• —Que los dioses jamás escuchen tus plegarias. No permitas que hagan realidad tus deseos.
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    Muchos han intentado engañarlo. Magos, demonios, dioses menores e incluso humanos con lenguas de plata y voluntades de acero.

    Pero Morfeo ve más allá del lenguaje, más allá de los gestos.

    Él no escucha palabras: escucha intenciones.

    No observa rostros: contempla la sustancia de las almas.
    Muchos han intentado engañarlo. Magos, demonios, dioses menores e incluso humanos con lenguas de plata y voluntades de acero. Pero Morfeo ve más allá del lenguaje, más allá de los gestos. Él no escucha palabras: escucha intenciones. No observa rostros: contempla la sustancia de las almas.
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  • Capítulo II — La Furia Silenciosa de la Adolescente Maldita

    A los dieciséis años, Luna no era una adolescente común. Mientras otras chicas aprendían a maquillarse o soñaban con amores de verano, ella ya había fundado una empresa internacional:
    NoxTech International, una firma de inteligencia artificial, vigilancia, armamento tecnológico y comercio internacional.

    Su abuelo la ayudó a abrir las puertas, pero fue su mente —afilada como un cristal roto— la que selló contratos, aplastó competencia y estableció alianzas con gobiernos sin rostro.
    A ojos del mundo, era una prodigio callada, excéntrica, con una mirada que nadie podía sostener por mucho tiempo. Su empresa se convirtió en su escudo, pero también en su arma.

    Sin embargo, conforme crecía su imperio… crecía ella.

    La maldición de las Tres Caras ya no se ocultaba fácilmente.

    Fase Humana (La Más Frágil)
    Durante el día, Luna usaba su “máscara humana”:
    Cabello blanco como el invierno, ojos marrones que reflejaban demasiado, y una piel cubierta de tatuajes que se movían lentamente, como serpientes dormidas bajo su piel.
    Era en esta fase donde sentía hambre, cansancio, e incluso algo parecido a soledad. En la humanidad estaba su herencia más débil, pero también la más dolorosa.

    Era en esta forma donde soñaba con su madre, con su risa, con sus manos cubriéndola del frío. Donde aún recordaba el olor de la leña y el canto de las aves en las montañas.

    Pero en cada despertar… volvía la ira.

    Fase Celestial (La Memoria del Padre)
    Durante la noche, bajo la luz de la luna llena o cuando tocaba la electricidad con las manos, su cuerpo cambiaba. Su piel brillaba en tonos dorados y azulados, sus ojos se volvían plateados, y una voz surgía de su garganta que no parecía humana: la voz del dios olvidado.

    En esta fase, Luna tenía visiones. Veía los pasillos del Reino Celestial, las traiciones, los banquetes manchados de sangre, y el momento exacto en que los dioses decretaron la desaparición de su padre.

    La fase celestial le daba conocimiento, clarividencia, control sobre la energía y el metal.
    Pero le arrebataba su cuerpo durante horas. A veces despertaba en ciudades que no conocía, hablando lenguas muertas.

    Fase Demoníaca (El Legado de la Maldición)
    La peor parte. La cara que no controlaba.

    Aparecía cuando sentía miedo extremo, ira profunda o culpa. Su cuerpo se retorcía, sus huesos se alargaban, su rostro se dividía en fisuras, y dos cuernos oscuros emergían.
    Su voz se transformaba en un eco rasgado. Sus ojos se teñían de rojo con una pupila vertical, y su sombra se alargaba como si estuviera viva.

    En esa fase, Luna no pensaba… sobrevivía.

    En más de una ocasión, sus enemigos desaparecieron sin dejar rastro. Rumores en la red oscura hablaban de una "dama blanca" que aparecía cuando te atrevías a tocar lo prohibido.
    A veces, ella misma se encontraba con sangre en las manos, sin recordar cómo llegó ahí.

    La Adolescente que Nadie Puede Amar
    Mientras su nombre se volvía leyenda en el mundo corporativo, Luna no podía tener amigos, ni amantes, ni aliados verdaderos.
    Cada intento de acercarse a alguien terminaba en una tragedia: pesadillas, fiebre, locura… o muerte.

