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    Quiero mas dioses o diosas norticos , para que Loki los moleste un poco ..... Traigan más dioses norticos:c
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  • 𝐒𝐔 𝐑𝐀𝐙Ó𝐍 - 𝐕𝐈𝐈
    𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬

    Se dejó caer de espaldas sobre la cama y se pasó una mano por el rostro agotado. La larga llama dorada de la lámpara de aceite en el tocador parpadeó suavemente, ofreciéndole consuelo. La habitación estaba quieta, el pasillo en silencio; la tranquilidad reinaba en la noche. Soltó un suspiro. Eneas por fin había dejado de llorar.

    La maternidad fue una de las peores batallas que jamás enfrentó. Ni siquiera aquellos meses de diversión junto a Anquises, cuando se hacía pasar por princesa o campesina la habían preparado para los cuidados que exigía la vida mortal. Creía haber aprendido lo esencial: la importancia del descanso, las comidas a tiempo y la fragilidad humana. Le habría gustado decir que lo hizo de maravilla, que fue una nodriza ejemplar y que todo salió bien. Pero nada más lejos de la realidad.

    Con cada día que pasaba, se convencía de que lo hacía terriblemente peor. No tenía un minuto de descanso, el niño siempre necesitaba algo nuevo: cambiar de pañales, dormirlo, apaciguar sus llantos interminables mientras trataba de descifrar si lloraba de hambre o de frío. No era madre primeriza… pero la experiencia de cuidar un bebé mortal no se podía comparar con la de una deidad, era algo completamente distinto.

    A eso se sumaba el hecho de que, además, debía ser cautelosa y medir muy bien cada acción que hiciera para no levantar sospechas. Absolutamente nadie en el palacio debía descubrir que ella no era la nodriza experimentada que decía ser, y mucho menos, que era una diosa.

    A veces ese pensamiento la llenaba de frustración. En ocasiones, por más que meciera a su hijo en brazos, le cantara una canción, lo arropara o lo alimentara, la rabia de sus lagrimas no cesaba. En su interior se agitaba un mar tormentoso de aflicción al que ella no siempre podía oponerse. Su paciencia se evaporaba, y la tentación de encender su Aión, de acceder a su divinidad se volvía casi irresistible. Podría usar su aura sobre él, envolverlo con ella, un truco que llegó a hacer en su momento con sus gemelos divinos para calmarlos. Un atajo que le haría las cosas más fáciles y que, sin embargo, le obligaba a cuestionarse que tan dependiente se había vuelto de su poder.

    Las noches pasaban y aunque Afro había atravesado incontables eventos a lo largo de su vida, ni siquiera la eternidad le pareció tan larga como la infancia de Eneas.

    Eneas odiaba el interior del palacio. Detestaba el sol, pero tampoco soportaba pasar demasiado tiempo bajo la sombra. Protestaba con el aroma del incienso y gritaba cuando ella dejaba de moverse. No le permitía quedarse quieta demasiado tiempo, eso, lejos de ayudar, lo alteraba. Probó suerte con algunos de los consejos de la reina Temiste y de thithē Ligeia, la anciana nodriza de Anquises, pero ninguno dio resultado. Lo único que realmente parecía funcionar eran los paseos por el jardín del palacio, que más que jardín, más bien era un frondoso bosque de hojas verdes escondido entre las murallas y las visitas a la playa. Le encantaba cuando ella le sumergía los pies en la espuma marina que oscurecía la arena al romper las olas, eso lograba arrancarle una sonrisa.

    Sus parpados comenzaban a cerrarse cuando el llanto de Eneas la despertó de golpe. Su pecho se sacudió, se frotó los ojos con los dedos antes de deslizarse fuera de la cama y salir al solitario pasillo. A menudo pensaba en su antigua vida y en todo lo que había dejado atrás al renunciar temporalmente a su divinidad, como en ese instante en el que se acercó a la cuna de su hijo para tomarlo entre sus brazos. Si aún fuera una diosa y no una mortal, aquel cansancio que le pesaba en los hombros y parpados grises no existiría.

    ────Oh, mi dulce príncipe… ¿qué ocurre? Ven, deja que te cargue un poco ─y aun con todo ese agotamiento, no dejó de sonreírle. Jamás dejaría de hacerlo.

    Se aseguró de alimentarlo y permaneció un largo rato junto a él. Le cantó una canción mientras caminaba en la oscuridad, y al recostarlo nuevamente en su cuna, le hizo cosquillas en la pancita. Como respuesta, el pequeño balbuceó algo, le sonrió y rio. Era la risa más preciosa y melodiosa que había escuchado jamás. El cansancio se disipó de su cuerpo; soltó una risa entrecortada y permitió que el sonido de su voz la llenara de fuerza, haciendo brotar desde lo más profundo de su pecho un amor tan intenso que le costaba creer que su corazón pudiera contenerlo sin romperse.

    Entonces comprendió que el amor de una madre no conocía límites. Sería capaz de hacer sangrar a este mundo por su hijo, caminar entre las brasas del fuego con los pies desnudos y desafiar a cualquier monstruo o deidad. Los convertiría en polvo de estrellas y lo esparciría en la inmensidad de la bóveda celeste si eso aseguraba la felicidad y bienestar de su pequeño.

    No advirtió el momento en que se quedó dormida junto a la cuna de su hijo, rodeándola con los brazos. Su corazón mortal latía débilmente, pero en paz.

    El amor que corría por sus venas era de una clase que los dioses no comprendían. No pertenecía a su naturaleza inmortal, tan distante del corazón humano, y sin embargo era la devoción que codiciaban con tanta hambre y anhelo. Un amor que no pedía adoración, ni ofrendas de vino o miel, ni templos con altares humeantes. Era un sentimiento sin medida, sin pausa ni descanso. Le exigía entregarse por completo en cuerpo y alma; exponerla a una peligrosa mezcla entre la ternura y el miedo a no tener nada bajo control, una mezcla tan intensa que la desbordaba cada vez que Eneas la miraba con sus ojitos brillantes, asomando la cabecita curiosa mientras ella preparaba ungüentos, aceites, baños o pañales.

    Sí, añoraba su antigua vida. Era cierto. Y aún así, jamás cambiaría ese cansancio por la calma inmortal que una vez conoció. Haría ese y mil sacrificios más por él.

