*La banda de Kurogane se había reunido, porque luego de seis meses y diez días habían alcanzado una nueva marca.*
—¡Lo logramos!
—El esfuerzo de todos juntos a diario sigue rindiendo sus frutos.
—Y así lo logramos. Llegamos a 1100 publicaciones, y 1100 escenas
—¡VIVA!
—Aunque cabe aclarar que con estas tres escenas se llega a 1102, al parecer, pero no se podía excluir ninguna imagen.
—Y también deberíamos de agradecer por todo.
—Todo lo que encontramos en el camino. Momentos felices, algunos disgustos también, pero todo ha sido parte de este trayecto.
—También, no podemos olvidar a todas las personas con las que hemos compartido instantes especiales. Muchas gracias a todos ellos.
—Aquellos que siguen por aquí, y también a todas esas personas que hoy ya no están aquí...
—Lamentablemente...
—Pero no las olvidamos, ni lo haremos nunca.
*Cal, Ellos, Adam, Shinn y Ace celebran juntos.*
—¡1100 publicaciones! ¡1100 escenas! ¡VIVA! ¡VAMOS POR MUCHAS MÁS!
Esta es una ocasión especial 😁
*La banda de Kurogane se había reunido, porque luego de seis meses y diez días habían alcanzado una nueva marca.*
—¡Lo logramos!
—El esfuerzo de todos juntos a diario sigue rindiendo sus frutos.
—Y así lo logramos. Llegamos a 1100 publicaciones, y 1100 escenas 🤩
—¡VIVA! 🎊🎉🎂🥳😁🤩🎈 :STK-11:
—Aunque cabe aclarar que con estas tres escenas se llega a 1102, al parecer, pero no se podía excluir ninguna imagen.
—Y también deberíamos de agradecer por todo.
—Todo lo que encontramos en el camino. Momentos felices, algunos disgustos también, pero todo ha sido parte de este trayecto.
—También, no podemos olvidar a todas las personas con las que hemos compartido instantes especiales. Muchas gracias a todos ellos.
—Aquellos que siguen por aquí, y también a todas esas personas que hoy ya no están aquí...
—Lamentablemente...
—Pero no las olvidamos, ni lo haremos nunca.
*Cal, Ellos, Adam, Shinn y Ace celebran juntos.*
—¡1100 publicaciones! ¡1100 escenas! ¡VIVA! ¡VAMOS POR MUCHAS MÁS!
Dicen que todo fugitivo deja un rastro.
Yo dejé cuatro….
Y algo más… un reflejo roto que ya no quería cargar.
La noche en que escapé de la Mansión Moretti, el silencio se estiraba entre las paredes como un animal dormido que podía despertar en cualquier momento.
Mis pasos eran tímidos, pero mi decisión ardía como un incendio.
En el vestíbulo principal, antes de cruzar la puerta que solo se abría en nacimientos, bodas o muertes, dejé sobre la mesa de mármol un pequeño cofre de madera oscura.
…
Mi renuncia.
Mi acto final como hija de esa casa.
…
Dentro acomodé los cuatro anillos que representaban los destinos que nunca pedimos.
El anillo de Luca: Oro pálido con el escudo Moretti.
El peso del deber que él jamás cuestionó… aunque sus ojos lo hicieran.
El anillo de Adriano:
Sencillo, con un rubí oculto en el interior. La rebeldía que él escondía mejor que sus temores.
El anillo de Giulia:
Perlas blancas, frías como el papel en el que se firmarán sus votos
Una pureza forzada… no elegida.
Y mi anillo.
El compromiso con Nikolai Romanov.
La corona que debía cargar sin haberla pedido.
Los dejé juntos, como si así pudiera entregarles la vida que rechazaba.
Pero había algo más que debía abandonar.
A un lado del cofre dejé mi espejo de mano, aquel que mi madre me entregó cuando cumplí trece años.
Un espejo de oro, tallado con filigranas delicadas y pequeñas rosas grabadas en su borde.
Ella solía decirme:
"Una Moretti siempre debe recordar quién es."
Esa noche lo dejé abierto, con la superficie rota en tres fragmentos, cada uno reflejando una parte distinta de mí.
Sobre ellos puse rosas rosadas, frescas, recién cortadas del invernadero.
