• — N-No... no puede ser... ella... está aquí. —

    Nicole ha sentido una energía sobrecargada de oscuridad, y además, un aura espiritual que ella conoce, el cual ha llegado a la tierra, se trata de su hermana Judith Thompson. La toma por sorpresa, esto la aterra, es uno de los tantos peligros que se aproximan en tiempos futuros, sin embargo, no se esperaba que sería tan pronto.
    — N-No... no puede ser... ella... está aquí. — Nicole ha sentido una energía sobrecargada de oscuridad, y además, un aura espiritual que ella conoce, el cual ha llegado a la tierra, se trata de su hermana Judith Thompson. La toma por sorpresa, esto la aterra, es uno de los tantos peligros que se aproximan en tiempos futuros, sin embargo, no se esperaba que sería tan pronto.
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  • El Planeta Tierra se carga de energía oscura, un portal hacia el lugar más frío, más temido por la humanidad y por los Dioses, se ha abierto, dando paso a la llegada de una entidad con sed de sangre, sed de venganza, hambre de almas, y el único sentimiento que tiene es la maldad pura.
    Judith Thompson, ha llegado a la Tierra.
    El Planeta Tierra se carga de energía oscura, un portal hacia el lugar más frío, más temido por la humanidad y por los Dioses, se ha abierto, dando paso a la llegada de una entidad con sed de sangre, sed de venganza, hambre de almas, y el único sentimiento que tiene es la maldad pura. Judith Thompson, ha llegado a la Tierra.
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    —El invierno ha llegado, trayendo consigo un manto de nieve y una excusa perfecta para un chocolate caliente. Abran paso con cuidado, mis queridos feligreses.
    🌸—El invierno ha llegado, trayendo consigo un manto de nieve y una excusa perfecta para un chocolate caliente. Abran paso con cuidado, mis queridos feligreses.
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  • ¡La amigable Spider-Gwen de tu vencidario a llegado! ♡
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  • Se sostuvo de la pared a tiempo para no caer.
    Sus orejas abajo y el color rojizo tiñendo desde su espalda hasta el suelo, dejando un rastro por donde iba pasando.

    Sus garras arañaron el tapiz de la pared, dejando sus marcas, cuando el dolor punzante lo atacó de nuevo. Incluso su cuerpo tembló de forma inevitable.
    Jadeaba, más no de verdadero cansancio.
    Su garganta dolía por haber gritado y el pelaje de su rostro se encontraba húmedo. Sucio. Tal vez había llorado.
    Aunque lento, había llegado hasta su lugar de trabajo, el bar. No deseaba ir a la habitación donde probablemente estuvieran los niños. No así. Por suerte demasiado estúpidos de lastimaban borrachos y él contaba siempre con vendas por si acaso. Y esta vez, eran para él.

    Se sostuvo de la barra antes de dejarse caer de rodillas. Su cuerpo aún tembloroso mientras extendía una de sus manos hasta poder agarrar un paño que humedeció con un poco de alcohol.
    Aparentando los labios, tal vez incluso mordiéndose el inferior, cerró los ojos con fuerza y, como pudo, llevó el paño hasta su espalda. Allí, donde alguna vez estuvieron sus alas.
    El ardor le llegó enseguida en cuanto el paño se apoyó en las heridas. Mordiendo su labio inferior hasta hacerlo sangrar, pero aún así no se detuvo.

    Intentó limpiar cuánto pudo de sus heridas y limpiar la sangre de su pelaje.
    Finalmente tomó las vendas y se las envolvió desde el torso hasta llegar a envolver su espalda, las tiras de vendaje cruzando sus hombros para mantenerlas en su lugar hasta que hizo un nudo que aseguraría no se saldrían.
    Suspiró y se pasó una mano por el rostro. Ni siquiera quería ver cómo se veía, probablemente desastroso.
    Tomó la botella más fuerte que había allí detrás de la barra y bebió un largo trago antes de exhalar con cansancio. Pensando sus opciones, rebuscó entre sus cosas allí dispersas y, para su fortuna, encontró una camisa, aunque algo sucia, que allí había dejado una vez. No dudó en ponérsela. Prefería no asustar a sus hijos al ver sus vendajes.

    Una vez cambiado, se levantó. Aún con dificultad. Sus piernas aún temblaban por el dolor pero se obligó a ser fuerte.
    Había desaparecido dos días, ni siquiera le había avisado a Angel de lo emocionado que había estado por la invitación de Maxi. Era mejor ir a verle antes de que siguiera preocupado.
    Con dolorosa calma caminó hasta su habitación compartida, abriendo la puerta y encontrándose, para variar, como recibimiento al pequeño cerdito huyendo de los niños que ahora se escondía detrás de él.

    — ¡Papá! — Habían exclamado los pequeños al verle pero sus sonrisas se borraron rápidamente, bajando sus orejas, al ver su rostro algo desaliñado y la evidente falta de sus alas.
    Él sabía que lo notarían enseguida, pero en su mente ya había armado la excusa perfecta.

    Se agachó, poniéndose de cuclillas para recibir a sus hijos y estos vinieron enseguida a abrazarlo. Debió contenerse para disimular el dolor que sintió por eso.

