๐๐๐ฌ ๐๐ข๐๐ฌ๐ญ๐๐ฌ ๐๐ง ๐๐ข๐๐๐ซ๐๐ง๐ญ๐๐ฌ ๐ฆ๐ฎ๐ง๐๐จ๐ฌ ๐๐
— S. XIX —
La puertecita de madera estaba decorada de lo más llamativa, indicativo de que se trataba del último día.
¿Qué sería esta vez?
El año pasado le había tocado un mensaje bíblico. El año antes que ese, le había tocado un ángel, y los años anteriores al niño Jesús y diversos elementos religiosos para colocar en el pesebre.
Junior abrió la puerta lentamente, para mantener el suspenso hasta el último segundo… y se encontró con una estrella. Dorada y puntiaguda. Especial para colocar en el árbol del salón.
—Hmh —dejó salir con poco entusiasmo. —No está mal.
Los calendarios de adviento ya estaban comenzando a parecerle poco atractivos.
Probablemente estaba relacionado a que ya estaba creciendo.
Incluso escribir una carta a Santa Claus le parecía aburrido. La idea de pedir cosas absurdas para poner nerviosos a sus padres siempre le había parecido divertido antes, pero ahora…
Dejó la figura dentro del calendario de madera para más tarde, cuando la familia se reuniera alrededor del árbol, y se dispuso a vestirse él mismo. Hace un tiempo que había prescindido de los servicios de un sirviente para que lo vistiera, y aunque su padre había insistido en que lo conservara, Junior ya tenía ocho años y podía encargarse de ello sin problema.
Se abotonó tranquilamente la camisa blanca y procedió con las demás prendas de la misma forma. Frente al espejo, comprobó que todo estuviera colocado prolijamente.
—Perfecto —musitó.
Su traje era de un azul profundo, como su mirada. Tenía detalles plateados en los hombros, que caían hacia sus brazos como delicados colgantes que brillaban como pequeños puntos de luz. Un moño del mismo tono cerraba el atuendo; obra de la modista Nina Hopkins, quien, a pesar de llamarse a sí misma una mujer moderna, había optado por un diseño bastante anticuado, pero que no dejaba de ser elegante y hermoso, adecuado para el día de hoy.
Hoy Junior cenaría un gran banquete con la familia. Después, iría hacia el árbol decorado y colocaría la estrella en la punta, dejaría un vaso de leche y un plato de galletas preparado por Sebastián en la mesa al lado del pino. Se retiraría unos minutos para permitir que sus padres colocaran los regalos, y luego regresaría fingiendo sorprenderse ante la pantomima de sus padres de que era obra de Santa Claus.
Aunque, a estas alturas, incluso ellos comenzaban a sospechar que Junior ya no creía tanto en aquel amable y bonachón hombre que supuestamente dejaba obsequios en secreto para los niños buenos.
De hecho, Junior había decidido que hoy sería el fin de esa tradición, quedando como un tierno recuerdo de sus ilusiones infantiles.
Hacía años que conocía la verdad, pero seguía disfrutando de ello solo por ver a sus padres unidos, poniéndose de acuerdo en sus pedidos irrisorios.
¿Sería que este año habían podido encontrar lo que había pedido? No lo creía, pero se moría de ganas de saber cuál había sido su alternativa para complacerlo. Luego, les confesaría que, había sabido la verdad todo el tiempo.
Los liberaría de esa carga, y, los cargaría con otras de un carácter más relevante que un tonto cuento infantil.
Junior se dirigió hacia la puerta en dirección al comedor, pero, de repente, esta se abrió de golpe, haciéndolo dar un salto de sorpresa.
—¿Qué demon…?
Ni siquiera alcanzó a terminar la frase cuando Finnian apareció con su característica sonrisa grande, llevando un gorrito rojo con el típico pompón blanco en la punta.
