• •Z̷a̷r̷e̷k̷•𖧨༒



    {El sol se alzaba sobre el horizonte, tiñendo la vasta extensión del desierto con un resplandor dorado, como si cada grano de arena fuera oro líquido bajo su luz. A lo lejos, el palacio emergía imponente, inmenso poder en medio de la nada. En sus pasillos y patios, los guerreros entrenaban con disciplina, otros bebían vino luego de las jornadas de guardia, algunos negociaban con mercaderes que ofrecían especias y telas, mientras las voces resonaba entre las columnas.}

    {En alguna parte del palacio, rodeado de riquezas, de estatuas dedicadas a Anubis y de altares cubiertos con velas encendidas, sahumerios, frutas y vino, se encontraba el príncipe Zarek, ahora proclamado rey. Desde una de las altas ventanas, abiertas al aire del desierto, sin vidrios ni persianas, observaba su ejército. y su reino construido en medio del vacío, sostenido únicamente por la voluntad de su ejército y por la suya.}

    {Allí, en el único asentamiento que quedaba de los nekomatas, la vida era dura. Durante el día, la arena quemaba la piel y durante la noche, el frío calaba hasta los huesos. El agua era escasa, la comida difícil de conseguir y la tierra nunca generosa. Sin embargo, habían aprendido a resistir.}

    {Zarek era el pilar de esa resistencia. Bajo su mando, las expediciones de caza rara vez regresaban con las manos vacías, y las cosechas, aunque humildes, bastaban para mantener al pueblo con vida. Nadie cuestionaba su liderazgo, aunque la mayoría lo temía tanto como lo respetaba. Frío, autoritario, distante, ya no era visto solo como un príncipe convertido en rey, sino como la encarnación misma de un dios. Jamás había mostrado afecto, ni siquiera hacia sus propios padres. Para muchos, en él no existía un corazón capaz de sentir.}

    {Esa madrugada, sus hombres volvieron tras un extenso viaje. Habían cumplido con la misión de espiar a posibles enemigos y traer información. Lo que comunicaron solo confirmaba que la antigua profecía estaba por cumplirse. La próxima luna llena sería el inicio del posible fin de los nekomatas.}

    {Zarek no dudó. Sabía lo que debía hacer. Había llegado la hora de buscar a su prometida, la mujer destinada a convertirse en reina y traer la salvación. Ella habitaba en el mundo de los humanos, ignorante del peso que cargaba sobre sus hombros ahora mismo. Para ella, él era un desconocido. Pero Zarek la sentía. Podía percibirla en el aire, como un instinto que lo guiaba sin error. Un fuerte instinto.}

    —Pronto estarás en casa, sucia sangre mestiza. Tu destino ya está escrito.

    {Zarek estaba decidido. Encontraría a la mujer que le había sido prometida, aunque tuviera que desafiar a los dioses mismos o entregar sus siete vidas en el intento.}

