• Aunque te pienso y te extraño no te pienso buscar ángel caído mi error fue pensar que te fijarias en una híbrida como yo
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    Y de nuevo este es mi mood, cuando me sienta asi fijare esta publicacion porque obvio no me desahogare con lo que me pasa, para ello tengo una amiga Nemo Nemo (Perdon amiga por usarte TT)
    Y de nuevo este es mi mood, cuando me sienta asi fijare esta publicacion porque obvio no me desahogare con lo que me pasa, para ello tengo una amiga [Fourththroneguardian71] (Perdon amiga por usarte TT)
    Y... por otro lado... si no quieren leer esto pasenlo porque desahogare mis ganas... Deseo tanto matar a alguien con mis propias manos, quitarle el corazon, quemarlo, hacerlo pedacitos con mi espada, y darselo a los demonios para que desaparezca, deseo tanto eso, porque en este momento mi cabeza esta echando humo
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  • "Descanso Pendiente".

    El sonido del reloj de pared marcaba un ritmo monótono en la habitación de Carmina. Cada tic-tac parecía burlarse de su agotamiento, recordándole que la vida seguía, aunque su cuerpo solo pidiera descanso. Estaba acostada boca arriba en su cama, los pies aún colgando del borde, demasiado cansada para hacer el esfuerzo de acomodarse bien.

    La temporada alta en la tienda había sido brutal. Clientes entrando y saliendo sin descanso, estanterías que apenas tenía tiempo de reabastecer antes de que volvieran a quedar vacías, noches en las que caía rendida en la cama sin siquiera cambiarse de ropa. Lucia le decía que debía tomarse las cosas con más calma, que no todo tenía que hacerlo ella sola, pero Carmina solo respondía con una sonrisa cansada y un "Tranquila, nonna, puedo con esto."

    Ahora, tumbada en su habitación, sentía que ya no podía con nada.

    Giró la cabeza hacia la puerta, escuchando los sonidos familiares de su abuela en la cocina. Seguramente estaba preparando algo caliente, como siempre hacía cuando veía a Carmina agotada. Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios. Su nonna siempre sabía cómo cuidarla, incluso cuando ella misma olvidaba hacerlo.

    Sus ojos recorrieron el techo, y luego se fijaron en su maleta empolvada en un rincón. ¿Hace cuánto que no la usaba? Mucho. Demasiado.

    —Necesito vacaciones —murmuró para sí misma.

    Tal vez un viaje corto, un par de días lejos de la tienda, lejos de las preocupaciones. Un pueblito costero, un lugar donde el único ruido fuera el de las olas y no el de la caja registradora.

    Su cuerpo protestó cuando intentó moverse, así que se rindió y cerró los ojos. Mañana lo pensaría con más calma. Mañana hablaría con Lucia. Mañana… mañana haría algo al respecto.

