• Las noches espesas de los finales del invierno en una ciudad que para su gusto, era demasiado fría, su vida entera había sido en un lugar donde la mayor parte del año, era muy caluroso, tanto que parecía asfixiar a todo aquel que respiraba ese aire pesado de los manglares en el bayou, pero ahora más que calor cuando respiraba era todo lo contrario, era como miles de pequeños pedazos de hielo que se infiltraban en lo más profundo de los pulmones y que se burlaba de sí mismo como para recordarle que jamás podría congelarle le todo, por más que no usara una bufanda o incluso un cubrebocas, nunca se enfermaría o se congelaría, todo incluso el calor en el bayou no le harían ningún daño y ahora si lo pensaba, ni el sol mismo le hacía daño, entonces porque últimamente sentía que había un vacío que, al parecer nada podía llenar. Aveces se encontraba pensando en su hermana, otras en sus padres y otras más más simplemente parecía no querer salir de la ducha, suponía que no estar con su familia era su razón de sentir ese vacío, pero otras veces creía que era mejor así, no depender de nadie, no dar explicaciones.

    De pronto cuando llegaba a casa, el gato de su hermana lo recibía en la entrada, antes e igual que Lestat, él odiaba a cualquier animal que se le acercaba, eran la razón de alguna de las peleas entre sus padres, por lo que, los detestaba, pero ahora en ese pequeño departamento de Manhattan, el gato Alfonso se restregaba contra su pierna mientras él se agachaba para recogerlo con ambas manos y acariciando lo entre las orejas para tranquilizarlo.

    Era un poco agotador pero tenía toda una vida por delante y ante ese solo pensamiento le provocó una risa, ¿durante cuanto tiempo había pensado así?, no podía recordarlo, pero los últimos cuarenta años habían sido más que solo una experiencia. Un pequeño suspiro inundó sus pulmones, no sabía si se arrepentía de no haber detenido a su hermana o si más bien era culpa al no poder protegerla, justo como cuando eran niños, justo como cuando los habían convertido. Sacudió la cabeza con una mueca de dolor, ya no era un niño pero seguía cometiendo los mismos errores de cuando tenía cinco; bajo al gato y le sirvió un tazón de comida y agua. — Lo siento Alfonso, hay una partida de póquer y hay muchas cosas en juego, pórtate bien.—


