• *Con todo lo que me había enterado no soporte más terminando por destruir parte de mi biblioteca el reloj del conocimiento estaba destrozado primero Adán revelandome una serie de sucesos y luego Robin y las plagas que estaban rondando cuando me di cuenta de mi rabia contenida mis sirvientes empezaron a ordenar y levantar los escombros *

    *Con todo lo que me había enterado no soporte más terminando por destruir parte de mi biblioteca el reloj del conocimiento estaba destrozado primero Adán revelandome una serie de sucesos y luego Robin y las plagas que estaban rondando cuando me di cuenta de mi rabia contenida mis sirvientes empezaron a ordenar y levantar los escombros *
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  • -Fue rumbo a la biblioteca del cielo donde normalmente, se encontraba, ya que deseaba ver como estaba.

    Camino por el lugar buscándole.
    Dejando escapar un suspiro. -

    Leo Mornigstar espero este bien.

    -Comentó para seguir buscando. -
    -Fue rumbo a la biblioteca del cielo donde normalmente, se encontraba, ya que deseaba ver como estaba. Camino por el lugar buscándole. Dejando escapar un suspiro. - [tempest_cyan_elephant_253] espero este bien. -Comentó para seguir buscando. -
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  • ¡Buenos días! —hoy se ha levantado de buen humor y se ha puesto a limpiar el búnker y a ordenar los libros esparcidos por la biblioteca—
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  • ⟡ ݁₊ . ¿Qué eres tú? ⊹ ࣪ ˖
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    La habitación era sorprendentemente hermosa.
    Amplia, silenciosa, bañada por una luz blanca que no venía de ninguna fuente visible. No era cálida, ni fría. Solo... neutra. Suave, como si el aire estuviera cubierto por una manta de terciopelo. El suelo brillaba con una pulcritud absurda, casi ofensiva para alguien que vivía entre frascos ensangrentados y códices empapados en baba cósmica.

    Ephraim, sin embargo, se encontraba allí... en su rincón.
    Sentado de manera absurda, fetal, sobre una silla que seguramente no fue diseñada para eso. Las piernas contra el pecho, los brazos cruzados sobre las espinillas, y un grueso libro encajado entre las rodillas y el mentón. Desde fuera, parecía una figura arrancada de un cuadro surrealista; desde dentro, era simplemente funcional. Esa postura lo ayudaba a pensar. O, al menos, a ignorar lo demás.

    No era una biblioteca pensada por el soñador; eso estaba claro. Era suya. Su espacio. Porque en los sueños —y solo allí— podía existir, robarse un rincón del subconsciente de otro, podía pensar, meditar, sin que su usuario se enterara de que había un intruso entre los pliegues del subconsciente.

    Hoy no llevaba ni su máscara ni su gorro. Su rostro, pálido y manchado por delgados rastros secos de sangre ajena, estaba completamente expuesto. Su cabello caía sobre sus hombros, desordenado, pegado en algunos mechones por algún fluido que mejor no nombrar. Sus ojos, sin embargo, eran la parte más perturbadora: fijos, inmóviles, como si no parpadearan desde hacía horas. No miraban al frente, sino al interior del libro que sostenía.

    ❝ Ah, que molesto. . . ❞ susurró para sí, como si alguien más pudiera o debiera escuchar su desdén. ❝ Esto no es conocimiento, diarrea mental tal vez si. . . ❞

    Las páginas temblaban levemente bajo sus dedos, pero no por miedo.
    El texto no tenía lógica. Palabras truncadas, ideas que comenzaban y luego se disolvían, nombres que se repetían sin razón. Era como leer los pensamientos de un loco en medio de un ataque de fiebre.

    "Ebrietas dijo que este sería distinto..."

    Las palabras de su amada diosa resonaban aún en su cabeza. ❝ Este es el indicado. . . ❞ había dicho. Pero ¿indicado de qué?
    ¿Ascensión? ¿Trascendencia? ¿Una migaja más de verdad entre el vómito de los dormidos?

    —¿Cómo demonios puede esto ayudarme a ascender? —murmuró.
    Y al instante se arrepintió. No porque dudara —lo hacía constantemente—, sino porque dudar de Ebrietas era... sacrilegio.
    Un pecado que no se castiga con fuego, sino con silencio. Y el silencio de los Grandes era peor que la muerte.

