• Arkhē: Zwëihanherz.

    "Eclipse"

    Ha bautizado a su obra así después de terminarla en su estudio.
    Ahora se queda en contemplación buscando si hay algúna mejora que hacer o no.
    Seran largos días de estudio.
    Arkhē: Zwëihanherz. "Eclipse" Ha bautizado a su obra así después de terminarla en su estudio. Ahora se queda en contemplación buscando si hay algúna mejora que hacer o no. Seran largos días de estudio.
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  • El estruendo del tribunal divino era como un océano desatado. Cientos de tronos resplandecientes se alzaban en círculo, cada uno ocupado por deidades antiguas, guardianes del equilibrio entre mundos. Allí estaba ella, **Yurei Veyrith**, arrastrada entre cadenas de luz que quemaban su piel etérea, aunque no la reducían al silencio.

    La habían acusado de lo imperdonable: descender a la Tierra sin permiso, tocar la fragilidad de los mortales, reír y llorar entre ellos, **vivir como si fuera una de ellos**. Aquello que los dioses llamaban traición, para ella había sido redención.

    —Has profanado el pacto —tronó **Zeus**, su voz retumbando como mil tormentas.
    —La Tierra no es tu morada —sentenció **Hera**, su mirada de hielo atravesándola como dagas.
    —Serás condenada a errar entre mundos, nunca pertenecer a ninguno —decretó **Anubis**, levantando una balanza ardiente donde su alma parecía tambalearse.

    Yurei, de rodillas, levantó el rostro. Sus ojos, grises como neblina, brillaban con un desafío implacable.
    —No me arrepiento. Ustedes olvidaron lo que significa sentir. Los mortales conocen la belleza de la caída, del sacrificio, del amor. Y si debo pagar por recordárselos, lo haré.

    Los dioses rugieron indignados. Cadenas de fuego divino se enroscaron en torno a su cuerpo y un círculo de runas comenzó a sellarse en el suelo. El castigo era inminente.

    Pero en medio de aquel coro de furia, algunas miradas permanecían en silencio.

    **Atenea**, con sus ojos de sabiduría, ladeó apenas la cabeza. **Hades**, señor del Inframundo, permanecía inexpresivo, aunque una chispa de simpatía cruzaba sus labios sombríos. Y entre las sombras, **Loki**, con sonrisa torcida, parecía disfrutar demasiado del espectáculo.

    Cuando las cadenas descendieron para sellarla en el limbo eterno, fue Atenea quien habló con calma, interrumpiendo el decreto:
    —El juicio no debe olvidar la virtud. Si la castigamos sin más, perderemos la lección que ella trajo de los mortales.

    Zeus fulminó a su hija con la mirada, pero la diosa no retrocedió. Fue entonces que Loki dio un paso adelante, riendo entre dientes.
    —¿De verdad vais a encadenarla? Qué aburrido. Yo digo que una jaula no puede contener a alguien que sabe cómo romperla.

    El suelo tembló. Un susurro recorrió el aire: Yurei no estaba sola.

    En medio del caos, **Hades** levantó discretamente su mano, y las sombras se extendieron como un río de tinta, debilitando por un instante las cadenas que la apresaban. Atenea inclinó su lanza y rompió el círculo de runas, apenas lo suficiente para abrir una fisura. Y Loki, con un gesto burlón, creó un espejismo que confundió a los guardias divinos.

    —Corre, pequeña fantasma —susurró el dios embaucador—. El cielo nunca fue solo de ellos.

    El cuerpo de Yurei ardía, pero la libertad era más fuerte que el dolor. Se levantó entre chispas de fuego divino, extendiendo sus alas translúcidas, y con un rugido que era mitad lamento, mitad desafío, se lanzó a través de la grieta abierta.

    Los dioses clamaron. Rayos y cadenas intentaron alcanzarla, pero las sombras de Hades la protegieron, el escudo de Atenea desvió los golpes, y las ilusiones de Loki confundieron el espacio mismo. Entre caos y relámpagos, Yurei atravesó el firmamento, dejando tras de sí un eco de campanas rotas.

    Al fin, el cielo nocturno la recibió de nuevo. No como prisionera, sino como fugitiva, como sobreviviente. Se alzó sobre las estrellas, sintiendo el viento celeste recorrerla, y por primera vez en mucho tiempo, sonrió de verdad.

    Atenea apareció en un destello de plata, mirándola con serenidad.
    —No abuses de esta oportunidad, Yurei. Si vuelves a caer, nadie podrá salvarte.

    Hades emergió de la penumbra, su voz grave como la tumba:
    —El mundo necesita fantasmas que recuerden a los dioses lo que ellos olvidaron. Esa será tu lugar.

    Y Loki, como siempre, se limitó a reír, desvaneciéndose en chispas de fuego verde:
    —Nos veremos pronto, pequeña transgresora. La rebeldía te sienta bien.