    Durmió plácidamente en un dulce sueño. Tenía una razón para levantarse y luchar un día más.
    𝐒𝐔 𝐑𝐀𝐙Ó𝐍 - 𝐕𝐈𝐈 🐚 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬 Se dejó caer de espaldas sobre la cama y se pasó una mano por el rostro agotado. La larga llama dorada de la lámpara de aceite en el tocador parpadeó suavemente, ofreciéndole consuelo. La habitación estaba quieta, el pasillo en silencio; la tranquilidad reinaba en la noche. Soltó un suspiro. Eneas por fin había dejado de llorar. La maternidad fue una de las peores batallas que jamás enfrentó. Ni siquiera aquellos meses de diversión junto a Anquises, cuando se hacía pasar por princesa o campesina la habían preparado para los cuidados que exigía la vida mortal. Creía haber aprendido lo esencial: la importancia del descanso, las comidas a tiempo y la fragilidad humana. Le habría gustado decir que lo hizo de maravilla, que fue una nodriza ejemplar y que todo salió bien. Pero nada más lejos de la realidad. Con cada día que pasaba, se convencía de que lo hacía terriblemente peor. No tenía un minuto de descanso, el niño siempre necesitaba algo nuevo: cambiar de pañales, dormirlo, apaciguar sus llantos interminables mientras trataba de descifrar si lloraba de hambre o de frío. No era madre primeriza… pero la experiencia de cuidar un bebé mortal no se podía comparar con la de una deidad, era algo completamente distinto. A eso se sumaba el hecho de que, además, debía ser cautelosa y medir muy bien cada acción que hiciera para no levantar sospechas. Absolutamente nadie en el palacio debía descubrir que ella no era la nodriza experimentada que decía ser, y mucho menos, que era una diosa. A veces ese pensamiento la llenaba de frustración. En ocasiones, por más que meciera a su hijo en brazos, le cantara una canción, lo arropara o lo alimentara, la rabia de sus lagrimas no cesaba. En su interior se agitaba un mar tormentoso de aflicción al que ella no siempre podía oponerse. Su paciencia se evaporaba, y la tentación de encender su Aión, de acceder a su divinidad se volvía casi irresistible. Podría usar su aura sobre él, envolverlo con ella, un truco que llegó a hacer en su momento con sus gemelos divinos para calmarlos. Un atajo que le haría las cosas más fáciles y que, sin embargo, le obligaba a cuestionarse que tan dependiente se había vuelto de su poder. Las noches pasaban y aunque Afro había atravesado incontables eventos a lo largo de su vida, ni siquiera la eternidad le pareció tan larga como la infancia de Eneas. Eneas odiaba el interior del palacio. Detestaba el sol, pero tampoco soportaba pasar demasiado tiempo bajo la sombra. Protestaba con el aroma del incienso y gritaba cuando ella dejaba de moverse. No le permitía quedarse quieta demasiado tiempo, eso, lejos de ayudar, lo alteraba. Probó suerte con algunos de los consejos de la reina Temiste y de thithē Ligeia, la anciana nodriza de Anquises, pero ninguno dio resultado. Lo único que realmente parecía funcionar eran los paseos por el jardín del palacio, que más que jardín, más bien era un frondoso bosque de hojas verdes escondido entre las murallas y las visitas a la playa. Le encantaba cuando ella le sumergía los pies en la espuma marina que oscurecía la arena al romper las olas, eso lograba arrancarle una sonrisa. Sus parpados comenzaban a cerrarse cuando el llanto de Eneas la despertó de golpe. Su pecho se sacudió, se frotó los ojos con los dedos antes de deslizarse fuera de la cama y salir al solitario pasillo. A menudo pensaba en su antigua vida y en todo lo que había dejado atrás al renunciar temporalmente a su divinidad, como en ese instante en el que se acercó a la cuna de su hijo para tomarlo entre sus brazos. Si aún fuera una diosa y no una mortal, aquel cansancio que le pesaba en los hombros y parpados grises no existiría. ────Oh, mi dulce príncipe… ¿qué ocurre? Ven, deja que te cargue un poco ─y aun con todo ese agotamiento, no dejó de sonreírle. Jamás dejaría de hacerlo. Se aseguró de alimentarlo y permaneció un largo rato junto a él. Le cantó una canción mientras caminaba en la oscuridad, y al recostarlo nuevamente en su cuna, le hizo cosquillas en la pancita. Como respuesta, el pequeño balbuceó algo, le sonrió y rio. Era la risa más preciosa y melodiosa que había escuchado jamás. El cansancio se disipó de su cuerpo; soltó una risa entrecortada y permitió que el sonido de su voz la llenara de fuerza, haciendo brotar desde lo más profundo de su pecho un amor tan intenso que le costaba creer que su corazón pudiera contenerlo sin romperse. Entonces comprendió que el amor de una madre no conocía límites. Sería capaz de hacer sangrar a este mundo por su hijo, caminar entre las brasas del fuego con los pies desnudos y desafiar a cualquier monstruo o deidad. Los convertiría en polvo de estrellas y lo esparciría en la inmensidad de la bóveda celeste si eso aseguraba la felicidad y bienestar de su pequeño. No advirtió el momento en que se quedó dormida junto a la cuna de su hijo, rodeándola con los brazos. Su corazón mortal latía débilmente, pero en paz. El amor que corría por sus venas era de una clase que los dioses no comprendían. No pertenecía a su naturaleza inmortal, tan distante del corazón humano, y sin embargo era la devoción que codiciaban con tanta hambre y anhelo. Un amor que no pedía adoración, ni ofrendas de vino o miel, ni templos con altares humeantes. Era un sentimiento sin medida, sin pausa ni descanso. Le exigía entregarse por completo en cuerpo y alma; exponerla a una peligrosa mezcla entre la ternura y el miedo a no tener nada bajo control, una mezcla tan intensa que la desbordaba cada vez que Eneas la miraba con sus ojitos brillantes, asomando la cabecita curiosa mientras ella preparaba ungüentos, aceites, baños o pañales. Sí, añoraba su antigua vida. Era cierto. Y aún así, jamás cambiaría ese cansancio por la calma inmortal que una vez conoció. Haría ese y mil sacrificios más por él. Durmió plácidamente en un dulce sueño. Tenía una razón para levantarse y luchar un día más.
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    "La amé antes de que el tiempo aprendiera a caminar. Antes de que los dioses supieran mentir. La amé cuando aún no existía el dolor, y por eso inventé el dolor para poder extrañarla. "
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  • ━━━ 𝐉𝐮𝐞𝐠𝐨 𝐝𝐞 𝐂𝐚𝐳𝐚 ━━━
    Fandom Elder Scrolls / Crossover / OC
    Categoría Terror
    Todo comienza con un espasmo interior, un estremecimiento que parece partir desde el alma.

    Los músculos tiemblan, los huesos crujen. El cuerpo del humano empieza a contorsionarse como si algo dentro intentara desgarrar su prisión de carne. Las venas se hinchan, las articulaciones se dislocan, el rostro se tensa hasta lo indecible.

    Un aullido sofocado escapa entre dientes apretados… pero no es un grito humano.

    Entonces, la piel comienza a rasgarse desde adentro. Literalmente se desprende como una capa muerta, desgarrada por garras que emergen bajo ella. No es un cambio suave —la carne humana se abre para revelar al lobo que estaba atrapado dentro—. Del interior brotan músculos nuevos, pelaje negro que se propaga como una enfermedad viva, y garras que rompen los dedos humanos, sustituyéndolos por extremidades animales y brutales. La mandíbula se desloca y alarga; los dientes se multiplican, el cráneo cambia de forma. Los ojos, antes humanos, se inundan de una furia dorada, brillante y salvaje.