    Ahora era el único dueño y anfitrión de ese casino, por lo que debía estar listo para cuando abrieran las puertas, por lo que, se duchó y se alistó con el mismo traje que había llevado los últimos dos años, una camisa blanca perfectamente planchada, unos pantalones negros, chaleco y saco a juego con el pantalón, odiaba las corbatas por lo que solía usar L camisa sin corbata y con un par de botones abiertos. No le gustaba tampoco usar perfume pero era un factor que muchas veces se podía usar como distractor por lo que en algunas ocasiones solía usarlo, solo lo necesario para crear el ambiente perfecto, el cabello bien arreglado, y el Rolex en su muñeca gritaban seriedad, pero al mismo tiempo lo hacían llamativo.
    Una vez que dejo el departamento y llego al casino, con ese paso firme y decidido, con el que siempre se movía entre las multitudes, sonriendo de forma “formal” cada vez que se requería, entró en la sala vip sentándose como uno más de los jugadores. Por un solo momento disfruto como si el vacío dentro de él se desvaneciera y por lo menos por un momento así era, ¿Qué tenía que perder?, aquí no se apostaban cosas materiales, bueno en ocasiones así era, pero nomás que dinero muchas veces se apostaban personas, que para él no eran más que un bien material, claro con algunas excepciones, pero los que realmente importaban jamás los podría en tela de apuesta. Pero normalmente el apostaba tiempo. Su hermana fue la primera en hacer esa clase de apuestas, ella siempre decía que lo que tenían de sobra las “personas” como ellos era el tiempo, por ello, él apostaba siempre tiempo y nunca solía poner reglas, normalmente todos los que llegaban a apostar eran “personas” del “otro mundo” por lo que podían hacer cualquier tipo de trampa, aquí ganaba el que tenía la mejor trampa, pero una vez ganada la apuesta, se debía pagar lo pactado o jamás saldrían del casino. — Bien… espero que puedan pagar este día sus apuestas.— Esto era más emocionante que dirigir los burdeles en el bayou, era más emocionante en general, nunca se sabe cuándo va terminar perdiendo, cuando alguien puede obtener su tiempo.
    Las noches espesas de los finales del invierno en una ciudad que para su gusto, era demasiado fría, su vida entera había sido en un lugar donde la mayor parte del año, era muy caluroso, tanto que parecía asfixiar a todo aquel que respiraba ese aire pesado de los manglares en el bayou, pero ahora más que calor cuando respiraba era todo lo contrario, era como miles de pequeños pedazos de hielo que se infiltraban en lo más profundo de los pulmones y que se burlaba de sí mismo como para recordarle que jamás podría congelarle le todo, por más que no usara una bufanda o incluso un cubrebocas, nunca se enfermaría o se congelaría, todo incluso el calor en el bayou no le harían ningún daño y ahora si lo pensaba, ni el sol mismo le hacía daño, entonces porque últimamente sentía que había un vacío que, al parecer nada podía llenar. Aveces se encontraba pensando en su hermana, otras en sus padres y otras más más simplemente parecía no querer salir de la ducha, suponía que no estar con su familia era su razón de sentir ese vacío, pero otras veces creía que era mejor así, no depender de nadie, no dar explicaciones. De pronto cuando llegaba a casa, el gato de su hermana lo recibía en la entrada, antes e igual que Lestat, él odiaba a cualquier animal que se le acercaba, eran la razón de alguna de las peleas entre sus padres, por lo que, los detestaba, pero ahora en ese pequeño departamento de Manhattan, el gato Alfonso se restregaba contra su pierna mientras él se agachaba para recogerlo con ambas manos y acariciando lo entre las orejas para tranquilizarlo. Era un poco agotador pero tenía toda una vida por delante y ante ese solo pensamiento le provocó una risa, ¿durante cuanto tiempo había pensado así?, no podía recordarlo, pero los últimos cuarenta años habían sido más que solo una experiencia. Un pequeño suspiro inundó sus pulmones, no sabía si se arrepentía de no haber detenido a su hermana o si más bien era culpa al no poder protegerla, justo como cuando eran niños, justo como cuando los habían convertido. Sacudió la cabeza con una mueca de dolor, ya no era un niño pero seguía cometiendo los mismos errores de cuando tenía cinco; bajo al gato y le sirvió un tazón de comida y agua. — Lo siento Alfonso, hay una partida de póquer y hay muchas cosas en juego, pórtate bien.— Ahora era el único dueño y anfitrión de ese casino, por lo que debía estar listo para cuando abrieran las puertas, por lo que, se duchó y se alistó con el mismo traje que había llevado los últimos dos años, una camisa blanca perfectamente planchada, unos pantalones negros, chaleco y saco a juego con el pantalón, odiaba las corbatas por lo que solía usar L camisa sin corbata y con un par de botones abiertos. No le gustaba tampoco usar perfume pero era un factor que muchas veces se podía usar como distractor por lo que en algunas ocasiones solía usarlo, solo lo necesario para crear el ambiente perfecto, el cabello bien arreglado, y el Rolex en su muñeca gritaban seriedad, pero al mismo tiempo lo hacían llamativo. Una vez que dejo el departamento y llego al casino, con ese paso firme y decidido, con el que siempre se movía entre las multitudes, sonriendo de forma “formal” cada vez que se requería, entró en la sala vip sentándose como uno más de los jugadores. Por un solo momento disfruto como si el vacío dentro de él se desvaneciera y por lo menos por un momento así era, ¿Qué tenía que perder?, aquí no se apostaban cosas materiales, bueno en ocasiones así era, pero nomás que dinero muchas veces se apostaban personas, que para él no eran más que un bien material, claro con algunas excepciones, pero los que realmente importaban jamás los podría en tela de apuesta. Pero normalmente el apostaba tiempo. Su hermana fue la primera en hacer esa clase de apuestas, ella siempre decía que lo que tenían de sobra las “personas” como ellos era el tiempo, por ello, él apostaba siempre tiempo y nunca solía poner reglas, normalmente todos los que llegaban a apostar eran “personas” del “otro mundo” por lo que podían hacer cualquier tipo de trampa, aquí ganaba el que tenía la mejor trampa, pero una vez ganada la apuesta, se debía pagar lo pactado o jamás saldrían del casino. — Bien… espero que puedan pagar este día sus apuestas.— Esto era más emocionante que dirigir los burdeles en el bayou, era más emocionante en general, nunca se sabe cuándo va terminar perdiendo, cuando alguien puede obtener su tiempo.
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  • Takeru llevaba horas resistiéndose a descansar. A pesar de las advertencias de los médicos y las miradas preocupadas de sus compañeros, insistía en que aún tenía fuerzas para seguir adelante. Sin embargo, esa tarde algo cambió. Sin decir palabra, accedió finalmente a recostarse en una de las camas de la enfermería, dejando que el peso del agotamiento lo envolviera.

    Los doctores, sorprendidos por su repentino cambio de actitud, no tardaron en preguntarle:

    —¿Qué te hizo cambiar de opinión?