    — ¿Papá, estás bien? ¿Dónde están tus alas? ¿Estuviste llorando? — Por supuesto, la más sensible, Lottery. Podía ver en ambos jóvenes rostros la preocupación y el miedo. Pero él no iba a permitir que sus hijos pasaran por el dolor de saber la verdad.

    — No, no. Sólo estoy cansado, nada que dormir no solucione — Respondió primero, besando la cabeza de ambos infantes y luego señaló detrás de él. El lugar donde las alas ya no estaban — ¿Esto? Es un truco de magia. Las hice desaparecer. No se lo esperaban, ¿Verdad? — Justificó, pudiendo ver en sus ojos la ilusión de la magia. Aquella expresión de asombro por los mágicos trucos que él solía hacerles para entretenerlos.

    Solo entonces volvió la mirada a la habitación, frunciendo el ceño confundido. Angel no estaba allí, tan solo la niñera que Maximilian solía usar para cuidar a sus pequeños, y si aún estaba allí, significaba que su prometido jamás había vuelto.
    Se levantó del suelo extrañado, dirigiendo la atención de vuelta a sus hijos.
    — Rummy, Lottie... ¿Dónde está papi? — Les preguntó antes de volver a mirar por la habitación, efectivamente, no estaba.
    Los niños se encogieron de hombros, de vuelta la angustia en sus rostros. Fue entonces cuando comprendió que Angel no había vuelto del trabajo.

    Bajó las orejas con expresión preocupada y corrió a buscar en la pequeña mesa de luz su celular que poco usaba. Fue entonces cuando se encontró con el mensaje de Angel Dust. Chasqueando la lengua con enfado antes de oír a sus hijos preguntar preocupados si algo le había pasado a su papi.
    No era el lugar ni el momento de ser tan evidente, por lo que volvió a disimular. No era actor, pero le resultaba sorprendente incluso a él lo bueno que se había vuelto tan solo por sus hijos.

    — No, no. Es solo que a Papi se le juntó más trabajo del que esperaba.... Iré a buscarlo. Vengan conmigo, los cuidará alguien hasta que vuelva. — Les contestó, extendiendo sus manos que cada niño tomó, aunque demoraron un poco por insistir en llevar a Nuggets con ellos, sosteniendo los pequeños su correa.
    Antes de salir de la habitación, volteó dirigiéndose a la niñera. Maxi tenía una magia incomprensible, incluso para él, pero en ese momento era lo que necesitaba. — Dile que me espere en la torre del reloj, o me encuentre con Lucifer. Necesito su ayuda. —

    Sin más que agregar, salió de la habitación. Caminaron en silencio hasta salir del hotel y más allá también, solo hasta detenerse en la entrada de un gran hogar, allí donde Lucifer 𝕾𝖆𝖒𝖆𝖊𝖑 𝕸𝖔𝖗𝖓𝖎𝖓𝖌𝖘𝖙𝖆𝖗 vivía, los niños parecían confundidos pero él los calmó con suave voz.