    Cuando el proceso termina, el cuerpo humano ha desaparecido bajo una criatura enorme, encorvada, de poder descomunal, mitad bestia mitad pesadilla.
    Su respiración es un rugido constante; el suelo tiembla con sus movimientos. Ya no hay razón ni control, solo instinto.

    El tono es vacío y maldito. La transformación no tiene belleza, solo sufrimiento y violencia pura.
    No hay transición heroica ni glorificación del poder: es una condena, un desgarro entre cuerpo y alma, una transfiguración forzada por la luna y la maldición.
    En ese instante, el hombre deja de existir, y lo que queda es la representación viva de la furia y el dolor.

    ┏━━━━━━━━━━━━┓
    𝑳𝒐𝒔 𝒍𝒊𝒄𝒂𝒏𝒕𝒓𝒐𝒑𝒐𝒔 𝒔𝒆𝒓𝒂𝒏 𝒄𝒂𝒛𝒂𝒅𝒐𝒓𝒆𝒔,
    𝒆𝒍 𝒓𝒆𝒔𝒕𝒐 𝒔𝒆𝒓𝒂𝒏 𝒔𝒖𝒔 𝒑𝒓𝒆𝒔𝒂𝒔.
    𝑻𝒐𝒅𝒂 𝒃𝒆𝒔𝒕𝒊𝒂 𝒒𝒖𝒆 𝒔𝒆 𝒏𝒊𝒆𝒈𝒖𝒆 𝒂 𝒑𝒂𝒓𝒕𝒊𝒄𝒊𝒑𝒂𝒓,
    𝒔𝒖𝒇𝒓𝒊𝒓𝒂 𝒖𝒏 𝒉𝒂𝒎𝒃𝒓𝒆 𝒗𝒐𝒓𝒂𝒛.
    𝑺𝒆𝒓𝒂𝒏 𝒉𝒐𝒏𝒓𝒓𝒂𝒅𝒐𝒔 𝒒𝒖𝒊𝒆𝒏𝒆𝒔 𝒎𝒊𝒔 𝒑𝒆𝒓𝒓𝒐𝒔 𝒍𝒐𝒈𝒓𝒆𝒏 𝒅𝒆𝒓𝒓𝒐𝒕𝒂𝒓,
    𝒆𝒏𝒇𝒓𝒆𝒏𝒕𝒂𝒏𝒅𝒐𝒎𝒆 𝒂 𝒎𝒊, 𝒆𝒍 𝑷𝒓𝒊𝒏𝒄𝒊𝒑𝒆 𝑯𝒊𝒓𝒄𝒊𝒏𝒆.
    ¡𝑫𝒐𝒚 𝒄𝒐𝒎𝒊𝒆𝒏𝒛𝒐 𝒂 𝒎𝒊 𝑱𝒖𝒆𝒈𝒐 𝒅𝒆 𝑪𝒂𝒛𝒂,
    𝒆𝒍 𝒄𝒖𝒂𝒍 𝒄𝒐𝒏𝒄𝒍𝒖𝒊𝒓𝒂 𝒄𝒖𝒂𝒏𝒅𝒐 𝒍𝒐𝒔 𝒄𝒊𝒆𝒍𝒐𝒔 𝒗𝒖𝒆𝒍𝒗𝒂𝒏 𝒂 𝒍𝒂 𝒏𝒐𝒓𝒎𝒂𝒍𝒊𝒅𝒂𝒅!
    ┗━━━━━━━━━━━━┛

    — "𝗗𝗼𝘆 𝗰𝗼𝗺𝗶𝗲𝗻𝘇𝗼 𝗮 𝗺𝗶 𝗝𝘂𝗲𝗴𝗼 𝗱𝗲 𝗖𝗮𝘇𝗮" — La voz del anfitrión sigue resonando en la mente de todos, como un eco imposible. — "𝗖𝘂𝗮𝗻𝗱𝗼 𝗹𝗼𝘀 𝗰𝗶𝗲𝗹𝗼𝘀 𝘃𝘂𝗲𝗹𝘃𝗮𝗻 𝗮 𝗹𝗮 𝗻𝗼𝗿𝗺𝗮𝗹𝗶𝗱𝗮𝗱". — La noche los espanta, cubriéndose de neblina espesa y una fuerte tonalidad verde fantasmal proveniente de la luna.

    El inicio del juego transforma el entorno en un teatro de locura. Los bosques se llenan de susurros y respiraciones, el aire se vuelve más denso, húmedo y con olor a hierro. Los aullidos se mezclan con gritos humanos. Se pueden distinguir movimientos veloces y colmillos brillando entre sombras.


    Los 𝗰𝗮𝘇𝗮𝗱𝗼𝗿𝗲𝘀 sienten algo extraño dentro de sí. El aire pesa, la tierra vibra bajos sus pies y sus cuerpos ya no les obedecen. No entienden si están siendo castigados, poseídos o si están muriendo. Intentan resistirlo, atándose a árboles o clavando las manos al suelo para no moverse y otros sucumben a sus nuevos instintos.

    La voz teatral en la cabeza de las 𝗽𝗿𝗲𝘀𝗮𝘀 rompe toda lógica natural; en la Edad Media, eso sería un suceso aterrador, considerado demoníaco o divino. Algunos se arrodillan, rezan, o se golpean el pecho convencidos de que los Dioses los están castigando o que el fin ha llegado. Otros gritan, lloran o huyen sin rumbo. La adrenalina toma el control. Algunos se ríen, no lo creen o piensan que han enloquecido.
    Una vez la caza empieza, el pánico se convierte en supervivencia o desesperación.
    Los más pragmáticos buscan refugio, armas o ventaja de alguna forma. Los seguidores del Príncipe de la Caza interpretan todo como una prueba, participando sin pensarlo mucho. Algunos protectores de los débiles comienzan a formar grupos para defender a la gente. Hay quienes se resignan entregándose a los licántropos, aceptando su destino.


