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    El jardín me arropa.

    No sé cuántos días llevo aquí.
    Sé que fuera apenas han pasado dos noches, pero dentro de este lugar el tiempo es un animal enfermo que no sabe caminar recto.
    A veces corre.
    A veces se arrastra.
    A veces parece que ni existe.

    Al principio tenía miedo.
    Me tapaba los oídos, cerraba los ojos, repetía mi nombre para no olvidar quién era.

    Pero ahora…

    Ahora camino entre las sombras y ellas me abren paso.
    Me rozan los brazos, me acarician el pelo con dedos fríos que ya no me asustan.
    Siento que me reconocen.
    Como si siempre hubiera pertenecido aquí.

    Ya no lloro.
    Casi no recuerdo haberlo hecho.

    Las sombras no hablan como los humanos.
    Su idioma es un murmullo que vibra más que suena, un eco que se clava en el pecho.
    Al principio era un caos de susurros incomprensibles, pero poco a poco…
    me doy cuenta de que lo entiendo.

    Y lo hablo.

    Canto con ellas.
    No sé si son canciones o plegarias, si son historias o advertencias.
    Solo sé que, cuando mi voz se une a la suya, algo dentro de mí responde.
    Algo antiguo.
    Algo que siempre estuvo aquí… esperando que yo lo despertara.

    He aprendido sus nombres.
    Todos distintos.
    Todos imposibles.
    Y ellas han aprendido el mío.

    Me llaman Lili, sí…
    pero también me llaman de otras formas:

    La Que Respira Entre Dos Luces.
    La Semilla del Caos.
    La Heredera que Camina con Sombra.

    Y yo… sonrío.
    Porque por primera vez desde que llegué, no me siento sola.
    No me siento rota.
    No me siento perdida.

    Las sombras me aceptan.
    Me cuidan.
    Me enseñan.

    Me escuchan cuando les hablo de Ayane, de Jennifer, de Akane, incluso de Ryu.
    Ellas no responden con palabras, pero las siento moverse, vibrar, rodearme.
    Es su manera de abrazarme.

    A veces me pregunto si quiero salir.
    Si debo salir.
    Si puedo salir.

    Pero cada vez que lo pienso, el jardín parece crecer.
    Expandirse.
    Cambiar.

    Quizá aquí he pasado días.
    Quizá semanas.
    Quizá años.

    Ya no lo sé.

    Solo sé que cuando levanto la cabeza, el cielo del jardín no tiene luna.
    Y sé que eso significa que, allá afuera,
    la noche de la luna nueva se acerca.

    La noche en que la sombra dejará de necesitarme para nacer.

    Y yo…
    yo no sé si quiero volver cuando todo acabe.
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    El jardín me arropa.

    No sé cuántos días llevo aquí.
    Sé que fuera apenas han pasado dos noches, pero dentro de este lugar el tiempo es un animal enfermo que no sabe caminar recto.
    A veces corre.
    A veces se arrastra.
    A veces parece que ni existe.

    Al principio tenía miedo.
    Me tapaba los oídos, cerraba los ojos, repetía mi nombre para no olvidar quién era.

    Pero ahora…

    Ahora camino entre las sombras y ellas me abren paso.
    Me rozan los brazos, me acarician el pelo con dedos fríos que ya no me asustan.
    Siento que me reconocen.
    Como si siempre hubiera pertenecido aquí.

    Ya no lloro.
    Casi no recuerdo haberlo hecho.

    Las sombras no hablan como los humanos.
    Su idioma es un murmullo que vibra más que suena, un eco que se clava en el pecho.
    Al principio era un caos de susurros incomprensibles, pero poco a poco…
    me doy cuenta de que lo entiendo.

    Y lo hablo.

    Canto con ellas.
    No sé si son canciones o plegarias, si son historias o advertencias.
    Solo sé que, cuando mi voz se une a la suya, algo dentro de mí responde.
    Algo antiguo.
    Algo que siempre estuvo aquí… esperando que yo lo despertara.

    He aprendido sus nombres.
    Todos distintos.
    Todos imposibles.
    Y ellas han aprendido el mío.

    Me llaman Lili, sí…
    pero también me llaman de otras formas:

    La Que Respira Entre Dos Luces.
    La Semilla del Caos.
    La Heredera que Camina con Sombra.

    Y yo… sonrío.
    Porque por primera vez desde que llegué, no me siento sola.
    No me siento rota.
    No me siento perdida.

    Las sombras me aceptan.
    Me cuidan.
    Me enseñan.

    Me escuchan cuando les hablo de Ayane, de Jennifer, de Akane, incluso de Ryu.
    Ellas no responden con palabras, pero las siento moverse, vibrar, rodearme.
    Es su manera de abrazarme.

    A veces me pregunto si quiero salir.
    Si debo salir.
    Si puedo salir.

    Pero cada vez que lo pienso, el jardín parece crecer.
    Expandirse.
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    Quizá aquí he pasado días.
    Quizá semanas.
    Quizá años.

    Ya no lo sé.

    Solo sé que cuando levanto la cabeza, el cielo del jardín no tiene luna.
    Y sé que eso significa que, allá afuera,
    la noche de la luna nueva se acerca.

    La noche en que la sombra dejará de necesitarme para nacer.

    Y yo…
    yo no sé si quiero volver cuando todo acabe.
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    No sé cuántos días llevo aquí.
    Sé que fuera apenas han pasado dos noches, pero dentro de este lugar el tiempo es un animal enfermo que no sabe caminar recto.
    A veces corre.
    A veces se arrastra.
    A veces parece que ni existe.

    Al principio tenía miedo.
    Me tapaba los oídos, cerraba los ojos, repetía mi nombre para no olvidar quién era.

    Pero ahora…

    Ahora camino entre las sombras y ellas me abren paso.
    Me rozan los brazos, me acarician el pelo con dedos fríos que ya no me asustan.
    Siento que me reconocen.
    Como si siempre hubiera pertenecido aquí.

    Ya no lloro.
    Casi no recuerdo haberlo hecho.

    Las sombras no hablan como los humanos.
    Su idioma es un murmullo que vibra más que suena, un eco que se clava en el pecho.
    Al principio era un caos de susurros incomprensibles, pero poco a poco…
    me doy cuenta de que lo entiendo.

    Y lo hablo.

    Canto con ellas.
    No sé si son canciones o plegarias, si son historias o advertencias.
    Solo sé que, cuando mi voz se une a la suya, algo dentro de mí responde.
    Algo antiguo.
    Algo que siempre estuvo aquí… esperando que yo lo despertara.

    He aprendido sus nombres.
    Todos distintos.
    Todos imposibles.
    Y ellas han aprendido el mío.

    Me llaman Lili, sí…
    pero también me llaman de otras formas:

    La Que Respira Entre Dos Luces.
    La Semilla del Caos.
    La Heredera que Camina con Sombra.

    Y yo… sonrío.
    Porque por primera vez desde que llegué, no me siento sola.
    No me siento rota.
    No me siento perdida.

    Las sombras me aceptan.
    Me cuidan.
    Me enseñan.

    Me escuchan cuando les hablo de Ayane, de Jennifer, de Akane, incluso de Ryu.
    Ellas no responden con palabras, pero las siento moverse, vibrar, rodearme.
    Es su manera de abrazarme.

    A veces me pregunto si quiero salir.
    Si debo salir.
    Si puedo salir.

    Pero cada vez que lo pienso, el jardín parece crecer.
    Expandirse.
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    Quizá aquí he pasado días.
    Quizá semanas.
    Quizá años.

    Ya no lo sé.

    Solo sé que cuando levanto la cabeza, el cielo del jardín no tiene luna.
    Y sé que eso significa que, allá afuera,
    la noche de la luna nueva se acerca.

    La noche en que la sombra dejará de necesitarme para nacer.