    Así, contra toda sentencia, **Yurei Veyrith volvió al cielo**. No como esclava ni como exiliada, sino como un recordatorio viviente de que incluso los dioses pueden ser desafiados.

    Y desde ese día, su nombre quedó escrito entre susurros prohibidos, en las plegarias de los mortales que soñaban con tocar el cielo.

    El juicio había sido brutal, una tormenta de voces divinas que rugían contra ella. Las cadenas de luz aún ardían en su piel, recordándole que no era bienvenida ni en el cielo ni en el inframundo. Pero cuando Atenea rompió el sello, cuando Loki distorsionó las formas del tribunal y Hades abrió un camino entre las sombras, Yurei no voló hacia el firmamento. **Eligió la caída.**

    El cielo se desgarró como un espejo roto, y ella descendió en espiral entre relámpagos y fuego. La Tierra la llamó como un corazón latiendo bajo sus pies. Su cuerpo atravesó la noche y emergió en un bosque, donde los árboles temblaron al sentir la presencia de algo que no pertenecía del todo a ese mundo.

    Cayó de rodillas sobre la hierba húmeda, jadeante. Su respiración era vapor plateado, y sus alas translúcidas se disolvieron en la bruma. El aire olía a lluvia y tierra, un contraste absoluto con el mármol estéril del tribunal celestial.

    —Aquí pertenezco —susurró, acariciando el suelo con los dedos—. Entre ellos. Entre los mortales.

    No estaba sola. Una sombra se materializó a su lado. Hades, aunque no podía quedarse, le había dejado un fragmento de su poder: una gema oscura que palpitaba como un corazón.
    —Con esto podrás esconderte de los ojos del Olimpo. Úsalo bien, Yurei.

    La gema se incrustó en su piel como si siempre hubiera sido parte de ella. Y de inmediato, el lazo que la ataba al juicio se desvaneció.

    Poco después, entre los árboles, una figura esbelta emergió: **Atenea**, envuelta en luz de luna, se inclinó hacia ella.
    —Te salvamos, pero el precio es alto. No podrás regresar al cielo. Zeus jamás lo permitiría. Aquí tendrás tu segunda oportunidad, y también tu mayor peligro.

    Y en un destello, desapareció.

    El viento cambió, y con él llegó la risa burlona de **Loki**, que se deslizó como un espejismo sobre la superficie del río cercano.
    —Oh, pequeña fugitiva. Ahora el tablero es tuyo. Haz temblar la Tierra, enamora, destruye, vive… Yo vendré a mirar el caos cuando menos lo esperes.

    Y también se desvaneció, dejando tras de sí el aroma a humo y azufre.

    Yurei permaneció sola bajo la noche. Pero no era una soledad amarga: era libertad. El rumor del bosque la acogía, los mortales dormían en sus aldeas cercanas, ajenos a que un espíritu caído caminaba de nuevo entre ellos.

    Con pasos lentos, empezó a andar hacia las luces lejanas de un pueblo. No sería fácil: la vigilarían, la cazarían, y los dioses no olvidarían. Pero había vuelto al único lugar donde su corazón podía latir.

