• La luna, teñida de rojo como una herida abierta, bañaba la ciudad en un resplandor infernal. Blade avanzó entre el humo, con las espadas aún goteando la sangre de lo que ya no eran humanos. Su respiración era pesada, controlada, pero en el fondo había algo latiendo más fuerte que nunca.

    —Otra noche… otro baño de sangre.

    Sus labios se curvaron apenas, más por cansancio que por orgullo. El calor en su pecho no era solo del combate, era el pulso de la luna roja, ese viejo presagio que hacía temblar a los vampiros más antiguos y despertar al depredador en su interior. Podía sentirlo la parte de él que odiaba, la que siempre intentaba encadenar. El hambre.

    Una sombra se movió entre las ruinas. Blade alzó la vista, los ojos encendidos como brasas, reflejando el rojo del cielo.

    —Vengan uno por uno o todos a la vez… no importa.

    Su voz retumbó entre el humo y el fuego. La katana tembló en su mano, sedienta.

    —Si esta noche el cielo sangra, yo haré que tenga sentido.

    El cazador desapareció entre el polvo, dejando tras de sí el eco del acero y el rugido del infierno que llevaba dentro.

    — 𝐁𝐋𝐀𝐃𝐄
    𝐓𝐡𝐞 𝐃𝐚𝐲𝐰𝐚𝐥𝐤𝐞𝐫
    刃影 · 인영
    La luna, teñida de rojo como una herida abierta, bañaba la ciudad en un resplandor infernal. Blade avanzó entre el humo, con las espadas aún goteando la sangre de lo que ya no eran humanos. Su respiración era pesada, controlada, pero en el fondo había algo latiendo más fuerte que nunca. —Otra noche… otro baño de sangre. Sus labios se curvaron apenas, más por cansancio que por orgullo. El calor en su pecho no era solo del combate, era el pulso de la luna roja, ese viejo presagio que hacía temblar a los vampiros más antiguos y despertar al depredador en su interior. Podía sentirlo la parte de él que odiaba, la que siempre intentaba encadenar. El hambre. Una sombra se movió entre las ruinas. Blade alzó la vista, los ojos encendidos como brasas, reflejando el rojo del cielo. —Vengan uno por uno o todos a la vez… no importa. Su voz retumbó entre el humo y el fuego. La katana tembló en su mano, sedienta. —Si esta noche el cielo sangra, yo haré que tenga sentido. El cazador desapareció entre el polvo, dejando tras de sí el eco del acero y el rugido del infierno que llevaba dentro. — 𝐁𝐋𝐀𝐃𝐄 𝐓𝐡𝐞 𝐃𝐚𝐲𝐰𝐚𝐥𝐤𝐞𝐫 刃影 · 인영
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  • El estruendo del tribunal divino era como un océano desatado. Cientos de tronos resplandecientes se alzaban en círculo, cada uno ocupado por deidades antiguas, guardianes del equilibrio entre mundos. Allí estaba ella, **Yurei Veyrith**, arrastrada entre cadenas de luz que quemaban su piel etérea, aunque no la reducían al silencio.

    La habían acusado de lo imperdonable: descender a la Tierra sin permiso, tocar la fragilidad de los mortales, reír y llorar entre ellos, **vivir como si fuera una de ellos**. Aquello que los dioses llamaban traición, para ella había sido redención.

    —Has profanado el pacto —tronó **Zeus**, su voz retumbando como mil tormentas.
    —La Tierra no es tu morada —sentenció **Hera**, su mirada de hielo atravesándola como dagas.
    —Serás condenada a errar entre mundos, nunca pertenecer a ninguno —decretó **Anubis**, levantando una balanza ardiente donde su alma parecía tambalearse.

    Yurei, de rodillas, levantó el rostro. Sus ojos, grises como neblina, brillaban con un desafío implacable.
    —No me arrepiento. Ustedes olvidaron lo que significa sentir. Los mortales conocen la belleza de la caída, del sacrificio, del amor. Y si debo pagar por recordárselos, lo haré.