    Así que siguió leyendo. Como un buen chico.

    Pasaron minutos. O tal vez siglos.
    La noción del tiempo se disolvía en los sueños, y Ephraim tenía la sensación de estar leyendo la misma línea desde hacía diez vidas. Pero no podía parar. No debía. Cada palabra era una escalinata, por más resbalosa y rota que fuera.

    Hasta que escuchó pasos.

    Eran reales, no imaginarios. No en su cabeza.
    Pasos que no deberían estar allí.

    Sus ojos se alzaron con desgano. El rostro no cambió. No se cubrió, no se tensó. No tenía por qué. Las pequeñas gotas de sangre seca en su mejilla izquierda, el rastro violáceo bajo sus uñas, el olor metálico de la violencia que solo habia pasado hace un par de horas... todo seguía allí. No había necesidad de disimular.

    ¿Quién era este soñador?
    No lo recordaba. No lo reconocía. No importaba.

    Pero su sonrisa —esa mueca torpe, que no sabía cómo doblar bien los músculos— apareció como una marioneta que intenta imitar la expresión humana sin haberla entendido jamás.
    Una sonrisa vacía.

    —¡Ah... al fin! A quien buscaba.

    Apoyó los codos sobre la mesa con un movimiento pesado, casi teatral, como si acabara de encontrar un respiro en medio de la desesperación.
    — Ven. Siéntate. Este libro es un sinsentido absoluto... y dudo que Ebrietas tolere otra noche de mis quejas.

    Lo observó, inclinando ligeramente la cabeza.
    Los ojos no parpadeaban.
    El tono era suave, casi dulce.

    —¿Qué eres tú? ¿Que tienes de especial que ha llamado la atencion de Ebrietas? —dio un golpecito con el dedo índice en el libro— ¿Una marca en el alma? ¿Cicatrices?

    La sonrisa no desapareció por ningún momento. —¡Ah! Tú no eres normal, claro que no.

