• Reunión
    Fandom Los Bridgerton
    Categoría Original
    Aquella noche en cuestión fui testigo de las palabras desagradables que usó Lady Gunningworth a modo de despedida con su hija pequeña.
    Se marcho solo con Rosamund, justo como mi hermano y yo sabríamos que acabaría haciendo.

    La ayude a montarse en mi caballo, los tres regresamos a nuestro hogar y la joven lleva estos dos días hospedándose en el cuarto de Daphne.

    Posy Gunningworth
    Aquella noche en cuestión fui testigo de las palabras desagradables que usó Lady Gunningworth a modo de despedida con su hija pequeña. Se marcho solo con Rosamund, justo como mi hermano y yo sabríamos que acabaría haciendo. La ayude a montarse en mi caballo, los tres regresamos a nuestro hogar y la joven lleva estos dos días hospedándose en el cuarto de Daphne. [Cx_Gunningorwth]
    Tipo
    Individual
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Terminado
    34 turnos 0 maullidos
  • -Suspirando me paro de la cama
    Hubiera querido pasar este día con mis amigos, pero ni eso se podrá.-

    ¿Acaso mi despedida de soltero será así? Bueno, tendré que improvisar.

    -Me visto con mis mejores atuendos, arreglo mi cabello, luego abro un cofre donde saco un frasco de perfume. Me rocío en mis muñecas y detrás de mis orejas. Me doy una última mirada al espejo, sonriendo ampliamente, para luego salir a beber y divertirme.-
    -Suspirando me paro de la cama Hubiera querido pasar este día con mis amigos, pero ni eso se podrá.- ¿Acaso mi despedida de soltero será así? Bueno, tendré que improvisar. -Me visto con mis mejores atuendos, arreglo mi cabello, luego abro un cofre donde saco un frasco de perfume. Me rocío en mis muñecas y detrás de mis orejas. Me doy una última mirada al espejo, sonriendo ampliamente, para luego salir a beber y divertirme.-
    Me gusta
    2
    59 turnos 0 maullidos
  • Humanos...

    Tan ruidosos en su dolor, tan silenciosos cuando destruyen.
    Los he visto amar como quien colecciona flores marchitas,
    tomando lo bello solo para ver cómo se pudre entre sus dedos.

    Dicen buscar algo eterno…
    y sin embargo, cambian de afecto como de abrigo en invierno.
    El amor, la lealtad, la pasión—
    palabras grandes para almas que no duran ni una estación.

    Mienten, incluso cuando creen ser sinceros.
    Juran con labios temblorosos, sin saber que el eco de sus promesas
    muere antes que el aire que las transporta.

    Y aún así, tiemblan cuando sienten el acero de mis tijeras cerca,
    como si no supieran que fueron ellos mismos quienes cortaron
    una y otra vez, los lazos que suplicaban conservar.

    Efímeros.
    Rotos.
    Predecibles.

    No hay arte en sus despedidas,
    solo abandono vestido de justificación.
    Solo vacío con perfume de “no era el momento”.

    Qué patético es buscar algo solo para soltarlo.
    Qué inútil es querer solo a medias,
    cuando el fin siempre llega… y a veces, lleva mi nombre.
    Humanos... Tan ruidosos en su dolor, tan silenciosos cuando destruyen. Los he visto amar como quien colecciona flores marchitas, tomando lo bello solo para ver cómo se pudre entre sus dedos. Dicen buscar algo eterno… y sin embargo, cambian de afecto como de abrigo en invierno. El amor, la lealtad, la pasión— palabras grandes para almas que no duran ni una estación. Mienten, incluso cuando creen ser sinceros. Juran con labios temblorosos, sin saber que el eco de sus promesas muere antes que el aire que las transporta. Y aún así, tiemblan cuando sienten el acero de mis tijeras cerca, como si no supieran que fueron ellos mismos quienes cortaron una y otra vez, los lazos que suplicaban conservar. Efímeros. Rotos. Predecibles. No hay arte en sus despedidas, solo abandono vestido de justificación. Solo vacío con perfume de “no era el momento”. Qué patético es buscar algo solo para soltarlo. Qué inútil es querer solo a medias, cuando el fin siempre llega… y a veces, lleva mi nombre.
    Me gusta
    Me encocora
    Me shockea
    9
    5 turnos 0 maullidos
  • El Jardín de los Umbrales
    Fandom Mitología Olimpica, Misión del lunes
    Categoría Otros
    Perséfone, hija de Deméter, nacida bajo el sol primaveral, caminaba entre flores con la ligereza de quien no conoce el dolor. Su risa despertaba brotes y los pájaros afinaban sus cantos para acompañar su paso. Era símbolo de inocencia, de la vida que comienza. Pero incluso la luz más pura proyecta sombra.