    Los dioses rugieron indignados. Cadenas de fuego divino se enroscaron en torno a su cuerpo y un círculo de runas comenzó a sellarse en el suelo. El castigo era inminente.

    Pero en medio de aquel coro de furia, algunas miradas permanecían en silencio.

    **Atenea**, con sus ojos de sabiduría, ladeó apenas la cabeza. **Hades**, señor del Inframundo, permanecía inexpresivo, aunque una chispa de simpatía cruzaba sus labios sombríos. Y entre las sombras, **Loki**, con sonrisa torcida, parecía disfrutar demasiado del espectáculo.

    Cuando las cadenas descendieron para sellarla en el limbo eterno, fue Atenea quien habló con calma, interrumpiendo el decreto:
    —El juicio no debe olvidar la virtud. Si la castigamos sin más, perderemos la lección que ella trajo de los mortales.

    Zeus fulminó a su hija con la mirada, pero la diosa no retrocedió. Fue entonces que Loki dio un paso adelante, riendo entre dientes.
    —¿De verdad vais a encadenarla? Qué aburrido. Yo digo que una jaula no puede contener a alguien que sabe cómo romperla.

    El suelo tembló. Un susurro recorrió el aire: Yurei no estaba sola.

    En medio del caos, **Hades** levantó discretamente su mano, y las sombras se extendieron como un río de tinta, debilitando por un instante las cadenas que la apresaban. Atenea inclinó su lanza y rompió el círculo de runas, apenas lo suficiente para abrir una fisura. Y Loki, con un gesto burlón, creó un espejismo que confundió a los guardias divinos.

    —Corre, pequeña fantasma —susurró el dios embaucador—. El cielo nunca fue solo de ellos.

    El cuerpo de Yurei ardía, pero la libertad era más fuerte que el dolor. Se levantó entre chispas de fuego divino, extendiendo sus alas translúcidas, y con un rugido que era mitad lamento, mitad desafío, se lanzó a través de la grieta abierta.

    Los dioses clamaron. Rayos y cadenas intentaron alcanzarla, pero las sombras de Hades la protegieron, el escudo de Atenea desvió los golpes, y las ilusiones de Loki confundieron el espacio mismo. Entre caos y relámpagos, Yurei atravesó el firmamento, dejando tras de sí un eco de campanas rotas.

    Al fin, el cielo nocturno la recibió de nuevo. No como prisionera, sino como fugitiva, como sobreviviente. Se alzó sobre las estrellas, sintiendo el viento celeste recorrerla, y por primera vez en mucho tiempo, sonrió de verdad.

    Atenea apareció en un destello de plata, mirándola con serenidad.
    —No abuses de esta oportunidad, Yurei. Si vuelves a caer, nadie podrá salvarte.

    Hades emergió de la penumbra, su voz grave como la tumba:
    —El mundo necesita fantasmas que recuerden a los dioses lo que ellos olvidaron. Esa será tu lugar.

    Y Loki, como siempre, se limitó a reír, desvaneciéndose en chispas de fuego verde:
    —Nos veremos pronto, pequeña transgresora. La rebeldía te sienta bien.

    Así, contra toda sentencia, **Yurei Veyrith volvió al cielo**. No como esclava ni como exiliada, sino como un recordatorio viviente de que incluso los dioses pueden ser desafiados.

    Y desde ese día, su nombre quedó escrito entre susurros prohibidos, en las plegarias de los mortales que soñaban con tocar el cielo.