    ⋆˚꩜。 𝐊𝐲𝐨
    La habitación era sorprendentemente hermosa. Amplia, silenciosa, bañada por una luz blanca que no venía de ninguna fuente visible. No era cálida, ni fría. Solo... neutra. Suave, como si el aire estuviera cubierto por una manta de terciopelo. El suelo brillaba con una pulcritud absurda, casi ofensiva para alguien que vivía entre frascos ensangrentados y códices empapados en baba cósmica. Ephraim, sin embargo, se encontraba allí... en su rincón. Sentado de manera absurda, fetal, sobre una silla que seguramente no fue diseñada para eso. Las piernas contra el pecho, los brazos cruzados sobre las espinillas, y un grueso libro encajado entre las rodillas y el mentón. Desde fuera, parecía una figura arrancada de un cuadro surrealista; desde dentro, era simplemente funcional. Esa postura lo ayudaba a pensar. O, al menos, a ignorar lo demás. No era una biblioteca pensada por el soñador; eso estaba claro. Era suya. Su espacio. Porque en los sueños —y solo allí— podía existir, robarse un rincón del subconsciente de otro, podía pensar, meditar, sin que su usuario se enterara de que había un intruso entre los pliegues del subconsciente. Hoy no llevaba ni su máscara ni su gorro. Su rostro, pálido y manchado por delgados rastros secos de sangre ajena, estaba completamente expuesto. Su cabello caía sobre sus hombros, desordenado, pegado en algunos mechones por algún fluido que mejor no nombrar. Sus ojos, sin embargo, eran la parte más perturbadora: fijos, inmóviles, como si no parpadearan desde hacía horas. No miraban al frente, sino al interior del libro que sostenía. ❝ Ah, que molesto. . . ❞ susurró para sí, como si alguien más pudiera o debiera escuchar su desdén. ❝ Esto no es conocimiento, diarrea mental tal vez si. . . ❞ Las páginas temblaban levemente bajo sus dedos, pero no por miedo. El texto no tenía lógica. Palabras truncadas, ideas que comenzaban y luego se disolvían, nombres que se repetían sin razón. Era como leer los pensamientos de un loco en medio de un ataque de fiebre. "Ebrietas dijo que este sería distinto..." Las palabras de su amada diosa resonaban aún en su cabeza. ❝ Este es el indicado. . . ❞ había dicho. Pero ¿indicado de qué? ¿Ascensión? ¿Trascendencia? ¿Una migaja más de verdad entre el vómito de los dormidos? —¿Cómo demonios puede esto ayudarme a ascender? —murmuró. Y al instante se arrepintió. No porque dudara —lo hacía constantemente—, sino porque dudar de Ebrietas era... sacrilegio. Un pecado que no se castiga con fuego, sino con silencio. Y el silencio de los Grandes era peor que la muerte. Así que siguió leyendo. Como un buen chico. Pasaron minutos. O tal vez siglos. La noción del tiempo se disolvía en los sueños, y Ephraim tenía la sensación de estar leyendo la misma línea desde hacía diez vidas. Pero no podía parar. No debía. Cada palabra era una escalinata, por más resbalosa y rota que fuera. Hasta que escuchó pasos. Eran reales, no imaginarios. No en su cabeza. Pasos que no deberían estar allí. Sus ojos se alzaron con desgano. El rostro no cambió. No se cubrió, no se tensó. No tenía por qué. Las pequeñas gotas de sangre seca en su mejilla izquierda, el rastro violáceo bajo sus uñas, el olor metálico de la violencia que solo habia pasado hace un par de horas... todo seguía allí. No había necesidad de disimular. ¿Quién era este soñador? No lo recordaba. No lo reconocía. No importaba. Pero su sonrisa —esa mueca torpe, que no sabía cómo doblar bien los músculos— apareció como una marioneta que intenta imitar la expresión humana sin haberla entendido jamás. Una sonrisa vacía. —¡Ah... al fin! A quien buscaba. Apoyó los codos sobre la mesa con un movimiento pesado, casi teatral, como si acabara de encontrar un respiro en medio de la desesperación. — Ven. Siéntate. Este libro es un sinsentido absoluto... y dudo que Ebrietas tolere otra noche de mis quejas. Lo observó, inclinando ligeramente la cabeza. Los ojos no parpadeaban. El tono era suave, casi dulce. —¿Qué eres tú? ¿Que tienes de especial que ha llamado la atencion de Ebrietas? —dio un golpecito con el dedo índice en el libro— ¿Una marca en el alma? ¿Cicatrices? La sonrisa no desapareció por ningún momento. —¡Ah! Tú no eres normal, claro que no. ⋆˚꩜。 [Heaven.01]
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  • A partir del 10mo al 12vo piso del calabozo, pertenecen al príncipe de una peculiar maldición.

    Un reino prometido, una vida planeada, todo para terminar siendo presa de una maldición como ninguna otra.
    Afligidos por el estado de su hijo, su padre, el Rey, lo envió al calabozo, con la promesa falsa de algún día encontrar una solución.

    Con notoria lástima, acondicionaron aquellos pisos del calabozo para ser su hogar, el cual fue lentamente llenado de cosas, una biblioteca, amplios salones, habitaciones llenas de lujos, todo un palacio en el subterráneo.

    Entre los pasillos se pasean creaturas, guerreros y toda clase de mimic's. El alguna vez príncipe, ahora es ahora el protector de todas esas creaturas que ya no desean regresar a la superficie, pero tampoco tienen el valor de bajar más.
    A partir del 10mo al 12vo piso del calabozo, pertenecen al príncipe de una peculiar maldición. Un reino prometido, una vida planeada, todo para terminar siendo presa de una maldición como ninguna otra. Afligidos por el estado de su hijo, su padre, el Rey, lo envió al calabozo, con la promesa falsa de algún día encontrar una solución. Con notoria lástima, acondicionaron aquellos pisos del calabozo para ser su hogar, el cual fue lentamente llenado de cosas, una biblioteca, amplios salones, habitaciones llenas de lujos, todo un palacio en el subterráneo. Entre los pasillos se pasean creaturas, guerreros y toda clase de mimic's. El alguna vez príncipe, ahora es ahora el protector de todas esas creaturas que ya no desean regresar a la superficie, pero tampoco tienen el valor de bajar más.
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  • Ubicación: Antigua Biblioteca Abrahamsson.
    Hora: 11:37 p.m.
    Estado del cielo: Nublado. Amenaza tormenta.