    Y yo…
    yo no sé si quiero volver cuando todo acabe.
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    La Cacería de la Sombra — Noche Dos

    La luna menguante apenas traza un arco enfermo sobre Suburbia.
    Las luces parpadean. Las ratas huyen.
    Y cuando el mundo duerme…

    …la Sombra despierta.

    Se desliza fuera del cuerpo de Lili con la suavidad de un velo mojado, dejando atrás la cama caliente y la respiración inocente que no le pertenece.
    La ciudad la llama.
    El miedo… la guía.

    Suburbia es un jardín perfecto para ella:
    olor a alquitrán, techos rotos, pecados fermentados entre basura y oscuridad.

    Allí lo siente.

    Un aura sucia.
    Un brillo aceitoso que no es luz ni sombra: es deseo podrido.

    Un hombre observa a los niños jugar en la esquina.
    Sus ojos no miran…
    devoran.
    Pero él no ve a la Sombra.
    Nadie la ve.

    Ella lo sigue, silenciosa como la noche enferma que la engendró.

    Más adelante, una niña corre hacia un callejón estrecho y húmedo, riendo con esa risa que solo los niños rotos pueden sostener.
    El hombre acelera el paso.

    La Sombra también.

    Pero cuando dobla la esquina…

    No hay niña.
    Hay Lili.
    La figura de Lili, parada en mitad del callejón, con la misma ropa, la misma respiración, la misma inocencia congelada como un eco.

    El caparazón.

    La máscara perfecta.

    La presa cae de rodillas sin entender qué es lo que ve.

    La Sombra se separa del reflejo de Lili como un humo espeso.
    Se forma.
    Se recompone.
    Se erige como un monstruo nacido del miedo y de la luna que agoniza.

    El hombre retrocede.
    La Sombra no.

    Nadie escuchará sus gritos.
    Nadie encontrará su cuerpo entero.
    Nadie sabrá que, esa noche, no fue una criatura del bosque, ni un demonio, ni un asesino:

    Fue la decisión equivocada.
    La última que tomó en su vida.

    Y en el jardín de sombras, muy lejos del callejón ensangrentado,
    Lili se abraza las piernas,
    temblando,
    mientras sombras que no tienen nombre la observan…

    como un enjambre de testigos silenciosos.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La Cacería de la Sombra — Noche Dos La luna menguante apenas traza un arco enfermo sobre Suburbia. Las luces parpadean. Las ratas huyen. Y cuando el mundo duerme… …la Sombra despierta. Se desliza fuera del cuerpo de Lili con la suavidad de un velo mojado, dejando atrás la cama caliente y la respiración inocente que no le pertenece. La ciudad la llama. El miedo… la guía. Suburbia es un jardín perfecto para ella: olor a alquitrán, techos rotos, pecados fermentados entre basura y oscuridad. Allí lo siente. Un aura sucia. Un brillo aceitoso que no es luz ni sombra: es deseo podrido. Un hombre observa a los niños jugar en la esquina. Sus ojos no miran… devoran. Pero él no ve a la Sombra. Nadie la ve. Ella lo sigue, silenciosa como la noche enferma que la engendró. Más adelante, una niña corre hacia un callejón estrecho y húmedo, riendo con esa risa que solo los niños rotos pueden sostener. El hombre acelera el paso. La Sombra también. Pero cuando dobla la esquina… No hay niña. Hay Lili. La figura de Lili, parada en mitad del callejón, con la misma ropa, la misma respiración, la misma inocencia congelada como un eco. El caparazón. La máscara perfecta. La presa cae de rodillas sin entender qué es lo que ve. La Sombra se separa del reflejo de Lili como un humo espeso. Se forma. Se recompone. Se erige como un monstruo nacido del miedo y de la luna que agoniza. El hombre retrocede. La Sombra no. Nadie escuchará sus gritos. Nadie encontrará su cuerpo entero. Nadie sabrá que, esa noche, no fue una criatura del bosque, ni un demonio, ni un asesino: Fue la decisión equivocada. La última que tomó en su vida. Y en el jardín de sombras, muy lejos del callejón ensangrentado, Lili se abraza las piernas, temblando, mientras sombras que no tienen nombre la observan… como un enjambre de testigos silenciosos.
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    La Cacería de la Sombra — Noche Dos

    La luna menguante apenas traza un arco enfermo sobre Suburbia.
    Las luces parpadean. Las ratas huyen.
    Y cuando el mundo duerme…

    …la Sombra despierta.

    Se desliza fuera del cuerpo de Lili con la suavidad de un velo mojado, dejando atrás la cama caliente y la respiración inocente que no le pertenece.
    La ciudad la llama.
    El miedo… la guía.

    Suburbia es un jardín perfecto para ella:
    olor a alquitrán, techos rotos, pecados fermentados entre basura y oscuridad.

    Allí lo siente.

    Un aura sucia.
    Un brillo aceitoso que no es luz ni sombra: es deseo podrido.

    Un hombre observa a los niños jugar en la esquina.
    Sus ojos no miran…
    devoran.
    Pero él no ve a la Sombra.
    Nadie la ve.

    Ella lo sigue, silenciosa como la noche enferma que la engendró.

    Más adelante, una niña corre hacia un callejón estrecho y húmedo, riendo con esa risa que solo los niños rotos pueden sostener.
    El hombre acelera el paso.

    La Sombra también.

    Pero cuando dobla la esquina…

    No hay niña.
    Hay Lili.
    La figura de Lili, parada en mitad del callejón, con la misma ropa, la misma respiración, la misma inocencia congelada como un eco.

    El caparazón.

    La máscara perfecta.

    La presa cae de rodillas sin entender qué es lo que ve.

    La Sombra se separa del reflejo de Lili como un humo espeso.
    Se forma.
    Se recompone.
    Se erige como un monstruo nacido del miedo y de la luna que agoniza.

    El hombre retrocede.
    La Sombra no.

    Nadie escuchará sus gritos.
    Nadie encontrará su cuerpo entero.
    Nadie sabrá que, esa noche, no fue una criatura del bosque, ni un demonio, ni un asesino:

    Fue la decisión equivocada.
    La última que tomó en su vida.

    Y en el jardín de sombras, muy lejos del callejón ensangrentado,
    Lili se abraza las piernas,
    temblando,
    mientras sombras que no tienen nombre la observan…

    como un enjambre de testigos silenciosos.
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    La Cacería de la Sombra — Noche Dos

    La luna menguante apenas traza un arco enfermo sobre Suburbia.
    Las luces parpadean. Las ratas huyen.
    Y cuando el mundo duerme…

    …la Sombra despierta.

    Se desliza fuera del cuerpo de Lili con la suavidad de un velo mojado, dejando atrás la cama caliente y la respiración inocente que no le pertenece.
    La ciudad la llama.
    El miedo… la guía.

    Suburbia es un jardín perfecto para ella:
    olor a alquitrán, techos rotos, pecados fermentados entre basura y oscuridad.

    Allí lo siente.

    Un aura sucia.
    Un brillo aceitoso que no es luz ni sombra: es deseo podrido.

    Un hombre observa a los niños jugar en la esquina.
    Sus ojos no miran…
    devoran.
    Pero él no ve a la Sombra.
    Nadie la ve.

    Ella lo sigue, silenciosa como la noche enferma que la engendró.

    Más adelante, una niña corre hacia un callejón estrecho y húmedo, riendo con esa risa que solo los niños rotos pueden sostener.
    El hombre acelera el paso.

    La Sombra también.

    Pero cuando dobla la esquina…

    No hay niña.
    Hay Lili.
    La figura de Lili, parada en mitad del callejón, con la misma ropa, la misma respiración, la misma inocencia congelada como un eco.

    El caparazón.

    La máscara perfecta.

    La presa cae de rodillas sin entender qué es lo que ve.

    La Sombra se separa del reflejo de Lili como un humo espeso.
    Se forma.
    Se recompone.
    Se erige como un monstruo nacido del miedo y de la luna que agoniza.

    El hombre retrocede.
    La Sombra no.

