• — Lev. —La voz de Irisha, firme como siempre, captó su atención al punto en que se vio obligado a bajar la revista que leía para mirarla. La gemela le sonrió, cómplice, mientras que se arrodillaba frente al sofá y se apoyaba contra el descansa brazos. Por otro lado, Irina se quedó de pie, detrás del sofá, y terminó inclinando el cuerpo hacia el frente para mirar por sobre el hombro de su hermano a su gemela. Casi parecía que, por primera vez, ninguna entendía lo que pasaba por la cabeza de la otra.—¿Recuerdas la última vez que fuiste feliz?

    Ese era un buen anzuelo. Irina solía ser así cuando tenía curiosidad o cuando algo la abrumaba; siempre hacía preguntas de manera sutil, aunque las sacara de la nada, pero siempre le seguía una explicación bien justificada de sus abruptas preguntas. Sólo que en esta ocasión no hubo ningún intento de justificación y, al mirar en sus ojos, pudo notar que su pregunta era seria. No era algo que se podía tomar a la ligera, tampoco algo que ignorar tan fácilmente o para lo que tuviese el corazón de cortar de tajo sus dudas.

    Nikolay se llevó la mano a la boca, pensativo, y detrás de aquel gesto maldijo en silencio cuando frunció los labios. Odiaba tocar el tema de la felicidad que no sentía y, también, odiaba que se hiciera presente el pasado. Cerró los ojos, y en sus adentros se repitió que ellas no eran culpables, que no lo hacían con malas intenciones y tampoco era un intento de sus otros familiares para sacarle algo de información. Luego de pensárselo, como por dos minutos, negó con lentitud. Incluso su mano izquierda se movió para decir que no con señas. Irina pareció molesta, se le notaba en la cara con ese ceño fruncido y esos ojos furiosos que no iba a aceptar esa respuesta.

    — ¿Cómo que no? Debe existir algo. La última vez que sentía felicidad fue durante nuestras vacaciones en Seúl. La cantidad de skin care y maquillaje que compré con el dinero de papá me hizo feliz. Ya sabes que él nunca quiere gastar dinero en esas cosas porque es una pérdida de tiempo y estoy muy joven. Pero fue un buen momento. ¿Cuál fue el tuyo, Irisha?

    Tanto Lev como Irina miraron a la menor de las gemelas. La rubia no pudo hacer nada más que sobresaltarse, detestaba cada vez que su hermana la arrastraba en sus planes sin decírselo, pero, en el fondo, también quería saber más sobre su hermano. Las manos de la chiquilla se aferraron al cuero del sofá mientras que pensaba. Cada instante las miradas de sus hermanos eran más y más insistentes, haciendo que con ello sus mejillas se pusieran más y más rojas por la vergüenza de ser el centro de atención. No había duda que esas dos, aunque parecían idénticas, se trataba de polos opuestos.

    — Fue... Fue durante el concierto sinfónico de hace unos meses. ¿Recuerdan?

    Aunque el rostro de Irisha demostraba que no. Lev hizo un puño su mano y movió de arriba bajo para decir que sí. Lo recordaba bien, su hermana participaba en el violín, justo en la orilla de la segunda fila, había elegido un vestido negro con mangas largas y una falda amplia, llevaba botas negras que habían hecho rabiar a su madre durante todo el trayecto porque "no era adecuado vestir algo así" en un día tan importante. Entonces se sonrió, conteniéndose una risa pequeña y la incitó a que continuara hablando con un pequeño movimiento de su mano donde la invitó a sentarse en el asiento vacío a su lado. Su hermana asintió, y se apresuró a sentarse antes de volver a hablar con calma.

    — Ese día, desde el escenario, parecían una familia feliz. Podía ver cómo mamá tomaba la mano de papá y se le notaba el amor a ambos. Aleksandr no se veía tan molesto y parecía no importarle estar sentado junto a Niko y... Tú también te veías muy feliz. —Habló, una sonrisa tímida y divertida se asomó en sus labios cuando observó a su hermano. Sus miradas se cruzaron: Una estaba llena de alegría y la otra de confusión.— Aunque fue solo un poco, me dio mucha alegría verlos a todos juntos. Me sentí muy feliz... Y guardo ese recuerdo con mucho amor. —Con ambas manos en el pecho, Irina suspiró antes de tomar valor. Relamió sus labios, nerviosa, y dirigió la mirada a su hermano.— ¿Y tú? Como dijo Irisha. Debes tener alguno. Y nuestro nacimiento no cuenta, Lev, tampoco las tonterías que hacíamos de niñas. Debes tener algo. Lo que sea, no puedes estar triste todo el tiempo... En algún momento debes sentir algo más.

    « Dolor. » Lev no habló, pero sí lo pensó y se le notó en el rostro que no estaba dispuesto en hablar. Siempre había sentido dolor desde que Sasha muriera, desde que lo señalaran como el único culpable y... Desde que se había sentido abandonado por las únicas personas que debían procurarlo. No era su culpa, estaba seguro de que él no había tenido nada que ver con el accidente y que las cosas, desafortunadamente, solo habían sucedido. Sasha había dejado de respirar y... Ya, eso era todo lo que sucediera. Luego todo era borroso y difuso para él. Sin embargo, dentro de esa nube gris de pensamientos, se asomó un momento que brilló con fuerza sobre los demás. Era trivial, algo tonto para muchos, pero de gran valor para él. « Perro. » Movió sus manos con cuidado, poco después buscó su teléfono celular, el cual sacó del bolsillo, y comenzó a escribir un montón de cosas. Probablemente le tomó algunos minutos, pero cuando finalmente acabó, presionó el botón para reproducir el audio con esa voz robotizada del traductor.

    "Fue cuando llegó Boris. Nuestro perro. Fue hace dos años. Aún no puedo creer que Aleksandr aceptara que se quedara, especialmente por ser un perro tan peludo cuando odia que suelten pelo. Cuando Boris llegó a casa, me sentí muy feliz. Siempre había querido tener un perro, pero Aleksandr no quería y Sasha era alérgico."

