• El mar rugía con un ritmo tranquilo cuando la pequeño adulta puercoespín, acurrucaa dentro de un tonel lleno de papas, sintió que el barco se detenía. Apenas escuchó el rechinar de las cuerdas, se incorporó como un resorte y trepó por la escotilla. Sus oscuros ojos grandes y llenos de asombro brillaron al ver una isla desconocida, envuelta por una niebla suave y árboles que parecían susurrarle viento.

    —¡Tierraaa! —dijo con emoción, lanzándose del barco con un gran salto. Rodó al caer en la arena y corrió rapidamente hacia un mundo desconocido.

    Pronto encontró una aldea sencilla, de casas de madera y faroles colgantes. La gente, con sonrisas honestas, la recibieron con calidez.

    —¡Son tan amables conmigo! —decía la dulce y tida mientras giraba sobre sí misma.

    Pero la alegría se rompió de pronto.

    Un sonido rasposo y antinatural emergió del bosque cercano, como si alguien chirriara metal oxidado. Desde entre los árboles aparecieron criaturas horribles: demonios híbridos", retorcidos, con cuerpos intimidantes.

    —¡NOOOO! —gritaron algunos aldeanos, mientras corrían. Otros fueron atrapados, arrastrados por los demonios. Algunos, sin suerte, eran asesinados frente a sus ojos.

    La Puercoespín con púas llenas de caspa tembló y se esconde dentro de un árbol hueco, tapandose los oídos para ignorar los gritos desgarradores de los aldeanos.
    El mar rugía con un ritmo tranquilo cuando la pequeño adulta puercoespín, acurrucaa dentro de un tonel lleno de papas, sintió que el barco se detenía. Apenas escuchó el rechinar de las cuerdas, se incorporó como un resorte y trepó por la escotilla. Sus oscuros ojos grandes y llenos de asombro brillaron al ver una isla desconocida, envuelta por una niebla suave y árboles que parecían susurrarle viento. —¡Tierraaa! —dijo con emoción, lanzándose del barco con un gran salto. Rodó al caer en la arena y corrió rapidamente hacia un mundo desconocido. Pronto encontró una aldea sencilla, de casas de madera y faroles colgantes. La gente, con sonrisas honestas, la recibieron con calidez. —¡Son tan amables conmigo! —decía la dulce y tida mientras giraba sobre sí misma. Pero la alegría se rompió de pronto. Un sonido rasposo y antinatural emergió del bosque cercano, como si alguien chirriara metal oxidado. Desde entre los árboles aparecieron criaturas horribles: demonios híbridos", retorcidos, con cuerpos intimidantes. —¡NOOOO! —gritaron algunos aldeanos, mientras corrían. Otros fueron atrapados, arrastrados por los demonios. Algunos, sin suerte, eran asesinados frente a sus ojos. La Puercoespín con púas llenas de caspa tembló y se esconde dentro de un árbol hueco, tapandose los oídos para ignorar los gritos desgarradores de los aldeanos.
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  • El nacimiento de las bestias del Caos no fue un alumbramiento, sino una fractura.
    Cuando aquellas criaturas irrumpieron en la existencia, el alma de Lili se quebró en demasiados fragmentos para sostenerse a sí misma. Demasiadas bocas, demasiada hambre, demasiada presión sobre un espíritu que aún necesitaba sustento y tiempo para regenerarse.
    Hasta entonces, no podía permanecer al mando.
    Y así, por pura necesidad —no por deseo—, Veythra tomó el cuerpo.
    Le resultó tedioso. Una pérdida de tiempo intolerable.
    Ella no ansiaba equilibrio ni reposo: ansiaba su ejército, y lo ansiaba ya.
    Pero si abandonaba el cuerpo, Lili colapsaría. Y aunque jamás lo admitiría en voz alta, eso no era una opción.
    No eran dos.
    Nunca lo habían sido.

    "Ni ella existe sin mí, ni yo sin ella."

    El sol descendía lentamente cuando Veythra se encontró, casi por instinto, en uno de los paisajes favoritos de Lili: la playa al atardecer. El mar ardía en tonos de oro y sangre, como si el cielo presintiera la inestabilidad que caminaba sobre la arena.
    Allí estaba Caceus Mori.
    Al verla, su rostro se iluminó con alivio. Creyó reconocer a su amiga… pero la corrección fue inmediata.

    —No te confundas —dijo ella, con voz afilada—. Soy la reina Veythra.