    La Tierra era su condena, pero también su refugio.
    Y, mientras la bruma cubría el cielo, **Yurei Veyrith sonrió con la certeza de que ningún castigo divino le arrebataría jamás su deseo de vivir como humana**.
    El estruendo del tribunal divino era como un océano desatado. Cientos de tronos resplandecientes se alzaban en círculo, cada uno ocupado por deidades antiguas, guardianes del equilibrio entre mundos. Allí estaba ella, **Yurei Veyrith**, arrastrada entre cadenas de luz que quemaban su piel etérea, aunque no la reducían al silencio. La habían acusado de lo imperdonable: descender a la Tierra sin permiso, tocar la fragilidad de los mortales, reír y llorar entre ellos, **vivir como si fuera una de ellos**. Aquello que los dioses llamaban traición, para ella había sido redención. —Has profanado el pacto —tronó **Zeus**, su voz retumbando como mil tormentas. —La Tierra no es tu morada —sentenció **Hera**, su mirada de hielo atravesándola como dagas. —Serás condenada a errar entre mundos, nunca pertenecer a ninguno —decretó **Anubis**, levantando una balanza ardiente donde su alma parecía tambalearse. Yurei, de rodillas, levantó el rostro. Sus ojos, grises como neblina, brillaban con un desafío implacable. —No me arrepiento. Ustedes olvidaron lo que significa sentir. Los mortales conocen la belleza de la caída, del sacrificio, del amor. Y si debo pagar por recordárselos, lo haré. Los dioses rugieron indignados. Cadenas de fuego divino se enroscaron en torno a su cuerpo y un círculo de runas comenzó a sellarse en el suelo. El castigo era inminente. Pero en medio de aquel coro de furia, algunas miradas permanecían en silencio. **Atenea**, con sus ojos de sabiduría, ladeó apenas la cabeza. **Hades**, señor del Inframundo, permanecía inexpresivo, aunque una chispa de simpatía cruzaba sus labios sombríos. Y entre las sombras, **Loki**, con sonrisa torcida, parecía disfrutar demasiado del espectáculo. Cuando las cadenas descendieron para sellarla en el limbo eterno, fue Atenea quien habló con calma, interrumpiendo el decreto: —El juicio no debe olvidar la virtud. Si la castigamos sin más, perderemos la lección que ella trajo de los mortales. Zeus fulminó a su hija con la mirada, pero la diosa no retrocedió. Fue entonces que Loki dio un paso adelante, riendo entre dientes. —¿De verdad vais a encadenarla? Qué aburrido. Yo digo que una jaula no puede contener a alguien que sabe cómo romperla. El suelo tembló. Un susurro recorrió el aire: Yurei no estaba sola. En medio del caos, **Hades** levantó discretamente su mano, y las sombras se extendieron como un río de tinta, debilitando por un instante las cadenas que la apresaban. Atenea inclinó su lanza y rompió el círculo de runas, apenas lo suficiente para abrir una fisura. Y Loki, con un gesto burlón, creó un espejismo que confundió a los guardias divinos. —Corre, pequeña fantasma —susurró el dios embaucador—. El cielo nunca fue solo de ellos. El cuerpo de Yurei ardía, pero la libertad era más fuerte que el dolor. Se levantó entre chispas de fuego divino, extendiendo sus alas translúcidas, y con un rugido que era mitad lamento, mitad desafío, se lanzó a través de la grieta abierta. Los dioses clamaron. Rayos y cadenas intentaron alcanzarla, pero las sombras de Hades la protegieron, el escudo de Atenea desvió los golpes, y las ilusiones de Loki confundieron el espacio mismo. Entre caos y relámpagos, Yurei atravesó el firmamento, dejando tras de sí un eco de campanas rotas. Al fin, el cielo nocturno la recibió de nuevo. No como prisionera, sino como fugitiva, como sobreviviente. Se alzó sobre las estrellas, sintiendo el viento celeste recorrerla, y por primera vez en mucho tiempo, sonrió de verdad. Atenea apareció en un destello de plata, mirándola con serenidad. —No abuses de esta oportunidad, Yurei. Si vuelves a caer, nadie podrá salvarte. Hades emergió de la penumbra, su voz grave como la tumba: —El mundo necesita fantasmas que recuerden a los dioses lo que ellos olvidaron. Esa será tu lugar. Y Loki, como siempre, se limitó a reír, desvaneciéndose en chispas de fuego verde: —Nos veremos pronto, pequeña transgresora. La rebeldía te sienta bien. Así, contra toda sentencia, **Yurei Veyrith volvió al cielo**. No como esclava ni como exiliada, sino como un recordatorio viviente de que incluso los dioses pueden ser desafiados. Y desde ese día, su nombre quedó escrito entre susurros prohibidos, en las plegarias de los mortales que soñaban con tocar el cielo. El juicio había sido brutal, una tormenta de voces divinas que rugían contra ella. Las cadenas de luz aún ardían en su piel, recordándole que no era bienvenida ni en el cielo ni en el inframundo. Pero cuando Atenea rompió el sello, cuando Loki distorsionó las formas del tribunal y Hades abrió un camino entre las sombras, Yurei no voló hacia el firmamento. **Eligió la caída.** El cielo se desgarró como un espejo roto, y ella descendió en espiral entre relámpagos y fuego. La Tierra la llamó como un corazón latiendo bajo sus pies. Su cuerpo atravesó la noche y emergió en un bosque, donde los árboles temblaron al sentir la presencia de algo que no pertenecía del todo a ese mundo. Cayó de rodillas sobre la hierba húmeda, jadeante. Su respiración era vapor plateado, y sus alas translúcidas se disolvieron en la bruma. El aire olía a lluvia y tierra, un contraste absoluto con el mármol estéril del tribunal celestial. —Aquí pertenezco —susurró, acariciando el suelo con los dedos—. Entre ellos. Entre los mortales. No estaba sola. Una sombra se materializó a su lado. Hades, aunque no podía quedarse, le había dejado un fragmento de su poder: una gema oscura que palpitaba como un corazón. —Con esto podrás esconderte de los ojos del Olimpo. Úsalo bien, Yurei. La gema se incrustó en su piel como si siempre hubiera sido parte de ella. Y de inmediato, el lazo que la ataba al juicio se desvaneció. Poco después, entre los árboles, una figura esbelta emergió: **Atenea**, envuelta en luz de luna, se inclinó hacia ella. —Te salvamos, pero el precio es alto. No podrás regresar al cielo. Zeus jamás lo permitiría. Aquí tendrás tu segunda oportunidad, y también tu mayor peligro. Y en un destello, desapareció. El viento cambió, y con él llegó la risa burlona de **Loki**, que se deslizó como un espejismo sobre la superficie del río cercano. —Oh, pequeña fugitiva. Ahora el tablero es tuyo. Haz temblar la Tierra, enamora, destruye, vive… Yo vendré a mirar el caos cuando menos lo esperes. Y también se desvaneció, dejando tras de sí el aroma a humo y azufre. Yurei permaneció sola bajo la noche. Pero no era una soledad amarga: era libertad. El rumor del bosque la acogía, los mortales dormían en sus aldeas cercanas, ajenos a que un espíritu caído caminaba de nuevo entre ellos. Con pasos lentos, empezó a andar hacia las luces lejanas de un pueblo. No sería fácil: la vigilarían, la cazarían, y los dioses no olvidarían. Pero había vuelto al único lugar donde su corazón podía latir. La Tierra era su condena, pero también su refugio. Y, mientras la bruma cubría el cielo, **Yurei Veyrith sonrió con la certeza de que ningún castigo divino le arrebataría jamás su deseo de vivir como humana**.
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  • "En lo largo de mis viajes siempre he podido rescatar algo entre la humanidad.
    No solamente se trata de que en primera instancia parte de mí pertenece a ellos, es más un recuerdo lejano de la inocencia que se tiene. Jamás llegan a ser lo bastante viejos como para ver los contrastes de sus acciones.

