• La noche caía con una tranquilidad inusual en aquella ciudad colgante entre riscos, iluminada por linternas de papel que danzaban suavemente con el viento. En una callejuela secundaria, oculta entre los niveles bajos del distrito, un pequeño puesto de ramen iluminaba el empedrado con su calidez. Jett estaba sentado en un banco de madera, sorbiendo el caldo humeante de su tazón con una satisfacción apenas disimulada.

    El hombre que atendía el puesto —un anciano de cabello gris recogido en una coleta baja y voz áspera pero amable— le lanzó una mirada curiosa mientras secaba un tazón.

    —¿Te dolió la caída? —preguntó con una ceja levantada, mirando más allá del hombro de Jett, al Deora II estacionado cerca. El auto, normalmente reluciente, estaba cubierto de polvo y presentaba marcas de raspaduras por ambos flancos.

    Jett tragó el último bocado de huevo cocido y soltó una risilla.

    —¿Eso? Nah, los Vigías. —Se acomodó en el taburete, recargando los codos en la barra—. ¿Sabes? Todo por tomar un atajo por esas colinas del sur… esas que parecen hechas a mano por un dios apurado.

    El anciano asintió, como si supiera exactamente de qué colinas hablaba.

    —Vi a una pareja ahí. Él estaba pálido, ella... bueno, se notaba que el bebé no pensaba esperar mucho. Así que les ofrecí mi servicio de transporte interdimensional de emergencia gratuita. Subieron sin preguntar y *boom*, directo al hospital de la capital colina abajo.

    —¿Y los Vigías? —preguntó el anciano, girando el caldo con su cuchara de madera.

    —Aparecieron cuando crucé el límite de velocidad por el Arco del Silencio —dijo Jett, levantando el dedo índice como si fuera una lección—. Odiaban que alguien pisara sus senderos sagrados con ruedas y estilo. Me siguieron en esas máquinas flotantes que chillan más que arrancar una guitarra sin afinar.

    La escena se había grabado en su mente con precisión cinematográfica: el motor rugiendo mientras derrapaba por un sendero de tierra; una de las torres de vigilancia activando luces rojas; los Vigías bajando en su transporte elegante, frío, silencioso… hasta que empezaron a disparar haces de parálisis.

    —Tuve que improvisar. Me metí por un acueducto abandonado, pegué un salto sobre el puente de los Cien Suspiros —exageró, levantando la mano—, perdí un espejo retrovisor ahí. ¡Y luego usé una rampa hecha con una carreta caída para pasar por encima de uno de sus drones!

    —¿Y el hospital?

    —Llegué justo a tiempo —sonrió, mirando su auto por un momento—. Dejé a la pareja con el personal. El padre me dio un apretón de manos tan fuerte que por poco me deja sin nudillos.

    —¿Y luego escapaste?

    —Claro. Solo había una salida: una pendiente de piedra que baja hacia el túnel de tren abandonado. Cerré los ojos, pisé el acelerador, y recé a los dioses de los amortiguadores. Lo demás... son esas rayas que viste.

    El anciano lo miró largo rato y luego soltó una risa ronca.

    —Eres todo un personaje, chico. Uno de esos que sólo aparecen cuando el mundo quiere entretenerse un rato.

    Jett levantó su tazón con los restos de caldo y brindó.

    —Pero hey, almenos la joven pareja tiene una historia interesante para contar, jajajaja.