    La preocupación de Caceus era sincera. La tomó de la mano, la abrazó incluso, sin comprender del todo el abismo que tenía delante. Le pidió que cuidara de Lili, que intentara ayudarla, que ambas estuvieran bien.
    Veythra lo observó con una mezcla de fastidio y curiosidad.
    —¿Qué te hace pensar que no nos llevamos bien? —respondió—. Yo solo trato a las personas de tres maneras: ignorándolas, con sangre… o con cordialidad.
    —Y esto —añadió con una mueca— se supone que es cordial.
    Caceus sonrió, dulce, obstinadamente humano. La llamó amiga. Celebró la idea de llevarse bien con ella.
    Aquello fue… irritante.

    —¡No me sobes! —espetó—. Soy una reina. Ríndeme pleitesía.

    Aun así, cuando el hambre rugió desde lo más profundo del vientre —un rugido antiguo, ajeno, múltiple—, Veythra chasqueó la lengua, molesta.

    —Bah… estupideces... Bobadas...

    Pero el cuerpo no mentía.
    Ordenó. Exigió. Un gesto de la mano abrió un portal oscuro y plateado, lunar como su herencia. En un instante, ambos cruzaron a un pequeño pueblo japonés, frente a un yatai de madera que humeaba bajo la noche.

    —Ramen —dictó—. Haz que ese humano lo prepare.
    Caceus intentó suavizar la escena, pedir con amabilidad. Corregirla. Decirle que no podía tratar así a alguien que iba a cocinar para ellos.
    Veythra lo miró con seriedad absoluta.

    —¿Tú quieres morir?
    Cuando él insistió, cuando volvió a hablar de respeto, la paciencia de la autoproclamada reina se agotó.
    La sombra del camarero se alzó del suelo, viva, armada con un cuchillo imposible. Lo sujetó por el cabello y lo degolló sin ceremonia. La sangre empapó la tierra mientras la sombra, obediente, terminaba de preparar el ramen.

    Veythra bebió del caldo.
    Sus ojos se entrecerraron.
    —…No está mal.
    Luego sonrió.
    —Mira lo que has hecho. Ha muerto un hombre que hacía algo bueno. Tal vez tenía familia. ¿Quieres averiguarlo? La sombra podría llevarnos.

    Caceus cayó de rodillas, las manos manchadas de sangre, temblando, incapaz de comprender cómo una corrección trivial había terminado en muerte.

    —Cruel… —murmuró entre lágrimas—. Eso fue cruel.
    Veythra lo miró por última vez.
    —Tú no sabes lo que es cruel.
    Abrió un portal y lo cruzó sin añadir nada más.

    El portal comenzó a cerrarse.
    Veythra ya no estaba.
    Caceus gritó el nombre de Lili, desesperado, y corrió tras ella… pero al atravesarlo solo encontró la playa. El mismo lugar. El mismo atardecer.
    Vacío.
    La brisa movía la arena. El mar seguía respirando como si nada hubiera ocurrido.

    —No está… —susurró.
    Y en algún lugar, muy dentro del cuerpo que compartían, Lili comenzaba lentamente a volver, recomponiendo su alma fragmentada, mientras Veythra aguardaba, impaciente, hambrienta… contando el tiempo que le faltaba para reclamarlo todo.