    Un hombre jamás verá hasta dónde puede llegar su sangre.
    A qué punto sus ideales se mantienen o qué tan importantes se tornan sus logros en vida.
    Al final nadie vive lo suficiente para ver las consecuencias de sus actos.

    Y son condenados. Condenados a repetir los mismos actos una y otra vez.
    Siempre buscando otro nombre para bautizar sus atrocidades.
    Halagados de creerse los genios de una idea que siglos atrás alguien más la tuvo.

    Lo sé. Lo sé muy bien. Mis bibliotecas albergan todo lo que pueden, mi propia investigación concretadas bajo las biografías de nombres que seguramente nadie más recordará.

    Nadie excepto yo.
    Me siento viejo, viejo de recordar.
    Viejo de andar, de vagar.

    En las noches el cielo estrellado es mi compañía. Porque por más que quisiera no está aquí.
    Por más que desee no habrá rastro de su descendencia. Nuestra descendencia.

    Nuestros actos, no hay vestigio de ellos, las arenas del tiempo se encargaron de olvidarnos."
    "En lo largo de mis viajes siempre he podido rescatar algo entre la humanidad. No solamente se trata de que en primera instancia parte de mí pertenece a ellos, es más un recuerdo lejano de la inocencia que se tiene. Jamás llegan a ser lo bastante viejos como para ver los contrastes de sus acciones. Un hombre jamás verá hasta dónde puede llegar su sangre. A qué punto sus ideales se mantienen o qué tan importantes se tornan sus logros en vida. Al final nadie vive lo suficiente para ver las consecuencias de sus actos. Y son condenados. Condenados a repetir los mismos actos una y otra vez. Siempre buscando otro nombre para bautizar sus atrocidades. Halagados de creerse los genios de una idea que siglos atrás alguien más la tuvo. Lo sé. Lo sé muy bien. Mis bibliotecas albergan todo lo que pueden, mi propia investigación concretadas bajo las biografías de nombres que seguramente nadie más recordará. Nadie excepto yo. Me siento viejo, viejo de recordar. Viejo de andar, de vagar. En las noches el cielo estrellado es mi compañía. Porque por más que quisiera no está aquí. Por más que desee no habrá rastro de su descendencia. Nuestra descendencia. Nuestros actos, no hay vestigio de ellos, las arenas del tiempo se encargaron de olvidarnos."
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  • Legado del primigenio Rey, cadenas, sangre ardiente y un corazón forjado en las tinieblas, Basilio te han bautizado el varón maldito .
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  • Se encontraba mirando el paisaje del mundo terrenal con un rostro pacífico, mientras sus dedos se deslizaban suaves y delicados por su pequeña lira, recostada en una rama gruesa y tronco de un árbol, mientras había dejado el caos del Olimpo atrás por hoy. Afrodita había empezado a jugar a ser cupido, tirando flechas de amor a todos. Algunos dioses menores disfrutan del juego de la Diosa mayor, tales como Heracles y Melinoë, pero a Zagreus se lo veía viajar con discreción entre las sombras, Persefone estaba por enterarse de que Afrodita le tiró como cinco flechas a Hades, hoy si era un juego loco de "escóndete si puedes."

    «Morfeo se había escapado a tiempo de todo el loquero, mientras que al pobrecito de Than, ya le habían embaucado con otra Diosa.»pensó con una mirada desanimada«Soy la única Diosa que su corazón ahora lo tiene inmune para estas cosas...»sonríe con desgana.

