• No sangre. No dolor. Sueños. Pequeños hilos de niebla que se deslizan por los poros de su piel, evaporándose en cuanto tocaban el aire de la ciudad. Soñaba incluso despierto: fragmentos de otros mundos se filtraban en su visión, superponiéndose a las calles grises y la lluvia fría que empapaba su abrigo gastado.

    Había bajado demasiado.

    Permanecido demasiado.

    Su cuerpo, esa cárcel prestada de carne y hueso, empezaba a pudrirse por dentro.

    —Estás muriendo —dijo una voz tras él.
    Su cuerpo físico no se giró. Reconocía esa presencia. 

    —Ya lo sé —respondió, y su voz crujió como hojas secas

    —El tiempo se me acaba. El velo se rompe. Yo... ya no pertenezco aquí.—

    No sangre. No dolor. Sueños. Pequeños hilos de niebla que se deslizan por los poros de su piel, evaporándose en cuanto tocaban el aire de la ciudad. Soñaba incluso despierto: fragmentos de otros mundos se filtraban en su visión, superponiéndose a las calles grises y la lluvia fría que empapaba su abrigo gastado. Había bajado demasiado. Permanecido demasiado. Su cuerpo, esa cárcel prestada de carne y hueso, empezaba a pudrirse por dentro. —Estás muriendo —dijo una voz tras él. Su cuerpo físico no se giró. Reconocía esa presencia.  —Ya lo sé —respondió, y su voz crujió como hojas secas —El tiempo se me acaba. El velo se rompe. Yo... ya no pertenezco aquí.—
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  • —Vagando por el purgatorio,encontro un fragmento de su alma,una parte de el con su apariencia demacrada,un canibal contra otro canibal,dos fuerzas imparables chocando entre si—
    —Vagando por el purgatorio,encontro un fragmento de su alma,una parte de el con su apariencia demacrada,un canibal contra otro canibal,dos fuerzas imparables chocando entre si—
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  • —¿Luciérnagas? ¡¿LUCIÉRNAGAS?! Por supuesto que no, cielito ignorante~

    Agita un frasco frente a su rostro, iluminando sus pupilas.

    —¡Las luciérnagas no susurran 'libertad' en lenguaje de estrellas! ¡Y definitivamente no huelen a viejos miedos ni a promesas rotas! —hunde la nariz en el vidrio e inhala con deleite— ¡Es obvio! Son almitas~... ejem, fragmentos de esencias perdidas —sonrisa que intenta ser inocente— ¿Que? Las encontré vagando por el estacionamiento dimensional...¡Les hice un favor! —acaricia los frascos como si fueran mascotas.
    —¿Luciérnagas? ¡¿LUCIÉRNAGAS?! Por supuesto que no, cielito ignorante~ Agita un frasco frente a su rostro, iluminando sus pupilas. —¡Las luciérnagas no susurran 'libertad' en lenguaje de estrellas! ¡Y definitivamente no huelen a viejos miedos ni a promesas rotas! —hunde la nariz en el vidrio e inhala con deleite— ¡Es obvio! Son almitas~... ejem, fragmentos de esencias perdidas —sonrisa que intenta ser inocente— ¿Que? Las encontré vagando por el estacionamiento dimensional...¡Les hice un favor! —acaricia los frascos como si fueran mascotas.
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  • *Este se encuentra tirado en el suelo de su sótano con una respiración bastante agitada Pero a la vez perdida, no sabe hace cuanto se encuentra así, lo único que sabe es que su alma cambió, él la hizo cambiar, espera en lo más profundo que haya hecho lo correcto*

    - S-si... P-puedo sentirlo... V-voy a volver a la normalidad... F-funciona...

    *Fueron sus últimas palabras antes de caer en un sueño profundo, su forma física tiene que adaptarse a su fragmento de Alma reparado*
    *Este se encuentra tirado en el suelo de su sótano con una respiración bastante agitada Pero a la vez perdida, no sabe hace cuanto se encuentra así, lo único que sabe es que su alma cambió, él la hizo cambiar, espera en lo más profundo que haya hecho lo correcto* - S-si... P-puedo sentirlo... V-voy a volver a la normalidad... F-funciona... *Fueron sus últimas palabras antes de caer en un sueño profundo, su forma física tiene que adaptarse a su fragmento de Alma reparado*
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  • - Al fin lo conseguí!! El fragmento de mi Alma corrupto... Este es el motivo de mi cambio de raza, si logro canalizar la falla y arreglarlo puedo volver a ser un can como siempre... Puedes ayudarme en eso?...