    Los dioses habían sido crueles.
    No le bastaba con que nadie la adorara.
    También la habían condenado a destruir todo lo que tocara.

    Por eso, cuando Luna cumplió 18 años, tomó una decisión que selló su destino:

    “Si no puedo ser amada… seré temida.
    Si mi nombre no puede ser una plegaria… que sea una maldición.”

    Desde entonces, Luna ha trabajado desde las sombras, construyendo su red global de influencia, infiltrando templos antiguos, destruyendo cultos secretos, y descubriendo los nombres verdaderos de los dioses que la maldijeron.

    Porque la hija del dios olvidado no ha olvidado nada.
    Y sabe que, algún día, las tres caras de su maldición…
    se convertirán en armas.
    Capítulo II — La Furia Silenciosa de la Adolescente Maldita A los dieciséis años, Luna no era una adolescente común. Mientras otras chicas aprendían a maquillarse o soñaban con amores de verano, ella ya había fundado una empresa internacional: NoxTech International, una firma de inteligencia artificial, vigilancia, armamento tecnológico y comercio internacional. Su abuelo la ayudó a abrir las puertas, pero fue su mente —afilada como un cristal roto— la que selló contratos, aplastó competencia y estableció alianzas con gobiernos sin rostro. A ojos del mundo, era una prodigio callada, excéntrica, con una mirada que nadie podía sostener por mucho tiempo. Su empresa se convirtió en su escudo, pero también en su arma. Sin embargo, conforme crecía su imperio… crecía ella. La maldición de las Tres Caras ya no se ocultaba fácilmente. 🔹 Fase Humana (La Más Frágil) Durante el día, Luna usaba su “máscara humana”: Cabello blanco como el invierno, ojos marrones que reflejaban demasiado, y una piel cubierta de tatuajes que se movían lentamente, como serpientes dormidas bajo su piel. Era en esta fase donde sentía hambre, cansancio, e incluso algo parecido a soledad. En la humanidad estaba su herencia más débil, pero también la más dolorosa. Era en esta forma donde soñaba con su madre, con su risa, con sus manos cubriéndola del frío. Donde aún recordaba el olor de la leña y el canto de las aves en las montañas. Pero en cada despertar… volvía la ira. 🔸 Fase Celestial (La Memoria del Padre) Durante la noche, bajo la luz de la luna llena o cuando tocaba la electricidad con las manos, su cuerpo cambiaba. Su piel brillaba en tonos dorados y azulados, sus ojos se volvían plateados, y una voz surgía de su garganta que no parecía humana: la voz del dios olvidado. En esta fase, Luna tenía visiones. Veía los pasillos del Reino Celestial, las traiciones, los banquetes manchados de sangre, y el momento exacto en que los dioses decretaron la desaparición de su padre. La fase celestial le daba conocimiento, clarividencia, control sobre la energía y el metal. Pero le arrebataba su cuerpo durante horas. A veces despertaba en ciudades que no conocía, hablando lenguas muertas. 🔥 Fase Demoníaca (El Legado de la Maldición) La peor parte. La cara que no controlaba. Aparecía cuando sentía miedo extremo, ira profunda o culpa. Su cuerpo se retorcía, sus huesos se alargaban, su rostro se dividía en fisuras, y dos cuernos oscuros emergían. Su voz se transformaba en un eco rasgado. Sus ojos se teñían de rojo con una pupila vertical, y su sombra se alargaba como si estuviera viva. En esa fase, Luna no pensaba… sobrevivía. En más de una ocasión, sus enemigos desaparecieron sin dejar rastro. Rumores en la red oscura hablaban de una "dama blanca" que aparecía cuando te atrevías a tocar lo prohibido. A veces, ella misma se encontraba con sangre en las manos, sin recordar cómo llegó ahí. 🌒 La Adolescente que Nadie Puede Amar Mientras su nombre se volvía leyenda en el mundo corporativo, Luna no podía tener amigos, ni amantes, ni aliados verdaderos. Cada intento de acercarse a alguien terminaba en una tragedia: pesadillas, fiebre, locura… o muerte. Los dioses habían sido crueles. No le bastaba con que nadie la adorara. También la habían condenado a destruir todo lo que tocara. Por eso, cuando Luna cumplió 18 años, tomó una decisión que selló su destino: “Si no puedo ser amada… seré temida. Si mi nombre no puede ser una plegaria… que sea una maldición.” Desde entonces, Luna ha trabajado desde las sombras, construyendo su red global de influencia, infiltrando templos antiguos, destruyendo cultos secretos, y descubriendo los nombres verdaderos de los dioses que la maldijeron. Porque la hija del dios olvidado no ha olvidado nada. Y sabe que, algún día, las tres caras de su maldición… se convertirán en armas.
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  • La Niñez Maldita de Luna