    La puerta de hierro crujió como si tuviera alma propia y no quería dejarla entrar. Pero Toska Brock no era del tipo que pide permiso. Nunca lo fue. Con cada paso, sus botas mojadas dejaban un rastro como si la lluvia se negara a abandonarla del todo, como si el agua supiera que esa chica no caminaba sola.

    El abrigo negro ondeaba tras de ella, largo hasta casi el suelo, mientras su cabello rubio —pegado a su rostro por la humedad— le daba ese aire de guerrera antigua recién salida de un poema maldito.

    Llevaba el arete izquierdo vibrando de forma sutil, casi imperceptible para cualquiera que no la conociera. Pero ella sí lo notaba. Venora también. Y esa incomodidad compartida hablaba sin palabras. No estaban allí por gusto, ni por azar. Algo las había llevado hasta esa biblioteca abandonada. Algo que sabía su nombre.

    Venora murmuró, desde dentro de su mente:

    —¿Segura que esto no es una trampa, periodista? Porque huele a traición con olor a encuadernación vieja.

    Toska no respondió. Sonrió de medio lado.
    La trampa era parte del encanto.

    El lugar estaba en penumbras, con estantes llenos de polvo y libros maltratados, pero se podía sentir que no estaba vacía. Alguien más ya estaba allí. Toska lo supo desde que cruzó la puerta. Su instinto, afilado como una cuchilla de sarcasmo, no solía fallar.

    Y entonces la vio.

    Sentada al fondo, iluminada apenas por la luz tenue de un viejo ventanal roto, estaba Nia Xavier.

    No necesitaba que se presentara. Toska sabía leer las historias antes de que fueran escritas. Su postura, su mirada, esa contención elegante que parecía a punto de estallar. Todo en ella gritaba “Xavier”, pero algo estaba fuera de lugar. No era una telépata. No había poder mental. Había gravedad. Literalmente.

    Toska caminó hasta ella sin apuro.
    Sin miedo.
    Con la grabadora en un bolsillo y su cuaderno de tinta morada en la mano.

    Se detuvo a unos metros, escaneándola como quien analiza una constelación extraña.

    —No sabes lo raro que es encontrar a alguien con apellido de peso que no pueda silenciarte con solo mirarte a los ojos —Dijo, alzando una ceja con aire curioso, como si fuera una científica del alma.

    Se sentó en una silla maltrecha, sin pedir permiso. Se cruzó de piernas, sacó su libreta, y pulsó la grabadora.

    —Soy Toska Brock. Periodista. Bloguera de la Deep Web. Hija de Gillian, sobrina del caos y... bueno, no te importa eso, ¿verdad?

    La sonrisa que siguió fue afilada, como un bisturí.

    —Lo que quiero saber es esto:
    ¿Cómo se sobrevive a ser la hermana del mutante más conocido del planeta...
    ...sin explotar de gravedad emocional por dentro?

    La pregunta flotó. Literalmente.

    Y Venora, desde dentro de su mente, rió con suavidad.
    Una risa con eco.
    Una risa que sabía que estaban por abrir algo peligroso.