El contraste entre el oro brillando bajo la luz tenue, las grietas del cristal y el color suave de los pétalos decía todo lo que yo no quería escribirles en una carta:
La mujer que ustedes intentaron forjar en oro ya no existe. La rompí yo misma.
Huir fue dolor. Frío. Silencio.
La libertad no huele a victoria… huele a miedo y a madrugada
Viajé con lo mínimo, ocultando mi apellido como si fuera un pecado.
Cada ciudad me recibió con indiferencia, cada tren con incertidumbre.
Hasta llegar a Londres.
La lluvia era un látigo.
El viento, un verdugo.
Mis manos se entumecieron, mis piernas fallaron y mi respiración se volvió un susurro agonizante.
Me desplomé en un callejón húmedo, abrazando mi propio cuerpo como si pudiera calentarme a mí misma.
Me pregunté si la libertad valía morir en un país donde nadie sabía pronunciar Scarlett…
sin acento.
Entonces… ella apareció.
Una mujer alta, elegante, un abrigo negro envolviéndola como un secreto.
Ojos filosos.
Labios rojos.
Presencia que imponía respeto sin pedirlo.
—Niña —dijo con voz grave, segura—
así no se muere.
Vamos.
Te levantarás.
No sé si yo tomé su mano… o si la vida lo hizo por mí.
Se llamaba Mirena Blackwood, dueña de uno de los burdeles más influyentes y discretos de Londres.
Una mujer que había sobrevivido al mundo… y que había aprendido a dominarlo.
Me llevó a su refugio.
Me alimentó.
Me dio un baño caliente.
Ropa limpia.
Una cama que no juzgaba.
Y, sobre todo, me dio algo que nadie en mi vida me había dado:
Tiempo.
Esa noche, mientras escuchaba la música sensual detrás de las paredes rojas del burdel y el murmullo de voces que vivían al margen del mundo elegante, entendí que la libertad no empieza cuando uno huye.
Empieza cuando uno se permite renacer.
— Scarlett Moretti
~(o tal vez, pronto… solo Scarlett (?)…
˖ ݁𖥔. ݁ . 𝑬𝒍 𝑫𝒊𝒂𝒓𝒊𝒐 𝒅𝒆 𝑺𝒄𝒂𝒓𝒍𝒆𝒕𝒕 . ݁.𖥔 ݁ ˖
𝑪𝒂𝒑í𝒕𝒖𝒍𝒐 𝑰𝑰𝑰: 𝑳𝒐𝒔 𝑪𝒖𝒂𝒕𝒓𝒐 𝑨𝒏𝒊𝒍𝒍𝒐𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝑨𝒅𝒊ó𝒔
Querido diario…
Dicen que todo fugitivo deja un rastro.
Yo dejé cuatro….
Y algo más… un reflejo roto que ya no quería cargar.
La noche en que escapé de la Mansión Moretti, el silencio se estiraba entre las paredes como un animal dormido que podía despertar en cualquier momento.
Mis pasos eran tímidos, pero mi decisión ardía como un incendio.
En el vestíbulo principal, antes de cruzar la puerta que solo se abría en nacimientos, bodas o muertes, dejé sobre la mesa de mármol un pequeño cofre de madera oscura.
…
Mi renuncia.
Mi acto final como hija de esa casa.
…
Dentro acomodé los cuatro anillos que representaban los destinos que nunca pedimos.
El anillo de Luca: Oro pálido con el escudo Moretti.
El peso del deber que él jamás cuestionó… aunque sus ojos lo hicieran.
El anillo de Adriano:
Sencillo, con un rubí oculto en el interior. La rebeldía que él escondía mejor que sus temores.
El anillo de Giulia:
Perlas blancas, frías como el papel en el que se firmarán sus votos
Una pureza forzada… no elegida.
Y mi anillo.
El compromiso con Nikolai Romanov.
La corona que debía cargar sin haberla pedido.
Los dejé juntos, como si así pudiera entregarles la vida que rechazaba.
Pero había algo más que debía abandonar.
A un lado del cofre dejé mi espejo de mano, aquel que mi madre me entregó cuando cumplí trece años.
Un espejo de oro, tallado con filigranas delicadas y pequeñas rosas grabadas en su borde.
Ella solía decirme:
"Una Moretti siempre debe recordar quién es."
Esa noche lo dejé abierto, con la superficie rota en tres fragmentos, cada uno reflejando una parte distinta de mí.