    Ah, Boris, el adorable golden retriever de la familia. La única razón por la que valía la pena levantarse cada mañana con la intención de acicalarlo y verle traer las pelotas de tenis en el hocico, todo el día, de un lado a otro de la casa. Lev se rió solo de recordarlo, fue una risa extraña, porque movía los labios y los sonidos que emitía eran raros. No parecían risas, pues solo era su nariz resoplando una y otra vez al intentar contenerse mientras que escribía de nuevo.

    " Recuerdo que ese día le destrozó la billetera a Aleksandr. Se puso furioso, amenazó con echar al perro, lo maldijo hasta el cansancio, y al final mamá dijo que iba a quedarse porque yo lo necesitaba".

    Porque lo necesitaba. Aquellas palabras se repitieron una y otra vez en su cabeza, ¿realmente necesitaba del perro? Sí, pero no tanto como de sus padres. Suspiró, luego levantó los hombros para restarle interés al asunto y en su lugar encendió el televisor.

    — Oye, no es justo, yo quería continuar mi serie de ayer. Ese k-drama se quedó buenísimo, ¿por qué tenemos que ver otra vez Los Aristogatos? —Replicó Irisha mientras que se sentaba entre sus hermanos, obligándoles a hacerle espacio.— Es la tercera vez esta semana, ya estoy harta.

    « Porque soy el mayor, y porque yo pago. Ya elegirás cuando seas grande. Además, a nosotros dos no nos gusta Love Alarm. Es aburrida. »
    — Lev. —La voz de Irisha, firme como siempre, captó su atención al punto en que se vio obligado a bajar la revista que leía para mirarla. La gemela le sonrió, cómplice, mientras que se arrodillaba frente al sofá y se apoyaba contra el descansa brazos. Por otro lado, Irina se quedó de pie, detrás del sofá, y terminó inclinando el cuerpo hacia el frente para mirar por sobre el hombro de su hermano a su gemela. Casi parecía que, por primera vez, ninguna entendía lo que pasaba por la cabeza de la otra.—¿Recuerdas la última vez que fuiste feliz? Ese era un buen anzuelo. Irina solía ser así cuando tenía curiosidad o cuando algo la abrumaba; siempre hacía preguntas de manera sutil, aunque las sacara de la nada, pero siempre le seguía una explicación bien justificada de sus abruptas preguntas. Sólo que en esta ocasión no hubo ningún intento de justificación y, al mirar en sus ojos, pudo notar que su pregunta era seria. No era algo que se podía tomar a la ligera, tampoco algo que ignorar tan fácilmente o para lo que tuviese el corazón de cortar de tajo sus dudas. Nikolay se llevó la mano a la boca, pensativo, y detrás de aquel gesto maldijo en silencio cuando frunció los labios. Odiaba tocar el tema de la felicidad que no sentía y, también, odiaba que se hiciera presente el pasado. Cerró los ojos, y en sus adentros se repitió que ellas no eran culpables, que no lo hacían con malas intenciones y tampoco era un intento de sus otros familiares para sacarle algo de información. Luego de pensárselo, como por dos minutos, negó con lentitud. Incluso su mano izquierda se movió para decir que no con señas. Irina pareció molesta, se le notaba en la cara con ese ceño fruncido y esos ojos furiosos que no iba a aceptar esa respuesta. — ¿Cómo que no? Debe existir algo. La última vez que sentía felicidad fue durante nuestras vacaciones en Seúl. La cantidad de skin care y maquillaje que compré con el dinero de papá me hizo feliz. Ya sabes que él nunca quiere gastar dinero en esas cosas porque es una pérdida de tiempo y estoy muy joven. Pero fue un buen momento. ¿Cuál fue el tuyo, Irisha? Tanto Lev como Irina miraron a la menor de las gemelas. La rubia no pudo hacer nada más que sobresaltarse, detestaba cada vez que su hermana la arrastraba en sus planes sin decírselo, pero, en el fondo, también quería saber más sobre su hermano. Las manos de la chiquilla se aferraron al cuero del sofá mientras que pensaba. Cada instante las miradas de sus hermanos eran más y más insistentes, haciendo que con ello sus mejillas se pusieran más y más rojas por la vergüenza de ser el centro de atención. No había duda que esas dos, aunque parecían idénticas, se trataba de polos opuestos. — Fue... Fue durante el concierto sinfónico de hace unos meses. ¿Recuerdan? Aunque el rostro de Irisha demostraba que no. Lev hizo un puño su mano y movió de arriba bajo para decir que sí. Lo recordaba bien, su hermana participaba en el violín, justo en la orilla de la segunda fila, había elegido un vestido negro con mangas largas y una falda amplia, llevaba botas negras que habían hecho rabiar a su madre durante todo el trayecto porque "no era adecuado vestir algo así" en un día tan importante. Entonces se sonrió, conteniéndose una risa pequeña y la incitó a que continuara hablando con un pequeño movimiento de su mano donde la invitó a sentarse en el asiento vacío a su lado. Su hermana asintió, y se apresuró a sentarse antes de volver a hablar con calma. — Ese día, desde el escenario, parecían una familia feliz. Podía ver cómo mamá tomaba la mano de papá y se le notaba el amor a ambos. Aleksandr no se veía tan molesto y parecía no importarle estar sentado junto a Niko y... Tú también te veías muy feliz. —Habló, una sonrisa tímida y divertida se asomó en sus labios cuando observó a su hermano. Sus miradas se cruzaron: Una estaba llena de alegría y la otra de confusión.— Aunque fue solo un poco, me dio mucha alegría verlos a todos juntos. Me sentí muy feliz... Y guardo ese recuerdo con mucho amor. —Con ambas manos en el pecho, Irina suspiró antes de tomar valor. Relamió sus labios, nerviosa, y dirigió la mirada a su hermano.— ¿Y tú? Como dijo Irisha. Debes tener alguno. Y nuestro nacimiento no cuenta, Lev, tampoco las tonterías que hacíamos de niñas. Debes tener algo. Lo que sea, no puedes estar triste todo el tiempo... En algún momento debes sentir algo más. « Dolor. » Lev no habló, pero sí lo pensó y se le notó en el rostro que no estaba dispuesto en hablar. Siempre había sentido dolor desde que Sasha muriera, desde que lo señalaran como el único culpable y... Desde que se había sentido abandonado por las únicas personas que debían procurarlo. No era su culpa, estaba seguro de que él no había tenido nada que ver con el accidente y que las cosas, desafortunadamente, solo habían sucedido. Sasha había dejado de respirar y... Ya, eso era todo lo que sucediera. Luego todo era borroso y difuso para él. Sin embargo, dentro de esa nube gris de pensamientos, se asomó un momento que brilló con fuerza sobre los demás. Era trivial, algo tonto para muchos, pero de gran valor para él. « Perro. » Movió sus manos con cuidado, poco después buscó su teléfono celular, el cual sacó del bolsillo, y comenzó a escribir un montón de cosas. Probablemente le tomó algunos minutos, pero cuando finalmente acabó, presionó el botón para reproducir el audio con esa voz robotizada del traductor. "Fue cuando llegó Boris. Nuestro perro. Fue hace dos años. Aún no puedo creer que Aleksandr aceptara que se quedara, especialmente por ser un perro tan peludo cuando odia que suelten pelo. Cuando Boris llegó a casa, me sentí muy feliz. Siempre había querido tener un perro, pero Aleksandr no quería y Sasha era alérgico." Ah, Boris, el adorable golden retriever de la familia. La única razón por la que valía la pena levantarse cada mañana con la intención de acicalarlo y verle traer las pelotas de tenis en el hocico, todo el día, de un lado a otro de la casa. Lev se rió solo de recordarlo, fue una risa extraña, porque movía los labios y los sonidos que emitía eran raros. No parecían risas, pues solo era su nariz resoplando una y otra vez al intentar contenerse mientras que escribía de nuevo. " Recuerdo que ese día le destrozó la billetera a Aleksandr. Se puso furioso, amenazó con echar al perro, lo maldijo hasta el cansancio, y al final mamá dijo que iba a quedarse porque yo lo necesitaba". Porque lo necesitaba. Aquellas palabras se repitieron una y otra vez en su cabeza, ¿realmente necesitaba del perro? Sí, pero no tanto como de sus padres. Suspiró, luego levantó los hombros para restarle interés al asunto y en su lugar encendió el televisor. — Oye, no es justo, yo quería continuar mi serie de ayer. Ese k-drama se quedó buenísimo, ¿por qué tenemos que ver otra vez Los Aristogatos? —Replicó Irisha mientras que se sentaba entre sus hermanos, obligándoles a hacerle espacio.— Es la tercera vez esta semana, ya estoy harta. « Porque soy el mayor, y porque yo pago. Ya elegirás cuando seas grande. Además, a nosotros dos no nos gusta Love Alarm. Es aburrida. »
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  • — Y bien, ¿cuántas sesiones crees que llevamos contando ésta?