    𝐍𝐈𝐀 𝐗𝐀𝐕𝐈𝐄𝐑
    Ubicación: Antigua Biblioteca Abrahamsson. Hora: 11:37 p.m. Estado del cielo: Nublado. Amenaza tormenta. La puerta de hierro crujió como si tuviera alma propia y no quería dejarla entrar. Pero Toska Brock no era del tipo que pide permiso. Nunca lo fue. Con cada paso, sus botas mojadas dejaban un rastro como si la lluvia se negara a abandonarla del todo, como si el agua supiera que esa chica no caminaba sola. El abrigo negro ondeaba tras de ella, largo hasta casi el suelo, mientras su cabello rubio —pegado a su rostro por la humedad— le daba ese aire de guerrera antigua recién salida de un poema maldito. Llevaba el arete izquierdo vibrando de forma sutil, casi imperceptible para cualquiera que no la conociera. Pero ella sí lo notaba. Venora también. Y esa incomodidad compartida hablaba sin palabras. No estaban allí por gusto, ni por azar. Algo las había llevado hasta esa biblioteca abandonada. Algo que sabía su nombre. Venora murmuró, desde dentro de su mente: —¿Segura que esto no es una trampa, periodista? Porque huele a traición con olor a encuadernación vieja. Toska no respondió. Sonrió de medio lado. La trampa era parte del encanto. El lugar estaba en penumbras, con estantes llenos de polvo y libros maltratados, pero se podía sentir que no estaba vacía. Alguien más ya estaba allí. Toska lo supo desde que cruzó la puerta. Su instinto, afilado como una cuchilla de sarcasmo, no solía fallar. Y entonces la vio. Sentada al fondo, iluminada apenas por la luz tenue de un viejo ventanal roto, estaba Nia Xavier. No necesitaba que se presentara. Toska sabía leer las historias antes de que fueran escritas. Su postura, su mirada, esa contención elegante que parecía a punto de estallar. Todo en ella gritaba “Xavier”, pero algo estaba fuera de lugar. No era una telépata. No había poder mental. Había gravedad. Literalmente. Toska caminó hasta ella sin apuro. Sin miedo. Con la grabadora en un bolsillo y su cuaderno de tinta morada en la mano. Se detuvo a unos metros, escaneándola como quien analiza una constelación extraña. —No sabes lo raro que es encontrar a alguien con apellido de peso que no pueda silenciarte con solo mirarte a los ojos —Dijo, alzando una ceja con aire curioso, como si fuera una científica del alma. Se sentó en una silla maltrecha, sin pedir permiso. Se cruzó de piernas, sacó su libreta, y pulsó la grabadora. —Soy Toska Brock. Periodista. Bloguera de la Deep Web. Hija de Gillian, sobrina del caos y... bueno, no te importa eso, ¿verdad? La sonrisa que siguió fue afilada, como un bisturí. —Lo que quiero saber es esto: ¿Cómo se sobrevive a ser la hermana del mutante más conocido del planeta... ...sin explotar de gravedad emocional por dentro? La pregunta flotó. Literalmente. Y Venora, desde dentro de su mente, rió con suavidad. Una risa con eco. Una risa que sabía que estaban por abrir algo peligroso. [GRAVITYDIAM0NDS]
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  • Buenos días me gustaría dar un paseo antes de pasarme por la inmensa biblioteca.
    Buenos días me gustaría dar un paseo antes de pasarme por la inmensa biblioteca.
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  • En algún momento del tiempo que no se especificará hoy...

    Jean se encontraba en la biblioteca de la mansión Phantomhive, sentado frente un tablero de ajedrez. Posaba una mano en su mentón, dubitativo mientras que, con la mano libre, sostenía un caballo blanco con su índice y pulgar, meneándolo en el aire como si no se decidiera qué hacer con él.

    Nadie se hallaba ocupando el otro asiento, era, sencillamente, Jean jugando en solitario, reflexionando sobre jugadas en el tablero.

    Hiro —llamó sin dirigirle la mirada. El androide se encontraría cerca, como era usual. —Tenemos un asunto pendiente, ¿sabes a qué me refiero?

    En algún momento del tiempo que no se especificará hoy... Jean se encontraba en la biblioteca de la mansión Phantomhive, sentado frente un tablero de ajedrez. Posaba una mano en su mentón, dubitativo mientras que, con la mano libre, sostenía un caballo blanco con su índice y pulgar, meneándolo en el aire como si no se decidiera qué hacer con él. Nadie se hallaba ocupando el otro asiento, era, sencillamente, Jean jugando en solitario, reflexionando sobre jugadas en el tablero. —[Hiritox3] —llamó sin dirigirle la mirada. El androide se encontraría cerca, como era usual. —Tenemos un asunto pendiente, ¿sabes a qué me refiero?
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    #SeductiveSunday

    Está ratona de biblioteca también sabe cómo divertirse
    #SeductiveSunday Está ratona de biblioteca también sabe cómo divertirse
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    | Hay que tener cuidado con lo que se sube, estuve a punto de subir una imagen, de una pelirrosa en una biblioteca, pero luego vi que estaba sudando, después vi que tenía un charco debajo de sus piernas. Turbio, de no fijarme bien subo eso. x-x
    | Hay que tener cuidado con lo que se sube, estuve a punto de subir una imagen, de una pelirrosa en una biblioteca, pero luego vi que estaba sudando, después vi que tenía un charco debajo de sus piernas. Turbio, de no fijarme bien subo eso. x-x
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