    El juicio había sido brutal, una tormenta de voces divinas que rugían contra ella. Las cadenas de luz aún ardían en su piel, recordándole que no era bienvenida ni en el cielo ni en el inframundo. Pero cuando Atenea rompió el sello, cuando Loki distorsionó las formas del tribunal y Hades abrió un camino entre las sombras, Yurei no voló hacia el firmamento. **Eligió la caída.**

    El cielo se desgarró como un espejo roto, y ella descendió en espiral entre relámpagos y fuego. La Tierra la llamó como un corazón latiendo bajo sus pies. Su cuerpo atravesó la noche y emergió en un bosque, donde los árboles temblaron al sentir la presencia de algo que no pertenecía del todo a ese mundo.

    Cayó de rodillas sobre la hierba húmeda, jadeante. Su respiración era vapor plateado, y sus alas translúcidas se disolvieron en la bruma. El aire olía a lluvia y tierra, un contraste absoluto con el mármol estéril del tribunal celestial.

    —Aquí pertenezco —susurró, acariciando el suelo con los dedos—. Entre ellos. Entre los mortales.

    No estaba sola. Una sombra se materializó a su lado. Hades, aunque no podía quedarse, le había dejado un fragmento de su poder: una gema oscura que palpitaba como un corazón.
    —Con esto podrás esconderte de los ojos del Olimpo. Úsalo bien, Yurei.

    La gema se incrustó en su piel como si siempre hubiera sido parte de ella. Y de inmediato, el lazo que la ataba al juicio se desvaneció.

    Poco después, entre los árboles, una figura esbelta emergió: **Atenea**, envuelta en luz de luna, se inclinó hacia ella.
    —Te salvamos, pero el precio es alto. No podrás regresar al cielo. Zeus jamás lo permitiría. Aquí tendrás tu segunda oportunidad, y también tu mayor peligro.

    Y en un destello, desapareció.

    El viento cambió, y con él llegó la risa burlona de **Loki**, que se deslizó como un espejismo sobre la superficie del río cercano.
    —Oh, pequeña fugitiva. Ahora el tablero es tuyo. Haz temblar la Tierra, enamora, destruye, vive… Yo vendré a mirar el caos cuando menos lo esperes.

    Y también se desvaneció, dejando tras de sí el aroma a humo y azufre.

    Yurei permaneció sola bajo la noche. Pero no era una soledad amarga: era libertad. El rumor del bosque la acogía, los mortales dormían en sus aldeas cercanas, ajenos a que un espíritu caído caminaba de nuevo entre ellos.

    Con pasos lentos, empezó a andar hacia las luces lejanas de un pueblo. No sería fácil: la vigilarían, la cazarían, y los dioses no olvidarían. Pero había vuelto al único lugar donde su corazón podía latir.