    Takeru desvió la mirada, incapaz de responder. Su mente se llenó de la imagen de aquella persona, la que con una sola frase, con una sola expresión de genuina preocupación, había logrado derribar su terquedad. Su rostro comenzó a arder y, sin quererlo, sus manos se aferraron a las sábanas con nerviosismo.

    —No es nada… —murmuró, evitando el contacto visual.

    Los médicos intercambiaron miradas cómplices pero decidieron no presionarlo más. Después de todo, lo importante era que, por fin, estaba descansando.
    Takeru llevaba horas resistiéndose a descansar. A pesar de las advertencias de los médicos y las miradas preocupadas de sus compañeros, insistía en que aún tenía fuerzas para seguir adelante. Sin embargo, esa tarde algo cambió. Sin decir palabra, accedió finalmente a recostarse en una de las camas de la enfermería, dejando que el peso del agotamiento lo envolviera. Los doctores, sorprendidos por su repentino cambio de actitud, no tardaron en preguntarle: —¿Qué te hizo cambiar de opinión? Takeru desvió la mirada, incapaz de responder. Su mente se llenó de la imagen de aquella persona, la que con una sola frase, con una sola expresión de genuina preocupación, había logrado derribar su terquedad. Su rostro comenzó a arder y, sin quererlo, sus manos se aferraron a las sábanas con nerviosismo. —No es nada… —murmuró, evitando el contacto visual. Los médicos intercambiaron miradas cómplices pero decidieron no presionarlo más. Después de todo, lo importante era que, por fin, estaba descansando.
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  • —Los humanos jamás cambiarán su naturaleza destructiva; es de público conocimiento que destruyen todo lo que tocan, todo lo que rozan —dijo con voz ronca mientras elevaba la botella.

    —Y henos aquí, dispuestos a sacrificar todo con tal de salvar su evolución, de velar por su seguridad y de dejarnos matar por aquellos que nos desprecian —concluyó luego de verter el contenido en la taza.

    El alquimista Alex se encontraba muy lejos de sus aposentos, en la lejana tierra oriental del este, en un pequeño y estrecho lugar apartado de las miradas curiosas que algunos aventureros conocían; era el lugar perfecto para meditar y para encontrar la introspección profunda que el maestro de las artes arcanas tanto estaba necesitando. Su viaje había sido un sinfín de peligros y distracciones, deteniéndose para ayudar a viajeros y mercaderes, luchar contra ominosas criaturas y asesinos de las colinas, incluso algún que otro sicario contratado para eliminarlo; la mayoría de todas ellas siendo solucionadas con acero y sangre de por medio.

    Estaba agotado; su viaje había durado mucho más de lo que se propuso en primer lugar. Aun siendo un mutante ascendido y de poseer una resistencia superior al común denominador de criaturas y seres mágicos, el susodicho aun necesitaba descansar después de intensas jornadas sin dormir o comer…

    Se dijo a sí mismo que no debía pensar en nada ni nadie; debía mantener sus sentidos centrados y agudizados para sus próximas misiones, pero un pequeño viaje al "Templo de los arroyos", el lugar en el cual ahora se encontraba reponiendo energías y descansando su alma, nunca le venía mal.
    —Los humanos jamás cambiarán su naturaleza destructiva; es de público conocimiento que destruyen todo lo que tocan, todo lo que rozan —dijo con voz ronca mientras elevaba la botella. —Y henos aquí, dispuestos a sacrificar todo con tal de salvar su evolución, de velar por su seguridad y de dejarnos matar por aquellos que nos desprecian —concluyó luego de verter el contenido en la taza. El alquimista Alex se encontraba muy lejos de sus aposentos, en la lejana tierra oriental del este, en un pequeño y estrecho lugar apartado de las miradas curiosas que algunos aventureros conocían; era el lugar perfecto para meditar y para encontrar la introspección profunda que el maestro de las artes arcanas tanto estaba necesitando. Su viaje había sido un sinfín de peligros y distracciones, deteniéndose para ayudar a viajeros y mercaderes, luchar contra ominosas criaturas y asesinos de las colinas, incluso algún que otro sicario contratado para eliminarlo; la mayoría de todas ellas siendo solucionadas con acero y sangre de por medio. Estaba agotado; su viaje había durado mucho más de lo que se propuso en primer lugar. Aun siendo un mutante ascendido y de poseer una resistencia superior al común denominador de criaturas y seres mágicos, el susodicho aun necesitaba descansar después de intensas jornadas sin dormir o comer… Se dijo a sí mismo que no debía pensar en nada ni nadie; debía mantener sus sentidos centrados y agudizados para sus próximas misiones, pero un pequeño viaje al "Templo de los arroyos", el lugar en el cual ahora se encontraba reponiendo energías y descansando su alma, nunca le venía mal.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    //Con la de salsa que estoy preparando para la comida de mañana más les vale no dejar ni una gota. Ni la cena me van a quedar ganas de hacerme hoy y encima la cocina se me está quedando hecha una caca
    //Con la de salsa que estoy preparando para la comida de mañana más les vale no dejar ni una gota. Ni la cena me van a quedar ganas de hacerme hoy y encima la cocina se me está quedando hecha una caca 😭
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  • El sol se ocultaba tras el horizonte, dando paso a la noche. Hyeon-Seok, vestido con una bata de seda, se encontraba de pie en el balcón de su penthouse. La ciudad se extendía a sus pies, un mar de luces y edificios que él controlaba con su poder.