    — No se preocupen. Él es su otro tío. Estarán bien —
    Se sostuvo de la pared a tiempo para no caer. Sus orejas abajo y el color rojizo tiñendo desde su espalda hasta el suelo, dejando un rastro por donde iba pasando. Sus garras arañaron el tapiz de la pared, dejando sus marcas, cuando el dolor punzante lo atacó de nuevo. Incluso su cuerpo tembló de forma inevitable. Jadeaba, más no de verdadero cansancio. Su garganta dolía por haber gritado y el pelaje de su rostro se encontraba húmedo. Sucio. Tal vez había llorado. Aunque lento, había llegado hasta su lugar de trabajo, el bar. No deseaba ir a la habitación donde probablemente estuvieran los niños. No así. Por suerte demasiado estúpidos de lastimaban borrachos y él contaba siempre con vendas por si acaso. Y esta vez, eran para él. Se sostuvo de la barra antes de dejarse caer de rodillas. Su cuerpo aún tembloroso mientras extendía una de sus manos hasta poder agarrar un paño que humedeció con un poco de alcohol. Aparentando los labios, tal vez incluso mordiéndose el inferior, cerró los ojos con fuerza y, como pudo, llevó el paño hasta su espalda. Allí, donde alguna vez estuvieron sus alas. El ardor le llegó enseguida en cuanto el paño se apoyó en las heridas. Mordiendo su labio inferior hasta hacerlo sangrar, pero aún así no se detuvo. Intentó limpiar cuánto pudo de sus heridas y limpiar la sangre de su pelaje. Finalmente tomó las vendas y se las envolvió desde el torso hasta llegar a envolver su espalda, las tiras de vendaje cruzando sus hombros para mantenerlas en su lugar hasta que hizo un nudo que aseguraría no se saldrían. Suspiró y se pasó una mano por el rostro. Ni siquiera quería ver cómo se veía, probablemente desastroso. Tomó la botella más fuerte que había allí detrás de la barra y bebió un largo trago antes de exhalar con cansancio. Pensando sus opciones, rebuscó entre sus cosas allí dispersas y, para su fortuna, encontró una camisa, aunque algo sucia, que allí había dejado una vez. No dudó en ponérsela. Prefería no asustar a sus hijos al ver sus vendajes. Una vez cambiado, se levantó. Aún con dificultad. Sus piernas aún temblaban por el dolor pero se obligó a ser fuerte. Había desaparecido dos días, ni siquiera le había avisado a Angel de lo emocionado que había estado por la invitación de Maxi. Era mejor ir a verle antes de que siguiera preocupado. Con dolorosa calma caminó hasta su habitación compartida, abriendo la puerta y encontrándose, para variar, como recibimiento al pequeño cerdito huyendo de los niños que ahora se escondía detrás de él. — ¡Papá! — Habían exclamado los pequeños al verle pero sus sonrisas se borraron rápidamente, bajando sus orejas, al ver su rostro algo desaliñado y la evidente falta de sus alas. Él sabía que lo notarían enseguida, pero en su mente ya había armado la excusa perfecta. Se agachó, poniéndose de cuclillas para recibir a sus hijos y estos vinieron enseguida a abrazarlo. Debió contenerse para disimular el dolor que sintió por eso. — ¿Papá, estás bien? ¿Dónde están tus alas? ¿Estuviste llorando? — Por supuesto, la más sensible, Lottery. Podía ver en ambos jóvenes rostros la preocupación y el miedo. Pero él no iba a permitir que sus hijos pasaran por el dolor de saber la verdad. — No, no. Sólo estoy cansado, nada que dormir no solucione — Respondió primero, besando la cabeza de ambos infantes y luego señaló detrás de él. El lugar donde las alas ya no estaban — ¿Esto? Es un truco de magia. Las hice desaparecer. No se lo esperaban, ¿Verdad? — Justificó, pudiendo ver en sus ojos la ilusión de la magia. Aquella expresión de asombro por los mágicos trucos que él solía hacerles para entretenerlos. Solo entonces volvió la mirada a la habitación, frunciendo el ceño confundido. Angel no estaba allí, tan solo la niñera que [Maxi8] solía usar para cuidar a sus pequeños, y si aún estaba allí, significaba que su prometido jamás había vuelto. Se levantó del suelo extrañado, dirigiendo la atención de vuelta a sus hijos. — Rummy, Lottie... ¿Dónde está papi? — Les preguntó antes de volver a mirar por la habitación, efectivamente, no estaba. Los niños se encogieron de hombros, de vuelta la angustia en sus rostros. Fue entonces cuando comprendió que Angel no había vuelto del trabajo. Bajó las orejas con expresión preocupada y corrió a buscar en la pequeña mesa de luz su celular que poco usaba. Fue entonces cuando se encontró con el mensaje de [Ange1Dust]. Chasqueando la lengua con enfado antes de oír a sus hijos preguntar preocupados si algo le había pasado a su papi. No era el lugar ni el momento de ser tan evidente, por lo que volvió a disimular. No era actor, pero le resultaba sorprendente incluso a él lo bueno que se había vuelto tan solo por sus hijos. — No, no. Es solo que a Papi se le juntó más trabajo del que esperaba.... Iré a buscarlo. Vengan conmigo, los cuidará alguien hasta que vuelva. — Les contestó, extendiendo sus manos que cada niño tomó, aunque demoraron un poco por insistir en llevar a Nuggets con ellos, sosteniendo los pequeños su correa. Antes de salir de la habitación, volteó dirigiéndose a la niñera. Maxi tenía una magia incomprensible, incluso para él, pero en ese momento era lo que necesitaba. — Dile que me espere en la torre del reloj, o me encuentre con Lucifer. Necesito su ayuda. — Sin más que agregar, salió de la habitación. Caminaron en silencio hasta salir del hotel y más allá también, solo hasta detenerse en la entrada de un gran hogar, allí donde [LuciHe11] vivía, los niños parecían confundidos pero él los calmó con suave voz. — No se preocupen. Él es su otro tío. Estarán bien —
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    ¡Bienvenidas las nuevas incorporaciones de la semana!

    Esta semana han llegado 28 personajes 3D nuevos a FicRol, y os recuerdo que, como cada Domingo, el directorio de personajes 3D ya está completamente actualizado con todos ellos que aceptaron mi petición de amistad.
    Aquí os dejo el desglose por fandoms:

    OC: 12
    Stranger Things: 8
    Empireo: 1
    El Hobbit: 1
    Marvel: 1
    The Walking Dead: 2
    Sunset Overdrive: 1
    ZYXS: 1
    Percy Jackson: 1

    ¡Bienvenidísimos todos! Que se vengan las tramas, los cruces imposibles y los momentazos de rol que tanto nos gustan.
    ✨ ¡Bienvenidas las nuevas incorporaciones de la semana! ✨ Esta semana han llegado 28 personajes 3D nuevos a FicRol, y os recuerdo que, como cada Domingo, el directorio de personajes 3D ya está completamente actualizado con todos ellos que aceptaron mi petición de amistad. Aquí os dejo el desglose por fandoms: 🌟 OC: 12 ⚡ Stranger Things: 8 👑 Empireo: 1 🧙‍♂️ El Hobbit: 1 🦸 Marvel: 1 🧟 The Walking Dead: 2 🎮 Sunset Overdrive: 1 🌀 ZYXS: 1 ⚔️ Percy Jackson: 1 ¡Bienvenidísimos todos! Que se vengan las tramas, los cruces imposibles y los momentazos de rol que tanto nos gustan. 💛
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  • 𝐌𝐚𝐠𝐢𝐜𝐨𝐧𝐠𝐫𝐞𝐬𝐨 𝐔́𝐧𝐢𝐜𝐨 𝐝𝐞 𝐥𝐚 𝐒𝐨𝐜𝐢𝐞𝐝𝐚𝐝 𝐀𝐦𝐞𝐫𝐢𝐜𝐚𝐧𝐚.
    Fandom Harry Potter
    Categoría Romance
    STARTER PARA ───── 𝑸𝑼𝑬𝑬𝑵𝑰𝑬 𝐆𝐎𝐋𝐃𝐒𝐓𝐄𝐈𝐍


    Edificio Woolworth.
    Nueva York, Estados Unidos de América.