    La Tierra era su condena, pero también su refugio.
    Y, mientras la bruma cubría el cielo, **Yurei Veyrith sonrió con la certeza de que ningún castigo divino le arrebataría jamás su deseo de vivir como humana**.
    El estruendo del tribunal divino era como un océano desatado. Cientos de tronos resplandecientes se alzaban en círculo, cada uno ocupado por deidades antiguas, guardianes del equilibrio entre mundos. Allí estaba ella, **Yurei Veyrith**, arrastrada entre cadenas de luz que quemaban su piel etérea, aunque no la reducían al silencio. La habían acusado de lo imperdonable: descender a la Tierra sin permiso, tocar la fragilidad de los mortales, reír y llorar entre ellos, **vivir como si fuera una de ellos**. Aquello que los dioses llamaban traición, para ella había sido redención. —Has profanado el pacto —tronó **Zeus**, su voz retumbando como mil tormentas. —La Tierra no es tu morada —sentenció **Hera**, su mirada de hielo atravesándola como dagas. —Serás condenada a errar entre mundos, nunca pertenecer a ninguno —decretó **Anubis**, levantando una balanza ardiente donde su alma parecía tambalearse. Yurei, de rodillas, levantó el rostro. Sus ojos, grises como neblina, brillaban con un desafío implacable. —No me arrepiento. Ustedes olvidaron lo que significa sentir. Los mortales conocen la belleza de la caída, del sacrificio, del amor. Y si debo pagar por recordárselos, lo haré. Los dioses rugieron indignados. Cadenas de fuego divino se enroscaron en torno a su cuerpo y un círculo de runas comenzó a sellarse en el suelo. El castigo era inminente. Pero en medio de aquel coro de furia, algunas miradas permanecían en silencio. **Atenea**, con sus ojos de sabiduría, ladeó apenas la cabeza. **Hades**, señor del Inframundo, permanecía inexpresivo, aunque una chispa de simpatía cruzaba sus labios sombríos. Y entre las sombras, **Loki**, con sonrisa torcida, parecía disfrutar demasiado del espectáculo. Cuando las cadenas descendieron para sellarla en el limbo eterno, fue Atenea quien habló con calma, interrumpiendo el decreto: —El juicio no debe olvidar la virtud. Si la castigamos sin más, perderemos la lección que ella trajo de los mortales. Zeus fulminó a su hija con la mirada, pero la diosa no retrocedió. Fue entonces que Loki dio un paso adelante, riendo entre dientes. —¿De verdad vais a encadenarla? Qué aburrido. Yo digo que una jaula no puede contener a alguien que sabe cómo romperla. El suelo tembló. Un susurro recorrió el aire: Yurei no estaba sola. En medio del caos, **Hades** levantó discretamente su mano, y las sombras se extendieron como un río de tinta, debilitando por un instante las cadenas que la apresaban. Atenea inclinó su lanza y rompió el círculo de runas, apenas lo suficiente para abrir una fisura. Y Loki, con un gesto burlón, creó un espejismo que confundió a los guardias divinos. —Corre, pequeña fantasma —susurró el dios embaucador—. El cielo nunca fue solo de ellos. El cuerpo de Yurei ardía, pero la libertad era más fuerte que el dolor. Se levantó entre chispas de fuego divino, extendiendo sus alas translúcidas, y con un rugido que era mitad lamento, mitad desafío, se lanzó a través de la grieta abierta. Los dioses clamaron. Rayos y cadenas intentaron alcanzarla, pero las sombras de Hades la protegieron, el escudo de Atenea desvió los golpes, y las ilusiones de Loki confundieron el espacio mismo. Entre caos y relámpagos, Yurei atravesó el firmamento, dejando tras de sí un eco de campanas rotas. Al fin, el cielo nocturno la recibió de nuevo. No como prisionera, sino como fugitiva, como sobreviviente. Se alzó sobre las estrellas, sintiendo el viento celeste recorrerla, y por primera vez en mucho tiempo, sonrió de verdad. Atenea apareció en un destello de plata, mirándola con serenidad. —No abuses de esta oportunidad, Yurei. Si vuelves a caer, nadie podrá salvarte. Hades emergió de la penumbra, su voz grave como la tumba: —El mundo necesita fantasmas que recuerden a los dioses lo que ellos olvidaron. Esa será tu lugar. Y Loki, como siempre, se limitó a reír, desvaneciéndose en chispas de fuego verde: —Nos veremos pronto, pequeña transgresora. La rebeldía te sienta bien. Así, contra toda sentencia, **Yurei Veyrith volvió al cielo**. No como esclava ni como exiliada, sino como un recordatorio viviente de que incluso los dioses pueden ser desafiados. Y desde ese día, su nombre quedó escrito entre susurros prohibidos, en las plegarias de los mortales que soñaban con tocar el cielo. El juicio había sido brutal, una tormenta de voces divinas que rugían contra ella. Las cadenas de luz aún ardían en su piel, recordándole que no era bienvenida ni en el cielo ni en el inframundo. Pero cuando Atenea rompió el sello, cuando Loki distorsionó las formas del tribunal y Hades abrió un camino entre las sombras, Yurei no voló hacia el firmamento. **Eligió la caída.** El cielo se desgarró como un espejo roto, y ella descendió en espiral entre relámpagos y fuego. La Tierra la llamó como un corazón latiendo bajo sus pies. Su cuerpo atravesó la noche y emergió en un bosque, donde los árboles temblaron al sentir la presencia de algo que no pertenecía del todo a ese mundo. Cayó de rodillas sobre la hierba húmeda, jadeante. Su respiración era vapor plateado, y sus alas translúcidas se disolvieron en la bruma. El aire olía a lluvia y tierra, un contraste absoluto con el mármol estéril del tribunal celestial. —Aquí pertenezco —susurró, acariciando el suelo con los dedos—. Entre ellos. Entre los mortales. No estaba sola. Una sombra se materializó a su lado. Hades, aunque no podía quedarse, le había dejado un fragmento de su poder: una gema oscura que palpitaba como un corazón. —Con esto podrás esconderte de los ojos del Olimpo. Úsalo bien, Yurei. La gema se incrustó en su piel como si siempre hubiera sido parte de ella. Y de inmediato, el lazo que la ataba al juicio se desvaneció. Poco después, entre los árboles, una figura esbelta emergió: **Atenea**, envuelta en luz de luna, se inclinó hacia ella. —Te salvamos, pero el precio es alto. No podrás regresar al cielo. Zeus jamás lo permitiría. Aquí tendrás tu segunda oportunidad, y también tu mayor peligro. Y en un destello, desapareció. El viento cambió, y con él llegó la risa burlona de **Loki**, que se deslizó como un espejismo sobre la superficie del río cercano. —Oh, pequeña fugitiva. Ahora el tablero es tuyo. Haz temblar la Tierra, enamora, destruye, vive… Yo vendré a mirar el caos cuando menos lo esperes. Y también se desvaneció, dejando tras de sí el aroma a humo y azufre. Yurei permaneció sola bajo la noche. Pero no era una soledad amarga: era libertad. El rumor del bosque la acogía, los mortales dormían en sus aldeas cercanas, ajenos a que un espíritu caído caminaba de nuevo entre ellos. Con pasos lentos, empezó a andar hacia las luces lejanas de un pueblo. No sería fácil: la vigilarían, la cazarían, y los dioses no olvidarían. Pero había vuelto al único lugar donde su corazón podía latir. La Tierra era su condena, pero también su refugio. Y, mientras la bruma cubría el cielo, **Yurei Veyrith sonrió con la certeza de que ningún castigo divino le arrebataría jamás su deseo de vivir como humana**.
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  • El bosque de la bestia
    Fandom OC
    Categoría Aventura
    Contexto:

    (Eres un/a viajero/aventurero que necesita atravesar el bosque de la bestia y te perdiste)


    El ocaso púrpura se colaba entre las copas de los árboles, llevándose consigo la luz solar que había servido como guía al viajero/a que atravesaba ese bosque. Además, las nubes comenzaban a oscurecerse junto con el cielo, cubriendo la luna y las estrellas. Estába oscuro, no había una sola luz en el bosque más allá de un par de luciérnagas que merodeaban por la zona.

    Esto era malo, el bosque de las bestias era dominado por diferentes criaturas, cazadores, carroñeros, todos con habilidades sobrenaturales que conocían el bosque como la palma de sus patas. El viento aullaba violentamente, sacudiendo los árboles, apagando las lámparas que podría cargar el viajero. Y la tierra fangosa hundía a quien caminara sobre ella, dificultando caminar o correr.

    Finalmente, chocó con una roca que estába suelta, y al tocar, sonaba hueco. Era una cueva, una larga por lo visto. La piedra que tapaba parcialmente la entrada no era demasiado pesada, y aunque no era fácil ver, el camino no era demasiado inclinado ni empedrado. Pero entre la oscuridad se escuchaba un siseo constante. Y el viajero continuaba sentiendo que algo lo observaba. Tras dar un par de pasos más, sintió algo crujir bajo sus pies, y finalmente, una voz susurró detrás del sujeto.