    *Te ve directamente con una sonrisa amplia y nostálgica, su mirada evidencia las ansias de volver a su forma original*
    - Al fin lo conseguí!! El fragmento de mi Alma corrupto... Este es el motivo de mi cambio de raza, si logro canalizar la falla y arreglarlo puedo volver a ser un can como siempre... Puedes ayudarme en eso?... *Te ve directamente con una sonrisa amplia y nostálgica, su mirada evidencia las ansias de volver a su forma original*
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  • —Vamos, Aarón, que no está tan fría —bromea alguien, pero su voz se pierde rápido en el eco del recinto.

    -Aarón ya no escucha. Ha saltado hace casi un minuto, y desde entonces no ha salido. El agua lo envuelve como un sudario azul, y él permanece inmóvil en el fondo de la piscina olímpica, con los ojos abiertos y la respiración contenida desde mucho antes de tocar el agua.

    -Los segundos pasan. Treinta… cuarenta… uno de los chicos al borde de la piscina se pone de pie, inquieto.

    —¿Está bien? —pregunta, mirando al entrenador.

    —Tranquilos, tiene buen aguante —responde, aunque su ceño se frunce sutilmente.

    -Aarón sigue allí abajo, completamente quieto, los brazos flotando a los lados como si estuviera muerto… pero está más despierto que nunca. Las ondas del agua distorsionan la luz, y por un instante, le parece ver algo. Un reflejo que no cuadra. Una silueta que no es la suya.

    -Piensa en el guion. En ese fragmento que escribió sin pensar demasiado, donde alguien se hundía en una piscina y no salía jamás. Lo había tachado. Lo había olvidado. ¿O no?

    -Tres minutos. Silencio arriba. Duda. Inquietud.

    -Aarón parpadea bajo el agua, y finalmente, con una lentitud casi fantasmal, empieza a subir. Como si decidiera regresar de un lugar del que aún no estaba del todo convencido de querer salir.

    —Vamos, Aarón, que no está tan fría —bromea alguien, pero su voz se pierde rápido en el eco del recinto. -Aarón ya no escucha. Ha saltado hace casi un minuto, y desde entonces no ha salido. El agua lo envuelve como un sudario azul, y él permanece inmóvil en el fondo de la piscina olímpica, con los ojos abiertos y la respiración contenida desde mucho antes de tocar el agua. -Los segundos pasan. Treinta… cuarenta… uno de los chicos al borde de la piscina se pone de pie, inquieto. —¿Está bien? —pregunta, mirando al entrenador. —Tranquilos, tiene buen aguante —responde, aunque su ceño se frunce sutilmente. -Aarón sigue allí abajo, completamente quieto, los brazos flotando a los lados como si estuviera muerto… pero está más despierto que nunca. Las ondas del agua distorsionan la luz, y por un instante, le parece ver algo. Un reflejo que no cuadra. Una silueta que no es la suya. -Piensa en el guion. En ese fragmento que escribió sin pensar demasiado, donde alguien se hundía en una piscina y no salía jamás. Lo había tachado. Lo había olvidado. ¿O no? -Tres minutos. Silencio arriba. Duda. Inquietud. -Aarón parpadea bajo el agua, y finalmente, con una lentitud casi fantasmal, empieza a subir. Como si decidiera regresar de un lugar del que aún no estaba del todo convencido de querer salir.
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  • -Su alma se corrompe cada vez mas,el fuego eterno fragmentaba su alma y su cuerpo,cada vez que el moriria,un fragmento de su ser era enviado al infierno,ahora esa era su maldicion y su castigo en vida-
    -Su alma se corrompe cada vez mas,el fuego eterno fragmentaba su alma y su cuerpo,cada vez que el moriria,un fragmento de su ser era enviado al infierno,ahora esa era su maldicion y su castigo en vida-
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  • La arena no era arena, eran fragmentos de deseos olvidados que crujían como huesos bajo sus pies. El mar no era mar, sino una masa oscura y espesa que reflejaba las caras distorsionadas cada vez que la luna falsa se asomaba entre las nubes. El aire olía a sal, hierro, y...a electricidad estática. Los dedos enguantados de los Vigilantes le hundían las garras en sus brazos, marcando su piel a través de la fina tela de su vestido. Ella respiró hondo, sintiendo como las runas de supresión en sus muñecas latían en sincronía con su pulso acelerado. Cada símbolo era un clavo en su magia, un intento del Consejo por domesticar lo que era indomable.