    El viento agitó las linternas suavemente. Afuera, bajo el brillo tenue de las farolas, el Deora II descansaba como un corcel tras la batalla: maltrecho, pero orgulloso.
    La noche caía con una tranquilidad inusual en aquella ciudad colgante entre riscos, iluminada por linternas de papel que danzaban suavemente con el viento. En una callejuela secundaria, oculta entre los niveles bajos del distrito, un pequeño puesto de ramen iluminaba el empedrado con su calidez. Jett estaba sentado en un banco de madera, sorbiendo el caldo humeante de su tazón con una satisfacción apenas disimulada. El hombre que atendía el puesto —un anciano de cabello gris recogido en una coleta baja y voz áspera pero amable— le lanzó una mirada curiosa mientras secaba un tazón. —¿Te dolió la caída? —preguntó con una ceja levantada, mirando más allá del hombro de Jett, al Deora II estacionado cerca. El auto, normalmente reluciente, estaba cubierto de polvo y presentaba marcas de raspaduras por ambos flancos. Jett tragó el último bocado de huevo cocido y soltó una risilla. —¿Eso? Nah, los Vigías. —Se acomodó en el taburete, recargando los codos en la barra—. ¿Sabes? Todo por tomar un atajo por esas colinas del sur… esas que parecen hechas a mano por un dios apurado. El anciano asintió, como si supiera exactamente de qué colinas hablaba. —Vi a una pareja ahí. Él estaba pálido, ella... bueno, se notaba que el bebé no pensaba esperar mucho. Así que les ofrecí mi servicio de transporte interdimensional de emergencia gratuita. Subieron sin preguntar y *boom*, directo al hospital de la capital colina abajo. —¿Y los Vigías? —preguntó el anciano, girando el caldo con su cuchara de madera. —Aparecieron cuando crucé el límite de velocidad por el Arco del Silencio —dijo Jett, levantando el dedo índice como si fuera una lección—. Odiaban que alguien pisara sus senderos sagrados con ruedas y estilo. Me siguieron en esas máquinas flotantes que chillan más que arrancar una guitarra sin afinar. La escena se había grabado en su mente con precisión cinematográfica: el motor rugiendo mientras derrapaba por un sendero de tierra; una de las torres de vigilancia activando luces rojas; los Vigías bajando en su transporte elegante, frío, silencioso… hasta que empezaron a disparar haces de parálisis. —Tuve que improvisar. Me metí por un acueducto abandonado, pegué un salto sobre el puente de los Cien Suspiros —exageró, levantando la mano—, perdí un espejo retrovisor ahí. ¡Y luego usé una rampa hecha con una carreta caída para pasar por encima de uno de sus drones! —¿Y el hospital? —Llegué justo a tiempo —sonrió, mirando su auto por un momento—. Dejé a la pareja con el personal. El padre me dio un apretón de manos tan fuerte que por poco me deja sin nudillos. —¿Y luego escapaste? —Claro. Solo había una salida: una pendiente de piedra que baja hacia el túnel de tren abandonado. Cerré los ojos, pisé el acelerador, y recé a los dioses de los amortiguadores. Lo demás... son esas rayas que viste. El anciano lo miró largo rato y luego soltó una risa ronca. —Eres todo un personaje, chico. Uno de esos que sólo aparecen cuando el mundo quiere entretenerse un rato. Jett levantó su tazón con los restos de caldo y brindó. —Pero hey, almenos la joven pareja tiene una historia interesante para contar, jajajaja. El viento agitó las linternas suavemente. Afuera, bajo el brillo tenue de las farolas, el Deora II descansaba como un corcel tras la batalla: maltrecho, pero orgulloso.
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  • 『 DRAUGR: 』

    Fue una noche de verano en el que la luna se aumentaba en el firmamento, las sombras se camuflaban perfectamente por lo que pasaban desapercibidas. En medio de aquel manto nocturno por sobre los.bosques que apartados de las grandes metrópolis aún corrían los rumores que en la antigüedad circulaba n colo si fueran de lo más reciente.

    Una gélido corriente perturbó el.sueño de varias criaturas, las hicieron huir, aquella sombra entre sombras solo se la pasaba jugando como un niño en navidad. Frenético de su diversión. Perturbada la tierra, los árboles y al mismo viento. Y, así mismo a los que ya descansaban en paz, aquellos olvidados por los mismos dioses y los hombres, aquellos que no hallaron la gloria y que vivieron en el olvido gracias a sus repugnantes acciones.

    Al paso de aquella sombra, su sueño eterno fue perturbado para hacerles abrir sus ojos nuevamente, y avanzados en su putrefacción se alzaron con lo poco que tenían para asi comenzar una noche de pesadilla. Les llamaban draugr.

    Rol con: Laila Sallow
    『 DRAUGR: 』 Fue una noche de verano en el que la luna se aumentaba en el firmamento, las sombras se camuflaban perfectamente por lo que pasaban desapercibidas. En medio de aquel manto nocturno por sobre los.bosques que apartados de las grandes metrópolis aún corrían los rumores que en la antigüedad circulaba n colo si fueran de lo más reciente. Una gélido corriente perturbó el.sueño de varias criaturas, las hicieron huir, aquella sombra entre sombras solo se la pasaba jugando como un niño en navidad. Frenético de su diversión. Perturbada la tierra, los árboles y al mismo viento. Y, así mismo a los que ya descansaban en paz, aquellos olvidados por los mismos dioses y los hombres, aquellos que no hallaron la gloria y que vivieron en el olvido gracias a sus repugnantes acciones. Al paso de aquella sombra, su sueño eterno fue perturbado para hacerles abrir sus ojos nuevamente, y avanzados en su putrefacción se alzaron con lo poco que tenían para asi comenzar una noche de pesadilla. Les llamaban draugr. Rol con: [myth_white_kangaroo_553]
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  • Between Gods and Men - HalfBlood Camp
    Fandom Jujutsu Kaisen/Percy Jackson.
    Categoría Aventura
    ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀Campamento Mestizo, 12:04 hs
    ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀Cabaña Principal.

    ⠀⠀Bajo la luz que Apolo daba a la humanidad, bajo el techo que los dioses propiciaron a sus hijos de icor más diluida, y frente a quien el encargo de cuidado fue dado. La luz que albergaba el lugar, la divinidad que guardaba cual tesorería sus almas; ahora mismo, su luminiscencia presentaba una mácula, una grieta, una oscuridad mordaz y jovial, que parecía querer acapararlo todo.
    ⠀⠀Desde esos ojos malva con los que enfrentó al centauro milenario, determinado como ningún hombre o bestia... ¡Podría decir que su misión fue un éxito!

