• Víctima de un desquiciado, el Rey del Norte fue condenado a un destino peor que la muerte misma; reposando en su solitario trono; en aquella misma amplia sala donde hace años atrás el hechicero corrupto hizo a su esposa e hijos vomitar sus propios órganos y girar su piel de adentro hacia afuera.

    La oscuridad lo rodea, abrazándolo, ni esposa, ni herederos, ni ejército lo custodian, no es necesario; su confianza ha sido depositada únicamente en las manos de dos mujeres que le son fieles con promesas de exterminio, de purga, de destrucción.

    El tiempo de los diálogos y las visitas de embajadores ha muerto, y con ello cualquier rastro de compasión, ya la paz ya no tiene lugar en su reino. En su lugar, la espada, el escudo y el fuego son los nuevos jueces de la justicia.

    Ciego, no por falta de vista, sino por su dolor y su alma rota, se vuelve sordo al los gritos de aquellos que claman por su benevolencia. Sus ojos, una vez estuvieron llenos de esperanza, ahora se han sellado con el velo del dolor y la venganza. La democracia, se ha desvanecido como un espejismo; lo único real es el castigo, la tortura, la muerte.

    La magia, ya no una herramienta de creación, sino un pecado mortal, es erradicada con la brutalidad, asesinando a las familias enteras de aquellos malditos por el don que un día los hizo sentir superiores a otros humanos.

    No hay descanso en la oscuridad porque detrás de la máscara de plata se oculta un rostro de hombre roto. Un hombre que en otro tiempo amó, que abrazó a su esposa y protegió a sus hijos, ahora convertidos en sombras de lo que una vez fueron.
    Víctima de un desquiciado, el Rey del Norte fue condenado a un destino peor que la muerte misma; reposando en su solitario trono; en aquella misma amplia sala donde hace años atrás el hechicero corrupto hizo a su esposa e hijos vomitar sus propios órganos y girar su piel de adentro hacia afuera. La oscuridad lo rodea, abrazándolo, ni esposa, ni herederos, ni ejército lo custodian, no es necesario; su confianza ha sido depositada únicamente en las manos de dos mujeres que le son fieles con promesas de exterminio, de purga, de destrucción. El tiempo de los diálogos y las visitas de embajadores ha muerto, y con ello cualquier rastro de compasión, ya la paz ya no tiene lugar en su reino. En su lugar, la espada, el escudo y el fuego son los nuevos jueces de la justicia. Ciego, no por falta de vista, sino por su dolor y su alma rota, se vuelve sordo al los gritos de aquellos que claman por su benevolencia. Sus ojos, una vez estuvieron llenos de esperanza, ahora se han sellado con el velo del dolor y la venganza. La democracia, se ha desvanecido como un espejismo; lo único real es el castigo, la tortura, la muerte. La magia, ya no una herramienta de creación, sino un pecado mortal, es erradicada con la brutalidad, asesinando a las familias enteras de aquellos malditos por el don que un día los hizo sentir superiores a otros humanos. No hay descanso en la oscuridad porque detrás de la máscara de plata se oculta un rostro de hombre roto. Un hombre que en otro tiempo amó, que abrazó a su esposa y protegió a sus hijos, ahora convertidos en sombras de lo que una vez fueron.
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  • Aquí realizando un ritual de fuego en honor a los Dioses.
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  • ——— PRESAGIO

    El sol comienza a descender tras las copas de los árboles y el bosque se llena de un frio húmedo que trae consigo el aromas de la tierra y la madera recién partida, resina de pino y sudor.

    Khan, con brazos firmes y curtidos, acomoda la última carga de leña en la parte trasera de su vieja camioneta. El vehículo, un modelo robusto pero desgastado por los años, es un fiel compañero que ha soportado las exigencias de su vida en la montaña.

    Se inclina para recoger unas ramas dispersas, cuando una vibración profunda en el aire lo hace detenerse. No es el sonido común de un animal ni el crujido habitual de las ramas al romperse. Es más bien un susurro grave, un eco que resuena en el suelo y le pone alerta.

    Al levantar la vista, lo ve.

    Un oso emerge de entre los árboles, de un tamaño que sobrepasa lo normal para los de la región. Su pelaje es espeso y oscuro, con un aspecto desordenado. Sus ojos, fijos y brillantes, destellan con una intensidad inusual. Khan ha compartido estos bosques con osos durante mucho tiempo y sabe que su sola presencia basta para ahuyentarlos. Los animales sienten que no es un humano cualquiera, que hay algo en él que pertenece a una naturaleza más antigua y peligrosa, pero este oso, sin embargo, no retrocede, su postura es desafiante y cada paso que da parece acercarlo con una intención que parece racional.

    Khan frunce el ceño, sin retroceder, manteniéndose firme frente a la criatura.

    — ¿Qué te trae aquí, oso?

    Adelanta un pesado paso que hace temblar el suelo ligeramente, pero el oso apenas se inmuta. En lugar de retroceder, gruñe, mostrando los colmillos y avanzando con una mirada penetrante, como si lo estudiara, como si buscara algo dentro de él. Khan sabe que este encuentro no es casual, los osos no actúan así. Percibe en el animal una conciencia que no pertenece al reino común de las bestias.