    Caceus Mori
    El nacimiento de las bestias del Caos no fue un alumbramiento, sino una fractura. Cuando aquellas criaturas irrumpieron en la existencia, el alma de Lili se quebró en demasiados fragmentos para sostenerse a sí misma. Demasiadas bocas, demasiada hambre, demasiada presión sobre un espíritu que aún necesitaba sustento y tiempo para regenerarse. Hasta entonces, no podía permanecer al mando. Y así, por pura necesidad —no por deseo—, Veythra tomó el cuerpo. Le resultó tedioso. Una pérdida de tiempo intolerable. Ella no ansiaba equilibrio ni reposo: ansiaba su ejército, y lo ansiaba ya. Pero si abandonaba el cuerpo, Lili colapsaría. Y aunque jamás lo admitiría en voz alta, eso no era una opción. No eran dos. Nunca lo habían sido. "Ni ella existe sin mí, ni yo sin ella." El sol descendía lentamente cuando Veythra se encontró, casi por instinto, en uno de los paisajes favoritos de Lili: la playa al atardecer. El mar ardía en tonos de oro y sangre, como si el cielo presintiera la inestabilidad que caminaba sobre la arena. Allí estaba Caceus Mori. Al verla, su rostro se iluminó con alivio. Creyó reconocer a su amiga… pero la corrección fue inmediata. —No te confundas —dijo ella, con voz afilada—. Soy la reina Veythra. La preocupación de Caceus era sincera. La tomó de la mano, la abrazó incluso, sin comprender del todo el abismo que tenía delante. Le pidió que cuidara de Lili, que intentara ayudarla, que ambas estuvieran bien. Veythra lo observó con una mezcla de fastidio y curiosidad. —¿Qué te hace pensar que no nos llevamos bien? —respondió—. Yo solo trato a las personas de tres maneras: ignorándolas, con sangre… o con cordialidad. —Y esto —añadió con una mueca— se supone que es cordial. Caceus sonrió, dulce, obstinadamente humano. La llamó amiga. Celebró la idea de llevarse bien con ella. Aquello fue… irritante. —¡No me sobes! —espetó—. Soy una reina. Ríndeme pleitesía. Aun así, cuando el hambre rugió desde lo más profundo del vientre —un rugido antiguo, ajeno, múltiple—, Veythra chasqueó la lengua, molesta. —Bah… estupideces... Bobadas... Pero el cuerpo no mentía. Ordenó. Exigió. Un gesto de la mano abrió un portal oscuro y plateado, lunar como su herencia. En un instante, ambos cruzaron a un pequeño pueblo japonés, frente a un yatai de madera que humeaba bajo la noche. —Ramen —dictó—. Haz que ese humano lo prepare. Caceus intentó suavizar la escena, pedir con amabilidad. Corregirla. Decirle que no podía tratar así a alguien que iba a cocinar para ellos. Veythra lo miró con seriedad absoluta. —¿Tú quieres morir? Cuando él insistió, cuando volvió a hablar de respeto, la paciencia de la autoproclamada reina se agotó. La sombra del camarero se alzó del suelo, viva, armada con un cuchillo imposible. Lo sujetó por el cabello y lo degolló sin ceremonia. La sangre empapó la tierra mientras la sombra, obediente, terminaba de preparar el ramen. Veythra bebió del caldo. Sus ojos se entrecerraron. —…No está mal. Luego sonrió. —Mira lo que has hecho. Ha muerto un hombre que hacía algo bueno. Tal vez tenía familia. ¿Quieres averiguarlo? La sombra podría llevarnos. Caceus cayó de rodillas, las manos manchadas de sangre, temblando, incapaz de comprender cómo una corrección trivial había terminado en muerte. —Cruel… —murmuró entre lágrimas—. Eso fue cruel. Veythra lo miró por última vez. —Tú no sabes lo que es cruel. Abrió un portal y lo cruzó sin añadir nada más. El portal comenzó a cerrarse. Veythra ya no estaba. Caceus gritó el nombre de Lili, desesperado, y corrió tras ella… pero al atravesarlo solo encontró la playa. El mismo lugar. El mismo atardecer. Vacío. La brisa movía la arena. El mar seguía respirando como si nada hubiera ocurrido. —No está… —susurró. Y en algún lugar, muy dentro del cuerpo que compartían, Lili comenzaba lentamente a volver, recomponiendo su alma fragmentada, mientras Veythra aguardaba, impaciente, hambrienta… contando el tiempo que le faltaba para reclamarlo todo. [tempest_platinum_tiger_912]
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  • "Juraría... que te conozco..."
    Fandom Marvel
    Categoría Drama
    ㅤㅤㅤ
    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ∽『𝗦𝗧𝗔𝗥𝗧𝗘𝗥』∽
    ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ 𝖤𝖱𝖨𝖪 𝖫𝖤𝖭𝖲𝖧𝖤𝖱𝖱
    ㅤㅤㅤ
    ㅤㅤㅤㅤ
    ㅤㅤ
    ㅤㅤㅤㅤㅤSi alguien te dice que jugar con los límites del tiempo y el espacio es divertido, no le hagas caso. Los túneles temporales y el vacío provocaban un profundo y doloroso dolor de cabeza. Sobre todo, cuando no sabias cual era la salida de ese puñetero puente de Einstein – Rosen. El ser humano no sabia como funcionaba y Wanda, a pesar de que llevaba lidiando con ellos lo que parecían siglos, tampoco era capaz de controlarlos. Loki y ella habían pasado por demasiados mundos alternativos, por demasiadas líneas temporales y demasiados puntos fijados en el tiempo como para toda una vida. Escapar del bucle de 1963 había sido difícil, muy difícil, pero parecía un juego de niños a comparación de los muchos universos que llevaban explorados ya. Sus complicaciones, sus normas, sus peligros… Ser un dios asgardiano y la Bruja Escarlata no granjeaban simpatías en ningún lado.

    Por eso habían tenido que salir huyendo de una versión mucho más cruel y dura de Asgard que el Asgard que el propio Jotunn recordaba. Habían logrado encontrar un portal y escapado a duras penas mientras una peligrosa versión malvada de Thor enviaba un ejército de elfos oscuros contra ellos.

    -¡Tú primero! -le gritó Loki por encima del ruido que creaba la brecha y de los golpes de los soldados en la enorme puerta de madera.

    Wanda lo miró estupefacta.

