• 🐾 El Día de las Bestias Eternas
    Fandom Mitologica
    Categoría Original
    El Inframundo despierta con un murmullo antiguo.
    Desde los abismos más hondos del Erebo hasta las riberas del Leteo, una vibración recorre las sombras: un llamado que ni los vivos ni los muertos pueden ignorar.
    Hoy no hay lamentos. Hoy no hay castigos.
    Hoy, incluso en la oscuridad más profunda, se celebra la existencia de lo salvaje.
    Es el Día de los Animales, y los reinos del más allá se preparan para honrar a quienes han custodiado las fronteras de la eternidad.

    En el gran salón de obsidiana, donde los muros laten como un corazón dormido, las antorchas se encienden una a una con fuego azul.
    Las criaturas del Inframundo se congregan: lobos de humo, aves de ceniza, serpientes de fuego líquido y caballos hechos de polvo y viento.
    Todas aguardan en silencio.
    El trono vacío brilla con reflejos de piedra viva.
    Y en el centro del salón, Cerbero emerge de las sombras.

    El guardián de las Puertas del Hades camina con paso firme, las tres cabezas en perfecta armonía, los ojos ardiendo como soles en la penumbra.
    A su alrededor, las almas se inclinan, reconociendo en él no solo al protector, sino al símbolo eterno de la lealtad y la fuerza.

    Desde lo alto, Perséfone, Reina del Inframundo, desciende envuelta en un resplandor tenue.
    En sus manos sostiene una corona forjada con hierro de estrella caída, adornada con tres gemas:
    una roja por la furia,
    una negra por la noche,
    y una blanca por la lealtad.

    A su lado, una presencia luminosa se acerca: Albina, la cabra blanca del Inframundo.
    Su pelaje brilla como la luna sobre la piedra, y donde sus pezuñas tocan el suelo, florecen pequeñas flores grises, las únicas que crecen en aquel reino sin sol.
    Las criaturas se apartan en respeto; la conocen como mensajera de paz y consejera de las almas olvidadas.

    Perséfone levanta la corona y, con voz que es decreto y bendición, pronuncia:

    “Hoy, el Inframundo celebra el Día de las Bestias Eternas.
    Hoy, las criaturas que sirven, vigilan y aman son honradas.
    Cerbero, guardián del Umbral, tu lealtad ha sido tu trono.
    Desde este instante, no serás solo guardián… serás Rey de las Bestias Eternas.
    Y tú, Albina, serás su guía, su conciencia, su equilibrio.”

    Cuando la corona toca las tres frentes de Cerbero, una ola de fuego blanco recorre el salón.
    El suelo vibra, los ríos cambian su curso, y las almas aúllan con júbilo.
    Las tres cabezas del nuevo rey alzan su mirada en silencio: no hay palabras, solo un rugido interno que el universo siente.

    Albina da un paso adelante.
    De su presencia emana calma, y una flor nace en medio del fuego: la primera flor del Inframundo.
    La Reina sonríe, y con ese gesto, el orden del reino cambia para siempre.
    El trono ya no pertenece al miedo, sino al equilibrio.

    Entonces, las puertas del salón se abren.
    Una marea de luz y sombras invade el aire.
    Comienza el Desfile de los Fieles.

    Por los corredores de piedra líquida, las criaturas del Inframundo marchan en honor a sus nuevos soberanos.
    Los Lobos del Leteo avanzan primero, con pelaje translúcido y ojos de agua.
    Sus pasos resuenan como tambores lejanos.
    Sobre ellos vuelan los Cuervos de Estigia, cuyas plumas de humo caen lentamente como ceniza brillante.
    Las Serpientes del Erebo reptan entre las columnas, formando símbolos sagrados que parpadean con fuego antes de desvanecerse.
    Y desde las llanuras de Tártaro llegan los Caballos de Ceniza, trotando en el aire, dejando huellas de luz efímera.

    Cerbero avanza entre ellos, majestuoso, silencioso.
    Sus cabezas giran lentamente, observando a cada una de las criaturas con atención.
    No impone dominio, sino presencia.
    A su lado, Albina camina despacio, irradiando serenidad.
    Una pequeña alma —una liebre hecha de humo— se acerca temerosa.
    Albina la mira con ternura y, al tocarla con su frente, la transforma en un destello que asciende hasta las estrellas del techo abismal.

    El desfile se extiende durante horas eternas.
    Sobre ellos, el cielo del Inframundo se cubre de luces verdes y violetas: auroras imposibles que ondulan como espíritus danzantes.
    Cada chispa que cae es el eco de un alma animal que regresa por un instante para rendir homenaje.

    Cuando la procesión llega al círculo central, Albina se detiene.
    Su luz se expande como un manto que cubre a Cerbero, a las criaturas, a todo el reino.
    Por un breve momento, el Inframundo entero respira al unísono.
    No hay condena. No hay dolor.
    Solo respeto.
    Solo comunión.