    —En un momento creí que era buen juego, ahora lo veo como la dinámica hace enloquecer a todos como hormigas antes de ser fumigadas —comentó al aire, como si fuera otra travesura hecha con resultados para nada esperados.
    Se encontraba mirando el paisaje del mundo terrenal con un rostro pacífico, mientras sus dedos se deslizaban suaves y delicados por su pequeña lira, recostada en una rama gruesa y tronco de un árbol, mientras había dejado el caos del Olimpo atrás por hoy. Afrodita había empezado a jugar a ser cupido, tirando flechas de amor a todos. Algunos dioses menores disfrutan del juego de la Diosa mayor, tales como Heracles y Melinoë, pero a Zagreus se lo veía viajar con discreción entre las sombras, Persefone estaba por enterarse de que Afrodita le tiró como cinco flechas a Hades, hoy si era un juego loco de "escóndete si puedes." «Morfeo se había escapado a tiempo de todo el loquero, mientras que al pobrecito de Than, ya le habían embaucado con otra Diosa.»pensó con una mirada desanimada«Soy la única Diosa que su corazón ahora lo tiene inmune para estas cosas...»sonríe con desgana. —En un momento creí que era buen juego, ahora lo veo como la dinámica hace enloquecer a todos como hormigas antes de ser fumigadas —comentó al aire, como si fuera otra travesura hecha con resultados para nada esperados.
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    SE BUSCA ORIGINAL CHARACTER | Sean Wesson
    Analista de patrones de conducta | Ex-CIA
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    Busco user para dar vida a Sean Wesson, pieza clave dentro del equipo alternativo a la BAU (inventado por mi) de Hotchner, liderado por Jack Tessaro y Martin Hammond. Personaje con mucha presencia, tanto a nivel profesional como narrativo, y con posibilidades enormes de desarrollo.

    ¿Quién es Sean Wesson?

    ⤷ Analista de patrones de comportamiento y conducta desviada.
    ⤷ Experto en disonancia cognitiva y manipulación criminal.
    ⤷ Tiene un pasado en la CIA. Se sospecha que trabajó en misiones clasificadas.
    ⤷ Inteligente, reservado y con una ética ambigua.

    El tipo de agente que sabe más de lo que dice… y rara vez dice lo que realmente sabe.

    Forma parte de un equipo activo con tramas en curso. Su perfil aporta una mirada única, basada en inteligencia táctica y control mental. Su experiencia fuera del FBI lo convierte en un comodín peligroso… pero valioso.

    FC propuesto: Michael Trucco (negociable si se mantiene la estética madura y firme del personaje).

    Se pide:

    ⤷ Buena ortografía y redacción.
    ⤷ Conocimiento del universo Criminal Minds o interés real por el género.
    ⤷ Respeto por tramas en curso y headcanons de los demás.
    ⤷ Ganas de desarrollar el trasfondo oscuro del personaje.
    ⤷ Actitud colaborativa y respetuosa fuera del rol.

    Si te atraen los personajes con cicatrices invisibles, secretos bajo llave y un perfil psicológico en constante tensión… Sean está esperando un rostro y una voz. Postúlate si te interesa.
    📂 SE BUSCA ORIGINAL CHARACTER | Sean Wesson 🧠 Analista de patrones de conducta | Ex-CIA 🎭 FC: Michael Trucco ¿Te atraen los personajes con pasado turbio, mente afilada y un pie dentro del gris moral? Este perfil está hecho para ti. Busco user para dar vida a Sean Wesson, pieza clave dentro del equipo alternativo a la BAU (inventado por mi) de Hotchner, liderado por [NotAMindRcader] y Martin Hammond. Personaje con mucha presencia, tanto a nivel profesional como narrativo, y con posibilidades enormes de desarrollo. 🔍 ¿Quién es Sean Wesson? ⤷ Analista de patrones de comportamiento y conducta desviada. ⤷ Experto en disonancia cognitiva y manipulación criminal. ⤷ Tiene un pasado en la CIA. Se sospecha que trabajó en misiones clasificadas. ⤷ Inteligente, reservado y con una ética ambigua. El tipo de agente que sabe más de lo que dice… y rara vez dice lo que realmente sabe. Forma parte de un equipo activo con tramas en curso. Su perfil aporta una mirada única, basada en inteligencia táctica y control mental. Su experiencia fuera del FBI lo convierte en un comodín peligroso… pero valioso. 🎭 FC propuesto: Michael Trucco (negociable si se mantiene la estética madura y firme del personaje). 💬 Se pide: ⤷ Buena ortografía y redacción. ⤷ Conocimiento del universo Criminal Minds o interés real por el género. ⤷ Respeto por tramas en curso y headcanons de los demás. ⤷ Ganas de desarrollar el trasfondo oscuro del personaje. ⤷ Actitud colaborativa y respetuosa fuera del rol. ✉️ Si te atraen los personajes con cicatrices invisibles, secretos bajo llave y un perfil psicológico en constante tensión… Sean está esperando un rostro y una voz. Postúlate si te interesa.
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    Criminalística, perfiladores y tramas intensas

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    Se buscan users amigables y comprometidos con el fandom, que disfruten el desarrollo narrativo y el drama policial al estilo BAU.