    El Capitán de los Vigilantes avanzó, su armadura chirriaba con cada paso sobre la arena brillante. La espada rúnica en su mano dejaba un rastro de luz azulada en el aire, como si cortara la realidad misma.

    — Terminemos esto, Kael —dijo uno de Los Vigilantes, mientras ajustaba su agarre en el brazo izquierdo de Svetla— hay que llevarla ante el Consejo antes de que...

    — Antes de que ¿qué? —interrumpió ella, alzando la vista con una sonrisa desafiante. Su mechón blanco brillaba bajo la luz lunar— ¿antes de que él Capitán recuerde que...su esposa también pidió un deseo una vez? Uno que él no supo darle.

    El Capitán se tensó. El filo de su espada tembló levemente

    "Si...ahí está. La grieta en tu armadura, capitán" Pensó.

    «𝘌𝘴𝘤𝘶𝘱𝘦 𝘦𝘯 𝘴𝘶 𝘤𝘢𝘳𝘢 𝘢𝘯𝘵𝘦𝘴 𝘥𝘦 𝘮𝘰𝘳𝘪𝘳.» Murmuró Luc, con su silueta semitransparente flotando a un lado de ella. Pero él sabía que ella no moriría. No hoy.

    Svetla cerró los ojos y escuchó. Más allá de las palabras de los Vigilantes, que seguían discutiendo que hacer. Más allá de la voz de la sombra fantasmal que siempre la acompañaba. Más allá del crujir de sus propios pasos. Allí, estaba el verdadero sonido de ese lugar:

    𝙀𝙡 𝙢𝙖𝙧.

    No. 𝘕𝘰 𝘦𝘳𝘢 𝘴𝘰𝘭𝘰 𝘦𝘭 𝘮𝘢𝘳. No era el simple oleaje de un océano humano, sino el susurro del Primer Caos, aquel que existía antes de que los deseos tuvieran un nombre. Era un murmullo que le hablaba en lenguas olvidadas, que le recordaba lo que era: hija del abismo, tejedora de costuras entre mundos, vendedora de deseos.

    — ¿Sabes que le pasa al mar cuando alguien le pide un deseo...? —susurró Svetla.

    — Cállate —gruñó el capitan, ignorando el significado tras las palabras de la castaña— No puedes escapar, Le'ron. tus poderes están...

    — ¿Bloqueados? —Svetla rió, y en ese momento, la primera gota de sangre cayó de su nariz a la arena. Los vigilantes no la vieron hundirse en el suelo, no sintieron como los granos de deseos olvidados absorbían la gota rojiza— quizás los poderes pueden ser robados, Kael. Pero el caos... 𝘦𝘭 𝘤𝘢𝘰𝘴 𝘴𝘪𝘮𝘱𝘭𝘦𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘦𝘴.

    Con un movimiento brusco, la castaña retorció su brazo izquierdo hasta sentir el crujido del hueso dislocándose. El dolor no importaba, porque había algo que callaría al dolor pronto...la libertad.

    Las runas de supresión necesitaban contacto completo para funcionar. Un hueso fuera de lugar, una herida abierta, y la cadena se rompía por un instante. Un segundo. Un segundo era todo lo que necesitaba.

    "Ven a mi" Susurró al mar, pero no con palabras, sino con el lenguaje de las cosas que se rompen. "Cómo yo voy a ti."

    𝙀𝙡 𝙤𝙘𝙚𝙖𝙣𝙤 𝙧𝙪𝙜𝙞𝙤.

    No fue una ola lo que vino, sino una herida en el mundo que se abrió desde las profundidades hasta la orilla. Los Vigilantes gritaron cuando el agua negra les golpeó, pero el verdadero horror llegó cuando vieran lo que realmente era:

    Millones de manos translucidas, bocas abiertas en gritos silenciados, dedos que buscaban agarrar, arrastrar. Los restos de todos los deseos no pagados, las promesas rotas que el mar había recolectado desde el principio de los tiempos.