    El fuego se atenúa, las criaturas se disuelven lentamente en el aire, dejando tras de sí rastros de luz.
    El silencio regresa, pero es un silencio distinto: un silencio lleno de vida.
    En el centro, Cerbero permanece inmóvil, imponente.
    Albina se recuesta a su lado, sus ojos reflejando el resplandor de las llamas que no consumen.

    Desde su trono, Perséfone observa en silencio, y una leve sonrisa cruza su rostro.
    El Inframundo ha cambiado.
    Bajo su tierra y bajo su ley, ahora reina la fuerza, pero también la compasión.

    Y así, mientras las últimas brasas del desfile flotan en el aire, los abismos entienden su nueva verdad:
    que incluso en la oscuridad más profunda, los animales tienen un reino, un rey y una guardiana.
    Y que, cada año, en el Día de las Bestias Eternas, el Inframundo entero recordará que la lealtad es la forma más pura del alma.
    El Inframundo despierta con un murmullo antiguo. Desde los abismos más hondos del Erebo hasta las riberas del Leteo, una vibración recorre las sombras: un llamado que ni los vivos ni los muertos pueden ignorar. Hoy no hay lamentos. Hoy no hay castigos. Hoy, incluso en la oscuridad más profunda, se celebra la existencia de lo salvaje. Es el Día de los Animales, y los reinos del más allá se preparan para honrar a quienes han custodiado las fronteras de la eternidad. En el gran salón de obsidiana, donde los muros laten como un corazón dormido, las antorchas se encienden una a una con fuego azul. Las criaturas del Inframundo se congregan: lobos de humo, aves de ceniza, serpientes de fuego líquido y caballos hechos de polvo y viento. Todas aguardan en silencio. El trono vacío brilla con reflejos de piedra viva. Y en el centro del salón, Cerbero emerge de las sombras. El guardián de las Puertas del Hades camina con paso firme, las tres cabezas en perfecta armonía, los ojos ardiendo como soles en la penumbra. A su alrededor, las almas se inclinan, reconociendo en él no solo al protector, sino al símbolo eterno de la lealtad y la fuerza. Desde lo alto, Perséfone, Reina del Inframundo, desciende envuelta en un resplandor tenue. En sus manos sostiene una corona forjada con hierro de estrella caída, adornada con tres gemas: una roja por la furia, una negra por la noche, y una blanca por la lealtad. A su lado, una presencia luminosa se acerca: Albina, la cabra blanca del Inframundo. Su pelaje brilla como la luna sobre la piedra, y donde sus pezuñas tocan el suelo, florecen pequeñas flores grises, las únicas que crecen en aquel reino sin sol. Las criaturas se apartan en respeto; la conocen como mensajera de paz y consejera de las almas olvidadas. Perséfone levanta la corona y, con voz que es decreto y bendición, pronuncia: “Hoy, el Inframundo celebra el Día de las Bestias Eternas. Hoy, las criaturas que sirven, vigilan y aman son honradas. Cerbero, guardián del Umbral, tu lealtad ha sido tu trono. Desde este instante, no serás solo guardián… serás Rey de las Bestias Eternas. Y tú, Albina, serás su guía, su conciencia, su equilibrio.” Cuando la corona toca las tres frentes de Cerbero, una ola de fuego blanco recorre el salón. El suelo vibra, los ríos cambian su curso, y las almas aúllan con júbilo. Las tres cabezas del nuevo rey alzan su mirada en silencio: no hay palabras, solo un rugido interno que el universo siente. Albina da un paso adelante. De su presencia emana calma, y una flor nace en medio del fuego: la primera flor del Inframundo. La Reina sonríe, y con ese gesto, el orden del reino cambia para siempre. El trono ya no pertenece al miedo, sino al equilibrio. Entonces, las puertas del salón se abren. Una marea de luz y sombras invade el aire. Comienza el Desfile de los Fieles. Por los corredores de piedra líquida, las criaturas del Inframundo marchan en honor a sus nuevos soberanos. Los Lobos del Leteo avanzan primero, con pelaje translúcido y ojos de agua. Sus pasos resuenan como tambores lejanos. Sobre ellos vuelan los Cuervos de Estigia, cuyas plumas de humo caen lentamente como ceniza brillante. Las Serpientes del Erebo reptan entre las columnas, formando símbolos sagrados que parpadean con fuego antes de desvanecerse. Y desde las llanuras de Tártaro llegan los Caballos de Ceniza, trotando en el aire, dejando huellas de luz efímera. Cerbero avanza entre ellos, majestuoso, silencioso. Sus cabezas giran lentamente, observando a cada una de las criaturas con atención. No impone dominio, sino presencia. A su lado, Albina camina despacio, irradiando serenidad. Una pequeña alma —una liebre hecha de humo— se acerca temerosa. Albina la mira con ternura y, al tocarla con su frente, la transforma en un destello que asciende hasta las estrellas del techo abismal. El desfile se extiende durante horas eternas. Sobre ellos, el cielo del Inframundo se cubre de luces verdes y violetas: auroras imposibles que ondulan como espíritus danzantes. Cada chispa que cae es el eco de un alma animal que regresa por un instante para rendir homenaje. Cuando la procesión llega al círculo central, Albina se detiene. Su luz se expande como un manto que cubre a Cerbero, a las criaturas, a todo el reino. Por un breve momento, el Inframundo entero respira al unísono. No hay condena. No hay dolor. Solo respeto. Solo comunión. El fuego se atenúa, las criaturas se disuelven lentamente en el aire, dejando tras de sí rastros de luz. El silencio regresa, pero es un silencio distinto: un silencio lleno de vida. En el centro, Cerbero permanece inmóvil, imponente. Albina se recuesta a su lado, sus ojos reflejando el resplandor de las llamas que no consumen. Desde su trono, Perséfone observa en silencio, y una leve sonrisa cruza su rostro. El Inframundo ha cambiado. Bajo su tierra y bajo su ley, ahora reina la fuerza, pero también la compasión. Y así, mientras las últimas brasas del desfile flotan en el aire, los abismos entienden su nueva verdad: que incluso en la oscuridad más profunda, los animales tienen un reino, un rey y una guardiana. Y que, cada año, en el Día de las Bestias Eternas, el Inframundo entero recordará que la lealtad es la forma más pura del alma.
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  • Había visto a muchas personas hacerlo: mascar chicle. Creía que era por una razón nutritiva, o que cumplía una función más profunda que aún no comprendía.

