• — Es tan maravilloso como las estrellas se alinean formando escudos y lanzas con tal de proteger lo que más aman. Ya quiero ver sus reacciones cuando aquello que quieren cuidar perezca frente a sus ojos, que se deslice como arena entre sus manos. Quiero verlos rabiar sangre y maldecirme...—
    — Es tan maravilloso como las estrellas se alinean formando escudos y lanzas con tal de proteger lo que más aman. Ya quiero ver sus reacciones cuando aquello que quieren cuidar perezca frente a sus ojos, que se deslice como arena entre sus manos. Quiero verlos rabiar sangre y maldecirme...—
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    || si no sabes nada de mi es que el usuario está sintiéndose mal últimamente.
    Por consecuencia de estar tanto tiempo en la playa (y luego contra el sol venezolano) el usee siente un ardor en todo el cuerpo, y en la espalda cada que mueve un músculo se intensifica internamente.
    Aparte de eso; varios cortes en los pies por consecuencia de que la playa contenía muchas piedras y uno de esos cortes fue profundo y se encuentran partículas de arena y piedra pequeñas enterradas
    Y fuera de la playa, una fuerte debilidad muscular, dolor de cabeza, temperatura alta y mareo

    Seguiré respondiendo roles. Pero si me ven menos creativo o que tardo horas es por eso principalmente
    || si no sabes nada de mi es que el usuario está sintiéndose mal últimamente. Por consecuencia de estar tanto tiempo en la playa (y luego contra el sol venezolano) el usee siente un ardor en todo el cuerpo, y en la espalda cada que mueve un músculo se intensifica internamente. Aparte de eso; varios cortes en los pies por consecuencia de que la playa contenía muchas piedras y uno de esos cortes fue profundo y se encuentran partículas de arena y piedra pequeñas enterradas Y fuera de la playa, una fuerte debilidad muscular, dolor de cabeza, temperatura alta y mareo Seguiré respondiendo roles. Pero si me ven menos creativo o que tardo horas es por eso principalmente
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  • La lluvia confundía sus lágrimas y su cabello mojado se pegaba a su rostro como alas marchitas. El horizonte era solo una sombra, una línea incierta que parecía burlarse de ella.

    Aun así, siguió nadando, con la mirada fija en una orilla que apenas existía.

    Cuando sus rodillas tocaron arena, se derrumbó. El agua la arrastró unos metros más, como si no quisiera dejarla ir.

    Tosió, sangró, tembló. Y al levantar el rostro, con la respiración hecha jirones, comprendió que la libertad también podía doler.
    La lluvia confundía sus lágrimas y su cabello mojado se pegaba a su rostro como alas marchitas. El horizonte era solo una sombra, una línea incierta que parecía burlarse de ella. Aun así, siguió nadando, con la mirada fija en una orilla que apenas existía. Cuando sus rodillas tocaron arena, se derrumbó. El agua la arrastró unos metros más, como si no quisiera dejarla ir. Tosió, sangró, tembló. Y al levantar el rostro, con la respiración hecha jirones, comprendió que la libertad también podía doler.
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  • — Probar cosas nuevas... —murmuró mientras caminaba por la playa, dejando que sus pies se hundieran en la arena húmeda y su mirada se perdiera en la marea alborotada. No sabía nadar; de hecho, el mar siempre le había impuesto respeto. Aun así, no dudó cuando dejó caer la botella casi vacía y comenzó a internarse en el agua.

    El agua helada le mordió los tobillos y, aun así, siguió avanzando. Cada ola que golpeaba contra su cuerpo parecía pedirle que retrocediera, pero él dio otro paso, y otro más.

    Por un instante, levantó la vista: la luna temblaba sobre la superficie, fragmentada en un reflejo de mil partes... Como él se sentía. Y sintió que aquel resplandor lo observaba, lo comprendía y aceptaba, y lo invitaba a dejarse llevar.

    — Quizás esta sea la manera...