Sobre ellos puse rosas rosadas, frescas, recién cortadas del invernadero.
El contraste entre el oro brillando bajo la luz tenue, las grietas del cristal y el color suave de los pétalos decía todo lo que yo no quería escribirles en una carta:
La mujer que ustedes intentaron forjar en oro ya no existe. La rompí yo misma.
Huir fue dolor. Frío. Silencio.
La libertad no huele a victoria… huele a miedo y a madrugada
Viajé con lo mínimo, ocultando mi apellido como si fuera un pecado.
Cada ciudad me recibió con indiferencia, cada tren con incertidumbre.
Hasta llegar a Londres.
La lluvia era un látigo.
El viento, un verdugo.
Mis manos se entumecieron, mis piernas fallaron y mi respiración se volvió un susurro agonizante.
Me desplomé en un callejón húmedo, abrazando mi propio cuerpo como si pudiera calentarme a mí misma.
Me pregunté si la libertad valía morir en un país donde nadie sabía pronunciar Scarlett…
sin acento.
Entonces… ella apareció.
Una mujer alta, elegante, un abrigo negro envolviéndola como un secreto.
Ojos filosos.
Labios rojos.
Presencia que imponía respeto sin pedirlo.
—Niña —dijo con voz grave, segura—
así no se muere.
Vamos.
Te levantarás.
No sé si yo tomé su mano… o si la vida lo hizo por mí.
Se llamaba Mirena Blackwood, dueña de uno de los burdeles más influyentes y discretos de Londres.
Una mujer que había sobrevivido al mundo… y que había aprendido a dominarlo.
Me llevó a su refugio.
Me alimentó.
Me dio un baño caliente.
Ropa limpia.
Una cama que no juzgaba.
Y, sobre todo, me dio algo que nadie en mi vida me había dado:
Tiempo.
Esa noche, mientras escuchaba la música sensual detrás de las paredes rojas del burdel y el murmullo de voces que vivían al margen del mundo elegante, entendí que la libertad no empieza cuando uno huye.
Empieza cuando uno se permite renacer.
— Scarlett Moretti
~(o tal vez, pronto… solo Scarlett (?)…
Hoy he comprendido que no todas las jaulas son de hierro… algunas son de oro, cubiertas de terciopelo y perfumadas con rosas
En esta casa, el futuro no se elige: se dicta.
Cada uno de nosotros tiene un destino cuidadosamente bordado por las manos de mis padres, como si fuéramos piezas en un tapiz que debe mantenerse perfecto, sin hilos fuera de lugar.
Luca, mi hermano mayor, se casará con la princesa Enyadres de Bélgica.
Una unión estratégica, dicen.
La combinación ideal entre el poder de la vieja nobleza italiana y la elegancia de una corona europea.
Él no protestó.
Nunca lo hace.
Sus ojos grises no revelan emoción alguna, pero cada vez que la mencionan, su mandíbula se tensa.
Yo lo noto.
Siempre lo noto.
Adriano, en cambio, se unirá a la princesa Amara de Grecia, una mujer de belleza exótica y sonrisa disciplinada.
Él finge estar complacido, incluso bromea sobre ello, pero sus manos tiemblan cuando piensa que, al decir “sí”, estará enterrando la libertad que tanto ama.
Giulia, la joya más preciada de mi madre, sellará su futuro con el Duque Lorenzo di Castellano, un hombre doce años mayor que ella. Un matrimonio de conveniencia, disfrazado de elegancia.
Dicen que juntos representarán el renacer de la aristocracia italiana.
A veces veo a Giulia mirarse al espejo por horas, inmóvil, como si tratara de reconocer a la mujer que el destino le impuso ser.
Y yo…
Mi futuro también está escrito. Desde que era niña, he escuchado su nombre en los labios de mis padres, como una profecía que debía cumplirse: el príncipe Nikolai Romanov de Rusia.
El más admirado y temido entre los herederos de la nueva nobleza.
Dicen que su mirada puede congelar la sangre, y que su sonrisa es tan peligrosa como la corona que heredará algún día.
A los catorce, me dijeron que sería su prometida cuando cumpliera la mayoría de edad.
A los quince, me explicaron que mi unión con él no solo uniría dos linajes, sino que también aseguraría la inmortalidad del apellido Moretti.