    La inquietud aparece y crece en su interior. La naturaleza de Khan lo hace especialmente sensible a las anomalías, y cada fibra de su ser le advierte que este oso es una señal de algo, un presagio. Pero, por más que intenta descifrarlo, el mensaje se le escapa, como un murmullo en la penumbra.

    Avanza un paso más, su voz grave y baja resonando en el silencio del bosque.

    — No eres uno de los míos, ni uno de los tuyos —dice, sintiendo cómo la situación escapa de su entendimiento. Entonces gruñe, un gruñido bajo, un sonido casi imperceptible para el oído humano, que lleva una carga de poder que vibra en el aire. Es el lenguaje antiguo de su verdadera esencia, un eco del fuego ancestral que habita en él.

    Por un instante, el oso parece dudar, sus ojos mostrando algo que podría ser reconocimiento. Pero la duda desaparece tan pronto como aparece, y el animal sigue avanzando, decidido.
    ——— PRESAGIO El sol comienza a descender tras las copas de los árboles y el bosque se llena de un frio húmedo que trae consigo el aromas de la tierra y la madera recién partida, resina de pino y sudor. Khan, con brazos firmes y curtidos, acomoda la última carga de leña en la parte trasera de su vieja camioneta. El vehículo, un modelo robusto pero desgastado por los años, es un fiel compañero que ha soportado las exigencias de su vida en la montaña. Se inclina para recoger unas ramas dispersas, cuando una vibración profunda en el aire lo hace detenerse. No es el sonido común de un animal ni el crujido habitual de las ramas al romperse. Es más bien un susurro grave, un eco que resuena en el suelo y le pone alerta. Al levantar la vista, lo ve. Un oso emerge de entre los árboles, de un tamaño que sobrepasa lo normal para los de la región. Su pelaje es espeso y oscuro, con un aspecto desordenado. Sus ojos, fijos y brillantes, destellan con una intensidad inusual. Khan ha compartido estos bosques con osos durante mucho tiempo y sabe que su sola presencia basta para ahuyentarlos. Los animales sienten que no es un humano cualquiera, que hay algo en él que pertenece a una naturaleza más antigua y peligrosa, pero este oso, sin embargo, no retrocede, su postura es desafiante y cada paso que da parece acercarlo con una intención que parece racional. Khan frunce el ceño, sin retroceder, manteniéndose firme frente a la criatura. — ¿Qué te trae aquí, oso? Adelanta un pesado paso que hace temblar el suelo ligeramente, pero el oso apenas se inmuta. En lugar de retroceder, gruñe, mostrando los colmillos y avanzando con una mirada penetrante, como si lo estudiara, como si buscara algo dentro de él. Khan sabe que este encuentro no es casual, los osos no actúan así. Percibe en el animal una conciencia que no pertenece al reino común de las bestias. La inquietud aparece y crece en su interior. La naturaleza de Khan lo hace especialmente sensible a las anomalías, y cada fibra de su ser le advierte que este oso es una señal de algo, un presagio. Pero, por más que intenta descifrarlo, el mensaje se le escapa, como un murmullo en la penumbra. Avanza un paso más, su voz grave y baja resonando en el silencio del bosque. — No eres uno de los míos, ni uno de los tuyos —dice, sintiendo cómo la situación escapa de su entendimiento. Entonces gruñe, un gruñido bajo, un sonido casi imperceptible para el oído humano, que lleva una carga de poder que vibra en el aire. Es el lenguaje antiguo de su verdadera esencia, un eco del fuego ancestral que habita en él. Por un instante, el oso parece dudar, sus ojos mostrando algo que podría ser reconocimiento. Pero la duda desaparece tan pronto como aparece, y el animal sigue avanzando, decidido.
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  • //Llegó tarde pero #SeductiveSunday //

    𝕸𝖊𝖒𝖔𝖗𝖎𝖆𝖘 𝖉𝖊 𝖚𝖓 𝖅𝖔𝖗𝖗𝖔 - 𝐊𝐚𝐳𝐮𝐨

    Quería consumirla, poseerla y, al mismo
    tiempo, temía la intensidad con la que sentía todo aquello.

    Una vez... Tan solo tuve que percibir su aroma una sola vez para dejarme atrapar de una forma que, en ese momento, no sabría nombrar. Olía a tierra, pino, sol; una sinfonía de olores que se alojaban en la parte trasera de mi paladar, provocando que incluso pudiera saborearlo, una efervescencia que explotaba en mi boca como una gota de agua al caer sobre suelo firme. Olía a montaña, olía a mi hogar. ¿Pero qué era esto? No había explicación ni lógica. Su cercanía provocó en mi cuerpo una auténtica hecatombe, una reacción en cadena con un desenlace frustrante. No sería hasta dos años después de abstinencia cuando pudiera emborracharme de aquella esencia que tan hondo había calado en mí.