    Un día, en medio de un prado aislado, descubrió una grieta oculta entre las raíces. No fue arrastrada al Inframundo, como los relatos simplifican. Fue una elección. Sintió un tirón profundo, un eco en el alma que la invitaba a descubrir lo que yacía más allá del mundo visible.

    Al descender, el reino de Hades no la recibió con cadenas, sino con silencio. Oscuro, vasto y ajeno. Al principio temió. Pero luego escuchó los susurros: voces de almas que no habían sido escuchadas, memorias que pedían descanso. Perséfone, movida por compasión, comenzó a plantar.

    Flores negras brotaron de sus manos: no eran flores de muerte, sino de memoria. Cada una contenía un recuerdo, una despedida inconclusa, una historia que merecía ser contada. Su jardín se volvió sagrado. Un espacio entre mundos. No de desesperanza, sino de tránsito.

    Hades la observaba en silencio. No la gobernó, la respetó. Le ofreció el trono, no como esposa forzada, sino como igual. Perséfone aceptó, no por sumisión, sino por decisión. Se convirtió en reina, no solo del Inframundo, sino del cambio.

    Cada año, regresaba a la superficie. Al hacerlo, la tierra florecía. No por simple alegría, sino porque traía consigo la experiencia del abismo. Su primavera era más profunda: llevaba consigo la comprensión de la pérdida, del regreso, del renacimiento.

    Deméter, al principio desgarrada por su ausencia, aprendió a comprender. No había perdido a su hija. Había ganado a una mujer completa. Una que abrazaba la luz y la oscuridad, que caminaba con firmeza entre los extremos de la existencia.

    Así, Perséfone dejó de ser la joven raptada. Fue reconocida como lo que realmente era: guardiana de los umbrales, mediadora entre la vida y la muerte, entre la siembra y la cosecha, entre lo que fue y lo que será.

    Su jardín, oculto bajo la tierra, florece eternamente. No se marchita, porque está hecho de lo eterno: la memoria. Y en cada equinoccio, cuando el velo entre mundos se hace tenue, se dice que puede verse su figura entre las flores oscuras. Ni del todo sombra, ni del todo luz. Simplemente Perséfone.