Pero nadie me preguntó si quería ser inmortal.
No quiero un palacio en San Petersburgo ni un trono de invierno.
No quiero joyas que brillen más que mi risa ni vestidos tan pesados que ahoguen mi respiración.
Quiero… respirar sin permiso.
Quiero caminar sin que me sigan los pasos del deber.
Quiero vivir una vida que me pertenezca.
Esta noche he decidido algo, querido diario. No puedo seguir viviendo bajo el techo de quienes ya han decidido quién debo ser.
La perfección que tanto veneran es una prisión que no me deja existir.
Mañana, cuando el reloj del vestíbulo marque las tres y trece —esa hora maldita que detiene el tiempo en esta casa—, haré lo que ninguna Moretti se ha atrevido jamás a hacer:
romper mi destino.
Quizá el mundo fuera de estas paredes sea cruel. Quizá nadie recuerde mi nombre.
Pero prefiero eso a convertirme en una sombra elegante con un apellido brillante y un corazón vacío.
Si algún día alguien encuentra estas páginas, quiero que sepa que yo, Scarlett Moretti, nací con un fuego que no puede ser contenido por el mármol ni por los lazos de sangre.
Esta será la primera noche de mi libertad.
O la última de mi nombre.
— 𝑆𝑐𝑎𝑟𝑙𝑒𝑡𝑡 𝑀𝑜𝑟𝑒𝑡𝑡𝑖
˖ ݁𖥔. ݁ . 𝑬𝒍 𝑫𝒊𝒂𝒓𝒊𝒐 𝒅𝒆 𝑺𝒄𝒂𝒓𝒍𝒆𝒕𝒕 . ݁.𖥔 ݁ ˖
𝑪𝒂𝒑í𝒕𝒖𝒍𝒐 𝑰𝑰: 𝑳𝒂𝒔 𝑪𝒂𝒅𝒆𝒏𝒂𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝑳𝒖𝒋𝒐
Querido diario…
Hoy he comprendido que no todas las jaulas son de hierro… algunas son de oro, cubiertas de terciopelo y perfumadas con rosas
En esta casa, el futuro no se elige: se dicta.
Cada uno de nosotros tiene un destino cuidadosamente bordado por las manos de mis padres, como si fuéramos piezas en un tapiz que debe mantenerse perfecto, sin hilos fuera de lugar.
Luca, mi hermano mayor, se casará con la princesa Enyadres de Bélgica.
Una unión estratégica, dicen.
La combinación ideal entre el poder de la vieja nobleza italiana y la elegancia de una corona europea.
Él no protestó.
Nunca lo hace.
Sus ojos grises no revelan emoción alguna, pero cada vez que la mencionan, su mandíbula se tensa.
Yo lo noto.
Siempre lo noto.
Adriano, en cambio, se unirá a la princesa Amara de Grecia, una mujer de belleza exótica y sonrisa disciplinada.
Él finge estar complacido, incluso bromea sobre ello, pero sus manos tiemblan cuando piensa que, al decir “sí”, estará enterrando la libertad que tanto ama.
Giulia, la joya más preciada de mi madre, sellará su futuro con el Duque Lorenzo di Castellano, un hombre doce años mayor que ella. Un matrimonio de conveniencia, disfrazado de elegancia.
Dicen que juntos representarán el renacer de la aristocracia italiana.
A veces veo a Giulia mirarse al espejo por horas, inmóvil, como si tratara de reconocer a la mujer que el destino le impuso ser.
Y yo…
Mi futuro también está escrito. Desde que era niña, he escuchado su nombre en los labios de mis padres, como una profecía que debía cumplirse: el príncipe Nikolai Romanov de Rusia.
El más admirado y temido entre los herederos de la nueva nobleza.
Dicen que su mirada puede congelar la sangre, y que su sonrisa es tan peligrosa como la corona que heredará algún día.
A los catorce, me dijeron que sería su prometida cuando cumpliera la mayoría de edad.
A los quince, me explicaron que mi unión con él no solo uniría dos linajes, sino que también aseguraría la inmortalidad del apellido Moretti.
Pero nadie me preguntó si quería ser inmortal.
No quiero un palacio en San Petersburgo ni un trono de invierno.
No quiero joyas que brillen más que mi risa ni vestidos tan pesados que ahoguen mi respiración.
Quiero… respirar sin permiso.