    — ¡Sueltenla! —alcanzó a gritar uno de Los Vigilantes antes de que la primera mano se cerrara alrededor de su tobillo.

    No necesitó que se lo dijeran dos veces. Con un movimiento fluido –como si el dolor de su brazo le perteneciera a otro cuerpo–, se zafó de los agarres y saltó hacia la brecha.

    El agua fría la envolvió como un vientre materno. Por un momento, todo fue silencio y oscuridad. Luego, las voces comenzaron. "𝘜𝘯 𝘰𝘫𝘰 𝘱𝘰𝘳 𝘭𝘢 𝘷𝘪𝘴𝘵𝘢 𝘮𝘢𝘴 𝘢𝘨𝘶𝘥𝘢..." "𝘜𝘯 𝘨𝘳𝘪𝘵𝘰 𝘱𝘰𝘳 𝘦𝘭 𝘴𝘪𝘭𝘦𝘯𝘤𝘪𝘰..." "𝘜𝘯 𝘩𝘪𝘫𝘰 𝘱𝘰𝘳 𝘦𝘭 𝘱𝘰𝘥𝘦𝘳..."

    Eran los ecos de los pactos que el mar recordaba. Sintió cómo sus pulmones ardían, pero no por falta de aire –nadie se ahoga aqui– sino porque el caos le preguntaba: "¿𝘘𝘶𝘦 𝘥𝘢𝘴 𝘢 𝘤𝘢𝘮𝘣𝘪𝘰, 𝘱𝘦𝘲𝘶𝘦ñ𝘢 𝘮𝘦𝘯𝘵𝘪𝘳𝘰𝘴𝘢?"

    — ¡Lo que sea! —gritó, y su voz resonó en el mismo caos como un disparo.

    El mar rió. Y entonces, la escupió.

    La castaña cayó de rodillas en la arena. Una arena que no era más que solo arena. Frente a un mar que si era mar. Otra playa, está vez en el plano primario. El agua salada que escupió estaba teñida de rojo, pero no era sangre... 𝘦𝘳𝘢𝘯 𝘱𝘦𝘵𝘢𝘭𝘰𝘴 𝘥𝘦 𝘶𝘯𝘢 𝘧𝘭𝘰𝘳 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘦𝘹𝘪𝘴𝘵𝘪𝘢 𝘦𝘯 𝘦𝘴𝘵𝘦 𝘮𝘶𝘯𝘥𝘰.

    A su lado, Luc se materializó, más pálido que de costumbre –como si eso fuera posible–.

    «𝘕𝘶𝘯𝘤𝘢 𝘮𝘢𝘴 𝘩𝘢𝘨𝘢𝘴 𝘦𝘴𝘰. 𝘕𝘶𝘯𝘤𝘢 𝘮𝘢𝘴 𝘭𝘭𝘢𝘮𝘦𝘴 𝘢 𝘦𝘴𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘦𝘯𝘵𝘪𝘦𝘯𝘥𝘦𝘴.» Murmuró.

    Ella no respondió. Se limitó a mirar hacia el horizonte, dónde la luna –esta vez, una real. La luna que conocía– se reflejaba sobre aguas demasiado tranquilas.

    En su muñeca, dónde antes estaban las runas de supresión, ahora había una marca nueva. Una que parecía girar si la mirabas demasiado tiempo.