    El cómo había llegado hasta allí era una pregunta que llevaba planteándose incluso desde antes de que se iniciara su viaje. Sabía bien que debería dirigirse hacia el MACUSA para realizar un par de trámites que a él le parecían desde luego innecesarios.

    La seguridad se había extremado aquellos días dado el actual peligro en el mundo mágico. Las cosas no estaban tan bien como el Ministro aseguraba, y el pueblo lo sabía. ¿Cómo no saberlo?

    El Ministerio de Magia Británico también estaba al tanto del peligro que representaban aquellos que deseaban presentarse próximamente a las elecciones generales para liderar el mundo mágico. Grindelwald estaba entre ellos, y aunque la inmensa mayoría deseaba que gobernara puesto que sus ideales eran compartidos por gran parte de la comunidad mágica, sus ideas eran descabelladas para muchos. La pureza de la sangre, los no-mags (gente no mágica) y muchas otras cosas más tenían al mundo patas arriba. El miedo los dominaba, claro; era comprensible.

    Pero por suerte, Abraxas pertenecía a ese bando al que no le preocupaba lo que sucediera con los derechos de las personas no mágicas. La pureza de sangre siempre había existido en su familia, era parte de esa gran mayoría que apoyaba la causa. Aunque, para ser sinceros, a él poco le importaban esas luchas.

    Había oído hablar de Grindelwald y se había interesado en formar parte de sus filas. Dado su poder como cambiaformas, podría resultar de gran utilidad como espía. Cambiando su aspecto a voluntad —ya fuese un animal, una persona (incluyendo géneros diversos)—, Abraxas era capaz de adquirir la forma que quisiera en su propio beneficio.

    Su familia había apoyado y defendido con suma satisfacción su decisión de viajar hasta Nueva York para presentarse ante Grindelwald y servir a sus propósitos. Lo que en absoluto le apetecía era tener que presentarse al MACUSA y entregar toda aquella información sobre él.

    Allí todos lo observaban de cerca, su apellido era bien conocido y aunque, precisamente, una Lestrange trabajara para el Ministerio Británico de Magia como ayudante del Jefe del Departamento de Seguridad Mágica, el rostro de Abraxas ya despertaba ciertas sospechas de que sus intenciones podrían no llegar a ser las esperadas.

    —¿Queda algo más? ¿O ya puedo visitar su hermoso país? —preguntó, después de firmar el que creyó (y esperó) que fuese el último pergamino de permisos del MACUSA.
    —Oficina del permiso de varitas. Una planta más abajo.
    —¿Permiso de varitas?

    Pero la ventanilla del servicio en el que se encontraba se cerró de malas formas. Abraxas apretó los dientes, marcándose su mandíbula bajo los pómulos. Tragó saliva y removió sus cabellos, apartándolos de su rostro. Si había algo que no soportaba era que tocaran sus cosas, y su varita era tal vez lo más preciado que tenía en posesión. Podría resultar extraño que alguien se aferrara tanto a su varita, pero para él simbolizaba demasiado como para que un funcionario estúpido se dedicara a toquetearla sin más.

    De alguna forma era como que alguien toqueteara a tu esposa, a tu hija, y tú no pudieras hacer nada. Su varita era una extensión de sí mismo, una de sus fuentes de poder. Si alguien la tocaba con sus malditas manos podría apropiarse de ese poder o incluso mermarlo de alguna forma. No, no permitiría que nadie tocara su varita.

    Abraxas no era especialmente conocido por su buen comportamiento con respecto a la ley. Así que no tuvo que lidiar demasiado con la duda de si marcharse de allí sin presentar el último trámite o quedarse y ser un ciudadano ejemplar.

    Lestrange bajó, cruzó la entrada principal y en seguida alguien lo detuvo. Un tipo de uniforme policial llamó su atención. Era un sujeto corpulento, calvo y de piel más roja que blanca. En su camisa había restos del desayuno, migas de rosquilla. Y si se acercaba lo suficiente, su boca desprendería el olor del café que había ingerido horas antes.

    —Caballero.
    Abraxas se detuvo en seco, girándose.
    —La Oficina del permiso de varitas está por aquí.

    No era de extrañar que lo supiera. Allí todo el mundo lo sabía todo. La seguridad se había extremado y algo tan simple como revisar una varita parecía ser de especial importancia aquellos días. Menuda estupidez, pensó.

    Pero no pudo hacer mucho: el guardia lo llevó hasta la oficina y, para cuando quiso darse cuenta, estaba esperando para ser atendido.

    Su mirada repasó por completo todo el lugar y a las personas que allí se encontraban. No podía imaginarse a ninguna de ellas tocando su varita. ¿Deberían hacerlo? ¿Formaba acaso eso parte del procedimiento?

    —¿Sr. Lestrange? —preguntó una voz femenina tan dulce que logró confundirlo.