    Pero por ahora, solo quería quedarse ahí, en silencio, disfrutando del único lujo que podía permitirse esta noche: un respiro.
    "Descanso Pendiente". El sonido del reloj de pared marcaba un ritmo monótono en la habitación de Carmina. Cada tic-tac parecía burlarse de su agotamiento, recordándole que la vida seguía, aunque su cuerpo solo pidiera descanso. Estaba acostada boca arriba en su cama, los pies aún colgando del borde, demasiado cansada para hacer el esfuerzo de acomodarse bien. La temporada alta en la tienda había sido brutal. Clientes entrando y saliendo sin descanso, estanterías que apenas tenía tiempo de reabastecer antes de que volvieran a quedar vacías, noches en las que caía rendida en la cama sin siquiera cambiarse de ropa. Lucia le decía que debía tomarse las cosas con más calma, que no todo tenía que hacerlo ella sola, pero Carmina solo respondía con una sonrisa cansada y un "Tranquila, nonna, puedo con esto." Ahora, tumbada en su habitación, sentía que ya no podía con nada. Giró la cabeza hacia la puerta, escuchando los sonidos familiares de su abuela en la cocina. Seguramente estaba preparando algo caliente, como siempre hacía cuando veía a Carmina agotada. Una pequeña sonrisa se dibujó en sus labios. Su nonna siempre sabía cómo cuidarla, incluso cuando ella misma olvidaba hacerlo. Sus ojos recorrieron el techo, y luego se fijaron en su maleta empolvada en un rincón. ¿Hace cuánto que no la usaba? Mucho. Demasiado. —Necesito vacaciones —murmuró para sí misma. Tal vez un viaje corto, un par de días lejos de la tienda, lejos de las preocupaciones. Un pueblito costero, un lugar donde el único ruido fuera el de las olas y no el de la caja registradora. Su cuerpo protestó cuando intentó moverse, así que se rindió y cerró los ojos. Mañana lo pensaría con más calma. Mañana hablaría con Lucia. Mañana… mañana haría algo al respecto. Pero por ahora, solo quería quedarse ahí, en silencio, disfrutando del único lujo que podía permitirse esta noche: un respiro.
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  • Tener un poco de tiempo para si mismo no es un problema, solo unos minutos, solo unas horas y cada amigo cercano desaparece de la vista, como la neblina junto al río al amanecer, como la espuma luego de un tiempo, muy lentamente, su vitalidad desciende hasta solo quedar un tenue recuerdo de su vida, bien o mal vivida, es un suspiro de lo que nunca se puede experimentar en la carne de un inmortal. Aceptarlo fue fácil, una o dos décadas bastan para entender que los rasgos distintivos y habilidades misteriosas son sinónimo de larga vida  '¡Que gran regalo! Uno que brindan los cielos' pero la realidad es mas cruel y dolorosa de la que los celestiales quisieran siquiera proveer '¡Demonio de las profundidades!' Las palabras correctas para describir a un brujo, mitad de algo, mitad del demonio, mayor o menor no quita ser descendencia de un ser de entre las dimensiones. Vaya soledad, es pesada, triste, sin fin, ojalá termine pronto, ojalá no termine nunca... que perdido puede encontrarse uno con tantas personas vivas alrededor para aferrarse y perderse, fijarse a la tierra, observando el tiempo pasar.
    Tener un poco de tiempo para si mismo no es un problema, solo unos minutos, solo unas horas y cada amigo cercano desaparece de la vista, como la neblina junto al río al amanecer, como la espuma luego de un tiempo, muy lentamente, su vitalidad desciende hasta solo quedar un tenue recuerdo de su vida, bien o mal vivida, es un suspiro de lo que nunca se puede experimentar en la carne de un inmortal. Aceptarlo fue fácil, una o dos décadas bastan para entender que los rasgos distintivos y habilidades misteriosas son sinónimo de larga vida  '¡Que gran regalo! Uno que brindan los cielos' pero la realidad es mas cruel y dolorosa de la que los celestiales quisieran siquiera proveer '¡Demonio de las profundidades!' Las palabras correctas para describir a un brujo, mitad de algo, mitad del demonio, mayor o menor no quita ser descendencia de un ser de entre las dimensiones. Vaya soledad, es pesada, triste, sin fin, ojalá termine pronto, ojalá no termine nunca... que perdido puede encontrarse uno con tantas personas vivas alrededor para aferrarse y perderse, fijarse a la tierra, observando el tiempo pasar.
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  • ⋆Cerrado⋆ | The Death of Icarus by Alexandre Cabanel

    El museo estaba en silencio. Un contraste brutal en comparación al mundo exterior. Bobby recorrió despacio los pasillos amplios, saltando de una pieza de arte a otra. Ahí fue cuando sus ojos se fijaron en una pintura. Su primera impresión era la de un ángel caído pero al acercarse, la placa leía: La muerte de Ícaro de Alexandre Cabanel.

    —Ícaro... —Se dijo a sí mismo volviendo la mirada hacia la pintura. Ese que había volado demasiado cerca al sol y había terminado con las alas derretidas.

    El cuerpo del joven derrotado y el rostro triste enterrado en la arena le provocó un nudo en la garganta. Se sintió identificado. ¡Oh, la magia del arte y la forma en la que te habla! Sentía que era como ver una versión antigua de sí mismo... vieja y trágica. Como Ícaro, ahora se daba cuenta de que él también había sido ambicioso y no le salió bien.

