Tenía una sorpresa en la cena, supe que no le iba a agradar pero tenía que hacerlo mejor que imponerlo, quería hacer las cosas bien. En un coulant de chocolate iba el anillo de compromiso, no hubo respuesta, ella se fue y me quedé con el orgullo pisoteado.
Aceptó aquella apuesta absurda de dormir conmigo, no sé si por curiosidad, por desafío o por simple necesidad de probarme, pero lo cierto es que lo hizo, y con ello abrió una puerta que ni ella ni yo esperábamos. No hubo ternura, tampoco hubo deseo, solo la prueba silenciosa de ver quién cedía primero, quién mostraba la grieta en su coraza.
Ella aceptó la petición de matrimonio, la calma duró poco, porque todo terminó con una lámpara rota y mi orgullo hecho pedazos. El golpe me arrebató la vista, me dejó ciego, al golpearme en la cabeza y cristales saltaron a mis ojos. Me sentí indefenso, como nunca me había permitido estar. Yo, que siempre controlo, que nunca me dejo vencer, terminé reducido a la oscuridad, obligado a soportar la humillación de depender de otros. Y lo peor, dependiente de ella.
Desde entonces no hay más que silencio. No puedo leer, no puedo entrenar, no puedo perderme en la rutina que me sostiene. Apenas me aferro a mi dieta para mantener al lobo quieto, mientras el resto de mí se consume de impotencia. El médico entra y sale, y cada vez que escucho el helicóptero alejarse siento más rabia que alivio.
Ella carga con la culpa, lo sé por su voz, por la forma en que me llama con cautela, como quien toca una herida que aún sangra. Tardé en dejarla entrar a mi habitación, no quería verla, no quería su compasión, pero lo hizo con un plato de fruta en las manos, como si eso pudiera equilibrar lo que sucedió.
Olí la sandía y por un instante casi olvidé mi orgullo. Me cedió el plato y yo le cedí las fresas, porque sé que le gustan más. Me escuché bromear con ella, con el poco ánimo que me quedaba, y ahí comprendí que aunque me pese, aunque no quiera admitirlo, su presencia me calma más de lo que me altera. Estaba más suave, me preguntaba si me ayudaba a comer, bromeè para romper un poco esa tensión. " Vía Wi-Fi no se puede comer." Ella prudente preguntaba todos los pasos que iba a dar.
Me duele reconocerlo, pero en medio de esta oscuridad ella es lo único que no me hace sentir completamente perdido.
Lia Russell
/Ilustraciones creadas por IA para ser más fiel a la trama./
Aceptó aquella apuesta absurda de dormir conmigo, no sé si por curiosidad, por desafío o por simple necesidad de probarme, pero lo cierto es que lo hizo, y con ello abrió una puerta que ni ella ni yo esperábamos. No hubo ternura, tampoco hubo deseo, solo la prueba silenciosa de ver quién cedía primero, quién mostraba la grieta en su coraza.
Ella aceptó la petición de matrimonio, la calma duró poco, porque todo terminó con una lámpara rota y mi orgullo hecho pedazos. El golpe me arrebató la vista, me dejó ciego, al golpearme en la cabeza y cristales saltaron a mis ojos. Me sentí indefenso, como nunca me había permitido estar. Yo, que siempre controlo, que nunca me dejo vencer, terminé reducido a la oscuridad, obligado a soportar la humillación de depender de otros. Y lo peor, dependiente de ella.
Desde entonces no hay más que silencio. No puedo leer, no puedo entrenar, no puedo perderme en la rutina que me sostiene. Apenas me aferro a mi dieta para mantener al lobo quieto, mientras el resto de mí se consume de impotencia. El médico entra y sale, y cada vez que escucho el helicóptero alejarse siento más rabia que alivio.
Ella carga con la culpa, lo sé por su voz, por la forma en que me llama con cautela, como quien toca una herida que aún sangra. Tardé en dejarla entrar a mi habitación, no quería verla, no quería su compasión, pero lo hizo con un plato de fruta en las manos, como si eso pudiera equilibrar lo que sucedió.
Olí la sandía y por un instante casi olvidé mi orgullo. Me cedió el plato y yo le cedí las fresas, porque sé que le gustan más. Me escuché bromear con ella, con el poco ánimo que me quedaba, y ahí comprendí que aunque me pese, aunque no quiera admitirlo, su presencia me calma más de lo que me altera. Estaba más suave, me preguntaba si me ayudaba a comer, bromeè para romper un poco esa tensión. " Vía Wi-Fi no se puede comer." Ella prudente preguntaba todos los pasos que iba a dar.
Me duele reconocerlo, pero en medio de esta oscuridad ella es lo único que no me hace sentir completamente perdido.
Lia Russell
/Ilustraciones creadas por IA para ser más fiel a la trama./
Tenía una sorpresa en la cena, supe que no le iba a agradar pero tenía que hacerlo mejor que imponerlo, quería hacer las cosas bien. En un coulant de chocolate iba el anillo de compromiso, no hubo respuesta, ella se fue y me quedé con el orgullo pisoteado.
Aceptó aquella apuesta absurda de dormir conmigo, no sé si por curiosidad, por desafío o por simple necesidad de probarme, pero lo cierto es que lo hizo, y con ello abrió una puerta que ni ella ni yo esperábamos. No hubo ternura, tampoco hubo deseo, solo la prueba silenciosa de ver quién cedía primero, quién mostraba la grieta en su coraza.
Ella aceptó la petición de matrimonio, la calma duró poco, porque todo terminó con una lámpara rota y mi orgullo hecho pedazos. El golpe me arrebató la vista, me dejó ciego, al golpearme en la cabeza y cristales saltaron a mis ojos. Me sentí indefenso, como nunca me había permitido estar. Yo, que siempre controlo, que nunca me dejo vencer, terminé reducido a la oscuridad, obligado a soportar la humillación de depender de otros. Y lo peor, dependiente de ella.
Desde entonces no hay más que silencio. No puedo leer, no puedo entrenar, no puedo perderme en la rutina que me sostiene. Apenas me aferro a mi dieta para mantener al lobo quieto, mientras el resto de mí se consume de impotencia. El médico entra y sale, y cada vez que escucho el helicóptero alejarse siento más rabia que alivio.
Ella carga con la culpa, lo sé por su voz, por la forma en que me llama con cautela, como quien toca una herida que aún sangra. Tardé en dejarla entrar a mi habitación, no quería verla, no quería su compasión, pero lo hizo con un plato de fruta en las manos, como si eso pudiera equilibrar lo que sucedió.
Olí la sandía y por un instante casi olvidé mi orgullo. Me cedió el plato y yo le cedí las fresas, porque sé que le gustan más. Me escuché bromear con ella, con el poco ánimo que me quedaba, y ahí comprendí que aunque me pese, aunque no quiera admitirlo, su presencia me calma más de lo que me altera. Estaba más suave, me preguntaba si me ayudaba a comer, bromeè para romper un poco esa tensión. " Vía Wi-Fi no se puede comer." Ella prudente preguntaba todos los pasos que iba a dar.
Me duele reconocerlo, pero en medio de esta oscuridad ella es lo único que no me hace sentir completamente perdido.
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/Ilustraciones creadas por IA para ser más fiel a la trama./