    Un símbolo de que incluso en los lugares más oscuros puede nacer belleza. De que la dualidad no es debilidad, sino poder. Y que toda caída es también una puerta a lo que aún está por florecer.
    Perséfone, hija de Deméter, nacida bajo el sol primaveral, caminaba entre flores con la ligereza de quien no conoce el dolor. Su risa despertaba brotes y los pájaros afinaban sus cantos para acompañar su paso. Era símbolo de inocencia, de la vida que comienza. Pero incluso la luz más pura proyecta sombra. Un día, en medio de un prado aislado, descubrió una grieta oculta entre las raíces. No fue arrastrada al Inframundo, como los relatos simplifican. Fue una elección. Sintió un tirón profundo, un eco en el alma que la invitaba a descubrir lo que yacía más allá del mundo visible. Al descender, el reino de Hades no la recibió con cadenas, sino con silencio. Oscuro, vasto y ajeno. Al principio temió. Pero luego escuchó los susurros: voces de almas que no habían sido escuchadas, memorias que pedían descanso. Perséfone, movida por compasión, comenzó a plantar. Flores negras brotaron de sus manos: no eran flores de muerte, sino de memoria. Cada una contenía un recuerdo, una despedida inconclusa, una historia que merecía ser contada. Su jardín se volvió sagrado. Un espacio entre mundos. No de desesperanza, sino de tránsito. Hades la observaba en silencio. No la gobernó, la respetó. Le ofreció el trono, no como esposa forzada, sino como igual. Perséfone aceptó, no por sumisión, sino por decisión. Se convirtió en reina, no solo del Inframundo, sino del cambio. Cada año, regresaba a la superficie. Al hacerlo, la tierra florecía. No por simple alegría, sino porque traía consigo la experiencia del abismo. Su primavera era más profunda: llevaba consigo la comprensión de la pérdida, del regreso, del renacimiento. Deméter, al principio desgarrada por su ausencia, aprendió a comprender. No había perdido a su hija. Había ganado a una mujer completa. Una que abrazaba la luz y la oscuridad, que caminaba con firmeza entre los extremos de la existencia. Así, Perséfone dejó de ser la joven raptada. Fue reconocida como lo que realmente era: guardiana de los umbrales, mediadora entre la vida y la muerte, entre la siembra y la cosecha, entre lo que fue y lo que será. Su jardín, oculto bajo la tierra, florece eternamente. No se marchita, porque está hecho de lo eterno: la memoria. Y en cada equinoccio, cuando el velo entre mundos se hace tenue, se dice que puede verse su figura entre las flores oscuras. Ni del todo sombra, ni del todo luz. Simplemente Perséfone. Un símbolo de que incluso en los lugares más oscuros puede nacer belleza. De que la dualidad no es debilidad, sino poder. Y que toda caída es también una puerta a lo que aún está por florecer.
    Tipo
    Individual
    Líneas
    500
    Estado
    Disponible
    Me gusta
    2
    0 turnos 0 maullidos
  • Los mira desde las sombras del destino, donde los nombres se borran más rápido que las promesas.
    Qué fugaz se ha vuelto el afecto en los corazones humanos.
    Un día se juran eternidad,
    y al siguiente, ya han cambiado el rostro que adoran
    por uno nuevo, más brillante, menos roto.
    Como si el alma ajena fuera solo un vestido viejo,
    como si los latidos pudieran descartarse
    cuando ya no entretienen.

    Cambiar a una persona por otra.
    Tan fácil. Tan cruel.
    Y no dejan rastros, más que en el corazón del que se queda,
    confundido, dolido, intentando entender
    cómo se convierte uno en un recuerdo
    mientras aún respira.

    Ella los ve.
    Los que han sido reemplazados.
    Arrastran los pies bajo una lluvia invisible,
    hablan en voz baja con la sombra de quien los amó.
    No lloran siempre, pero lo llevan dentro,
    como una piedra sumergida en el pecho.

    La depresión no grita.
    Se instala. Se acomoda.
    Y poco a poco les borra la luz,
    como si el abandono tuviera manos frías que apagan cada rincón de la esperanza.

    Átropos no interrumpe.
    No corta aún.
    Deja que el dolor haga su trabajo,
    que la herida hable por sí sola.

    Y cuando la última lágrima cae
    y ya no queda nada más por romper,
    ella se inclina apenas y susurra su despedida:

    —Hasta luego…
    No será hoy que acabe tu hilo.
    Por ahora, me quedaré en silencio,
    mirando cómo siguen creyendo que el amor es eterno,
    mientras cambian nombres como quien cambia estaciones.
    Cortaré otra vez.
    Pero no ahora.
    Ahora solo… pienso.

    Y con eso, se aleja entre sombras,
    dejando atrás la danza de los que aman rápido
    y olvidan aún más rápido.