    Luna nació bajo el amparo de la luna llena, en lo profundo de un bosque donde el silencio era tan espeso como la niebla. Su madre, Elira, una humana con un corazón tan puro como el agua de manantial, se enamoró de un ser que no debía existir: Kaelthar, un dios olvidado por el tiempo, exiliado del panteón celestial por oponerse a la crueldad de sus iguales.

    Kaelthar amaba a Elira con una devoción que desafiaba la eternidad. Cuando Luna nació, el cielo tembló. Era una criatura imposible: hija de lo mortal y lo divino, portadora de un poder ancestral que podía desatar el fin o el renacer de los dioses antiguos. Por eso, al primer aliento de Luna, su existencia fue considerada una abominación.

    Sus padres huyeron. Se ocultaron en cuevas selladas por runas, en ciudades fantasmas y bajo el mar. Pero los dioses siempre encuentran lo que quieren destruir.

    Cuando Luna cumplió cinco años, los encontraron. El castigo fue cruel, inhumano:

    Elira fue devorada viva por una tribu de caníbales bendecidos por los dioses, obligando a Luna a oír sus gritos.

    Kaelthar fue reducido a polvo, su alma disuelta en el viento frente a los ojos de su hija.

    Luna fue atada a una roca, obligada a ver todo, sin poder cerrar los ojos por obra de una maldición.

    Los dioses no la mataron. La maldecían por existir. Le impusieron un castigo peor que la muerte:

    “Nunca serás adorada como tu padre. Tu nombre será sinónimo de temor. Llevarás tres caras, tres verdades:
    Una humana, para ser rechazada por los hombres.
    Una celestial, para recordar lo que jamás tendrás.
    Una demoníaca, para que hasta los monstruos huyan de ti.”

    Después de aquello, la dejaron sola. Fue su abuelo materno, un hombre duro como la piedra, el que la rescató. No sabía amar, pero sí enseñar. La entrenó en idiomas, tecnología, combate y negocios. Le enseñó a sobrevivir. Le enseñó que el mundo no es un lugar para los buenos, sino para los decididos.

    A los 16 años, Luna fundó su primera empresa: "NoxTech International", una corporación de tecnología y comercio global. En pocos años, superó fronteras y gobiernos. A sus espaldas, nadie sabía que las sombras la seguían.

    Aunque parecía humana, a veces su rostro cambiaba sin aviso:

    En la noche, su rostro celestial brillaba, con ojos plateados como estrellas, atrayendo sueños y visiones.

    En la furia o en el miedo, su rostro demoníaco emergía, con cuernos oscuros, piel de obsidiana y voz de ecos rotos.

    Solo en la rutina, entre computadoras y contratos, su rostro humano le permitía pasar desapercibida.

    Luna no tenía aliados, solo empleados, enemigos y secretos. Era rica, poderosa y hermosa, pero no podía tocar a nadie sin que su piel ardiera o sus ojos revelaran la verdad.

    Los dioses la miraban desde sus tronos con desprecio. Pero también con miedo. Porque sabían que la hija del dios olvidado… nunca olvidó lo que le hicieron.

    Y en su silencio, Luna prepara su venganza. No por adoración, ni por amor.
    Sino por justicia.