    "Todo deseo tiene un costo..." Pensó, acariciando la marca.
    La arena no era arena, eran fragmentos de deseos olvidados que crujían como huesos bajo sus pies. El mar no era mar, sino una masa oscura y espesa que reflejaba las caras distorsionadas cada vez que la luna falsa se asomaba entre las nubes. El aire olía a sal, hierro, y...a electricidad estática. Los dedos enguantados de los Vigilantes le hundían las garras en sus brazos, marcando su piel a través de la fina tela de su vestido. Ella respiró hondo, sintiendo como las runas de supresión en sus muñecas latían en sincronía con su pulso acelerado. Cada símbolo era un clavo en su magia, un intento del Consejo por domesticar lo que era indomable. El Capitán de los Vigilantes avanzó, su armadura chirriaba con cada paso sobre la arena brillante. La espada rúnica en su mano dejaba un rastro de luz azulada en el aire, como si cortara la realidad misma. — Terminemos esto, Kael —dijo uno de Los Vigilantes, mientras ajustaba su agarre en el brazo izquierdo de Svetla— hay que llevarla ante el Consejo antes de que... — Antes de que ¿qué? —interrumpió ella, alzando la vista con una sonrisa desafiante. Su mechón blanco brillaba bajo la luz lunar— ¿antes de que él Capitán recuerde que...su esposa también pidió un deseo una vez? Uno que él no supo darle. El Capitán se tensó. El filo de su espada tembló levemente "Si...ahí está. La grieta en tu armadura, capitán" Pensó. «𝘌𝘴𝘤𝘶𝘱𝘦 𝘦𝘯 𝘴𝘶 𝘤𝘢𝘳𝘢 𝘢𝘯𝘵𝘦𝘴 𝘥𝘦 𝘮𝘰𝘳𝘪𝘳.» Murmuró Luc, con su silueta semitransparente flotando a un lado de ella. Pero él sabía que ella no moriría. No hoy. Svetla cerró los ojos y escuchó. Más allá de las palabras de los Vigilantes, que seguían discutiendo que hacer. Más allá de la voz de la sombra fantasmal que siempre la acompañaba. Más allá del crujir de sus propios pasos. Allí, estaba el verdadero sonido de ese lugar: 𝙀𝙡 𝙢𝙖𝙧. No. 𝘕𝘰 𝘦𝘳𝘢 𝘴𝘰𝘭𝘰 𝘦𝘭 𝘮𝘢𝘳. No era el simple oleaje de un océano humano, sino el susurro del Primer Caos, aquel que existía antes de que los deseos tuvieran un nombre. Era un murmullo que le hablaba en lenguas olvidadas, que le recordaba lo que era: hija del abismo, tejedora de costuras entre mundos, vendedora de deseos. — ¿Sabes que le pasa al mar cuando alguien le pide un deseo...? —susurró Svetla. — Cállate —gruñó el capitan, ignorando el significado tras las palabras de la castaña— No puedes escapar, Le'ron. tus poderes están... — ¿Bloqueados? —Svetla rió, y en ese momento, la primera gota de sangre cayó de su nariz a la arena. Los vigilantes no la vieron hundirse en el suelo, no sintieron como los granos de deseos olvidados absorbían la gota rojiza— quizás los poderes pueden ser robados, Kael. Pero el caos... 𝘦𝘭 𝘤𝘢𝘰𝘴 𝘴𝘪𝘮𝘱𝘭𝘦𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘦𝘴. Con un movimiento brusco, la castaña retorció su brazo izquierdo hasta sentir el crujido del hueso dislocándose. El dolor no importaba, porque había algo que callaría al dolor pronto...la libertad. Las runas de supresión necesitaban contacto completo para funcionar. Un hueso fuera de lugar, una herida abierta, y la cadena se rompía por un instante. Un segundo. Un segundo era todo lo que necesitaba. "Ven a mi" Susurró al mar, pero no con palabras, sino con el lenguaje de las cosas que se rompen. "Cómo yo voy a ti." 𝙀𝙡 𝙤𝙘𝙚𝙖𝙣𝙤 𝙧𝙪𝙜𝙞𝙤. No fue una ola lo que vino, sino una herida en el mundo que se abrió desde las profundidades hasta la orilla. Los Vigilantes gritaron cuando el agua negra les golpeó, pero el verdadero horror llegó cuando vieran lo que realmente era: Millones de manos translucidas, bocas abiertas en gritos silenciados, dedos que buscaban agarrar, arrastrar. Los restos de todos los deseos no pagados, las promesas rotas que el mar había recolectado desde el principio de los tiempos. — ¡Sueltenla! —alcanzó a gritar uno de Los Vigilantes antes de que la primera mano se cerrara alrededor de su tobillo. No necesitó que se lo dijeran dos veces. Con un movimiento fluido –como si el dolor de su brazo le perteneciera a otro cuerpo–, se zafó de los agarres y saltó hacia la brecha. El agua fría la envolvió como un vientre materno. Por un momento, todo fue silencio y oscuridad. Luego, las voces comenzaron. "𝘜𝘯 𝘰𝘫𝘰 𝘱𝘰𝘳 𝘭𝘢 𝘷𝘪𝘴𝘵𝘢 𝘮𝘢𝘴 𝘢𝘨𝘶𝘥𝘢..." "𝘜𝘯 𝘨𝘳𝘪𝘵𝘰 𝘱𝘰𝘳 𝘦𝘭 𝘴𝘪𝘭𝘦𝘯𝘤𝘪𝘰..." "𝘜𝘯 𝘩𝘪𝘫𝘰 𝘱𝘰𝘳 𝘦𝘭 𝘱𝘰𝘥𝘦𝘳..." Eran los ecos de los pactos que el mar recordaba. Sintió cómo sus pulmones ardían, pero no por falta de aire –nadie se ahoga aqui– sino porque el caos le preguntaba: "¿𝘘𝘶𝘦 𝘥𝘢𝘴 𝘢 𝘤𝘢𝘮𝘣𝘪𝘰, 𝘱𝘦𝘲𝘶𝘦ñ𝘢 𝘮𝘦𝘯𝘵𝘪𝘳𝘰𝘴𝘢?" — ¡Lo que sea! —gritó, y su voz resonó en el mismo caos como un disparo. El mar rió. Y entonces, la escupió. La castaña cayó de rodillas en la arena. Una arena que no era más que solo arena. Frente a un mar que si era mar. Otra playa, está vez en el plano primario. El agua salada que escupió estaba teñida de rojo, pero no era sangre... 𝘦𝘳𝘢𝘯 𝘱𝘦𝘵𝘢𝘭𝘰𝘴 𝘥𝘦 𝘶𝘯𝘢 𝘧𝘭𝘰𝘳 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘦𝘹𝘪𝘴𝘵𝘪𝘢 𝘦𝘯 𝘦𝘴𝘵𝘦 𝘮𝘶𝘯𝘥𝘰. A su lado, Luc se materializó, más pálido que de costumbre –como si eso fuera posible–. «𝘕𝘶𝘯𝘤𝘢 𝘮𝘢𝘴 𝘩𝘢𝘨𝘢𝘴 𝘦𝘴𝘰. 𝘕𝘶𝘯𝘤𝘢 𝘮𝘢𝘴 𝘭𝘭𝘢𝘮𝘦𝘴 𝘢 𝘦𝘴𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘦𝘯𝘵𝘪𝘦𝘯𝘥𝘦𝘴.» Murmuró. Ella no respondió. Se limitó a mirar hacia el horizonte, dónde la luna –esta vez, una real. La luna que conocía– se reflejaba sobre aguas demasiado tranquilas. En su muñeca, dónde antes estaban las runas de supresión, ahora había una marca nueva. Una que parecía girar si la mirabas demasiado tiempo. "Todo deseo tiene un costo..." Pensó, acariciando la marca.
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  • El anciano mago estaba sentado en una roca, con la mirada perdida en el suelo polvoriento de la pradera. Sus manos temblaban levemente mientras repasaba en su mente los fragmentos de un conjuro que, por alguna razón, ya no podía recordar. Su túnica, antaño majestuosa, estaba raída por los años y su sombrero ladeado le daba un aire de hombre perdido en su propio tiempo.