    Nadie escuchará sus gritos.
    Nadie encontrará su cuerpo entero.
    Nadie sabrá que, esa noche, no fue una criatura del bosque, ni un demonio, ni un asesino:

    Fue la decisión equivocada.
    La última que tomó en su vida.

    Y en el jardín de sombras, muy lejos del callejón ensangrentado,
    Lili se abraza las piernas,
    temblando,
    mientras sombras que no tienen nombre la observan…

    como un enjambre de testigos silenciosos.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La Cacería de la Sombra — Noche Dos La luna menguante apenas traza un arco enfermo sobre Suburbia. Las luces parpadean. Las ratas huyen. Y cuando el mundo duerme… …la Sombra despierta. Se desliza fuera del cuerpo de Lili con la suavidad de un velo mojado, dejando atrás la cama caliente y la respiración inocente que no le pertenece. La ciudad la llama. El miedo… la guía. Suburbia es un jardín perfecto para ella: olor a alquitrán, techos rotos, pecados fermentados entre basura y oscuridad. Allí lo siente. Un aura sucia. Un brillo aceitoso que no es luz ni sombra: es deseo podrido. Un hombre observa a los niños jugar en la esquina. Sus ojos no miran… devoran. Pero él no ve a la Sombra. Nadie la ve. Ella lo sigue, silenciosa como la noche enferma que la engendró. Más adelante, una niña corre hacia un callejón estrecho y húmedo, riendo con esa risa que solo los niños rotos pueden sostener. El hombre acelera el paso. La Sombra también. Pero cuando dobla la esquina… No hay niña. Hay Lili. La figura de Lili, parada en mitad del callejón, con la misma ropa, la misma respiración, la misma inocencia congelada como un eco. El caparazón. La máscara perfecta. La presa cae de rodillas sin entender qué es lo que ve. La Sombra se separa del reflejo de Lili como un humo espeso. Se forma. Se recompone. Se erige como un monstruo nacido del miedo y de la luna que agoniza. El hombre retrocede. La Sombra no. Nadie escuchará sus gritos. Nadie encontrará su cuerpo entero. Nadie sabrá que, esa noche, no fue una criatura del bosque, ni un demonio, ni un asesino: Fue la decisión equivocada. La última que tomó en su vida. Y en el jardín de sombras, muy lejos del callejón ensangrentado, Lili se abraza las piernas, temblando, mientras sombras que no tienen nombre la observan… como un enjambre de testigos silenciosos.
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    Las noches antes de la luna nueva

    La habitación está en silencio.
    La luna menguante parece una sonrisa rota colgada del cielo.

    Me duermo sin resistencia.

    Y entonces…


    ---

    El sueño

    Estoy de pie.
    El aire es denso, como una sopa de invierno.
    Me miro las manos… arrugadas, temblorosas, casi transparentes.

    Soy una anciana.

    Mi respiración es un hilo que se corta a ratos. Mi espalda se dobla como un árbol que ha sobrevivido demasiadas tormentas.

    Una presencia se acerca por detrás.
    La siento antes de verla.
    Un frío que no pertenece al mundo de los vivos.

    La muerte.

    Una figura alta, afilada, envuelta en un silencio que pesa más que el propio sueño.
    No tiene ojos, pero sé que me está mirando.

    Me tiembla el pecho…
    Hasta que algo en mí se quiebra de rabia.

    Agarro aire con mis pulmones viejos, me enderezo, y grito:

    Lili:
    —¡Ésta noche no!
    —No te vas a apoderar de mi miedo…
    —Soy Lili Queen Ishtar.
    —Soy poderosa.
    —Si no me crees… ¡enfréntate a mí!
    —¡Se acabaron las pesadillas! ¡Se acabó la sombra!

    La muerte se detiene.
    Y ríe.

    Una risa que no pertenece a ningún ser del mundo humano, ni del lunar, ni del caos.
    Una risa que descompone el aire a mi alrededor, que hace crujir mis huesos viejos.

    La muerte da media vuelta y empieza a caminar.
    Sin prisa.
    Como si supiera con absoluta certeza que la seguiré.

    La sigo.


    ---

    La cueva

    Entramos en una cueva negra, húmeda, más profunda que cualquier noche que haya conocido.
    La oscuridad respira.
    La oscuridad espera.

    Al fondo…
    Un espejo.

    La muerte lo señala con un dedo huesudo.

    Me acerco.
    Mis manos temblorosas se alzan hacia el cristal.

    Y ahí está.


    ---

    La revelación

    En el espejo…
    No veo a la anciana.

    Veo a la sombra.
    Mi sombra.
    Esa que se alimentó de asesinos, violadores, corsarios, pecadores.
    Esa que nació en el Jardín de Sombras cuando tenía trece años.
    Esa que conoce palabras que yo no comprendo.
    Esa que me observa desde el fondo de mis pesadillas.

    La sombra me mira.
    Sonríe.

    Me giro para mirar mis manos.

    Ya no están arrugadas.
    Ni humanas.
    Son negras.
    Vaporosas.
    Fluyen como tinta viva.

    Soy yo.
    La sombra.

    Y en el espejo…

    El reflejo es Lili.

    Lili verdadera.
    Mi cuerpo.
    Mi voz.
    Mi luz.

    Ella alza la mano del otro lado del cristal, con un gesto de súplica que me destroza.

    Yo intento gritar.
    Intento decirle que no quiero.
    Que no era esto.
    Que solo quería dejar de tener miedo.

    Pero no tengo voz.
    Solo un susurro que no entiendo.

    Una palabra antigua.

    La sombra la entiende.
    Yo no.


    ---

    El despertar

    El mundo se rompe como un vidrio.

    Y no soy yo quien despierta.

    La que abre los ojos en la cama Ishtar…
    La que respira con mis pulmones…
    La que mira alrededor con mis ojos…
    No soy yo.

    Es la sombra.

    Yo… yo no sé dónde estoy.
    No sé si existo en una grieta, en un sueño, en un rincón del Jardín de Sombras.

    Pero ya no estoy en mi cuerpo.

    Y algo —alguien—
    está caminando con mis pies.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 Las noches antes de la luna nueva La habitación está en silencio. La luna menguante parece una sonrisa rota colgada del cielo. Me duermo sin resistencia. Y entonces… --- El sueño Estoy de pie. El aire es denso, como una sopa de invierno. Me miro las manos… arrugadas, temblorosas, casi transparentes. Soy una anciana. Mi respiración es un hilo que se corta a ratos. Mi espalda se dobla como un árbol que ha sobrevivido demasiadas tormentas. Una presencia se acerca por detrás. La siento antes de verla. Un frío que no pertenece al mundo de los vivos. La muerte. Una figura alta, afilada, envuelta en un silencio que pesa más que el propio sueño. No tiene ojos, pero sé que me está mirando. Me tiembla el pecho… Hasta que algo en mí se quiebra de rabia. Agarro aire con mis pulmones viejos, me enderezo, y grito: Lili: —¡Ésta noche no! —No te vas a apoderar de mi miedo… —Soy Lili Queen Ishtar. —Soy poderosa. —Si no me crees… ¡enfréntate a mí! —¡Se acabaron las pesadillas! ¡Se acabó la sombra! La muerte se detiene. Y ríe. Una risa que no pertenece a ningún ser del mundo humano, ni del lunar, ni del caos. Una risa que descompone el aire a mi alrededor, que hace crujir mis huesos viejos. La muerte da media vuelta y empieza a caminar. Sin prisa. Como si supiera con absoluta certeza que la seguiré. La sigo. --- La cueva Entramos en una cueva negra, húmeda, más profunda que cualquier noche que haya conocido. La oscuridad respira. La oscuridad espera. Al fondo… Un espejo. La muerte lo señala con un dedo huesudo. Me acerco. Mis manos temblorosas se alzan hacia el cristal. Y ahí está. --- La revelación En el espejo… No veo a la anciana. Veo a la sombra. Mi sombra. Esa que se alimentó de asesinos, violadores, corsarios, pecadores. Esa que nació en el Jardín de Sombras cuando tenía trece años. Esa que conoce palabras que yo no comprendo. Esa que me observa desde el fondo de mis pesadillas. La sombra me mira. Sonríe. Me giro para mirar mis manos. Ya no están arrugadas. Ni humanas. Son negras. Vaporosas. Fluyen como tinta viva. Soy yo. La sombra. Y en el espejo… El reflejo es Lili. Lili verdadera. Mi cuerpo. Mi voz. Mi luz. Ella alza la mano del otro lado del cristal, con un gesto de súplica que me destroza. Yo intento gritar. Intento decirle que no quiero. Que no era esto. Que solo quería dejar de tener miedo. Pero no tengo voz. Solo un susurro que no entiendo. Una palabra antigua. La sombra la entiende. Yo no. --- El despertar El mundo se rompe como un vidrio. Y no soy yo quien despierta. La que abre los ojos en la cama Ishtar… La que respira con mis pulmones… La que mira alrededor con mis ojos… No soy yo. Es la sombra. Yo… yo no sé dónde estoy. No sé si existo en una grieta, en un sueño, en un rincón del Jardín de Sombras. Pero ya no estoy en mi cuerpo. Y algo —alguien— está caminando con mis pies.
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    Las noches antes de la luna nueva