    Bobby se quedó parado con las manos en los bolsillos y los dientes apretados. inmóvil. No podía despegar la mirada del cuadro pero entonces hubo un pensamiento sorpresivamente liberador: no recordaba cómo terminaba la historia de Ícaro y sus alas de cera, ¿había vivido o se lo habían llevado las olas del mar que veía en la pieza?

    Apartó la mirada con disgusto pero con la certeza de que no sería cómo Ícaro nuevamente. Alzaría el vuelo otra vez pero con alas reales, esta vez no se quemaría y de eso se iba a asegurar. Se sacudió todas esas ideas de la cabeza y siguió su camino. No le había gustado ese cuadro.
    ⋆Cerrado⋆ | The Death of Icarus by Alexandre Cabanel El museo estaba en silencio. Un contraste brutal en comparación al mundo exterior. Bobby recorrió despacio los pasillos amplios, saltando de una pieza de arte a otra. Ahí fue cuando sus ojos se fijaron en una pintura. Su primera impresión era la de un ángel caído pero al acercarse, la placa leía: La muerte de Ícaro de Alexandre Cabanel. —Ícaro... —Se dijo a sí mismo volviendo la mirada hacia la pintura. Ese que había volado demasiado cerca al sol y había terminado con las alas derretidas. El cuerpo del joven derrotado y el rostro triste enterrado en la arena le provocó un nudo en la garganta. Se sintió identificado. ¡Oh, la magia del arte y la forma en la que te habla! Sentía que era como ver una versión antigua de sí mismo... vieja y trágica. Como Ícaro, ahora se daba cuenta de que él también había sido ambicioso y no le salió bien. Bobby se quedó parado con las manos en los bolsillos y los dientes apretados. inmóvil. No podía despegar la mirada del cuadro pero entonces hubo un pensamiento sorpresivamente liberador: no recordaba cómo terminaba la historia de Ícaro y sus alas de cera, ¿había vivido o se lo habían llevado las olas del mar que veía en la pieza? Apartó la mirada con disgusto pero con la certeza de que no sería cómo Ícaro nuevamente. Alzaría el vuelo otra vez pero con alas reales, esta vez no se quemaría y de eso se iba a asegurar. Se sacudió todas esas ideas de la cabeza y siguió su camino. No le había gustado ese cuadro.
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  • La noche se extendía sobre el mundo como un manto rasgado, sus hilos de plata temblando entre las copas de los árboles. A lo lejos, los cuervos trazaban sombras en el cielo, pero su voz se apagaba aquí, donde solo la brisa y el crujir de las hojas susurraban secretos olvidados.

    Me detuve en el claro, sintiendo la humedad de la tierra bajo mis pies. El humo que escapaba de mi máscara se mezclaba con la niebla que reptaba sobre el suelo, enredándose en las raíces y en los troncos retorcidos de los árboles centenarios. Cerré los ojos un instante. El silencio tenía peso aquí. Y en ese silencio, escuché el deslizamiento casi imperceptible sobre la hojarasca.

    Ahí estaba ella.

    Emergió de la penumbra como un hilo de sombra líquida, su cuerpo ondulando con una gracia inhumana. Su piel era oscura y brillante como la obsidiana, y sus ojos, dos esferas de ámbar incandescente, se fijaron en mí con una calma absoluta. No hubo miedo en su mirada, solo un entendimiento antiguo, profundo.

    —Te esperaba. —Murmuré, aunque no supe por qué.

    La serpiente alzó la cabeza, su lengua hendida probando el aire. Parecía saber algo que yo aún no comprendía.

    —Vienes de lejos. —Dije, observando la cicatriz pálida que surcaba su lomo, una herida vieja, sanada con el tiempo pero nunca olvidada.

    Ella no respondió, pero no necesitaba hacerlo. La historia estaba en su piel, en la forma en que su cuerpo se movía con cautela, en la manera en que su mirada no titubeaba. Había sobrevivido a algo. A alguien.