    Decidió probar. En la primera tienda que encontró, compró uno de esos, eligiendo al azar. Salió de ahí observando el envoltorio como si este fuera a revelar en voz alta la función del chicle. Al final, lo abrió con una precisión y cuidado increíbles, como si estuviera desarmando una bomba.

    Examinó la goma antes de llevarla a su boca. El primer instinto fue tragar, pero se detuvo al instante. No debía hacerlo; debía masticar. Al principio fue lento, procesando sabor y textura. Entonces recordó que los humanos hacían globos con eso. Lo intentó.

    Por unos segundos lo logró, hasta que explotó contra su cara. No se movió ni un centímetro. De hecho, permaneció inmóvil, sin siquiera parpadear, como si hubiera quedado en pausa. Solo después levantó la mano y retiró el chicle con calma, volviendo a mirarlo fijamente.

    —No hay una función nutritiva. Tampoco activa sentidos. Solo un sabor ligeramente dulce y mentolado… ¿por qué lo consumen?
    Había visto a muchas personas hacerlo: mascar chicle. Creía que era por una razón nutritiva, o que cumplía una función más profunda que aún no comprendía. Decidió probar. En la primera tienda que encontró, compró uno de esos, eligiendo al azar. Salió de ahí observando el envoltorio como si este fuera a revelar en voz alta la función del chicle. Al final, lo abrió con una precisión y cuidado increíbles, como si estuviera desarmando una bomba. Examinó la goma antes de llevarla a su boca. El primer instinto fue tragar, pero se detuvo al instante. No debía hacerlo; debía masticar. Al principio fue lento, procesando sabor y textura. Entonces recordó que los humanos hacían globos con eso. Lo intentó. Por unos segundos lo logró, hasta que explotó contra su cara. No se movió ni un centímetro. De hecho, permaneció inmóvil, sin siquiera parpadear, como si hubiera quedado en pausa. Solo después levantó la mano y retiró el chicle con calma, volviendo a mirarlo fijamente. —No hay una función nutritiva. Tampoco activa sentidos. Solo un sabor ligeramente dulce y mentolado… ¿por qué lo consumen?
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  • No puedo creer que allá , caído Freyja en mi broma de globo de pintura .... Pero , no era para ella era para Apollo , quería verlo manchado de verde ..... Pero después de eso quedo graciosa
    No puedo creer que allá , caído Freyja en mi broma de globo de pintura .... Pero , no era para ella era para Apollo , quería verlo manchado de verde ..... Pero después de eso quedo graciosa
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  • Todo ha estado muy tranquilo, perfecto, amo esta paz, es como si en la ciudad en la superficie tuvieran tantas cosas en su plato que se han estado olvidando de bajar.