    Nikolay miró a Anya unos instantes. Sus miradas, como casi siempre, se cruzaron durante los instantes que el silencio perduró en la habitación. Así solía ser cada vez que la mujer le hacía alguna pregunta: Ella dejaba de mirar su tableta y esperaba encontrar una respuesta, pero Lev se rehusaba a responderle del modo en que ella quería. El chico intentó contar con los dedos, fingió hacerlo como un chiquillo al ir levantando los dedos de sus manos, uno a uno, mientras que asentía al mismo ritmo con que su boca parecía moverse sin emitir un solo ruido. Cuando creyó que había llegado a veinte, se detuvo y terminó levantando los hombros. No tenía idea, no le importaba y tampoco parecía servirle de algo saberlo.

    « Tú deberías saberlo.» Escribió en su pizarra blanca con el marcador, la dejó leer y poco después borró las letras con prisq. Fue entonces que escribió de nuevo, uno de sus muchos comentarios ácidos que hicieron a Anya fruncir el entrecejo: « Mis padres pagan por esto, solo cuenta las transferencias o los cheques. »

    — Ha sido un año de terapias el que llevamos, Niko. Y siendo honesta, no veo ningún avance en ti. —Anya suspiró. Se acomodó los lentes mejor sobre el puente de la nariz y comenzó a hojear el expediente físico de su paciente. La cantidad de hojas y anotaciones que tenía eran exageradas, suficientes para creer que los avances de las terapias funcionaban. Pero todo estaba alejado de la realidad, pues sentía que cada día estaba alejándose más de su paciente y que no existía mejoría, por el contrario. Cada día que pasaba, Nikolay se volvía más arisco y hermético, sus respuestas se volvían banales, esquivas y ambiguas al solo limitarse al espacio que la pizarra le brindaba para explicarse. La mujer, desesperada, se sacó los lentes de lectura un momento y cruzó las piernas para, luego, echar el cuerpo hacia delante para intentar crear cercanía entre los dos.— ¿Por qué no quieres las terapias, Niko? Antes te gustaban.

    « Antes » Solo eso apareció en la pizarra. Cada letra era tan grande que no dejaba espacio para nada más. Nikolay bajó la pizarra, incluso la echó a un lado en el sofá y terminó imitando a Anya al cruzar una pierna sobre la otra, apoyó el codo sobre la rodilla y, con la mano, se cubrió la boca. No pretendía dejarla leer sus labios, ni sus expresiones, siquiera tenía intenciones de mostrarle otra vez sus pensamientos en la pizarra. Si lo conocía bien, debía bastarle con entender lo que sus ojos y su rostro podían expresar. O eso pensaba, si tan solo no pasara la mitad de la sesión revisando notas inútiles en su tableta que no los llevaban a ningún lado. Nikolay levantó la cabeza, ligeramente, como si le instara a continuar la conversación para llegar a ese punto de inflexión en el que se animaba a, por unos meses más, ceder en su posición como paciente y mantenerse como una persona dócil que necesitaba de su sabio consejo.