    ⠀⠀Volvió a mostrar una reverencia ante el maestro de héroes, mostrándose humilde. ⸻ "Por supuesto, Quirón. No pienso intervenir si no me es pedido, era un mero ofrecimiento, un <pago> si así lo deseas ver."
    ⸻ Podría ser astuto y un gran actor, pero hablaba con la verdad, Tascio no planeaba intervenir en el plan de dioses que no lo conciernen, sus creaciones, por otro lado, poseen el libre albedrío de elegir tomar su ayuda... o no, como lo fue este caso.
    ⠀⠀Tascio estaba consciente de lo que era él, un garabato en un dibujo, la espina clavada en la mano que eres incapaz de ver a simple vista, el sonido del silencio que no debería estar allí. Nada evitaría sus metas, no dejaría que eso suceda.

    ⠀⠀¡Aún así...! Consiguió lo que buscaba, podría quedarse a explorar y entender más la cultura mestiza griega antigua, y quizá sacar leyendas perdidas en tiempos no registrados. Nada podía salir mal...
    ⠀⠀Siguió a su nueva compañera, la hija de Athena, tal y como se lo ordenaron. La diferencia de edad no era mucha, puesto que Tascio apenas estaba en sus veintes, tal vez haría la convivencia más amena.

    ⠀⠀Una vez lejos de la estructura donde residía el centauro, volvió a colocarse su <máscara>, volvió a surgir ese payaso irremediable que no veía vergüenza o arrepentimiento de sus palabras. ¡Hasta le tomó de las manos a la semidiosa, con ojos llorosos! ⸻ "¡Lo logramos, Annabeth!" ⸻ En realidad, estaba seguro que ella estaba más bien irritada por la presión que le hizo pasar...

    ⠀⠀¡Pero no importaba, como mucho se comería un golpe o dos! Lo importante era que tenía días enteros para estudiar la mitología griega desde otra perspectiva.

    αηηαвєтн ¢нαѕє
    ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀Campamento Mestizo, 12:04 hs ⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀⠀Cabaña Principal. ⠀ ⠀⠀Bajo la luz que Apolo daba a la humanidad, bajo el techo que los dioses propiciaron a sus hijos de icor más diluida, y frente a quien el encargo de cuidado fue dado. La luz que albergaba el lugar, la divinidad que guardaba cual tesorería sus almas; ahora mismo, su luminiscencia presentaba una mácula, una grieta, una oscuridad mordaz y jovial, que parecía querer acapararlo todo. ⠀⠀Desde esos ojos malva con los que enfrentó al centauro milenario, determinado como ningún hombre o bestia... ¡Podría decir que su misión fue un éxito! ⠀⠀Volvió a mostrar una reverencia ante el maestro de héroes, mostrándose humilde. ⸻ "Por supuesto, Quirón. No pienso intervenir si no me es pedido, era un mero ofrecimiento, un <pago> si así lo deseas ver." ⸻ Podría ser astuto y un gran actor, pero hablaba con la verdad, Tascio no planeaba intervenir en el plan de dioses que no lo conciernen, sus creaciones, por otro lado, poseen el libre albedrío de elegir tomar su ayuda... o no, como lo fue este caso. ⠀⠀Tascio estaba consciente de lo que era él, un garabato en un dibujo, la espina clavada en la mano que eres incapaz de ver a simple vista, el sonido del silencio que no debería estar allí. Nada evitaría sus metas, no dejaría que eso suceda. ⠀⠀¡Aún así...! Consiguió lo que buscaba, podría quedarse a explorar y entender más la cultura mestiza griega antigua, y quizá sacar leyendas perdidas en tiempos no registrados. Nada podía salir mal... ⠀⠀Siguió a su nueva compañera, la hija de Athena, tal y como se lo ordenaron. La diferencia de edad no era mucha, puesto que Tascio apenas estaba en sus veintes, tal vez haría la convivencia más amena. ⠀⠀Una vez lejos de la estructura donde residía el centauro, volvió a colocarse su <máscara>, volvió a surgir ese payaso irremediable que no veía vergüenza o arrepentimiento de sus palabras. ¡Hasta le tomó de las manos a la semidiosa, con ojos llorosos! ⸻ "¡Lo logramos, Annabeth!" ⸻ En realidad, estaba seguro que ella estaba más bien irritada por la presión que le hizo pasar... ⠀⠀¡Pero no importaba, como mucho se comería un golpe o dos! Lo importante era que tenía días enteros para estudiar la mitología griega desde otra perspectiva. ⠀ [annabeth_chase]
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  • "No todos los objetos valiosos deben de venir de los dioses."

    Eso le había dicho Quirón a Annabeth una tarde en la que ella se encontraba frustrada porque no lograba terminar ninguno de los planos que llevaba elaborando todo el día. Ella frunció el ceño y abrió la caja que le había entregado. Dentro, envuelto en lino suave, estaba el collar: una lechuza tallada con las alas abiertas hechas de diminutas plumas de madera. Todo parecía hecho a mano.

    —Lo tallé yo mismo, hace algunos inviernos —dijo Quirón—. Cuando eras solo una niña que hablaba de construir su propia acrópolis entre las colinas de Long Island.