    La entendí.

    Porque yo también había sido herida. Yo también había deslizado mi cuerpo por la noche, lejos de manos que intentaban atraparme, de cuchillas que buscaban partirme en dos. Yo también había aprendido a moverse en la penumbra, a esperar el momento exacto para morder.

    Un cuervo graznó en la distancia. La serpiente parpadeó lentamente y, con la misma quietud con la que había llegado, comenzó a alejarse.

    —No... —Quise decir. Quédate. Enséñame qué hacer con las cicatrices. Enséñame a recordar sin convertirme en lo que me hirió.

    Pero las serpientes no enseñan con palabras. Enseñan con su existencia, con la forma en que continúan deslizándose, con la certeza de que la piel rota se abandona y una nueva emerge en su lugar.

    La observé desaparecer entre las raíces, su silueta fundiéndose con la tierra.
    La noche se extendía sobre el mundo como un manto rasgado, sus hilos de plata temblando entre las copas de los árboles. A lo lejos, los cuervos trazaban sombras en el cielo, pero su voz se apagaba aquí, donde solo la brisa y el crujir de las hojas susurraban secretos olvidados. Me detuve en el claro, sintiendo la humedad de la tierra bajo mis pies. El humo que escapaba de mi máscara se mezclaba con la niebla que reptaba sobre el suelo, enredándose en las raíces y en los troncos retorcidos de los árboles centenarios. Cerré los ojos un instante. El silencio tenía peso aquí. Y en ese silencio, escuché el deslizamiento casi imperceptible sobre la hojarasca. Ahí estaba ella. Emergió de la penumbra como un hilo de sombra líquida, su cuerpo ondulando con una gracia inhumana. Su piel era oscura y brillante como la obsidiana, y sus ojos, dos esferas de ámbar incandescente, se fijaron en mí con una calma absoluta. No hubo miedo en su mirada, solo un entendimiento antiguo, profundo. —Te esperaba. —Murmuré, aunque no supe por qué. La serpiente alzó la cabeza, su lengua hendida probando el aire. Parecía saber algo que yo aún no comprendía. —Vienes de lejos. —Dije, observando la cicatriz pálida que surcaba su lomo, una herida vieja, sanada con el tiempo pero nunca olvidada. Ella no respondió, pero no necesitaba hacerlo. La historia estaba en su piel, en la forma en que su cuerpo se movía con cautela, en la manera en que su mirada no titubeaba. Había sobrevivido a algo. A alguien. La entendí. Porque yo también había sido herida. Yo también había deslizado mi cuerpo por la noche, lejos de manos que intentaban atraparme, de cuchillas que buscaban partirme en dos. Yo también había aprendido a moverse en la penumbra, a esperar el momento exacto para morder. Un cuervo graznó en la distancia. La serpiente parpadeó lentamente y, con la misma quietud con la que había llegado, comenzó a alejarse. —No... —Quise decir. Quédate. Enséñame qué hacer con las cicatrices. Enséñame a recordar sin convertirme en lo que me hirió. Pero las serpientes no enseñan con palabras. Enseñan con su existencia, con la forma en que continúan deslizándose, con la certeza de que la piel rota se abandona y una nueva emerge en su lugar. La observé desaparecer entre las raíces, su silueta fundiéndose con la tierra.
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    // jejeje ahora es que entiendo que solo puedo fijar una cosa
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  • Sus ojos, brasas ardientes, se fijaron en los contrarios con una intensidad que hacía que el aire pareciera más pesado. Su voz, grave y pausada, resuena en el vacío, como un eco que se niega a desaparecer.

    —Tu camino se bifurca aquí, y el peso de tu decisión definirá más de lo que crees. No pretendas elegir sin comprender lo que implica cada paso.

    Extendió una mano enguantada hacia la derecha, el humo gris que emanaba de su figura apuntando con intención.

    —Toma el primer sendero, y hallarás certeza. Es una elección segura, cómoda… Pero limitada. Allí, hallarás lo que buscas, pero no más. No te desafiará ni te cambiará.