    Ghost apareció detrás de él, con las manos en los bolsillos y una media sonrisa en el rostro.

    —Vaya, vaya… parece que alguien ha olvidado las llaves de su casa.

    El mago levantó la vista con un sobresalto, entrecerrando los ojos para ver mejor a la figura de cabello naranja que le sonreía con aire despreocupado.

    —¿Quién eres tú? —preguntó con voz áspera.

    —Ghost. Un amigo de los que se pierden —respondió, sentándose a su lado—. Y tú, si no me equivoco, eres un hechicero que olvidó cómo abrir su propio portal.

    El anciano suspiró con frustración.

    —Es ridículo… He viajado por dimensiones enteras, lanzado hechizos que podrían hacer temblar montañas, pero este… este simple conjuro se me ha escapado. Como si mi mente se negara a recordarlo.

    Ghost apoyó un codo en su rodilla y se inclinó hacia él.

    —La memoria es caprichosa, especialmente cuando la mente se llena de dudas. Pero dime, ¿qué recuerdas del hechizo?

    El mago cerró los ojos, frunciendo el ceño.

    —Era… algo sobre llamas azules… y un círculo en espiral…

    Ghost chasqueó los dedos.

    —¡Ah! Un portal de llamas frías. Buen gusto. Pero dime, cuando lo aprendiste, ¿qué sentiste?

    El mago abrió los ojos, confundido.

    —¿Sentir? No sé… emoción, supongo. Era joven, impetuoso. Lo aprendí para poder escapar de un maestro que… bueno, que no quería que me fuera.