Quiero caminar sin que me sigan los pasos del deber.
Quiero vivir una vida que me pertenezca.
Esta noche he decidido algo, querido diario. No puedo seguir viviendo bajo el techo de quienes ya han decidido quién debo ser.
La perfección que tanto veneran es una prisión que no me deja existir.
Mañana, cuando el reloj del vestíbulo marque las tres y trece —esa hora maldita que detiene el tiempo en esta casa—, haré lo que ninguna Moretti se ha atrevido jamás a hacer:
romper mi destino.
Quizá el mundo fuera de estas paredes sea cruel. Quizá nadie recuerde mi nombre.
Pero prefiero eso a convertirme en una sombra elegante con un apellido brillante y un corazón vacío.
Si algún día alguien encuentra estas páginas, quiero que sepa que yo, Scarlett Moretti, nací con un fuego que no puede ser contenido por el mármol ni por los lazos de sangre.
Esta será la primera noche de mi libertad.
O la última de mi nombre.
— 𝑆𝑐𝑎𝑟𝑙𝑒𝑡𝑡 𝑀𝑜𝑟𝑒𝑡𝑡𝑖
He estado investigando un poco sobre mi pasado, desde que me enteré que no soy una verdadera Beenedeti, no he hablado mas con mis padres, no hace falta, ahora solo cruzamos palabras cuando es necesario. Tampoco se por que me importa buscar los restos de alguien a quien no recuerdo.
Después de todo soy el tipo de persona que avandona a su propia hija con seres desconocidos. Supongo que esta es la maldición familiar, aquello qué llaman soledad.
Diario:
He estado investigando un poco sobre mi pasado, desde que me enteré que no soy una verdadera Beenedeti, no he hablado mas con mis padres, no hace falta, ahora solo cruzamos palabras cuando es necesario. Tampoco se por que me importa buscar los restos de alguien a quien no recuerdo.
Después de todo soy el tipo de persona que avandona a su propia hija con seres desconocidos. Supongo que esta es la maldición familiar, aquello qué llaman soledad.
El chico lobo se encontraba en el lago detrás de Mondstadt, había ido a bañarse y a probar una barra blanca que le había dicho que hacía burbujas con agua, jabón. El olor le llamaba la atención pues a pesar de no oler a comida olía ciertamente agradable.
-Oler...a sniff...sniff...-olfateó la barra de jabó-... Así oler Hermana Lisa...a veces...
Dijo mientras se metía al lago. El agua estaba fresca, cómoda para él. Después de mojarse el cuerpo dijo lo que le dijeron, metió la barra al agua y comenzó a revolver con las manos, en poco tiempo el agua comenzó a hacerse jabonosa y a levantar espuma.
-Oh...funciona...funciona..
Dijo animado mientras se enjabonaba la cabeza y su largo cabello blanco, como era de esperarse el jabón creció y le picó en los ojos haciéndolo que los cerrara mientras agitaba la cabeza de lado a lado a la par que se tallaba los ojos con las manos.
-¡Ah!..¡Jabón malo!...¡Pica...pica!..
Era limpio, se bañaba a diario en el río o en el lago, pero el jabón era relativamente nuevo para él.
El chico lobo se encontraba en el lago detrás de Mondstadt, había ido a bañarse y a probar una barra blanca que le había dicho que hacía burbujas con agua, jabón. El olor le llamaba la atención pues a pesar de no oler a comida olía ciertamente agradable.
-Oler...a sniff...sniff...-olfateó la barra de jabó-... Así oler Hermana Lisa...a veces...
Dijo mientras se metía al lago. El agua estaba fresca, cómoda para él. Después de mojarse el cuerpo dijo lo que le dijeron, metió la barra al agua y comenzó a revolver con las manos, en poco tiempo el agua comenzó a hacerse jabonosa y a levantar espuma.
-Oh...funciona...funciona..
Dijo animado mientras se enjabonaba la cabeza y su largo cabello blanco, como era de esperarse el jabón creció y le picó en los ojos haciéndolo que los cerrara mientras agitaba la cabeza de lado a lado a la par que se tallaba los ojos con las manos.
-¡Ah!..¡Jabón malo!...¡Pica...pica!..
Era limpio, se bañaba a diario en el río o en el lago, pero el jabón era relativamente nuevo para él.