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    Mantiene una relación de amistad fuerte con Rossi y Hotchner, y tiene buen vínculo con el resto del equipo de Hotch. Lidera actualmente un equipo paralelo dentro de la UAC, con perfiles variados y tramas activas en desarrollo, compartiendo el mando con su superior Martin Hammond.

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  • "El día que los muertos caminaron con la primavera"

    Melinoë

    La tierra crujió al abrirse. No fue un estruendo, ni un rugido; fue un suspiro hondo, húmedo, como el sonido de una herida que no cierra. De esa fisura emergió Perséfone, reina de lo que yace bajo los pies del mundo, vestida con los jirones del invierno y el olor dulce del olvido. Detrás de ella, en silencio absoluto, Melíone ascendía.

    La hija venía como una sombra que no busca luz. No tocaba nada, pero todo en su presencia se helaba un poco. Ninguna palabra brotó de su boca. Era una criatura hecha del eco de los partos malogrados, de las velas apagadas antes del deseo, del miedo que nadie pronuncia pero todos cargan. Melíone no preguntaba. No necesitaba hacerlo. Todo en ella era comprensión sin lenguaje.

    Perséfone no miraba atrás. No debía. Si lo hacía, se arriesgaba a ver en los ojos de su hija la verdad cruda de lo que había creado.

    Salieron al mundo cuando la primera brisa del equinoccio aún dormía en las ramas más altas. Perséfone pisó la tierra como quien reclama una deuda. Cada paso suyo sembraba vida, sí, pero una vida enferma, ambigua, que florecía con un temblor de fiebre. Las flores brotaban de golpe, con un estallido que parecía dolor más que gozo, y se marchitaban en segundos, como si entendieran que no debían durar.

    Atravesaron campos en barbecho, donde los cuervos vigilaban desde postes torcidos. Perséfone no acarició ningún tallo ni saludó a criatura alguna. Su andar era el de una madre que no espera gratitud. La tierra la reconocía, pero no la amaba. Le temía, porque sabía que cada año venía a recordar el precio del verde.

    El mundo de los vivos se estremecía a su paso. Las aguas se detenían apenas un segundo. Las madres sentían un escalofrío en la espalda mientras peinaban a sus hijos. Los perros dejaban de ladrar y miraban al vacío, con el hocico bajo. Algo antiguo y sin nombre estaba entre ellos, pero ninguno se atrevía a nombrarlo.

    Melíone caminaba detrás, sin tocar nada. No necesitaba hacerlo. Su sola presencia ya era impacto. Allí donde posaba los ojos, el metal se oxidaba más rápido, los relojes perdían segundos y las frutas en los mercados se ennegrecían desde dentro. No dejaba huellas. No olía a nada. Y, sin embargo, los vivos sentían que alguien los miraba con el peso de una eternidad sin rostro.

    Perséfone avanzaba sin mirar a su hija, pero sabía que ella absorbía todo: el dolor de los nacimientos, la torpeza de los besos apresurados, la desesperación de los cuerpos que envejecen sin sentido. Era un viaje de iniciación, pero no hacia la vida. Era el bautismo lento y cruel de quien debe entender la existencia para gobernar su final.

    No hubo palabras. No las había entre ellas. Solo el crujido de la hierba, el silbido lejano de un gallo, el sol temblando en el horizonte como una promesa podrida. Perséfone guió a su hija por pueblos que olvidarán esa mañana para siempre. Por iglesias donde los santos lloraban sangre reseca. Por cementerios donde las lápidas se estremecieron, reconociendo una presencia más profunda que la muerte.

    Cuando el recorrido terminó, Perséfone se detuvo frente a un rosal seco. No lo tocó. Lo miró. Y al instante, floreció con una belleza grotesca: pétalos gruesos, rojo casi negro, espinas como dientes. Era una ofrenda. O una advertencia.

    Sin mirar a Melíone, volvió al camino hacia abajo. El descenso era lento. Los vivos no la vieron irse. Pero durante días, el aire tuvo ese sabor raro, entre sangre y tierra mojada. Durante semanas, los niños soñaron con mujeres vestidas de luto y fuego. Y durante años, cada primavera se volvió un poco más triste.