    (Hiatus time.)
    Los mira desde las sombras del destino, donde los nombres se borran más rápido que las promesas. Qué fugaz se ha vuelto el afecto en los corazones humanos. Un día se juran eternidad, y al siguiente, ya han cambiado el rostro que adoran por uno nuevo, más brillante, menos roto. Como si el alma ajena fuera solo un vestido viejo, como si los latidos pudieran descartarse cuando ya no entretienen. Cambiar a una persona por otra. Tan fácil. Tan cruel. Y no dejan rastros, más que en el corazón del que se queda, confundido, dolido, intentando entender cómo se convierte uno en un recuerdo mientras aún respira. Ella los ve. Los que han sido reemplazados. Arrastran los pies bajo una lluvia invisible, hablan en voz baja con la sombra de quien los amó. No lloran siempre, pero lo llevan dentro, como una piedra sumergida en el pecho. La depresión no grita. Se instala. Se acomoda. Y poco a poco les borra la luz, como si el abandono tuviera manos frías que apagan cada rincón de la esperanza. Átropos no interrumpe. No corta aún. Deja que el dolor haga su trabajo, que la herida hable por sí sola. Y cuando la última lágrima cae y ya no queda nada más por romper, ella se inclina apenas y susurra su despedida: —Hasta luego… No será hoy que acabe tu hilo. Por ahora, me quedaré en silencio, mirando cómo siguen creyendo que el amor es eterno, mientras cambian nombres como quien cambia estaciones. Cortaré otra vez. Pero no ahora. Ahora solo… pienso. Y con eso, se aleja entre sombras, dejando atrás la danza de los que aman rápido y olvidan aún más rápido. (Hiatus time.)
    Me gusta
    Me encocora
    Me entristece
    4
    0 turnos 0 maullidos
  • Akihiko Sanada tss ¿ No vas a querer despedida ?
    [Sanada_Thcx] tss ¿ No vas a querer despedida ?
    Me gusta
    2
    62 turnos 0 maullidos
  • https://m.youtube.com/watch?v=t68gVXKYk4Y&pp=ygUfVHJ1Y2UgdmVzc2VsIHR3ZW50eSBvbmUgcGlsb3RzIA%3D%3D

    Se había detenido a descansar en los márgenes del Tártaro, justo donde la negrura del Inframundo cedía apenas a una grieta de luz tenue. El entrenamiento con la Espada Estigia había sido duro; su respiración seguía marcada por el esfuerzo, y algunas heridas recientes ardían bajo el sudor seco. Pero no se quejaba. No estaba hecho para ello. Se sentó en la roca caliente, apoyando la espada a su lado como si fuera un viejo amigo, y alzó la mirada hacia aquel resquicio donde el mundo vivo se deslizaba entre sombras.

    Era raro que buscara observar, simplemente observar. Pero aquella escena no le pasó desapercibida. En la superficie, un viudo hablaba con voz entrecortada frente a una tumba recién sellada. Su esposa, muerta días atrás. Las palabras de despedida cruzaban planos como ecos rotos, y aunque ningún mortal podría notarlo, él si que las oía. Las entendía. La esencia del amor, la pérdida y el adiós brillaba con una belleza cruel.

    Él no parpadeó. No interrumpió. Solo observó.

    Su corazón, aún joven para los estándares eternos, se agitó con algo parecido a la melancolía. Ese tipo de amor –absoluto, efímero, humano– era un misterio. Un tipo de fuerza que no podía blandirse como un arma ni sellarse como un pacto. Y, sin embargo, era tangible en ese instante.

    No envidiaba al viudo. No deseaba esa pena. Pero lo comprendía. Lo honraba en silencio. Y tal vez, en el fondo, se prometía a sí mismo que, si algún día le era concedido conocer algo tan profundamente verdadero… sabría sostenerlo con la misma firmeza con la que sostenía la Espada Estigia.

    Sin decir una palabra, esperó a que el viento callara y el viudo se retirara. Luego, simplemente, se levantó, tomó su hoja, y volvió a adentrarse en la oscuridad.

    Porque aún no era su momento. Él no sabía lo que era amar de ese modo –aún–, pero lo respetaba. Lo atesoraba, aunque solo fuera como espectador.