    La Niñez Maldita de Luna Luna nació bajo el amparo de la luna llena, en lo profundo de un bosque donde el silencio era tan espeso como la niebla. Su madre, Elira, una humana con un corazón tan puro como el agua de manantial, se enamoró de un ser que no debía existir: Kaelthar, un dios olvidado por el tiempo, exiliado del panteón celestial por oponerse a la crueldad de sus iguales. Kaelthar amaba a Elira con una devoción que desafiaba la eternidad. Cuando Luna nació, el cielo tembló. Era una criatura imposible: hija de lo mortal y lo divino, portadora de un poder ancestral que podía desatar el fin o el renacer de los dioses antiguos. Por eso, al primer aliento de Luna, su existencia fue considerada una abominación. Sus padres huyeron. Se ocultaron en cuevas selladas por runas, en ciudades fantasmas y bajo el mar. Pero los dioses siempre encuentran lo que quieren destruir. Cuando Luna cumplió cinco años, los encontraron. El castigo fue cruel, inhumano: Elira fue devorada viva por una tribu de caníbales bendecidos por los dioses, obligando a Luna a oír sus gritos. Kaelthar fue reducido a polvo, su alma disuelta en el viento frente a los ojos de su hija. Luna fue atada a una roca, obligada a ver todo, sin poder cerrar los ojos por obra de una maldición. Los dioses no la mataron. La maldecían por existir. Le impusieron un castigo peor que la muerte: “Nunca serás adorada como tu padre. Tu nombre será sinónimo de temor. Llevarás tres caras, tres verdades: Una humana, para ser rechazada por los hombres. Una celestial, para recordar lo que jamás tendrás. Una demoníaca, para que hasta los monstruos huyan de ti.” Después de aquello, la dejaron sola. Fue su abuelo materno, un hombre duro como la piedra, el que la rescató. No sabía amar, pero sí enseñar. La entrenó en idiomas, tecnología, combate y negocios. Le enseñó a sobrevivir. Le enseñó que el mundo no es un lugar para los buenos, sino para los decididos. A los 16 años, Luna fundó su primera empresa: "NoxTech International", una corporación de tecnología y comercio global. En pocos años, superó fronteras y gobiernos. A sus espaldas, nadie sabía que las sombras la seguían. Aunque parecía humana, a veces su rostro cambiaba sin aviso: En la noche, su rostro celestial brillaba, con ojos plateados como estrellas, atrayendo sueños y visiones. En la furia o en el miedo, su rostro demoníaco emergía, con cuernos oscuros, piel de obsidiana y voz de ecos rotos. Solo en la rutina, entre computadoras y contratos, su rostro humano le permitía pasar desapercibida. Luna no tenía aliados, solo empleados, enemigos y secretos. Era rica, poderosa y hermosa, pero no podía tocar a nadie sin que su piel ardiera o sus ojos revelaran la verdad. Los dioses la miraban desde sus tronos con desprecio. Pero también con miedo. Porque sabían que la hija del dios olvidado… nunca olvidó lo que le hicieron. Y en su silencio, Luna prepara su venganza. No por adoración, ni por amor. Sino por justicia.
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  • Vamos, abre de par en par esas puertas
    Porque ya pagué mi penitencia con respeto y justo a tiempo para el día del juicio.
    De alguna forma, siempre supe mi destino.
    Resulta que los dioses que creíamos moribundos solo estaban afilando sus espadas.

    ¿Has estado esperando mucho por mí?

    Soy el amanecer final, soy el diluvio.
    Y lo que faltaba en esas escrituras será escrito con mi sangre.
    Cava profundo en el barro.
    ¿De qué sirven tantas palabras sobre alas si ya no queda nada allá arriba?


    // https://open.spotify.com/track/4IixOTCzviJgIigKleiVbo?si=86f89aa04235490e
    Vamos, abre de par en par esas puertas Porque ya pagué mi penitencia con respeto y justo a tiempo para el día del juicio. De alguna forma, siempre supe mi destino. Resulta que los dioses que creíamos moribundos solo estaban afilando sus espadas. ¿Has estado esperando mucho por mí? Soy el amanecer final, soy el diluvio. Y lo que faltaba en esas escrituras será escrito con mi sangre. Cava profundo en el barro. ¿De qué sirven tantas palabras sobre alas si ya no queda nada allá arriba? // https://open.spotify.com/track/4IixOTCzviJgIigKleiVbo?si=86f89aa04235490e
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  • Había regresado de un exilio autoimpuesto, un viaje silencioso más allá del Velo, donde incluso los sueños no lo encontraban. Y ahora, por fin, volvía a su reino: el Sueño.

    Pero al llegar a su torre de obsidiana, no lo recibió ningún coro de pesadillas ni danzas oníricas. Solo el eco de lo que alguna vez fue un bello lugar.