    La habitación está en silencio.
    La luna menguante parece una sonrisa rota colgada del cielo.

    Me duermo sin resistencia.

    Y entonces…


    ---

    El sueño

    Estoy de pie.
    El aire es denso, como una sopa de invierno.
    Me miro las manos… arrugadas, temblorosas, casi transparentes.

    Soy una anciana.

    Mi respiración es un hilo que se corta a ratos. Mi espalda se dobla como un árbol que ha sobrevivido demasiadas tormentas.

    Una presencia se acerca por detrás.
    La siento antes de verla.
    Un frío que no pertenece al mundo de los vivos.

    La muerte.

    Una figura alta, afilada, envuelta en un silencio que pesa más que el propio sueño.
    No tiene ojos, pero sé que me está mirando.

    Me tiembla el pecho…
    Hasta que algo en mí se quiebra de rabia.

    Agarro aire con mis pulmones viejos, me enderezo, y grito:

    Lili:
    —¡Ésta noche no!
    —No te vas a apoderar de mi miedo…
    —Soy Lili Queen Ishtar.
    —Soy poderosa.
    —Si no me crees… ¡enfréntate a mí!
    —¡Se acabaron las pesadillas! ¡Se acabó la sombra!

    La muerte se detiene.
    Y ríe.

    Una risa que no pertenece a ningún ser del mundo humano, ni del lunar, ni del caos.
    Una risa que descompone el aire a mi alrededor, que hace crujir mis huesos viejos.

    La muerte da media vuelta y empieza a caminar.
    Sin prisa.
    Como si supiera con absoluta certeza que la seguiré.

    La sigo.


    ---

    La cueva

    Entramos en una cueva negra, húmeda, más profunda que cualquier noche que haya conocido.
    La oscuridad respira.
    La oscuridad espera.

    Al fondo…
    Un espejo.

    La muerte lo señala con un dedo huesudo.

    Me acerco.
    Mis manos temblorosas se alzan hacia el cristal.

    Y ahí está.


    ---

    La revelación

    En el espejo…
    No veo a la anciana.

    Veo a la sombra.
    Mi sombra.
    Esa que se alimentó de asesinos, violadores, corsarios, pecadores.
    Esa que nació en el Jardín de Sombras cuando tenía trece años.
    Esa que conoce palabras que yo no comprendo.
    Esa que me observa desde el fondo de mis pesadillas.

    La sombra me mira.
    Sonríe.

    Me giro para mirar mis manos.

    Ya no están arrugadas.
    Ni humanas.
    Son negras.
    Vaporosas.
    Fluyen como tinta viva.

    Soy yo.
    La sombra.

    Y en el espejo…

    El reflejo es Lili.

    Lili verdadera.
    Mi cuerpo.
    Mi voz.
    Mi luz.

    Ella alza la mano del otro lado del cristal, con un gesto de súplica que me destroza.

    Yo intento gritar.
    Intento decirle que no quiero.
    Que no era esto.
    Que solo quería dejar de tener miedo.

    Pero no tengo voz.
    Solo un susurro que no entiendo.

    Una palabra antigua.

    La sombra la entiende.
    Yo no.


    ---

    El despertar

    El mundo se rompe como un vidrio.

    Y no soy yo quien despierta.

    La que abre los ojos en la cama Ishtar…
    La que respira con mis pulmones…
    La que mira alrededor con mis ojos…
    No soy yo.

    Es la sombra.

    Yo… yo no sé dónde estoy.
    No sé si existo en una grieta, en un sueño, en un rincón del Jardín de Sombras.

    Pero ya no estoy en mi cuerpo.

    Y algo —alguien—
    está caminando con mis pies.
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    Las noches antes de la luna nueva

    La habitación está en silencio.
    La luna menguante parece una sonrisa rota colgada del cielo.

    Me duermo sin resistencia.

    Y entonces…


    ---

    El sueño

    Estoy de pie.
    El aire es denso, como una sopa de invierno.
    Me miro las manos… arrugadas, temblorosas, casi transparentes.

    Soy una anciana.

    Mi respiración es un hilo que se corta a ratos. Mi espalda se dobla como un árbol que ha sobrevivido demasiadas tormentas.

    Una presencia se acerca por detrás.
    La siento antes de verla.
    Un frío que no pertenece al mundo de los vivos.

    La muerte.

    Una figura alta, afilada, envuelta en un silencio que pesa más que el propio sueño.
    No tiene ojos, pero sé que me está mirando.

    Me tiembla el pecho…
    Hasta que algo en mí se quiebra de rabia.

    Agarro aire con mis pulmones viejos, me enderezo, y grito:

    Lili:
    —¡Ésta noche no!
    —No te vas a apoderar de mi miedo…
    —Soy Lili Queen Ishtar.
    —Soy poderosa.
    —Si no me crees… ¡enfréntate a mí!
    —¡Se acabaron las pesadillas! ¡Se acabó la sombra!

    La muerte se detiene.
    Y ríe.

    Una risa que no pertenece a ningún ser del mundo humano, ni del lunar, ni del caos.
    Una risa que descompone el aire a mi alrededor, que hace crujir mis huesos viejos.

    La muerte da media vuelta y empieza a caminar.
    Sin prisa.
    Como si supiera con absoluta certeza que la seguiré.

    La sigo.


    ---

    La cueva

    Entramos en una cueva negra, húmeda, más profunda que cualquier noche que haya conocido.
    La oscuridad respira.
    La oscuridad espera.

    Al fondo…
    Un espejo.

    La muerte lo señala con un dedo huesudo.

    Me acerco.
    Mis manos temblorosas se alzan hacia el cristal.

    Y ahí está.


    ---

    La revelación

    En el espejo…
    No veo a la anciana.

    Veo a la sombra.
    Mi sombra.
    Esa que se alimentó de asesinos, violadores, corsarios, pecadores.
    Esa que nació en el Jardín de Sombras cuando tenía trece años.
    Esa que conoce palabras que yo no comprendo.
    Esa que me observa desde el fondo de mis pesadillas.

    La sombra me mira.
    Sonríe.

    Me giro para mirar mis manos.

    Ya no están arrugadas.
    Ni humanas.
    Son negras.
    Vaporosas.
    Fluyen como tinta viva.

    Soy yo.
    La sombra.

    Y en el espejo…

    El reflejo es Lili.

    Lili verdadera.
    Mi cuerpo.
    Mi voz.
    Mi luz.

    Ella alza la mano del otro lado del cristal, con un gesto de súplica que me destroza.

    Yo intento gritar.
    Intento decirle que no quiero.
    Que no era esto.
    Que solo quería dejar de tener miedo.