    “Qué manera tan hermosa de decir adiós…” pensó, sin voz.
    https://m.youtube.com/watch?v=t68gVXKYk4Y&pp=ygUfVHJ1Y2UgdmVzc2VsIHR3ZW50eSBvbmUgcGlsb3RzIA%3D%3D Se había detenido a descansar en los márgenes del Tártaro, justo donde la negrura del Inframundo cedía apenas a una grieta de luz tenue. El entrenamiento con la Espada Estigia había sido duro; su respiración seguía marcada por el esfuerzo, y algunas heridas recientes ardían bajo el sudor seco. Pero no se quejaba. No estaba hecho para ello. Se sentó en la roca caliente, apoyando la espada a su lado como si fuera un viejo amigo, y alzó la mirada hacia aquel resquicio donde el mundo vivo se deslizaba entre sombras. Era raro que buscara observar, simplemente observar. Pero aquella escena no le pasó desapercibida. En la superficie, un viudo hablaba con voz entrecortada frente a una tumba recién sellada. Su esposa, muerta días atrás. Las palabras de despedida cruzaban planos como ecos rotos, y aunque ningún mortal podría notarlo, él si que las oía. Las entendía. La esencia del amor, la pérdida y el adiós brillaba con una belleza cruel. Él no parpadeó. No interrumpió. Solo observó. Su corazón, aún joven para los estándares eternos, se agitó con algo parecido a la melancolía. Ese tipo de amor –absoluto, efímero, humano– era un misterio. Un tipo de fuerza que no podía blandirse como un arma ni sellarse como un pacto. Y, sin embargo, era tangible en ese instante. No envidiaba al viudo. No deseaba esa pena. Pero lo comprendía. Lo honraba en silencio. Y tal vez, en el fondo, se prometía a sí mismo que, si algún día le era concedido conocer algo tan profundamente verdadero… sabría sostenerlo con la misma firmeza con la que sostenía la Espada Estigia. Sin decir una palabra, esperó a que el viento callara y el viudo se retirara. Luego, simplemente, se levantó, tomó su hoja, y volvió a adentrarse en la oscuridad. Porque aún no era su momento. Él no sabía lo que era amar de ese modo –aún–, pero lo respetaba. Lo atesoraba, aunque solo fuera como espectador. “Qué manera tan hermosa de decir adiós…” pensó, sin voz.
    Me gusta
    Me encocora
    2
    0 turnos 0 maullidos
  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
    Esto se ha publicado como Out Of Character.
    Tenlo en cuenta al responder.
    //Así estoy ahora mismo con la despedida entre Kazuo y Shinobu.
    🫠
    //Así estoy ahora mismo con la despedida entre Kazuo y Shinobu. 🥲🫠
    Me encocora
    Me shockea
    Me entristece
    3
    2 comentarios 0 compartidos
  • Entre le bruit et moi
    Categoría Aventura
    https://www.youtube.com/watch?v=CQCoyXC0CdA&list=RDCQCoyXC0CdA&start_radio=1

    A los 18, Lia buscaba una salida de su realidad. Y la encontró una en un cartel pegado en una farola oxidada: "Se busca guitarrista para banda. Principiantes con agallas, bienvenidos." Había una dirección y una hora. Nada más.

    Ahí conoció a Aren. Tenía 23, una guitarra gastada por las batallas, tatuajes que parecían contar historias a medias y una manera de hablar que mezclaba crudeza con paciencia. El ensayo fue en un sótano húmedo, con más cables que espacio y un baterista que llegaba siempre tarde. Lia no sabía casi nada, pero tenía actitud y algo en la forma de sostener la guitarra que hizo a Aren prestarle atención.

    —Tienes manos de música, no de espectadora —le dijo después de escucharla tocar tres acordes mal encadenados, sabía que ella no pretendía volverse una famosa guitarrista o algo por el estilo, pero ahí estaba tratando de hacer algo que aún él no podía descifrar pero a pesar de ello la dejó quedarse ahí.

    Desde ese día, comenzó algo que nunca fue romance, pero sí fue íntimo. Aren la enseñó a tocar desde la base, sin trucos baratos ni poses: digitación, riffs, cómo manejar un pedal de distorsión, cómo escuchar más de lo que se toca.
    Pero también le enseñó lo que el mundo del rock no muestra en las fotos: el cansancio de las giras baratas, las promesas que no se cumplen, los productores que solo buscan una cara nueva para vender.

    Y sin embargo, Aren siempre trazó una línea invisible entre Lia y la vida que le estaba mostrando.