    -¿Qué? ¡No! ¡No voy a dejarte aquí! -su marcado acento sokoviano estaba teñido del miedo a dejar allí a su compañero de aventuras- ¡No puedes…!

    Loki la miró por encima de su hombro.

    -¡NO HAY TIEMPO, BRUJITA! -le apremió- ¡Ve!

    Wanda apretó los labios y frunciendo las cejas, enfadada.

    -¡Más te vale seguirme, Loki Laufeyson! ¡Porque no habrá lugar donde puedas esconderte de mi furia si no lo haces! - lo amenazó con un dedo y caminó un par de pasos atrás hacia el portal que ambos habían abierto. Después corrió hacia este y se lanzó.

    La sensación de vértigo la abrumó,. El tiempo y el espacio fluyendo en hilos de corriente a través de su cuerpo mientras este viajaba a través de escenas, paisajes recogidos en pequeños ojos de buey. Wanda desvió la mirada para ver si Loki la seguía, le pareció verle tras ella, a cierta distancia. No. Tenían que estar juntos.

    “¡NO!”

    Intentó detenerse, regresar. Pero no hubo tiempo.

    Su cuerpo cayó a plomo sobre la arena blanca haciendo que Wanda se quedara sin aire un momento. Movió sus manos y las posó al lado de su cabeza para intentar incorporarse. Tosió intentando recuperar oxígeno en sus pulmones. El sonido de las olas del mar llegó a sus oídos de forma suave.

    -Bueno…- musitó con cierto esfuerzo mientras se daba la vuelta para quedar sentada en la arena- Al menos esta vez hemos llegado a un lugar bonito…

    Silencio. Nada más que las olas del mar.

    Wanda miró a su lado. No había nadie.

    -¿Loki? -preguntó, y se giró hacia el otro lado esperando ver su sonrisa arrogante. “¿Preocupada, brujita?”, pero él no estaba allí- ¡¿Loki?! -llamó mientras se apresuraba a ponerse en pie de forma algo dolorida.

    Su mirada recorrió la playa.

    Estaba… sola…

    -Maldita sea…- maldijo sin intentar controlar su acento sokoviano.


    #Personajes3D #3D #Comunidad3D #StarterRol #Marvel
    ㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ∽『𝗦𝗧𝗔𝗥𝗧𝗘𝗥』∽ ㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤㅤ [MAGNET0] ㅤㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤ ㅤㅤ ㅤㅤㅤㅤㅤSi alguien te dice que jugar con los límites del tiempo y el espacio es divertido, no le hagas caso. Los túneles temporales y el vacío provocaban un profundo y doloroso dolor de cabeza. Sobre todo, cuando no sabias cual era la salida de ese puñetero puente de Einstein – Rosen. El ser humano no sabia como funcionaba y Wanda, a pesar de que llevaba lidiando con ellos lo que parecían siglos, tampoco era capaz de controlarlos. Loki y ella habían pasado por demasiados mundos alternativos, por demasiadas líneas temporales y demasiados puntos fijados en el tiempo como para toda una vida. Escapar del bucle de 1963 había sido difícil, muy difícil, pero parecía un juego de niños a comparación de los muchos universos que llevaban explorados ya. Sus complicaciones, sus normas, sus peligros… Ser un dios asgardiano y la Bruja Escarlata no granjeaban simpatías en ningún lado. Por eso habían tenido que salir huyendo de una versión mucho más cruel y dura de Asgard que el Asgard que el propio Jotunn recordaba. Habían logrado encontrar un portal y escapado a duras penas mientras una peligrosa versión malvada de Thor enviaba un ejército de elfos oscuros contra ellos. -¡Tú primero! -le gritó Loki por encima del ruido que creaba la brecha y de los golpes de los soldados en la enorme puerta de madera. Wanda lo miró estupefacta. -¿Qué? ¡No! ¡No voy a dejarte aquí! -su marcado acento sokoviano estaba teñido del miedo a dejar allí a su compañero de aventuras- ¡No puedes…! Loki la miró por encima de su hombro. -¡NO HAY TIEMPO, BRUJITA! -le apremió- ¡Ve! Wanda apretó los labios y frunciendo las cejas, enfadada. -¡Más te vale seguirme, Loki Laufeyson! ¡Porque no habrá lugar donde puedas esconderte de mi furia si no lo haces! - lo amenazó con un dedo y caminó un par de pasos atrás hacia el portal que ambos habían abierto. Después corrió hacia este y se lanzó. La sensación de vértigo la abrumó,. El tiempo y el espacio fluyendo en hilos de corriente a través de su cuerpo mientras este viajaba a través de escenas, paisajes recogidos en pequeños ojos de buey. Wanda desvió la mirada para ver si Loki la seguía, le pareció verle tras ella, a cierta distancia. No. Tenían que estar juntos. “¡NO!” Intentó detenerse, regresar. Pero no hubo tiempo. Su cuerpo cayó a plomo sobre la arena blanca haciendo que Wanda se quedara sin aire un momento. Movió sus manos y las posó al lado de su cabeza para intentar incorporarse. Tosió intentando recuperar oxígeno en sus pulmones. El sonido de las olas del mar llegó a sus oídos de forma suave. -Bueno…- musitó con cierto esfuerzo mientras se daba la vuelta para quedar sentada en la arena- Al menos esta vez hemos llegado a un lugar bonito… Silencio. Nada más que las olas del mar. Wanda miró a su lado. No había nadie. -¿Loki? -preguntó, y se giró hacia el otro lado esperando ver su sonrisa arrogante. “¿Preocupada, brujita?”, pero él no estaba allí- ¡¿Loki?! -llamó mientras se apresuraba a ponerse en pie de forma algo dolorida. Su mirada recorrió la playa. Estaba… sola… -Maldita sea…- maldijo sin intentar controlar su acento sokoviano. #Personajes3D #3D #Comunidad3D #StarterRol #Marvel
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  • 𝙎𝙚𝙣𝙙𝙖𝙨 𝙙𝙚𝙡 𝙈𝙞𝙨𝙩𝙚𝙧𝙞𝙤 𝙎𝙖𝙡𝙞𝙣𝙤

