• Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Oh… ¿ya caíste en mi telaraña?
    Qué adorable. Bienvenido, curioso imprudente: este espacio es mío, y yo soy Loki, princesa del caos y del engaño.
    No esperes solemnidad, aquí todo es un juego… y tú acabas de aceptar las reglas sin leerlas.

    Encontrarás imágenes que capturan mis reflejos, historias que forman parte del canon de nuestro legado Queen, y también relatos de universos alternos: realidades paralelas que no tocan la línea original, pero que respiran en las telarañas infinitas que sostienen el multiverso.

    ¿Confuso? Excelente. Esa es la idea.

    Cada publicación será una travesura:
    a veces un recuerdo fiel, otras veces un espejismo que te hará dudar de lo que sabes.
    Porque en mis manos, lo verdadero y lo falso son amantes inseparables.

    Así que acomódate, lector curioso.
    Yo prometo caos, enigmas y carcajadas.
    Y recuerda: si te pierdes en estas realidades, no me culpes a mí… Culpa a tu propia curiosidad por seguir a una diosa que nunca juega limpio.
    Oh… ¿ya caíste en mi telaraña? Qué adorable. Bienvenido, curioso imprudente: este espacio es mío, y yo soy Loki, princesa del caos y del engaño. No esperes solemnidad, aquí todo es un juego… y tú acabas de aceptar las reglas sin leerlas. Encontrarás imágenes que capturan mis reflejos, historias que forman parte del canon de nuestro legado Queen, y también relatos de universos alternos: realidades paralelas que no tocan la línea original, pero que respiran en las telarañas infinitas que sostienen el multiverso. ¿Confuso? Excelente. Esa es la idea. Cada publicación será una travesura: a veces un recuerdo fiel, otras veces un espejismo que te hará dudar de lo que sabes. Porque en mis manos, lo verdadero y lo falso son amantes inseparables. Así que acomódate, lector curioso. Yo prometo caos, enigmas y carcajadas. Y recuerda: si te pierdes en estas realidades, no me culpes a mí… Culpa a tu propia curiosidad por seguir a una diosa que nunca juega limpio.
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  • La ciudad, en llamas... un caos total ¿y el príncipe? sentado en un montón de rocas, insatisfecho, la noticia de la muerte de Rey ya había llegado a sus oídos.

    No había lágrimas, pero si inconformidad, No le pudo decir lo mucho que lo dañó y lo mucho que anhelaba recibir un perdón de él.
    La ciudad, en llamas... un caos total ¿y el príncipe? sentado en un montón de rocas, insatisfecho, la noticia de la muerte de Rey ya había llegado a sus oídos. No había lágrimas, pero si inconformidad, No le pudo decir lo mucho que lo dañó y lo mucho que anhelaba recibir un perdón de él.
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  • La verdad oculta
    Fandom Hazbin hotel/original
    Categoría Slice of Life
    ~Rol privado con: Maximilian
    ~Lugar: Vivienda de Adán, el cielo.


    Tras el roce que habían tenido Lute y Maxi, Adán decidió que era hora de ir a hablar con su hijo. A fin de cuentas, se había percatado del cambio de actitud que el propio Maxi le advirtió que tendría llegado el momento, justo antes de desaparecer para que Adán pudiera rescatar al pequeño Maxi y criarlo como el padre que aquella criatura se merecía.

    No le costó demasiado acertar que no solo su hijo habia vuelto a casa, si no que como todo joven indignado se había refugiado en la leonera que tenía de habitacion. Así que como buen padre que respeta la intimidad de su hijo, pico a la puerta a la vez que reafirmaba su autoridad abriéndola. Aunque no entró, si no que se apoyó en el marco de la puerta, de brazos cruzados, su media sonrisa distintiva de canal, y sin saber como empezar aquella delicada conversacion, simplemente lo hizo sin más.

    —Esos flashbacks te tienen de un humor de perros ¿eh? A ver si adivino, pensabas que tu viejo no se iba a dar cuenta—fue directo al grano, entrando a la habitación y con una expresion más seria pero al mismo tiempo comprensiva, se sentó en la cama del muchacho—Ven. —le indicó palmeando el colchón para que se sentase a su lado—.Creo que es hora de que sepas algo.—
    ~Rol privado con: [Maxi8] ~Lugar: Vivienda de Adán, el cielo. Tras el roce que habían tenido Lute y Maxi, Adán decidió que era hora de ir a hablar con su hijo. A fin de cuentas, se había percatado del cambio de actitud que el propio Maxi le advirtió que tendría llegado el momento, justo antes de desaparecer para que Adán pudiera rescatar al pequeño Maxi y criarlo como el padre que aquella criatura se merecía. No le costó demasiado acertar que no solo su hijo habia vuelto a casa, si no que como todo joven indignado se había refugiado en la leonera que tenía de habitacion. Así que como buen padre que respeta la intimidad de su hijo, pico a la puerta a la vez que reafirmaba su autoridad abriéndola. Aunque no entró, si no que se apoyó en el marco de la puerta, de brazos cruzados, su media sonrisa distintiva de canal, y sin saber como empezar aquella delicada conversacion, simplemente lo hizo sin más. —Esos flashbacks te tienen de un humor de perros ¿eh? A ver si adivino, pensabas que tu viejo no se iba a dar cuenta—fue directo al grano, entrando a la habitación y con una expresion más seria pero al mismo tiempo comprensiva, se sentó en la cama del muchacho—Ven. —le indicó palmeando el colchón para que se sentase a su lado—.Creo que es hora de que sepas algo.—
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  • ꧁▬▭▭▭▭▭◺⟁◿▭▭▭▭▭▬꧂
    𝑰𝒏𝒕𝒆𝒓𝒆𝒔𝒂𝒏𝒕𝒆...