    Cuando ese mar carmesí que tenía como ojos me engulló, al mismo tiempo que ese aroma, algo en mí se rompió. Era como si, en ese mismo segundo, el aire hubiera abandonado mis pulmones, porque solo querían oxigenarse con el aire impregnado de aquel aroma adictivo. Mis pupilas se dilataban como dos cuencas negras, mi piel se erizaba, y mi pecho cabalgaba en una desenfrenada carrera, sin un fin concreto en aquel inmenso horizonte de mi mente. Por primera vez en siglos, no era capaz de controlar la vorágine de sensaciones que se agolpaban, una tras otra, aporreando mi cabeza en un intento desesperado de abrirse paso, de intentar buscar una explicación para aquella sensación tan abrumadora.

    Sus ojos, su pelo, su piel, sus labios, su voz... su olor. Todo me atraía como una polilla es atraída por la luz, de una forma ciega y resignada, pues el resplandor no me dejaba ver más allá de mis narices. No soy un hombre común; Soy un zorro, hijo de Inari e hijo del bosque. Mis sentidos van más allá de lo común; para mí, un aroma, un sabor, puede tener más significado que una historia contada con palabras. Aquel olor me evocaba deseo, anhelo, hambre, peligro... un peligro al que, contra todo pronóstico, hice caso omiso, porque necesitaba impregnarme de aquella esencia y no dejaría escapar la más mínima oportunidad.

    La fuerza empleada para no dejar que mis instintos más primitivos, más salvajes, más animales, se abalanzaran sobre aquella mujer era hercúlea. Una fuerza que iba en contra de todo lo que mi cuerpo pedía a gritos. Ella... La deseaba; joder, la acababa de conocer y todo mi ser la reclamaba de una forma tan voraz que ni siquiera me dejaba pensar con claridad. Era como encontrar algo que no sabías que habías perdido, y que de pronto te arrebatan para luego volver a desaparecer.

    Cuando, al día siguiente, solo percibí los matices residuales de su ausencia, sentí que algo de mí había sido arrancado. Dirigí mis pasos a la habitación donde había dormido aquella noche. El futón, perfectamente recogido, y el yukata que le había prestado, cuidadosamente doblado a su lado. Me adentré, e inmediatamente su aroma me abofeteó la cara como un oleaje salvaje que rompía contra un acantilado. Me arrodillé junto a las pertenencias prestadas y devueltas. Sin poder contenerme, tomé aquel yukata entre mis manos, llevando aquella fina seda a mi rostro. Entonces inhalé profundamente, hundiendo mi rostro entre las telas de la prenda que horas antes, Elizabeth se había puesto. Memoricé cada matiz que me recordaba a la montaña, esa mezcla de olores terrosos que me embriagaban y me hacían entrar en un estado febril. Mis puños se cerraban en aquella tela, apretándola con tanta fuerza que mis nudillos se ponían blancos del esfuerzo. Mi cuerpo languidecía hasta dejarse caer sobre el futón donde ella había dormido la noche anterior. Aún con el yukata en mis manos apretadas, me deslicé por las sábanas y la colcha de dicho futón. Olía a ella; toda su esencia estaba en aquellos simples objetos. Quería adherir aquel olor a mi piel, volverlo parte de la mía. Parecía un gato que se retuerce en una zona que desea marcar con su olor.

    Para cualquier persona normal, aquel acto podría catalogarse como propio de alguien pervertido, tóxico o incluso enfermizo. Pero para mí, un zorro, aquel olor me hacía entrar en colapso, en un frenesí incontrolable y en constante ebullición. No se le puede pedir a un felino que no reaccione a la nepeta, ni impedir que una mariposa se sienta atraída por las feromonas de una hermosa flor. Para mí, era exactamente lo mismo; aquel aroma provocaba una reacción química en todo mi cuerpo, llevándolo a una excitación acalorada, intensa e irrefrenable.

    Cada noche volvía a emborracharme de la fragancia que aquella mujer de cabellos de fuego había dejado de forma inocente. Me imaginaba estar con ella, enredados en aquellas sábanas, y no podía evitar sentir ese placer tan exquisito. Lo hice hasta que su olor se disipó con el paso del tiempo. Durante dos largos años, iba cada noche al mismo punto donde la conocí por primera vez, con la esperanza de volver a verla, de volver a olerla. En mi forma de gran zorro blanco, corría montaña arriba, intentando encontrar aquellos olores que tanto me recordaban aquellos parajes. Pero... no, nada era igual, nada era comparable a aquel olor que tanto anhelaba y que jamás se borraría de mi memoria. La espera había sido dolorosa. Una agonía que apenas podía soportar en aquellas noches de soledad, donde solo podía consolarme lastimosamente a mí mismo, imaginando cómo sería que mi boca recorriera cada parte de su cuerpo. Estaba enfermo, enfermo por no poder engullir la medicina que necesitaba para sanar. Y esa medicina era ella.