    —En sus verdes abismos la memoria se anida,
    De barcos que partieron sin mirar atrás,
    De arenas que guardaron una huella encendida,
    Y juramentos rotos que no vuelven jamás.
    Los caminos de tierra buscan el horizonte,
    Pero el alma del hombre siempre vuelve al rumor
    Del oleaje eterno, que desde el monte
    Canta historias viejas con triste fulgor.
    Somos nautas de bruma, marineros de olvido,
    Que llevamos la ruta grabada en la piel.
    El mar es el final de lo que hemos vivido,
    Y el comienzo del mapa que queremos ser fiel.—
    🪶𝙎𝙚𝙣𝙙𝙖𝙨 𝙙𝙚𝙡 𝙈𝙞𝙨𝙩𝙚𝙧𝙞𝙤 𝙎𝙖𝙡𝙞𝙣𝙤🪶 —En sus verdes abismos la memoria se anida, De barcos que partieron sin mirar atrás, De arenas que guardaron una huella encendida, Y juramentos rotos que no vuelven jamás. Los caminos de tierra buscan el horizonte, Pero el alma del hombre siempre vuelve al rumor Del oleaje eterno, que desde el monte Canta historias viejas con triste fulgor. Somos nautas de bruma, marineros de olvido, Que llevamos la ruta grabada en la piel. El mar es el final de lo que hemos vivido, Y el comienzo del mapa que queremos ser fiel.—
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  • - Ylva estaba en la bibloteca leyendo la historia de la humanidad ya que no queria saber lo que pasaba en la arena no queria saber nada solo leer un poco de la historia de años de los distintos humanos.-
    - Ylva estaba en la bibloteca leyendo la historia de la humanidad ya que no queria saber lo que pasaba en la arena no queria saber nada solo leer un poco de la historia de años de los distintos humanos.-
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  • Tal vez, me estoy marchitado como una flor
    Este corazón ya acumuló demasiada soledad y demasiado dolor.
    Los ánimos se van llenado como si fueran granos de arena que se van entre las manos..

    Los deseos se quedaron congelados y los sueños guardados en un baúl el cual acumula polvo.

    Poco a poco se ira marchitado hasta solo ser polvo.
    Tal vez, me estoy marchitado como una flor Este corazón ya acumuló demasiada soledad y demasiado dolor. Los ánimos se van llenado como si fueran granos de arena que se van entre las manos.. Los deseos se quedaron congelados y los sueños guardados en un baúl el cual acumula polvo. Poco a poco se ira marchitado hasta solo ser polvo.
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  • «Escena cerrada»

    El juicio de los Dioses.

    Todo acto tiene una consecuencia, y Kazuo lo sabía muy bien. Por eso no le sorprendió ser convocado ante los dioses en el Reikai, el mundo de los espíritus, donde kamis y seres sobrenaturales vivían sin tener que esconderse del plano mortal.

    Kazuo había sido testigo de cómo la demonio Nekomata Reiko borraba las pruebas de su “delito”. Había matado a un humano, un infeliz que, a criterio del propio Kazuo, se lo merecía. La conocía desde semanas atrás, en circunstancias un tanto peculiares. Pero, de alguna forma, dos seres que por naturaleza debían repelerse conectaron de una manera difícil de explicar. Hubo comprensión en el dolor del otro, forjando un pacto silencioso en el que, incluso entre enemigos, existía un respeto mutuo.