    En ese momento, su mente estaba lejos de los negocios. Se encontraba absorto en la contemplación del paisaje urbano, dejando que la tranquilidad del anochecer lo envolviera. En una mano, sostenía una copa de vino tinto.

    Con un movimiento suave, llevó la copa a sus labios y bebió un sorbo del líquido, saboreando cada gota. El vino era de una cosecha especial, un regalo de un socio importante. Hyeon apreciaba los detalles y los gestos de cortesía, aunque no siempre los valorara en su justa medida.

    Un sonido suave interrumpió sus pensamientos. Se giró y vio a su asistente, Min, quien se acercaba con una tableta electrónica en sus manos.

    —Señor, tiene una llamada importante —dijo con voz respetuosa.

    Hyeon asintió y tomó la tableta. La pantalla mostraba el nombre de uno de sus socios en el extranjero.

    —Gracias, Min —dijo Hyeon—. Puedes retirarte.

    Min hizo una reverencia y se marchó, dejando a Hyeon solo en el balcón. Atendió la llamada, su voz volviendo a su tono frío y autoritario.
    El sol se ocultaba tras el horizonte, dando paso a la noche. Hyeon-Seok, vestido con una bata de seda, se encontraba de pie en el balcón de su penthouse. La ciudad se extendía a sus pies, un mar de luces y edificios que él controlaba con su poder. En ese momento, su mente estaba lejos de los negocios. Se encontraba absorto en la contemplación del paisaje urbano, dejando que la tranquilidad del anochecer lo envolviera. En una mano, sostenía una copa de vino tinto. Con un movimiento suave, llevó la copa a sus labios y bebió un sorbo del líquido, saboreando cada gota. El vino era de una cosecha especial, un regalo de un socio importante. Hyeon apreciaba los detalles y los gestos de cortesía, aunque no siempre los valorara en su justa medida. Un sonido suave interrumpió sus pensamientos. Se giró y vio a su asistente, Min, quien se acercaba con una tableta electrónica en sus manos. —Señor, tiene una llamada importante —dijo con voz respetuosa. Hyeon asintió y tomó la tableta. La pantalla mostraba el nombre de uno de sus socios en el extranjero. —Gracias, Min —dijo Hyeon—. Puedes retirarte. Min hizo una reverencia y se marchó, dejando a Hyeon solo en el balcón. Atendió la llamada, su voz volviendo a su tono frío y autoritario.
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  • Necesito quitarme la muletilla de decir a todo
    "Estar muy viejo para eso"
    .....
    Pero honestamente es agotador andar con juegos estúpidos.
    Si o No.
    Sin usar el Tal vez.

    Solo para un rato o para lo que resta de la vida.

    Con o sin Sentimientos.

    Una noche de pasión o Hasta que tengamos hijos.

    -Que no se note que no ha dormido en casi 36 horas-
    Necesito quitarme la muletilla de decir a todo "Estar muy viejo para eso" ..... Pero honestamente es agotador andar con juegos estúpidos. Si o No. Sin usar el Tal vez. Solo para un rato o para lo que resta de la vida. Con o sin Sentimientos. Una noche de pasión o Hasta que tengamos hijos. -Que no se note que no ha dormido en casi 36 horas-
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  • Aquel día llovía de una forma implacable. Derritiendo la nieve residual que se había acumulado días atrás.

    A Kazuo los días así le hacían tener sentimientos encontrados. Antes los odiaba, pues bajo el manto del agua, había vivido uno de los peores momentos de su existencia. Las inocentes gotas abrian unas cicatrices que, a pesar de los siglos, seguían sin sanar, sin dejar de doler. Muerte, desesperación, rabia, tristeza... Un cúmulo de hechos y sentimientos que se agolpaban uno detrás de otro sin dar opción a desconexión.

    Pero entonces; ¿Por qué veía algo de luz en aquellos días sombríos?.