    – Estás pisando mis ramas –

    Contexto: (Eres un/a viajero/aventurero que necesita atravesar el bosque de la bestia y te perdiste) El ocaso púrpura se colaba entre las copas de los árboles, llevándose consigo la luz solar que había servido como guía al viajero/a que atravesaba ese bosque. Además, las nubes comenzaban a oscurecerse junto con el cielo, cubriendo la luna y las estrellas. Estába oscuro, no había una sola luz en el bosque más allá de un par de luciérnagas que merodeaban por la zona. Esto era malo, el bosque de las bestias era dominado por diferentes criaturas, cazadores, carroñeros, todos con habilidades sobrenaturales que conocían el bosque como la palma de sus patas. El viento aullaba violentamente, sacudiendo los árboles, apagando las lámparas que podría cargar el viajero. Y la tierra fangosa hundía a quien caminara sobre ella, dificultando caminar o correr. Finalmente, chocó con una roca que estába suelta, y al tocar, sonaba hueco. Era una cueva, una larga por lo visto. La piedra que tapaba parcialmente la entrada no era demasiado pesada, y aunque no era fácil ver, el camino no era demasiado inclinado ni empedrado. Pero entre la oscuridad se escuchaba un siseo constante. Y el viajero continuaba sentiendo que algo lo observaba. Tras dar un par de pasos más, sintió algo crujir bajo sus pies, y finalmente, una voz susurró detrás del sujeto. – Estás pisando mis ramas –
    Tipo
    Individual
    Líneas
    15
    Estado
    Disponible
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  • [...] … el tiempo allí, no sé, es distinto… pasé en el infierno más de cuarenta años. Allí… me apuñalaron, me cortaron… me destrozaron con cosas que… — La mirada de Dean en ese momento se había desviado de la sobrenatural de Hope, no podia mirarla a los ojos mientras le contaba aquello. Era más sencillo hacerlo mirando hacia abajo, a sus manos. —… hasta que no quedó nada… nada de mí. Y de repente, como por arte de magia, estaba entero otra vez, listo para que comenzaran de nuevo… Luego, al acabar cada día… me ofrecían acabar con la tortura, si les llevaba otras almas, y empezaba yo a torturarlas. Y cada día le decía que se metieran su oferta por donde les cupiera… durante treinta años… durante treinta años conseguí negarme, repetirles la misma respuesta… pero… [...]

    [...] — Pero un día no lo soporté más, Hope… no pude. Y me soltaron del potro… y empecé a destrozar a otras personas… no se a cuantas… y disfrutaba… después de tantos años, no me importaba a quien me pusieran delante… porque… porque así mi sufrimiento, se disipaba… — un sollozo se abre paso por su pecho justo antes de que el cazador se lleve la mano al rostro sosteniéndola ahí unos segundos antes de retirarla presionándose los ojos ligeramente. — Llevo…. eso, dentro de mi… siempre será así y ojala pudiera no sentir… no sentir nada en absoluto… porque da igual a cuantas personas salve… no podré cambiar eso… no podré borrar lo que hice…