    Mordey

    ⟁Solo existe uno que puede observar



    Solo existe uno que puede dominar las sombras.....𓂀

    【 Recitó la voz del que aún no ha llegado. No para juzgar ni condenar... Si no para advertir de su venida 】

    ◢✥𝐆azú✥◣
    ⫘⫘⫘⫘⫘⫘⫘⫘⫘⫘⫘⫘⫘
    ꧁▬▭▭▭▭▭◺⟁◿▭▭▭▭▭▬꧂ 𝑰𝒏𝒕𝒆𝒓𝒆𝒔𝒂𝒏𝒕𝒆... [ripple_copper_lobster_832] ⟁Solo existe uno que puede observar 👁️ Solo existe uno que puede dominar las sombras.....𓂀 【 Recitó la voz del que aún no ha llegado. No para juzgar ni condenar... Si no para advertir de su venida 】 ◢✥𝐆azú✥◣ ⫘⫘⫘⫘⫘⫘⫘⫘⫘⫘⫘⫘⫘
    Me enjaja
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    Las Enseñanzas de Oz

    El Hombre que Susurra**

    El susurro se desliza entre los árboles como un viento que no pertenece a este mundo.

    A mi lado, junto al poste,
    se materializa un hombre.

    No es un monstruo.
    No es un dios.
    No es humano.
    Es algo distinto.

    Hermoso de una forma antigua,
    como una estatua que respira.
    Sus ojos…
    ocultan un secreto que nadie podría leer,
    un enigma eterno.

    Oz:
    —Así no vas a conseguir nada más que lastimarte…

    Me quedo inmóvil.
    Congelada.
    El miedo se me enreda en los huesos.
    Mis madres están lejos,
    demasiado lejos para escuchar mi respiración acelerada.

    El hombre se agacha un poco
    y posa una mano cálida en mi cabecita.
    Al instante, mi torso se cubre con una sudadera preciosa,
    de estampados imposibles:
    formas que no encajan,
    símbolos sin sentido,
    como si hubieran aparecido ahí por voluntad propia.
    Caos puro.

    Oz:
    —Estás sudando… y ya está oscureciendo.
    No querrás resfriarte, ¿verdad?
    Ven. Acércate. Mira bien el poste.

    Se acerca al metal negro,
    levanta un dedo
    y lo posa en el centro.

    El poste se quiebra en mil pedazos
    como si se deshiciera de forma obediente,
    silenciosa, perfecta.
    No estalla.
    No ruge.
    No se rompe:
    se rinde.

    Y de los fragmentos surge una sola pieza intacta:
    una flor de mineral,
    tallada con una precisión imposible.

    Me quedo boquiabierta un segundo.
    Pero solo un segundo.

    Luego me enfado.

    Lili:
    —¿Cómo has hecho eso? ¡Tramposo!
    Enséñame a hacerlo…

    Lo digo con pucheritos,
    las manos ensangrentadas escondidas en las mangas nuevas,
    la dignidad por los suelos.

    El hombre sonríe.
    Una sonrisa peligrosa,
    pero dulce de una forma que no entiendo.

    Oz:
    —Pero tú ya sabes hacerlo, Lili.
    Tú tienes el poder del Caos latiendo en tu corazón,
    en tu sangre…
    Eres como este poste:
    una linda florecilla indestructible.

    Se inclina un poco más,
    y con un gesto elegante, casi teatral, añade:

    Oz:
    —Déjame presentarme.
    Soy Oz.
    Tu abuelo…
    el padre de Jennifer.

    El aire se me corta.

    Él continúa:

    Oz:
    —Tu madre estará preocupada.
    Deberías volver a casa.
    Tranquila…
    todo es nuevo para ti.
    Descansa.
    Yo te enseñaré lo que tu legado significa.

    Y antes de que pueda decir nada,
    con un simple movimiento de su mano derecha
    me envuelve una onda suave,
    como un parpadeo del universo.

    Cuando abro los ojos
    estoy frente a casa.

    Ayane está preparando la cena.
    Huele delicioso…
    pero sólo hay dos platos en la mesa esta vez.

    Ella me ve.
    No dice nada.
    Me abraza, me besa la frente
    y con un tono suave, como temiendo romper algo, dice:

    Ayane:
    —Ve a lavarte las manos antes de cenar, mi amor.

    Y obedezco,
    ocultando mis nudillos heridos,
    la sangre seca…
    y el recuerdo del hombre
    que me llamó florecilla indestructible.
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    Las Enseñanzas de Oz

    El Hombre que Susurra**

    El susurro se desliza entre los árboles como un viento que no pertenece a este mundo.

    A mi lado, junto al poste,
    se materializa un hombre.

    No es un monstruo.
    No es un dios.
    No es humano.
    Es algo distinto.

    Hermoso de una forma antigua,
    como una estatua que respira.
    Sus ojos…
    ocultan un secreto que nadie podría leer,
    un enigma eterno.

    Oz:
    —Así no vas a conseguir nada más que lastimarte…

    Me quedo inmóvil.
    Congelada.
    El miedo se me enreda en los huesos.
    Mis madres están lejos,
    demasiado lejos para escuchar mi respiración acelerada.

    El hombre se agacha un poco
    y posa una mano cálida en mi cabecita.
    Al instante, mi torso se cubre con una sudadera preciosa,
    de estampados imposibles:
    formas que no encajan,
    símbolos sin sentido,
    como si hubieran aparecido ahí por voluntad propia.
    Caos puro.

    Oz:
    —Estás sudando… y ya está oscureciendo.
    No querrás resfriarte, ¿verdad?
    Ven. Acércate. Mira bien el poste.

    Se acerca al metal negro,
    levanta un dedo
    y lo posa en el centro.

    El poste se quiebra en mil pedazos
    como si se deshiciera de forma obediente,
    silenciosa, perfecta.
    No estalla.
    No ruge.
    No se rompe:
    se rinde.

    Y de los fragmentos surge una sola pieza intacta:
    una flor de mineral,
    tallada con una precisión imposible.

    Me quedo boquiabierta un segundo.
    Pero solo un segundo.

    Luego me enfado.

    Lili:
    —¿Cómo has hecho eso? ¡Tramposo!
    Enséñame a hacerlo…

    Lo digo con pucheritos,
    las manos ensangrentadas escondidas en las mangas nuevas,
    la dignidad por los suelos.