    Pero eso, a ojos de los dioses, era intolerable. A su juicio, la Nekomata había matado por placer, segando una vida humana “indefensa”. Kazuo, como mensajero y ser bendecido por lo celestial, debería haber sido el verdugo de aquel ser corrupto. Sin embargo, buscó —quizá— una “excusa conveniente” para no cumplir con lo que debía ser su deber.

    El zorro tenía sus propias reglas, sus convicciones y su moral. A veces, aquellas ideas no encajaban con las estrictas normas del plano ancestral. Era un ser de más de mil doscientos años que había vivido brutalidades en las que ni su madre, Inari, pudo protegerlo siempre; un dios debe velar por un bien general, no puede estar observando eternamente a un único ser. Por ese libre albedrío Kazuo era conocido en aquel reino como el “Mensajero Problemático”, el hijo predilecto de Inari. Nadie entendía por qué los dioses eran tan permisivos con él, por qué su madre miraba hacia otro lado cuando actuaba por su cuenta. Era como si la diosa confiara ciegamente en su criterio, aunque este fuese en contra de los demás kamis.

    Kazuo era respetado en aquel reino por la mayoría de criaturas sobrenaturales; sin embargo, entre los seres de rango superior, era temido y respetado a partes iguales. Fue por esa “popularidad” que todos acudieron al llamado: al juicio en el que Kazuo sería sometido a sentencia.

    No ofreció resistencia, aun así fue apresado con cadenas doradas, unas de las que ningún ser celestial —ni siquiera los dioses— sería capaz de escapar. Se arrodilló con esa calma y templanza que tanto lo caracterizaban, la mirada fija en los dioses que lo habían convocado sin titubear, mostrando el orgullo inherente a él. Inari era la única en contra de aquel espectáculo; por su cercanía con el acusado no se le permitió participar en aquel teatro. Porque eso era: un teatro. No un juicio, sino un paripé para justificar el castigo.

    Una voz recitó en alto los cargos en su contra. Como kitsune del más alto rango, había hecho la “vista gorda” ante un crimen que debía haber sido ajusticiado con la muerte de la Nekomata. Le otorgaron el don de la palabra. Pensó en no decir nada, pero tras unos largos segundos decidió hablar.

    —No pediré perdón. Soy consciente de mis actos y, a mi juicio, el ojo por ojo fue justificación suficiente. No saldrá clemencia de mis labios, porque aunque aquí termine mi camino, lo haré en paz, siendo fiel a mis convicciones. Y si salgo de esta, estaré dispuesto a afrontar cuantos juicios vengan detrás de este, si creen que debo ser sometido a ellos —habló con esa seguridad tan propia de él.

    A pesar de estar de rodillas y encadenado como el perro en que querían convertirlo, su aura y convicción mantenían su dignidad intacta.

    Pero, pese a aquellas palabras, la sentencia fue firme: latigazos hasta que se arrepintiera. Kazuo no agachó la cabeza; mantuvo la mirada fija, y sus ojos color zafiro centellearon con ese orgullo inquebrantable. Un látigo dorado cayó con fuerza sobre su espalda en cada brazada. Aquel látigo estaba bendecido igual que las cadenas, lo que significaba que las heridas no podrían curarse con su poder de regeneración ni con ningún otro. Aquellas cicatrices tardarían meses en desaparecer, si es que sobrevivía al castigo.

    Inari sollozaba con cada golpe en la espalda de su amado hijo, y los sonidos de estremecimiento del público se mezclaban con el chasquido del látigo. Kazuo no gritó, no lloró, no suplicó. Se mantuvo entero, incluso cuando sus ropas se desgarraron tras cada impacto. La sangre brotaba, su piel lacerada hasta el músculo. Cada latigazo hacía tensar su cuerpo, apretando los dientes para que ni un solo gemido escapara de sus labios sellados. La sangre salió también de su boca: no solo su espalda estaba siendo castigada, sino también el interior de su cuerpo, sacudido con violencia.

    Aquello duró un día… dos… tres. El único momento de descanso era el cambio de verdugo, unos minutos para recobrar el aliento. Kazuo era obstinado: jamás cedería, aunque le costara la vida. En sus momentos de flaqueza solo podía pensar en una cosa: ¿qué estaría haciendo Melina? ¿Lo estaría esperando? Seguro estaba enfadada, creyendo que había escapado al bosque. Estaría preparando su discurso para darle un merecido sermón. No había tenido tiempo de avisarla, de decirle que esa noche no llegaría a casa… o que tal vez no lo haría nunca.