    Y cuando el agua le llegó al pecho, se detuvo sintiendo como el frío entumía el cuerpo y apagaba sus sentidos.
    — Probar cosas nuevas... —murmuró mientras caminaba por la playa, dejando que sus pies se hundieran en la arena húmeda y su mirada se perdiera en la marea alborotada. No sabía nadar; de hecho, el mar siempre le había impuesto respeto. Aun así, no dudó cuando dejó caer la botella casi vacía y comenzó a internarse en el agua. El agua helada le mordió los tobillos y, aun así, siguió avanzando. Cada ola que golpeaba contra su cuerpo parecía pedirle que retrocediera, pero él dio otro paso, y otro más. Por un instante, levantó la vista: la luna temblaba sobre la superficie, fragmentada en un reflejo de mil partes... Como él se sentía. Y sintió que aquel resplandor lo observaba, lo comprendía y aceptaba, y lo invitaba a dejarse llevar. — Quizás esta sea la manera... Y cuando el agua le llegó al pecho, se detuvo sintiendo como el frío entumía el cuerpo y apagaba sus sentidos.
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  • Blythe:


    ¿Quien no desearía tocar el suelo con la punta y plantas de los pies?
    A paso tranquilo recorriendo su camino se encontraba una joven peliblanca.
    El sol no podía tocar su piel.
    Sin embargo, una nube tranquila y ligeramente gris la acompañaba por todo lo largo de su camino recorrido.
    Cubria la hermosa piel palida de la mujer, protegiéndola de la radiación electromagnética que resplandecía con su poder natural sobre el mundo.
    Los pasos fríos de la dama al tocar la tierra, enfriaban ligeramente el pasto, hojas o cualquier tipo de planta que brotara del terreno recorrido.
    La nube era necesariamente grande para hacer lucir el día ligeramente gris y con vista clara al rededor, pero tras ella la luz del sol iluminaba el camino detras de sus pasos, dando calidez y nuevamente vida a la tierra fría borrando el rastro de su pista.

    La mujer ama caminar descalza.
    Tocar la tierra le hacia sentir unida al mundo, aceptando su naturaleza animal en ese hermoso y curioso planeta que le hacía respirar en profundidad y le permite vivir cada paso que entregaba a su incierto pero seguro camino.

    No importaba qué tocará sin calzo; pasto, arena, piedra, tierra, lodo, agua... Incluso una que otra espina al cual tuviera que sustraer. Ella ama tocar el planeta.

    húmedo, pegajoso, mojado, duro, blando, rugoso, resbaloso, seco, suave... Podía sentir todo a su al rededor con su tacto y reconocer la similitud de los lugares en dónde sobrevive al recorrer el mundo.

    Por la noche la enorme nube la deja a solas.
    Toma un descanso dejando la vista descubierta del cielo; las estrellas y constelaciones sobre ella.

    La piel de la mujer, se ilumina con la luz de la luna.
    Lo que el sol no le puede ofrecer, la luna se lo entrega en su hermoso reflejo, haciendo que la mujer, brille en su propia oscuridad.
    Absorve el frío de las noches, y en los pasos abordados, dejando huellas iluminadas de su ser, dando pistas con su luz gris y azul.

    La mujer vive feliz, en calma y con fé.

    Vive en recuerdos hermosos de todo lugar que a podido recorrer y conocer.
    Todo aquel lugar que al volver, es acogida en convite.

    Mujer feliz, que reconoce todo el mundo con el alma, corazón, mente , puntas... Y plantas de los pies.
    Blythe: ¿Quien no desearía tocar el suelo con la punta y plantas de los pies? A paso tranquilo recorriendo su camino se encontraba una joven peliblanca. El sol no podía tocar su piel. Sin embargo, una nube tranquila y ligeramente gris la acompañaba por todo lo largo de su camino recorrido. Cubria la hermosa piel palida de la mujer, protegiéndola de la radiación electromagnética que resplandecía con su poder natural sobre el mundo. Los pasos fríos de la dama al tocar la tierra, enfriaban ligeramente el pasto, hojas o cualquier tipo de planta que brotara del terreno recorrido. La nube era necesariamente grande para hacer lucir el día ligeramente gris y con vista clara al rededor, pero tras ella la luz del sol iluminaba el camino detras de sus pasos, dando calidez y nuevamente vida a la tierra fría borrando el rastro de su pista. La mujer ama caminar descalza. Tocar la tierra le hacia sentir unida al mundo, aceptando su naturaleza animal en ese hermoso y curioso planeta que le hacía respirar en profundidad y le permite vivir cada paso que entregaba a su incierto pero seguro camino. No importaba qué tocará sin calzo; pasto, arena, piedra, tierra, lodo, agua... Incluso una que otra espina al cual tuviera que sustraer. Ella ama tocar el planeta. húmedo, pegajoso, mojado, duro, blando, rugoso, resbaloso, seco, suave... Podía sentir todo a su al rededor con su tacto y reconocer la similitud de los lugares en dónde sobrevive al recorrer el mundo. Por la noche la enorme nube la deja a solas. Toma un descanso dejando la vista descubierta del cielo; las estrellas y constelaciones sobre ella. La piel de la mujer, se ilumina con la luz de la luna. Lo que el sol no le puede ofrecer, la luna se lo entrega en su hermoso reflejo, haciendo que la mujer, brille en su propia oscuridad. Absorve el frío de las noches, y en los pasos abordados, dejando huellas iluminadas de su ser, dando pistas con su luz gris y azul. La mujer vive feliz, en calma y con fé. Vive en recuerdos hermosos de todo lugar que a podido recorrer y conocer. Todo aquel lugar que al volver, es acogida en convite. Mujer feliz, que reconoce todo el mundo con el alma, corazón, mente , puntas... Y plantas de los pies.
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  • La británica sabe que las horas que les quedan allí estan contadas, que pronto dejarían aquella casa perfecta, aquella perfecta cala, esos perfecto días que habían pasado allí, tranquilos, felices... y volverían a su rutina, a sus problemas, a las cazas, a la preocupación...