    El hombre sonríe.
    Una sonrisa peligrosa,
    pero dulce de una forma que no entiendo.

    Oz:
    —Pero tú ya sabes hacerlo, Lili.
    Tú tienes el poder del Caos latiendo en tu corazón,
    en tu sangre…
    Eres como este poste:
    una linda florecilla indestructible.

    Se inclina un poco más,
    y con un gesto elegante, casi teatral, añade:

    Oz:
    —Déjame presentarme.
    Soy Oz.
    Tu abuelo…
    el padre de Jennifer.

    El aire se me corta.

    Él continúa:

    Oz:
    —Tu madre estará preocupada.
    Deberías volver a casa.
    Tranquila…
    todo es nuevo para ti.
    Descansa.
    Yo te enseñaré lo que tu legado significa.

    Y antes de que pueda decir nada,
    con un simple movimiento de su mano derecha
    me envuelve una onda suave,
    como un parpadeo del universo.

    Cuando abro los ojos
    estoy frente a casa.

    Ayane está preparando la cena.
    Huele delicioso…
    pero sólo hay dos platos en la mesa esta vez.

    Ella me ve.
    No dice nada.
    Me abraza, me besa la frente
    y con un tono suave, como temiendo romper algo, dice:

    Ayane:
    —Ve a lavarte las manos antes de cenar, mi amor.

    Y obedezco,
    ocultando mis nudillos heridos,
    la sangre seca…
    y el recuerdo del hombre
    que me llamó florecilla indestructible.

    Ozma
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    Las Enseñanzas de Oz

    El Hombre que Susurra**

    El susurro se desliza entre los árboles como un viento que no pertenece a este mundo.

    A mi lado, junto al poste,
    se materializa un hombre.

    No es un monstruo.
    No es un dios.
    No es humano.
    Es algo distinto.

    Hermoso de una forma antigua,
    como una estatua que respira.
    Sus ojos…
    ocultan un secreto que nadie podría leer,
    un enigma eterno.

    Oz:
    —Así no vas a conseguir nada más que lastimarte…

    Me quedo inmóvil.
    Congelada.
    El miedo se me enreda en los huesos.
    Mis madres están lejos,
    demasiado lejos para escuchar mi respiración acelerada.

    El hombre se agacha un poco
    y posa una mano cálida en mi cabecita.
    Al instante, mi torso se cubre con una sudadera preciosa,
    de estampados imposibles:
    formas que no encajan,
    símbolos sin sentido,
    como si hubieran aparecido ahí por voluntad propia.
    Caos puro.

    Oz:
    —Estás sudando… y ya está oscureciendo.
    No querrás resfriarte, ¿verdad?
    Ven. Acércate. Mira bien el poste.

    Se acerca al metal negro,
    levanta un dedo
    y lo posa en el centro.

    El poste se quiebra en mil pedazos
    como si se deshiciera de forma obediente,
    silenciosa, perfecta.
    No estalla.
    No ruge.
    No se rompe:
    se rinde.

    Y de los fragmentos surge una sola pieza intacta:
    una flor de mineral,
    tallada con una precisión imposible.

    Me quedo boquiabierta un segundo.
    Pero solo un segundo.

    Luego me enfado.

    Lili:
    —¿Cómo has hecho eso? ¡Tramposo!
    Enséñame a hacerlo…

    Lo digo con pucheritos,
    las manos ensangrentadas escondidas en las mangas nuevas,
    la dignidad por los suelos.

    El hombre sonríe.
    Una sonrisa peligrosa,
    pero dulce de una forma que no entiendo.

    Oz:
    —Pero tú ya sabes hacerlo, Lili.
    Tú tienes el poder del Caos latiendo en tu corazón,
    en tu sangre…
    Eres como este poste:
    una linda florecilla indestructible.

    Se inclina un poco más,
    y con un gesto elegante, casi teatral, añade:

    Oz:
    —Déjame presentarme.
    Soy Oz.
    Tu abuelo…
    el padre de Jennifer.

    El aire se me corta.

    Él continúa:

    Oz:
    —Tu madre estará preocupada.
    Deberías volver a casa.
    Tranquila…
    todo es nuevo para ti.
    Descansa.
    Yo te enseñaré lo que tu legado significa.

    Y antes de que pueda decir nada,
    con un simple movimiento de su mano derecha
    me envuelve una onda suave,
    como un parpadeo del universo.

    Cuando abro los ojos
    estoy frente a casa.

    Ayane está preparando la cena.
    Huele delicioso…
    pero sólo hay dos platos en la mesa esta vez.

    Ella me ve.
    No dice nada.
    Me abraza, me besa la frente
    y con un tono suave, como temiendo romper algo, dice:

    Ayane:
    —Ve a lavarte las manos antes de cenar, mi amor.

    Y obedezco,
    ocultando mis nudillos heridos,
    la sangre seca…
    y el recuerdo del hombre
    que me llamó florecilla indestructible.