—¡Joven amo! —dijo con entusiasmo, extendiéndole un gorro igual al suyo. —¿Ya está listo? ¡Tome, necesita ponerse esto!
Junior alzó una ceja mientras tomaba el gorro, desconcertado.
—¿Por qué?
—¡Para hacer la ocasión más feliz!
Aunque dudaba mucho que llevar ese gorrito lo hiciera feliz, no podía negarle nada a Finnian. Su entusiasmo y alegría eran demasiado contagiosos. Con un suspiro resignado, Junior se colocó el gorro, consciente de que probablemente estaba arruinando el conjunto perfectamente diseñado que llevaba.
“Si Nina se entera, se enfadará”, pensó, aunque sabía bien que ella no lo haría.
Bajó al comedor acompañado por el entusiasmado jardinero, y lo que encontró al llegar lo dejó pasmado por unos segundos.
Todos estaban allí: el cocinero, la ama de llaves, el mayordomo y, por supuesto, sus padres. Todos llevaban gorritos navideños similares y lucían sonrisas que irradiaban calidez.
Quizá Finnian tenía algo de razón.
Junior se acercó a la mesa con una expresión más relajada y un leve gesto en los labios que podría interpretarse como una sutil sonrisa.
Cada año sentía menos entusiasmo por ciertos aspectos de la Navidad, pero había algo que nunca cambiaba: a pesar de todo, ver a su familia reunida seguía siendo una de las cosas de la cual nunca se cansaría.
— S. XIX —
La puertecita de madera estaba decorada de lo más llamativa, indicativo de que se trataba del último día.
¿Qué sería esta vez?
El año pasado le había tocado un mensaje bíblico. El año antes que ese, le había tocado un ángel, y los años anteriores al niño Jesús y diversos elementos religiosos para colocar en el pesebre.
Junior abrió la puerta lentamente, para mantener el suspenso hasta el último segundo… y se encontró con una estrella. Dorada y puntiaguda. Especial para colocar en el árbol del salón.
—Hmh —dejó salir con poco entusiasmo. —No está mal.
Los calendarios de adviento ya estaban comenzando a parecerle poco atractivos.
Probablemente estaba relacionado a que ya estaba creciendo.
Incluso escribir una carta a Santa Claus le parecía aburrido. La idea de pedir cosas absurdas para poner nerviosos a sus padres siempre le había parecido divertido antes, pero ahora…
Dejó la figura dentro del calendario de madera para más tarde, cuando la familia se reuniera alrededor del árbol, y se dispuso a vestirse él mismo. Hace un tiempo que había prescindido de los servicios de un sirviente para que lo vistiera, y aunque su padre había insistido en que lo conservara, Junior ya tenía ocho años y podía encargarse de ello sin problema.
Se abotonó tranquilamente la camisa blanca y procedió con las demás prendas de la misma forma. Frente al espejo, comprobó que todo estuviera colocado prolijamente.
—Perfecto —musitó.
Su traje era de un azul profundo, como su mirada. Tenía detalles plateados en los hombros, que caían hacia sus brazos como delicados colgantes que brillaban como pequeños puntos de luz. Un moño del mismo tono cerraba el atuendo; obra de la modista Nina Hopkins, quien, a pesar de llamarse a sí misma una mujer moderna, había optado por un diseño bastante anticuado, pero que no dejaba de ser elegante y hermoso, adecuado para el día de hoy.
Hoy Junior cenaría un gran banquete con la familia. Después, iría hacia el árbol decorado y colocaría la estrella en la punta, dejaría un vaso de leche y un plato de galletas preparado por Sebastián en la mesa al lado del pino. Se retiraría unos minutos para permitir que sus padres colocaran los regalos, y luego regresaría fingiendo sorprenderse ante la pantomima de sus padres de que era obra de Santa Claus.
Aunque, a estas alturas, incluso ellos comenzaban a sospechar que Junior ya no creía tanto en aquel amable y bonachón hombre que supuestamente dejaba obsequios en secreto para los niños buenos.