    •Z̷a̷r̷e̷k̷•𖧨༒ {El sol se alzaba sobre el horizonte, tiñendo la vasta extensión del desierto con un resplandor dorado, como si cada grano de arena fuera oro líquido bajo su luz. A lo lejos, el palacio emergía imponente, inmenso poder en medio de la nada. En sus pasillos y patios, los guerreros entrenaban con disciplina, otros bebían vino luego de las jornadas de guardia, algunos negociaban con mercaderes que ofrecían especias y telas, mientras las voces resonaba entre las columnas.} {En alguna parte del palacio, rodeado de riquezas, de estatuas dedicadas a Anubis y de altares cubiertos con velas encendidas, sahumerios, frutas y vino, se encontraba el príncipe Zarek, ahora proclamado rey. Desde una de las altas ventanas, abiertas al aire del desierto, sin vidrios ni persianas, observaba su ejército. y su reino construido en medio del vacío, sostenido únicamente por la voluntad de su ejército y por la suya.} {Allí, en el único asentamiento que quedaba de los nekomatas, la vida era dura. Durante el día, la arena quemaba la piel y durante la noche, el frío calaba hasta los huesos. El agua era escasa, la comida difícil de conseguir y la tierra nunca generosa. Sin embargo, habían aprendido a resistir.} {Zarek era el pilar de esa resistencia. Bajo su mando, las expediciones de caza rara vez regresaban con las manos vacías, y las cosechas, aunque humildes, bastaban para mantener al pueblo con vida. Nadie cuestionaba su liderazgo, aunque la mayoría lo temía tanto como lo respetaba. Frío, autoritario, distante, ya no era visto solo como un príncipe convertido en rey, sino como la encarnación misma de un dios. Jamás había mostrado afecto, ni siquiera hacia sus propios padres. Para muchos, en él no existía un corazón capaz de sentir.} {Esa madrugada, sus hombres volvieron tras un extenso viaje. Habían cumplido con la misión de espiar a posibles enemigos y traer información. Lo que comunicaron solo confirmaba que la antigua profecía estaba por cumplirse. La próxima luna llena sería el inicio del posible fin de los nekomatas.} {Zarek no dudó. Sabía lo que debía hacer. Había llegado la hora de buscar a su prometida, la mujer destinada a convertirse en reina y traer la salvación. Ella habitaba en el mundo de los humanos, ignorante del peso que cargaba sobre sus hombros ahora mismo. Para ella, él era un desconocido. Pero Zarek la sentía. Podía percibirla en el aire, como un instinto que lo guiaba sin error. Un fuerte instinto.} —Pronto estarás en casa, sucia sangre mestiza. Tu destino ya está escrito. {Zarek estaba decidido. Encontraría a la mujer que le había sido prometida, aunque tuviera que desafiar a los dioses mismos o entregar sus siete vidas en el intento.}
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  • {La espada giraba conmigo en un arco perfecto, y con un corte preciso desgarré la bolsa de tierra colgada frente a mí, dejando que la arena se desparramara como si fuera sangre.}

    —¿No se supone que deberías practicar conmigo?

    {Pregunté, sin disimular la ironía, mientras me preparaba para un nuevo movimiento.}

    {A pocos metros, la silueta oscura de mi “compañero” reposaba con despreocupación. El espíritu de caballo, con aquel hocico afilado que parecía el pico de un ave, no mostraba el más mínimo interés por mis esfuerzos. En cambio, se deleitaba con las manzanas que había conseguido para él, como si fueran un pago justo por los favores de su magia oscura. Una manzana se alzó lentamente en el aire, rodeada de un resplandor violeta, y flotó hasta su pico.}

    —Yo solo soy un espíritu que vaga entre mundos, devorando los sueños cálidos para transformarlos en pesadillas. No soy un ser cuya voluntad pueda ser arrastrada por tu ridícula nigromancia.

    {Respondió con esa voz metálica y demoníaca que solía irritarme.
    Apreté el mango de mi espada con fuerza, girándome hacia él con una sonrisa fingida para ocultar mí orgullo herido.}

    —Pero eres un obsequio, ¿no? Como dicen los humanos: mi mascota. Así que, ven aquí ahora mismo.

    {Mi voz sonó firme, aunque por dentro me ardía la frustración de tener que recordarle a quién pertenecía su servidumbre.
    El espíritu resopló, molesto por la interrupción de su festín. Sus pezuñas retumbaron en la tierra mientras avanzaba hacia mí.}

    —Te llevará años de entrenamiento, pequeña neko.

    {Rugió, clavando sus ojos vacíos en los míos.}

    —Tu padre se decepcionaría al ver que la sangre humana de tu madre corre más fuerte en ti que la de los nekomatas. Ni siquiera puedes controlar tus poderes. Apenas salen cuando estás asustada o furiosa. Y aun así, fallan.

    {Su magia invisible me envolvió de pronto. Sentí cómo mi cola se elevaba contra mi voluntad, tirada hacia arriba con un gesto cruel.
    Solté un chillido mientras intentaba bajarla con ambas manos.}

    —Mírate. Ni siquiera has terminado de crecer.