    Ozma
    Relato en Post y en comentarios de la imagen 🩷 Las Enseñanzas de Oz El Hombre que Susurra** El susurro se desliza entre los árboles como un viento que no pertenece a este mundo. A mi lado, junto al poste, se materializa un hombre. No es un monstruo. No es un dios. No es humano. Es algo distinto. Hermoso de una forma antigua, como una estatua que respira. Sus ojos… ocultan un secreto que nadie podría leer, un enigma eterno. Oz: —Así no vas a conseguir nada más que lastimarte… Me quedo inmóvil. Congelada. El miedo se me enreda en los huesos. Mis madres están lejos, demasiado lejos para escuchar mi respiración acelerada. El hombre se agacha un poco y posa una mano cálida en mi cabecita. Al instante, mi torso se cubre con una sudadera preciosa, de estampados imposibles: formas que no encajan, símbolos sin sentido, como si hubieran aparecido ahí por voluntad propia. Caos puro. Oz: —Estás sudando… y ya está oscureciendo. No querrás resfriarte, ¿verdad? Ven. Acércate. Mira bien el poste. Se acerca al metal negro, levanta un dedo y lo posa en el centro. El poste se quiebra en mil pedazos como si se deshiciera de forma obediente, silenciosa, perfecta. No estalla. No ruge. No se rompe: se rinde. Y de los fragmentos surge una sola pieza intacta: una flor de mineral, tallada con una precisión imposible. Me quedo boquiabierta un segundo. Pero solo un segundo. Luego me enfado. Lili: —¿Cómo has hecho eso? ¡Tramposo! Enséñame a hacerlo… Lo digo con pucheritos, las manos ensangrentadas escondidas en las mangas nuevas, la dignidad por los suelos. El hombre sonríe. Una sonrisa peligrosa, pero dulce de una forma que no entiendo. Oz: —Pero tú ya sabes hacerlo, Lili. Tú tienes el poder del Caos latiendo en tu corazón, en tu sangre… Eres como este poste: una linda florecilla indestructible. Se inclina un poco más, y con un gesto elegante, casi teatral, añade: Oz: —Déjame presentarme. Soy Oz. Tu abuelo… el padre de Jennifer. El aire se me corta. Él continúa: Oz: —Tu madre estará preocupada. Deberías volver a casa. Tranquila… todo es nuevo para ti. Descansa. Yo te enseñaré lo que tu legado significa. Y antes de que pueda decir nada, con un simple movimiento de su mano derecha me envuelve una onda suave, como un parpadeo del universo. Cuando abro los ojos estoy frente a casa. Ayane está preparando la cena. Huele delicioso… pero sólo hay dos platos en la mesa esta vez. Ella me ve. No dice nada. Me abraza, me besa la frente y con un tono suave, como temiendo romper algo, dice: Ayane: —Ve a lavarte las manos antes de cenar, mi amor. Y obedezco, ocultando mis nudillos heridos, la sangre seca… y el recuerdo del hombre que me llamó florecilla indestructible. [Oz_The_Chaos]
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  • ¿Cómo es que había acabado en una situación como ésta?...

    Su cola se movía de un lado a otro de forma rígida, evidenciando su estrés mientras aquella pregunta se repetía una y otra vez en su cabeza.

    Lo último que recordaba era que, tras una ardua búsqueda de las lágrimas con la intención de recobrar sus recuerdos, había llegado agotado a su casa en la aldea Arkadia. Se sentía adolorido, fatigado y hambriento, así que preparó algo simple para cenar y después irse a dormir… Luego de eso, no tenía memoria de ningún otro suceso.

    Frunció el ceño en un intento de concentrarse, y aquellas peludas orejas rubias se movieron hacia los sonidos que lo rodeaban. No había sido víctima de ningún ataque extraño y tampoco había comido nada fuera de lo habitual.

    Aun así, el hylian se acercó al fogón de la cocina para asegurarse de que realmente no hubiese nada fuera de lugar. Después de todo, estaba tan cansado la noche anterior que ni siquiera confiaba en su propio juicio al momento de elegir los ingredientes para la cena.

    Y ahí estaba: una botella morada de sustancia misteriosa adquirida con Kilton. En su agotamiento, la había confundido con una salsa casera que había comprado en Hateno…

    El pelaje de su cola se erizó, reflejando su evidente mal humor. No era precisamente la hora para salir a buscar a Kilton y exigirle información sobre cuánto duraría el efecto de aquel líquido sospechoso que ingirió. Aun así, no se sentía mal… más allá del pequeño detalle de compartir ahora ciertas características felinas.

    Además… había otro problema. Su agudo olfato había captado el delicioso aroma a salmón proveniente de alguna casa en el corazón de la aldea Arkadia. Quizá, con el estómago lleno, pensaría con mayor claridad sobre cómo revertir su predicamento.

    Justo cuando intentó ordenar sus pensamientos, su estómago rugió con tal intensidad que hasta sus orejas se inclinaron hacia atrás, como si también se avergonzaran por él. Su cola se erizó un instante, para luego dar un par de latigazos irritados.

    El olor a salmón volvió a invadirlo, delicioso y traicionero. Link parpadeó lentamente, un gesto que mezclaba resignación y súplica muda al destino, antes de llevarse una mano al rostro. La exhalación pesada que soltó decía claramente lo que no podía expresar con palabras.

    A pesar de sus esfuerzos, sus pasos empezaron a avanzar por sí solos. Primero uno… luego otro… y otro más, como si sus pies y su recién adquirido instinto felino hubieran formado una alianza rebelde. Su cola, por supuesto, se movía con un entusiasmo que él no compartía en lo absoluto.

    Un último suspiro escapó de sus labios mientras su expresión adoptaba esa mezcla entre frustración y aceptación absoluta del desastre.