    Su mirada buscó en dirección a la voz, hacia su derecha. Una mujer rubia, con aspecto reluciente, aguardaba con una dulce sonrisa.

    —Sí.
    —Está en el lugar indicado. Venga conmigo.

    ¿Contigo?

    Lestrange volvió a mirar al resto de mesas; nadie allí se había levantado para recibir a nadie, así que supuso que era simplemente una funcionaria que se dedicaba a distribuir a los clientes a las mesas asignadas. Pero los pasos seguían avanzando y las mesas vacías se iban alejando. Entonces ella tomó asiento tras un escritorio. “Queenie Goldstein”, rezaba el cartel sobre la madera de roble.

    —Por favor, siéntese.

    Una sonrisa por cada palabra. Pero en el gesto de él no había ninguna sonrisa, sino más bien desconfianza; una evidente desconfianza y una clara incomodidad que ni siquiera se molestó en ocultar.

    —Tranquilo, no le robaré mucho tiempo, tan solo necesito un par de documentos y su varita. Será rápido, ya lo verá…
    —No voy a darle mi varita.

    Quizá aquella fue la primera vez en toda su vida que alguien se negaba a algo tan sencillo como mostrar su varita. Normalmente solían presentarse más molestos cuando les solicitaba que les entregara todos los documentos que eran necesarios, ¿pero aquello?

    La mirada de Abraxas se mantenía fija en los ojos de la bruja de manera severa. Bien sabía él que la cosa no se terminaba ahí, pero seguiría firme en su respuesta.
    STARTER PARA [L3GEREMENS] Edificio Woolworth. Nueva York, Estados Unidos de América. El cómo había llegado hasta allí era una pregunta que llevaba planteándose incluso desde antes de que se iniciara su viaje. Sabía bien que debería dirigirse hacia el MACUSA para realizar un par de trámites que a él le parecían desde luego innecesarios. La seguridad se había extremado aquellos días dado el actual peligro en el mundo mágico. Las cosas no estaban tan bien como el Ministro aseguraba, y el pueblo lo sabía. ¿Cómo no saberlo? El Ministerio de Magia Británico también estaba al tanto del peligro que representaban aquellos que deseaban presentarse próximamente a las elecciones generales para liderar el mundo mágico. Grindelwald estaba entre ellos, y aunque la inmensa mayoría deseaba que gobernara puesto que sus ideales eran compartidos por gran parte de la comunidad mágica, sus ideas eran descabelladas para muchos. La pureza de la sangre, los no-mags (gente no mágica) y muchas otras cosas más tenían al mundo patas arriba. El miedo los dominaba, claro; era comprensible. Pero por suerte, Abraxas pertenecía a ese bando al que no le preocupaba lo que sucediera con los derechos de las personas no mágicas. La pureza de sangre siempre había existido en su familia, era parte de esa gran mayoría que apoyaba la causa. Aunque, para ser sinceros, a él poco le importaban esas luchas. Había oído hablar de Grindelwald y se había interesado en formar parte de sus filas. Dado su poder como cambiaformas, podría resultar de gran utilidad como espía. Cambiando su aspecto a voluntad —ya fuese un animal, una persona (incluyendo géneros diversos)—, Abraxas era capaz de adquirir la forma que quisiera en su propio beneficio. Su familia había apoyado y defendido con suma satisfacción su decisión de viajar hasta Nueva York para presentarse ante Grindelwald y servir a sus propósitos. Lo que en absoluto le apetecía era tener que presentarse al MACUSA y entregar toda aquella información sobre él. Allí todos lo observaban de cerca, su apellido era bien conocido y aunque, precisamente, una Lestrange trabajara para el Ministerio Británico de Magia como ayudante del Jefe del Departamento de Seguridad Mágica, el rostro de Abraxas ya despertaba ciertas sospechas de que sus intenciones podrían no llegar a ser las esperadas. —¿Queda algo más? ¿O ya puedo visitar su hermoso país? —preguntó, después de firmar el que creyó (y esperó) que fuese el último pergamino de permisos del MACUSA. —Oficina del permiso de varitas. Una planta más abajo. —¿Permiso de varitas? Pero la ventanilla del servicio en el que se encontraba se cerró de malas formas. Abraxas apretó los dientes, marcándose su mandíbula bajo los pómulos. Tragó saliva y removió sus cabellos, apartándolos de su rostro. Si había algo que no soportaba era que tocaran sus cosas, y su varita era tal vez lo más preciado que tenía en posesión. Podría resultar extraño que alguien se aferrara tanto a su varita, pero para él simbolizaba demasiado como para que un funcionario estúpido se dedicara a toquetearla sin más. De alguna forma era como que alguien toqueteara a tu esposa, a tu hija, y tú no pudieras hacer nada. Su varita era una extensión de sí mismo, una de sus fuentes de poder. Si alguien la tocaba con sus malditas manos podría apropiarse de ese poder o incluso mermarlo de alguna forma. No, no permitiría que nadie tocara su varita. Abraxas no era especialmente conocido por su buen comportamiento con respecto a la ley. Así que no tuvo que lidiar demasiado con la duda de si marcharse de allí sin presentar el último trámite o quedarse y ser un ciudadano ejemplar. Lestrange bajó, cruzó la entrada principal y en seguida alguien lo detuvo. Un tipo de uniforme policial llamó su atención. Era un sujeto corpulento, calvo y de piel más roja que blanca. En su camisa había restos del desayuno, migas de rosquilla. Y si se acercaba lo suficiente, su boca desprendería el olor del café que había ingerido horas antes. —Caballero. Abraxas se detuvo en seco, girándose. —La Oficina del permiso de varitas está por aquí. No era de extrañar que lo supiera. Allí todo el mundo lo sabía todo. La seguridad se había extremado y algo tan simple como revisar una varita parecía ser de especial importancia aquellos días. Menuda estupidez, pensó. Pero no pudo hacer mucho: el guardia lo llevó hasta la oficina y, para cuando quiso darse cuenta, estaba esperando para ser atendido. Su mirada repasó por completo todo el lugar y a las personas que allí se encontraban. No podía imaginarse a ninguna de ellas tocando su varita. ¿Deberían hacerlo? ¿Formaba acaso eso parte del procedimiento? —¿Sr. Lestrange? —preguntó una voz femenina tan dulce que logró confundirlo. Su mirada buscó en dirección a la voz, hacia su derecha. Una mujer rubia, con aspecto reluciente, aguardaba con una dulce sonrisa. —Sí. —Está en el lugar indicado. Venga conmigo. ¿Contigo? Lestrange volvió a mirar al resto de mesas; nadie allí se había levantado para recibir a nadie, así que supuso que era simplemente una funcionaria que se dedicaba a distribuir a los clientes a las mesas asignadas. Pero los pasos seguían avanzando y las mesas vacías se iban alejando. Entonces ella tomó asiento tras un escritorio. “Queenie Goldstein”, rezaba el cartel sobre la madera de roble. —Por favor, siéntese. Una sonrisa por cada palabra. Pero en el gesto de él no había ninguna sonrisa, sino más bien desconfianza; una evidente desconfianza y una clara incomodidad que ni siquiera se molestó en ocultar. —Tranquilo, no le robaré mucho tiempo, tan solo necesito un par de documentos y su varita. Será rápido, ya lo verá… —No voy a darle mi varita. Quizá aquella fue la primera vez en toda su vida que alguien se negaba a algo tan sencillo como mostrar su varita. Normalmente solían presentarse más molestos cuando les solicitaba que les entregara todos los documentos que eran necesarios, ¿pero aquello? La mirada de Abraxas se mantenía fija en los ojos de la bruja de manera severa. Bien sabía él que la cosa no se terminaba ahí, pero seguiría firme en su respuesta.
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  • —Asgard, hogar, herencia, legado. Tesoro por el que nuestros antepasados lucharon y murieron. Juro protegerlo hasta mi último aliento. —
    —Asgard, hogar, herencia, legado. Tesoro por el que nuestros antepasados lucharon y murieron. Juro protegerlo hasta mi último aliento. —
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  • Biblioteca Municipal de Saint-Lys
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    La tarde había caído con esa luz pálida que no sabe si es invierno o simplemente descuido del sol.
    La Biblioteca Municipal de Saint-Lys se levantaba como siempre: silenciosa, ordenada, y un poco ajena a la época. Los ventanales altos permitían que el último brillo opaco del día entrara en diagonal, como si quisiera tocar el polvo suspendido y comprobar que aún existía.