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En la familia Moretti, nadie puede escribir un diario antes de cumplir quince años.
Dicen que las palabras tienen poder, y que solo cuando la mente y el alma se alinean, la tinta reconoce a su dueño. Es una costumbre tan antigua como nuestro apellido… y tan inquebrantable como las promesas que se murmuran bajo los candelabros del salón principal.
Así que aquí estoy, con mi pluma, mi secreto y un apellido que pesa más que el aire que respiro. He crecido entre columnas de mármol y pasillos silenciosos, donde incluso los ecos temen alzar la voz.
Los Moretti somos reconocidos por nuestra marca: el cabello cobrizo que arde con la luz del sol y los ojos verdes o grises que heredan el reflejo del mármol y la tormenta.
Mis padres, Alessandro Moretti e Isabella di Ravello, son la imagen misma del poder y la belleza eterna. Mi padre, Alessandro, es un hombre de mirada firme y palabras escasas; cuando habla, el mundo parece detenerse para escucharlo. Mi madre, Isabella, es una sinfonía de perfección y melancolía: cada uno de sus gestos parece calculado, pero detrás de esa serenidad habita una tristeza que ni el tiempo ha logrado borrar.
Y luego estamos nosotros…
sus hijos.
Los cuatro diamantes de la Casa Moretti.
Luca, el primogénito, es la imagen de mi padre: fuerte, silencioso, hecho de deber y sombras.
Su destino está trazado desde antes de nacer: liderar, mantener el apellido, sostener el linaje.
Adriano, el segundo, es fuego disfrazado de calma; tiene la sonrisa de un poeta y los ojos de alguien que sabe más de lo que debería.
Giulia, la tercera, es la más parecida a mi madre: elegante, calculadora y dueña de una inteligencia tan afilada como una daga de cristal.
Y luego estoy yo… Scarlett, la más joven. La que sonríe demasiado, ríe cuando no debe y dice lo que otros solo se atreven a pensar.
Dicen que tengo la belleza de mi madre y la rebeldía de nadie sabe quién.
Que mis ojos esconden la inquietud de las tormentas y que mi espíritu no conoce frenos ni cadenas. Tal vez tengan razón.
Aunque mi cabello lleva ese fuego —rojizo, intenso, casi vivo—, mis ojos no heredaron el verde ancestral ni el gris de la familia. Los míos son de un azul imposible, profundo e inquietante.
Desde niña me lo han hecho notar. Ese azul no pertenece al linaje, dicen. Y aunque nadie lo mencione en voz alta, todos lo piensan: algo en mí no encaja del todo con los Moretti.
Yo no nací para seguir el ritmo lento y medido de los Moretti.
Nací para romperlo.
Ser parte de esta familia es caminar sobre cristales y fingir que no cortan. Desde fuera, todos nos admiran: somos la nobleza pura, el linaje más antiguo, los herederos de una sangre que —según dicen— no pertenece del todo al tiempo humano.
Pero dentro de nuestras murallas hay silencios que gritan, retratos que cambian con la luz de la luna y pasillos donde el aire se vuelve tan pesado que incluso las velas dudan en encenderse.
Nadie habla de los secretos Moretti.
Ni de las desapariciones.
Ni de las noches en que el reloj del vestíbulo se detiene solo, justo a las tres y trece.
Yo era una niña cuando escuché por primera vez los susurros sobre lo que somos realmente. Casi inmortales, decían.
Pero… ¿a qué precio?
Hoy comienzo este diario no para seguir la tradición, sino para romper el silencio. Quiero entender por qué, cuando me miro en los espejos antiguos del palacio, siento que algo me observa desde el otro lado. Algo que tiene mis ojos…
pero no mi alma.
— 𝑆𝑐𝑎𝑟𝑙𝑒𝑡𝑡 𝑀𝑜𝑟𝑒𝑡𝑡𝑖
˖ ݁𖥔. ݁ . 𝑬𝒍 𝑫𝒊𝒂𝒓𝒊𝒐 𝒅𝒆 𝑺𝒄𝒂𝒓𝒍𝒆𝒕𝒕 . ݁.𖥔 ݁ ˖
𝑪𝒂𝒑í𝒕𝒖𝒍𝒐 𝑰: 𝑫𝒊𝒂𝒎𝒂𝒏𝒕𝒆𝒔 𝒆𝒔𝒄𝒂𝒓𝒍𝒂𝒕𝒂𝒔.