    Era por qué en estos había forjados nuevos recuerdos; Amor, pasión, felicidad plena y real. Unos recuerdos que contrastaban con con otros que parecían pertenecer a otra vida totalmente distinta.

    Este recibida bajo el torrente aquella vorágine de sentimientos. Sus lágrimas eran camufladas por las cristalinas gotas, y sus suspiros enmudecidos por los truenos que reverberaba sin cesar; ahogando cualquier indicio de su mal estar.

    Al zorro seguía sin gustarle los días de lluvia. Pero esto quizás podría cambiar con el paso del tiempo. Ahora, más que nunca, sentía que comenzaba a vivir.
    Aquel día llovía de una forma implacable. Derritiendo la nieve residual que se había acumulado días atrás. A Kazuo los días así le hacían tener sentimientos encontrados. Antes los odiaba, pues bajo el manto del agua, había vivido uno de los peores momentos de su existencia. Las inocentes gotas abrian unas cicatrices que, a pesar de los siglos, seguían sin sanar, sin dejar de doler. Muerte, desesperación, rabia, tristeza... Un cúmulo de hechos y sentimientos que se agolpaban uno detrás de otro sin dar opción a desconexión. Pero entonces; ¿Por qué veía algo de luz en aquellos días sombríos?. Era por qué en estos había forjados nuevos recuerdos; Amor, pasión, felicidad plena y real. Unos recuerdos que contrastaban con con otros que parecían pertenecer a otra vida totalmente distinta. Este recibida bajo el torrente aquella vorágine de sentimientos. Sus lágrimas eran camufladas por las cristalinas gotas, y sus suspiros enmudecidos por los truenos que reverberaba sin cesar; ahogando cualquier indicio de su mal estar. Al zorro seguía sin gustarle los días de lluvia. Pero esto quizás podría cambiar con el paso del tiempo. Ahora, más que nunca, sentía que comenzaba a vivir.
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  • *Preparación para la Tormenta*

    Takeru sabía que esta pelea no se parecería a ninguna de las que había tenido antes. Erick Strauss no era un peleador técnico, ni un infighter puro, ni un counterpuncher. Era algo peor: un boxeador sucio. Golpes ilegales ocultos al ojo del árbitro, empujones, codazos disfrazados de movimientos naturales, clinches eternos que desgastaban la paciencia y la energía del rival. Enfrentar a alguien así era un desafío mental tanto como físico.

    Por eso, su entrenamiento debía ser diferente.

    El gimnasio estaba vacío a esa hora de la noche. Solo se escuchaba el sonido de sus golpes rompiendo el aire. Frente a él, su entrenador vestía un peto acolchonado y unos guantes de foco, pero no solo se limitaba a recibir los golpes. Lo empujaba, le pisaba los pies, le jalaba el brazo después de cada combinación.

    —¡Concéntrate! —rugía su entrenador mientras lo desequilibraba con un empujón sutil.

    Takeru apretó los dientes y lanzó un recto al mentón, pero el entrenador lo atrapó en un clinch antes de que el golpe conectara.

    —¡No basta con ser rápido! ¡Va a tratar de sacarte de tu juego! ¡Necesitas calma!

    Takeru respiró profundo. Golpeó el saco de boxeo, pero cada vez que se acercaba demasiado, su entrenador lo golpeaba con los codos o lo empujaba. Aprendió a no desesperarse, a no morder el anzuelo. A usar su velocidad no solo para atacar, sino para mantener la distancia y esperar el momento adecuado.

    El golpe que había estado perfeccionando para este combate era el golpe sacacorchos, un puñetazo giratorio que sumaba la potencia del cuerpo entero en el impacto. Si podía conectar ese golpe en el momento adecuado, acabaría con la pelea.

    Pero primero tenía que sobrevivir a la tormenta de Strauss.

    *La Pelea: Guerra Psicológica*

    El estadio estaba dividido. Strauss, el inglés de aspecto rudo, con su sonrisa confiada y mirada desafiante, tenía su propio grupo de seguidores. Takeru, con su estilo limpio y elegante, tenía los suyos. Pero el favoritismo no importaba cuando sonaba la campana.

    Desde el primer asalto, la pelea se volvió un desastre.

    Strauss lo empujó con el hombro antes de lanzar su primer golpe. Lo atrapó en un clinch cada vez que intentaba lanzar combinaciones. Usaba la cabeza para rozar su rostro, lo golpeaba con la muñeca en vez del puño, lanzaba ganchos al hígado con el pulgar mal colocado para aumentar el dolor.

    El árbitro advertía, pero nunca lo suficiente.

    Takeru intentó mantener la compostura, pero su precisión comenzó a fallar. Sus jabs no salían con la misma rapidez, su juego de pies se entorpecía porque estaba más enfocado en evitar las trampas que en atacar.