    Mireille había llegado antes de que encendieran las lámparas.
    A ella eso le bastaba.

    No caminaba entre los estantes: flotaba con la calma de quien conoce cada rincón antes incluso de visitarlo, como si la memoria de los demás fuera suficiente para orientarla. Llevaba un abrigo claro, ligeramente anticuado, y el cabello recogido en un moño flojo que dejaba escapar hebras rebeldes.

    Había escogido una mesa al fondo, bajo el retrato amarillento de un antiguo alcalde que nadie recordaba.
    Abría un libro viejo—demasiado viejo para estar en circulación—y lo hojeaba como quien escucha una historia que ya conoce de memoria.

    A ratos, levantaba la vista.
    No como quien espera a alguien… sino como quien siente que algo se aproxima.

    Un par de estudiantes caminó cerca. Uno de ellos la miró dos veces, con ese gesto automático de quien cree reconocer un rostro de algún sitio. Ella sonrió apenas, un gesto tan delicado que parecía prestado.

    —Otra vez no —murmuró para sí, casi riéndose, pasando un dedo por la página—. Aún no he estado aquí. No realmente.

    En la mesa había dejado un cuaderno de tapas desgastadas, donde anotaba cosas sueltas:
    “La casa respira distinto por las mañanas. La bisabuela dice que es normal.”
    “Hoy escuché pasos en el corredor que da al invernadero. No eran míos.”
    “A veces me pregunto si vine aquí por primera vez… o regresé.”

    Nada tenía fechas. Nunca.

    Cuando la puerta principal volvió a abrirse y el aire frío entró con un leve suspiro, Mireille levantó la vista otra vez.
    Esta vez sí se detuvo.

    El hombre que cruzaba el umbral no era un rostro común.
    Había algo en él, algo en la forma en que pisaba despacio, como quien reconoce los espacios por vibración más que por vista. Algo en su mirada que parecía leer las sombras con la misma naturalidad con la que otros leen señalizaciones.

    Ella lo observó unos segundos más de lo socialmente aceptable.
    No con descaro… sino con reconocimiento.