    Poppy no era muy fan de tomar el sol, porque apreciaba la salud de su piel, pero esa mañana había decidido salir a tomar algo de vitamina D y despedirse de la arena y el mar.
    La británica sabe que las horas que les quedan allí estan contadas, que pronto dejarían aquella casa perfecta, aquella perfecta cala, esos perfecto días que habían pasado allí, tranquilos, felices... y volverían a su rutina, a sus problemas, a las cazas, a la preocupación... Poppy no era muy fan de tomar el sol, porque apreciaba la salud de su piel, pero esa mañana había decidido salir a tomar algo de vitamina D y despedirse de la arena y el mar.
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  • ⠀⠀⠀⠀Todo era absurdamente normal. Tan normal que parecía ofensivo. Kazuha estaba de pie en una cocina soleada, bañada por una luz demasiado dorada para ser real, con un olor a café y galletas de mantequilla recién horneadas que lo impregnaba todo. Era un lugar completamente desconocido para ella, pero demasiado familiar para su anfitrión. Y ella lo sabía, podía sentir el dulce aroma de una infancia que no le pertenecía.

    —Hmmm, vamos, sé que estás aquí, escondiéndote ~... —murmuró para si, mientras daba pasos lentos, cautelosos.

    Se supone que aquel lugar debería ser un lugar seguro. Extendió una mano, y una sensación de dolor leve le recorrió el brazo. Conceder tantos deseos seguidos los últimos días la había dejado débil, vaciada, como una batería gastada. Su magia respondía con lentitud, con un zumbido débil y doloroso. Necesitaba ese cristal de Luminara. Necesitaba ese recuerdo.

    Con un suspiro de esfuerzo, concentró un hilo de energía caótica en la yema de su dedo. El efecto fue inmediato. La luz solar perfecta se volvió más amarilla, luego verde, hasta teeminar convirtiéndose en un rojo enfermizo. El olor a café se volvió agrio, algo más similar al olor del vinagre.

    —Eso es. Así me gusta ~ —respiró, y una gota de sudor frío recorrió su sien.

    El sueño, herido, se defendió. Las paredes de la cocina se inclinaron hacía dentro, como si pidieran caerse en cualquier momento. Los muebles se alargaron, las sombras se retorcían. El chillido de una tetera surgió de ninguna parte, aumentando hasta convertirse en un grito desgarrador.

    El sueño se había convertido en pesadilla. Y en el corazón de toda pesadilla, late el recuerdo que la alimenta.

    Sonrió y siguió el sonido, esquivando las manos que emergían de la nevera y pisando el suelo que ahora se sentía blando, como gelatina. Finalmente lo vio, una puerta de armario bajo el fregadero, de la cual salió un brillo tenue.

    Al abrir la puerta, no había oscuridad. Había un instante congelado: un niño escondido, mirando a través de una rendija, presenciando algo que un niño nunca debería ver. El Recuerdo. Flotaba allí, un núcleo de dolor puro y brillante.

    —Mio —susurró, con una mezcla de triunfo y agotamiento.

    Sacó un cristal de Luminara en bruto de un bolsillo de su pantalón. Con una última y dolorosa descarga de voluntad, guió el recuerdo hacia el cristal. La escena congelada se comprimió, destellando una vez con una luz cegadora que quedó sellada dentro de la gema, que ahora titilaba con una luz carmesí profunda y cálida.