De hecho, Junior había decidido que hoy sería el fin de esa tradición, quedando como un tierno recuerdo de sus ilusiones infantiles.
Hacía años que conocía la verdad, pero seguía disfrutando de ello solo por ver a sus padres unidos, poniéndose de acuerdo en sus pedidos irrisorios.
¿Sería que este año habían podido encontrar lo que había pedido? No lo creía, pero se moría de ganas de saber cuál había sido su alternativa para complacerlo. Luego, les confesaría que, había sabido la verdad todo el tiempo.
Los liberaría de esa carga, y, los cargaría con otras de un carácter más relevante que un tonto cuento infantil.
Junior se dirigió hacia la puerta en dirección al comedor, pero, de repente, esta se abrió de golpe, haciéndolo dar un salto de sorpresa.
—¿Qué demon…?
Ni siquiera alcanzó a terminar la frase cuando Finnian apareció con su característica sonrisa grande, llevando un gorrito rojo con el típico pompón blanco en la punta.
—¡Joven amo! —dijo con entusiasmo, extendiéndole un gorro igual al suyo. —¿Ya está listo? ¡Tome, necesita ponerse esto!
Junior alzó una ceja mientras tomaba el gorro, desconcertado.
—¿Por qué?
—¡Para hacer la ocasión más feliz!
Aunque dudaba mucho que llevar ese gorrito lo hiciera feliz, no podía negarle nada a Finnian. Su entusiasmo y alegría eran demasiado contagiosos. Con un suspiro resignado, Junior se colocó el gorro, consciente de que probablemente estaba arruinando el conjunto perfectamente diseñado que llevaba.
“Si Nina se entera, se enfadará”, pensó, aunque sabía bien que ella no lo haría.
Bajó al comedor acompañado por el entusiasmado jardinero, y lo que encontró al llegar lo dejó pasmado por unos segundos.
Todos estaban allí: el cocinero, la ama de llaves, el mayordomo y, por supuesto, sus padres. Todos llevaban gorritos navideños similares y lucían sonrisas que irradiaban calidez.
Quizá Finnian tenía algo de razón.
Junior se acercó a la mesa con una expresión más relajada y un leve gesto en los labios que podría interpretarse como una sutil sonrisa.
Cada año sentía menos entusiasmo por ciertos aspectos de la Navidad, pero había algo que nunca cambiaba: a pesar de todo, ver a su familia reunida seguía siendo una de las cosas de la cual nunca se cansaría.
๐๐๐ฌ ๐๐ข๐๐ฌ๐ญ๐๐ฌ ๐๐ง ๐๐ข๐๐๐ซ๐๐ง๐ญ๐๐ฌ ๐ฆ๐ฎ๐ง๐๐จ๐ฌ ๐๐
— S. XIX —
La puertecita de madera estaba decorada de lo más llamativa, indicativo de que se trataba del último día.
¿Qué sería esta vez?
El año pasado le había tocado un mensaje bíblico. El año antes que ese, le había tocado un ángel, y los años anteriores al niño Jesús y diversos elementos religiosos para colocar en el pesebre.
Junior abrió la puerta lentamente, para mantener el suspenso hasta el último segundo… y se encontró con una estrella. Dorada y puntiaguda. Especial para colocar en el árbol del salón.
—Hmh —dejó salir con poco entusiasmo. —No está mal.
Los calendarios de adviento ya estaban comenzando a parecerle poco atractivos.
Probablemente estaba relacionado a que ya estaba creciendo.
Incluso escribir una carta a Santa Claus le parecía aburrido. La idea de pedir cosas absurdas para poner nerviosos a sus padres siempre le había parecido divertido antes, pero ahora…
Dejó la figura dentro del calendario de madera para más tarde, cuando la familia se reuniera alrededor del árbol, y se dispuso a vestirse él mismo. Hace un tiempo que había prescindido de los servicios de un sirviente para que lo vistiera, y aunque su padre había insistido en que lo conservara, Junior ya tenía ocho años y podía encargarse de ello sin problema.