    Pero no tengo voz.
    Solo un susurro que no entiendo.

    Una palabra antigua.

    La sombra la entiende.
    Yo no.


    ---

    El despertar

    El mundo se rompe como un vidrio.

    Y no soy yo quien despierta.

    La que abre los ojos en la cama Ishtar…
    La que respira con mis pulmones…
    La que mira alrededor con mis ojos…
    No soy yo.

    Es la sombra.

    Yo… yo no sé dónde estoy.
    No sé si existo en una grieta, en un sueño, en un rincón del Jardín de Sombras.

    Pero ya no estoy en mi cuerpo.

    Y algo —alguien—
    está caminando con mis pies.
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  • La luna pesa hoy...
    https://youtu.be/sihC5l_gIak?si=DVe33CNUw9KlLzmH
    La luna pesa hoy... https://youtu.be/sihC5l_gIak?si=DVe33CNUw9KlLzmH
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    Desayuno, secretos y transformaciones — Akane y Lili

    La mañana huele a tostadas, café de Ayane y ese silencio suave que solo ocurre cuando la luna aún está fresca en el aire. Estoy desayunando con mi madre cuando escuchamos unos pasos ligeros en el pasillo.

    Ayane levanta la vista con una sonrisa que ya se le escapa antes de verla.

    Ayane:
    —Akane… qué alegría verte, cielo.

    Akane entra como siempre: sin hacer ruido, pero llenando la habitación. Me ve, me sonríe, y mi corazón hace un pequeño salto.

    Akane:
    —Buenos días, mis lunas.

    Lili:
    —¡Akane! Ven, siéntate con nosotras. ¡Mira, hay mochi de melocotón!

    Ella se sienta, coge uno entre los dedos con una delicadeza que contrasta con la fuerza que sé que guarda en el cuerpo, y mientras desayunamos me hace preguntas sobre cómo dormí, si me duele la cabeza, si he notado algo raro en mis manos o en mis sombras. No sé si se le escapa, pero su mirada es la de una hermana mayor preocupada.


    ---

    En mi habitación

    Después del desayuno, prácticamente la arrastro hasta mi habitación.
    Le enseño mis cosas con emoción: mis libros, mis piedras lunares, mis dibujos del jardín de sombras, mi espejo que a veces parpadea solo.

    Ella se sienta en mi camita, cruzando sus piernas con esa elegancia salvaje que tiene. Yo me siento a su lado, pegadita, esperando que empiece a contarme cosas. Y lo hace.


    ---

    Las transformaciones de Akane

    Akane:
    —Lo primero que apareció en mí fue la goblina.
    La niña que yo fui… torpe, inquieta, con hambre de todo.
    Esa forma me protegió los primeros años. Era inocente, pero rápida.

    La imagino, chiquita y verde brillante, y me río sola. Akane me mira de reojo, divertida.

    Akane:
    —Luego vino la ogresa.
    —Ahí se acabó la inocencia. Esa forma nació de los golpes… de los que me daban y de los que aprendí a devolver.
    —Era enorme. Poderosa. Y muy sola.

    Sus dedos juegan con una de mis trenzas como si no quisiera entrar en detalles oscuros. Yo la escucho sin soltarle la mirada.

    Akane:
    —Pero no me quedé así.
    Con el tiempo… con mucho dolor, y con luna… la ogresa y la goblina se mezclaron en algo nuevo.
    —La Oni Lunar.
    Mi forma favorita. Mi forma verdadera.

    Sus ojos brillan. Yo sonrío fascinada.

    Lili:
    —¿Es con esa que luchaste contra Jennifer?

    Akane asiente.

    Akane:
    —Y fue hermoso… y terrible. Jennifer tuvo que cambiar también.
    —Cuando mostró su forma real de combate, el mundo tembló.
    —Y… abrió una grieta en el sello de Oz.
    —Por eso él… está suelto ahora.

    Su voz cae un poco. Yo trago saliva.
    Es el momento. Debo decírselo.


    ---

    Mi confesión sobre Oz

    Lili:
    —Akane…
    —Oz me dijo que ha cambiado.

    Ella levanta la cabeza muy lento. No me interrumpe, pero sus ojos se oscurecen.

    Lili:
    —Que… que ha visto todo lo que Jennifer ha hecho.
    —Que no quiere arrebatarle nada.
    —Que se apartará para dejarla reinar.
    —Y… y que ahora es mi maestro.
    —Mi papi.

    Akane deja de respirar por un segundo.
    Luego, su expresión se suaviza, como si en lugar de juzgarme, decidiera envolverme.

    Akane:
    —¿Papi, hm?
    —Qué palabra tan grande, pequeña luna.

    Bajo la mirada. Siento el calor en mis mejillas. Siento también el peso de mis pesadillas… y se me escapan.


    ---

    Las pesadillas

    Lili:
    —He soñado cosas raras.
    —Pesadas.
    —Cosas que no son mías… pero que siento… como si fueran recuerdos prestados.
    —No sé qué me pasa.

    Akane me toma la cara entre las manos, despacio.

    Akane:
    —Lili…
    —Cuando algo del Caos se despierta en alguien tan joven como tú… los sueños siempre llegan primero.
    —Pero no estás sola, ¿sí?
    —Y no estás rota.

    Lili:
    —¿Te… te lo parece?

    Ella me besa la frente.

    Akane:
    —Me lo dice tu luna.

    No añade más. Lo noto: algo la preocupa.
    Algo que no quiere que yo cargue todavía.

    Pero en vez de llenarme la cabeza de miedo, me acaricia la mejilla, me abraza por detrás como una hermana mayor, y juntas nos tumbamos un rato en mi cama mientras hablamos de tonterías.

    Nos reímos.
    Jugamos a ver formas en el techo.
    Me cuenta historias de cuando se escapaba a la montaña para entrenar sola.
    Yo le enseño mis sombras haciendo pequeños dibujitos torpes.