    — Ya sé, ya sé. No quieres hablar. Pero el juez ordenó que debes tomarlas y mostrar buenos avances si quieres obtener la custodia de tus hermanas gemelas. Si los resultados de estas terapias no te favorecen, se quedarán otro año con tus padres. —Anya se colocó de nuevo los lentes y esbozó una sonrisita, de esas que le ponían los nervios de punta a Niko, quien lo disimuló bien al morder con fuerza para no abrir la boca. La mujer se veía contenta, usando esa pequeña debilidad para retenerlo. Sin embargo, cuando notó que no había causado el efecto esperado, cerró el expediente, deshizo el cruce de sus piernas y se colocó de pie con sus pertenencias bajo el brazo.— Si no quieres trabajar ni ser honesto conmigo, está bien, puedo entenderlo. Mi trabajo es ayudarte a entender lo que te sucede y darte soluciones para ello, Niko. No soy tu enemiga, pero si no dejas verme de esa forma, no puedo obligarte y nada funcionará.

    Nikolay le siguió con la mirada. Sabía que su psicóloga tenía razón. Llevaba años trabajando con ella, casi desde que en la preparatoria le sugirieran a sus padres recibir "ayuda" por su comportamiento rebelde; nadie le conocía tan bien como ella y nadie iba a soportar su temperamento de mierda como ella. Fue entonces que dio la alusión de suspirar, con pesadez y un hastío que se le notaba en toda la cara; Anya sonrió y amplió ese gesto cuando lo vio tomar la pizarra nuevamente para comenzar a escribir. Podia presentir que en esta ocasión el mensaje sería diferente, porque parecía tardarse más tiempo de lo usual en ello.

    « ¿Por qué quieres ayudarme? Si no es por el dinero ni por los beneficios de mi padre, ¿entonces por qué? No quiero tu lástima. » Hubo silencio. Aunque la expresión en el rostro de la rubia fue de asombro, una carcajada sonora rompió el incómodo momento que tenían los dos. Lev se sorprendió por un momento, nunca la había escuchado reírse de ese modo tan libre, tan jovial... Como si nada le importaray no tuviera que ocultarse, como siempre, detrás de sus manos para reírse. De a poco, Anya se acercó hasta tomar asiento en el espacio libre del sofá que Nikolay usaba. Sus miradas de nuevo se cruzaron y ella pareció tan risueña, y tan melancólica, que le dio pena.

    — No es lástima, no siento lástima por ti. Más bien me da tristeza, porque hay muchas emociones dentro de ti que no entiendes y que solo ocultas usando otras. Yo puedo ayudarte. —Anya asintió, frunció los labios para tranquilizar el gesto en su boca porque quería reírse de la cara que estaba haciendo Lev.— Llevamos varios años de terapia intermitente, claro que algo debía saber de ti, Lev. Ahora, ¿por qué no me cuentas como están las chicas? ¿Qué has hecho para ayudarlas a elegir dónde quieren estudiar?

    Nikolay bajó la mirada un momento. Parecía plantearse con demasiada seriedad el seguir o no en esa habitación, con esa mujer, con esas preguntas triviales que de a poco lo acercarían a las preguntas que no quería responder jamás. Pero tenía razón, no quería hablar, no quería decir nada de él ni de su pasado, mucho menos de cómo se sentía, pero... Debía sacar a sus hermanas de ese hogar antes de que terminaran sufriendo por el peso de sus decisiones. De a poco, Lev movió las manos, al inicio sin energía, pero de a poco aumentó el ritmo de ellas hasta que la conversación se volvió más casual, permitiéndose fluir en ese lenguaje que, con el tiempo, Anya había comprendido.