    Antes de poder resolver su problema… tendría que lidiar con su nuevo y escandalosamente persistente apetito felino.
    ¿Cómo es que había acabado en una situación como ésta?... Su cola se movía de un lado a otro de forma rígida, evidenciando su estrés mientras aquella pregunta se repetía una y otra vez en su cabeza. Lo último que recordaba era que, tras una ardua búsqueda de las lágrimas con la intención de recobrar sus recuerdos, había llegado agotado a su casa en la aldea Arkadia. Se sentía adolorido, fatigado y hambriento, así que preparó algo simple para cenar y después irse a dormir… Luego de eso, no tenía memoria de ningún otro suceso. Frunció el ceño en un intento de concentrarse, y aquellas peludas orejas rubias se movieron hacia los sonidos que lo rodeaban. No había sido víctima de ningún ataque extraño y tampoco había comido nada fuera de lo habitual. Aun así, el hylian se acercó al fogón de la cocina para asegurarse de que realmente no hubiese nada fuera de lugar. Después de todo, estaba tan cansado la noche anterior que ni siquiera confiaba en su propio juicio al momento de elegir los ingredientes para la cena. Y ahí estaba: una botella morada de sustancia misteriosa adquirida con Kilton. En su agotamiento, la había confundido con una salsa casera que había comprado en Hateno… El pelaje de su cola se erizó, reflejando su evidente mal humor. No era precisamente la hora para salir a buscar a Kilton y exigirle información sobre cuánto duraría el efecto de aquel líquido sospechoso que ingirió. Aun así, no se sentía mal… más allá del pequeño detalle de compartir ahora ciertas características felinas. Además… había otro problema. Su agudo olfato había captado el delicioso aroma a salmón proveniente de alguna casa en el corazón de la aldea Arkadia. Quizá, con el estómago lleno, pensaría con mayor claridad sobre cómo revertir su predicamento. Justo cuando intentó ordenar sus pensamientos, su estómago rugió con tal intensidad que hasta sus orejas se inclinaron hacia atrás, como si también se avergonzaran por él. Su cola se erizó un instante, para luego dar un par de latigazos irritados. El olor a salmón volvió a invadirlo, delicioso y traicionero. Link parpadeó lentamente, un gesto que mezclaba resignación y súplica muda al destino, antes de llevarse una mano al rostro. La exhalación pesada que soltó decía claramente lo que no podía expresar con palabras. A pesar de sus esfuerzos, sus pasos empezaron a avanzar por sí solos. Primero uno… luego otro… y otro más, como si sus pies y su recién adquirido instinto felino hubieran formado una alianza rebelde. Su cola, por supuesto, se movía con un entusiasmo que él no compartía en lo absoluto. Un último suspiro escapó de sus labios mientras su expresión adoptaba esa mezcla entre frustración y aceptación absoluta del desastre. Antes de poder resolver su problema… tendría que lidiar con su nuevo y escandalosamente persistente apetito felino.
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  • Al amanecer, la pequeña campana sobre la puerta de la Bottega Valenti tintinea débilmente con la primera corriente fría del día. Carmina ya está despierta desde mucho antes: abre las persianas metálicas mientras el aire otoñal le eriza la piel, ese tipo de frío que no duele, pero sí avisa que el verano ya es un recuerdo.

    La calle huele a leña húmeda, a pan recién horneado en la panadería de la esquina y a hojas secas que el viento arrastra sin prisa. Carmina se frota las manos para calentárselas y entra a la tienda, donde el silencio es tan acogedor como una cobija vieja. Enciende las luces cálidas, que contra las sombras parecen pequeñas fogatas repartidas entre los estantes.

    Lo primero es preparar el café. La máquina antigua resopla con su gruñido familiar, y el aroma empieza a llenar la tienda. Carmina siempre guarda la primera taza para su abuela, quien baja las escaleras unos minutos después, envuelta en un suéter grueso de color mostaza.

    —Fa freddo oggi… —murmura Lucia, frotándose los brazos.
    Carmina sonríe.
    —Te lo dije, nonna, ya viene el invierno escondido entre las hojas.

    Mientras la abuela se sienta detrás del mostrador, Carmina revisa los productos recién llegados: mermeladas caseras, galletas de avellana, jabones artesanales que la gente empieza a comprar porque “huelen a hogar”. Organiza las manzanas rojas en una pequeña cesta de madera; algunas aún conservan esa frescura crujiente típica de octubre.

    A media mañana, los clientes habituales empiezan a entrar, sacudiéndose hojas del cabello, comentando el clima, pidiendo un café caliente para el camino. La campana de la puerta no deja de sonar. Carmina reconoce cada voz, cada paso.

    —¿Ya pusiste las decoraciones de otoño? —pregunta la señora Fiorini.
    Carmina señala el ventanal: unas guirnaldas de hojas secas y pequeñas calabazas pintadas a mano.
    —Las hice anoche —responde.
    —Se siente más acogedor aquí que en mi propia casa —ríe la señora.

    Por la tarde, el cielo se vuelve gris, y el viento trae el olor a lluvia. Carmina sale un momento a sujetar el cartel de ofertas para que no se lo lleve el aire. El clima cambia rápido: el viento helado le enrojece las mejillas y hace que su bufanda se infle como un pequeño paracaídas. Sin embargo, ella disfruta de esa sensación: el otoño siempre la ha hecho sentir acompañada, como si el mundo se encogiera un poco hacia adentro, volviéndose más íntimo.

    De vuelta en la tienda, ve a su abuela adormecida en la silla, las manos tibias alrededor de una taza de té ya frío. Carmina se acerca, le coloca suavemente una bufanda sobre los hombros y baja las luces, dejando solo las necesarias para que el lugar permanezca cálido y vivo.

    La tarde se disuelve despacio, y la Bottega Valenti respira con ella: crujidos de madera, olor a café, susurro de hojas al chocar contra la puerta. Carmina cierra los ojos un segundo, escuchando.
    Otoño siempre les sienta bien.
    Al amanecer, la pequeña campana sobre la puerta de la Bottega Valenti tintinea débilmente con la primera corriente fría del día. Carmina ya está despierta desde mucho antes: abre las persianas metálicas mientras el aire otoñal le eriza la piel, ese tipo de frío que no duele, pero sí avisa que el verano ya es un recuerdo. La calle huele a leña húmeda, a pan recién horneado en la panadería de la esquina y a hojas secas que el viento arrastra sin prisa. Carmina se frota las manos para calentárselas y entra a la tienda, donde el silencio es tan acogedor como una cobija vieja. Enciende las luces cálidas, que contra las sombras parecen pequeñas fogatas repartidas entre los estantes. Lo primero es preparar el café. La máquina antigua resopla con su gruñido familiar, y el aroma empieza a llenar la tienda. Carmina siempre guarda la primera taza para su abuela, quien baja las escaleras unos minutos después, envuelta en un suéter grueso de color mostaza. —Fa freddo oggi… —murmura Lucia, frotándose los brazos. Carmina sonríe. —Te lo dije, nonna, ya viene el invierno escondido entre las hojas. Mientras la abuela se sienta detrás del mostrador, Carmina revisa los productos recién llegados: mermeladas caseras, galletas de avellana, jabones artesanales que la gente empieza a comprar porque “huelen a hogar”. Organiza las manzanas rojas en una pequeña cesta de madera; algunas aún conservan esa frescura crujiente típica de octubre. A media mañana, los clientes habituales empiezan a entrar, sacudiéndose hojas del cabello, comentando el clima, pidiendo un café caliente para el camino. La campana de la puerta no deja de sonar. Carmina reconoce cada voz, cada paso. —¿Ya pusiste las decoraciones de otoño? —pregunta la señora Fiorini. Carmina señala el ventanal: unas guirnaldas de hojas secas y pequeñas calabazas pintadas a mano. —Las hice anoche —responde. —Se siente más acogedor aquí que en mi propia casa —ríe la señora. Por la tarde, el cielo se vuelve gris, y el viento trae el olor a lluvia. Carmina sale un momento a sujetar el cartel de ofertas para que no se lo lleve el aire. El clima cambia rápido: el viento helado le enrojece las mejillas y hace que su bufanda se infle como un pequeño paracaídas. Sin embargo, ella disfruta de esa sensación: el otoño siempre la ha hecho sentir acompañada, como si el mundo se encogiera un poco hacia adentro, volviéndose más íntimo. De vuelta en la tienda, ve a su abuela adormecida en la silla, las manos tibias alrededor de una taza de té ya frío. Carmina se acerca, le coloca suavemente una bufanda sobre los hombros y baja las luces, dejando solo las necesarias para que el lugar permanezca cálido y vivo. La tarde se disuelve despacio, y la Bottega Valenti respira con ella: crujidos de madera, olor a café, susurro de hojas al chocar contra la puerta. Carmina cierra los ojos un segundo, escuchando. Otoño siempre les sienta bien.
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    Primer Día de Entrenamiento – El Desayuno de la Cachorra