    {Tomé mi cola entre las manos, protegiéndola, y mis ojos lo observaron con furia.}

    —Eres el peor protector y servidor que mi padre me dejó.

    {Refunfuñé, intentando mantener la compostura. Ese espíritu era arrogante, hostil, y más cruel de lo que recordaba… y aun así, era el único que debía llamarse mi guardián.}

    {La espada giraba conmigo en un arco perfecto, y con un corte preciso desgarré la bolsa de tierra colgada frente a mí, dejando que la arena se desparramara como si fuera sangre.} —¿No se supone que deberías practicar conmigo? {Pregunté, sin disimular la ironía, mientras me preparaba para un nuevo movimiento.} {A pocos metros, la silueta oscura de mi “compañero” reposaba con despreocupación. El espíritu de caballo, con aquel hocico afilado que parecía el pico de un ave, no mostraba el más mínimo interés por mis esfuerzos. En cambio, se deleitaba con las manzanas que había conseguido para él, como si fueran un pago justo por los favores de su magia oscura. Una manzana se alzó lentamente en el aire, rodeada de un resplandor violeta, y flotó hasta su pico.} —Yo solo soy un espíritu que vaga entre mundos, devorando los sueños cálidos para transformarlos en pesadillas. No soy un ser cuya voluntad pueda ser arrastrada por tu ridícula nigromancia. {Respondió con esa voz metálica y demoníaca que solía irritarme. Apreté el mango de mi espada con fuerza, girándome hacia él con una sonrisa fingida para ocultar mí orgullo herido.} —Pero eres un obsequio, ¿no? Como dicen los humanos: mi mascota. Así que, ven aquí ahora mismo. {Mi voz sonó firme, aunque por dentro me ardía la frustración de tener que recordarle a quién pertenecía su servidumbre. El espíritu resopló, molesto por la interrupción de su festín. Sus pezuñas retumbaron en la tierra mientras avanzaba hacia mí.} —Te llevará años de entrenamiento, pequeña neko. {Rugió, clavando sus ojos vacíos en los míos.} —Tu padre se decepcionaría al ver que la sangre humana de tu madre corre más fuerte en ti que la de los nekomatas. Ni siquiera puedes controlar tus poderes. Apenas salen cuando estás asustada o furiosa. Y aun así, fallan. {Su magia invisible me envolvió de pronto. Sentí cómo mi cola se elevaba contra mi voluntad, tirada hacia arriba con un gesto cruel. Solté un chillido mientras intentaba bajarla con ambas manos.} —Mírate. Ni siquiera has terminado de crecer. {Tomé mi cola entre las manos, protegiéndola, y mis ojos lo observaron con furia.} —Eres el peor protector y servidor que mi padre me dejó. {Refunfuñé, intentando mantener la compostura. Ese espíritu era arrogante, hostil, y más cruel de lo que recordaba… y aun así, era el único que debía llamarse mi guardián.}
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  • Solo quiere reir por la maldita buena suerte que ha tenido esta semana, ser arrastrado al final por el agua fue una buena idea, sin embargo, acumulo nuevos golpes y heridas que se transfirieron a su cuerpo de Tenno.

    "Me esta costando respirar, solo espera un poco."

    El cuerpo de Chroma finalmente es atrapando por un banco de arena y de agua poco profunda, en un sitio realmente apartado de todo rastro de actividad humana, mientras Hayden solo cierra los ojos y expira dando su último aliento.

    ...

    - Quizá nos excedimos un poco, ¿eh?

    El tenno pelirrojo camina fuera del cuerpo de Chroma, completamente sano y sin rastro de los golpes, fracturas y cortes recibidos por Chroma, luego cierra los ojos para usar ese dote con el vacío para reparar, restaurar y hasta casi parece sanar el cuerpo de Chroma, mientras el pelirrojo va desapareciendo hasta no quedar nada de él, pero a cambio Chroma vuelve a activarse completamente sano.