    Bajó la vista hacia el collar, con cuidado. Era hermoso.

    —¿Por qué lo recibo hasta ahora?

    El centauro respiró hondo.

    —Porque antes no estabas lista. Quería dártelo cuando aún eras una niña, pero sabías demasiado del mundo. Tenías la mirada de alguien que solo necesitaba de sus planos para vivir. Pensé que te haría daño tratar de darte algo tan frágil. Pero hoy, te vi dudar. No de tu fuerza, sino de lo que quieres y de lo que eres. En ese momento es cuando uno necesita recordar lo que es.

    Annabeth guardó silencio, como si Quirón hubiera descrito perfectamente como se estaba sintiendo con tan solo verla.

    —Gracias, Quirón.

    Y cuando cayó la noche sobre el campamento, aquella noche, Annabeth dormía con la lechuza de madera que descansaba sobre su pecho con las alas abiertas.
    "No todos los objetos valiosos deben de venir de los dioses." Eso le había dicho Quirón a Annabeth una tarde en la que ella se encontraba frustrada porque no lograba terminar ninguno de los planos que llevaba elaborando todo el día. Ella frunció el ceño y abrió la caja que le había entregado. Dentro, envuelto en lino suave, estaba el collar: una lechuza tallada con las alas abiertas hechas de diminutas plumas de madera. Todo parecía hecho a mano. —Lo tallé yo mismo, hace algunos inviernos —dijo Quirón—. Cuando eras solo una niña que hablaba de construir su propia acrópolis entre las colinas de Long Island. Bajó la vista hacia el collar, con cuidado. Era hermoso. —¿Por qué lo recibo hasta ahora? El centauro respiró hondo. —Porque antes no estabas lista. Quería dártelo cuando aún eras una niña, pero sabías demasiado del mundo. Tenías la mirada de alguien que solo necesitaba de sus planos para vivir. Pensé que te haría daño tratar de darte algo tan frágil. Pero hoy, te vi dudar. No de tu fuerza, sino de lo que quieres y de lo que eres. En ese momento es cuando uno necesita recordar lo que es. Annabeth guardó silencio, como si Quirón hubiera descrito perfectamente como se estaba sintiendo con tan solo verla. —Gracias, Quirón. Y cuando cayó la noche sobre el campamento, aquella noche, Annabeth dormía con la lechuza de madera que descansaba sobre su pecho con las alas abiertas.
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  • :“Ruido y Silencio”

    El rugido del Deora-2 llenaba la cabina, pero en la cabeza de Jett Wheeler todo era… tranquilo.

    El volante vibraba bajo sus dedos, firme y vivo, como si el auto respirara con él. La pista naranja se curvaba suavemente alrededor del anillo del planeta, una cinta incandescente que cortaba el vacío como una pincelada hecha por los dioses.

    Más allá del cristal, el espacio se abría infinito: estrellas lejanas, el brillo constante de los anillos flotando como hielo suspendido… y el planeta girando lentamente bajo sus ruedas.

    Jett silbó una melodía tonta. Nadie lo oía, y eso le gustaba.

    *"¿Cuántas veces he pasado por aquí ya… cinco? seis? ¿Y cuántas veces más voy a necesitar para cansarme?"*

    Se rió solo.

    —Nunca, probablemente.

    El aire reciclado olía a ozono y a goma caliente. Sus gogles vibraban cada vez que tomaba una curva cerrada. La sombrilla en el asiento de al lado temblaba con los baches de la pista, como si también disfrutara del viaje.

    *"Los accelerons construyen estos reinos como si fueran caprichos... pero hay algo poético en ellos, ¿no?"*

    Tomó una curva sin frenar. Las ruedas traseras derraparon apenas, y el **Deora-2** rugió como un felino despierto.

    *"La mayoría corre para ganar. Yo corro porque... si no lo hiciera, me ahogaría."*

    Y entonces, lo pensó sin decirlo, como si el universo pudiera oírlo si hablaba en voz alta:

    *"Seguir corriendo es la única forma en que me mantengo vivo."*

    El planeta giró una vez más bajo sus ruedas, y Jett Wheeler sonrió con los ojos cerrados, mientras el Deora-2 aceleraba hacia otra curva imposible.
    🌌:“Ruido y Silencio” El rugido del Deora-2 llenaba la cabina, pero en la cabeza de Jett Wheeler todo era… tranquilo. El volante vibraba bajo sus dedos, firme y vivo, como si el auto respirara con él. La pista naranja se curvaba suavemente alrededor del anillo del planeta, una cinta incandescente que cortaba el vacío como una pincelada hecha por los dioses. Más allá del cristal, el espacio se abría infinito: estrellas lejanas, el brillo constante de los anillos flotando como hielo suspendido… y el planeta girando lentamente bajo sus ruedas. Jett silbó una melodía tonta. Nadie lo oía, y eso le gustaba. *"¿Cuántas veces he pasado por aquí ya… cinco? seis? ¿Y cuántas veces más voy a necesitar para cansarme?"* Se rió solo. —Nunca, probablemente. El aire reciclado olía a ozono y a goma caliente. Sus gogles vibraban cada vez que tomaba una curva cerrada. La sombrilla en el asiento de al lado temblaba con los baches de la pista, como si también disfrutara del viaje. *"Los accelerons construyen estos reinos como si fueran caprichos... pero hay algo poético en ellos, ¿no?"* Tomó una curva sin frenar. Las ruedas traseras derraparon apenas, y el **Deora-2** rugió como un felino despierto. *"La mayoría corre para ganar. Yo corro porque... si no lo hiciera, me ahogaría."* Y entonces, lo pensó sin decirlo, como si el universo pudiera oírlo si hablaba en voz alta: *"Seguir corriendo es la única forma en que me mantengo vivo."* El planeta giró una vez más bajo sus ruedas, y Jett Wheeler sonrió con los ojos cerrados, mientras el Deora-2 aceleraba hacia otra curva imposible.
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    En su reino de susurros dormidos,
    guarda un amor que no ha sido vencido, una llama suave, un suspiro eterno, que florece solo en el reino interno.

    Ella, vestida de bruma y deseo,
    cruza las noches por su etéreo sendero.
    Morfeo la espera en lagunas de cielo, tejidas con luz y silencio sincero.

    No hay mortal que entienda su promesa, ni dioses que igualen su noble firmeza; pues en cada sueño que a ella le entrega, pone su alma sin miedo, sin tregua.

    Le canta en lenguas que el alma comprende, la envuelve en estrellas que el tiempo no muerde, y mientras reposa en su mundo encantado, la cuida de sombras, de todo pasado.

    Que nadie despierte el amor que custodia, ni rompa el hechizo que el sueño prodiga, pues Morfeo no duerme, aunque sueña en vigilia, amando en secreto, con fiel poesía.

    Así cada noche, sin nombre ni dueño, él la protege en lo profundo del sueño...
    En su reino de susurros dormidos, guarda un amor que no ha sido vencido, una llama suave, un suspiro eterno, que florece solo en el reino interno. Ella, vestida de bruma y deseo, cruza las noches por su etéreo sendero. Morfeo la espera en lagunas de cielo, tejidas con luz y silencio sincero. No hay mortal que entienda su promesa, ni dioses que igualen su noble firmeza; pues en cada sueño que a ella le entrega, pone su alma sin miedo, sin tregua. Le canta en lenguas que el alma comprende, la envuelve en estrellas que el tiempo no muerde, y mientras reposa en su mundo encantado, la cuida de sombras, de todo pasado. Que nadie despierte el amor que custodia, ni rompa el hechizo que el sueño prodiga, pues Morfeo no duerme, aunque sueña en vigilia, amando en secreto, con fiel poesía. Así cada noche, sin nombre ni dueño, él la protege en lo profundo del sueño...
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    Una noche, una noche que no pertenecía a ningún calendario humano, mientras descansaba en su palacio de sombras líquidas, Morfeo cerró los ojos y se encontró en un prado de amapolas rojas. Y allí, entre la bruma del sueño que él no había creado, la vio.

    Tenía el cabello como un río de noche y la risa temblorosa como el cristal. No era mortal ni divina. No pertenecía a ningún sueño que él hubiese formado. Era libre, como si su sola existencia desafiara su poder. Habló con ella sin palabras, danzaron sin moverse, y cuando despertó, sí, él, Morfeo, despertó, la soledad lo golpeó como jamás lo habían hecho los siglos.

    Desde entonces, buscó ese rostro entre los sueños de los hombres. Bajó al lecho de reyes moribundos, se coló en los suspiros de los poetas, exploró los delírios de los locos. Pero nunca volvió a verla.

    Hasta que una joven mortal, dormida bajo un sauce en primavera, la soñó. Morfeo descendió con el sigilo de una caricia, dispuesto a observar. Y allí estaba otra vez: la mujer del sueño imposible, reencarnada en el deseo de aquella alma dormida. Comprendió entonces que no era un ser, sino una idea. Un anhelo colectivo que se filtraba entre los corazones del mundo. Ella era la manifestación del amor que no se puede tener, del recuerdo que nunca existió, del abrazo que nadie ha dado y todos esperan.

    Morfeo la amó sin poder poseerla.

    Y desde entonces, cada noche, baja al mundo con más cuidado. Ya no sólo para dar sueños, sino para encontrarse con ella, en fragmentos, en rostros, en gestos robados al subconsciente. Porque incluso los dioses, alguna vez, sueñan con amar lo inalcanzable...