    La pesadilla se desvaneció instantáneamente alrededor de ella, como arena cayendo. La transición fue violenta. En un momento estaba en la pesadilla desvaneciéndose, sellando el recuerdo en el cristal de Luminara. Al siguiente, fue arrojada al vacío etéreo del Subplano del Sueño.

    Allí, entre planos, entre el espacio entre espacios, el aire no era aire, era una sustancia gélida y espesa de pesadillas colectivas que casi se resistía a ser respiraba. Remolinos de colores que susurraban silenciosamente giraban a su alrededor. No era un lugar, era la idea de un lugar. Y como ella ya sabía, estaba lleno de cosas hambrientas.

    Aún vulnerable y agotada por el esfuerzo de sostener el ritual de extracción, intento orientarse. El cristal de Luminara en su mano palpitaba, y vertia parte de la energía vital en ella, pero el proceso era lento, como una transfusión que apenas comenzaba.

    Entonces lo sintió. Una presencia fría y afilada que se movía contra la corriente del caos onírico, atraída por el destello de poder del cristal recién cargado.

    —No —logró gruñir, tratando de impulsarse lejos— Ahg, ¡¡¡Ahora no!!!

    Era tarde. Una sombra hecha de intención depredadora se lanzó hacia ella. No tenía garras, pero su esencia era un filo. Intentó desviarse, pero su agotamiento la traicionó.

    Un dolor agudo y frío le desgarró el costado, justo por debajo de las costillas. No sangró en el sentido tradicional; su esencia vital, su energía, brotó de la herida en un fino vapor rojizo brillante antes de que ella logrará empuñar la daga de obsidiana que escondía en el interior de sus botas y la clavara en la criatura, que se disolvió casi al instante en la nada, con una sonrisa, satisfecha con su bocado, había probado su esencia.

    —¡Maldita sea! —escupió, apretsndo la herida con la mano libre. El dolor era real, punzante, frío.

    Sabia las reglas. Lo que sucedía aquí, se plasmaba en su cuerpo físico. Con un acto final de voluntad, se concentró en su cuerpo físico, en la fría soledad de su mansión, y se aferró a aquella realidad como un ancla.

    Se despertó de golpe, incorporándose en el suelo de madera del salón principal con un jadeo áspero. La primera sensación fue el peso del cristal en su mano derecha. La segunda, el dolor ardiente y húmedo en el costado izquierdo.

    Bajó la mirada. Su blusa estaba empapada de una mancha oscura y húmeda que solo podía ser sangre. Al levantar la tela, reveló un corté limpio pero profundo, de cuyo centro emanaba un tenue resplandor ámbar, la marca residual inconfundible de una herida hecha con energía onírica.