    « No mucho. No saben aún lo que quieren. Todos los días tienen nuevas opciones e ideas. Han visto demasiados videos en internet, así que elegir es difícil. Les he aconsejado, pero a los dos días llegan con algo nuego y... » El movimiento se detuvo de manera abrupta hasta que, instantes después, se retomó con calma para decir una sola cosa: « Gracias. »
    — Y bien, ¿cuántas sesiones crees que llevamos contando ésta? Nikolay miró a Anya unos instantes. Sus miradas, como casi siempre, se cruzaron durante los instantes que el silencio perduró en la habitación. Así solía ser cada vez que la mujer le hacía alguna pregunta: Ella dejaba de mirar su tableta y esperaba encontrar una respuesta, pero Lev se rehusaba a responderle del modo en que ella quería. El chico intentó contar con los dedos, fingió hacerlo como un chiquillo al ir levantando los dedos de sus manos, uno a uno, mientras que asentía al mismo ritmo con que su boca parecía moverse sin emitir un solo ruido. Cuando creyó que había llegado a veinte, se detuvo y terminó levantando los hombros. No tenía idea, no le importaba y tampoco parecía servirle de algo saberlo. « Tú deberías saberlo.» Escribió en su pizarra blanca con el marcador, la dejó leer y poco después borró las letras con prisq. Fue entonces que escribió de nuevo, uno de sus muchos comentarios ácidos que hicieron a Anya fruncir el entrecejo: « Mis padres pagan por esto, solo cuenta las transferencias o los cheques. » — Ha sido un año de terapias el que llevamos, Niko. Y siendo honesta, no veo ningún avance en ti. —Anya suspiró. Se acomodó los lentes mejor sobre el puente de la nariz y comenzó a hojear el expediente físico de su paciente. La cantidad de hojas y anotaciones que tenía eran exageradas, suficientes para creer que los avances de las terapias funcionaban. Pero todo estaba alejado de la realidad, pues sentía que cada día estaba alejándose más de su paciente y que no existía mejoría, por el contrario. Cada día que pasaba, Nikolay se volvía más arisco y hermético, sus respuestas se volvían banales, esquivas y ambiguas al solo limitarse al espacio que la pizarra le brindaba para explicarse. La mujer, desesperada, se sacó los lentes de lectura un momento y cruzó las piernas para, luego, echar el cuerpo hacia delante para intentar crear cercanía entre los dos.— ¿Por qué no quieres las terapias, Niko? Antes te gustaban. « Antes » Solo eso apareció en la pizarra. Cada letra era tan grande que no dejaba espacio para nada más. Nikolay bajó la pizarra, incluso la echó a un lado en el sofá y terminó imitando a Anya al cruzar una pierna sobre la otra, apoyó el codo sobre la rodilla y, con la mano, se cubrió la boca. No pretendía dejarla leer sus labios, ni sus expresiones, siquiera tenía intenciones de mostrarle otra vez sus pensamientos en la pizarra. Si lo conocía bien, debía bastarle con entender lo que sus ojos y su rostro podían expresar. O eso pensaba, si tan solo no pasara la mitad de la sesión revisando notas inútiles en su tableta que no los llevaban a ningún lado. Nikolay levantó la cabeza, ligeramente, como si le instara a continuar la conversación para llegar a ese punto de inflexión en el que se animaba a, por unos meses más, ceder en su posición como paciente y mantenerse como una persona dócil que necesitaba de su sabio consejo. — Ya sé, ya sé. No quieres hablar. Pero el juez ordenó que debes tomarlas y mostrar buenos avances si quieres obtener la custodia de tus hermanas gemelas. Si los resultados de estas terapias no te favorecen, se quedarán otro año con tus padres. —Anya se colocó de nuevo los lentes y esbozó una sonrisita, de esas que le ponían los nervios de punta a Niko, quien lo disimuló bien al morder con fuerza para no abrir la boca. La mujer se veía contenta, usando esa pequeña debilidad para retenerlo. Sin embargo, cuando notó que no había causado el efecto esperado, cerró el expediente, deshizo el cruce de sus piernas y se colocó de pie con sus pertenencias bajo el brazo.— Si no quieres trabajar ni ser honesto conmigo, está bien, puedo entenderlo. Mi trabajo es ayudarte a entender lo que te sucede y darte soluciones para ello, Niko. No soy tu enemiga, pero si no dejas verme de esa forma, no puedo obligarte y nada funcionará. Nikolay le siguió con la mirada. Sabía que su psicóloga tenía razón. Llevaba años trabajando con ella, casi desde que en la preparatoria le sugirieran a sus padres recibir "ayuda" por su comportamiento rebelde; nadie le conocía tan bien como ella y nadie iba a soportar su temperamento de mierda como ella. Fue entonces que dio la alusión de suspirar, con pesadez y un hastío que se le notaba en toda la cara; Anya sonrió y amplió ese gesto cuando lo vio tomar la pizarra nuevamente para comenzar a escribir. Podia presentir que en esta ocasión el mensaje sería diferente, porque parecía tardarse más tiempo de lo usual en ello. « ¿Por qué quieres ayudarme? Si no es por el dinero ni por los beneficios de mi padre, ¿entonces por qué? No quiero tu lástima. » Hubo silencio. Aunque la expresión en el rostro de la rubia fue de asombro, una carcajada sonora rompió el incómodo momento que tenían los dos. Lev se sorprendió por un momento, nunca la había escuchado reírse de ese modo tan libre, tan jovial... Como si nada le importaray no tuviera que ocultarse, como siempre, detrás de sus manos para reírse. De a poco, Anya se acercó hasta tomar asiento en el espacio libre del sofá que Nikolay usaba. Sus miradas de nuevo se cruzaron y ella pareció tan risueña, y tan melancólica, que le dio pena. — No es lástima, no siento lástima por ti. Más bien me da tristeza, porque hay muchas emociones dentro de ti que no entiendes y que solo ocultas usando otras. Yo puedo ayudarte. —Anya asintió, frunció los labios para tranquilizar el gesto en su boca porque quería reírse de la cara que estaba haciendo Lev.— Llevamos varios años de terapia intermitente, claro que algo debía saber de ti, Lev. Ahora, ¿por qué no me cuentas como están las chicas? ¿Qué has hecho para ayudarlas a elegir dónde quieren estudiar? Nikolay bajó la mirada un momento. Parecía plantearse con demasiada seriedad el seguir o no en esa habitación, con esa mujer, con esas preguntas triviales que de a poco lo acercarían a las preguntas que no quería responder jamás. Pero tenía razón, no quería hablar, no quería decir nada de él ni de su pasado, mucho menos de cómo se sentía, pero... Debía sacar a sus hermanas de ese hogar antes de que terminaran sufriendo por el peso de sus decisiones. De a poco, Lev movió las manos, al inicio sin energía, pero de a poco aumentó el ritmo de ellas hasta que la conversación se volvió más casual, permitiéndose fluir en ese lenguaje que, con el tiempo, Anya había comprendido. « No mucho. No saben aún lo que quieren. Todos los días tienen nuevas opciones e ideas. Han visto demasiados videos en internet, así que elegir es difícil. Les he aconsejado, pero a los dos días llegan con algo nuego y... » El movimiento se detuvo de manera abrupta hasta que, instantes después, se retomó con calma para decir una sola cosa: « Gracias. »
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  • « ¿Y ahora qué hago? No debía terminar así. Es otro de esos malditos malentendidos. »

    Ese siempre había sido uno de sus problemas. No importaba cómo, siempre terminaba envuelto en algún malentendido con sus compañeros de oficina porque los seguía en silencio. A muchos les parecía raro, otros intentaban verlo como algo equis y nunca faltaba el que terminaba haciendo un alboroto porque "lo estaba siguiendo". Pues claro, los seguía por los pasillos porque no podía gritarles que esperaran por él o que quería preguntarles algo, siempre terminaba caminando detrás de ellos reuniendo la confianza suficiente para tocarles el hombro o un brazo. Pero siempre recibía las mismas miradas de odio o fastidio la primera vez. ¿Qué iba a saber que no a todos les gustaba el contacto físico de esa forma? ¿Qué más podía hacer? ¿Arrojarles bolas de papel o tonterías hasta que decidieran mirarlo? Sí, sí lo había intentado con algunos de sus amigos y aquello le había dado un par de pases directos a la oficina de orientación.