    Durante el tiempo que pasó sin su presencia, no era capaz de mantener otros encuentros íntimos con otros seres. Ni las mujeres ni los hombres con los que normalmente conseguía "satisfacer" mis deseos me provocaban la más mínima reacción de anhelo. No era difícil para mí obtener placer ajeno, de hecho, era realmente fácil. Mi presencia causaba esa necesidad primitiva de deseo cuando mis labios seducían con un suave ronroneo. Pero cuando todo iba a culminar, mi cuerpo rechazaba aquel contacto. Todo mi ser aborrecía en ese último momento aquello que no estaba relacionado con aquella esencia que se había alojado en mi mente. Por lo tanto, finalmente desistí de tener y buscar cualquier tipo de relación carnal. Prefería autocomplacerme pensando en cómo sabrían sus labios en mi boca, cómo se sentiría su piel bajo las yemas de mis dedos, cómo su olor inundaría mi olfato hasta entrar en mi lengua.

    Cuando al fin la tuve tan cerca nuevamente, sentí que su sola presencia desataba algo violento dentro de mí, un sofoco que emergía desde lo más profundo de mi ser y que solo sería aplacado con el consumo de aquella mujer. Mía... Deseaba hacerla mía de todas las formas posibles, que su aroma quedara impregnado en mi cuerpo y que el mío quedara impregnado en el suyo. Dejarme llevar por mi lado más salvaje y animal; dejar que mis colmillos ansiosos marcaran cada zona de su piel, reclamando lo que quería que fuera mío. En cada encuentro no podía hacer más que venerar aquel cuerpo; no podía dejar de arrodillarme ante ella. Lo que me hizo rendirme al completo fue saber más, conocer quién estaba debajo de todas esas sensaciones primitivas, hizo que me volviera siervo de lo que ella representaba. Y lo que representaba, era todo para mí, como si todo lo anterior a ella se quedara en la nada.

    Ahora que es mía y yo soy suyo, me doy cuenta de que jamás podría curarme de su adicción. Era mi opio, mi droga recurrente y de la que no deseaba desintoxicarme. De hecho, al contrario, quería intoxicarme por cada poro de mi piel. Fundirme a su cuerpo hasta que no se supiera dónde empezaba el mío y dónde terminaba el de ella.

    A veces considero que peco de soberbio y posesivo si el tema a discutir se trata de Elizabeth, faltando enormemente a lo que es mi ética como mensajero de Inari. Pero simplemente no puedo. Estoy tan enfermizamente enamorado, que no hay unas directrices que nos guían para manejar la situación que nos rodea a ambos. Tendremos que ser nosotros mismos quienes vayamos descubriendo a dónde nos lleva esta desenfrenada pasión.