    Un recordatorio. Un trofeo. Un precio adicional. Con un suspiro que era más de fastidio que de queja, se puso de pie y caminó haciendo un esfuerzo extra hacia el estante. Tomó un frasco de ungüento y vendas que siempre tenía a mano. Los negocios, como siempre, tenían sus costos operativos.
    ⠀⠀⠀⠀Todo era absurdamente normal. Tan normal que parecía ofensivo. Kazuha estaba de pie en una cocina soleada, bañada por una luz demasiado dorada para ser real, con un olor a café y galletas de mantequilla recién horneadas que lo impregnaba todo. Era un lugar completamente desconocido para ella, pero demasiado familiar para su anfitrión. Y ella lo sabía, podía sentir el dulce aroma de una infancia que no le pertenecía. —Hmmm, vamos, sé que estás aquí, escondiéndote ~... —murmuró para si, mientras daba pasos lentos, cautelosos. Se supone que aquel lugar debería ser un lugar seguro. Extendió una mano, y una sensación de dolor leve le recorrió el brazo. Conceder tantos deseos seguidos los últimos días la había dejado débil, vaciada, como una batería gastada. Su magia respondía con lentitud, con un zumbido débil y doloroso. Necesitaba ese cristal de Luminara. Necesitaba ese recuerdo. Con un suspiro de esfuerzo, concentró un hilo de energía caótica en la yema de su dedo. El efecto fue inmediato. La luz solar perfecta se volvió más amarilla, luego verde, hasta teeminar convirtiéndose en un rojo enfermizo. El olor a café se volvió agrio, algo más similar al olor del vinagre. —Eso es. Así me gusta ~ —respiró, y una gota de sudor frío recorrió su sien. El sueño, herido, se defendió. Las paredes de la cocina se inclinaron hacía dentro, como si pidieran caerse en cualquier momento. Los muebles se alargaron, las sombras se retorcían. El chillido de una tetera surgió de ninguna parte, aumentando hasta convertirse en un grito desgarrador. El sueño se había convertido en pesadilla. Y en el corazón de toda pesadilla, late el recuerdo que la alimenta. Sonrió y siguió el sonido, esquivando las manos que emergían de la nevera y pisando el suelo que ahora se sentía blando, como gelatina. Finalmente lo vio, una puerta de armario bajo el fregadero, de la cual salió un brillo tenue. Al abrir la puerta, no había oscuridad. Había un instante congelado: un niño escondido, mirando a través de una rendija, presenciando algo que un niño nunca debería ver. El Recuerdo. Flotaba allí, un núcleo de dolor puro y brillante. —Mio —susurró, con una mezcla de triunfo y agotamiento. Sacó un cristal de Luminara en bruto de un bolsillo de su pantalón. Con una última y dolorosa descarga de voluntad, guió el recuerdo hacia el cristal. La escena congelada se comprimió, destellando una vez con una luz cegadora que quedó sellada dentro de la gema, que ahora titilaba con una luz carmesí profunda y cálida. La pesadilla se desvaneció instantáneamente alrededor de ella, como arena cayendo. La transición fue violenta. En un momento estaba en la pesadilla desvaneciéndose, sellando el recuerdo en el cristal de Luminara. Al siguiente, fue arrojada al vacío etéreo del Subplano del Sueño. Allí, entre planos, entre el espacio entre espacios, el aire no era aire, era una sustancia gélida y espesa de pesadillas colectivas que casi se resistía a ser respiraba. Remolinos de colores que susurraban silenciosamente giraban a su alrededor. No era un lugar, era la idea de un lugar. Y como ella ya sabía, estaba lleno de cosas hambrientas. Aún vulnerable y agotada por el esfuerzo de sostener el ritual de extracción, intento orientarse. El cristal de Luminara en su mano palpitaba, y vertia parte de la energía vital en ella, pero el proceso era lento, como una transfusión que apenas comenzaba. Entonces lo sintió. Una presencia fría y afilada que se movía contra la corriente del caos onírico, atraída por el destello de poder del cristal recién cargado. —No —logró gruñir, tratando de impulsarse lejos— Ahg, ¡¡¡Ahora no!!! Era tarde. Una sombra hecha de intención depredadora se lanzó hacia ella. No tenía garras, pero su esencia era un filo. Intentó desviarse, pero su agotamiento la traicionó. Un dolor agudo y frío le desgarró el costado, justo por debajo de las costillas. No sangró en el sentido tradicional; su esencia vital, su energía, brotó de la herida en un fino vapor rojizo brillante antes de que ella logrará empuñar la daga de obsidiana que escondía en el interior de sus botas y la clavara en la criatura, que se disolvió casi al instante en la nada, con una sonrisa, satisfecha con su bocado, había probado su esencia. —¡Maldita sea! —escupió, apretsndo la herida con la mano libre. El dolor era real, punzante, frío. Sabia las reglas. Lo que sucedía aquí, se plasmaba en su cuerpo físico. Con un acto final de voluntad, se concentró en su cuerpo físico, en la fría soledad de su mansión, y se aferró a aquella realidad como un ancla. Se despertó de golpe, incorporándose en el suelo de madera del salón principal con un jadeo áspero. La primera sensación fue el peso del cristal en su mano derecha. La segunda, el dolor ardiente y húmedo en el costado izquierdo. Bajó la mirada. Su blusa estaba empapada de una mancha oscura y húmeda que solo podía ser sangre. Al levantar la tela, reveló un corté limpio pero profundo, de cuyo centro emanaba un tenue resplandor ámbar, la marca residual inconfundible de una herida hecha con energía onírica. Un recordatorio. Un trofeo. Un precio adicional. Con un suspiro que era más de fastidio que de queja, se puso de pie y caminó haciendo un esfuerzo extra hacia el estante. Tomó un frasco de ungüento y vendas que siempre tenía a mano. Los negocios, como siempre, tenían sus costos operativos.
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  • "En lo largo de mis viajes siempre he podido rescatar algo entre la humanidad.
    No solamente se trata de que en primera instancia parte de mí pertenece a ellos, es más un recuerdo lejano de la inocencia que se tiene. Jamás llegan a ser lo bastante viejos como para ver los contrastes de sus acciones.