    Cuando le ofrecían tragos, él le pasaba agua. Cuando un tipo se ponía insistente intentando acercarse más a ella, Aren se plantaba al lado sin decir palabra, como un recordatorio sutil. Y cuando a Lia le brillaban los ojos con la idea de lanzarse más allá, él se encargaba de bajarla con una frase que parecía simple, pero lo decía todo.

    —Cuidate, Lia. El ruido es bueno, pero no dejes que te trague.

    No era paternalismo. Era respeto. Y eso Lia lo supo incluso entonces.

    Permanecieron juntos durante un año, pasando por situaciones entre buenas y muy malas, pero a pesar de todo siempre estuvieron el uno para el otro acompañándose cuando la vida se volvía hostil hasta hacerlos sangrar.

    Después, Aren se fue a producir a otra ciudad. Nunca le prometió quedarse, ambos sabían que solo estaban de pasada, como un momento fugaz en la vida del uno como del otro. El día de la despedida, Aren le dejó su pedal de distorsión con una nota pegada "No dejes de sonar como tu misma."

    Ese fue su año de rock. No el de las luces, sino el que le enseñó a brillar sin perderse en ellas.
    https://www.youtube.com/watch?v=CQCoyXC0CdA&list=RDCQCoyXC0CdA&start_radio=1 A los 18, Lia buscaba una salida de su realidad. Y la encontró una en un cartel pegado en una farola oxidada: "Se busca guitarrista para banda. Principiantes con agallas, bienvenidos." Había una dirección y una hora. Nada más. Ahí conoció a Aren. Tenía 23, una guitarra gastada por las batallas, tatuajes que parecían contar historias a medias y una manera de hablar que mezclaba crudeza con paciencia. El ensayo fue en un sótano húmedo, con más cables que espacio y un baterista que llegaba siempre tarde. Lia no sabía casi nada, pero tenía actitud y algo en la forma de sostener la guitarra que hizo a Aren prestarle atención. —Tienes manos de música, no de espectadora —le dijo después de escucharla tocar tres acordes mal encadenados, sabía que ella no pretendía volverse una famosa guitarrista o algo por el estilo, pero ahí estaba tratando de hacer algo que aún él no podía descifrar pero a pesar de ello la dejó quedarse ahí. Desde ese día, comenzó algo que nunca fue romance, pero sí fue íntimo. Aren la enseñó a tocar desde la base, sin trucos baratos ni poses: digitación, riffs, cómo manejar un pedal de distorsión, cómo escuchar más de lo que se toca. Pero también le enseñó lo que el mundo del rock no muestra en las fotos: el cansancio de las giras baratas, las promesas que no se cumplen, los productores que solo buscan una cara nueva para vender. Y sin embargo, Aren siempre trazó una línea invisible entre Lia y la vida que le estaba mostrando. Cuando le ofrecían tragos, él le pasaba agua. Cuando un tipo se ponía insistente intentando acercarse más a ella, Aren se plantaba al lado sin decir palabra, como un recordatorio sutil. Y cuando a Lia le brillaban los ojos con la idea de lanzarse más allá, él se encargaba de bajarla con una frase que parecía simple, pero lo decía todo. —Cuidate, Lia. El ruido es bueno, pero no dejes que te trague. No era paternalismo. Era respeto. Y eso Lia lo supo incluso entonces. Permanecieron juntos durante un año, pasando por situaciones entre buenas y muy malas, pero a pesar de todo siempre estuvieron el uno para el otro acompañándose cuando la vida se volvía hostil hasta hacerlos sangrar. Después, Aren se fue a producir a otra ciudad. Nunca le prometió quedarse, ambos sabían que solo estaban de pasada, como un momento fugaz en la vida del uno como del otro. El día de la despedida, Aren le dejó su pedal de distorsión con una nota pegada "No dejes de sonar como tu misma." Ese fue su año de rock. No el de las luces, sino el que le enseñó a brillar sin perderse en ellas.
    Tipo
    Individual
    Líneas
    Cualquier línea
    Estado
    Terminado
    Me encocora
    1
    0 turnos 0 maullidos
  • //Un vistazo al futuro. Un despedida. Escena de rol con Kazuo

    "El hermoso atardecer... Preludio del inevitable ocaso que a casi todos llega."