    Eso y que hemos bloqueado los elevadores para que bajen. ~~~

    Pero ahora solo quiero a mi lobo para salir un rato, no patrullaje, cita ♥
    Todo ha estado muy tranquilo, perfecto, amo esta paz, es como si en la ciudad en la superficie tuvieran tantas cosas en su plato que se han estado olvidando de bajar. Eso y que hemos bloqueado los elevadores para que bajen. ~~~ Pero ahora solo quiero a mi lobo para salir un rato, no patrullaje, cita ♥
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  • [ Segunda parte. ]

    Darküs apenas respiraba. Su cuerpo estaba roto, el alma partida en pedazos después de la vejación sufrida. Y entonces escuchó lo que jamás creyó que un dios se atrevería a pronunciar.

    —Elige, loba. O él… o el hijo que llevas en tu vientre.

    El aire desapareció de sus pulmones. La voz de Apolo resonaba como un martillo en sus sienes. Isla gritaba, lloraba, negaba con desesperación. Se negó quiso protegerlos.Pero él lo sabía. Él ya lo sabía. Su instinto, su corazón, su orgullo, todo coincidía en una sola verdad, no podía ser él. No cuando el futuro latía en el vientre de la mujer que amaba.

    Darküs alzó la mirada, los ojos turbios, la respiración rota.
    —No...

    Su corazón dio un vuelco. En sus labios no había fuerza, solo rendición. Era la primera vez que se rendía en dos mil años. Y dolía más que la plata, más que la humillación de la súcubo, más que cualquier herida.

    Pero Apolo no había terminado.
    —Si deseas que ambos vivan, deberás pagar un precio. No con tu vida, sino con lo que eres. Tu lobo. Tu furia. Tu esencia.

    El dios extendió la mano y el mundo se congeló. Darküs sintió cómo su pecho ardía, cómo su alma era desgarrada desde dentro. Rugió, gritó, el eco de su lobo resonó por última vez, un aullido que se rompió en mil pedazos antes de desvanecerse para siempre. Apolo arrancó su furia, su instinto, lo que lo había hecho guerrero, lo que lo había hecho diferente.

    Quedó vacío. Silencioso. Humano.

    Isla lo abrazaba con desesperación, creyendo que el sacrificio había terminado. Él apenas podía sostener los párpados abiertos, mirándola, sintiendo el calor en su vientre y sabiendo que al menos vivirían. Había protegido lo que más amaba, pero al precio más alto: jamás volvería a escuchar el rugido de su lobo interior. Darküs había muerto esa noche, aunque su cuerpo respirara.

    No era lo único que murió, junto con el lobo su vínculo con isla desapareció, la miraba y no sentía nada, aún así ella se quedaba, Darküs gritaba que se fuera, que lo deje pero no lo abandonaba.

    No puede tocarla, no puede besarla, ni mirarla, cada vez que la ve le recuerda a la sucubo con su aspecto cabalgando sobre él, doblegandolo a su merced. No la culpaba pero estaba resentido. Ya no siente nada. Sólo vacío.
    [ Segunda parte. ] Darküs apenas respiraba. Su cuerpo estaba roto, el alma partida en pedazos después de la vejación sufrida. Y entonces escuchó lo que jamás creyó que un dios se atrevería a pronunciar. —Elige, loba. O él… o el hijo que llevas en tu vientre. El aire desapareció de sus pulmones. La voz de Apolo resonaba como un martillo en sus sienes. Isla gritaba, lloraba, negaba con desesperación. Se negó quiso protegerlos.Pero él lo sabía. Él ya lo sabía. Su instinto, su corazón, su orgullo, todo coincidía en una sola verdad, no podía ser él. No cuando el futuro latía en el vientre de la mujer que amaba. Darküs alzó la mirada, los ojos turbios, la respiración rota. —No... Su corazón dio un vuelco. En sus labios no había fuerza, solo rendición. Era la primera vez que se rendía en dos mil años. Y dolía más que la plata, más que la humillación de la súcubo, más que cualquier herida. Pero Apolo no había terminado. —Si deseas que ambos vivan, deberás pagar un precio. No con tu vida, sino con lo que eres. Tu lobo. Tu furia. Tu esencia. El dios extendió la mano y el mundo se congeló. Darküs sintió cómo su pecho ardía, cómo su alma era desgarrada desde dentro. Rugió, gritó, el eco de su lobo resonó por última vez, un aullido que se rompió en mil pedazos antes de desvanecerse para siempre. Apolo arrancó su furia, su instinto, lo que lo había hecho guerrero, lo que lo había hecho diferente. Quedó vacío. Silencioso. Humano. Isla lo abrazaba con desesperación, creyendo que el sacrificio había terminado. Él apenas podía sostener los párpados abiertos, mirándola, sintiendo el calor en su vientre y sabiendo que al menos vivirían. Había protegido lo que más amaba, pero al precio más alto: jamás volvería a escuchar el rugido de su lobo interior. Darküs había muerto esa noche, aunque su cuerpo respirara. No era lo único que murió, junto con el lobo su vínculo con isla desapareció, la miraba y no sentía nada, aún así ella se quedaba, Darküs gritaba que se fuera, que lo deje pero no lo abandonaba. No puede tocarla, no puede besarla, ni mirarla, cada vez que la ve le recuerda a la sucubo con su aspecto cabalgando sobre él, doblegandolo a su merced. No la culpaba pero estaba resentido. Ya no siente nada. Sólo vacío.
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  • Les tengo que decir:

    Que me gustan los furros mitad lobos mitad humano..~
    Les tengo que decir: Que me gustan los furros mitad lobos mitad humano..~ :STK-24:
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  • El Inicio de un Caos Espiritual parte 1


    Desde algún punto en que nunca me decidía, nada parecía preocuparme. Siempre me la pasaba cada noche mirando en Vallefresno cerca, justo en los pilotes más olvidados. Un islote donde siempre estaba para tener paz y tranquilidad. Incluso, las veladas en la avanzada de Zorangar son lo más maravilloso que hay en lo que se refiere al muelle cercano.

    Mis noches calaban con el frío hasta el tuétano de los huesos si no estabas bien abrigado, claramente. Pero los árboles de alrededor se ocupaban de que fuera fresco y no se transformase en un gélido infierno. Incluso, los animales también paseaban a plena vista a una distancia considerable. Ninguno era ingenuo como para acercarse... pero tal vez algo faltaba en la noche pesada.

    La luna era enorme y bañaba con su brillo hermoso el lugar, como un recordatorio de que siempre estaría ahí para consolarte. El recio viento suave no hacía más que mecer mi cabello como si de una caricia se tratase, haciendo que me acariciara el pelo por un instinto nato de darme algo de cariño. Pero ha cambiado el rumbo de mi tranquilidad. Las dos lunas restantes saldrían más tarde... pero algo no andaba bien para lo que era común. ¿Un instinto?... ¿Qué era...?

    —La noche está hermosa, aunque el frío no cesa con cada soplido... Es como si un espectro me quisiera hablar —dijo con algo de misterio.

    El calor de la fogata que ardía desde que empezó a caer y desatarse el velo de la noche era reconfortante. Sus manos suaves sostuvieron un cuenco de sopa y sus ojos azules cayeron ahí para mirar su reflejo, el cual era como sentir una caída en el precipicio más alto y sin fin... Algo se sintió tan vacío...

    —Hmmm... —gruñó, y con ello dio un sorbete del caldo que estaba hecho de ricas verduras que reservaba y un par de raíces, acompañado de un poco de carne de jabalí seca—. La sopa sabe amarga cuando no hay nadie con quien compartir...

    —Se siente un ambiente tan solitario... Es como si alguien quisiera manifestarse y con ello hablarme de algo. A lo mejor estoy muy cansado —se dijo una vez más, en cuanto se levantó después de tragar el sorbo del caliente caldo que ayudaría a regular su temperatura corporal.

    Pero eso no era algo que realmente le fuera de tanto interés o necesidad de hacer siempre. A pesar de todo, los orcos eran caracterizados por su resistencia y su piel gruesa, que era capaz de soportar el frío inusual que un humano no toleraría en segundos, o regular el calor que tal vez algún otro ser no haría más que tirar la toalla por el infernal clima flameante. Pero eso no era símbolo de que pudiera caminar sobre lava o vivir en un lugar volcánico.

    Se recompuso y, con sus suaves pasos, aún sostenía su sopa. El delicioso caldo temblaba mientras las ondas chocaban al ritmo de las paredes del tazón. Se sentó en su cama y miró con algo de curiosidad su dibujo en su carpa de pieles: el dibujo de su hermano, Thrall, líder de la Horda. Para él, es más que un tesoro. Era algo más que invaluable en lo que podría decirse del término valioso o de importancia material. Claramente es de un afecto enorme, en el que la familia podría identificarse, al ser lo único que le quedaba... Un lobo sobreviviente a tantas cosas que, aun así, en lo que era el lote de la vida, como un leve camino rocoso y con espinas, quizás trampas mortales, supo salir con vida y estar hasta ahora... lo que conoce como su hermano mayor... y para el otro, su hermano menor...

    Se dignó a contemplar la gracia de sus trazos mientras meditaba un poco con aprecio en silencio, bajo el chasquido de la fogata ruidosa y las velas que iluminaban sutilmente. Entonces se dijo para él, como si hablara con su hermano de verdad:

    —Desde que me alejé de ahí, no hago más que echarte de menos... Pero es difícil creer que preferirías más a otros antes que a tu hermano... Pero... de tal modo... —Hizo una pausa, volvió a mirar su reflejo en la luz tenue y con ello volvió a posar su vista en el dibujo. Su voz pragmática de apatía se tornó en lo que era nostalgia—. Te aprecio y admiro... No quería ponerte a escoger entre yo o la Horda... No hago más que decepcionarte, no te lo dije antes... Pero aun así no dejo siempre de dañar todo lo que está a mi paso...