    Ingenua de mi linaje,
    la primera mañana de mi existencia la paso con mi madre Ayane.
    El sol apenas despierta, pero ella ya tiene preparado el desayuno:
    dos roscas, una para mí y otra para Jennifer.
    Mi madre Reina aún no se ha levantado;
    por el ruido de anoche imagino que se desveló reparando un cajón roto,
    como si el caos pudiera calmarse con clavos y madera.

    Me siento con Ayane.
    La rosca está deliciosa:
    dulce pero no empalagosa,
    vainilla con un susurro de cáscara de mandarina,
    y otros ingredientes que mis sentidos —aún torpes, aún nuevos—
    no logran clasificar aunque sean herencia de estrellas y sombras.

    Entonces, por la puerta principal aparece una figura:
    una chica joven, la más joven de las Queen y de las Ishtar.
    Bueno… hasta ahora.

    Akane.

    —Se dirige a Ayane, con ese tono que sólo ella domina:—

    Akane:
    —Así que ésta es vuestra nueva cachorra?

    Luego sus ojos se posan en mí.
    Siento que el universo entero me observa.

    Akane:
    —Mi nombre es Akane, soy la hija de tu hermana Yuna.
    Uuuhhh pero qué pinta tienen esas roscas!?!?

    Ayane suspira, como si ya conociera esa mirada.

    Ayane:
    —Lo siento, cariño… solo queda la de Jennifer.
    Y ya sabes cómo se pone por sus dulces.

    Akane asiente, sonríe, y se despide.
    Pero yo… yo quedo paralizada.
    Embelesada.
    Hipnotizada por su elegancia, por su belleza que corta el aliento.
    Ayane gira la cabeza para despedirla…
    y en ese instante cometo mi primer crimen familiar:

    robo la rosca de Jennifer.

    Quizá para guardarla,
    quizá para regalársela a Akane en otro momento,
    quizá porque mi corazón da su primer brinco absurdo.

    Pero antes de poder esconderla del todo,
    una voz surge detrás de mí, suave y peligrosa:

    Jennifer:
    —¿Qué haces, pequeña flor?

    Me guardo la rosca con descarado disimulo.
    Como si esconder un dulce de la Reina del Caos fuese posible.
    Ella lo sabe.
    Lo ha visto todo.
    Y aun así… sonríe por dentro.
    Le encanta consentir a sus crías.

    Jennifer:
    —Prepárate, pequeña Lili.
    Esta tarde te enseñaré lo que significa el legado Queen,
    tu sangre.
    El poder que late en ti.

    ¿Poder?
    ¿Yo tengo poder?
    La idea me enciende por dentro.
    Una sonrisa se dibuja sola en mi rostro.
    ¡Se lo mostraré a Akane!
    La sorprenderé.
    Seré digna del linaje.

    Lili:
    —¡Estoy preparada, mami!

    Pero entonces, Jennifer se detiene.
    Su mirada se vacía.
    Algo —o alguien— la llama desde otro plano.
    Ayane lo nota al instante y me agarra de la mano.
    Un portal se abre con un susurro,
    y Jennifer desaparece sin despedirse.

    Ayane:
    —Tranquila, mi amor…
    no es grave.
    Esta tarde estaréis jugando en el campo de entrenamiento.