    Rondas pasaron y Strauss no dejaba de sonreír.

    En el sexto asalto, Takeru sintió el cansancio acumulado. Su respiración era más pesada de lo habitual. Strauss seguía fuerte, sucio, implacable.

    Y entonces entendió.

    Si seguía jugando a la defensiva, si seguía permitiendo que Strauss dictara el ritmo de la pelea con su caos, nunca lo vencería.

    Cambió de táctica.

    En el octavo asalto, comenzó a atacar con más ferocidad. Pero no de cualquier manera. Se adelantó a los trucos de Strauss, manteniéndose apenas fuera de alcance. En lugar de pelear con frustración, peleó con paciencia. Esperó la apertura perfecta.

    Y llegó.

    En el décimo asalto, Strauss cometió un error: intentó meter un golpe corto dentro de un clinch, pero Takeru lo anticipó y se zafó antes. Retrocedió medio paso y giró su cuerpo entero.

    El puño derecho viajó en un arco perfecto.

    ¡Golpe tirabuzón directo al mentón!

    Strauss cayó como si alguien le hubiera apagado un interruptor. Su cuerpo golpeó la lona con un estruendo seco. El público se puso de pie.

    El árbitro contó hasta diez.

    ¡Knockout!

    Takeru levantó los brazos, exhausto pero victorioso. Había sido una pelea sucia, larga, agotadora. Pero al final, el boxeo limpio, la paciencia y la técnica habían vencido.

    Strauss nunca volvió a sonreír después de ese golpe.
    *Preparación para la Tormenta* Takeru sabía que esta pelea no se parecería a ninguna de las que había tenido antes. Erick Strauss no era un peleador técnico, ni un infighter puro, ni un counterpuncher. Era algo peor: un boxeador sucio. Golpes ilegales ocultos al ojo del árbitro, empujones, codazos disfrazados de movimientos naturales, clinches eternos que desgastaban la paciencia y la energía del rival. Enfrentar a alguien así era un desafío mental tanto como físico. Por eso, su entrenamiento debía ser diferente. El gimnasio estaba vacío a esa hora de la noche. Solo se escuchaba el sonido de sus golpes rompiendo el aire. Frente a él, su entrenador vestía un peto acolchonado y unos guantes de foco, pero no solo se limitaba a recibir los golpes. Lo empujaba, le pisaba los pies, le jalaba el brazo después de cada combinación. —¡Concéntrate! —rugía su entrenador mientras lo desequilibraba con un empujón sutil. Takeru apretó los dientes y lanzó un recto al mentón, pero el entrenador lo atrapó en un clinch antes de que el golpe conectara. —¡No basta con ser rápido! ¡Va a tratar de sacarte de tu juego! ¡Necesitas calma! Takeru respiró profundo. Golpeó el saco de boxeo, pero cada vez que se acercaba demasiado, su entrenador lo golpeaba con los codos o lo empujaba. Aprendió a no desesperarse, a no morder el anzuelo. A usar su velocidad no solo para atacar, sino para mantener la distancia y esperar el momento adecuado. El golpe que había estado perfeccionando para este combate era el golpe sacacorchos, un puñetazo giratorio que sumaba la potencia del cuerpo entero en el impacto. Si podía conectar ese golpe en el momento adecuado, acabaría con la pelea. Pero primero tenía que sobrevivir a la tormenta de Strauss. *La Pelea: Guerra Psicológica* El estadio estaba dividido. Strauss, el inglés de aspecto rudo, con su sonrisa confiada y mirada desafiante, tenía su propio grupo de seguidores. Takeru, con su estilo limpio y elegante, tenía los suyos. Pero el favoritismo no importaba cuando sonaba la campana. Desde el primer asalto, la pelea se volvió un desastre. Strauss lo empujó con el hombro antes de lanzar su primer golpe. Lo atrapó en un clinch cada vez que intentaba lanzar combinaciones. Usaba la cabeza para rozar su rostro, lo golpeaba con la muñeca en vez del puño, lanzaba ganchos al hígado con el pulgar mal colocado para aumentar el dolor. El árbitro advertía, pero nunca lo suficiente. Takeru intentó mantener la compostura, pero su precisión comenzó a fallar. Sus jabs no salían con la misma rapidez, su juego de pies se entorpecía porque estaba más enfocado en evitar las trampas que en atacar. Rondas pasaron y Strauss no dejaba de sonreír. En el sexto asalto, Takeru sintió el cansancio acumulado. Su respiración era más pesada de lo habitual. Strauss seguía fuerte, sucio, implacable. Y entonces entendió. Si seguía jugando a la defensiva, si seguía permitiendo que Strauss dictara el ritmo de la pelea con su caos, nunca lo vencería. Cambió de táctica. En el octavo asalto, comenzó a atacar con más ferocidad. Pero no de cualquier manera. Se adelantó a los trucos de Strauss, manteniéndose apenas fuera de alcance. En lugar de pelear con frustración, peleó con paciencia. Esperó la apertura perfecta. Y llegó. En el décimo asalto, Strauss cometió un error: intentó meter un golpe corto dentro de un clinch, pero Takeru lo anticipó y se zafó antes. Retrocedió medio paso y giró su cuerpo entero. El puño derecho viajó en un arco perfecto. ¡Golpe tirabuzón directo al mentón! Strauss cayó como si alguien le hubiera apagado un interruptor. Su cuerpo golpeó la lona con un estruendo seco. El público se puso de pie. El árbitro contó hasta diez. ¡Knockout! Takeru levantó los brazos, exhausto pero victorioso. Había sido una pelea sucia, larga, agotadora. Pero al final, el boxeo limpio, la paciencia y la técnica habían vencido. Strauss nunca volvió a sonreír después de ese golpe.
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  • ### **Regreso al Bosque**