    Un hombre jamás verá hasta dónde puede llegar su sangre.
    A qué punto sus ideales se mantienen o qué tan importantes se tornan sus logros en vida.
    Al final nadie vive lo suficiente para ver las consecuencias de sus actos.

    Y son condenados. Condenados a repetir los mismos actos una y otra vez.
    Siempre buscando otro nombre para bautizar sus atrocidades.
    Halagados de creerse los genios de una idea que siglos atrás alguien más la tuvo.

    Lo sé. Lo sé muy bien. Mis bibliotecas albergan todo lo que pueden, mi propia investigación concretadas bajo las biografías de nombres que seguramente nadie más recordará.

    Nadie excepto yo.
    Me siento viejo, viejo de recordar.
    Viejo de andar, de vagar.

    En las noches el cielo estrellado es mi compañía. Porque por más que quisiera no está aquí.
    Por más que desee no habrá rastro de su descendencia. Nuestra descendencia.

    Nuestros actos, no hay vestigio de ellos, las arenas del tiempo se encargaron de olvidarnos."
    "En lo largo de mis viajes siempre he podido rescatar algo entre la humanidad. No solamente se trata de que en primera instancia parte de mí pertenece a ellos, es más un recuerdo lejano de la inocencia que se tiene. Jamás llegan a ser lo bastante viejos como para ver los contrastes de sus acciones. Un hombre jamás verá hasta dónde puede llegar su sangre. A qué punto sus ideales se mantienen o qué tan importantes se tornan sus logros en vida. Al final nadie vive lo suficiente para ver las consecuencias de sus actos. Y son condenados. Condenados a repetir los mismos actos una y otra vez. Siempre buscando otro nombre para bautizar sus atrocidades. Halagados de creerse los genios de una idea que siglos atrás alguien más la tuvo. Lo sé. Lo sé muy bien. Mis bibliotecas albergan todo lo que pueden, mi propia investigación concretadas bajo las biografías de nombres que seguramente nadie más recordará. Nadie excepto yo. Me siento viejo, viejo de recordar. Viejo de andar, de vagar. En las noches el cielo estrellado es mi compañía. Porque por más que quisiera no está aquí. Por más que desee no habrá rastro de su descendencia. Nuestra descendencia. Nuestros actos, no hay vestigio de ellos, las arenas del tiempo se encargaron de olvidarnos."
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  • •Z̷a̷r̷e̷k̷•𖧨༒



    {El sol se alzaba sobre el horizonte, tiñendo la vasta extensión del desierto con un resplandor dorado, como si cada grano de arena fuera oro líquido bajo su luz. A lo lejos, el palacio emergía imponente, inmenso poder en medio de la nada. En sus pasillos y patios, los guerreros entrenaban con disciplina, otros bebían vino luego de las jornadas de guardia, algunos negociaban con mercaderes que ofrecían especias y telas, mientras las voces resonaba entre las columnas.}

    {En alguna parte del palacio, rodeado de riquezas, de estatuas dedicadas a Anubis y de altares cubiertos con velas encendidas, sahumerios, frutas y vino, se encontraba el príncipe Zarek, ahora proclamado rey. Desde una de las altas ventanas, abiertas al aire del desierto, sin vidrios ni persianas, observaba su ejército. y su reino construido en medio del vacío, sostenido únicamente por la voluntad de su ejército y por la suya.}

    {Allí, en el único asentamiento que quedaba de los nekomatas, la vida era dura. Durante el día, la arena quemaba la piel y durante la noche, el frío calaba hasta los huesos. El agua era escasa, la comida difícil de conseguir y la tierra nunca generosa. Sin embargo, habían aprendido a resistir.}

    {Zarek era el pilar de esa resistencia. Bajo su mando, las expediciones de caza rara vez regresaban con las manos vacías, y las cosechas, aunque humildes, bastaban para mantener al pueblo con vida. Nadie cuestionaba su liderazgo, aunque la mayoría lo temía tanto como lo respetaba. Frío, autoritario, distante, ya no era visto solo como un príncipe convertido en rey, sino como la encarnación misma de un dios. Jamás había mostrado afecto, ni siquiera hacia sus propios padres. Para muchos, en él no existía un corazón capaz de sentir.}

    {Esa madrugada, sus hombres volvieron tras un extenso viaje. Habían cumplido con la misión de espiar a posibles enemigos y traer información. Lo que comunicaron solo confirmaba que la antigua profecía estaba por cumplirse. La próxima luna llena sería el inicio del posible fin de los nekomatas.}