    Nikolay sacudió sus manos en repetidas ocasiones mientras que se ponía a la defensiva. A veces no pasaba solo de una mirada, en otras podía escalar hasta recibir algún insulto o una maldición que lo hacía odiar enormemente al mundo, pero siempre esperaba lo peor: Un golpe o una bofetada. De esas que solían darle sus padres o su hermano mayor para "enderezarlo" y que dejara de actuar como un idiota discapacitado. De inmediato sacó su teléfono, donde comenzó a escribir un par de cosas para mostrarle, al final, el resultado de su bloc de notas.

    « Lo lamento. Solo quería decirte que dejaste caer tu billetera y la levanté. Lo siento, caminas muy rápido. » Una vez que le permitió leer, Niko se palpó los bolsillos del pantalón hasta que sacó aquel objeto. Siempre que revelaba sus intenciones, al seguirlos en silencio insistentemente, parecía que el mundo a su alrededor cambiaba y dejaba de ser un completo extraño, o un acosador quizá. Aunque sonreía, sólo podía pensar en una cosa: Detestaba la hipocresía y la doble cara que le mostraban los demás al verlo con lástima.
    « ¿Y ahora qué hago? No debía terminar así. Es otro de esos malditos malentendidos. » Ese siempre había sido uno de sus problemas. No importaba cómo, siempre terminaba envuelto en algún malentendido con sus compañeros de oficina porque los seguía en silencio. A muchos les parecía raro, otros intentaban verlo como algo equis y nunca faltaba el que terminaba haciendo un alboroto porque "lo estaba siguiendo". Pues claro, los seguía por los pasillos porque no podía gritarles que esperaran por él o que quería preguntarles algo, siempre terminaba caminando detrás de ellos reuniendo la confianza suficiente para tocarles el hombro o un brazo. Pero siempre recibía las mismas miradas de odio o fastidio la primera vez. ¿Qué iba a saber que no a todos les gustaba el contacto físico de esa forma? ¿Qué más podía hacer? ¿Arrojarles bolas de papel o tonterías hasta que decidieran mirarlo? Sí, sí lo había intentado con algunos de sus amigos y aquello le había dado un par de pases directos a la oficina de orientación. Nikolay sacudió sus manos en repetidas ocasiones mientras que se ponía a la defensiva. A veces no pasaba solo de una mirada, en otras podía escalar hasta recibir algún insulto o una maldición que lo hacía odiar enormemente al mundo, pero siempre esperaba lo peor: Un golpe o una bofetada. De esas que solían darle sus padres o su hermano mayor para "enderezarlo" y que dejara de actuar como un idiota discapacitado. De inmediato sacó su teléfono, donde comenzó a escribir un par de cosas para mostrarle, al final, el resultado de su bloc de notas. « Lo lamento. Solo quería decirte que dejaste caer tu billetera y la levanté. Lo siento, caminas muy rápido. » Una vez que le permitió leer, Niko se palpó los bolsillos del pantalón hasta que sacó aquel objeto. Siempre que revelaba sus intenciones, al seguirlos en silencio insistentemente, parecía que el mundo a su alrededor cambiaba y dejaba de ser un completo extraño, o un acosador quizá. Aunque sonreía, sólo podía pensar en una cosa: Detestaba la hipocresía y la doble cara que le mostraban los demás al verlo con lástima.
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  • ¿Cómo es que algo tan simple podía ponerlo de mal humor tan pronto? Solo era un café, realmente no había demasiada ciencia en prepararlo cuando el giro del negocio era justamente ese. Pero, también, Nikolay sabía que era su culpa. Desde el momento en que notó que Jelenna no atendía en el mostrador, debió abandonar ese local para dirigirse a uno donde lograra sentirse en confianza o, cuando menos, no estuviese la única persona que pareciera no comprender que era mudo. No era su culpa no poder hablar y que no entendieran el lenguaje de señas, pero creía que no debían ser tan estúpidos para no entender lo que había señalado en el menú impreso que tenían sobre la barra: Cafe latte. Grande.

    Así que ahora estaba allí, sentado en una mesa con una orden que no era suya mientras que veía por la ventana del establecimiento. ¿Cuándo había sido la última vez que se sintiera tan frustrado? Probablemente la semana pasada, cuando le habían pedido algunas fotos para promocionar una nueva bebida y le insistían, desesperadamente, que participara en el video para redes sociales? De verdad que Nikolay no entendía el afán de las personas por escucharlo hablar. No podía, simplemente era algo que no podía hacer y aún así nunca faltaban los que cuestionaban sus respuestas textuales. "¿Pero cómo es que no puedes?" "Pero, ¿lo has intentado alguna vez?" "Si te esfuerzas seguramente puedes hacerlo".

    Suspiró, harto, y solo el sonido de su teléfono al vibrar insistentemente sobre la mesa había captado su atención. Cuando lo tomó, notó que en la pantalla aparecía la fotografía de una de sus hermanas, de Irina, pero prefirió ignorarla mientras que bajaba aún más el volumen hasta dejarlo en silencio. Luego tomó la taza entre sus manos y miró el contenido. No tenía ese clásico ni precioso dibujo de corazones encima, solo era una aburrida mancha café que le había costado trabajo aclarar con un montón de botecitos de crema. Sopló un poco, luego de acercarsela a la boca e hizo una mueca de desagrado. No era lo que esperaba, pero la pena de repetirle lo que quería una y otra vez era mayor.