    Y ese es su castigo, y su bendición.
    Una noche, una noche que no pertenecía a ningún calendario humano, mientras descansaba en su palacio de sombras líquidas, Morfeo cerró los ojos y se encontró en un prado de amapolas rojas. Y allí, entre la bruma del sueño que él no había creado, la vio. Tenía el cabello como un río de noche y la risa temblorosa como el cristal. No era mortal ni divina. No pertenecía a ningún sueño que él hubiese formado. Era libre, como si su sola existencia desafiara su poder. Habló con ella sin palabras, danzaron sin moverse, y cuando despertó, sí, él, Morfeo, despertó, la soledad lo golpeó como jamás lo habían hecho los siglos. Desde entonces, buscó ese rostro entre los sueños de los hombres. Bajó al lecho de reyes moribundos, se coló en los suspiros de los poetas, exploró los delírios de los locos. Pero nunca volvió a verla. Hasta que una joven mortal, dormida bajo un sauce en primavera, la soñó. Morfeo descendió con el sigilo de una caricia, dispuesto a observar. Y allí estaba otra vez: la mujer del sueño imposible, reencarnada en el deseo de aquella alma dormida. Comprendió entonces que no era un ser, sino una idea. Un anhelo colectivo que se filtraba entre los corazones del mundo. Ella era la manifestación del amor que no se puede tener, del recuerdo que nunca existió, del abrazo que nadie ha dado y todos esperan. Morfeo la amó sin poder poseerla. Y desde entonces, cada noche, baja al mundo con más cuidado. Ya no sólo para dar sueños, sino para encontrarse con ella, en fragmentos, en rostros, en gestos robados al subconsciente. Porque incluso los dioses, alguna vez, sueñan con amar lo inalcanzable... Y ese es su castigo, y su bendición.
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  • La Flor de Ébano

    Perséfone emergió del templo de Apolo con la mirada perdida entre el mármol y los ecos de la profecía. El sol brillaba alto, indiferente a su inquietud. A lo lejos, los olivos danzaban con el viento, ajenos a la sombra que se había posado sobre ella. No fue la profecía lo que la había sacudido, sino la certeza de haberla comprendido, aunque no quisiera admitirlo.

    Apolo la había recibido con su sonrisa habitual, esa mezcla de arrogancia y afecto, pero su rostro se desfiguró al recibir la visión. Sus ojos y boca se encendieron con una luz verde imposible, una claridad ajena incluso a su divinidad solar. Y entonces habló, o mejor dicho, algo habló a través de él:

    “En la era cuando el grano muera sin pena,
    y la Reina de Dos Mundos siembre sin mano,
    brotará del ébano una flor sin temblor,
    cuyo paso dará descanso a las almas sin canto.”

    La voz había sido firme, inapelable. Las palabras, poesía del destino. Apolo regresó a sí mismo con un movimiento de cabeza, sacudiéndose la tensión. Y con una mirada de resignación casi humana, le entregó la hoja escrita. “Ahí tienes tu profecía, diosa de la Primavera”, dijo.

    Pero Perséfone ya no se sentía primavera. No en ese momento.

    Mientras descendía hacia el Inframundo, su reino, pensaba en cada línea con una mezcla de temor, intuición y una tristeza difícil de nombrar. Ella conocía bien los símbolos. Los había pronunciado antes, para otros. Sabía cómo disfrazaba el destino sus designios con metáforas que, una vez cumplidas, se volvían obvias. Era el juego cruel de los oráculos.

    "Cuando el grano muera sin pena…"

    El grano. Su madre, Deméter, lo encarnaba. El alimento del mundo, el ritmo de la vida y la cosecha. Si el grano muere sin pena, ¿qué significa? ¿Una era donde ya no se valora la vida que se siembra y cosecha? ¿O una en la que la muerte ha dejado de doler?

    Perséfone sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La indiferencia era peor que la muerte. Era olvido. El mundo olvidando a Deméter… olvidándola a ella.

    "Y la Reina de Dos Mundos siembre sin mano…"

    Esa línea la dolía en lo más íntimo. Ella era esa Reina. Dividida entre la luz de la superficie y la sombra del Inframundo, sembradora de vida en un mundo condenado a morir. ¿Sembrar sin mano? ¿Una creación sin su intervención? ¿Un ser nacido de su esencia, pero no de su voluntad?

    Quizás… una hija. No una engendrada por deseo, sino por destino.

    Se detuvo en medio del corredor de obsidiana, su reflejo oscuro devolviéndole una imagen descompuesta. ¿Una hija nacida de su poder, pero sin su amor? ¿Una flor envenenada o redentora?

    "Brotará del ébano una flor sin temblor…"

    Ébano. El árbol de madera oscura, símbolo de lo oculto, lo eterno, lo duro. Una flor nacida del ébano no sería frágil. No se rompería con el viento.
    Sin temblor. Imperturbable.

    Eso la asustó más que cualquier visión. Porque Perséfone, aun en su fuerza, había temblado. Cuando fue raptada, cuando eligió quedarse, cuando sostuvo en sus brazos a las almas errantes que no querían cruzar el río. Ella había temblado, había sentido.

    Una flor que no tiembla… ¿puede amar? ¿Puede compadecerse?

    "Cuyo paso dará descanso a las almas sin canto."

    Ese último verso le pareció el más bello… y el más trágico.
    Las almas sin canto eran las que no habían sido honradas, las que murieron sin nombre, sin ritual, sin memoria. Vagaban sin rumbo, sin fuerza para cruzar al olvido. Ella las conocía bien. Las escuchaba llorar en las grietas del Hades.