    -¡Groar!

    "Volver a morir, no sé cuantas veces haya pasado pero nunca me acostumbraré."
    Solo quiere reir por la maldita buena suerte que ha tenido esta semana, ser arrastrado al final por el agua fue una buena idea, sin embargo, acumulo nuevos golpes y heridas que se transfirieron a su cuerpo de Tenno. "Me esta costando respirar, solo espera un poco." El cuerpo de Chroma finalmente es atrapando por un banco de arena y de agua poco profunda, en un sitio realmente apartado de todo rastro de actividad humana, mientras Hayden solo cierra los ojos y expira dando su último aliento. ... - Quizá nos excedimos un poco, ¿eh? El tenno pelirrojo camina fuera del cuerpo de Chroma, completamente sano y sin rastro de los golpes, fracturas y cortes recibidos por Chroma, luego cierra los ojos para usar ese dote con el vacío para reparar, restaurar y hasta casi parece sanar el cuerpo de Chroma, mientras el pelirrojo va desapareciendo hasta no quedar nada de él, pero a cambio Chroma vuelve a activarse completamente sano. -¡Groar! "Volver a morir, no sé cuantas veces haya pasado pero nunca me acostumbraré."
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    BATALLA SUPREMA

    Crimson Zeraphys vs Ignia Ishtar – El Rugido del Fuego y la Sangre

    Escenario
    La Arena Carmesí de los Dioses Caídos, un coliseo infinito forjado con huesos de titanes y columnas de obsidiana bañadas en fuego eterno. El cielo arde en tonos escarlata, atravesado por relámpagos negros que caen sin cesar. Miles de sombras ancestrales observan en silencio desde las gradas, sedientas de destrucción y gloria.

    El Choque

    Las puertas del coliseo se abren con estruendo.
    ➙ Crimson Zeraphys aparece envuelto en un aura oscura y sofocante, cada paso suyo hace temblar el suelo como si la tierra misma temiera su presencia. De su boca emana humo carmesí, y en sus ojos arde la sabiduría cruel de incontables eras.

    ➙ Frente a él, Ignia Ishtar, el guerrero ígneo del linaje Ishtar, se abre paso entre cadenas ardientes que lo rodean como serpientes de fuego. Su cuerpo resplandece con la furia de un volcán despierto, y su sonrisa desafiante hace que incluso los espíritus del público retrocedan.

    El choque inicia con un estruendo que sacude dimensiones: la sangre ancestral contra el fuego eterno.

    Habilidades
    ▴Crimson Zeraphys▴

    ◈ Sangre Carmesí: su vitalidad se convierte en un arma, curando sus heridas mientras impregna el campo de batalla con una niebla de locura y muerte.
    ◈ Aura de Dominio: su sola presencia aplastar la voluntad de quienes lo enfrentan.
    ◈ Puño del Eclipse: concentra energía oscura en sus manos, capaces de pulverizar montañas con un golpe.
    ◈ Resurrección del Abismo: puede volver de la muerte alimentándose de la desesperación y la sangre derramada.

    ♨ Ignia Ishtar ♨

    ♢ Llamas Eternas: manipula el fuego primordial, un fuego que nunca se extingue y consume incluso la oscuridad.
    ♢ Cadenas del Infierno: invoca cadenas ardientes que inmovilizan y desgarran a sus enemigos.
    ♢ Corazón Ígneo: cuanto más se prolonga la batalla, más fuerte se vuelve, aumentando su poder con cada herida recibida.
    ♢ Erupción Final: libera toda la energía de su cuerpo en una explosión volcánica capaz de borrar ciudades enteras.

    Clímax

    La arena se convierte en un infierno viviente. Ignia lanza una tormenta de llamas que arrasan con columnas enteras, pero Zeraphys atraviesa el fuego con una risa grave, absorbiendo la energía ardiente con su Sangre Carmesí.