    Ghost se rió suavemente.

    —Ahí lo tienes. No es que lo hayas olvidado… es que ya no eres el mismo joven impetuoso de antes. Tu mente lo bloqueó porque ya no eres alguien que huye.

    El mago frunció el ceño y Ghost le dio un golpecito en la frente con el dedo índice.

    —Pero recuerda, la magia no es solo palabras y símbolos. Es emoción, es instinto. No pienses en el hechizo. Siente el momento en el que lo aprendiste.

    El anciano respiró hondo y cerró los ojos de nuevo. Sus dedos empezaron a moverse, dibujando en el aire un círculo que brillaba con un resplandor azul pálido. Ghost observó con una sonrisa cuando el aire frente a ellos comenzó a retorcerse y, de repente, un portal de llamas frías se abrió frente a ellos.

    El mago lo miró con asombro.

    —Lo recordé…

    Ghost se puso de pie y le tendió la mano.

    —No lo recordaste. Lo volviste a encontrar dentro de ti.

    El anciano tomó su mano y se levantó con dificultad. Miró el portal y luego a Ghost con gratitud.

    —Gracias.

    Ghost se encogió de hombros con una sonrisa juguetona.

    —Es mi especialidad. Ahora, antes de que se cierre… ¿o acaso quieres quedarte aquí a tomar el té conmigo?

    El mago rió y, con una última mirada de respeto, cruzó el portal. Cuando desapareció, Ghost suspiró y miró el cielo dorado de la pradera.

    —Uno más que encuentra su camino… Ahora, ¿quién sigue?

    Antes de que el portal se cerrara por completo, Ghost alzó una mano en despedida y, con una sonrisa ladeada, dijo en un tono relajado:

    —じゃあな、魔法使いさん。(Jā na, mahōtsukai-san.)

    El resplandor azul del portal parpadeó una última vez antes de desvanecerse en la nada.
    El anciano mago estaba sentado en una roca, con la mirada perdida en el suelo polvoriento de la pradera. Sus manos temblaban levemente mientras repasaba en su mente los fragmentos de un conjuro que, por alguna razón, ya no podía recordar. Su túnica, antaño majestuosa, estaba raída por los años y su sombrero ladeado le daba un aire de hombre perdido en su propio tiempo. Ghost apareció detrás de él, con las manos en los bolsillos y una media sonrisa en el rostro. —Vaya, vaya… parece que alguien ha olvidado las llaves de su casa. El mago levantó la vista con un sobresalto, entrecerrando los ojos para ver mejor a la figura de cabello naranja que le sonreía con aire despreocupado. —¿Quién eres tú? —preguntó con voz áspera. —Ghost. Un amigo de los que se pierden —respondió, sentándose a su lado—. Y tú, si no me equivoco, eres un hechicero que olvidó cómo abrir su propio portal. El anciano suspiró con frustración. —Es ridículo… He viajado por dimensiones enteras, lanzado hechizos que podrían hacer temblar montañas, pero este… este simple conjuro se me ha escapado. Como si mi mente se negara a recordarlo. Ghost apoyó un codo en su rodilla y se inclinó hacia él. —La memoria es caprichosa, especialmente cuando la mente se llena de dudas. Pero dime, ¿qué recuerdas del hechizo? El mago cerró los ojos, frunciendo el ceño. —Era… algo sobre llamas azules… y un círculo en espiral… Ghost chasqueó los dedos. —¡Ah! Un portal de llamas frías. Buen gusto. Pero dime, cuando lo aprendiste, ¿qué sentiste? El mago abrió los ojos, confundido. —¿Sentir? No sé… emoción, supongo. Era joven, impetuoso. Lo aprendí para poder escapar de un maestro que… bueno, que no quería que me fuera. Ghost se rió suavemente. —Ahí lo tienes. No es que lo hayas olvidado… es que ya no eres el mismo joven impetuoso de antes. Tu mente lo bloqueó porque ya no eres alguien que huye. El mago frunció el ceño y Ghost le dio un golpecito en la frente con el dedo índice. —Pero recuerda, la magia no es solo palabras y símbolos. Es emoción, es instinto. No pienses en el hechizo. Siente el momento en el que lo aprendiste. El anciano respiró hondo y cerró los ojos de nuevo. Sus dedos empezaron a moverse, dibujando en el aire un círculo que brillaba con un resplandor azul pálido. Ghost observó con una sonrisa cuando el aire frente a ellos comenzó a retorcerse y, de repente, un portal de llamas frías se abrió frente a ellos. El mago lo miró con asombro. —Lo recordé… Ghost se puso de pie y le tendió la mano. —No lo recordaste. Lo volviste a encontrar dentro de ti. El anciano tomó su mano y se levantó con dificultad. Miró el portal y luego a Ghost con gratitud. —Gracias. Ghost se encogió de hombros con una sonrisa juguetona. —Es mi especialidad. Ahora, antes de que se cierre… ¿o acaso quieres quedarte aquí a tomar el té conmigo? El mago rió y, con una última mirada de respeto, cruzó el portal. Cuando desapareció, Ghost suspiró y miró el cielo dorado de la pradera. —Uno más que encuentra su camino… Ahora, ¿quién sigue? Antes de que el portal se cerrara por completo, Ghost alzó una mano en despedida y, con una sonrisa ladeada, dijo en un tono relajado: —じゃあな、魔法使いさん。(Jā na, mahōtsukai-san.) El resplandor azul del portal parpadeó una última vez antes de desvanecerse en la nada.
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  • *Haciendo estiramientos para hacer los entrenamientos diarios pero esta vez en el cielo en campo libre y no en casa, ya que padre estaría ocupado con sus quehaceres de reparar el cielo me dispuse a hacerlos solo, comenzando el entrenamiento con mis poderes sagrados cada vez me cansaba menos al usarlos y eran más precisos, pero al buen rato me comencé aquello comenzaba a aburrir así que aprovechando que no tenía vigilancia esboce una amplia sonrisa traviesa, haciendo aparecer mi atuendo puesto de arlequín eso daba índice a que se venían las locuras*