Querido diario,
Hoy, finalmente, es mi turno…
En la familia Moretti, nadie puede escribir un diario antes de cumplir quince años.
Dicen que las palabras tienen poder, y que solo cuando la mente y el alma se alinean, la tinta reconoce a su dueño. Es una costumbre tan antigua como nuestro apellido… y tan inquebrantable como las promesas que se murmuran bajo los candelabros del salón principal.
Así que aquí estoy, con mi pluma, mi secreto y un apellido que pesa más que el aire que respiro. He crecido entre columnas de mármol y pasillos silenciosos, donde incluso los ecos temen alzar la voz.
Los Moretti somos reconocidos por nuestra marca: el cabello cobrizo que arde con la luz del sol y los ojos verdes o grises que heredan el reflejo del mármol y la tormenta.
Mis padres, Alessandro Moretti e Isabella di Ravello, son la imagen misma del poder y la belleza eterna. Mi padre, Alessandro, es un hombre de mirada firme y palabras escasas; cuando habla, el mundo parece detenerse para escucharlo. Mi madre, Isabella, es una sinfonía de perfección y melancolía: cada uno de sus gestos parece calculado, pero detrás de esa serenidad habita una tristeza que ni el tiempo ha logrado borrar.
Y luego estamos nosotros…
sus hijos.
Los cuatro diamantes de la Casa Moretti.
Luca, el primogénito, es la imagen de mi padre: fuerte, silencioso, hecho de deber y sombras.
Su destino está trazado desde antes de nacer: liderar, mantener el apellido, sostener el linaje.
Adriano, el segundo, es fuego disfrazado de calma; tiene la sonrisa de un poeta y los ojos de alguien que sabe más de lo que debería.
Giulia, la tercera, es la más parecida a mi madre: elegante, calculadora y dueña de una inteligencia tan afilada como una daga de cristal.
Y luego estoy yo… Scarlett, la más joven. La que sonríe demasiado, ríe cuando no debe y dice lo que otros solo se atreven a pensar.
Dicen que tengo la belleza de mi madre y la rebeldía de nadie sabe quién.
Que mis ojos esconden la inquietud de las tormentas y que mi espíritu no conoce frenos ni cadenas. Tal vez tengan razón.
Aunque mi cabello lleva ese fuego —rojizo, intenso, casi vivo—, mis ojos no heredaron el verde ancestral ni el gris de la familia. Los míos son de un azul imposible, profundo e inquietante.
Desde niña me lo han hecho notar. Ese azul no pertenece al linaje, dicen. Y aunque nadie lo mencione en voz alta, todos lo piensan: algo en mí no encaja del todo con los Moretti.
Yo no nací para seguir el ritmo lento y medido de los Moretti.
Nací para romperlo.
Ser parte de esta familia es caminar sobre cristales y fingir que no cortan. Desde fuera, todos nos admiran: somos la nobleza pura, el linaje más antiguo, los herederos de una sangre que —según dicen— no pertenece del todo al tiempo humano.
Pero dentro de nuestras murallas hay silencios que gritan, retratos que cambian con la luz de la luna y pasillos donde el aire se vuelve tan pesado que incluso las velas dudan en encenderse.
Nadie habla de los secretos Moretti.
Ni de las desapariciones.
Ni de las noches en que el reloj del vestíbulo se detiene solo, justo a las tres y trece.
Yo era una niña cuando escuché por primera vez los susurros sobre lo que somos realmente. Casi inmortales, decían.
Pero… ¿a qué precio?
Hoy comienzo este diario no para seguir la tradición, sino para romper el silencio. Quiero entender por qué, cuando me miro en los espejos antiguos del palacio, siento que algo me observa desde el otro lado. Algo que tiene mis ojos…
pero no mi alma.
— 𝑆𝑐𝑎𝑟𝑙𝑒𝑡𝑡 𝑀𝑜𝑟𝑒𝑡𝑡𝑖
Archivo Personal — Diario de Rei Arakawa
Ubicación: Oficina en Shinjuku, Tokio.
Fecha: 15 de noviembre, 2025
Hora: 00:17 A.M.