    Así fue el primer viaje de madre e hija. No se habló de él. Pero el mundo, desde entonces, recuerda.
    "El día que los muertos caminaron con la primavera" [Mel_Infra] La tierra crujió al abrirse. No fue un estruendo, ni un rugido; fue un suspiro hondo, húmedo, como el sonido de una herida que no cierra. De esa fisura emergió Perséfone, reina de lo que yace bajo los pies del mundo, vestida con los jirones del invierno y el olor dulce del olvido. Detrás de ella, en silencio absoluto, Melíone ascendía. La hija venía como una sombra que no busca luz. No tocaba nada, pero todo en su presencia se helaba un poco. Ninguna palabra brotó de su boca. Era una criatura hecha del eco de los partos malogrados, de las velas apagadas antes del deseo, del miedo que nadie pronuncia pero todos cargan. Melíone no preguntaba. No necesitaba hacerlo. Todo en ella era comprensión sin lenguaje. Perséfone no miraba atrás. No debía. Si lo hacía, se arriesgaba a ver en los ojos de su hija la verdad cruda de lo que había creado. Salieron al mundo cuando la primera brisa del equinoccio aún dormía en las ramas más altas. Perséfone pisó la tierra como quien reclama una deuda. Cada paso suyo sembraba vida, sí, pero una vida enferma, ambigua, que florecía con un temblor de fiebre. Las flores brotaban de golpe, con un estallido que parecía dolor más que gozo, y se marchitaban en segundos, como si entendieran que no debían durar. Atravesaron campos en barbecho, donde los cuervos vigilaban desde postes torcidos. Perséfone no acarició ningún tallo ni saludó a criatura alguna. Su andar era el de una madre que no espera gratitud. La tierra la reconocía, pero no la amaba. Le temía, porque sabía que cada año venía a recordar el precio del verde. El mundo de los vivos se estremecía a su paso. Las aguas se detenían apenas un segundo. Las madres sentían un escalofrío en la espalda mientras peinaban a sus hijos. Los perros dejaban de ladrar y miraban al vacío, con el hocico bajo. Algo antiguo y sin nombre estaba entre ellos, pero ninguno se atrevía a nombrarlo. Melíone caminaba detrás, sin tocar nada. No necesitaba hacerlo. Su sola presencia ya era impacto. Allí donde posaba los ojos, el metal se oxidaba más rápido, los relojes perdían segundos y las frutas en los mercados se ennegrecían desde dentro. No dejaba huellas. No olía a nada. Y, sin embargo, los vivos sentían que alguien los miraba con el peso de una eternidad sin rostro. Perséfone avanzaba sin mirar a su hija, pero sabía que ella absorbía todo: el dolor de los nacimientos, la torpeza de los besos apresurados, la desesperación de los cuerpos que envejecen sin sentido. Era un viaje de iniciación, pero no hacia la vida. Era el bautismo lento y cruel de quien debe entender la existencia para gobernar su final. No hubo palabras. No las había entre ellas. Solo el crujido de la hierba, el silbido lejano de un gallo, el sol temblando en el horizonte como una promesa podrida. Perséfone guió a su hija por pueblos que olvidarán esa mañana para siempre. Por iglesias donde los santos lloraban sangre reseca. Por cementerios donde las lápidas se estremecieron, reconociendo una presencia más profunda que la muerte. Cuando el recorrido terminó, Perséfone se detuvo frente a un rosal seco. No lo tocó. Lo miró. Y al instante, floreció con una belleza grotesca: pétalos gruesos, rojo casi negro, espinas como dientes. Era una ofrenda. O una advertencia. Sin mirar a Melíone, volvió al camino hacia abajo. El descenso era lento. Los vivos no la vieron irse. Pero durante días, el aire tuvo ese sabor raro, entre sangre y tierra mojada. Durante semanas, los niños soñaron con mujeres vestidas de luto y fuego. Y durante años, cada primavera se volvió un poco más triste. Así fue el primer viaje de madre e hija. No se habló de él. Pero el mundo, desde entonces, recuerda.
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  • #DiezCosasSobre Viper.

    — Su nombre en clave "Viper", se debe a como fue bautizado por su equipo cuando se enteraron de su raza naga. A Kalhi no le incomoda, podría usar este tanto como cualquier otro apodo estándar.

    — Domina el arte del sigilo hasta tal punto que puede permanecer completamente inmóvil durante horas, controlando incluso los reflejos involuntarios de su cuerpo.

    — Evita mirar hacia abajo en edificios altos y suele mantenerse en espacios cerrados cuando se encuentra en zonas elevadas. Detesta volar (aunque ya es costumbre).

    — Su dieta es carnívora estricta, pero no tiene problemas en comer vegetales o frutas, sólo que no le nutren. La leche y los huevos crudos son sus golosinas favoritas.

    — Tiene una memoria casi fotográfica, especialmente útil para recordar mapas, rutas y estructuras enemigas. Recuerda detalles mínimos sobre los demás, como tics nerviosos, tonos de voz o cambios en su forma de hablar, lo que le da una empatía analítica, aunque no emocional.