    [ 𝐄𝐬𝐭𝐞 𝐫𝐨𝐥 𝐧𝐨 𝐭𝐢𝐞𝐧𝐞 𝐪𝐮𝐞 𝐧𝐞𝐜𝐞𝐬𝐚𝐫𝐢𝐚𝐦𝐞𝐧𝐭𝐞 𝐚𝐟𝐞𝐜𝐭𝐚𝐫 𝐞𝐥 𝐜𝐚𝐧𝐨𝐧 𝐝𝐞 𝐭𝐮 𝐩𝐞𝐫𝐬𝐨𝐧𝐚𝐣𝐞, ¡𝐭𝐨𝐝𝐨𝐬 𝐞𝐬𝐭𝐚𝐧 𝐢𝐧𝐯𝐢𝐭𝐚𝐝𝐨𝐬 𝐚 𝐬𝐞𝐫 𝐜𝐚𝐳𝐚𝐝𝐨𝐫𝐞𝐬 𝐨 𝐩𝐫𝐞𝐬𝐚𝐬! 𝐏𝐮𝐞𝐝𝐞𝐬 𝐫𝐞𝐯𝐞𝐫𝐬𝐢𝐨𝐧𝐚𝐫 𝐭𝐮 𝐩𝐞𝐫𝐬𝐨𝐧𝐚𝐣𝐞 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐞𝐧𝐜𝐚𝐣𝐚𝐫 𝐜𝐨𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚/𝐮𝐧𝐢𝐯𝐞𝐫𝐬𝐨 𝐞𝐧 𝐥𝐚 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐞 𝐛𝐚𝐬𝐚 𝐞𝐬𝐭𝐞 𝐫𝐨𝐥 (Skyrim) 𝐨 𝐧𝐨, 𝐞𝐬𝐨 𝐥𝐨 𝐞𝐥𝐢𝐠𝐞𝐬 𝐭𝐮. ¡𝐅𝐞𝐥𝐢𝐳 𝐇𝐚𝐥𝐥𝐨𝐰𝐞𝐞𝐧! ]
    Todo comienza con un espasmo interior, un estremecimiento que parece partir desde el alma. Los músculos tiemblan, los huesos crujen. El cuerpo del humano empieza a contorsionarse como si algo dentro intentara desgarrar su prisión de carne. Las venas se hinchan, las articulaciones se dislocan, el rostro se tensa hasta lo indecible. Un aullido sofocado escapa entre dientes apretados… pero no es un grito humano. Entonces, la piel comienza a rasgarse desde adentro. Literalmente se desprende como una capa muerta, desgarrada por garras que emergen bajo ella. No es un cambio suave —la carne humana se abre para revelar al lobo que estaba atrapado dentro—. Del interior brotan músculos nuevos, pelaje negro que se propaga como una enfermedad viva, y garras que rompen los dedos humanos, sustituyéndolos por extremidades animales y brutales. La mandíbula se desloca y alarga; los dientes se multiplican, el cráneo cambia de forma. Los ojos, antes humanos, se inundan de una furia dorada, brillante y salvaje. Cuando el proceso termina, el cuerpo humano ha desaparecido bajo una criatura enorme, encorvada, de poder descomunal, mitad bestia mitad pesadilla. Su respiración es un rugido constante; el suelo tiembla con sus movimientos. Ya no hay razón ni control, solo instinto. El tono es vacío y maldito. La transformación no tiene belleza, solo sufrimiento y violencia pura. No hay transición heroica ni glorificación del poder: es una condena, un desgarro entre cuerpo y alma, una transfiguración forzada por la luna y la maldición. En ese instante, el hombre deja de existir, y lo que queda es la representación viva de la furia y el dolor. ┏━━━━━━━━━━━━┓ 𝑳𝒐𝒔 𝒍𝒊𝒄𝒂𝒏𝒕𝒓𝒐𝒑𝒐𝒔 𝒔𝒆𝒓𝒂𝒏 𝒄𝒂𝒛𝒂𝒅𝒐𝒓𝒆𝒔, 𝒆𝒍 𝒓𝒆𝒔𝒕𝒐 𝒔𝒆𝒓𝒂𝒏 𝒔𝒖𝒔 𝒑𝒓𝒆𝒔𝒂𝒔. 𝑻𝒐𝒅𝒂 𝒃𝒆𝒔𝒕𝒊𝒂 𝒒𝒖𝒆 𝒔𝒆 𝒏𝒊𝒆𝒈𝒖𝒆 𝒂 𝒑𝒂𝒓𝒕𝒊𝒄𝒊𝒑𝒂𝒓, 𝒔𝒖𝒇𝒓𝒊𝒓𝒂 𝒖𝒏 𝒉𝒂𝒎𝒃𝒓𝒆 𝒗𝒐𝒓𝒂𝒛. 𝑺𝒆𝒓𝒂𝒏 𝒉𝒐𝒏𝒓𝒓𝒂𝒅𝒐𝒔 𝒒𝒖𝒊𝒆𝒏𝒆𝒔 𝒎𝒊𝒔 𝒑𝒆𝒓𝒓𝒐𝒔 𝒍𝒐𝒈𝒓𝒆𝒏 𝒅𝒆𝒓𝒓𝒐𝒕𝒂𝒓, 𝒆𝒏𝒇𝒓𝒆𝒏𝒕𝒂𝒏𝒅𝒐𝒎𝒆 𝒂 𝒎𝒊, 𝒆𝒍 𝑷𝒓𝒊𝒏𝒄𝒊𝒑𝒆 𝑯𝒊𝒓𝒄𝒊𝒏𝒆. ¡𝑫𝒐𝒚 𝒄𝒐𝒎𝒊𝒆𝒏𝒛𝒐 𝒂 𝒎𝒊 𝑱𝒖𝒆𝒈𝒐 𝒅𝒆 𝑪𝒂𝒛𝒂, 𝒆𝒍 𝒄𝒖𝒂𝒍 𝒄𝒐𝒏𝒄𝒍𝒖𝒊𝒓𝒂 𝒄𝒖𝒂𝒏𝒅𝒐 𝒍𝒐𝒔 𝒄𝒊𝒆𝒍𝒐𝒔 𝒗𝒖𝒆𝒍𝒗𝒂𝒏 𝒂 𝒍𝒂 𝒏𝒐𝒓𝒎𝒂𝒍𝒊𝒅𝒂𝒅! ┗━━━━━━━━━━━━┛ — "𝗗𝗼𝘆 𝗰𝗼𝗺𝗶𝗲𝗻𝘇𝗼 𝗮 𝗺𝗶 𝗝𝘂𝗲𝗴𝗼 𝗱𝗲 𝗖𝗮𝘇𝗮" — La voz del anfitrión sigue resonando en la mente de todos, como un eco imposible. — "𝗖𝘂𝗮𝗻𝗱𝗼 𝗹𝗼𝘀 𝗰𝗶𝗲𝗹𝗼𝘀 𝘃𝘂𝗲𝗹𝘃𝗮𝗻 𝗮 𝗹𝗮 𝗻𝗼𝗿𝗺𝗮𝗹𝗶𝗱𝗮𝗱". — La noche los espanta, cubriéndose de neblina espesa y una fuerte tonalidad verde fantasmal proveniente de la luna. El inicio del juego transforma el entorno en un teatro de locura. Los bosques se llenan de susurros y respiraciones, el aire se vuelve más denso, húmedo y con olor a hierro. Los aullidos se mezclan con gritos humanos. Se pueden distinguir movimientos veloces y colmillos brillando entre sombras. Los 𝗰𝗮𝘇𝗮𝗱𝗼𝗿𝗲𝘀 sienten algo extraño dentro de sí. El aire pesa, la tierra vibra bajos sus pies y sus cuerpos ya no les obedecen. No entienden si están siendo castigados, poseídos o si están muriendo. Intentan resistirlo, atándose a árboles o clavando las manos al suelo para no moverse y otros sucumben a sus nuevos instintos. La voz teatral en la cabeza de las 𝗽𝗿𝗲𝘀𝗮𝘀 rompe toda lógica natural; en la Edad Media, eso sería un suceso aterrador, considerado demoníaco o divino. Algunos se arrodillan, rezan, o se golpean el pecho convencidos de que los Dioses los están castigando o que el fin ha llegado. Otros gritan, lloran o huyen sin rumbo. La adrenalina toma el control. Algunos se ríen, no lo creen o piensan que han enloquecido. Una vez la caza empieza, el pánico se convierte en supervivencia o desesperación. Los más pragmáticos buscan refugio, armas o ventaja de alguna forma. Los seguidores del Príncipe de la Caza interpretan todo como una prueba, participando sin pensarlo mucho. Algunos protectores de los débiles comienzan a formar grupos para defender a la gente. Hay quienes se resignan entregándose a los licántropos, aceptando su destino. [ 𝐄𝐬𝐭𝐞 𝐫𝐨𝐥 𝐧𝐨 𝐭𝐢𝐞𝐧𝐞 𝐪𝐮𝐞 𝐧𝐞𝐜𝐞𝐬𝐚𝐫𝐢𝐚𝐦𝐞𝐧𝐭𝐞 𝐚𝐟𝐞𝐜𝐭𝐚𝐫 𝐞𝐥 𝐜𝐚𝐧𝐨𝐧 𝐝𝐞 𝐭𝐮 𝐩𝐞𝐫𝐬𝐨𝐧𝐚𝐣𝐞, ¡𝐭𝐨𝐝𝐨𝐬 𝐞𝐬𝐭𝐚𝐧 𝐢𝐧𝐯𝐢𝐭𝐚𝐝𝐨𝐬 𝐚 𝐬𝐞𝐫 𝐜𝐚𝐳𝐚𝐝𝐨𝐫𝐞𝐬 𝐨 𝐩𝐫𝐞𝐬𝐚𝐬! 𝐏𝐮𝐞𝐝𝐞𝐬 𝐫𝐞𝐯𝐞𝐫𝐬𝐢𝐨𝐧𝐚𝐫 𝐭𝐮 𝐩𝐞𝐫𝐬𝐨𝐧𝐚𝐣𝐞 𝐩𝐚𝐫𝐚 𝐞𝐧𝐜𝐚𝐣𝐚𝐫 𝐜𝐨𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚/𝐮𝐧𝐢𝐯𝐞𝐫𝐬𝐨 𝐞𝐧 𝐥𝐚 𝐪𝐮𝐞 𝐬𝐞 𝐛𝐚𝐬𝐚 𝐞𝐬𝐭𝐞 𝐫𝐨𝐥 (Skyrim) 𝐨 𝐧𝐨, 𝐞𝐬𝐨 𝐥𝐨 𝐞𝐥𝐢𝐠𝐞𝐬 𝐭𝐮. 🎃 ¡𝐅𝐞𝐥𝐢𝐳 𝐇𝐚𝐥𝐥𝐨𝐰𝐞𝐞𝐧! 🎃 ]
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  • 𝐂𝐀𝐍𝐆𝐑𝐄𝐉𝐎 - 𝐕𝐈
    𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬

    ────Yo, Anquises, hijo de Capis, descendiente Dárdano, presento ahora a mi hijo Eneas ante los dioses para pedir su protección y sus bendiciones.

    Al tercer día, como dictaban las costumbres de los troyanos, Anquises había alzado a su hijo frente al fuego del hogar, en una pequeña ceremonia a la que asistieron algunas de las familias nobles de las ciudades aliadas de Dardania. Luego, se volvió hacia el sacerdote, quién posó su mano sobre la cabeza de su hijo para bendecirlo.

    El sacerdote comenzó a recitar plegarias sagradas para el Portador de Tormentas, pero su voz, vieja y astillada como la corteza de un viejo roble, flotó a un lugar lejano para Afro. Ocupaba su sitio junto al resto de los sirvientes congregados en el patio del palacio, entre las sombras que retrocedían ante el fuego de las antorchas dispuestas a su alrededor. Se refugio bajo el largo velo que caía detrás de su espalda. Aunque era una noche de verano, el aire cargado del dulce aroma del incienso y jazmín estaba bastante fresco.

    ────¡Zeus Cronión! Portador del rayo, centelleante, tonante, fulminante; escúchanos ahora…

    Afro apretó las manos frente a su estómago y observó con cierto anhelo a los nobles aglomerados en el interior. No iba a negarlo: le habría encantado tener un sitio delante de todo ese gran gentío, a un lado de la reina Temiste, presenciando la ceremonia como lo que realmente era: la madre de Eneas. No obstante, estar hasta atrás también tenía sus ventajas; y es que mientras la ceremonia transcurría, Afro había tenido la ocasión de examinar con ojo curioso a los invitados.

    Observó sus ropajes, la calidad de las telas que eran superiores a lo que ella llevaba puesto, los colores, los bordados tan finos hechos con hilos de oro. Un hermoso collar de cuentas de ámbar rodeaba el cuello de una noble, resaltando el color de sus ojos felinos. «Ah, esta sabe perfectamente lo que lleva sobre las clavículas. Es su mejor arma, es obvio que acaparará todas las miradas. Y ya veo algunos cuellos curiosos erguidos en su dirección». Pensó Afro, apenas disimulando una sonrisa.

    En el otro extremo del salón, un hombre de túnica azul oscuro estaba parado a un costado de una columna, Afro arqueó una ceja. No parecía haber recibido la invitación con mucha antelación; había sido uno de los últimos invitados en atravesar las puertas y su sonrisa, aunque amable y cortes, supo ocultar el color en sus mejillas. ¿Habría corrido a toda prisa para llegar hasta el palacio? Una pulsera de diminutas conchas rodeaba su muñeca. Eso le hizo sospechar que quizás el hombre venía de las costas de Licia.

    Pero de todos los invitados, un grupo en particular llamó su atención. Nunca había visto a ninguno, a pesar de que había escuchado sus nombres; hacían compañía a la reina Temiste. La cercanía en su trato, la naturalidad con la que hablaban, tan amena y cercana, le indicó que ya existía confianza entre ellos desde hace un tiempo. Más tarde, Anquises se encargaría de contarle que se trataba de la casa real de Ilión (Troya). El rey Príamo con su corona de lapislázuli que resaltaba sobre la cascada de cabellos negros, llevaba del brazo a la reina Hécuba de mirada vivas y gentil. Y a su lado, se encontraban sus hijos, sosteniendo ramas de olivo y laurel entre sus manitas. Por la forma en que sus dedos jugueteaban con los tallos frescos, era evidente el gran esfuerzo que estaban poniendo en no pelear, ni bostezar.

    Que buenos estaban siendo esos niños, había pensado para sus adentros. Si ella tuviera ese nivel de paciencia, probablemente habría hecho grandes proezas hace mucho. Era un logro que debía reconocerse.