    𝑬𝒍𝒊𝒛𝒂𝒃𝒆𝒕𝒉 ✴ 𝑩𝒍𝒐𝒐𝒅𝒇𝒍𝒂𝒎𝒆
    //Llegó tarde pero #SeductiveSunday // 𝕸𝖊𝖒𝖔𝖗𝖎𝖆𝖘 𝖉𝖊 𝖚𝖓 𝖅𝖔𝖗𝖗𝖔 - 𝐊𝐚𝐳𝐮𝐨 Quería consumirla, poseerla y, al mismo tiempo, temía la intensidad con la que sentía todo aquello. Una vez... Tan solo tuve que percibir su aroma una sola vez para dejarme atrapar de una forma que, en ese momento, no sabría nombrar. Olía a tierra, pino, sol; una sinfonía de olores que se alojaban en la parte trasera de mi paladar, provocando que incluso pudiera saborearlo, una efervescencia que explotaba en mi boca como una gota de agua al caer sobre suelo firme. Olía a montaña, olía a mi hogar. ¿Pero qué era esto? No había explicación ni lógica. Su cercanía provocó en mi cuerpo una auténtica hecatombe, una reacción en cadena con un desenlace frustrante. No sería hasta dos años después de abstinencia cuando pudiera emborracharme de aquella esencia que tan hondo había calado en mí. Cuando ese mar carmesí que tenía como ojos me engulló, al mismo tiempo que ese aroma, algo en mí se rompió. Era como si, en ese mismo segundo, el aire hubiera abandonado mis pulmones, porque solo querían oxigenarse con el aire impregnado de aquel aroma adictivo. Mis pupilas se dilataban como dos cuencas negras, mi piel se erizaba, y mi pecho cabalgaba en una desenfrenada carrera, sin un fin concreto en aquel inmenso horizonte de mi mente. Por primera vez en siglos, no era capaz de controlar la vorágine de sensaciones que se agolpaban, una tras otra, aporreando mi cabeza en un intento desesperado de abrirse paso, de intentar buscar una explicación para aquella sensación tan abrumadora. Sus ojos, su pelo, su piel, sus labios, su voz... su olor. Todo me atraía como una polilla es atraída por la luz, de una forma ciega y resignada, pues el resplandor no me dejaba ver más allá de mis narices. No soy un hombre común; Soy un zorro, hijo de Inari e hijo del bosque. Mis sentidos van más allá de lo común; para mí, un aroma, un sabor, puede tener más significado que una historia contada con palabras. Aquel olor me evocaba deseo, anhelo, hambre, peligro... un peligro al que, contra todo pronóstico, hice caso omiso, porque necesitaba impregnarme de aquella esencia y no dejaría escapar la más mínima oportunidad. La fuerza empleada para no dejar que mis instintos más primitivos, más salvajes, más animales, se abalanzaran sobre aquella mujer era hercúlea. Una fuerza que iba en contra de todo lo que mi cuerpo pedía a gritos. Ella... La deseaba; joder, la acababa de conocer y todo mi ser la reclamaba de una forma tan voraz que ni siquiera me dejaba pensar con claridad. Era como encontrar algo que no sabías que habías perdido, y que de pronto te arrebatan para luego volver a desaparecer. Cuando, al día siguiente, solo percibí los matices residuales de su ausencia, sentí que algo de mí había sido arrancado. Dirigí mis pasos a la habitación donde había dormido aquella noche. El futón, perfectamente recogido, y el yukata que le había prestado, cuidadosamente doblado a su lado. Me adentré, e inmediatamente su aroma me abofeteó la cara como un oleaje salvaje que rompía contra un acantilado. Me arrodillé junto a las pertenencias prestadas y devueltas. Sin poder contenerme, tomé aquel yukata entre mis manos, llevando aquella fina seda a mi rostro. Entonces inhalé profundamente, hundiendo mi rostro entre las telas de la prenda que horas antes, Elizabeth se había puesto. Memoricé cada matiz que me recordaba a la montaña, esa mezcla de olores terrosos que me embriagaban y me hacían entrar en un estado febril. Mis puños se cerraban en aquella tela, apretándola con tanta fuerza que mis nudillos se ponían blancos del esfuerzo. Mi cuerpo languidecía hasta dejarse caer sobre el futón donde ella había dormido la noche anterior. Aún con el yukata en mis manos apretadas, me deslicé por las sábanas y la colcha de dicho futón. Olía a ella; toda su esencia estaba en aquellos simples objetos. Quería adherir aquel olor a mi piel, volverlo parte de la mía. Parecía un gato que se retuerce en una zona que desea marcar con su olor. Para cualquier persona normal, aquel acto podría catalogarse como propio de alguien pervertido, tóxico o incluso enfermizo. Pero para mí, un zorro, aquel olor me hacía entrar en colapso, en un frenesí incontrolable y en constante ebullición. No se le puede pedir a un felino que no reaccione a la nepeta, ni impedir que una mariposa se sienta atraída por las feromonas de una hermosa flor. Para mí, era exactamente lo mismo; aquel aroma provocaba una reacción química en todo mi cuerpo, llevándolo a una excitación acalorada, intensa e irrefrenable. Cada noche volvía a emborracharme de la fragancia que aquella mujer de cabellos de fuego había dejado de forma inocente. Me imaginaba estar con ella, enredados en aquellas sábanas, y no podía evitar sentir ese placer tan exquisito. Lo hice hasta que su olor se disipó con el paso del tiempo. Durante dos largos años, iba cada noche al mismo punto donde la conocí por primera vez, con la esperanza de volver a verla, de volver a olerla. En mi forma de gran zorro blanco, corría montaña arriba, intentando encontrar aquellos olores que tanto me recordaban aquellos parajes. Pero... no, nada era igual, nada era comparable a aquel olor que tanto anhelaba y que jamás se borraría de mi memoria. La espera había sido dolorosa. Una agonía que apenas podía soportar en aquellas noches de soledad, donde solo podía consolarme lastimosamente a mí mismo, imaginando cómo sería que mi boca recorriera cada parte de su cuerpo. Estaba enfermo, enfermo por no poder engullir la medicina que necesitaba para sanar. Y esa medicina era ella. Durante el tiempo que pasó sin su presencia, no era capaz de mantener otros encuentros íntimos con otros seres. Ni las mujeres ni los hombres con los que normalmente conseguía "satisfacer" mis deseos me provocaban la más mínima reacción de anhelo. No era difícil para mí obtener placer ajeno, de hecho, era realmente fácil. Mi presencia causaba esa necesidad primitiva de deseo cuando mis labios seducían con un suave ronroneo. Pero cuando todo iba a culminar, mi cuerpo rechazaba aquel contacto. Todo mi ser aborrecía en ese último momento aquello que no estaba relacionado con aquella esencia que se había alojado en mi mente. Por lo tanto, finalmente desistí de tener y buscar cualquier tipo de relación carnal. Prefería autocomplacerme pensando en cómo sabrían sus labios en mi boca, cómo se sentiría su piel bajo las yemas de mis dedos, cómo su olor inundaría mi olfato hasta entrar en mi lengua. Cuando al fin la tuve tan cerca nuevamente, sentí que su sola presencia desataba algo violento dentro de mí, un sofoco que emergía desde lo más profundo de mi ser y que solo sería aplacado con el consumo de aquella mujer. Mía... Deseaba hacerla mía de todas las formas posibles, que su aroma quedara impregnado en mi cuerpo y que el mío quedara impregnado en el suyo. Dejarme llevar por mi lado más salvaje y animal; dejar que mis colmillos ansiosos marcaran cada zona de su piel, reclamando lo que quería que fuera mío. En cada encuentro no podía hacer más que venerar aquel cuerpo; no podía dejar de arrodillarme ante ella. Lo que me hizo rendirme al completo fue saber más, conocer quién estaba debajo de todas esas sensaciones primitivas, hizo que me volviera siervo de lo que ella representaba. Y lo que representaba, era todo para mí, como si todo lo anterior a ella se quedara en la nada. Ahora que es mía y yo soy suyo, me doy cuenta de que jamás podría curarme de su adicción. Era mi opio, mi droga recurrente y de la que no deseaba desintoxicarme. De hecho, al contrario, quería intoxicarme por cada poro de mi piel. Fundirme a su cuerpo hasta que no se supiera dónde empezaba el mío y dónde terminaba el de ella. A veces considero que peco de soberbio y posesivo si el tema a discutir se trata de Elizabeth, faltando enormemente a lo que es mi ética como mensajero de Inari. Pero simplemente no puedo. Estoy tan enfermizamente enamorado, que no hay unas directrices que nos guían para manejar la situación que nos rodea a ambos. Tendremos que ser nosotros mismos quienes vayamos descubriendo a dónde nos lleva esta desenfrenada pasión. [Liz_bloodFlame]
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  • Al ver el tierno regalo de su albina favorita se le ocurrió una gran idea -o al menos así lo creyó ella- Tomó la barra de chocolate y la dejó a fuego lento, haciendo un fondue que decoró con frutas