    — Tiene debilidad por el contacto físico, especialmente si es cálido (como buen reptil, se siente atraído por las fuentes de calor). Puede buscarlo con ahínco cuando empieza a sentirse helado, dado que su cuerpo no es capaz de generar su propio calor. Asimismo, no suda ni tiembla de frío, tampoco le da fiebre.

    — Parece ser otra persona cuando bromea y participa de las tonterías que hace con sus compañeros de profesión, nunca se queda fuera de las travesuras ni teme a ser el humillado (suelen molestarle en las duchas por tener dos en lugar de uno...)

    — En raros momentos de conexión emocional, se queda en silencio prolongado, como si no pudiera procesar que alguien se preocupe por él. Puede desaparecer por días tras sentirse abrumado emocionalmente (herido, presionado, traicionado, cuestionado, etc), pero regresará sin palabras, esperando que se le entienda sin necesidad de explicarse.

    — Líder nato en situaciones críticas, pero prefiere delegar si no es necesario exponerse. Es extremadamente protector con aquellos a quienes considera parte de su círculo, aunque no lo demuestre de forma explícita. Tiene fama de "suicida" por lanzarse al frente sin miramientos, pues sabe que sus habilidades regenerativas son mucho más eficaces que la media y no teme a recibir un daño que podría ser grave o letal para otros, pero para él no.

    — Cuando se enfrenta a una situación de intenso estrés, algunas de sus características de naga salen a la luz. Sus pupilas se vuelven afiladas y su tercer párpado es visible, su lengua se muestra bífida (y a veces asoma como un tic nervioso), sisea en forma de amenaza o al sentirse amenazado, las zonas más expuestas de su cuerpo se cubren de escamas negras tornasoladas.
    #DiezCosasSobre Viper. — Su nombre en clave "Viper", se debe a como fue bautizado por su equipo cuando se enteraron de su raza naga. A Kalhi no le incomoda, podría usar este tanto como cualquier otro apodo estándar. — Domina el arte del sigilo hasta tal punto que puede permanecer completamente inmóvil durante horas, controlando incluso los reflejos involuntarios de su cuerpo. — Evita mirar hacia abajo en edificios altos y suele mantenerse en espacios cerrados cuando se encuentra en zonas elevadas. Detesta volar (aunque ya es costumbre). — Su dieta es carnívora estricta, pero no tiene problemas en comer vegetales o frutas, sólo que no le nutren. La leche y los huevos crudos son sus golosinas favoritas. — Tiene una memoria casi fotográfica, especialmente útil para recordar mapas, rutas y estructuras enemigas. Recuerda detalles mínimos sobre los demás, como tics nerviosos, tonos de voz o cambios en su forma de hablar, lo que le da una empatía analítica, aunque no emocional. — Tiene debilidad por el contacto físico, especialmente si es cálido (como buen reptil, se siente atraído por las fuentes de calor). Puede buscarlo con ahínco cuando empieza a sentirse helado, dado que su cuerpo no es capaz de generar su propio calor. Asimismo, no suda ni tiembla de frío, tampoco le da fiebre. — Parece ser otra persona cuando bromea y participa de las tonterías que hace con sus compañeros de profesión, nunca se queda fuera de las travesuras ni teme a ser el humillado (suelen molestarle en las duchas por tener dos en lugar de uno...) — En raros momentos de conexión emocional, se queda en silencio prolongado, como si no pudiera procesar que alguien se preocupe por él. Puede desaparecer por días tras sentirse abrumado emocionalmente (herido, presionado, traicionado, cuestionado, etc), pero regresará sin palabras, esperando que se le entienda sin necesidad de explicarse. — Líder nato en situaciones críticas, pero prefiere delegar si no es necesario exponerse. Es extremadamente protector con aquellos a quienes considera parte de su círculo, aunque no lo demuestre de forma explícita. Tiene fama de "suicida" por lanzarse al frente sin miramientos, pues sabe que sus habilidades regenerativas son mucho más eficaces que la media y no teme a recibir un daño que podría ser grave o letal para otros, pero para él no. — Cuando se enfrenta a una situación de intenso estrés, algunas de sus características de naga salen a la luz. Sus pupilas se vuelven afiladas y su tercer párpado es visible, su lengua se muestra bífida (y a veces asoma como un tic nervioso), sisea en forma de amenaza o al sentirse amenazado, las zonas más expuestas de su cuerpo se cubren de escamas negras tornasoladas.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    // Pobrecito Sunday....

    https://youtu.be/sePrVDcKDCk?si=w3KbauUsEsYnzQJ3
    // Pobrecito Sunday.... 😂 https://youtu.be/sePrVDcKDCk?si=w3KbauUsEsYnzQJ3
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