    Y por un largo rato, el mundo es perfecto.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 Desayuno, secretos y transformaciones — Akane y Lili La mañana huele a tostadas, café de Ayane y ese silencio suave que solo ocurre cuando la luna aún está fresca en el aire. Estoy desayunando con mi madre cuando escuchamos unos pasos ligeros en el pasillo. Ayane levanta la vista con una sonrisa que ya se le escapa antes de verla. Ayane: —Akane… qué alegría verte, cielo. Akane entra como siempre: sin hacer ruido, pero llenando la habitación. Me ve, me sonríe, y mi corazón hace un pequeño salto. Akane: —Buenos días, mis lunas. Lili: —¡Akane! Ven, siéntate con nosotras. ¡Mira, hay mochi de melocotón! Ella se sienta, coge uno entre los dedos con una delicadeza que contrasta con la fuerza que sé que guarda en el cuerpo, y mientras desayunamos me hace preguntas sobre cómo dormí, si me duele la cabeza, si he notado algo raro en mis manos o en mis sombras. No sé si se le escapa, pero su mirada es la de una hermana mayor preocupada. --- En mi habitación Después del desayuno, prácticamente la arrastro hasta mi habitación. Le enseño mis cosas con emoción: mis libros, mis piedras lunares, mis dibujos del jardín de sombras, mi espejo que a veces parpadea solo. Ella se sienta en mi camita, cruzando sus piernas con esa elegancia salvaje que tiene. Yo me siento a su lado, pegadita, esperando que empiece a contarme cosas. Y lo hace. --- Las transformaciones de Akane Akane: —Lo primero que apareció en mí fue la goblina. La niña que yo fui… torpe, inquieta, con hambre de todo. Esa forma me protegió los primeros años. Era inocente, pero rápida. La imagino, chiquita y verde brillante, y me río sola. Akane me mira de reojo, divertida. Akane: —Luego vino la ogresa. —Ahí se acabó la inocencia. Esa forma nació de los golpes… de los que me daban y de los que aprendí a devolver. —Era enorme. Poderosa. Y muy sola. Sus dedos juegan con una de mis trenzas como si no quisiera entrar en detalles oscuros. Yo la escucho sin soltarle la mirada. Akane: —Pero no me quedé así. Con el tiempo… con mucho dolor, y con luna… la ogresa y la goblina se mezclaron en algo nuevo. —La Oni Lunar. Mi forma favorita. Mi forma verdadera. Sus ojos brillan. Yo sonrío fascinada. Lili: —¿Es con esa que luchaste contra Jennifer? Akane asiente. Akane: —Y fue hermoso… y terrible. Jennifer tuvo que cambiar también. —Cuando mostró su forma real de combate, el mundo tembló. —Y… abrió una grieta en el sello de Oz. —Por eso él… está suelto ahora. Su voz cae un poco. Yo trago saliva. Es el momento. Debo decírselo. --- Mi confesión sobre Oz Lili: —Akane… —Oz me dijo que ha cambiado. Ella levanta la cabeza muy lento. No me interrumpe, pero sus ojos se oscurecen. Lili: —Que… que ha visto todo lo que Jennifer ha hecho. —Que no quiere arrebatarle nada. —Que se apartará para dejarla reinar. —Y… y que ahora es mi maestro. —Mi papi. Akane deja de respirar por un segundo. Luego, su expresión se suaviza, como si en lugar de juzgarme, decidiera envolverme. Akane: —¿Papi, hm? —Qué palabra tan grande, pequeña luna. Bajo la mirada. Siento el calor en mis mejillas. Siento también el peso de mis pesadillas… y se me escapan. --- Las pesadillas Lili: —He soñado cosas raras. —Pesadas. —Cosas que no son mías… pero que siento… como si fueran recuerdos prestados. —No sé qué me pasa. Akane me toma la cara entre las manos, despacio. Akane: —Lili… —Cuando algo del Caos se despierta en alguien tan joven como tú… los sueños siempre llegan primero. —Pero no estás sola, ¿sí? —Y no estás rota. Lili: —¿Te… te lo parece? Ella me besa la frente. Akane: —Me lo dice tu luna. No añade más. Lo noto: algo la preocupa. Algo que no quiere que yo cargue todavía. Pero en vez de llenarme la cabeza de miedo, me acaricia la mejilla, me abraza por detrás como una hermana mayor, y juntas nos tumbamos un rato en mi cama mientras hablamos de tonterías. Nos reímos. Jugamos a ver formas en el techo. Me cuenta historias de cuando se escapaba a la montaña para entrenar sola. Yo le enseño mis sombras haciendo pequeños dibujitos torpes. Y por un largo rato, el mundo es perfecto.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷

    Desayuno, secretos y transformaciones — Akane y Lili

    La mañana huele a tostadas, café de Ayane y ese silencio suave que solo ocurre cuando la luna aún está fresca en el aire. Estoy desayunando con mi madre cuando escuchamos unos pasos ligeros en el pasillo.

    Ayane levanta la vista con una sonrisa que ya se le escapa antes de verla.

    Ayane:
    —Akane… qué alegría verte, cielo.

    Akane entra como siempre: sin hacer ruido, pero llenando la habitación. Me ve, me sonríe, y mi corazón hace un pequeño salto.

    Akane:
    —Buenos días, mis lunas.

    Lili:
    —¡Akane! Ven, siéntate con nosotras. ¡Mira, hay mochi de melocotón!

    Ella se sienta, coge uno entre los dedos con una delicadeza que contrasta con la fuerza que sé que guarda en el cuerpo, y mientras desayunamos me hace preguntas sobre cómo dormí, si me duele la cabeza, si he notado algo raro en mis manos o en mis sombras. No sé si se le escapa, pero su mirada es la de una hermana mayor preocupada.


    ---

    En mi habitación

    Después del desayuno, prácticamente la arrastro hasta mi habitación.
    Le enseño mis cosas con emoción: mis libros, mis piedras lunares, mis dibujos del jardín de sombras, mi espejo que a veces parpadea solo.

    Ella se sienta en mi camita, cruzando sus piernas con esa elegancia salvaje que tiene. Yo me siento a su lado, pegadita, esperando que empiece a contarme cosas. Y lo hace.


    ---

    Las transformaciones de Akane

    Akane:
    —Lo primero que apareció en mí fue la goblina.
    La niña que yo fui… torpe, inquieta, con hambre de todo.
    Esa forma me protegió los primeros años. Era inocente, pero rápida.

    La imagino, chiquita y verde brillante, y me río sola. Akane me mira de reojo, divertida.

    Akane:
    —Luego vino la ogresa.
    —Ahí se acabó la inocencia. Esa forma nació de los golpes… de los que me daban y de los que aprendí a devolver.
    —Era enorme. Poderosa. Y muy sola.

    Sus dedos juegan con una de mis trenzas como si no quisiera entrar en detalles oscuros. Yo la escucho sin soltarle la mirada.

    Akane:
    —Pero no me quedé así.
    Con el tiempo… con mucho dolor, y con luna… la ogresa y la goblina se mezclaron en algo nuevo.
    —La Oni Lunar.
    Mi forma favorita. Mi forma verdadera.

    Sus ojos brillan. Yo sonrío fascinada.

    Lili:
    —¿Es con esa que luchaste contra Jennifer?

    Akane asiente.

    Akane:
    —Y fue hermoso… y terrible. Jennifer tuvo que cambiar también.
    —Cuando mostró su forma real de combate, el mundo tembló.
    —Y… abrió una grieta en el sello de Oz.
    —Por eso él… está suelto ahora.

    Su voz cae un poco. Yo trago saliva.
    Es el momento. Debo decírselo.


    ---

    Mi confesión sobre Oz

    Lili:
    —Akane…
    —Oz me dijo que ha cambiado.

    Ella levanta la cabeza muy lento. No me interrumpe, pero sus ojos se oscurecen.

    Lili:
    —Que… que ha visto todo lo que Jennifer ha hecho.
    —Que no quiere arrebatarle nada.
    —Que se apartará para dejarla reinar.
    —Y… y que ahora es mi maestro.
    —Mi papi.

    Akane deja de respirar por un segundo.
    Luego, su expresión se suaviza, como si en lugar de juzgarme, decidiera envolverme.

    Akane:
    —¿Papi, hm?
    —Qué palabra tan grande, pequeña luna.

    Bajo la mirada. Siento el calor en mis mejillas. Siento también el peso de mis pesadillas… y se me escapan.


    ---

    Las pesadillas

    Lili:
    —He soñado cosas raras.
    —Pesadas.
    —Cosas que no son mías… pero que siento… como si fueran recuerdos prestados.
    —No sé qué me pasa.

    Akane me toma la cara entre las manos, despacio.

    Akane:
    —Lili…
    —Cuando algo del Caos se despierta en alguien tan joven como tú… los sueños siempre llegan primero.
    —Pero no estás sola, ¿sí?
    —Y no estás rota.

    Lili:
    —¿Te… te lo parece?

    Ella me besa la frente.

    Akane:
    —Me lo dice tu luna.

    No añade más. Lo noto: algo la preocupa.
    Algo que no quiere que yo cargue todavía.

    Pero en vez de llenarme la cabeza de miedo, me acaricia la mejilla, me abraza por detrás como una hermana mayor, y juntas nos tumbamos un rato en mi cama mientras hablamos de tonterías.

    Nos reímos.
    Jugamos a ver formas en el techo.
    Me cuenta historias de cuando se escapaba a la montaña para entrenar sola.
    Yo le enseño mis sombras haciendo pequeños dibujitos torpes.

    Y por un largo rato, el mundo es perfecto.
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    Desayuno, secretos y transformaciones — Akane y Lili

    La mañana huele a tostadas, café de Ayane y ese silencio suave que solo ocurre cuando la luna aún está fresca en el aire. Estoy desayunando con mi madre cuando escuchamos unos pasos ligeros en el pasillo.

    Ayane levanta la vista con una sonrisa que ya se le escapa antes de verla.