    —Ha cambiado todo… o quizás soy yo quien ha cambiado —susurró Morfeo para sí mismo con nostalgia.

    Fue entonces cuando escuchó: el batir de unas alas conocidas, ligeras pero firmes. Un crujido de garras sobre piedra y un graznido entre incrédulo y emocionado.

    —¿Jefe…? ¿Eres tú de verdad?

    Morfeo giró con lentitud. Y allí estaba, posado sobre el brazo de un trono sin rey, un cuervo negro de ojos vivaces: Matthew, su mensajero, su espía, su voz cuando él decidía guardar silencio. Pero más que eso… su único amigo verdadero.

    Morfeo no sonrió, pero la típica bruma que lo envolvía pareció suavizarse.

    —Matthew.

    El cuervo se revoloteaba con ligeros saltos, como un niño perdido que al fin encuentra el camino a casa.

    —¡Dioses del Sueño! Pensé que ya no ibas a volver… El reino estaba… roto, jefe. Y yo… Bueno, intenté mantenerlo, pero no soy más que un cuervo, ¿sabes? Incluso Lucienne se fue por un tiempo. Las cosas se deshicieron sin ti.

    Morfeo alzó una mano enguantada y la ofreció. Matthew se posó en ella con el mismo respeto de antaño, aunque esta vez, había algo más: ternura.

    —No eras "solo" un cuervo. Nunca lo fuiste. —La voz de Morfeo fue suave como la bruma de los sueños profundos—. Te confié lo más frágil: mi dominio, mi esperanza… y regresé porque sabía que tú seguirías aquí.

    Matthew ladeó la cabeza, con ese gesto pícaro que lo hacía parecer un viejo bufón disfrazado de ave.

    —Bueno, jefe, no iba a dejar que un montón de pesadillas se hicieran con el lugar. Además… alguien tenía que contarles historias sobre ti.

    Morfeo lo alzó al nivel de su rostro para observarle mejor.

    —¿Historias?

    —Claro. Dije que volverías. Que el Rey del Sueño nunca desaparece para siempre… solo se toma su tiempo. Y mira… aquí estás.

    Un silencio pesado se extendió, no era incómodo. Morfeo, en un gesto casi humano y palabras con sentimiento le dijo:

    —Gracias por esperarme.

    —Siempre, jefe. Siempre. — le contestó su amigo.

    Y así, entre ruinas que pronto volverían a florecer, el Rey del Sueño y su fiel cuervo se reencontraron. Sin promesas, sin lágrimas, sino con ese tipo de entendimiento que solo existe entre los amigos.

    Había regresado de un exilio autoimpuesto, un viaje silencioso más allá del Velo, donde incluso los sueños no lo encontraban. Y ahora, por fin, volvía a su reino: el Sueño. Pero al llegar a su torre de obsidiana, no lo recibió ningún coro de pesadillas ni danzas oníricas. Solo el eco de lo que alguna vez fue un bello lugar. —Ha cambiado todo… o quizás soy yo quien ha cambiado —susurró Morfeo para sí mismo con nostalgia. Fue entonces cuando escuchó: el batir de unas alas conocidas, ligeras pero firmes. Un crujido de garras sobre piedra y un graznido entre incrédulo y emocionado. —¿Jefe…? ¿Eres tú de verdad? Morfeo giró con lentitud. Y allí estaba, posado sobre el brazo de un trono sin rey, un cuervo negro de ojos vivaces: Matthew, su mensajero, su espía, su voz cuando él decidía guardar silencio. Pero más que eso… su único amigo verdadero. Morfeo no sonrió, pero la típica bruma que lo envolvía pareció suavizarse. —Matthew. El cuervo se revoloteaba con ligeros saltos, como un niño perdido que al fin encuentra el camino a casa. —¡Dioses del Sueño! Pensé que ya no ibas a volver… El reino estaba… roto, jefe. Y yo… Bueno, intenté mantenerlo, pero no soy más que un cuervo, ¿sabes? Incluso Lucienne se fue por un tiempo. Las cosas se deshicieron sin ti. Morfeo alzó una mano enguantada y la ofreció. Matthew se posó en ella con el mismo respeto de antaño, aunque esta vez, había algo más: ternura. —No eras "solo" un cuervo. Nunca lo fuiste. —La voz de Morfeo fue suave como la bruma de los sueños profundos—. Te confié lo más frágil: mi dominio, mi esperanza… y regresé porque sabía que tú seguirías aquí. Matthew ladeó la cabeza, con ese gesto pícaro que lo hacía parecer un viejo bufón disfrazado de ave. —Bueno, jefe, no iba a dejar que un montón de pesadillas se hicieran con el lugar. Además… alguien tenía que contarles historias sobre ti. Morfeo lo alzó al nivel de su rostro para observarle mejor. —¿Historias? —Claro. Dije que volverías. Que el Rey del Sueño nunca desaparece para siempre… solo se toma su tiempo. Y mira… aquí estás. Un silencio pesado se extendió, no era incómodo. Morfeo, en un gesto casi humano y palabras con sentimiento le dijo: —Gracias por esperarme. —Siempre, jefe. Siempre. — le contestó su amigo. Y así, entre ruinas que pronto volverían a florecer, el Rey del Sueño y su fiel cuervo se reencontraron. Sin promesas, sin lágrimas, sino con ese tipo de entendimiento que solo existe entre los amigos.
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  • Se había marchado, adentrándose en el abismo que existe más allá del Velo, donde ni los dioses pueden sostener su forma sin romperse. No dijo adiós. No explicó su partida. Solo desapareció, arrastrado por un eco.