(Una fotografía reciente está pegada en la esquina superior de la página. En ella, Rei y Owen Eiga aparecen juntos: un recuerdo guardado tras una cacería agotadora pero que acabó reforzando su amistad. Al fondo, Shinjuku ilumina la escena con su preciosa hora dorada.)
“Nunca me gustaron los vínculos.
No tienen sentido para alguien que lleva vivo más de mil doscientos años.
Las personas envejecen, cambian, se van…
Y yo sigo aquí.
He visto generaciones nacer y morir, ciudades arder y reconstruirse, imperios levantarse para luego caer bajo su propio peso. Con el tiempo aprendes que todo lo que te une a alguien termina siendo un recordatorio de que tú no puedes quedarte.
Pero, aunque lo intento, no puedo evitarlo.
A veces la vida te cruza con almas que te dejan una marca, aunque sepas que algún día desaparecerán.
Owen fue una de esas almas.
Cuando lo conocí, pensé que era un mocoso impulsivo, un hechicero demasiado joven y orgulloso de su don. Un chico que hablaba más rápido de lo que pensaba, y que creía que podía enfrentarse al mundo sin ayuda de nadie.”
—Rei sonríe por lo bajo mientras escribe, dejando caer ceniza del cigarrillo sobre el borde del cenicero.—
“Y con el tiempo... sigue siendo igual de impulsivo.
Pero también es mi mejor amigo.
Mi hermano.
No lo digo seguido —supongo que porque las palabras, como la gente, también se desgastan—
pero si algún día dejo de existir, quiero que este diario sirva como prueba de que en algún momento, incluso yo, tuve a alguien a quien llamar familia.”
(El texto termina con el trazo leve de una firma: “R. Arakawa”.
Abajo, una mancha circular de café, y la ceniza de un cigarrillo apagado.)
Archivo Personal — Diario de Rei Arakawa
Ubicación: Oficina en Shinjuku, Tokio.
Fecha: 15 de noviembre, 2025
Hora: 00:17 A.M.
(Una fotografía reciente está pegada en la esquina superior de la página. En ella, Rei y [cyclone_aqua_hawk_244] aparecen juntos: un recuerdo guardado tras una cacería agotadora pero que acabó reforzando su amistad. Al fondo, Shinjuku ilumina la escena con su preciosa hora dorada.)
“Nunca me gustaron los vínculos.
No tienen sentido para alguien que lleva vivo más de mil doscientos años.
Las personas envejecen, cambian, se van…
Y yo sigo aquí.
He visto generaciones nacer y morir, ciudades arder y reconstruirse, imperios levantarse para luego caer bajo su propio peso. Con el tiempo aprendes que todo lo que te une a alguien termina siendo un recordatorio de que tú no puedes quedarte.
Pero, aunque lo intento, no puedo evitarlo.
A veces la vida te cruza con almas que te dejan una marca, aunque sepas que algún día desaparecerán.
Owen fue una de esas almas.
Cuando lo conocí, pensé que era un mocoso impulsivo, un hechicero demasiado joven y orgulloso de su don. Un chico que hablaba más rápido de lo que pensaba, y que creía que podía enfrentarse al mundo sin ayuda de nadie.”
—Rei sonríe por lo bajo mientras escribe, dejando caer ceniza del cigarrillo sobre el borde del cenicero.—
“Y con el tiempo... sigue siendo igual de impulsivo.
Pero también es mi mejor amigo.
Mi hermano.
No lo digo seguido —supongo que porque las palabras, como la gente, también se desgastan—
pero si algún día dejo de existir, quiero que este diario sirva como prueba de que en algún momento, incluso yo, tuve a alguien a quien llamar familia.”
(El texto termina con el trazo leve de una firma: “R. Arakawa”.
Abajo, una mancha circular de café, y la ceniza de un cigarrillo apagado.)
Un dia más, uno que siempre ha visto cuan especial es para humanos e incluso otros seres, pero para él es un día común y corriente.
Por dentro siente algo de tristeza, le gustaría que alguien le tuviera presente de ese modo, sin importar toda su existencia, pero sólo suspira y sigue con el trabajo diario.
—Hoy es el día...
Un dia más, uno que siempre ha visto cuan especial es para humanos e incluso otros seres, pero para él es un día común y corriente.
Por dentro siente algo de tristeza, le gustaría que alguien le tuviera presente de ese modo, sin importar toda su existencia, pero sólo suspira y sigue con el trabajo diario.