    Y casi como si le hubiera leído las palabras en la mente, la hija pequeña de Príamo giró la cabeza, en su dirección.

    Afro contuvo la respiración cuando esos ojos de obsidiana cruzaron con los suyos. ¿Por qué… esa niña la miraba así? Era la expresión de alguien que había encontrado un cabello en su comida y empieza, meticulosamente, a hacer una lista mental de posibles cabezas sospechosas a quién podría pertenecer esa hebra. Era la primera vez que un niño mortal la observaba de esa manera, con tanta suspicacia, y eso, para su propia sorpresa, le provocó un ligero nerviosismo.

    Forzó una sonrisa, la más amable que sus labios consiguieron esbozar y discretamente levantó la mano para saludarla. Pero su gesto se derritió al instante, como la nieve bajo el sol de primavera. La niña no solo no le devolvió el saludo, sino que su expresión ceñuda se tornó aún más analítica. Tragó saliva, aunque incomoda, Afro no se achicó, ni rompió el contacto visual. Dejó que la niña hiciera su análisis sobre ella, convirtiéndose en el objetivo de contemplación de su estudio. Creyó que la descomponía pieza por pieza, hasta entender cada función, o al menos, eso intentaba ¿Podía culparla? En su edad más temprana, motivada por la curiosidad inocente, Afro habría hecho lo mismo con una ostra y un cangrejo que encontró en las orillas de la playa de Chipre, la primera vez que pisó tierra firme después de su nacimiento en el seno de las profundidades del mar. Los dioses crecían a una velocidad alarmante, así que cuando el oleaje terminó de dar forma a la carne y la sangre celestial de su padre que habían sido arrojados al mar, las olas expulsaron a la superficie a una niña que, aunque frágil, tenía la fuerza suficiente en las extremidades para nadar hasta la costa.

    Su conocimiento sobre el mundo era limitado y sin nadie quién la supervisara, se dedicó a caminar por la playa desierta. La playa de arenas blancas era enorme, los árboles frondosos que se alzaban a la distancia no le inspiraron el menor deseo de adentrarse en su espesura. Vagó sin rumbo hasta que algo capturó su atención: una ostra. Era liviana entre sus manos y al no oír sonido alguno al sacudirla junto a su oído, la abrió con ayuda de una piedra de punta afilada. Dentro encontró un par de perlas que después convertiría en los pendientes que ahora llevaba puestos.

    Más adelante halló un cangrejo caminando detrás de una roca enorme. Se acuclilló para observarlo, fascinada por esa forma tan peculiar de moverse de lado. Cada vez que intentaba llegar al mar, ella le cortaba el paso con la mano. El pequeño insistía, avanzando primero hacia un lado y luego hacia el otro, y ella, divertida, volvía a interponerse. Un duelo de paciencia que él perdió primero. Entre risas, cuando volvió a bloquearle el camino, el cangrejo esa vez cerró sus pinzas con firmeza alrededor de su dedo.

    Aún recordaba el dolor que aquello le causó, tan vivido y punzante que podría jurar que, después de años, el cangrejo seguía aferrado a su dedo solo para darle una lección de límites. Y vaya que lo consiguió; aquella punzada fantasma bastó para devolverla, de golpe, a la realidad.

    «Está bien. Ganaste esta ronda, amigo crustáceo».

    Hizo una leve mueca, el recuerdo tardío de esas pinzas que, al parecer, aún tenían algo que reclamarle, antes de que el murmullo de la ceremonia la alcanzara en los oídos.

    Moiras santas. Eso... eso dolió bastante...

    Gracias a los dioses, el sacerdote terminó su labor, poniendo fin al análisis de aquella niña troyana. La reina Hécuba tomó de la mano a la niña para conducirla junto a sus hermanos al frente, y fue entonces que Afro descubrió el nombre de aquella chiquilla.

    ────Ven, Cassandra ─le dijo su madre─. Vamos a llevarle nuestros regalos al príncipe.

    Dedicándole una última mirada que prometía continuar con el estudio de su persona más tarde y sin hacer más, obediente, Cassandra dio media vuelta y se perdió entre la multitud de nobles que se amontonaba junto a sus hijos para presentar sus regalos a Eneas. Su familia se situó en el lugar de preeminencia que les correspondía, siendo ellos los primeros en entregar sus obsequios. Solo los hijos mayores de Príamo pasaron al frente para ofrecer las ramitas de olivo y laurel al pequeño príncipe. Claro, Eneas los observaba confundido con sus grandes ojitos. No comprendía lo que estaba ocurriendo. Pero su hijo ya desde bebé era valiente, ninguna sombra de duda o temor cubrió su rostro ante ninguno de esos extraños que se acercaron a darle la bienvenida al mundo.

    El banquete dio inicio y el palacio se llenó de música, cantos y risas. Las antorchas danzaban en los muros y las voces se mezclaron con el sonido de las copas. En lo que restó de la noche, Afro no volvió a saber nada de Cassandra ni de sus analíticos ojos de obsidiana. Por un momento, Afro se sintió como aquel cangrejo en la playa, solo que, a diferencia de él, ella ahora no tenía pinzas con que defenderse.