Se abotonó tranquilamente la camisa blanca y procedió con las demás prendas de la misma forma. Frente al espejo, comprobó que todo estuviera colocado prolijamente.
—Perfecto —musitó.
Su traje era de un azul profundo, como su mirada. Tenía detalles plateados en los hombros, que caían hacia sus brazos como delicados colgantes que brillaban como pequeños puntos de luz. Un moño del mismo tono cerraba el atuendo; obra de la modista Nina Hopkins, quien, a pesar de llamarse a sí misma una mujer moderna, había optado por un diseño bastante anticuado, pero que no dejaba de ser elegante y hermoso, adecuado para el día de hoy.
Hoy Junior cenaría un gran banquete con la familia. Después, iría hacia el árbol decorado y colocaría la estrella en la punta, dejaría un vaso de leche y un plato de galletas preparado por Sebastián en la mesa al lado del pino. Se retiraría unos minutos para permitir que sus padres colocaran los regalos, y luego regresaría fingiendo sorprenderse ante la pantomima de sus padres de que era obra de Santa Claus.
Aunque, a estas alturas, incluso ellos comenzaban a sospechar que Junior ya no creía tanto en aquel amable y bonachón hombre que supuestamente dejaba obsequios en secreto para los niños buenos.
De hecho, Junior había decidido que hoy sería el fin de esa tradición, quedando como un tierno recuerdo de sus ilusiones infantiles.
Hacía años que conocía la verdad, pero seguía disfrutando de ello solo por ver a sus padres unidos, poniéndose de acuerdo en sus pedidos irrisorios.
¿Sería que este año habían podido encontrar lo que había pedido? No lo creía, pero se moría de ganas de saber cuál había sido su alternativa para complacerlo. Luego, les confesaría que, había sabido la verdad todo el tiempo.
Los liberaría de esa carga, y, los cargaría con otras de un carácter más relevante que un tonto cuento infantil.
Junior se dirigió hacia la puerta en dirección al comedor, pero, de repente, esta se abrió de golpe, haciéndolo dar un salto de sorpresa.
—¿Qué demon…?
Ni siquiera alcanzó a terminar la frase cuando Finnian apareció con su característica sonrisa grande, llevando un gorrito rojo con el típico pompón blanco en la punta.
—¡Joven amo! —dijo con entusiasmo, extendiéndole un gorro igual al suyo. —¿Ya está listo? ¡Tome, necesita ponerse esto!
Junior alzó una ceja mientras tomaba el gorro, desconcertado.
—¿Por qué?
—¡Para hacer la ocasión más feliz!
Aunque dudaba mucho que llevar ese gorrito lo hiciera feliz, no podía negarle nada a Finnian. Su entusiasmo y alegría eran demasiado contagiosos. Con un suspiro resignado, Junior se colocó el gorro, consciente de que probablemente estaba arruinando el conjunto perfectamente diseñado que llevaba.
“Si Nina se entera, se enfadará”, pensó, aunque sabía bien que ella no lo haría.
Bajó al comedor acompañado por el entusiasmado jardinero, y lo que encontró al llegar lo dejó pasmado por unos segundos.
Todos estaban allí: el cocinero, la ama de llaves, el mayordomo y, por supuesto, sus padres. Todos llevaban gorritos navideños similares y lucían sonrisas que irradiaban calidez.
Quizá Finnian tenía algo de razón.
Junior se acercó a la mesa con una expresión más relajada y un leve gesto en los labios que podría interpretarse como una sutil sonrisa.
Cada año sentía menos entusiasmo por ciertos aspectos de la Navidad, pero había algo que nunca cambiaba: a pesar de todo, ver a su familia reunida seguía siendo una de las cosas de la cual nunca se cansaría.