    El dibujo cayó con una lentitud y una dramática caída lenta. Se sintió más que extraño... Fue un escalofrío lo que se desplegó sobre el joven orco y con ello, el material dibujado se acunó sobre el fuego de una vela cercana y ardió con furia. El instinto tomó el control, aunque muy tarde. El fuego comía el papel con hambre grotesca, mientras que, sin otro remedio, tiré el caldo de mis manos para apagar el fuego. El papel quedó reducido a cenizas. Lo único que sobrevivió fue un trozo del rostro de su hermano sonriendo, pero a media cara.

    El escalofrío recorrió una vez más su columna, sintiéndose más frío, y con ello, salió lleno de adrenalina desde la carpa y miró la luna una vez más, como si buscara la respuesta a lo que le había pasado hace un instante... Su corazón latió con algo más de prisa, como si de algún modo hubiera pasado algo mientras la noche transcurría con su frío desolador...

    El Inicio de un Caos Espiritual parte 1 Desde algún punto en que nunca me decidía, nada parecía preocuparme. Siempre me la pasaba cada noche mirando en Vallefresno cerca, justo en los pilotes más olvidados. Un islote donde siempre estaba para tener paz y tranquilidad. Incluso, las veladas en la avanzada de Zorangar son lo más maravilloso que hay en lo que se refiere al muelle cercano. Mis noches calaban con el frío hasta el tuétano de los huesos si no estabas bien abrigado, claramente. Pero los árboles de alrededor se ocupaban de que fuera fresco y no se transformase en un gélido infierno. Incluso, los animales también paseaban a plena vista a una distancia considerable. Ninguno era ingenuo como para acercarse... pero tal vez algo faltaba en la noche pesada. La luna era enorme y bañaba con su brillo hermoso el lugar, como un recordatorio de que siempre estaría ahí para consolarte. El recio viento suave no hacía más que mecer mi cabello como si de una caricia se tratase, haciendo que me acariciara el pelo por un instinto nato de darme algo de cariño. Pero ha cambiado el rumbo de mi tranquilidad. Las dos lunas restantes saldrían más tarde... pero algo no andaba bien para lo que era común. ¿Un instinto?... ¿Qué era...? —La noche está hermosa, aunque el frío no cesa con cada soplido... Es como si un espectro me quisiera hablar —dijo con algo de misterio. El calor de la fogata que ardía desde que empezó a caer y desatarse el velo de la noche era reconfortante. Sus manos suaves sostuvieron un cuenco de sopa y sus ojos azules cayeron ahí para mirar su reflejo, el cual era como sentir una caída en el precipicio más alto y sin fin... Algo se sintió tan vacío... —Hmmm... —gruñó, y con ello dio un sorbete del caldo que estaba hecho de ricas verduras que reservaba y un par de raíces, acompañado de un poco de carne de jabalí seca—. La sopa sabe amarga cuando no hay nadie con quien compartir... —Se siente un ambiente tan solitario... Es como si alguien quisiera manifestarse y con ello hablarme de algo. A lo mejor estoy muy cansado —se dijo una vez más, en cuanto se levantó después de tragar el sorbo del caliente caldo que ayudaría a regular su temperatura corporal. Pero eso no era algo que realmente le fuera de tanto interés o necesidad de hacer siempre. A pesar de todo, los orcos eran caracterizados por su resistencia y su piel gruesa, que era capaz de soportar el frío inusual que un humano no toleraría en segundos, o regular el calor que tal vez algún otro ser no haría más que tirar la toalla por el infernal clima flameante. Pero eso no era símbolo de que pudiera caminar sobre lava o vivir en un lugar volcánico. Se recompuso y, con sus suaves pasos, aún sostenía su sopa. El delicioso caldo temblaba mientras las ondas chocaban al ritmo de las paredes del tazón. Se sentó en su cama y miró con algo de curiosidad su dibujo en su carpa de pieles: el dibujo de su hermano, Thrall, líder de la Horda. Para él, es más que un tesoro. Era algo más que invaluable en lo que podría decirse del término valioso o de importancia material. Claramente es de un afecto enorme, en el que la familia podría identificarse, al ser lo único que le quedaba... Un lobo sobreviviente a tantas cosas que, aun así, en lo que era el lote de la vida, como un leve camino rocoso y con espinas, quizás trampas mortales, supo salir con vida y estar hasta ahora... lo que conoce como su hermano mayor... y para el otro, su hermano menor... Se dignó a contemplar la gracia de sus trazos mientras meditaba un poco con aprecio en silencio, bajo el chasquido de la fogata ruidosa y las velas que iluminaban sutilmente. Entonces se dijo para él, como si hablara con su hermano de verdad: —Desde que me alejé de ahí, no hago más que echarte de menos... Pero es difícil creer que preferirías más a otros antes que a tu hermano... Pero... de tal modo... —Hizo una pausa, volvió a mirar su reflejo en la luz tenue y con ello volvió a posar su vista en el dibujo. Su voz pragmática de apatía se tornó en lo que era nostalgia—. Te aprecio y admiro... No quería ponerte a escoger entre yo o la Horda... No hago más que decepcionarte, no te lo dije antes... Pero aun así no dejo siempre de dañar todo lo que está a mi paso... El dibujo cayó con una lentitud y una dramática caída lenta. Se sintió más que extraño... Fue un escalofrío lo que se desplegó sobre el joven orco y con ello, el material dibujado se acunó sobre el fuego de una vela cercana y ardió con furia. El instinto tomó el control, aunque muy tarde. El fuego comía el papel con hambre grotesca, mientras que, sin otro remedio, tiré el caldo de mis manos para apagar el fuego. El papel quedó reducido a cenizas. Lo único que sobrevivió fue un trozo del rostro de su hermano sonriendo, pero a media cara. El escalofrío recorrió una vez más su columna, sintiéndose más frío, y con ello, salió lleno de adrenalina desde la carpa y miró la luna una vez más, como si buscara la respuesta a lo que le había pasado hace un instante... Su corazón latió con algo más de prisa, como si de algún modo hubiera pasado algo mientras la noche transcurría con su frío desolador...
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  • -Tú ser...señor...bigotes....