    ¿Esa flor las hará descansar? ¿O las dormirá eternamente, sin redención?

    Se sentó en su trono, las manos entrelazadas, los ojos clavados en el vacío. Las sombras del Inframundo se arremolinaron a su alrededor, inquietas por su silencio.
    Ni Hades se atrevía a interrumpirla. Él conocía ese gesto: Perséfone estaba recordando el futuro.

    Sintió una punzada en el vientre. No física, no tangible. Era como un eco que aún no había nacido. Una presencia lejana, pero inevitable.

    Algo vendría. Algo o alguien crecería en ella, o a través de ella, o desde ella. Una flor sin miedo, nacida del ébano. Y esa flor no sería suya. No en el modo en que una madre posee a su hija.
    No.
    Esa flor sería del mundo.
    O del destino.

    Perséfone apretó los labios, conteniendo la oleada de emoción que pugnaba por salir. ¿Y si la profecía hablaba de una nueva era? ¿De un cambio tan grande que ni los dioses estarían preparados? ¿Y si esa flor era el final de una era donde los dioses gobernaban… y el inicio de una donde solo observarían?

    Por un instante se sintió pequeña. Pequeña ante algo inmenso, algo que se aproximaba como una ola silenciosa, pero imparable.
    Y por primera vez en siglos, no supo si debía temer… o prepararse para amar.
    Porque, aunque no lo dijera en voz alta, en lo más profundo de su pecho, ya sentía el brote.
    Y ese brote no era odio.
    Era amor.

    Silencioso, incierto, pero real.

    Una flor de ébano, nacida de la Reina de los Muertos.
    Una criatura destinada a cambiar el equilibrio, a poner fin al canto del dolor.

    Y Perséfone, con el alma dividida, entendió:
    El mayor acto de amor no es engendrar.
    Es dejar florecer lo que debe ser.
    Aunque eso signifique dejarlo ir.






    La Flor de Ébano Perséfone emergió del templo de Apolo con la mirada perdida entre el mármol y los ecos de la profecía. El sol brillaba alto, indiferente a su inquietud. A lo lejos, los olivos danzaban con el viento, ajenos a la sombra que se había posado sobre ella. No fue la profecía lo que la había sacudido, sino la certeza de haberla comprendido, aunque no quisiera admitirlo. Apolo la había recibido con su sonrisa habitual, esa mezcla de arrogancia y afecto, pero su rostro se desfiguró al recibir la visión. Sus ojos y boca se encendieron con una luz verde imposible, una claridad ajena incluso a su divinidad solar. Y entonces habló, o mejor dicho, algo habló a través de él: “En la era cuando el grano muera sin pena, y la Reina de Dos Mundos siembre sin mano, brotará del ébano una flor sin temblor, cuyo paso dará descanso a las almas sin canto.” La voz había sido firme, inapelable. Las palabras, poesía del destino. Apolo regresó a sí mismo con un movimiento de cabeza, sacudiéndose la tensión. Y con una mirada de resignación casi humana, le entregó la hoja escrita. “Ahí tienes tu profecía, diosa de la Primavera”, dijo. Pero Perséfone ya no se sentía primavera. No en ese momento. Mientras descendía hacia el Inframundo, su reino, pensaba en cada línea con una mezcla de temor, intuición y una tristeza difícil de nombrar. Ella conocía bien los símbolos. Los había pronunciado antes, para otros. Sabía cómo disfrazaba el destino sus designios con metáforas que, una vez cumplidas, se volvían obvias. Era el juego cruel de los oráculos. "Cuando el grano muera sin pena…" El grano. Su madre, Deméter, lo encarnaba. El alimento del mundo, el ritmo de la vida y la cosecha. Si el grano muere sin pena, ¿qué significa? ¿Una era donde ya no se valora la vida que se siembra y cosecha? ¿O una en la que la muerte ha dejado de doler? Perséfone sintió un escalofrío recorrerle la espalda. La indiferencia era peor que la muerte. Era olvido. El mundo olvidando a Deméter… olvidándola a ella. "Y la Reina de Dos Mundos siembre sin mano…" Esa línea la dolía en lo más íntimo. Ella era esa Reina. Dividida entre la luz de la superficie y la sombra del Inframundo, sembradora de vida en un mundo condenado a morir. ¿Sembrar sin mano? ¿Una creación sin su intervención? ¿Un ser nacido de su esencia, pero no de su voluntad? Quizás… una hija. No una engendrada por deseo, sino por destino. Se detuvo en medio del corredor de obsidiana, su reflejo oscuro devolviéndole una imagen descompuesta. ¿Una hija nacida de su poder, pero sin su amor? ¿Una flor envenenada o redentora? "Brotará del ébano una flor sin temblor…" Ébano. El árbol de madera oscura, símbolo de lo oculto, lo eterno, lo duro. Una flor nacida del ébano no sería frágil. No se rompería con el viento. Sin temblor. Imperturbable. Eso la asustó más que cualquier visión. Porque Perséfone, aun en su fuerza, había temblado. Cuando fue raptada, cuando eligió quedarse, cuando sostuvo en sus brazos a las almas errantes que no querían cruzar el río. Ella había temblado, había sentido. Una flor que no tiembla… ¿puede amar? ¿Puede compadecerse? "Cuyo paso dará descanso a las almas sin canto." Ese último verso le pareció el más bello… y el más trágico. Las almas sin canto eran las que no habían sido honradas, las que murieron sin nombre, sin ritual, sin memoria. Vagaban sin rumbo, sin fuerza para cruzar al olvido. Ella las conocía bien. Las escuchaba llorar en las grietas del Hades. ¿Esa flor las hará descansar? ¿O las dormirá eternamente, sin redención? Se sentó en su trono, las manos entrelazadas, los ojos clavados en el vacío. Las sombras del Inframundo se arremolinaron a su alrededor, inquietas por su silencio. Ni Hades se atrevía a interrumpirla. Él conocía ese gesto: Perséfone estaba recordando el futuro. Sintió una punzada en el vientre. No física, no tangible. Era como un eco que aún no había nacido. Una presencia lejana, pero inevitable. Algo vendría. Algo o alguien crecería en ella, o a través de ella, o desde ella. Una flor sin miedo, nacida del ébano. Y esa flor no sería suya. No en el modo en que una madre posee a su hija. No. Esa flor sería del mundo. O del destino. Perséfone apretó los labios, conteniendo la oleada de emoción que pugnaba por salir. ¿Y si la profecía hablaba de una nueva era? ¿De un cambio tan grande que ni los dioses estarían preparados? ¿Y si esa flor era el final de una era donde los dioses gobernaban… y el inicio de una donde solo observarían? Por un instante se sintió pequeña. Pequeña ante algo inmenso, algo que se aproximaba como una ola silenciosa, pero imparable. Y por primera vez en siglos, no supo si debía temer… o prepararse para amar. Porque, aunque no lo dijera en voz alta, en lo más profundo de su pecho, ya sentía el brote. Y ese brote no era odio. Era amor. Silencioso, incierto, pero real. Una flor de ébano, nacida de la Reina de los Muertos. Una criatura destinada a cambiar el equilibrio, a poner fin al canto del dolor. Y Perséfone, con el alma dividida, entendió: El mayor acto de amor no es engendrar. Es dejar florecer lo que debe ser. Aunque eso signifique dejarlo ir.
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  • Cuando los dioses caminan por la Tierra, somos nosotros los pequeños mortales quienes terminamos sufriendo. -Palabras de Maxwell Lord.-
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  • Bloom Night