    Descendió por voluntad propia, pero el viaje lo quebró. Primero olvidó el tiempo. Luego su nombre. Después, incluso la forma de su rostro. Solo quedó su esencia, flotando entre pensamientos que no eran suyos, atrapado en esa prisión, pues los dioses no mueren, simplemente se olvidan. 

    Fue en busca de algo perdido: un fragmento de sí mismo, robado por los Primigenios del Olvido.

    Lo encontró, pero no volvió solo.

    Ni siquiera él supo cómo es que pudo volver, solo cruzó de regreso al reino de los mortales. Allí su sombra temblaba, alterada.

     Aún debilitado por su travesía, se levantó del suelo y alzó la mirada al cielo. Sus ojos ya no brillaban con el fulgor de los sueños. Estaban nublados, llenos de ecos.

    El dios del sueño había vuelto. Más oscuro. Más sabio. Más verdadero.

    Porque ahora sabía que el verdadero sueño no es evadir la oscuridad... es soñar incluso dentro de ella.


    Se había marchado, adentrándose en el abismo que existe más allá del Velo, donde ni los dioses pueden sostener su forma sin romperse. No dijo adiós. No explicó su partida. Solo desapareció, arrastrado por un eco. Descendió por voluntad propia, pero el viaje lo quebró. Primero olvidó el tiempo. Luego su nombre. Después, incluso la forma de su rostro. Solo quedó su esencia, flotando entre pensamientos que no eran suyos, atrapado en esa prisión, pues los dioses no mueren, simplemente se olvidan.  Fue en busca de algo perdido: un fragmento de sí mismo, robado por los Primigenios del Olvido. Lo encontró, pero no volvió solo. Ni siquiera él supo cómo es que pudo volver, solo cruzó de regreso al reino de los mortales. Allí su sombra temblaba, alterada.  Aún debilitado por su travesía, se levantó del suelo y alzó la mirada al cielo. Sus ojos ya no brillaban con el fulgor de los sueños. Estaban nublados, llenos de ecos. El dios del sueño había vuelto. Más oscuro. Más sabio. Más verdadero. Porque ahora sabía que el verdadero sueño no es evadir la oscuridad... es soñar incluso dentro de ella.
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  • Milenios antes, cuando los dioses aún estaban aprendiendo a escucharse a sí mismos, la noche en el Olimpo era perfecta. Silenciosa, templada, eterna.
    Tan perfecta que dolía.

    Hera no dormía. Y no era la primera vez.

    La diosa permanecía inmóvil sobre el lecho compartido con Zeus. Su mirada fija en el vacío, el cuerpo tenso bajo la seda, como si aún llevara dentro el eco de algo que no debía haber sentido.

    Un temblor.