    Los años fueron pasando y con estos, miles y diversos momentos, tanto buenos como malos.
    La senda fue dura y en algunos momentos pensó que su fuerza flaquearía haciéndole desistir, perder. Pero no ocurrió, no podía darse por vencido después de tantos sacrificios y tantas batallas. Después de las incontables veces que recibió ayuda de los que llegó a considerar sus seres queridos, no iba a tirar todo eso por la borda.

    Y hablando de sus seres queridos... Kazuo. Ese kitsune que conoció por obra del azar o quizá fue el destino. Sus inicios quizá no fueron los mejores pues la desconfianza de Shinobu no permitía a nadie acercarse a él. Pero ese hombre logró ir derribando sus barreras y no solo ganarse la confianza y respeto del joven lobo, también su cariño y amistad.

    Tal como Kazuo le prometió, se mantuvo a su lado hasta que lograsen enderezar su vida, conseguir que Shinobu pudiera vivir tranquilo sin temer por su vida a cada segundo de esta. Y lo consiguieron. Arduas batallas, muchas preocupaciones y momentos tensos. Pero al final todo se solucionó.

    La vida del joven omega cada vez era mejor, quizá algunos aún le vieran como un hombre solitario pero le bastaba y sobraba con las pocas personas de confianza con las que contaba. No necesitaba más.

    Siguió viendo a Kazuo de tanto en tanto, así como a la otra mitad de este, Elizabeth, una mujer a la que una vez que la llegó a conocer, también ganó la confianza y cariño del lobo. Intentaba pasar tiempo con ellos cuando podían, se contaban las cosas que ocurrían en el día a día.
    Shinobu hizo muchos cambios, logró un empleo estable como dependiente en una pequeña frutería, aunque por desgracia no logró entrar en ninguna universidad a estudiar botánica, como siempre quiso. Sin embargo trabajar en aquella tienda le gustaba, por lo que no habían quejas.

    Consiguió un pequeño apartamento algo alejado del bullicioso centro y vivió allí felizmente. Adoptó un gatito de pelaje anaranjado que encontró en las calles, abandonado y lo nombró Ash.
    La vida le iba bien, le sonreía, sin necesidad de lujos, tan solo una vida cómoda y tranquila que fue lo que siempre deseó.

    El paso de los años siguió casi sin darse cuenta, estación tras estación iban pasando.

    Su amigo felino falleció por avanzada edad y en ese momento, fue cuando realmente empezó a percatarse del imparable paso del tiempo. Hizo un pequeño funeral para Ash, despidiéndose de él y agradeciéndole los años de cariño y compañía.

    Días, semanas, meses, años, décadas...

    Jubilado. Varios años habían pasado desde que dejó de trabajar. Ya no contaba con la fuerza y agilidad de su juventud. Las manos y piernas le temblaban un poco cuando caminaba o debía hacer esfuerzos y aún así, disfrutaba salir a dar largos paseos.
    La piel llena de arrugas, signos inequívocos de avanzada senectud junto a su ahora canoso cabello.

    Algo dentro de él parecía querer avisarlo. Sentía algo... Distinto. Extraño. Inexplicable como tal. Simplemente sabía que su tiempo estaba llegando al final del recorrido.

    Decidió salir a pasear y finalmente acabó en uno de los parques de la ciudad. Que recuerdos... Pues fue ese mismo en el que una noche conoció a Kazuo.
    Se acercó a uno de los columpios del lugar para sentarse pero sin balancearse mucho, no era buena idea tampoco. Observó el atardecer con una suave y cálida sonrisa en los labios mientras pensaba en su vida y seres amados.

    -Kazuo...- Le llamaba, con aquella voz algo temblorosa propia de su edad.

    Sabía que si le llamaba por su nombre el kitsune, de alguna forma, le encontraría.

