Haneul acababa de terminar su jornada en la galería sensorial donde trabajaba como performer, una sesión intensa pero gratificante que lo había dejado con esa mezcla particular de cansancio físico y claridad emocional que solo sentía cuando lograba conectar con alguien a través del arte.
Ya cambiándose en el vestidor, con la chaqueta doblada sobre el antebrazo, salió del centro cultural y se dejó envolver por el aire cálido de la tarde. Había tenido en mente una idea todo el día, pero decidió esperar a estar fuera, con el ruido vivo de la ciudad a su alrededor, antes de actuar.
Sacó el móvil, deslizó hasta el contacto recién guardado y llamó. Cuando escuchó la voz de Lia, sonrió sin darse cuenta.
—Hola Lia, soy Haneul!
Le dijo, con naturalidad
— Espero que no te moleste que te llame… solo pensé que, si estás libre esta tarde, podría cumplir mi promesa.
Hizo una pausa breve mientras caminaba por la acera iluminada por el atardecer.
—Como recién llegada a mi ciudad, yo me ofrecí como guía no oficial, ¿recuerdas? Nada formal, solo pensé en llevarte a conocer uno de esos rincones tranquilos de Seúl que no aparecen en los mapas para turistas. Nada extravagante. Solo un paseo, una bebida, una buena vista... sin presiones.
Su tono era amistoso, relajado, sin segundas intenciones.
—Una excusa para compartir un rato agradable y darte la bienvenida de verdad a esta ciudad. Si te apetece, claro.
Se detuvo frente a una parada de autobús vacía y miró el cielo.
—Y si no puedes hoy, no pasa nada. Habrá más momentos y más rincones que mostrarte. Lo importante es que sepas que aquí tienes a alguien que quiere hacerte sentir un poco más en casa.
Y se quedó esperando su respuesta, con la sencillez de quien no necesita adornar una invitación sincera.
Haneul acababa de terminar su jornada en la galería sensorial donde trabajaba como performer, una sesión intensa pero gratificante que lo había dejado con esa mezcla particular de cansancio físico y claridad emocional que solo sentía cuando lograba conectar con alguien a través del arte.
Ya cambiándose en el vestidor, con la chaqueta doblada sobre el antebrazo, salió del centro cultural y se dejó envolver por el aire cálido de la tarde. Había tenido en mente una idea todo el día, pero decidió esperar a estar fuera, con el ruido vivo de la ciudad a su alrededor, antes de actuar.
Sacó el móvil, deslizó hasta el contacto recién guardado y llamó. Cuando escuchó la voz de Lia, sonrió sin darse cuenta.
—Hola Lia, soy Haneul!
Le dijo, con naturalidad
— Espero que no te moleste que te llame… solo pensé que, si estás libre esta tarde, podría cumplir mi promesa.
Hizo una pausa breve mientras caminaba por la acera iluminada por el atardecer.
—Como recién llegada a mi ciudad, yo me ofrecí como guía no oficial, ¿recuerdas? Nada formal, solo pensé en llevarte a conocer uno de esos rincones tranquilos de Seúl que no aparecen en los mapas para turistas. Nada extravagante. Solo un paseo, una bebida, una buena vista... sin presiones.
Su tono era amistoso, relajado, sin segundas intenciones.
—Una excusa para compartir un rato agradable y darte la bienvenida de verdad a esta ciudad. Si te apetece, claro.
Se detuvo frente a una parada de autobús vacía y miró el cielo.
—Y si no puedes hoy, no pasa nada. Habrá más momentos y más rincones que mostrarte. Lo importante es que sepas que aquí tienes a alguien que quiere hacerte sentir un poco más en casa.
Y se quedó esperando su respuesta, con la sencillez de quien no necesita adornar una invitación sincera.