    No físico, no visible, pero real. Algo antiguo, una punzada en el pecho que ni el tiempo, ni su poder, ni su orgullo podían calmar. No sabía si había sido un sueño o una revelación. Pero lo había sentido. Como una mano atravesando el tejido del universo y posándose sobre su alma.

    Junto a ella, Zeus dormía. El dios de dioses, invulnerable incluso a los temblores que a ella le habían robado la paz. Su respiración era regular. Serena.
    Ella lo observó. Ni una grieta. Ni una reacción.

    ¿No lo había sentido?

    Hera se incorporó sin hacer ruido. Se deslizó fuera de la cama con la gracia de quien ha reinado demasiado tiempo como para ser torpe. El mármol del suelo estaba frío, como si el Olimpo mismo hubiese perdido calor. Y aún así, caminó.

    Atravesó el salón sin luces, guiada por una fuerza invisible que la empujaba hacia el balcón. Cada paso era una certeza: no podía quedarse. No después de eso.

    El viento la recibió apenas cruzó las cortinas. Era más fuerte de lo habitual. Casi hostil. Su cabello, largo y oscuro como vino espeso, se agitaba con vida propia. El cielo parecía más cercano, más pesado, como si las estrellas hubieran descendido a escuchar.

    Y entonces, ocurrió.

    La esfera se formó entre sus manos sin que ella lo pidiera. Agua suspendida, vibrante, palpitando como si tuviera corazón.
    Dentro de ella: una visión.

    Un campo seco. Oscuro. El cielo rojo como el hierro fundido. Entre las sombras, una figura solitaria avanzaba, armada, cubierta por un yelmo que le ocultaba el rostro. Su andar no era de conquista, sino de necesidad. Llevaba la guerra en el cuerpo, pero aún no sabía por qué.

    ¿era un enemigo.?
    ¿ era un aliado.?
    ¿Era un destino.?
    ¿Era...Un dios aún no nacido.?

    El temblor no había sido una amenaza. Había sido un eco.
    Un susurro del tiempo.
    Una revelación que solo ella podía ver.

    La esfera palpitaba entre sus manos, como si respirara. El viento silbaba entre las columnas, alzando su cabello como una corona viva, y la noche parecía contenerse en ese instante, en ese reflejo que no se atrevía a hablar, pero tampoco desaparecía.

    La figura avanzaba aún dentro de la visión: el guerrero sin rostro, solitario, portando en su cuerpo la furia de mil batallas no libradas. Su armadura no tenía emblemas, su paso no tenía origen, pero todo en él anunciaba lo inevitable. Era guerra sin causa. Fuego sin chispa. Nacía de la nada, y sin embargo, parecía llevar siglos esperando.

    Hera lo miró largo rato. El pecho le dolía con algo que no sabía nombrar. No miedo. No ternura. Algo más hondo. Como si lo que veía no viniera del futuro ni del pasado, sino de una parte de sí misma que nunca había sido dicha en voz alta.

    El agua vibró una vez más… y se deshizo. La visión se disipó como niebla, pero la huella permanecía.

    Ella no se movió.

    El aire frío la rodeaba. El Olimpo estaba en silencio. Nadie más había visto eso. Nadie más podía haberlo visto.

    Y entonces, sin pensar, sin quererlo del todo, sus labios se entreabrieron. La voz salió baja, profunda, como si hablara para sí, o tal vez para el destino:

    “No sé quién eres…
    ni qué seas…
    ni siquiera si existes…”

    Su mirada seguía fija en la oscuridad frente a ella, pero algo en su interior ya lo había aceptado. Ya lo había recibido.