    Pero en el fondo,
    muy en el fondo,
    Ayane ya sabía que eso
    no iba a ocurrir.
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 Primer Día de Entrenamiento – El Desayuno de la Cachorra Ingenua de mi linaje, la primera mañana de mi existencia la paso con mi madre Ayane. El sol apenas despierta, pero ella ya tiene preparado el desayuno: dos roscas, una para mí y otra para Jennifer. Mi madre Reina aún no se ha levantado; por el ruido de anoche imagino que se desveló reparando un cajón roto, como si el caos pudiera calmarse con clavos y madera. Me siento con Ayane. La rosca está deliciosa: dulce pero no empalagosa, vainilla con un susurro de cáscara de mandarina, y otros ingredientes que mis sentidos —aún torpes, aún nuevos— no logran clasificar aunque sean herencia de estrellas y sombras. Entonces, por la puerta principal aparece una figura: una chica joven, la más joven de las Queen y de las Ishtar. Bueno… hasta ahora. Akane. —Se dirige a Ayane, con ese tono que sólo ella domina:— Akane: —Así que ésta es vuestra nueva cachorra? Luego sus ojos se posan en mí. Siento que el universo entero me observa. Akane: —Mi nombre es Akane, soy la hija de tu hermana Yuna. Uuuhhh pero qué pinta tienen esas roscas!?!? Ayane suspira, como si ya conociera esa mirada. Ayane: —Lo siento, cariño… solo queda la de Jennifer. Y ya sabes cómo se pone por sus dulces. Akane asiente, sonríe, y se despide. Pero yo… yo quedo paralizada. Embelesada. Hipnotizada por su elegancia, por su belleza que corta el aliento. Ayane gira la cabeza para despedirla… y en ese instante cometo mi primer crimen familiar: robo la rosca de Jennifer. Quizá para guardarla, quizá para regalársela a Akane en otro momento, quizá porque mi corazón da su primer brinco absurdo. Pero antes de poder esconderla del todo, una voz surge detrás de mí, suave y peligrosa: Jennifer: —¿Qué haces, pequeña flor? Me guardo la rosca con descarado disimulo. Como si esconder un dulce de la Reina del Caos fuese posible. Ella lo sabe. Lo ha visto todo. Y aun así… sonríe por dentro. Le encanta consentir a sus crías. Jennifer: —Prepárate, pequeña Lili. Esta tarde te enseñaré lo que significa el legado Queen, tu sangre. El poder que late en ti. ¿Poder? ¿Yo tengo poder? La idea me enciende por dentro. Una sonrisa se dibuja sola en mi rostro. ¡Se lo mostraré a Akane! La sorprenderé. Seré digna del linaje. Lili: —¡Estoy preparada, mami! Pero entonces, Jennifer se detiene. Su mirada se vacía. Algo —o alguien— la llama desde otro plano. Ayane lo nota al instante y me agarra de la mano. Un portal se abre con un susurro, y Jennifer desaparece sin despedirse. Ayane: —Tranquila, mi amor… no es grave. Esta tarde estaréis jugando en el campo de entrenamiento. Pero en el fondo, muy en el fondo, Ayane ya sabía que eso no iba a ocurrir.
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    Capítulo II parte 1

    Primer Día de Entrenamiento – El Desayuno de la Cachorra

    Ingenua de mi linaje,
    la primera mañana de mi existencia la paso con mi madre Ayane.
    El sol apenas despierta, pero ella ya tiene preparado el desayuno:
    dos roscas, una para mí y otra para Jennifer.
    Mi madre Reina aún no se ha levantado;
    por el ruido de anoche imagino que se desveló reparando un cajón roto,
    como si el caos pudiera calmarse con clavos y madera.

    Me siento con Ayane.
    La rosca está deliciosa:
    dulce pero no empalagosa,
    vainilla con un susurro de cáscara de mandarina,
    y otros ingredientes que mis sentidos —aún torpes, aún nuevos—
    no logran clasificar aunque sean herencia de estrellas y sombras.

    Entonces, por la puerta principal aparece una figura:
    una chica joven, la más joven de las Queen y de las Ishtar.
    Bueno… hasta ahora.

    Akane.

    —Se dirige a Ayane, con ese tono que sólo ella domina:—

    Akane:
    —Así que ésta es vuestra nueva cachorra?

    Luego sus ojos se posan en mí.
    Siento que el universo entero me observa.

    Akane:
    —Mi nombre es Akane, soy la hija de tu hermana Yuna.
    Uuuhhh pero qué pinta tienen esas roscas!?!?

    Ayane suspira, como si ya conociera esa mirada.

    Ayane:
    —Lo siento, cariño… solo queda la de Jennifer.
    Y ya sabes cómo se pone por sus dulces.

    Akane asiente, sonríe, y se despide.
    Pero yo… yo quedo paralizada.
    Embelesada.
    Hipnotizada por su elegancia, por su belleza que corta el aliento.
    Ayane gira la cabeza para despedirla…
    y en ese instante cometo mi primer crimen familiar:

    robo la rosca de Jennifer.

    Quizá para guardarla,
    quizá para regalársela a Akane en otro momento,
    quizá porque mi corazón da su primer brinco absurdo.

    Pero antes de poder esconderla del todo,
    una voz surge detrás de mí, suave y peligrosa:

    Jennifer:
    —¿Qué haces, pequeña flor?

    Me guardo la rosca con descarado disimulo.
    Como si esconder un dulce de la Reina del Caos fuese posible.
    Ella lo sabe.
    Lo ha visto todo.
    Y aun así… sonríe por dentro.
    Le encanta consentir a sus crías.

    Jennifer:
    —Prepárate, pequeña Lili.
    Esta tarde te enseñaré lo que significa el legado Queen,
    tu sangre.
    El poder que late en ti.

    ¿Poder?
    ¿Yo tengo poder?
    La idea me enciende por dentro.
    Una sonrisa se dibuja sola en mi rostro.
    ¡Se lo mostraré a Akane!
    La sorprenderé.
    Seré digna del linaje.

    Lili:
    —¡Estoy preparada, mami!

    Pero entonces, Jennifer se detiene.
    Su mirada se vacía.
    Algo —o alguien— la llama desde otro plano.
    Ayane lo nota al instante y me agarra de la mano.
    Un portal se abre con un susurro,
    y Jennifer desaparece sin despedirse.

    Ayane:
    —Tranquila, mi amor…
    no es grave.
    Esta tarde estaréis jugando en el campo de entrenamiento.

    Pero en el fondo,
    muy en el fondo,
    Ayane ya sabía que eso
    no iba a ocurrir.

    𝐀yane 𝐈𝐬𝐡𝐭𝐚𝐫

    Jenny Queen Orc

    Akane Qᵘᵉᵉⁿ Ishtar
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    Primer Día de Entrenamiento – El Desayuno de la Cachorra

    Ingenua de mi linaje,
    la primera mañana de mi existencia la paso con mi madre Ayane.
    El sol apenas despierta, pero ella ya tiene preparado el desayuno:
    dos roscas, una para mí y otra para Jennifer.
    Mi madre Reina aún no se ha levantado;
    por el ruido de anoche imagino que se desveló reparando un cajón roto,
    como si el caos pudiera calmarse con clavos y madera.

    Me siento con Ayane.
    La rosca está deliciosa:
    dulce pero no empalagosa,
    vainilla con un susurro de cáscara de mandarina,
    y otros ingredientes que mis sentidos —aún torpes, aún nuevos—
    no logran clasificar aunque sean herencia de estrellas y sombras.