    Lo había visto antes.
    O tal vez no.
    Con Mireille, esa línea nunca era un mapa fiable.

    Cerró el libro con suavidad, apoyando ambas manos sobre la portada.

    —Interesante —susurró, como si él pudiera oírla desde la distancia—. Llegaste más rápido de lo que pensé.

    Se acomodó el abrigo y dejó que un mechón suelto cayera sobre su mejilla. No se levantó. No hizo un gesto dramático.
    Simplemente esperó, tranquila, como si el tiempo—ese viejo y cansado conocido suyo—hubiera decidido detenerse un momento para observar también.

    La biblioteca no cambió.
    Pero algo en sus pasillos sintió que acababa de comenzar una historia que no debía archivarse.

    La tarde había caído con esa luz pálida que no sabe si es invierno o simplemente descuido del sol. La Biblioteca Municipal de Saint-Lys se levantaba como siempre: silenciosa, ordenada, y un poco ajena a la época. Los ventanales altos permitían que el último brillo opaco del día entrara en diagonal, como si quisiera tocar el polvo suspendido y comprobar que aún existía. Mireille había llegado antes de que encendieran las lámparas. A ella eso le bastaba. No caminaba entre los estantes: flotaba con la calma de quien conoce cada rincón antes incluso de visitarlo, como si la memoria de los demás fuera suficiente para orientarla. Llevaba un abrigo claro, ligeramente anticuado, y el cabello recogido en un moño flojo que dejaba escapar hebras rebeldes. Había escogido una mesa al fondo, bajo el retrato amarillento de un antiguo alcalde que nadie recordaba. Abría un libro viejo—demasiado viejo para estar en circulación—y lo hojeaba como quien escucha una historia que ya conoce de memoria. A ratos, levantaba la vista. No como quien espera a alguien… sino como quien siente que algo se aproxima. Un par de estudiantes caminó cerca. Uno de ellos la miró dos veces, con ese gesto automático de quien cree reconocer un rostro de algún sitio. Ella sonrió apenas, un gesto tan delicado que parecía prestado. —Otra vez no —murmuró para sí, casi riéndose, pasando un dedo por la página—. Aún no he estado aquí. No realmente. En la mesa había dejado un cuaderno de tapas desgastadas, donde anotaba cosas sueltas: “La casa respira distinto por las mañanas. La bisabuela dice que es normal.” “Hoy escuché pasos en el corredor que da al invernadero. No eran míos.” “A veces me pregunto si vine aquí por primera vez… o regresé.” Nada tenía fechas. Nunca. Cuando la puerta principal volvió a abrirse y el aire frío entró con un leve suspiro, Mireille levantó la vista otra vez. Esta vez sí se detuvo. El hombre que cruzaba el umbral no era un rostro común. Había algo en él, algo en la forma en que pisaba despacio, como quien reconoce los espacios por vibración más que por vista. Algo en su mirada que parecía leer las sombras con la misma naturalidad con la que otros leen señalizaciones. Ella lo observó unos segundos más de lo socialmente aceptable. No con descaro… sino con reconocimiento. Lo había visto antes. O tal vez no. Con Mireille, esa línea nunca era un mapa fiable. Cerró el libro con suavidad, apoyando ambas manos sobre la portada. —Interesante —susurró, como si él pudiera oírla desde la distancia—. Llegaste más rápido de lo que pensé. Se acomodó el abrigo y dejó que un mechón suelto cayera sobre su mejilla. No se levantó. No hizo un gesto dramático. Simplemente esperó, tranquila, como si el tiempo—ese viejo y cansado conocido suyo—hubiera decidido detenerse un momento para observar también. La biblioteca no cambió. Pero algo en sus pasillos sintió que acababa de comenzar una historia que no debía archivarse.
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    Individual
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  • El Edén
    Fandom Hazbin Hotel
    Categoría Otros
    // Rp con: Lilith Magne //


    Descendió desde los cielos, con los tres pares de alas extendidas, y tras tocar el suelo comenzó a mirar a su alrededor.
    Rumores habían llegado a sus oídos en el basto reino celestial. Aburrido, paseando por los pasillos, no paraba de oír a sus hermanos hablar una y otra vez de la maravillosa creación que su padre había hecho. Los serafines también parecían de lo más satisfechos.
    No era de extrañar que él no supiera nada al respecto, dejado de lado, como de costumbre, no era la primera vez que se lo excluía de los planes de la creación... Pero, sin embargo, los rumores de la última habían captado su interés y curiosidad.

    Gracias a la magia del cielo, había podido apreciar un poco de lo que era un gran jardín. Eso lo había decepcionado un poco... No encontrando nada singular o especial a lo que había en su tierra celestial... Incluso, apostaba, la vegetación del cielo era mucho más hermosa que la que apreciaba en ese jardín que, luego se enteró, se llamaba "El Edén".
    Se había negado a creer que ese simple jardín era lo que traía tan enloquecido de emoción y felicidad a sus compañeros y hermanos, por lo que tomó la decisión de escabullirse de los cielos y bajar a ver de qué se trataba todo aquello.