    Su otra mano se elevó lentamente, indicando el camino opuesto, donde las sombras parecían retorcerse con vida propia.

    —El segundo sendero… Es incierto, impredecible. Puede que encuentres más de lo que esperas… O nada en absoluto. Es un riesgo que pocos se atreven a tomar, pues exige una valentía que no todos poseen.

    Inclinó la cabeza ligeramente, su máscara reflejando una pálida luz. Su tono se suavizó apenas, aunque su gravedad permanecía intacta.

    —Ambos caminos están abiertos, pero no esperes volver atrás una vez que decidas. Ahora, dime… ¿Arriesgarias lo que eres por lo que podrías llegar a ser, o te contentarias con la seguridad de lo que conoces?

    Y entonces, guardó silencio, observando con esos ojos ardientes que parecían expectantes de una respuesta.
    Sus ojos, brasas ardientes, se fijaron en los contrarios con una intensidad que hacía que el aire pareciera más pesado. Su voz, grave y pausada, resuena en el vacío, como un eco que se niega a desaparecer. —Tu camino se bifurca aquí, y el peso de tu decisión definirá más de lo que crees. No pretendas elegir sin comprender lo que implica cada paso. Extendió una mano enguantada hacia la derecha, el humo gris que emanaba de su figura apuntando con intención. —Toma el primer sendero, y hallarás certeza. Es una elección segura, cómoda… Pero limitada. Allí, hallarás lo que buscas, pero no más. No te desafiará ni te cambiará. Su otra mano se elevó lentamente, indicando el camino opuesto, donde las sombras parecían retorcerse con vida propia. —El segundo sendero… Es incierto, impredecible. Puede que encuentres más de lo que esperas… O nada en absoluto. Es un riesgo que pocos se atreven a tomar, pues exige una valentía que no todos poseen. Inclinó la cabeza ligeramente, su máscara reflejando una pálida luz. Su tono se suavizó apenas, aunque su gravedad permanecía intacta. —Ambos caminos están abiertos, pero no esperes volver atrás una vez que decidas. Ahora, dime… ¿Arriesgarias lo que eres por lo que podrías llegar a ser, o te contentarias con la seguridad de lo que conoces? Y entonces, guardó silencio, observando con esos ojos ardientes que parecían expectantes de una respuesta.
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  • "𝕽𝖊𝖈𝖚𝖊𝖗𝖉𝖔𝖘 𝖉𝖊 𝖚𝖓 𝖅𝖔𝖗𝖗𝖔" (Recuerdos pasados de Kazuo).

    La primera vez que Kazuo acompañó a sus padres al poblado más cercano para comerciar con sus cultivos, se convirtió en un auténtico espectáculo para quienes lo veían.
    Era hermoso... una belleza casi irreal, etérea. Era imposible no fijarse en él y en sus deslumbrantes ojos lapislázuli, algo totalmente fuera de lo común. Por suerte, habían conseguido teñir su cabello lo suficientemente bien como para que no luciera del color de la luna. Eso sí que habría sido demasiado llamativo.

    Cuando los Aihara eran interrogados sobre la procedencia del joven apuesto que les acompañaba, respondían que era el hijo de una prima, cuyos padres habían fallecido en la cruel guerra. Habían decidido acogerlo como propio. Kazuo permanecía en silencio; sus padres sabían lo que hacían. Su mutismo era justificado por su madre como una muestra de timidez, resultado de las penurias sufridas durante la guerra. Lo que nadie sabía era que Kazuo aún no dominaba del todo el idioma humano, y por eso prefería callar.

    No era un niño, y su llegada no pasó desapercibida. Mientras los Aihara vendían sus productos, no dejaban de llegar jóvenes en edad de casarse, acompañadas de sus madres. Estas se demoraban en la compra, buscando cualquier excusa para preguntar por el estado civil del joven. Las muchachas, ocultas tras abanicos, lanzaban miradas seductoras con fingida timidez, mientras Kazuo, avergonzado por tanta atención, desviaba la mirada. Parecía no importar que los Aihara no tuvieran un gran estatus social; la belleza de Kazuo era suficiente para que incluso familias de alta alcurnia mostraran interés.