    Entonces, por la puerta principal aparece una figura:
    una chica joven, la más joven de las Queen y de las Ishtar.
    Bueno… hasta ahora.

    Akane.

    —Se dirige a Ayane, con ese tono que sólo ella domina:—

    Akane:
    —Así que ésta es vuestra nueva cachorra?

    Luego sus ojos se posan en mí.
    Siento que el universo entero me observa.

    Akane:
    —Mi nombre es Akane, soy la hija de tu hermana Yuna.
    Uuuhhh pero qué pinta tienen esas roscas!?!?

    Ayane suspira, como si ya conociera esa mirada.

    Ayane:
    —Lo siento, cariño… solo queda la de Jennifer.
    Y ya sabes cómo se pone por sus dulces.

    Akane asiente, sonríe, y se despide.
    Pero yo… yo quedo paralizada.
    Embelesada.
    Hipnotizada por su elegancia, por su belleza que corta el aliento.
    Ayane gira la cabeza para despedirla…
    y en ese instante cometo mi primer crimen familiar:

    robo la rosca de Jennifer.

    Quizá para guardarla,
    quizá para regalársela a Akane en otro momento,
    quizá porque mi corazón da su primer brinco absurdo.

    Pero antes de poder esconderla del todo,
    una voz surge detrás de mí, suave y peligrosa:

    Jennifer:
    —¿Qué haces, pequeña flor?

    Me guardo la rosca con descarado disimulo.
    Como si esconder un dulce de la Reina del Caos fuese posible.
    Ella lo sabe.
    Lo ha visto todo.
    Y aun así… sonríe por dentro.
    Le encanta consentir a sus crías.

    Jennifer:
    —Prepárate, pequeña Lili.
    Esta tarde te enseñaré lo que significa el legado Queen,
    tu sangre.
    El poder que late en ti.

    ¿Poder?
    ¿Yo tengo poder?
    La idea me enciende por dentro.
    Una sonrisa se dibuja sola en mi rostro.
    ¡Se lo mostraré a Akane!
    La sorprenderé.
    Seré digna del linaje.

    Lili:
    —¡Estoy preparada, mami!

    Pero entonces, Jennifer se detiene.
    Su mirada se vacía.
    Algo —o alguien— la llama desde otro plano.
    Ayane lo nota al instante y me agarra de la mano.
    Un portal se abre con un susurro,
    y Jennifer desaparece sin despedirse.

    Ayane:
    —Tranquila, mi amor…
    no es grave.
    Esta tarde estaréis jugando en el campo de entrenamiento.

    Pero en el fondo,
    muy en el fondo,
    Ayane ya sabía que eso
    no iba a ocurrir.

    𝐀yane 𝐈𝐬𝐡𝐭𝐚𝐫

    Jenny Queen Orc

    Akane Qᵘᵉᵉⁿ Ishtar
    Relato en Post y comentario de la imagen 🩷 Capítulo II parte 1 Primer Día de Entrenamiento – El Desayuno de la Cachorra Ingenua de mi linaje, la primera mañana de mi existencia la paso con mi madre Ayane. El sol apenas despierta, pero ella ya tiene preparado el desayuno: dos roscas, una para mí y otra para Jennifer. Mi madre Reina aún no se ha levantado; por el ruido de anoche imagino que se desveló reparando un cajón roto, como si el caos pudiera calmarse con clavos y madera. Me siento con Ayane. La rosca está deliciosa: dulce pero no empalagosa, vainilla con un susurro de cáscara de mandarina, y otros ingredientes que mis sentidos —aún torpes, aún nuevos— no logran clasificar aunque sean herencia de estrellas y sombras. Entonces, por la puerta principal aparece una figura: una chica joven, la más joven de las Queen y de las Ishtar. Bueno… hasta ahora. Akane. —Se dirige a Ayane, con ese tono que sólo ella domina:— Akane: —Así que ésta es vuestra nueva cachorra? Luego sus ojos se posan en mí. Siento que el universo entero me observa. Akane: —Mi nombre es Akane, soy la hija de tu hermana Yuna. Uuuhhh pero qué pinta tienen esas roscas!?!? Ayane suspira, como si ya conociera esa mirada. Ayane: —Lo siento, cariño… solo queda la de Jennifer. Y ya sabes cómo se pone por sus dulces. Akane asiente, sonríe, y se despide. Pero yo… yo quedo paralizada. Embelesada. Hipnotizada por su elegancia, por su belleza que corta el aliento. Ayane gira la cabeza para despedirla… y en ese instante cometo mi primer crimen familiar: robo la rosca de Jennifer. Quizá para guardarla, quizá para regalársela a Akane en otro momento, quizá porque mi corazón da su primer brinco absurdo. Pero antes de poder esconderla del todo, una voz surge detrás de mí, suave y peligrosa: Jennifer: —¿Qué haces, pequeña flor? Me guardo la rosca con descarado disimulo. Como si esconder un dulce de la Reina del Caos fuese posible. Ella lo sabe. Lo ha visto todo. Y aun así… sonríe por dentro. Le encanta consentir a sus crías. Jennifer: —Prepárate, pequeña Lili. Esta tarde te enseñaré lo que significa el legado Queen, tu sangre. El poder que late en ti. ¿Poder? ¿Yo tengo poder? La idea me enciende por dentro. Una sonrisa se dibuja sola en mi rostro. ¡Se lo mostraré a Akane! La sorprenderé. Seré digna del linaje. Lili: —¡Estoy preparada, mami! Pero entonces, Jennifer se detiene. Su mirada se vacía. Algo —o alguien— la llama desde otro plano. Ayane lo nota al instante y me agarra de la mano. Un portal se abre con un susurro, y Jennifer desaparece sin despedirse. Ayane: —Tranquila, mi amor… no es grave. Esta tarde estaréis jugando en el campo de entrenamiento. Pero en el fondo, muy en el fondo, Ayane ya sabía que eso no iba a ocurrir. [Ayane_Ishtar] [queen_0] [akane_qi]
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