    Y no las necesitaba.
    𝐂𝐀𝐍𝐆𝐑𝐄𝐉𝐎 - 𝐕𝐈 🦀 𝐄𝐧 𝐥𝐚 𝐞𝐫𝐚 𝐝𝐞 𝐥𝐨𝐬 𝐡é𝐫𝐨𝐞𝐬 𝐲 𝐦𝐨𝐧𝐬𝐭𝐫𝐮𝐨𝐬 ────Yo, Anquises, hijo de Capis, descendiente Dárdano, presento ahora a mi hijo Eneas ante los dioses para pedir su protección y sus bendiciones. Al tercer día, como dictaban las costumbres de los troyanos, Anquises había alzado a su hijo frente al fuego del hogar, en una pequeña ceremonia a la que asistieron algunas de las familias nobles de las ciudades aliadas de Dardania. Luego, se volvió hacia el sacerdote, quién posó su mano sobre la cabeza de su hijo para bendecirlo. El sacerdote comenzó a recitar plegarias sagradas para el Portador de Tormentas, pero su voz, vieja y astillada como la corteza de un viejo roble, flotó a un lugar lejano para Afro. Ocupaba su sitio junto al resto de los sirvientes congregados en el patio del palacio, entre las sombras que retrocedían ante el fuego de las antorchas dispuestas a su alrededor. Se refugio bajo el largo velo que caía detrás de su espalda. Aunque era una noche de verano, el aire cargado del dulce aroma del incienso y jazmín estaba bastante fresco. ────¡Zeus Cronión! Portador del rayo, centelleante, tonante, fulminante; escúchanos ahora… Afro apretó las manos frente a su estómago y observó con cierto anhelo a los nobles aglomerados en el interior. No iba a negarlo: le habría encantado tener un sitio delante de todo ese gran gentío, a un lado de la reina Temiste, presenciando la ceremonia como lo que realmente era: la madre de Eneas. No obstante, estar hasta atrás también tenía sus ventajas; y es que mientras la ceremonia transcurría, Afro había tenido la ocasión de examinar con ojo curioso a los invitados. Observó sus ropajes, la calidad de las telas que eran superiores a lo que ella llevaba puesto, los colores, los bordados tan finos hechos con hilos de oro. Un hermoso collar de cuentas de ámbar rodeaba el cuello de una noble, resaltando el color de sus ojos felinos. «Ah, esta sabe perfectamente lo que lleva sobre las clavículas. Es su mejor arma, es obvio que acaparará todas las miradas. Y ya veo algunos cuellos curiosos erguidos en su dirección». Pensó Afro, apenas disimulando una sonrisa. En el otro extremo del salón, un hombre de túnica azul oscuro estaba parado a un costado de una columna, Afro arqueó una ceja. No parecía haber recibido la invitación con mucha antelación; había sido uno de los últimos invitados en atravesar las puertas y su sonrisa, aunque amable y cortes, supo ocultar el color en sus mejillas. ¿Habría corrido a toda prisa para llegar hasta el palacio? Una pulsera de diminutas conchas rodeaba su muñeca. Eso le hizo sospechar que quizás el hombre venía de las costas de Licia. Pero de todos los invitados, un grupo en particular llamó su atención. Nunca había visto a ninguno, a pesar de que había escuchado sus nombres; hacían compañía a la reina Temiste. La cercanía en su trato, la naturalidad con la que hablaban, tan amena y cercana, le indicó que ya existía confianza entre ellos desde hace un tiempo. Más tarde, Anquises se encargaría de contarle que se trataba de la casa real de Ilión (Troya). El rey Príamo con su corona de lapislázuli que resaltaba sobre la cascada de cabellos negros, llevaba del brazo a la reina Hécuba de mirada vivas y gentil. Y a su lado, se encontraban sus hijos, sosteniendo ramas de olivo y laurel entre sus manitas. Por la forma en que sus dedos jugueteaban con los tallos frescos, era evidente el gran esfuerzo que estaban poniendo en no pelear, ni bostezar. Que buenos estaban siendo esos niños, había pensado para sus adentros. Si ella tuviera ese nivel de paciencia, probablemente habría hecho grandes proezas hace mucho. Era un logro que debía reconocerse. Y casi como si le hubiera leído las palabras en la mente, la hija pequeña de Príamo giró la cabeza, en su dirección. Afro contuvo la respiración cuando esos ojos de obsidiana cruzaron con los suyos. ¿Por qué… esa niña la miraba así? Era la expresión de alguien que había encontrado un cabello en su comida y empieza, meticulosamente, a hacer una lista mental de posibles cabezas sospechosas a quién podría pertenecer esa hebra. Era la primera vez que un niño mortal la observaba de esa manera, con tanta suspicacia, y eso, para su propia sorpresa, le provocó un ligero nerviosismo. Forzó una sonrisa, la más amable que sus labios consiguieron esbozar y discretamente levantó la mano para saludarla. Pero su gesto se derritió al instante, como la nieve bajo el sol de primavera. La niña no solo no le devolvió el saludo, sino que su expresión ceñuda se tornó aún más analítica. Tragó saliva, aunque incomoda, Afro no se achicó, ni rompió el contacto visual. Dejó que la niña hiciera su análisis sobre ella, convirtiéndose en el objetivo de contemplación de su estudio. Creyó que la descomponía pieza por pieza, hasta entender cada función, o al menos, eso intentaba ¿Podía culparla? En su edad más temprana, motivada por la curiosidad inocente, Afro habría hecho lo mismo con una ostra y un cangrejo que encontró en las orillas de la playa de Chipre, la primera vez que pisó tierra firme después de su nacimiento en el seno de las profundidades del mar. Los dioses crecían a una velocidad alarmante, así que cuando el oleaje terminó de dar forma a la carne y la sangre celestial de su padre que habían sido arrojados al mar, las olas expulsaron a la superficie a una niña que, aunque frágil, tenía la fuerza suficiente en las extremidades para nadar hasta la costa. Su conocimiento sobre el mundo era limitado y sin nadie quién la supervisara, se dedicó a caminar por la playa desierta. La playa de arenas blancas era enorme, los árboles frondosos que se alzaban a la distancia no le inspiraron el menor deseo de adentrarse en su espesura. Vagó sin rumbo hasta que algo capturó su atención: una ostra. Era liviana entre sus manos y al no oír sonido alguno al sacudirla junto a su oído, la abrió con ayuda de una piedra de punta afilada. Dentro encontró un par de perlas que después convertiría en los pendientes que ahora llevaba puestos. Más adelante halló un cangrejo caminando detrás de una roca enorme. Se acuclilló para observarlo, fascinada por esa forma tan peculiar de moverse de lado. Cada vez que intentaba llegar al mar, ella le cortaba el paso con la mano. El pequeño insistía, avanzando primero hacia un lado y luego hacia el otro, y ella, divertida, volvía a interponerse. Un duelo de paciencia que él perdió primero. Entre risas, cuando volvió a bloquearle el camino, el cangrejo esa vez cerró sus pinzas con firmeza alrededor de su dedo. Aún recordaba el dolor que aquello le causó, tan vivido y punzante que podría jurar que, después de años, el cangrejo seguía aferrado a su dedo solo para darle una lección de límites. Y vaya que lo consiguió; aquella punzada fantasma bastó para devolverla, de golpe, a la realidad. «Está bien. Ganaste esta ronda, amigo crustáceo». Hizo una leve mueca, el recuerdo tardío de esas pinzas que, al parecer, aún tenían algo que reclamarle, antes de que el murmullo de la ceremonia la alcanzara en los oídos. Moiras santas. Eso... eso dolió bastante... Gracias a los dioses, el sacerdote terminó su labor, poniendo fin al análisis de aquella niña troyana. La reina Hécuba tomó de la mano a la niña para conducirla junto a sus hermanos al frente, y fue entonces que Afro descubrió el nombre de aquella chiquilla. ────Ven, Cassandra ─le dijo su madre─. Vamos a llevarle nuestros regalos al príncipe. Dedicándole una última mirada que prometía continuar con el estudio de su persona más tarde y sin hacer más, obediente, Cassandra dio media vuelta y se perdió entre la multitud de nobles que se amontonaba junto a sus hijos para presentar sus regalos a Eneas. Su familia se situó en el lugar de preeminencia que les correspondía, siendo ellos los primeros en entregar sus obsequios. Solo los hijos mayores de Príamo pasaron al frente para ofrecer las ramitas de olivo y laurel al pequeño príncipe. Claro, Eneas los observaba confundido con sus grandes ojitos. No comprendía lo que estaba ocurriendo. Pero su hijo ya desde bebé era valiente, ninguna sombra de duda o temor cubrió su rostro ante ninguno de esos extraños que se acercaron a darle la bienvenida al mundo. El banquete dio inicio y el palacio se llenó de música, cantos y risas. Las antorchas danzaban en los muros y las voces se mezclaron con el sonido de las copas. En lo que restó de la noche, Afro no volvió a saber nada de Cassandra ni de sus analíticos ojos de obsidiana. Por un momento, Afro se sintió como aquel cangrejo en la playa, solo que, a diferencia de él, ella ahora no tenía pinzas con que defenderse. Y no las necesitaba.
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  • El pasado de Loki ~