    El sonido de los golpes resonaba entre los árboles. Los nudillos de Takeru chocaban contra la corteza de un tronco caído, repitiendo el mismo ritmo una y otra vez. **Izquierda, derecha, gancho. Izquierda, derecha, gancho.**

    Su respiración era controlada, pero cada golpe lo hacía sentir la tensión en sus músculos. **Era así como debía ser.**

    Habían pasado dos meses desde su combate contra James Vulture, y aunque había salido victorioso, no se conformaba. **Había sido una pelea difícil, casi pierde.** Recordaba vívidamente la sensación de su protector bucal saliendo despedido cuando cayó por segunda vez. **Si "X" no hubiera gritado su nombre…**

    Sacudió la cabeza. **No.**

    No iba a quedarse estancado en el pasado. Ahora estaba aquí, de vuelta en su lugar de origen, para mejorar, para volverse más fuerte.

    Respiró hondo y ajustó las vendas en sus manos. **Era momento de seguir.**

    ### **Entrenamiento en la Naturaleza**

    Takeru comenzó con una carrera por el sendero del bosque. Cada paso levantaba pequeñas nubes de polvo y hojas secas. Los árboles pasaban a su alrededor como sombras alargadas, y el canto de los pájaros se mezclaba con su propia respiración.

    Su cuerpo se sentía más ligero, más rápido. La pelea con Vulture le había enseñado lo importante que era mantener la resistencia en los asaltos finales. **No volvería a estar al borde del nocaut.**

    Cuando llegó a un claro, se detuvo y comenzó su entrenamiento de sombras. Sus puños cortaban el aire con precisión, como si enfrentara a un oponente invisible. **Jab, recto, gancho, esquiva.** Su mente recreaba los movimientos de Vulture, sus patrones, su estilo agresivo.

    —No me atraparía dos veces con el mismo golpe… —murmuró entre combinaciones.

    Después de la rutina de sombra, se dirigió al río que atravesaba el bosque. Se quitó la camiseta y se metió al agua, que estaba helada, pero **eso era parte del entrenamiento.** Allí practicó golpes cortos y explosivos, obligando a su cuerpo a trabajar contra la resistencia del agua.

    El frío mordía su piel, pero **la mente debía ser más fuerte que el cuerpo.**

    Cuando terminó, salió del agua y, con el cuerpo aún goteando, se lanzó al suelo para hacer flexiones sobre los nudillos. Cada repetición era una promesa, un compromiso con sí mismo.

    **Uno.**
    **Dos.**
    **Tres.**
    **Cuatro.**

    Cada gota de sudor que caía sobre la tierra le recordaba **por qué estaba ahí.**

    ### **Conversación con Sí Mismo**

    Después de terminar, se sentó sobre una roca, observando el cielo anaranjado. Sentía el cuerpo cansado, pero en su mente había claridad.

    —Estoy avanzando —dijo en voz baja.

    Recordó su versión de hace años, cuando entrenaba en este mismo bosque sin saber hasta dónde podría llegar. **Ahora, estaba en la ruta hacia el título mundial.**

    Pensó en su entrenador, en los sacrificios que había hecho para guiarlo. Pensó en "X", en cómo había estado a su lado durante todo este camino. **Fue su voz la que lo hizo levantarse cuando estaba al borde de la derrota.**

    —No puedo fallarles —susurró.

    Se puso de pie, sintiendo una nueva oleada de determinación recorrer su cuerpo. **No iba a detenerse.** Había vencido a Vulture, pero eso era solo el principio.

    Cerró los puños y miró hacia adelante.

    —Voy por el título mundial.