    « ¿Es que cada día que pasa la gente se vuelve más tonta? » Aquel pensamiento cruzó su mente, no tuvo reparo ni remordimiento alguno mientras veía como en la barra se hacían un lío con los pedidos. Para todos era fácil hablar, repetir los cinco o seis ingredientes que querían para su orden, el tipo de leche, de grano o de especias, la cantidad de endulzantes y sabores a poner, el tipo de crema, la medida, la cantidad de hielo. Todo podían decirlo libremente y aún así se frustraban porque a su orden le faltaba algo. Si ninguno de ellos pudiera hablar, ¿realmente valorarían más sus tonterías? Niko rodó los ojos, harto del ruido que escuchaba y del pésimo sabor que le había quedado en la boca, seguramente no volvería a ese lugar otra vez si no estaba Jelenna para recibirlo con una sonrisa. « Y yo que pensaba traer a las gemelas. De seguro Irisha habría hecho un escándalo por esto. »
    ¿Cómo es que algo tan simple podía ponerlo de mal humor tan pronto? Solo era un café, realmente no había demasiada ciencia en prepararlo cuando el giro del negocio era justamente ese. Pero, también, Nikolay sabía que era su culpa. Desde el momento en que notó que Jelenna no atendía en el mostrador, debió abandonar ese local para dirigirse a uno donde lograra sentirse en confianza o, cuando menos, no estuviese la única persona que pareciera no comprender que era mudo. No era su culpa no poder hablar y que no entendieran el lenguaje de señas, pero creía que no debían ser tan estúpidos para no entender lo que había señalado en el menú impreso que tenían sobre la barra: Cafe latte. Grande. Así que ahora estaba allí, sentado en una mesa con una orden que no era suya mientras que veía por la ventana del establecimiento. ¿Cuándo había sido la última vez que se sintiera tan frustrado? Probablemente la semana pasada, cuando le habían pedido algunas fotos para promocionar una nueva bebida y le insistían, desesperadamente, que participara en el video para redes sociales? De verdad que Nikolay no entendía el afán de las personas por escucharlo hablar. No podía, simplemente era algo que no podía hacer y aún así nunca faltaban los que cuestionaban sus respuestas textuales. "¿Pero cómo es que no puedes?" "Pero, ¿lo has intentado alguna vez?" "Si te esfuerzas seguramente puedes hacerlo". Suspiró, harto, y solo el sonido de su teléfono al vibrar insistentemente sobre la mesa había captado su atención. Cuando lo tomó, notó que en la pantalla aparecía la fotografía de una de sus hermanas, de Irina, pero prefirió ignorarla mientras que bajaba aún más el volumen hasta dejarlo en silencio. Luego tomó la taza entre sus manos y miró el contenido. No tenía ese clásico ni precioso dibujo de corazones encima, solo era una aburrida mancha café que le había costado trabajo aclarar con un montón de botecitos de crema. Sopló un poco, luego de acercarsela a la boca e hizo una mueca de desagrado. No era lo que esperaba, pero la pena de repetirle lo que quería una y otra vez era mayor. « ¿Es que cada día que pasa la gente se vuelve más tonta? » Aquel pensamiento cruzó su mente, no tuvo reparo ni remordimiento alguno mientras veía como en la barra se hacían un lío con los pedidos. Para todos era fácil hablar, repetir los cinco o seis ingredientes que querían para su orden, el tipo de leche, de grano o de especias, la cantidad de endulzantes y sabores a poner, el tipo de crema, la medida, la cantidad de hielo. Todo podían decirlo libremente y aún así se frustraban porque a su orden le faltaba algo. Si ninguno de ellos pudiera hablar, ¿realmente valorarían más sus tonterías? Niko rodó los ojos, harto del ruido que escuchaba y del pésimo sabor que le había quedado en la boca, seguramente no volvería a ese lugar otra vez si no estaba Jelenna para recibirlo con una sonrisa. « Y yo que pensaba traer a las gemelas. De seguro Irisha habría hecho un escándalo por esto. »
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  • ¡HOY ESTAMOS DE CUMPLEAÑOS!

    ¡HOY CUMPLEN AÑOS CAPITÁN JACK SPARROW y Nikolay Kozlov!
    Seguro que vosotros también os unís a mi para desearles un estupendo y feliz día de cumpleaños

    ¡Pasadlo genial hoy y... que tengáis buen rol y muchos regalos!


    #Personajes3D #3D #Comunidad3D
    ¡HOY ESTAMOS DE CUMPLEAÑOS! 🥳 ¡HOY CUMPLEN AÑOS [H0istthecolours] y [Nikolay1_1]!🧁 Seguro que vosotros también os unís a mi para desearles un estupendo y feliz día de cumpleaños 🎊 ¡Pasadlo genial hoy y... que tengáis buen rol y muchos regalos!🎁 #Personajes3D #3D #Comunidad3D
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  • Entre Flores y Sombras.

    Nikolai caminaba por las calles vacías de la ciudad, con las primeras luces del amanecer filtrándose entre los edificios. El familiar malestar comenzó a instalarse en su cuerpo; no quedaba mucho tiempo antes de que el sol ascendiera por completo. "Maldición...". El lugar más cercano era una pequeña tienda de flores, cuyo letrero gastado apenas se distinguía: Lepus Bloom.

    Sin pensar demasiado, empujó la puerta, que cedió con un tintineo suave. El aroma de flores y hierbas lo envolvió de inmediato, un contraste inusual para alguien que solía evitar lugares tan... vivos. Detrás del mostrador, una figura femenina con cabello blanco como la luna y una mirada imperturbable lo observaba. Sus ojos turquesa se fijaron en él, curiosos, pero sin sorpresa, como si hubiera estado esperando su llegada.

    "Necesito... un lugar donde el sol no me alcance," murmuró Nikolai, casi sin aliento. Sabía que había cometido un error al subestimar la noche, pero ahora no tenía tiempo para arrepentimientos.

    La mujer —Dahlia, según un pequeño cartel— inclinó ligeramente la cabeza, con un aire de serena comprensión. Sin decir una palabra, señaló la puerta trasera de la tienda, una habitación oculta entre las sombras. Parecía un simple trastero, pero para Nikolai, era el único refugio antes de que el día comenzara.

    "Te debes a alguien, ¿verdad?" dijo ella, con una voz suave pero llena de misterio. "Un vampiro nunca llega por accidente."