    Dijo el chico lobo con satisfacción. Había tomado uno de los encargos del tablón en Mondstadt, encontrar un gato extraviado de un niño, le gustaba ayudar de vez en cuando y, por supuesto ganarse unas cuantas moras, después de todo, con ayuda de su olfato le resultaba fácil encontrar mascotas perdidas.

    -...Aquí tener a señor bigotes...

    Le dijo al pequeño que había puesto el cartel de un gato lo mejor dibujado posible para un niño de 6 años. El infante tomó al gato en brazos alegre mientras su madre agradecía a Razor y, como el cartel decía, le dio el pago correspondiente. Razor tomó el dinero y se despidió con una sonrisa en brazos.

    -Moras...moras...Razor tener moras.... -Aunque él casi no gastaba le gustaba ganar su propio dinero-
    -Tú ser...señor...bigotes.... Dijo el chico lobo con satisfacción. Había tomado uno de los encargos del tablón en Mondstadt, encontrar un gato extraviado de un niño, le gustaba ayudar de vez en cuando y, por supuesto ganarse unas cuantas moras, después de todo, con ayuda de su olfato le resultaba fácil encontrar mascotas perdidas. -...Aquí tener a señor bigotes... Le dijo al pequeño que había puesto el cartel de un gato lo mejor dibujado posible para un niño de 6 años. El infante tomó al gato en brazos alegre mientras su madre agradecía a Razor y, como el cartel decía, le dio el pago correspondiente. Razor tomó el dinero y se despidió con una sonrisa en brazos. -Moras...moras...Razor tener moras.... -Aunque él casi no gastaba le gustaba ganar su propio dinero-
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  • — Quien diría que este lobo me está conquistando... Es una locura, una verdadera locura, pero me encanta.
    Darküs Volkøv
    — Quien diría que este lobo me está conquistando... Es una locura, una verdadera locura, pero me encanta. [Darkus]
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  • — ¹ —
    Fandom Disney; Tarzán
    Categoría Aventura
    El calor húmedo de la selva era algo a lo que Jane estaba más que acostumbrada, pero no las damas a las que desde hacía unos días estaba acompañando. Su padre, aunque no con mala intención, tenía a veces ideas penosas como, por ejemplo, usarla para que hiciera compañía a las esposas de sus "colegas" americanos que ni siquiera sentían un mínimo de atracción por lo que el buen misionero del señor Porter les contaba. En los ojos de esos hombres sólo se reflejaba el símbolo del dólar, la promesa de riqueza que esas tierras vírgenes ante ellos podrían proporcionarles. Sin embargo, los que hoy les acompañaban en su caminata por la espesa jungla parecían entusiasmados en adentrarse en territorio desconocido, aunque nunca osaban alejarse demasiado de en dónde tenían desplegado su campamento. Jane, que en cuestión de minutos se había escaqueado de su "labor" de niñera, caminaba unos pasos por delante de su padre, esquivando raíces y ramas bajas con la práctica de alguien que ya había tropezado suficientes veces como para aprender a caminar sobre el barro incluso con tacones. Con un cuaderno bajo el brazo y la emoción de quién ve algo nuevo y sorprendente, se detuvo a tomar notas sobre un pájaro de colores brillantes que chillaba como si estuviera insultándola.