    Amor de Sombras y Estrellas

    En la grieta donde el tiempo no canta,
    donde arde el abismo sin fin ni frontera,
    nació el dios demonio de lengua quebrada,
    corazón de ceniza y mirada de guerra.

    Él gobernó con puños de noche cerrada,
    con llamas que hielan y truenos que ciegan,
    pero en su trono de oscuridad sellada,
    soñaba con algo que no se despeña.

    Y fue entonces, en la danza primera,
    que surgió la bruja, tejida en auroras,
    con manos de polvo y fuego en la vena,
    y el verbo sagrado brotando en sus horas.

    Ella parió galaxias con solo un suspiro,
    moldeó las estrellas con cantos dormidos,
    y al ver al demonio, su furia y su filo,
    no huyó: lo miró, y rompió los sigilos.

    Él la llamó "locura", ella "principio",
    él rugía caos, ella, infinito,
    pero en su choque nació un equilibrio,
    el beso de mundos jamás escritos.

    Se amaron entre relámpagos y esferas,
    en cielos que tiemblan y mares que gimen,
    él le dio su sombra, ella, sus estrellas,
    y así se fundieron donde nadie persigue.

    Ni dioses antiguos, ni sabios profetas
    comprenden del todo su pacto secreto:
    un amor que crea y también condena,
    un amor que en ruinas siembra universos.
    [Bloom_Night] Amor de Sombras y Estrellas En la grieta donde el tiempo no canta, donde arde el abismo sin fin ni frontera, nació el dios demonio de lengua quebrada, corazón de ceniza y mirada de guerra. Él gobernó con puños de noche cerrada, con llamas que hielan y truenos que ciegan, pero en su trono de oscuridad sellada, soñaba con algo que no se despeña. Y fue entonces, en la danza primera, que surgió la bruja, tejida en auroras, con manos de polvo y fuego en la vena, y el verbo sagrado brotando en sus horas. Ella parió galaxias con solo un suspiro, moldeó las estrellas con cantos dormidos, y al ver al demonio, su furia y su filo, no huyó: lo miró, y rompió los sigilos. Él la llamó "locura", ella "principio", él rugía caos, ella, infinito, pero en su choque nació un equilibrio, el beso de mundos jamás escritos. Se amaron entre relámpagos y esferas, en cielos que tiemblan y mares que gimen, él le dio su sombra, ella, sus estrellas, y así se fundieron donde nadie persigue. Ni dioses antiguos, ni sabios profetas comprenden del todo su pacto secreto: un amor que crea y también condena, un amor que en ruinas siembra universos.
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