    Con esa última declaración, Takeru volvió a moverse. No había tiempo que perder.
    ### **Regreso al Bosque** El sonido de los golpes resonaba entre los árboles. Los nudillos de Takeru chocaban contra la corteza de un tronco caído, repitiendo el mismo ritmo una y otra vez. **Izquierda, derecha, gancho. Izquierda, derecha, gancho.** Su respiración era controlada, pero cada golpe lo hacía sentir la tensión en sus músculos. **Era así como debía ser.** Habían pasado dos meses desde su combate contra James Vulture, y aunque había salido victorioso, no se conformaba. **Había sido una pelea difícil, casi pierde.** Recordaba vívidamente la sensación de su protector bucal saliendo despedido cuando cayó por segunda vez. **Si "X" no hubiera gritado su nombre…** Sacudió la cabeza. **No.** No iba a quedarse estancado en el pasado. Ahora estaba aquí, de vuelta en su lugar de origen, para mejorar, para volverse más fuerte. Respiró hondo y ajustó las vendas en sus manos. **Era momento de seguir.** ### **Entrenamiento en la Naturaleza** Takeru comenzó con una carrera por el sendero del bosque. Cada paso levantaba pequeñas nubes de polvo y hojas secas. Los árboles pasaban a su alrededor como sombras alargadas, y el canto de los pájaros se mezclaba con su propia respiración. Su cuerpo se sentía más ligero, más rápido. La pelea con Vulture le había enseñado lo importante que era mantener la resistencia en los asaltos finales. **No volvería a estar al borde del nocaut.** Cuando llegó a un claro, se detuvo y comenzó su entrenamiento de sombras. Sus puños cortaban el aire con precisión, como si enfrentara a un oponente invisible. **Jab, recto, gancho, esquiva.** Su mente recreaba los movimientos de Vulture, sus patrones, su estilo agresivo. —No me atraparía dos veces con el mismo golpe… —murmuró entre combinaciones. Después de la rutina de sombra, se dirigió al río que atravesaba el bosque. Se quitó la camiseta y se metió al agua, que estaba helada, pero **eso era parte del entrenamiento.** Allí practicó golpes cortos y explosivos, obligando a su cuerpo a trabajar contra la resistencia del agua. El frío mordía su piel, pero **la mente debía ser más fuerte que el cuerpo.** Cuando terminó, salió del agua y, con el cuerpo aún goteando, se lanzó al suelo para hacer flexiones sobre los nudillos. Cada repetición era una promesa, un compromiso con sí mismo. **Uno.** **Dos.** **Tres.** **Cuatro.** Cada gota de sudor que caía sobre la tierra le recordaba **por qué estaba ahí.** ### **Conversación con Sí Mismo** Después de terminar, se sentó sobre una roca, observando el cielo anaranjado. Sentía el cuerpo cansado, pero en su mente había claridad. —Estoy avanzando —dijo en voz baja. Recordó su versión de hace años, cuando entrenaba en este mismo bosque sin saber hasta dónde podría llegar. **Ahora, estaba en la ruta hacia el título mundial.** Pensó en su entrenador, en los sacrificios que había hecho para guiarlo. Pensó en "X", en cómo había estado a su lado durante todo este camino. **Fue su voz la que lo hizo levantarse cuando estaba al borde de la derrota.** —No puedo fallarles —susurró. Se puso de pie, sintiendo una nueva oleada de determinación recorrer su cuerpo. **No iba a detenerse.** Había vencido a Vulture, pero eso era solo el principio. Cerró los puños y miró hacia adelante. —Voy por el título mundial. Con esa última declaración, Takeru volvió a moverse. No había tiempo que perder.
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  • — You better not ever go to cell block one
    To any— that talk to him and they in love
    Just make sure you hide your lil' sister from him
    They tell me Chubbs the only one that get your hand-me-downs
    Party at the party playin' with his nose now
    Baka got a weird case, why is he around?
    Certified Lover Boy? Certified— (Christ)
    (Wop, wop, wop, wop, wop) I'm on 'em tough
    (Wop, wop, wop, wop, wop) I'ma do my stuff
    Why you trollin' like a—? Ain't you tired?
    Tryna strike a chord and it's probably A minor.—
    — You better not ever go to cell block one To any— that talk to him and they in love Just make sure you hide your lil' sister from him They tell me Chubbs the only one that get your hand-me-downs Party at the party playin' with his nose now Baka got a weird case, why is he around? Certified Lover Boy? Certified— (Christ) (Wop, wop, wop, wop, wop) I'm on 'em tough (Wop, wop, wop, wop, wop) I'ma do my stuff Why you trollin' like a—? Ain't you tired? Tryna strike a chord and it's probably A minor.—
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