    Ahora recorría el lugar andando entre los árboles. Pudo notar algunas pequeñas criaturas cuadrúpedas correr de espanto cuando lo escuchaban acercarse.
    Criaturas de vida finita, por lo que había llegado a averiguar. Cuya existencia efímera no era nada en comparación a la eternidad que vivían los ángeles como él... Entonces ¿Cómo algo tan efímero, tan finito, casi insignificante podía realmente marcar un antes y un después en la tierra creada por su padre? En los planes que los ángeles con tanto esmero y cautela habían planeado. Planes en los que él jamás había podido participar a pesar de las ideas que había propuesto.
    Pero por más que se adentraba en ese extenso jardín, nada encontró que lo hiciera comprender el por qué de la exaltación del cielo... Estaba resignado, creyendo que sólo se trataría del jardín en sí...

    Hasta que de pronto, sus pasos se detuvieron. Una voz llegó hasta sus oídos, suave, hermosa... Una melodía única sin duda y de la voz más exquisita que jamás pudiera haber escuchado, ni siquiera en la eternidad del cielo.
    Se dejó llevar por el ruido, caminando en su dirección entre las plantas, corriendo sus ramas y bordeando árboles; hasta que de pronto lo encontró.
    Una criatura de lo más hermosa, perfecta... Estaba seguro. ¡Esa criatura debía de ser lo que tenía tan revuelto al cielo!

    — Woah.... —

    Exclamó en un susurró apenas audible. Sus ojos brillando, con rostro perplejo ante la mujer delante de sus ojos, metros más allá de donde él se hallaba oculto tras un árbol.
    Intentó no hacer ruido, preguntándose si se espantaría como los animales si lo viera llegar.
    Recargó sus manos en el árbol, sus mejillas teñidas de un suave carmín... Solo por inercia dio un paso al frente, pisando una rama que al crujir delataría su presencia.
    En pánico de ser descubierto, sólo pudo atinar a agacharse tras el árbol, casi abrazándose con sus seis pares de alas mientras cubría sus labios con sus manos... ¿Lo habría visto?....

    Le fue inevitable no asomarse un poco para ver de reojo si es que acaso tal hermosa creación se había percatado de su presencia.
    // Rp con: [He11greatestmom] // Descendió desde los cielos, con los tres pares de alas extendidas, y tras tocar el suelo comenzó a mirar a su alrededor. Rumores habían llegado a sus oídos en el basto reino celestial. Aburrido, paseando por los pasillos, no paraba de oír a sus hermanos hablar una y otra vez de la maravillosa creación que su padre había hecho. Los serafines también parecían de lo más satisfechos. No era de extrañar que él no supiera nada al respecto, dejado de lado, como de costumbre, no era la primera vez que se lo excluía de los planes de la creación... Pero, sin embargo, los rumores de la última habían captado su interés y curiosidad. Gracias a la magia del cielo, había podido apreciar un poco de lo que era un gran jardín. Eso lo había decepcionado un poco... No encontrando nada singular o especial a lo que había en su tierra celestial... Incluso, apostaba, la vegetación del cielo era mucho más hermosa que la que apreciaba en ese jardín que, luego se enteró, se llamaba "El Edén". Se había negado a creer que ese simple jardín era lo que traía tan enloquecido de emoción y felicidad a sus compañeros y hermanos, por lo que tomó la decisión de escabullirse de los cielos y bajar a ver de qué se trataba todo aquello. Ahora recorría el lugar andando entre los árboles. Pudo notar algunas pequeñas criaturas cuadrúpedas correr de espanto cuando lo escuchaban acercarse. Criaturas de vida finita, por lo que había llegado a averiguar. Cuya existencia efímera no era nada en comparación a la eternidad que vivían los ángeles como él... Entonces ¿Cómo algo tan efímero, tan finito, casi insignificante podía realmente marcar un antes y un después en la tierra creada por su padre? En los planes que los ángeles con tanto esmero y cautela habían planeado. Planes en los que él jamás había podido participar a pesar de las ideas que había propuesto. Pero por más que se adentraba en ese extenso jardín, nada encontró que lo hiciera comprender el por qué de la exaltación del cielo... Estaba resignado, creyendo que sólo se trataría del jardín en sí... Hasta que de pronto, sus pasos se detuvieron. Una voz llegó hasta sus oídos, suave, hermosa... Una melodía única sin duda y de la voz más exquisita que jamás pudiera haber escuchado, ni siquiera en la eternidad del cielo. Se dejó llevar por el ruido, caminando en su dirección entre las plantas, corriendo sus ramas y bordeando árboles; hasta que de pronto lo encontró. Una criatura de lo más hermosa, perfecta... Estaba seguro. ¡Esa criatura debía de ser lo que tenía tan revuelto al cielo! — Woah.... — Exclamó en un susurró apenas audible. Sus ojos brillando, con rostro perplejo ante la mujer delante de sus ojos, metros más allá de donde él se hallaba oculto tras un árbol. Intentó no hacer ruido, preguntándose si se espantaría como los animales si lo viera llegar. Recargó sus manos en el árbol, sus mejillas teñidas de un suave carmín... Solo por inercia dio un paso al frente, pisando una rama que al crujir delataría su presencia. En pánico de ser descubierto, sólo pudo atinar a agacharse tras el árbol, casi abrazándose con sus seis pares de alas mientras cubría sus labios con sus manos... ¿Lo habría visto?.... Le fue inevitable no asomarse un poco para ver de reojo si es que acaso tal hermosa creación se había percatado de su presencia.
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