    Nikolai la miró de reojo, sorprendido por la precisión de sus palabras, pero no tenía tiempo para preguntas. Se adentró en la penumbra, agradecido de que, por una vez, el azar lo hubiera llevado a un lugar seguro... aunque se preguntaba quién, o qué, era realmente esa extraña florista.

    Dahlia
    Entre Flores y Sombras. Nikolai caminaba por las calles vacías de la ciudad, con las primeras luces del amanecer filtrándose entre los edificios. El familiar malestar comenzó a instalarse en su cuerpo; no quedaba mucho tiempo antes de que el sol ascendiera por completo. "Maldición...". El lugar más cercano era una pequeña tienda de flores, cuyo letrero gastado apenas se distinguía: Lepus Bloom. Sin pensar demasiado, empujó la puerta, que cedió con un tintineo suave. El aroma de flores y hierbas lo envolvió de inmediato, un contraste inusual para alguien que solía evitar lugares tan... vivos. Detrás del mostrador, una figura femenina con cabello blanco como la luna y una mirada imperturbable lo observaba. Sus ojos turquesa se fijaron en él, curiosos, pero sin sorpresa, como si hubiera estado esperando su llegada. "Necesito... un lugar donde el sol no me alcance," murmuró Nikolai, casi sin aliento. Sabía que había cometido un error al subestimar la noche, pero ahora no tenía tiempo para arrepentimientos. La mujer —Dahlia, según un pequeño cartel— inclinó ligeramente la cabeza, con un aire de serena comprensión. Sin decir una palabra, señaló la puerta trasera de la tienda, una habitación oculta entre las sombras. Parecía un simple trastero, pero para Nikolai, era el único refugio antes de que el día comenzara. "Te debes a alguien, ¿verdad?" dijo ella, con una voz suave pero llena de misterio. "Un vampiro nunca llega por accidente." Nikolai la miró de reojo, sorprendido por la precisión de sus palabras, pero no tenía tiempo para preguntas. Se adentró en la penumbra, agradecido de que, por una vez, el azar lo hubiera llevado a un lugar seguro... aunque se preguntaba quién, o qué, era realmente esa extraña florista. [Lepus_Constellation]
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  • Nikolai observaba cómo las sombras se alargaban sobre las paredes de su apartamento mientras el sol continuaba su lento recorrido. El fin de semana siempre significaba lo mismo: un encierro forzado, lejos de la luz. No era algo que le molestara en exceso, pero el silencio le daba demasiado tiempo para pensar. Afuera, el mundo seguía girando bajo el sol, mientras él permanecía apartado, esperando la llegada de la noche.

    Dejó el libro que tenía en las manos y se dejó caer sobre el sofá. Sus pensamientos pronto volaron hacia sus hermanos. Vikesh, sin duda, estaría sumergido en algo serio, tal vez revisando documentos importantes o estudiando algún texto antiguo. Siempre meticuloso, siempre calculador. Nikolai sonrió al imaginar el ceño fruncido de Vikesh, totalmente inmerso en sus responsabilidades. Era predecible, pero en cierto modo, eso lo tranquilizaba.

    Ivanov, por otro lado, era una incógnita. Nikolai no tenía idea de qué podría estar haciendo su hermano. Ivanov siempre parecía ir por donde el viento lo llevara. Podría estar en la ciudad, en alguna fiesta clandestina, o tal vez simplemente paseando sin rumbo bajo la luz de las farolas. Era imposible saberlo con certeza, y eso, en cierto modo, lo intrigaba y preocupaba a la vez.

    Suspiró y cerró los ojos, permitiendo que la quietud del apartamento lo envolviera. A pesar de sus diferencias y la distancia que a veces sentía con ellos, el pensamiento de sus hermanos le traía una sensación de consuelo. Pronto, la noche llegaría, y con ella, la libertad que tanto ansiaba. Por ahora, solo quedaba esperar.
    Nikolai observaba cómo las sombras se alargaban sobre las paredes de su apartamento mientras el sol continuaba su lento recorrido. El fin de semana siempre significaba lo mismo: un encierro forzado, lejos de la luz. No era algo que le molestara en exceso, pero el silencio le daba demasiado tiempo para pensar. Afuera, el mundo seguía girando bajo el sol, mientras él permanecía apartado, esperando la llegada de la noche. Dejó el libro que tenía en las manos y se dejó caer sobre el sofá. Sus pensamientos pronto volaron hacia sus hermanos. Vikesh, sin duda, estaría sumergido en algo serio, tal vez revisando documentos importantes o estudiando algún texto antiguo. Siempre meticuloso, siempre calculador. Nikolai sonrió al imaginar el ceño fruncido de Vikesh, totalmente inmerso en sus responsabilidades. Era predecible, pero en cierto modo, eso lo tranquilizaba. Ivanov, por otro lado, era una incógnita. Nikolai no tenía idea de qué podría estar haciendo su hermano. Ivanov siempre parecía ir por donde el viento lo llevara. Podría estar en la ciudad, en alguna fiesta clandestina, o tal vez simplemente paseando sin rumbo bajo la luz de las farolas. Era imposible saberlo con certeza, y eso, en cierto modo, lo intrigaba y preocupaba a la vez. Suspiró y cerró los ojos, permitiendo que la quietud del apartamento lo envolviera. A pesar de sus diferencias y la distancia que a veces sentía con ellos, el pensamiento de sus hermanos le traía una sensación de consuelo. Pronto, la noche llegaría, y con ella, la libertad que tanto ansiaba. Por ahora, solo quedaba esperar.
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  • ¿Puedes dejar de ponerme tontísima? Gracias. Nikolay Kozlov Te quiero mucho, bobo.
    ¿Puedes dejar de ponerme tontísima? Gracias. [Nikolay1_1] Te quiero mucho, bobo.
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  • ¡¡¡ PEKOLANDIA PEKO PEKO !!!
    ¡¡¡ PEKOLANDIA PEKO PEKO !!!
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  • Nikolay Kozlov

    Tus besos siempre son los mejores. 🩶
    [Nikolay1_1] Tus besos siempre son los mejores. 🩶
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