    Tan solo quería verlo de nuevo, sentirse acompañado antes de que, inevitablemente, su alma abandonase el cuerpo que habitó por tantas décadas.
    //Un vistazo al futuro. Un despedida. Escena de rol con [8KazuoAihara8] "El hermoso atardecer... Preludio del inevitable ocaso que a casi todos llega." Los años fueron pasando y con estos, miles y diversos momentos, tanto buenos como malos. La senda fue dura y en algunos momentos pensó que su fuerza flaquearía haciéndole desistir, perder. Pero no ocurrió, no podía darse por vencido después de tantos sacrificios y tantas batallas. Después de las incontables veces que recibió ayuda de los que llegó a considerar sus seres queridos, no iba a tirar todo eso por la borda. Y hablando de sus seres queridos... Kazuo. Ese kitsune que conoció por obra del azar o quizá fue el destino. Sus inicios quizá no fueron los mejores pues la desconfianza de Shinobu no permitía a nadie acercarse a él. Pero ese hombre logró ir derribando sus barreras y no solo ganarse la confianza y respeto del joven lobo, también su cariño y amistad. Tal como Kazuo le prometió, se mantuvo a su lado hasta que lograsen enderezar su vida, conseguir que Shinobu pudiera vivir tranquilo sin temer por su vida a cada segundo de esta. Y lo consiguieron. Arduas batallas, muchas preocupaciones y momentos tensos. Pero al final todo se solucionó. La vida del joven omega cada vez era mejor, quizá algunos aún le vieran como un hombre solitario pero le bastaba y sobraba con las pocas personas de confianza con las que contaba. No necesitaba más. Siguió viendo a Kazuo de tanto en tanto, así como a la otra mitad de este, Elizabeth, una mujer a la que una vez que la llegó a conocer, también ganó la confianza y cariño del lobo. Intentaba pasar tiempo con ellos cuando podían, se contaban las cosas que ocurrían en el día a día. Shinobu hizo muchos cambios, logró un empleo estable como dependiente en una pequeña frutería, aunque por desgracia no logró entrar en ninguna universidad a estudiar botánica, como siempre quiso. Sin embargo trabajar en aquella tienda le gustaba, por lo que no habían quejas. Consiguió un pequeño apartamento algo alejado del bullicioso centro y vivió allí felizmente. Adoptó un gatito de pelaje anaranjado que encontró en las calles, abandonado y lo nombró Ash. La vida le iba bien, le sonreía, sin necesidad de lujos, tan solo una vida cómoda y tranquila que fue lo que siempre deseó. El paso de los años siguió casi sin darse cuenta, estación tras estación iban pasando. Su amigo felino falleció por avanzada edad y en ese momento, fue cuando realmente empezó a percatarse del imparable paso del tiempo. Hizo un pequeño funeral para Ash, despidiéndose de él y agradeciéndole los años de cariño y compañía. Días, semanas, meses, años, décadas... Jubilado. Varios años habían pasado desde que dejó de trabajar. Ya no contaba con la fuerza y agilidad de su juventud. Las manos y piernas le temblaban un poco cuando caminaba o debía hacer esfuerzos y aún así, disfrutaba salir a dar largos paseos. La piel llena de arrugas, signos inequívocos de avanzada senectud junto a su ahora canoso cabello. Algo dentro de él parecía querer avisarlo. Sentía algo... Distinto. Extraño. Inexplicable como tal. Simplemente sabía que su tiempo estaba llegando al final del recorrido. Decidió salir a pasear y finalmente acabó en uno de los parques de la ciudad. Que recuerdos... Pues fue ese mismo en el que una noche conoció a Kazuo. Se acercó a uno de los columpios del lugar para sentarse pero sin balancearse mucho, no era buena idea tampoco. Observó el atardecer con una suave y cálida sonrisa en los labios mientras pensaba en su vida y seres amados. -Kazuo...- Le llamaba, con aquella voz algo temblorosa propia de su edad. Sabía que si le llamaba por su nombre el kitsune, de alguna forma, le encontraría. Tan solo quería verlo de nuevo, sentirse acompañado antes de que, inevitablemente, su alma abandonase el cuerpo que habitó por tantas décadas.
    Me entristece
    3
    5 turnos 1 maullido
Ver más resultados
Patrocinados