    ── No sé cocinar como para haber hecho algún pastel, pero creo que el chocolate derretido acompañado con un buen vino es un excelente panorama ¿ Te unes Ayla Klein ?

    ⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀⠀ ⠀

    ⋮||⋮ Estuve fuera para el feriado largo, lo bueno es que las golosinas no se echan a perder jaja
    Al ver el tierno regalo de su albina favorita se le ocurrió una gran idea -o al menos así lo creyó ella- Tomó la barra de chocolate y la dejó a fuego lento, haciendo un fondue que decoró con frutas 🌹── No sé cocinar como para haber hecho algún pastel, pero creo que el chocolate derretido acompañado con un buen vino es un excelente panorama ¿ Te unes [aylaklein19] ? ⠀⠀⠀⠀⠀ ⠀⠀ ⠀ ⋮||⋮ Estuve fuera para el feriado largo, lo bueno es que las golosinas no se echan a perder jaja
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    Categoría Otros
    —No llevaba mucho en aquella dimensión. Tampoco había sido capaz de recordar nada. Sus lagunas mentales seguían ahí ¿Como llegó?¿Por que lo hizo herido?¿Si no fue Lilith la madre de sus hijos, quién? Por que estaba claro qué se ella si recordaba todo, incluso como la dejó y eso fue antes de ser padre, mucho antes. Lo qué significaba qué hubo “alguien” después. Alguien a quien no recordaba.

    Pero… cada vez qué trataba de rememorar le atacaba una horrible jaqueca y esa vez, no fue la excepción.

    Al ver qué sufría, una de las brujas del aquelarre al qué había asistido para distraerse le entregó un brebaje y le pidió qué se uniera de nuevo a la celebración. Adán lo tomó con total confianza, sabedor de lo mucho qué aquellas mujeres le amaban y respetaban.
    Pues él fue quien le mostró el arte de la brujería a las mujeres qué deseaban ser libres. Volvió a la fiesta, y antes de unirse las observó danzar con fuego las escuchaba cantar y las veía dejarse fluir por el momento, siendo completamente libres, siendo ellas mismas y pensó qué no había nada más bello qué romper las cadenas de la opresión y atreverte a ser tu mismo. Sus pensamientos fueron ahora llevados al cielo, a su pasado y en como hacía milenios qué no pisaba su propia dimensión y mucho más qué no hablaba con su padre. EL PADRE en mayúsculas, pues al ser el primer humano, fue obra directa de Dios.

    Y entonces lo sintió. Como una corriente eléctrica lo recorrió en un gélido escalofrío, y de repente como era abrumado por un fuego interior qué lo invadía, casi queriéndole quemas las entrañas. Las plumas de sus alas se erizaron por completo y su dorado se tornó más puro e intenso. Señal de qué su cuerpo estaba trabajando duro, produciendo y distribuyendo mucho más poder celestial del qué había generado jamás, por lo qué si necesidad de irradiarlo se tornó más intensa. Tanto qué al mirar una de sus alas ya no solo era el color y el brillo, si no qué las exhalaciones de magia, ahora creaban alrededor de sus plumas un efecto visual semejante a una tormenta solar a pequeña escala.

    Miró al cielo.

    —Padre…—susurró, y sin decir nada tomó impulso, volando hacia arriba tan rápido qué dejó tras de si una estela dorada. Llegando al cielo y a hurtadillas se coló solo para ver que si bien las almas humanas seguían haciendo su vida como si nada, los arcángeles y Dios había desaparecido. Llevándose una mano a la cabeza lo entendió y se nuevo, huyó del cielo. Solo qué esta vez para detenerse a contemplar el mundo de los vivos.