    Al tercer día, los ánimos de los espíritus del reino estaban caldeados. Ya no eran murmuros: eran gritos, reproches y súplicas de clemencia. La misma que Kazuo se negaba a pedir. La presión que los jueces recibían era asfixiante. A Inari no le quedaban lágrimas; pedía perdón en nombre de su hijo, rogando a los kamis mayores que pusieran fin a aquella barbarie. El castigo había sido ejemplar. Demasiado, quizá.

    Finalmente, tras tres días de sentencia implacable, los latigazos cesaron. Las cadenas se aflojaron y se deshicieron como arena dorada, llevadas por la primera brisa.

    Kazuo, aún de rodillas, se tambaleaba. Inari corrió por fin hacia él y se arrodilló a su lado. Él intentó enfocar su mirada y, solo cuando la reconoció, se dejó vencer por el cansancio y el dolor. Cayó como peso muerto sobre el regazo de su diosa.

    —Lo siento… Necesito ir… a casa —fue lo único que alcanzó a decir, con un hilo de voz tras tres días de tormento.

    A la única a quien Kazuo guardaba el máximo respeto era a su diosa; a aquella que lo había “bendecido” al nacer. Era instintivo, imposible de ignorar. Solo quería volver a casa, a su templo, junto a ella.
    «Escena cerrada» El juicio de los Dioses. Todo acto tiene una consecuencia, y Kazuo lo sabía muy bien. Por eso no le sorprendió ser convocado ante los dioses en el Reikai, el mundo de los espíritus, donde kamis y seres sobrenaturales vivían sin tener que esconderse del plano mortal. Kazuo había sido testigo de cómo la demonio Nekomata Reiko borraba las pruebas de su “delito”. Había matado a un humano, un infeliz que, a criterio del propio Kazuo, se lo merecía. La conocía desde semanas atrás, en circunstancias un tanto peculiares. Pero, de alguna forma, dos seres que por naturaleza debían repelerse conectaron de una manera difícil de explicar. Hubo comprensión en el dolor del otro, forjando un pacto silencioso en el que, incluso entre enemigos, existía un respeto mutuo. Pero eso, a ojos de los dioses, era intolerable. A su juicio, la Nekomata había matado por placer, segando una vida humana “indefensa”. Kazuo, como mensajero y ser bendecido por lo celestial, debería haber sido el verdugo de aquel ser corrupto. Sin embargo, buscó —quizá— una “excusa conveniente” para no cumplir con lo que debía ser su deber. El zorro tenía sus propias reglas, sus convicciones y su moral. A veces, aquellas ideas no encajaban con las estrictas normas del plano ancestral. Era un ser de más de mil doscientos años que había vivido brutalidades en las que ni su madre, Inari, pudo protegerlo siempre; un dios debe velar por un bien general, no puede estar observando eternamente a un único ser. Por ese libre albedrío Kazuo era conocido en aquel reino como el “Mensajero Problemático”, el hijo predilecto de Inari. Nadie entendía por qué los dioses eran tan permisivos con él, por qué su madre miraba hacia otro lado cuando actuaba por su cuenta. Era como si la diosa confiara ciegamente en su criterio, aunque este fuese en contra de los demás kamis. Kazuo era respetado en aquel reino por la mayoría de criaturas sobrenaturales; sin embargo, entre los seres de rango superior, era temido y respetado a partes iguales. Fue por esa “popularidad” que todos acudieron al llamado: al juicio en el que Kazuo sería sometido a sentencia. No ofreció resistencia, aun así fue apresado con cadenas doradas, unas de las que ningún ser celestial —ni siquiera los dioses— sería capaz de escapar. Se arrodilló con esa calma y templanza que tanto lo caracterizaban, la mirada fija en los dioses que lo habían convocado sin titubear, mostrando el orgullo inherente a él. Inari era la única en contra de aquel espectáculo; por su cercanía con el acusado no se le permitió participar en aquel teatro. Porque eso era: un teatro. No un juicio, sino un paripé para justificar el castigo. Una voz recitó en alto los cargos en su contra. Como kitsune del más alto rango, había hecho la “vista gorda” ante un crimen que debía haber sido ajusticiado con la muerte de la Nekomata. Le otorgaron el don de la palabra. Pensó en no decir nada, pero tras unos largos segundos decidió hablar. —No pediré perdón. Soy consciente de mis actos y, a mi juicio, el ojo por ojo fue justificación suficiente. No saldrá clemencia de mis labios, porque aunque aquí termine mi camino, lo haré en paz, siendo fiel a mis convicciones. Y si salgo de esta, estaré dispuesto a afrontar cuantos juicios vengan detrás de este, si creen que debo ser sometido a ellos —habló con esa seguridad tan propia de él. A pesar de estar de rodillas y encadenado como el perro en que querían convertirlo, su aura y convicción mantenían su dignidad intacta. Pero, pese a aquellas