    {Zarek no dudó. Sabía lo que debía hacer. Había llegado la hora de buscar a su prometida, la mujer destinada a convertirse en reina y traer la salvación. Ella habitaba en el mundo de los humanos, ignorante del peso que cargaba sobre sus hombros ahora mismo. Para ella, él era un desconocido. Pero Zarek la sentía. Podía percibirla en el aire, como un instinto que lo guiaba sin error. Un fuerte instinto.}

    —Pronto estarás en casa, sucia sangre mestiza. Tu destino ya está escrito.

    {Zarek estaba decidido. Encontraría a la mujer que le había sido prometida, aunque tuviera que desafiar a los dioses mismos o entregar sus siete vidas en el intento.}

    •Z̷a̷r̷e̷k̷•𖧨༒ {El sol se alzaba sobre el horizonte, tiñendo la vasta extensión del desierto con un resplandor dorado, como si cada grano de arena fuera oro líquido bajo su luz. A lo lejos, el palacio emergía imponente, inmenso poder en medio de la nada. En sus pasillos y patios, los guerreros entrenaban con disciplina, otros bebían vino luego de las jornadas de guardia, algunos negociaban con mercaderes que ofrecían especias y telas, mientras las voces resonaba entre las columnas.} {En alguna parte del palacio, rodeado de riquezas, de estatuas dedicadas a Anubis y de altares cubiertos con velas encendidas, sahumerios, frutas y vino, se encontraba el príncipe Zarek, ahora proclamado rey. Desde una de las altas ventanas, abiertas al aire del desierto, sin vidrios ni persianas, observaba su ejército. y su reino construido en medio del vacío, sostenido únicamente por la voluntad de su ejército y por la suya.} {Allí, en el único asentamiento que quedaba de los nekomatas, la vida era dura. Durante el día, la arena quemaba la piel y durante la noche, el frío calaba hasta los huesos. El agua era escasa, la comida difícil de conseguir y la tierra nunca generosa. Sin embargo, habían aprendido a resistir.} {Zarek era el pilar de esa resistencia. Bajo su mando, las expediciones de caza rara vez regresaban con las manos vacías, y las cosechas, aunque humildes, bastaban para mantener al pueblo con vida. Nadie cuestionaba su liderazgo, aunque la mayoría lo temía tanto como lo respetaba. Frío, autoritario, distante, ya no era visto solo como un príncipe convertido en rey, sino como la encarnación misma de un dios. Jamás había mostrado afecto, ni siquiera hacia sus propios padres. Para muchos, en él no existía un corazón capaz de sentir.} {Esa madrugada, sus hombres volvieron tras un extenso viaje. Habían cumplido con la misión de espiar a posibles enemigos y traer información. Lo que comunicaron solo confirmaba que la antigua profecía estaba por cumplirse. La próxima luna llena sería el inicio del posible fin de los nekomatas.} {Zarek no dudó. Sabía lo que debía hacer. Había llegado la hora de buscar a su prometida, la mujer destinada a convertirse en reina y traer la salvación. Ella habitaba en el mundo de los humanos, ignorante del peso que cargaba sobre sus hombros ahora mismo. Para ella, él era un desconocido. Pero Zarek la sentía. Podía percibirla en el aire, como un instinto que lo guiaba sin error. Un fuerte instinto.} —Pronto estarás en casa, sucia sangre mestiza. Tu destino ya está escrito. {Zarek estaba decidido. Encontraría a la mujer que le había sido prometida, aunque tuviera que desafiar a los dioses mismos o entregar sus siete vidas en el intento.}
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  • {La espada giraba conmigo en un arco perfecto, y con un corte preciso desgarré la bolsa de tierra colgada frente a mí, dejando que la arena se desparramara como si fuera sangre.}

    —¿No se supone que deberías practicar conmigo?

    {Pregunté, sin disimular la ironía, mientras me preparaba para un nuevo movimiento.}

    {A pocos metros, la silueta oscura de mi “compañero” reposaba con despreocupación. El espíritu de caballo, con aquel hocico afilado que parecía el pico de un ave, no mostraba el más mínimo interés por mis esfuerzos. En cambio, se deleitaba con las manzanas que había conseguido para él, como si fueran un pago justo por los favores de su magia oscura. Una manzana se alzó lentamente en el aire, rodeada de un resplandor violeta, y flotó hasta su pico.}

    —Yo solo soy un espíritu que vaga entre mundos, devorando los sueños cálidos para transformarlos en pesadillas. No soy un ser cuya voluntad pueda ser arrastrada por tu ridícula nigromancia.