    —Estoy en casa…—susurró con un nudo en la garganta. A fin de cuentas, una parte del poder del creador fue también a él, ya qué si bien Lucifer fue su primera obra, Adán fue el más amado por Dios. Y si había recibido la ‘herencia”, solo podía significar qué ese era el Adán de esa dimensión—.Nadie puede saberlo. —decidió apretando los puños y trató de ocultar su energía a un nivel más normal. A fin de cuentas… si alguien descubría qué era el “Adán” original tratarían de volverlo a apresar—
    —No llevaba mucho en aquella dimensión. Tampoco había sido capaz de recordar nada. Sus lagunas mentales seguían ahí ¿Como llegó?¿Por que lo hizo herido?¿Si no fue Lilith la madre de sus hijos, quién? Por que estaba claro qué se ella si recordaba todo, incluso como la dejó y eso fue antes de ser padre, mucho antes. Lo qué significaba qué hubo “alguien” después. Alguien a quien no recordaba. Pero… cada vez qué trataba de rememorar le atacaba una horrible jaqueca y esa vez, no fue la excepción. Al ver qué sufría, una de las brujas del aquelarre al qué había asistido para distraerse le entregó un brebaje y le pidió qué se uniera de nuevo a la celebración. Adán lo tomó con total confianza, sabedor de lo mucho qué aquellas mujeres le amaban y respetaban. Pues él fue quien le mostró el arte de la brujería a las mujeres qué deseaban ser libres. Volvió a la fiesta, y antes de unirse las observó danzar con fuego las escuchaba cantar y las veía dejarse fluir por el momento, siendo completamente libres, siendo ellas mismas y pensó qué no había nada más bello qué romper las cadenas de la opresión y atreverte a ser tu mismo. Sus pensamientos fueron ahora llevados al cielo, a su pasado y en como hacía milenios qué no pisaba su propia dimensión y mucho más qué no hablaba con su padre. EL PADRE en mayúsculas, pues al ser el primer humano, fue obra directa de Dios. Y entonces lo sintió. Como una corriente eléctrica lo recorrió en un gélido escalofrío, y de repente como era abrumado por un fuego interior qué lo invadía, casi queriéndole quemas las entrañas. Las plumas de sus alas se erizaron por completo y su dorado se tornó más puro e intenso. Señal de qué su cuerpo estaba trabajando duro, produciendo y distribuyendo mucho más poder celestial del qué había generado jamás, por lo qué si necesidad de irradiarlo se tornó más intensa. Tanto qué al mirar una de sus alas ya no solo era el color y el brillo, si no qué las exhalaciones de magia, ahora creaban alrededor de sus plumas un efecto visual semejante a una tormenta solar a pequeña escala. Miró al cielo. —Padre…—susurró, y sin decir nada tomó impulso, volando hacia arriba tan rápido qué dejó tras de si una estela dorada. Llegando al cielo y a hurtadillas se coló solo para ver que si bien las almas humanas seguían haciendo su vida como si nada, los arcángeles y Dios había desaparecido. Llevándose una mano a la cabeza lo entendió y se nuevo, huyó del cielo. Solo qué esta vez para detenerse a contemplar el mundo de los vivos. —Estoy en casa…—susurró con un nudo en la garganta. A fin de cuentas, una parte del poder del creador fue también a él, ya qué si bien Lucifer fue su primera obra, Adán fue el más amado por Dios. Y si había recibido la ‘herencia”, solo podía significar qué ese era el Adán de esa dimensión—.Nadie puede saberlo. —decidió apretando los puños y trató de ocultar su energía a un nivel más normal. A fin de cuentas… si alguien descubría qué era el “Adán” original tratarían de volverlo a apresar—
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  • Es un grave error subestimar la posibilidad de que la maquinaria y la magia puedan entrelazarse en un mismo destino en la época actual.

    He surcado los cielos montando un dragón imponente, cuyas alas brillaban con la fuerza de un metal antiguo y misterioso.
    Mi corcel, forjado en los fuegos de mi ambición, es un símbolo viviente de mi poder, mientras que mi armadura reluce como un faro de valor en la oscuridad.
    Juntos, somos la encarnación de la leyenda, desafiando los límites de lo posible y forjando nuestro camino hacia la gloria.

    Lucharé para demostrar que somos magia, todos y cada uno de nosotros no somos producto de la casualidad.
    Somos la prueba máxima del amor de la tierra a nosotros.