    Ayane:
    —Akane… qué alegría verte, cielo.

    Akane entra como siempre: sin hacer ruido, pero llenando la habitación. Me ve, me sonríe, y mi corazón hace un pequeño salto.

    Akane:
    —Buenos días, mis lunas.

    Lili:
    —¡Akane! Ven, siéntate con nosotras. ¡Mira, hay mochi de melocotón!

    Ella se sienta, coge uno entre los dedos con una delicadeza que contrasta con la fuerza que sé que guarda en el cuerpo, y mientras desayunamos me hace preguntas sobre cómo dormí, si me duele la cabeza, si he notado algo raro en mis manos o en mis sombras. No sé si se le escapa, pero su mirada es la de una hermana mayor preocupada.


    ---

    En mi habitación

    Después del desayuno, prácticamente la arrastro hasta mi habitación.
    Le enseño mis cosas con emoción: mis libros, mis piedras lunares, mis dibujos del jardín de sombras, mi espejo que a veces parpadea solo.

    Ella se sienta en mi camita, cruzando sus piernas con esa elegancia salvaje que tiene. Yo me siento a su lado, pegadita, esperando que empiece a contarme cosas. Y lo hace.


    ---

    Las transformaciones de Akane

    Akane:
    —Lo primero que apareció en mí fue la goblina.
    La niña que yo fui… torpe, inquieta, con hambre de todo.
    Esa forma me protegió los primeros años. Era inocente, pero rápida.

    La imagino, chiquita y verde brillante, y me río sola. Akane me mira de reojo, divertida.

    Akane:
    —Luego vino la ogresa.
    —Ahí se acabó la inocencia. Esa forma nació de los golpes… de los que me daban y de los que aprendí a devolver.
    —Era enorme. Poderosa. Y muy sola.

    Sus dedos juegan con una de mis trenzas como si no quisiera entrar en detalles oscuros. Yo la escucho sin soltarle la mirada.

    Akane:
    —Pero no me quedé así.
    Con el tiempo… con mucho dolor, y con luna… la ogresa y la goblina se mezclaron en algo nuevo.
    —La Oni Lunar.
    Mi forma favorita. Mi forma verdadera.

    Sus ojos brillan. Yo sonrío fascinada.

    Lili:
    —¿Es con esa que luchaste contra Jennifer?

    Akane asiente.

    Akane:
    —Y fue hermoso… y terrible. Jennifer tuvo que cambiar también.
    —Cuando mostró su forma real de combate, el mundo tembló.
    —Y… abrió una grieta en el sello de Oz.
    —Por eso él… está suelto ahora.

    Su voz cae un poco. Yo trago saliva.
    Es el momento. Debo decírselo.


    ---

    Mi confesión sobre Oz

    Lili:
    —Akane…
    —Oz me dijo que ha cambiado.

    Ella levanta la cabeza muy lento. No me interrumpe, pero sus ojos se oscurecen.

    Lili:
    —Que… que ha visto todo lo que Jennifer ha hecho.
    —Que no quiere arrebatarle nada.
    —Que se apartará para dejarla reinar.
    —Y… y que ahora es mi maestro.
    —Mi papi.

    Akane deja de respirar por un segundo.
    Luego, su expresión se suaviza, como si en lugar de juzgarme, decidiera envolverme.

    Akane:
    —¿Papi, hm?
    —Qué palabra tan grande, pequeña luna.

    Bajo la mirada. Siento el calor en mis mejillas. Siento también el peso de mis pesadillas… y se me escapan.


    ---

    Las pesadillas

    Lili:
    —He soñado cosas raras.
    —Pesadas.
    —Cosas que no son mías… pero que siento… como si fueran recuerdos prestados.
    —No sé qué me pasa.

    Akane me toma la cara entre las manos, despacio.

    Akane:
    —Lili…
    —Cuando algo del Caos se despierta en alguien tan joven como tú… los sueños siempre llegan primero.
    —Pero no estás sola, ¿sí?
    —Y no estás rota.

    Lili:
    —¿Te… te lo parece?

    Ella me besa la frente.

    Akane:
    —Me lo dice tu luna.

    No añade más. Lo noto: algo la preocupa.
    Algo que no quiere que yo cargue todavía.

    Pero en vez de llenarme la cabeza de miedo, me acaricia la mejilla, me abraza por detrás como una hermana mayor, y juntas nos tumbamos un rato en mi cama mientras hablamos de tonterías.

    Nos reímos.
    Jugamos a ver formas en el techo.
    Me cuenta historias de cuando se escapaba a la montaña para entrenar sola.
    Yo le enseño mis sombras haciendo pequeños dibujitos torpes.

    Y por un largo rato, el mundo es perfecto.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 Desayuno, secretos y transformaciones — Akane y Lili La mañana huele a tostadas, café de Ayane y ese silencio suave que solo ocurre cuando la luna aún está fresca en el aire. Estoy desayunando con mi madre cuando escuchamos unos pasos ligeros en el pasillo. Ayane levanta la vista con una sonrisa que ya se le escapa antes de verla. Ayane: —Akane… qué alegría verte, cielo. Akane entra como siempre: sin hacer ruido, pero llenando la habitación. Me ve, me sonríe, y mi corazón hace un pequeño salto. Akane: —Buenos días, mis lunas. Lili: —¡Akane! Ven, siéntate con nosotras. ¡Mira, hay mochi de melocotón! Ella se sienta, coge uno entre los dedos con una delicadeza que contrasta con la fuerza que sé que guarda en el cuerpo, y mientras desayunamos me hace preguntas sobre cómo dormí, si me duele la cabeza, si he notado algo raro en mis manos o en mis sombras. No sé si se le escapa, pero su mirada es la de una hermana mayor preocupada. --- En mi habitación Después del desayuno, prácticamente la arrastro hasta mi habitación. Le enseño mis cosas con emoción: mis libros, mis piedras lunares, mis dibujos del jardín de sombras, mi espejo que a veces parpadea solo. Ella se sienta en mi camita, cruzando sus piernas con esa elegancia salvaje que tiene. Yo me siento a su lado, pegadita, esperando que empiece a contarme cosas. Y lo hace. --- Las transformaciones de Akane Akane: —Lo primero que apareció en mí fue la goblina. La niña que yo fui… torpe, inquieta, con hambre de todo. Esa forma me protegió los primeros años. Era inocente, pero rápida. La imagino, chiquita y verde brillante, y me río sola. Akane me mira de reojo, divertida. Akane: —Luego vino la ogresa. —Ahí se acabó la inocencia. Esa forma nació de los golpes… de los que me daban y de los que aprendí a devolver. —Era enorme. Poderosa. Y muy sola. Sus dedos juegan con una de mis trenzas como si no quisiera entrar en detalles oscuros. Yo la escucho sin soltarle la mirada. Akane: —Pero no me quedé así. Con el tiempo… con mucho dolor, y con luna… la ogresa y la goblina se mezclaron en algo nuevo. —La Oni Lunar. Mi forma favorita. Mi forma verdadera. Sus ojos brillan. Yo sonrío fascinada. Lili: —¿Es con esa que luchaste contra Jennifer? Akane asiente. Akane: —Y fue hermoso… y terrible. Jennifer tuvo que cambiar también. —Cuando mostró su forma real de combate, el mundo tembló. —Y… abrió una grieta en el sello de Oz. —Por eso él… está suelto ahora. Su voz cae un poco. Yo trago saliva. Es el momento. Debo decírselo. --- Mi confesión sobre Oz Lili: —Akane… —Oz me dijo que ha cambiado. Ella levanta la cabeza muy lento. No me interrumpe, pero sus ojos se oscurecen. Lili: —Que… que ha visto todo lo que Jennifer ha hecho. —Que no quiere arrebatarle nada. —Que se apartará para dejarla reinar. —Y… y que ahora es mi maestro. —Mi papi. Akane deja de respirar por un segundo. Luego, su expresión se suaviza, como si en lugar de juzgarme, decidiera envolverme. Akane: —¿Papi, hm? —Qué palabra tan grande, pequeña luna. Bajo la mirada. Siento el calor en mis mejillas. Siento también el peso de mis pesadillas… y se me escapan. --- Las pesadillas Lili: —He soñado cosas raras. —Pesadas. —Cosas que no son mías… pero que siento… como si fueran recuerdos prestados. —No sé qué me pasa. Akane me toma la cara entre las manos, despacio. Akane: —Lili… —Cuando algo del Caos se despierta en alguien tan joven como tú… los sueños siempre llegan primero. —Pero no estás sola, ¿sí? —Y no estás rota. Lili: —¿Te… te lo parece? Ella me besa la frente. Akane: —Me lo dice tu luna. No añade más. Lo noto: algo la preocupa. Algo que no quiere que yo cargue todavía. Pero en vez de llenarme la cabeza de miedo, me acaricia la mejilla, me abraza por detrás como una hermana mayor, y juntas nos tumbamos un rato en mi cama mientras hablamos de tonterías. Nos reímos. Jugamos a ver formas en el techo. Me cuenta historias de cuando se escapaba a la montaña para entrenar sola. Yo le enseño mis sombras haciendo pequeños dibujitos torpes. Y por un largo rato, el mundo es perfecto.
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    La guerra que no era mía