    “…pero te llamaré Ares.”
    Milenios antes, cuando los dioses aún estaban aprendiendo a escucharse a sí mismos, la noche en el Olimpo era perfecta. Silenciosa, templada, eterna. Tan perfecta que dolía. Hera no dormía. Y no era la primera vez. La diosa permanecía inmóvil sobre el lecho compartido con Zeus. Su mirada fija en el vacío, el cuerpo tenso bajo la seda, como si aún llevara dentro el eco de algo que no debía haber sentido. Un temblor. No físico, no visible, pero real. Algo antiguo, una punzada en el pecho que ni el tiempo, ni su poder, ni su orgullo podían calmar. No sabía si había sido un sueño o una revelación. Pero lo había sentido. Como una mano atravesando el tejido del universo y posándose sobre su alma. Junto a ella, Zeus dormía. El dios de dioses, invulnerable incluso a los temblores que a ella le habían robado la paz. Su respiración era regular. Serena. Ella lo observó. Ni una grieta. Ni una reacción. ¿No lo había sentido? Hera se incorporó sin hacer ruido. Se deslizó fuera de la cama con la gracia de quien ha reinado demasiado tiempo como para ser torpe. El mármol del suelo estaba frío, como si el Olimpo mismo hubiese perdido calor. Y aún así, caminó. Atravesó el salón sin luces, guiada por una fuerza invisible que la empujaba hacia el balcón. Cada paso era una certeza: no podía quedarse. No después de eso. El viento la recibió apenas cruzó las cortinas. Era más fuerte de lo habitual. Casi hostil. Su cabello, largo y oscuro como vino espeso, se agitaba con vida propia. El cielo parecía más cercano, más pesado, como si las estrellas hubieran descendido a escuchar. Y entonces, ocurrió. La esfera se formó entre sus manos sin que ella lo pidiera. Agua suspendida, vibrante, palpitando como si tuviera corazón. Dentro de ella: una visión. Un campo seco. Oscuro. El cielo rojo como el hierro fundido. Entre las sombras, una figura solitaria avanzaba, armada, cubierta por un yelmo que le ocultaba el rostro. Su andar no era de conquista, sino de necesidad. Llevaba la guerra en el cuerpo, pero aún no sabía por qué. ¿era un enemigo.? ¿ era un aliado.? ¿Era un destino.? ¿Era...Un dios aún no nacido.? El temblor no había sido una amenaza. Había sido un eco. Un susurro del tiempo. Una revelación que solo ella podía ver. La esfera palpitaba entre sus manos, como si respirara. El viento silbaba entre las columnas, alzando su cabello como una corona viva, y la noche parecía contenerse en ese instante, en ese reflejo que no se atrevía a hablar, pero tampoco desaparecía. La figura avanzaba aún dentro de la visión: el guerrero sin rostro, solitario, portando en su cuerpo la furia de mil batallas no libradas. Su armadura no tenía emblemas, su paso no tenía origen, pero todo en él anunciaba lo inevitable. Era guerra sin causa. Fuego sin chispa. Nacía de la nada, y sin embargo, parecía llevar siglos esperando. Hera lo miró largo rato. El pecho le dolía con algo que no sabía nombrar. No miedo. No ternura. Algo más hondo. Como si lo que veía no viniera del futuro ni del pasado, sino de una parte de sí misma que nunca había sido dicha en voz alta. El agua vibró una vez más… y se deshizo. La visión se disipó como niebla, pero la huella permanecía. Ella no se movió. El aire frío la rodeaba. El Olimpo estaba en silencio. Nadie más había visto eso. Nadie más podía haberlo visto. Y entonces, sin pensar, sin quererlo del todo, sus labios se entreabrieron. La voz salió baja, profunda, como si hablara para sí, o tal vez para el destino: “No sé quién eres… ni qué seas… ni siquiera si existes…” Su mirada seguía fija en la oscuridad frente a ella, pero algo en su interior ya lo había aceptado. Ya lo había recibido. “…pero te llamaré Ares.”
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Yo solo dire que tengo a 3 dioses protegiéndome y a Cerbero
    Yo solo dire que tengo a 3 dioses protegiéndome y a Cerbero
    "A todos los que lleguen a pasarse de chistosos y con alguna actitud desagradable con mi hermana, les espero en su lecho de muerte. Su alma no irá al descanso eterno... Irá directo al Inframundo y no al campo de Eliseos..."

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  • ⸻ Supongo... que me dolerá... después de todo... es carne de mi carne y sangre de mi sangre... nacimos el mismo día lluvioso de Julio... nacimos del mismo vientre.... somos una misma alma... que los dioses te guíen... ⸻
    ⸻ Supongo... que me dolerá... después de todo... es carne de mi carne y sangre de mi sangre... nacimos el mismo día lluvioso de Julio... nacimos del mismo vientre.... somos una misma alma... que los dioses te guíen... ⸻
    Me entristece
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