    Sin embargo, para sorpresa de todos, sus padres no se aprovechaban de la situación. No presionaban a Kazuo en absoluto. Eran humildes y, aun así, no buscaban escalar posiciones sociales. Eran felices con su vida actual.

    Para Aihara Reina, la madre de Kazuo, él era un regalo de los dioses. Una bendición para su familia. Al igual que con sus otros dos hijos, solo deseaba su felicidad. No pensaba usar la belleza del joven como moneda de cambio para obtener beneficios. Tenía claro que el futuro de Kazuo sería decidido únicamente por él.

    Aquellas visitas al poblado ayudaron al joven zorro a entender más sobre la sociedad que lo rodeaba. Observando, aprendió a convivir, hablar, comportarse con propiedad y mostrar respeto. Pronto fue capaz de atender con soltura el puesto donde sus padres vendían las cosechas de su pequeño campo, convirtiéndose en la atracción principal del mercado. Todo el mundo quería ver al joven bendecido con los ojos del color del cielo.
    "𝕽𝖊𝖈𝖚𝖊𝖗𝖉𝖔𝖘 𝖉𝖊 𝖚𝖓 𝖅𝖔𝖗𝖗𝖔" (Recuerdos pasados de Kazuo). La primera vez que Kazuo acompañó a sus padres al poblado más cercano para comerciar con sus cultivos, se convirtió en un auténtico espectáculo para quienes lo veían. Era hermoso... una belleza casi irreal, etérea. Era imposible no fijarse en él y en sus deslumbrantes ojos lapislázuli, algo totalmente fuera de lo común. Por suerte, habían conseguido teñir su cabello lo suficientemente bien como para que no luciera del color de la luna. Eso sí que habría sido demasiado llamativo. Cuando los Aihara eran interrogados sobre la procedencia del joven apuesto que les acompañaba, respondían que era el hijo de una prima, cuyos padres habían fallecido en la cruel guerra. Habían decidido acogerlo como propio. Kazuo permanecía en silencio; sus padres sabían lo que hacían. Su mutismo era justificado por su madre como una muestra de timidez, resultado de las penurias sufridas durante la guerra. Lo que nadie sabía era que Kazuo aún no dominaba del todo el idioma humano, y por eso prefería callar. No era un niño, y su llegada no pasó desapercibida. Mientras los Aihara vendían sus productos, no dejaban de llegar jóvenes en edad de casarse, acompañadas de sus madres. Estas se demoraban en la compra, buscando cualquier excusa para preguntar por el estado civil del joven. Las muchachas, ocultas tras abanicos, lanzaban miradas seductoras con fingida timidez, mientras Kazuo, avergonzado por tanta atención, desviaba la mirada. Parecía no importar que los Aihara no tuvieran un gran estatus social; la belleza de Kazuo era suficiente para que incluso familias de alta alcurnia mostraran interés. Sin embargo, para sorpresa de todos, sus padres no se aprovechaban de la situación. No presionaban a Kazuo en absoluto. Eran humildes y, aun así, no buscaban escalar posiciones sociales. Eran felices con su vida actual. Para Aihara Reina, la madre de Kazuo, él era un regalo de los dioses. Una bendición para su familia. Al igual que con sus otros dos hijos, solo deseaba su felicidad. No pensaba usar la belleza del joven como moneda de cambio para obtener beneficios. Tenía claro que el futuro de Kazuo sería decidido únicamente por él. Aquellas visitas al poblado ayudaron al joven zorro a entender más sobre la sociedad que lo rodeaba. Observando, aprendió a convivir, hablar, comportarse con propiedad y mostrar respeto. Pronto fue capaz de atender con soltura el puesto donde sus padres vendían las cosechas de su pequeño campo, convirtiéndose en la atracción principal del mercado. Todo el mundo quería ver al joven bendecido con los ojos del color del cielo.
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  • (riddle un médico? Wao)
    A ver tengo que fijarme intente respirar normal
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