
Sunday esbozó una pequeña sonrisa, miró su reloj de pulsera un momento y se percató del tiempo que llevaban dentro de aquel establecimiento: Más de quince minutos. Quizá menos o quizás un poco más, pero creía que existía un dilema interno con el que su hermana no podía lidiar por alguna razón.
— ¿Aún no has encontrado la tarta que logre convencerte? —Preguntó. En su voz se notó el pesar, ese mismo que poco después desapareció para convertirse en una alegría que llenó su pecho. Le bastaba sólo con mirarla analizando la vitrina de exhibición con tanto detalle, que le hacía olvidar sus males.— Haz pasado mucho tiempo fuera y el menú cambia constantemente. Si no te sientes segura de elegir solo una, puedes tomar las que quieras, podemos aprovechar para comer alguna más tarde. Así que no te preocupes por eso. Tenemos tiempo.
O quizá no. Quizá sus pies comenzarían a matarle por lo ajustados que eran los tacones de Robin y lo incómodo que le resultaban al estar más ajustados de sus zapatos habituales. Pero, ¿cómo iba a negarse a cambiarlos con ella cuando la vio quejarse de ellos en silencio? ¿Cómo iba a dejar que siguiera caminando así mientras las zapatillas le rozaban la piel hasta lastimarla? No, era imposible que se permitiera algo así y, por ello, le había sugerido intercambiarlos por unos cuantos minutos hasta que decidieran volver a casa. El problema, era que ninguno parecía interesado en volver para arruinar el momento. Incluso él, no le importaba rozarse los talones, pisar los zapatos o tener las piernas temblorosas cada vez que olvidaba cómo mantener el equilibrio con ellos, o cada vez que pasaba demasiado tiempo en un solo lugar.
Justo en ese momento, Sunday comenzaba a sentir algo. Era algo así como... ¿arrepentimiento? ¿remordimiento? ¿pesar? No, más bien era algo como incomodidad. Una que comenzaba a matarle los tobillos con cada segundo que pasaba. De verdad, ahora que se detenía a pensarlo, ¿por qué aquella había sido la primera idea que cruzara por su cabeza? Probablemente, porque era la que causaba menos aflicciones en su hermana.
— ¿Qué tal si eliges la tartaleta de fresas? Una decisión como esa sería perfecta, es similar a la que solíamos comer cuando éramos pequeños.
ℛ𝑜𝒷𝒾𝓃 🎙🎶 « ¿Qué haría por mi hermana? Cualquier cosa, lo que ella quisiera o deseara podría hacerlo realidad. Cuando se trata de Robin, no hay límites. »
Ese día era de las pocas ocasiones en que lograban coincidir, donde Robin regresaba de alguna gira en planetas lejanos o que Sunday no debía encargarse de los asuntos de La Familia o sus otros múltiples deberes. Era una simple reunión fraternal, de esas que raras veces podían tener y donde, tras arduos días de intenso trabajo así colo desvelos, había logrado despejar un par de horas solo para ella. Recorrer las calles de Colonipenal era siempre... Interesante. Siempre había personas felices por todos lados, disfrutando del planeta de los sueños, de las festividades, y en cada rincón se podía apreciar, precisamente, la felicidad en sus rostros. Se trataba de un lugar perfecto, un planeta que tenía actividad de día y de noche, donde las caras tristes casi nunca se veían ante el ojo público; pero, lo más inportante, era que, al estar con Robin, comprendía la cercanía que tenían de lograr ese sueño infantil que se convirtiera en promesa: Un mundo donde nada malo sucedía, donde los sueños se podían hacer realidad y todos eran felices.
Sunday esbozó una pequeña sonrisa, miró su reloj de pulsera un momento y se percató del tiempo que llevaban dentro de aquel establecimiento: Más de quince minutos. Quizá menos o quizás un poco más, pero creía que existía un dilema interno con el que su hermana no podía lidiar por alguna razón.
— ¿Aún no has encontrado la tarta que logre convencerte? —Preguntó. En su voz se notó el pesar, ese mismo que poco después desapareció para convertirse en una alegría que llenó su pecho. Le bastaba sólo con mirarla analizando la vitrina de exhibición con tanto detalle, que le hacía olvidar sus males.— Haz pasado mucho tiempo fuera y el menú cambia constantemente. Si no te sientes segura de elegir solo una, puedes tomar las que quieras, podemos aprovechar para comer alguna más tarde. Así que no te preocupes por eso. Tenemos tiempo.
O quizá no. Quizá sus pies comenzarían a matarle por lo ajustados que eran los tacones de Robin y lo incómodo que le resultaban al estar más ajustados de sus zapatos habituales. Pero, ¿cómo iba a negarse a cambiarlos con ella cuando la vio quejarse de ellos en silencio? ¿Cómo iba a dejar que siguiera caminando así mientras las zapatillas le rozaban la piel hasta lastimarla? No, era imposible que se permitiera algo así y, por ello, le había sugerido intercambiarlos por unos cuantos minutos hasta que decidieran volver a casa. El problema, era que ninguno parecía interesado en volver para arruinar el momento. Incluso él, no le importaba rozarse los talones, pisar los zapatos o tener las piernas temblorosas cada vez que olvidaba cómo mantener el equilibrio con ellos, o cada vez que pasaba demasiado tiempo en un solo lugar.
Justo en ese momento, Sunday comenzaba a sentir algo. Era algo así como... ¿arrepentimiento? ¿remordimiento? ¿pesar? No, más bien era algo como incomodidad. Una que comenzaba a matarle los tobillos con cada segundo que pasaba. De verdad, ahora que se detenía a pensarlo, ¿por qué aquella había sido la primera idea que cruzara por su cabeza? Probablemente, porque era la que causaba menos aflicciones en su hermana.
— ¿Qué tal si eliges la tartaleta de fresas? Una decisión como esa sería perfecta, es similar a la que solíamos comer cuando éramos pequeños.
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