    El guerrero Ishtar, encadenando el cuerpo de su rival, lo arrastra al aire y lo estrella contra el suelo en una erupción de magma, pero el anciano carmesí se levanta, regenerando sus heridas con la sangre que gotea de las sombras del coliseo.

    El duelo se vuelve un intercambio brutal: fuego contra oscuridad, juventud desafiante contra sabiduría letal.

    🔥 BATALLA SUPREMA Crimson Zeraphys vs Ignia Ishtar – El Rugido del Fuego y la Sangre 🌌 Escenario La Arena Carmesí de los Dioses Caídos, un coliseo infinito forjado con huesos de titanes y columnas de obsidiana bañadas en fuego eterno. El cielo arde en tonos escarlata, atravesado por relámpagos negros que caen sin cesar. Miles de sombras ancestrales observan en silencio desde las gradas, sedientas de destrucción y gloria. ⚔️ El Choque Las puertas del coliseo se abren con estruendo. ➙ Crimson Zeraphys aparece envuelto en un aura oscura y sofocante, cada paso suyo hace temblar el suelo como si la tierra misma temiera su presencia. De su boca emana humo carmesí, y en sus ojos arde la sabiduría cruel de incontables eras. ➙ Frente a él, Ignia Ishtar, el guerrero ígneo del linaje Ishtar, se abre paso entre cadenas ardientes que lo rodean como serpientes de fuego. Su cuerpo resplandece con la furia de un volcán despierto, y su sonrisa desafiante hace que incluso los espíritus del público retrocedan. El choque inicia con un estruendo que sacude dimensiones: la sangre ancestral contra el fuego eterno. 🔥 Habilidades ▴Crimson Zeraphys▴ ◈ Sangre Carmesí: su vitalidad se convierte en un arma, curando sus heridas mientras impregna el campo de batalla con una niebla de locura y muerte. ◈ Aura de Dominio: su sola presencia aplastar la voluntad de quienes lo enfrentan. ◈ Puño del Eclipse: concentra energía oscura en sus manos, capaces de pulverizar montañas con un golpe. ◈ Resurrección del Abismo: puede volver de la muerte alimentándose de la desesperación y la sangre derramada. ♨ Ignia Ishtar ♨ ♢ Llamas Eternas: manipula el fuego primordial, un fuego que nunca se extingue y consume incluso la oscuridad. ♢ Cadenas del Infierno: invoca cadenas ardientes que inmovilizan y desgarran a sus enemigos. ♢ Corazón Ígneo: cuanto más se prolonga la batalla, más fuerte se vuelve, aumentando su poder con cada herida recibida. ♢ Erupción Final: libera toda la energía de su cuerpo en una explosión volcánica capaz de borrar ciudades enteras. ⚡ Clímax La arena se convierte en un infierno viviente. Ignia lanza una tormenta de llamas que arrasan con columnas enteras, pero Zeraphys atraviesa el fuego con una risa grave, absorbiendo la energía ardiente con su Sangre Carmesí. El guerrero Ishtar, encadenando el cuerpo de su rival, lo arrastra al aire y lo estrella contra el suelo en una erupción de magma, pero el anciano carmesí se levanta, regenerando sus heridas con la sangre que gotea de las sombras del coliseo. El duelo se vuelve un intercambio brutal: fuego contra oscuridad, juventud desafiante contra sabiduría letal.
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  • 𝗠𝗮𝗻𝗱𝗮𝘁𝗼 𝗱𝗲 𝗔𝗿𝗰𝗮𝗱𝗲𝘀 𝗦𝗮𝗯𝗯𝗼𝘁𝗵, 𝗚𝘂𝗮𝗿𝗱𝗶𝗮́𝗻 𝗱𝗲 𝗹𝗮𝘀 𝘁𝗿𝗲𝗰𝗲 𝗺𝘂𝗿𝗮𝗹𝗹𝗮𝘀.