    Es un grave error subestimar la posibilidad de que la maquinaria y la magia puedan entrelazarse en un mismo destino en la época actual. He surcado los cielos montando un dragón imponente, cuyas alas brillaban con la fuerza de un metal antiguo y misterioso. Mi corcel, forjado en los fuegos de mi ambición, es un símbolo viviente de mi poder, mientras que mi armadura reluce como un faro de valor en la oscuridad. Juntos, somos la encarnación de la leyenda, desafiando los límites de lo posible y forjando nuestro camino hacia la gloria. Lucharé para demostrar que somos magia, todos y cada uno de nosotros no somos producto de la casualidad. Somos la prueba máxima del amor de la tierra a nosotros.
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  • Esa peliroja no me gusta, me encanta, cada vez que la veo pasar se me queman las manos por agarrarle una nalga, no sé si soy la víctima o el victimario, pero me vuelve loco su cabello de fuego danzando con el viento, y esos ojitos tan divinos, ofrecería el alma por que fueran mios .
    Esa peliroja no me gusta, me encanta, cada vez que la veo pasar se me queman las manos por agarrarle una nalga, no sé si soy la víctima o el victimario, pero me vuelve loco su cabello de fuego danzando con el viento, y esos ojitos tan divinos, ofrecería el alma por que fueran mios .
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  • "No te rindas, por favor no cedas,
    aunque el frío queme,
    aunque el miedo muerda,
    aunque el sol se esconda y se calle el viento,
    aun hay fuego en tu alma,
    aun hay vida en tus sueños,
    porque la vida es tuya y tuyo también el deseo" ── M.B
    "No te rindas, por favor no cedas, aunque el frío queme, aunque el miedo muerda, aunque el sol se esconda y se calle el viento, aun hay fuego en tu alma, aun hay vida en tus sueños, porque la vida es tuya y tuyo también el deseo" ── M.B
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  • -Coke se arrodilló frente al altar, sosteniendo la vela entre sus dedos con cuidado. El frío del aire nocturno parecía perderse entre las llamas que titilaban al ritmo del viento, arrojando sombras danzantes sobre las flores de cempasúchil. Inhaló profundamente, dejando que el aroma dulce y nostálgico lo envolviera, y acercó la vela al fuego, encendiéndola en silencio.-

    -Se quedó mirando la pequeña llama por unos instantes, como si pudiera encontrar alguna respuesta en su luz temblorosa. Sin decir nada, colocó la vela con cuidado entre las demás, permitiendo que su cálido resplandor se sumara al altar. Sus manos descansaron sobre sus rodillas, sintiendo cómo el peso invisible en su pecho se acomodaba, más ligero, pero siempre presente.-

    Siempre encuentran el camino de regreso.

    -La frase escapó de sus labios en un murmullo, más para sí mismo que para cualquier otra cosa. Había en sus palabras un extraño alivio, una aceptación silenciosa de lo inevitable. El viento fresco le acarició el rostro, llevándose con él las últimas dudas que quedaban. Estaba aquí, encendiendo esa vela como lo había prometido. Y lo haría una y otra vez, por quienes nunca olvidaría.-

    -Coke cerró los ojos por un momento, dejando que la paz del instante se asentara en su interior. Luego, sin más, se levantó despacio, ajustándose la chaqueta y sacudiendo el polvo de sus rodillas. Aún quedaba camino por recorrer, pero no importaba. Mientras hubiera una vela por encender, siempre habría un motivo para seguir adelante.-

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    Hoy es un dia especial para todos aquellos que tuvimos mascotas, en este post quien guste dejar la foto de sus mascotas en los comentarios tiene toda la libertad y un dato, la foto si es tomada de usser, pasen buen inicio de semana, un beso y abrazo.//
    -Coke se arrodilló frente al altar, sosteniendo la vela entre sus dedos con cuidado. El frío del aire nocturno parecía perderse entre las llamas que titilaban al ritmo del viento, arrojando sombras danzantes sobre las flores de cempasúchil. Inhaló profundamente, dejando que el aroma dulce y nostálgico lo envolviera, y acercó la vela al fuego, encendiéndola en silencio.- -Se quedó mirando la pequeña llama por unos instantes, como si pudiera encontrar alguna respuesta en su luz temblorosa. Sin decir nada, colocó la vela con cuidado entre las demás, permitiendo que su cálido resplandor se sumara al altar. Sus manos descansaron sobre sus rodillas, sintiendo cómo el peso invisible en su pecho se acomodaba, más ligero, pero siempre presente.- Siempre encuentran el camino de regreso. -La frase escapó de sus labios en un murmullo, más para sí mismo que para cualquier otra cosa. Había en sus palabras un extraño alivio, una aceptación silenciosa de lo inevitable. El viento fresco le acarició el rostro, llevándose con él las últimas dudas que quedaban. Estaba aquí, encendiendo esa vela como lo había prometido. Y lo haría una y otra vez, por quienes nunca olvidaría.- -Coke cerró los ojos por un momento, dejando que la paz del instante se asentara en su interior. Luego, sin más, se levantó despacio, ajustándose la chaqueta y sacudiendo el polvo de sus rodillas. Aún quedaba camino por recorrer, pero no importaba. Mientras hubiera una vela por encender, siempre habría un motivo para seguir adelante.- ═════════════════════════════════════════ Hoy es un dia especial para todos aquellos que tuvimos mascotas, en este post quien guste dejar la foto de sus mascotas en los comentarios tiene toda la libertad y un dato, la foto si es tomada de usser, pasen buen inicio de semana, un beso y abrazo.//
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