    —¡Oye, no hace falta gritar tanto! —exclamó con media sonrisa, esbozando con rapidez los contornos del ave en su cuaderno y tratando de memorizar la amplia gama de colores que adornaban sus plumas. Ya no escuchaba ruido tras ella, así que supuso que los demás habrían tomado otro camino... Pero no temía perderse; confiaba en su buena orientación, o en otras palabras esperaba que sus propias huellas permanecieran intactas para saber cómo volver.

    —¿Qué tipo de pájaro eres tú, amiguito? Si dejaras caer una de tus plumas voluntariamente, me la llevaría como recuer... —antes de siquiera poder terminar la frase, escuchó un crujido extraño entre las ramas de unos enormes arbustos, a pocos metros de ella.

    Giró la cabeza, con cautela, y aunque su cuerpo se tensó ante la posibilidad de que el causante de aquel ruido fuera un animal enorme que pudiera arrollarla de un momento a otro... La curiosidad siempre sería la principal causante por la que Jane se metiera ella misma en la boca del lobo (o en ese caso, más probablemente de una pantera).

    Avanzó un par de pasos, con el cuaderno frente a ella a modo de escudo, como si aquello fuera a servirle de mucho. El ruido cesó por unos minutos, lo cual la envalentonó para extender una mano; la misma mano que apartó un par de espesas ramas y que, para su total sorpresa, acabó por rozar a ciegas algo que en absoluto tenía la textura de una rama, hoja, árbol o pelaje de cualquier animal que pudiera encontrarse en esos lares.

    Obviamente que la apartó de inmediato, aunque se quedó muy quieta en su lugar, incapaz de luchar contra la curiosidad que la caracterizaba desde que tenía memoria. ¿Qué era lo que se escondía ahí detrás...?
    El calor húmedo de la selva era algo a lo que Jane estaba más que acostumbrada, pero no las damas a las que desde hacía unos días estaba acompañando. Su padre, aunque no con mala intención, tenía a veces ideas penosas como, por ejemplo, usarla para que hiciera compañía a las esposas de sus "colegas" americanos que ni siquiera sentían un mínimo de atracción por lo que el buen misionero del señor Porter les contaba. En los ojos de esos hombres sólo se reflejaba el símbolo del dólar, la promesa de riqueza que esas tierras vírgenes ante ellos podrían proporcionarles. Sin embargo, los que hoy les acompañaban en su caminata por la espesa jungla parecían entusiasmados en adentrarse en territorio desconocido, aunque nunca osaban alejarse demasiado de en dónde tenían desplegado su campamento. Jane, que en cuestión de minutos se había escaqueado de su "labor" de niñera, caminaba unos pasos por delante de su padre, esquivando raíces y ramas bajas con la práctica de alguien que ya había tropezado suficientes veces como para aprender a caminar sobre el barro incluso con tacones. Con un cuaderno bajo el brazo y la emoción de quién ve algo nuevo y sorprendente, se detuvo a tomar notas sobre un pájaro de colores brillantes que chillaba como si estuviera insultándola. —¡Oye, no hace falta gritar tanto! —exclamó con media sonrisa, esbozando con rapidez los contornos del ave en su cuaderno y tratando de memorizar la amplia gama de colores que adornaban sus plumas. Ya no escuchaba ruido tras ella, así que supuso que los demás habrían tomado otro camino... Pero no temía perderse; confiaba en su buena orientación, o en otras palabras esperaba que sus propias huellas permanecieran intactas para saber cómo volver. —¿Qué tipo de pájaro eres tú, amiguito? Si dejaras caer una de tus plumas voluntariamente, me la llevaría como recuer... —antes de siquiera poder terminar la frase, escuchó un crujido extraño entre las ramas de unos enormes arbustos, a pocos metros de ella. Giró la cabeza, con cautela, y aunque su cuerpo se tensó ante la posibilidad de que el causante de aquel ruido fuera un animal enorme que pudiera arrollarla de un momento a otro... La curiosidad siempre sería la principal causante por la que Jane se metiera ella misma en la boca del lobo (o en ese caso, más probablemente de una pantera). Avanzó un par de pasos, con el cuaderno frente a ella a modo de escudo, como si aquello fuera a servirle de mucho. El ruido cesó por unos minutos, lo cual la envalentonó para extender una mano; la misma mano que apartó un par de espesas ramas y que, para su total sorpresa, acabó por rozar a ciegas algo que en absoluto tenía la textura de una rama, hoja, árbol o pelaje de cualquier animal que pudiera encontrarse en esos lares. Obviamente que la apartó de inmediato, aunque se quedó muy quieta en su lugar, incapaz de luchar contra la curiosidad que la caracterizaba desde que tenía memoria. ¿Qué era lo que se escondía ahí detrás...?
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