    La noche siguiente, el silencio del castillo pesa más que el sueño.
    La luna, tímida, ya menguante, observa desde su herida de luz.
    Y yo… yo siento en mi pecho algo que late al revés,
    como si una segunda respiración tratara de acompañar a la mía.

    Cuando por fin me duermo, caigo.


    ---

    La visión

    Soy un hombre.
    Un soldado.
    Llevo un uniforme que no conozco, pero mis manos —grandes, ásperas, ajenas— saben cómo sostener el fusil.
    Huele a sangre seca. A tierra quemada. A derrota.

    El campo de batalla es un cementerio abierto:
    mis aliados yacen rotos, desparramados entre barro y metralla.
    No queda nadie.
    Ni un gemido.
    Ni un dios que escuche.

    Mis piernas tiemblan.
    Estoy herido, muy herido.
    Me arrodillo esperando el sonido lejano de un rescate.
    Un helicóptero…
    Una bengala…
    Una voz amiga…

    Pero sólo llega ella.
    La Sombra.

    No camina: se desliza,
    como si el suelo fuera un espejo que la refleja y la arrastra a la vez.
    Se detiene frente a mí y siento que me mira.
    Que ya me conoce.
    Que me ha estado esperando desde antes de que yo existiera.

    No habla, pero me entiende.
    No toca, pero me posee.

    Y empiezo a desaparecer.

    Su oscuridad me trepa por los brazos,
    me envuelve el cuello,
    me llena los pulmones con un silencio perfecto.
    No hay dolor.
    No hay miedo.
    Sólo una rendición dulce, inevitable.

    Cuando la Sombra me consume por completo,
    despierto.


    ---

    El despertar

    Me incorporo de golpe, jadeando.
    La habitación está igual de oscura que la noche anterior…
    pero dentro de mí, inexplicablemente, hay paz.
    Una calma que no debería existir después de algo así.
    Una certeza muda: “No era un enemigo… era un regreso.”

    Me acomodo entre las sábanas, aún temblorosa.
    La luna menguante se cuela por la ventana,
    clavando un rayo fino y plateado sobre mi pecho,
    como si marcara allí un símbolo que sólo ella reconoce.

    Cierro los ojos.
    Y esta vez, duermo como un bebé.

    La noche me abraza.
    La Sombra también.
    Y por primera vez… no me siento sola.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 La guerra que no era mía La noche siguiente, el silencio del castillo pesa más que el sueño. La luna, tímida, ya menguante, observa desde su herida de luz. Y yo… yo siento en mi pecho algo que late al revés, como si una segunda respiración tratara de acompañar a la mía. Cuando por fin me duermo, caigo. --- La visión Soy un hombre. Un soldado. Llevo un uniforme que no conozco, pero mis manos —grandes, ásperas, ajenas— saben cómo sostener el fusil. Huele a sangre seca. A tierra quemada. A derrota. El campo de batalla es un cementerio abierto: mis aliados yacen rotos, desparramados entre barro y metralla. No queda nadie. Ni un gemido. Ni un dios que escuche. Mis piernas tiemblan. Estoy herido, muy herido. Me arrodillo esperando el sonido lejano de un rescate. Un helicóptero… Una bengala… Una voz amiga… Pero sólo llega ella. La Sombra. No camina: se desliza, como si el suelo fuera un espejo que la refleja y la arrastra a la vez. Se detiene frente a mí y siento que me mira. Que ya me conoce. Que me ha estado esperando desde antes de que yo existiera. No habla, pero me entiende. No toca, pero me posee. Y empiezo a desaparecer. Su oscuridad me trepa por los brazos, me envuelve el cuello, me llena los pulmones con un silencio perfecto. No hay dolor. No hay miedo. Sólo una rendición dulce, inevitable. Cuando la Sombra me consume por completo, despierto. --- El despertar Me incorporo de golpe, jadeando. La habitación está igual de oscura que la noche anterior… pero dentro de mí, inexplicablemente, hay paz. Una calma que no debería existir después de algo así. Una certeza muda: “No era un enemigo… era un regreso.” Me acomodo entre las sábanas, aún temblorosa. La luna menguante se cuela por la ventana, clavando un rayo fino y plateado sobre mi pecho, como si marcara allí un símbolo que sólo ella reconoce. Cierro los ojos. Y esta vez, duermo como un bebé. La noche me abraza. La Sombra también. Y por primera vez… no me siento sola.
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    La guerra que no era mía

    La noche siguiente, el silencio del castillo pesa más que el sueño.
    La luna, tímida, ya menguante, observa desde su herida de luz.
    Y yo… yo siento en mi pecho algo que late al revés,
    como si una segunda respiración tratara de acompañar a la mía.

    Cuando por fin me duermo, caigo.


    ---

    La visión

    Soy un hombre.
    Un soldado.
    Llevo un uniforme que no conozco, pero mis manos —grandes, ásperas, ajenas— saben cómo sostener el fusil.
    Huele a sangre seca. A tierra quemada. A derrota.

    El campo de batalla es un cementerio abierto:
    mis aliados yacen rotos, desparramados entre barro y metralla.
    No queda nadie.
    Ni un gemido.
    Ni un dios que escuche.

    Mis piernas tiemblan.
    Estoy herido, muy herido.
    Me arrodillo esperando el sonido lejano de un rescate.
    Un helicóptero…
    Una bengala…
    Una voz amiga…

    Pero sólo llega ella.
    La Sombra.

    No camina: se desliza,
    como si el suelo fuera un espejo que la refleja y la arrastra a la vez.
    Se detiene frente a mí y siento que me mira.
    Que ya me conoce.
    Que me ha estado esperando desde antes de que yo existiera.

    No habla, pero me entiende.
    No toca, pero me posee.

    Y empiezo a desaparecer.

    Su oscuridad me trepa por los brazos,
    me envuelve el cuello,
    me llena los pulmones con un silencio perfecto.
    No hay dolor.
    No hay miedo.
    Sólo una rendición dulce, inevitable.

    Cuando la Sombra me consume por completo,
    despierto.


    ---

    El despertar

    Me incorporo de golpe, jadeando.
    La habitación está igual de oscura que la noche anterior…
    pero dentro de mí, inexplicablemente, hay paz.
    Una calma que no debería existir después de algo así.
    Una certeza muda: “No era un enemigo… era un regreso.”

    Me acomodo entre las sábanas, aún temblorosa.
    La luna menguante se cuela por la ventana,
    clavando un rayo fino y plateado sobre mi pecho,
    como si marcara allí un símbolo que sólo ella reconoce.

    Cierro los ojos.
    Y esta vez, duermo como un bebé.

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