palabras, la sentencia fue firme: latigazos hasta que se arrepintiera. Kazuo no agachó la cabeza; mantuvo la mirada fija, y sus ojos color zafiro centellearon con ese orgullo inquebrantable. Un látigo dorado cayó con fuerza sobre su espalda en cada brazada. Aquel látigo estaba bendecido igual que las cadenas, lo que significaba que las heridas no podrían curarse con su poder de regeneración ni con ningún otro. Aquellas cicatrices tardarían meses en desaparecer, si es que sobrevivía al castigo. Inari sollozaba con cada golpe en la espalda de su amado hijo, y los sonidos de estremecimiento del público se mezclaban con el chasquido del látigo. Kazuo no gritó, no lloró, no suplicó. Se mantuvo entero, incluso cuando sus ropas se desgarraron tras cada impacto. La sangre brotaba, su piel lacerada hasta el músculo. Cada latigazo hacía tensar su cuerpo, apretando los dientes para que ni un solo gemido escapara de sus labios sellados. La sangre salió también de su boca: no solo su espalda estaba siendo castigada, sino también el interior de su cuerpo, sacudido con violencia. Aquello duró un día… dos… tres. El único momento de descanso era el cambio de verdugo, unos minutos para recobrar el aliento. Kazuo era obstinado: jamás cedería, aunque le costara la vida. En sus momentos de flaqueza solo podía pensar en una cosa: ¿qué estaría haciendo Melina? ¿Lo estaría esperando? Seguro estaba enfadada, creyendo que había escapado al bosque. Estaría preparando su discurso para darle un merecido sermón. No había tenido tiempo de avisarla, de decirle que esa noche no llegaría a casa… o que tal vez no lo haría nunca. Al tercer día, los ánimos de los espíritus del reino estaban caldeados. Ya no eran murmuros: eran gritos, reproches y súplicas de clemencia. La misma que Kazuo se negaba a pedir. La presión que los jueces recibían era asfixiante. A Inari no le quedaban lágrimas; pedía perdón en nombre de su hijo, rogando a los kamis mayores que pusieran fin a aquella barbarie. El castigo había sido ejemplar. Demasiado, quizá. Finalmente, tras tres días de sentencia implacable, los latigazos cesaron. Las cadenas se aflojaron y se deshicieron como arena dorada, llevadas por la primera brisa. Kazuo, aún de rodillas, se tambaleaba. Inari corrió por fin hacia él y se arrodilló a su lado. Él intentó enfocar su mirada y, solo cuando la reconoció, se dejó vencer por el cansancio y el dolor. Cayó como peso muerto sobre el regazo de su diosa. —Lo siento… Necesito ir… a casa —fue lo único que alcanzó a decir, con un hilo de voz tras tres días de tormento. A la única a quien Kazuo guardaba el máximo respeto era a su diosa; a aquella que lo había “bendecido” al nacer. Era instintivo, imposible de ignorar. Solo quería volver a casa, a su templo, junto a ella.
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  • —Mira cómo el sol intenta entrar por la ventana. ¿Tú podrías decirme cómo se siente la arena caliente bajo los pies? Mi existencia solo conoce el frío del mármol.—
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  • me dediqué un poco a pasar el rato para descansar de mis rondas habituales... me causó tanta curiosidad por que la arena de la horda...no estaba en su apogeo furtivo de bramidos de guerra y alardeos de batallas.... así que entré al restaurante del goblin barbudo para relajarme mas... y me sorprende que aún esta laborando...

    Es que acaso no se da cuenta?... depues de todo... la comida es buena y las bebidas deliciosas... pero la escaces de clientes es inusualmente ridicula... estaría bien un poco de compañia... venga, yo te invito a lo que gustes.
    me dediqué un poco a pasar el rato para descansar de mis rondas habituales... me causó tanta curiosidad por que la arena de la horda...no estaba en su apogeo furtivo de bramidos de guerra y alardeos de batallas.... así que entré al restaurante del goblin barbudo para relajarme mas... y me sorprende que aún esta laborando... Es que acaso no se da cuenta?... depues de todo... la comida es buena y las bebidas deliciosas... pero la escaces de clientes es inusualmente ridicula... estaría bien un poco de compañia... venga, yo te invito a lo que gustes.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    //Lamento mucho esto...
    Pero supongo que habrá que volver a empezar. Aunque twittrol es un desierto la verdad me agradaba trabajar en la arena para volverla fértil...
    Pero siempre se puede volver a empezar.
    //Lamento mucho esto... 😭😢 Pero supongo que habrá que volver a empezar. Aunque twittrol es un desierto la verdad me agradaba trabajar en la arena para volverla fértil... Pero siempre se puede volver a empezar.
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