    Escuchad, mortales y sabios por igual.
    No he extendido mis alas sobre estas tierras para regocijarme en la guerra, sino para preservarlas del caos que devora sin razón.
    Mis murallas no son cárceles, sino refugios; no son cadenas, sino cimientos de orden.

    La espada sin pensamiento es destrucción; la ambición sin límites es ruina.
    Recordad que la fuerza de un reino no se mide en su número de lanzas, sino en la sabiduría de sus cimientos.
    A quienes buscan erigir sobre arena, les advierto: el tiempo derrumba lo frágil.
    Mas quienes edifiquen sobre la ley, la disciplina y la unidad, hallarán mi sombra como escudo.

    Soy Arcades Sabboth, último de mi linaje en estas tierras.
    No busco vasallos, sino guardianes.
    No deseo adoración, sino entendimiento.
    Quien camine conmigo lo hará bajo el estandarte de la armonía;
    quien se alce contra mí, hallará que incluso la eternidad se estrella contra el muro de mi voluntad.
    𝗠𝗮𝗻𝗱𝗮𝘁𝗼 𝗱𝗲 𝗔𝗿𝗰𝗮𝗱𝗲𝘀 𝗦𝗮𝗯𝗯𝗼𝘁𝗵, 𝗚𝘂𝗮𝗿𝗱𝗶𝗮́𝗻 𝗱𝗲 𝗹𝗮𝘀 𝘁𝗿𝗲𝗰𝗲 𝗺𝘂𝗿𝗮𝗹𝗹𝗮𝘀. Escuchad, mortales y sabios por igual. No he extendido mis alas sobre estas tierras para regocijarme en la guerra, sino para preservarlas del caos que devora sin razón. Mis murallas no son cárceles, sino refugios; no son cadenas, sino cimientos de orden. La espada sin pensamiento es destrucción; la ambición sin límites es ruina. Recordad que la fuerza de un reino no se mide en su número de lanzas, sino en la sabiduría de sus cimientos. A quienes buscan erigir sobre arena, les advierto: el tiempo derrumba lo frágil. Mas quienes edifiquen sobre la ley, la disciplina y la unidad, hallarán mi sombra como escudo. Soy Arcades Sabboth, último de mi linaje en estas tierras. No busco vasallos, sino guardianes. No deseo adoración, sino entendimiento. Quien camine conmigo lo hará bajo el estandarte de la armonía; quien se alce contra mí, hallará que incluso la eternidad se estrella contra el muro de mi voluntad.
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    - Y por supuesto hacer figuras de arena con los chicos.
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  • De las sombras emergió una figura que parecía esculpida en mármol y endurecida en batalla. El hierro de las puertas crujió tras él mientras los guardias lo escoltaban hacia la arena. Su pecho desnudo brillaba con el sudor, sus ojos eran pura furia contenida, y cada paso hacía temblar la tierra como si incluso el suelo reconociera la fuerza que habitaba en su cuerpo.

    En aquel tiempo no sabía quién era realmente, solo conocía las cadenas, la sangre y el rugido de un público que lo llamaba bestia, héroe o monstruo según su conveniencia. No sabía que era hijo de un Dios pero ya desafiaba a hombres y titanes con la simple brutalidad de sus manos.

    Ese instante, congelado en la arena del pasado, era la forja de un destino que aún desconocía. Porque aunque en el presente su vida ya no pertenece a la guerra ni a la arena, en lo profundo de su espíritu siempre arde el eco de aquel gladiador que nunca se doblegó.
    De las sombras emergió una figura que parecía esculpida en mármol y endurecida en batalla. El hierro de las puertas crujió tras él mientras los guardias lo escoltaban hacia la arena. Su pecho desnudo brillaba con el sudor, sus ojos eran pura furia contenida, y cada paso hacía temblar la tierra como si incluso el suelo reconociera la fuerza que habitaba en su cuerpo. En aquel tiempo no sabía quién era realmente, solo conocía las cadenas, la sangre y el rugido de un público que lo llamaba bestia, héroe o monstruo según su conveniencia. No sabía que era hijo de un Dios pero ya desafiaba a hombres y titanes con la simple brutalidad de sus manos. Ese instante, congelado en la arena del pasado, era la forja de un destino que aún desconocía. Porque aunque en el presente su vida ya no pertenece a la guerra ni a la arena, en lo profundo de su espíritu siempre arde el eco de aquel gladiador que nunca se doblegó.
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  • 𓋹 𝕰𝖑 𝖊𝖘𝖕𝖊𝖏𝖔 𝖗𝖔𝖙𝖔 𓋹