    - Probemos a ver si los maniquís del cielo aguantan algo de caos~.

    *Creando una bola del tamaño de una pelota de futbol el cual brillaba de arcoíris la lance hacia arriba para hacer aparecer un bate en mi mano sujetándolo con ambas y batear la bola con todas mis fuerzas, lo que no me esperaría es que aquella bola al impactar con el maniquí esta rebotaría mandándola hacia arriba dividiéndola en muchos fragmentos y dispersándose como las bolas de dragón yéndose a saber dónde y a saber que harán, a lo mejor explotaran destruyendo algo, transformando o simplemente crearan confeti, ¿Quién sabe?, al ver eso quedo un silencio casi sepulcral dando suaves golpecitos la punta del bate en el suelo y mirando hacia los lados, me eche hacia atrás lentamente apareciendo una trampilla de sótano en el suelo abierta y entrando lentamente escuchándose una risita sabiendo de que algo va a pasar*

    - Hehehehehe~.
    *Haciendo estiramientos para hacer los entrenamientos diarios pero esta vez en el cielo en campo libre y no en casa, ya que padre estaría ocupado con sus quehaceres de reparar el cielo me dispuse a hacerlos solo, comenzando el entrenamiento con mis poderes sagrados cada vez me cansaba menos al usarlos y eran más precisos, pero al buen rato me comencé aquello comenzaba a aburrir así que aprovechando que no tenía vigilancia esboce una amplia sonrisa traviesa, haciendo aparecer mi atuendo puesto de arlequín eso daba índice a que se venían las locuras* - Probemos a ver si los maniquís del cielo aguantan algo de caos~. *Creando una bola del tamaño de una pelota de futbol el cual brillaba de arcoíris la lance hacia arriba para hacer aparecer un bate en mi mano sujetándolo con ambas y batear la bola con todas mis fuerzas, lo que no me esperaría es que aquella bola al impactar con el maniquí esta rebotaría mandándola hacia arriba dividiéndola en muchos fragmentos y dispersándose como las bolas de dragón yéndose a saber dónde y a saber que harán, a lo mejor explotaran destruyendo algo, transformando o simplemente crearan confeti, ¿Quién sabe?, al ver eso quedo un silencio casi sepulcral dando suaves golpecitos la punta del bate en el suelo y mirando hacia los lados, me eche hacia atrás lentamente apareciendo una trampilla de sótano en el suelo abierta y entrando lentamente escuchándose una risita sabiendo de que algo va a pasar* - Hehehehehe~.
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