    El pasado de loki , el dios del engaño y travesuras ~

    En los inicio de valhallan loki era conosido como el dios mas peligroso por su rumores de ser, un dios con un corazon oscuro era cruel por su sangre y poder .
    Solia ser evitado por todo el pantion tanto asi , siempre estaba solitario solo sin nadie mas ,lo demas dioses lo evitaban por ser el y tampoco le dirijian la palabras ya que era por ser temido aun asi parecia que seria siempre siendo evitado por dioses y gigantes por aquellos que lentenia miedo.
    Pero un dia todo cambio para aquel dios , aquel dios nortico llamado loki ......
    Cuando pasaba por alli vio a las valkyrias que estaban tanquilas entre ella , bromiamdo cuando una de ella la mayor de aquellas valkyrias , lanzo una una sandia justo donde esta el , loki la habia atrapado con su boca y la atrapo alli cuando algo inesperado paso ..... algo que no puedo entender a verla con aquella sonrisa frente a el , aquel sentimiento que loki jamas habia sentido.
    El pasado de Loki ~ El pasado de loki , el dios del engaño y travesuras ~ En los inicio de valhallan loki era conosido como el dios mas peligroso por su rumores de ser, un dios con un corazon oscuro era cruel por su sangre y poder . Solia ser evitado por todo el pantion tanto asi , siempre estaba solitario solo sin nadie mas ,lo demas dioses lo evitaban por ser el y tampoco le dirijian la palabras ya que era por ser temido aun asi parecia que seria siempre siendo evitado por dioses y gigantes por aquellos que lentenia miedo. Pero un dia todo cambio para aquel dios , aquel dios nortico llamado loki ...... Cuando pasaba por alli vio a las valkyrias que estaban tanquilas entre ella , bromiamdo cuando una de ella la mayor de aquellas valkyrias , lanzo una una sandia justo donde esta el , loki la habia atrapado con su boca y la atrapo alli cuando algo inesperado paso ..... algo que no puedo entender a verla con aquella sonrisa frente a el , aquel sentimiento que loki jamas habia sentido.
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  • Loki como era de costrumbre en valhallan estaba haciendo algumas bromas , unas eran un poco indofenciva a los dioses y otras no tantas parecia un niño pero el era el mismo pero au asi lo hacia para llamar la atencion de cualquier dios del pation o le distintos pationes como el giero , ente ellos era muy comun molestar a Ares o thor con sus bromas o travecusaras mas geniales.
    Loki como era de costrumbre en valhallan estaba haciendo algumas bromas , unas eran un poco indofenciva a los dioses y otras no tantas parecia un niño pero el era el mismo pero au asi lo hacia para llamar la atencion de cualquier dios del pation o le distintos pationes como el giero , ente ellos era muy comun molestar a Ares o thor con sus bromas o travecusaras mas geniales.
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  • Oh Grecia, cuna de mis suspiros,
    tierra donde la espuma me dio nombre y forma,
    escucha ahora el canto que mi alma derrama,
    pues he viajado con Ares, mi tormenta y mi refugio.

    Descendimos del Olimpo envueltos en auroras,
    él, fuego de hierro; yo, llama de deseo.
    Sus pasos resonaban en los valles de Esparta,
    donde la guerra es plegaria y el valor, destino.
    Yo seguía su sombra, ligera como el rocío,
    y en sus ojos hallé el resplandor que enciende las almas.

    Por las costas de Atenas danzamos bajo el sol,
    mientras el mar nos regalaba su eterno reflejo.
    Sus manos, curtidas por la batalla,
    rozaban mi piel como si temieran quebrar la aurora.
    Y entre ruinas y templos, comprendí el misterio:
    hasta el dios más fiero se inclina ante el amor.

    En las noches del Peloponeso, el viento narraba nuestra historia.
    Ares hablaba de glorias y heridas,
    yo respondía con besos y silencio.
    Entre ambos, el mundo dormía,
    y los dioses miraban, celosos de nuestra unión.

    Mas toda pasión lleva en sí la promesa de su fin.
    Pronto el amanecer nos llamó al deber,
    y el trueno separó nuestros caminos.
    Él volvió a su campo de acero,
    yo regresé al mar que me vio nacer.

    Sin embargo, en cada ola lo escucho,
    en cada flor que se abre siento su aliento.
    Porque cuando el amor es divino,
    ni el tiempo ni los dioses pueden borrarlo.

    Así escribo, con pétalos y lágrimas,
    para que los hombres recuerden:
    que incluso la guerra puede amar,
    y que el amor, cuando es verdadero,
    puede hacer temblar al Olimpo.

    Con perfume de rosas y sangre de deseo.
    — Frodi.
    #rol
    Oh Grecia, cuna de mis suspiros, tierra donde la espuma me dio nombre y forma, escucha ahora el canto que mi alma derrama, pues he viajado con Ares, mi tormenta y mi refugio. Descendimos del Olimpo envueltos en auroras, él, fuego de hierro; yo, llama de deseo. Sus pasos resonaban en los valles de Esparta, donde la guerra es plegaria y el valor, destino. Yo seguía su sombra, ligera como el rocío, y en sus ojos hallé el resplandor que enciende las almas. Por las costas de Atenas danzamos bajo el sol, mientras el mar nos regalaba su eterno reflejo. Sus manos, curtidas por la batalla, rozaban mi piel como si temieran quebrar la aurora. Y entre ruinas y templos, comprendí el misterio: hasta el dios más fiero se inclina ante el amor. En las noches del Peloponeso, el viento narraba nuestra historia. Ares hablaba de glorias y heridas, yo respondía con besos y silencio. Entre ambos, el mundo dormía, y los dioses miraban, celosos de nuestra unión. Mas toda pasión lleva en sí la promesa de su fin. Pronto el amanecer nos llamó al deber, y el trueno separó nuestros caminos. Él volvió a su campo de acero, yo regresé al mar que me vio nacer. Sin embargo, en cada ola lo escucho, en cada flor que se abre siento su aliento. Porque cuando el amor es divino, ni el tiempo ni los dioses pueden borrarlo. Así escribo, con pétalos y lágrimas, para que los hombres recuerden: que incluso la guerra puede amar, y que el amor, cuando es verdadero, puede hacer temblar al Olimpo. Con perfume de rosas y sangre de deseo. — Frodi. #rol
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  • —Ven, te invoco servant, sirveme para derrotar a los dioses.
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  • Ser el dios del engaño y las travesuras ..... eso lo que soy entre otros apodos que los dioses me pusieron , pero es lo que soy.
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