    {Respondió con esa voz metálica y demoníaca que solía irritarme.
    Apreté el mango de mi espada con fuerza, girándome hacia él con una sonrisa fingida para ocultar mí orgullo herido.}

    —Pero eres un obsequio, ¿no? Como dicen los humanos: mi mascota. Así que, ven aquí ahora mismo.

    {Mi voz sonó firme, aunque por dentro me ardía la frustración de tener que recordarle a quién pertenecía su servidumbre.
    El espíritu resopló, molesto por la interrupción de su festín. Sus pezuñas retumbaron en la tierra mientras avanzaba hacia mí.}

    —Te llevará años de entrenamiento, pequeña neko.

    {Rugió, clavando sus ojos vacíos en los míos.}

    —Tu padre se decepcionaría al ver que la sangre humana de tu madre corre más fuerte en ti que la de los nekomatas. Ni siquiera puedes controlar tus poderes. Apenas salen cuando estás asustada o furiosa. Y aun así, fallan.

    {Su magia invisible me envolvió de pronto. Sentí cómo mi cola se elevaba contra mi voluntad, tirada hacia arriba con un gesto cruel.
    Solté un chillido mientras intentaba bajarla con ambas manos.}

    —Mírate. Ni siquiera has terminado de crecer.

    {Tomé mi cola entre las manos, protegiéndola, y mis ojos lo observaron con furia.}

    —Eres el peor protector y servidor que mi padre me dejó.

    {Refunfuñé, intentando mantener la compostura. Ese espíritu era arrogante, hostil, y más cruel de lo que recordaba… y aun así, era el único que debía llamarse mi guardián.}

    {La espada giraba conmigo en un arco perfecto, y con un corte preciso desgarré la bolsa de tierra colgada frente a mí, dejando que la arena se desparramara como si fuera sangre.} —¿No se supone que deberías practicar conmigo? {Pregunté, sin disimular la ironía, mientras me preparaba para un nuevo movimiento.} {A pocos metros, la silueta oscura de mi “compañero” reposaba con despreocupación. El espíritu de caballo, con aquel hocico afilado que parecía el pico de un ave, no mostraba el más mínimo interés por mis esfuerzos. En cambio, se deleitaba con las manzanas que había conseguido para él, como si fueran un pago justo por los favores de su magia oscura. Una manzana se alzó lentamente en el aire, rodeada de un resplandor violeta, y flotó hasta su pico.} —Yo solo soy un espíritu que vaga entre mundos, devorando los sueños cálidos para transformarlos en pesadillas. No soy un ser cuya voluntad pueda ser arrastrada por tu ridícula nigromancia. {Respondió con esa voz metálica y demoníaca que solía irritarme. Apreté el mango de mi espada con fuerza, girándome hacia él con una sonrisa fingida para ocultar mí orgullo herido.} —Pero eres un obsequio, ¿no? Como dicen los humanos: mi mascota. Así que, ven aquí ahora mismo. {Mi voz sonó firme, aunque por dentro me ardía la frustración de tener que recordarle a quién pertenecía su servidumbre. El espíritu resopló, molesto por la interrupción de su festín. Sus pezuñas retumbaron en la tierra mientras avanzaba hacia mí.} —Te llevará años de entrenamiento, pequeña neko. {Rugió, clavando sus ojos vacíos en los míos.} —Tu padre se decepcionaría al ver que la sangre humana de tu madre corre más fuerte en ti que la de los nekomatas. Ni siquiera puedes controlar tus poderes. Apenas salen cuando estás asustada o furiosa. Y aun así, fallan. {Su magia invisible me envolvió de pronto. Sentí cómo mi cola se elevaba contra mi voluntad, tirada hacia arriba con un gesto cruel. Solté un chillido mientras intentaba bajarla con ambas manos.} —Mírate. Ni siquiera has terminado de crecer. {Tomé mi cola entre las manos, protegiéndola, y mis ojos lo observaron con furia.} —Eres el peor protector y servidor que mi padre me dejó. {Refunfuñé, intentando mantener la compostura. Ese espíritu era arrogante, hostil, y más cruel de lo que recordaba… y aun así, era el único que debía llamarse mi guardián.}
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