    El espejo roto yacía en la arena, reflejando fragmentos dispersos de un cielo nublado. El hechicero, con sus manos manchadas de polvo antiguo y sangre, susurró un conjuro para unirlo. Pero en cuanto el cristal se recompuso, la maldición lo atrapó, en cada reflejo ya no veía su rostro, sino la mismísima muerte, repitiéndose eternamente frente a sus ojos azulados.

    Cada grieta resplandecía como un ojo despierto. Comprendió entonces que el castigo no era el fin, sino la condena de vigilar los destinos truncados de las personas, prisionero de un reflejo que nunca dejaría de mirarlo y lo acompañaría por el resto de sus días.
    𓋹 𝕰𝖑 𝖊𝖘𝖕𝖊𝖏𝖔 𝖗𝖔𝖙𝖔 𓋹 El espejo roto yacía en la arena, reflejando fragmentos dispersos de un cielo nublado. El hechicero, con sus manos manchadas de polvo antiguo y sangre, susurró un conjuro para unirlo. Pero en cuanto el cristal se recompuso, la maldición lo atrapó, en cada reflejo ya no veía su rostro, sino la mismísima muerte, repitiéndose eternamente frente a sus ojos azulados. Cada grieta resplandecía como un ojo despierto. Comprendió entonces que el castigo no era el fin, sino la condena de vigilar los destinos truncados de las personas, prisionero de un reflejo que nunca dejaría de mirarlo y lo acompañaría por el resto de sus días.
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  • Se había quedado haciendo un pequeño picnic playero por cuenta propia, sentado en un mantel sobre la arena, con algunas botanas y bebidas cerca mientras se quedaba relajado, pensando.

    Tanto charlar con su hermano sobre sus posibles elecciones, con aquel nuevo amigo que seguía siendo peculiar pero un apoyo a final de cuentas, le pusieron en una nueva perspectiva y, a decir verdad, el no sentirse solo por primera vez en tanto.

    —Si decidiera empezar de cero... perdería todo esto al final.
    Se había quedado haciendo un pequeño picnic playero por cuenta propia, sentado en un mantel sobre la arena, con algunas botanas y bebidas cerca mientras se quedaba relajado, pensando. Tanto charlar con su hermano sobre sus posibles elecciones, con aquel nuevo amigo que seguía siendo peculiar pero un apoyo a final de cuentas, le pusieron en una nueva perspectiva y, a decir verdad, el no sentirse solo por primera vez en tanto. —Si decidiera empezar de cero... perdería todo esto al final.
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  • Aprovechando que tenía libertad de recorrer la tierra como nunca antes, decidió salir a pasear a la playa, respirando profundamente la brisa fresca mientras caminaba por la arena.

    Mirando sus huellas, cayó finalmente en cuenta de algo que nunca antes pensó, tenía pies y no pezuñas.
    Era normal, a diferencia de todos los retratos que lo pintaban cómo un ser horriblemente amorfo.

    —Podría vivir como un humano...
    Aprovechando que tenía libertad de recorrer la tierra como nunca antes, decidió salir a pasear a la playa, respirando profundamente la brisa fresca mientras caminaba por la arena. Mirando sus huellas, cayó finalmente en cuenta de algo que nunca antes pensó, tenía pies y no pezuñas. Era normal, a diferencia de todos los retratos que lo pintaban cómo un ser horriblemente amorfo. —Podría vivir como un humano...
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