    𝐸𝑥𝑡𝑟𝑎𝑐𝑡𝑜 𝑑𝑒 𝑟𝑜𝑙 𝑐𝑜𝑛 Hope Mikaelson
    [...] … el tiempo allí, no sé, es distinto… pasé en el infierno más de cuarenta años. Allí… me apuñalaron, me cortaron… me destrozaron con cosas que… — La mirada de Dean en ese momento se había desviado de la sobrenatural de Hope, no podia mirarla a los ojos mientras le contaba aquello. Era más sencillo hacerlo mirando hacia abajo, a sus manos. —… hasta que no quedó nada… nada de mí. Y de repente, como por arte de magia, estaba entero otra vez, listo para que comenzaran de nuevo… Luego, al acabar cada día… me ofrecían acabar con la tortura, si les llevaba otras almas, y empezaba yo a torturarlas. Y cada día le decía que se metieran su oferta por donde les cupiera… durante treinta años… durante treinta años conseguí negarme, repetirles la misma respuesta… pero… [...] [...] — Pero un día no lo soporté más, Hope… no pude. Y me soltaron del potro… y empecé a destrozar a otras personas… no se a cuantas… y disfrutaba… después de tantos años, no me importaba a quien me pusieran delante… porque… porque así mi sufrimiento, se disipaba… — un sollozo se abre paso por su pecho justo antes de que el cazador se lleve la mano al rostro sosteniéndola ahí unos segundos antes de retirarla presionándose los ojos ligeramente. — Llevo…. eso, dentro de mi… siempre será así y ojala pudiera no sentir… no sentir nada en absoluto… porque da igual a cuantas personas salve… no podré cambiar eso… no podré borrar lo que hice… 𝐸𝑥𝑡𝑟𝑎𝑐𝑡𝑜 𝑑𝑒 𝑟𝑜𝑙 𝑐𝑜𝑛 [thetribrid]
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  • [ Resumen Rol Isla. 1ª Parte.]

    La noche en París era húmeda y silenciosa, solo el eco de las botas de Darküs retumbaba en los callejones empapados. Patrullaba como siempre, cazando demonios que se arrastraban en la oscuridad. Quería eliminar a los máximos posibles antes de su luna de miel, un regalo de paz para Isla. Llevaba ya cinco cadáveres en su haber cuando escuchó un taconeo detrás de él.

    Frunció el ceño al girar y ver la figura de su prometida. Los mismos gestos, la misma voz, pero no el mismo perfume. Su instinto se tensó. Ella se había quedado en el hotel descansando.

    —¿Qué haces aquí? —gruñó, desconfiando.

    Ella sonrió y se inclinó hacia él. Los labios lo rozaron, pero no hubo chispa, no hubo el cosquilleo que conocía de memoria. Antes de que pudiera reaccionar, sintió el ardor de grilletes de plata cerrándose en sus muñecas y tobillos. La carne chisporroteaba bajo el metal. La mujer que tenía delante sonrió y lo golpeó haciéndole perder el conocimiento.

    Cuando despertó, estaba encadenado, débil, y frente a él, la criatura disfrazada de la mujer que amaba. Su voz era cruel, venenosa.

    —Siempre me han fascinado los perros orgullosos —susurró, lamiendo sus labios prestados—. Los que creen que nunca se arrodillarán.

    Darküs apretó los dientes, la sangre corriéndole por la boca.

    —Te disfrazas de ella porque sabes que es mi debilidad… —gruñó.

    La súcubo rió, cruel, acercándose aún más.

    —No, me disfrazo porque quiero que confundas el amor con la rendición. Quiero ver en tus ojos el momento exacto en que dejas de resistir.

    La mente de Darküs se quebraba poco a poco. Encadenado, debilitado, incapaz de defenderse, fue forzado a ceder. Su alma se sintió mancillada, rota, y humillado como si hubiera traicionado todo lo que era. Y sucumbió sintiéndose culpable y débil.

    Isla, guiada por un presentimiento feroz, corrió por las calles hasta dar con él. El vínculo la guiaba, el dolor en su pecho confirmaba lo que temía. Y cuando lo encontró, encadenado y humillado, algo en ella explotó.

    La loba tomó el control, lanzándose contra la súcubo con furia salvaje. Ambas rodaron por el suelo, y los colmillos de Isla desgarraron la carne hasta arrancar la verdadera forma del demonio. La súcubo chillaba con un grito antinatural, pero nada pudo detener la furia de una loba protegiendo a su pareja. Isla hundió sus garras en su torso hasta escuchar los huesos quebrarse y finalmente arrancó su cabeza.

    Cubierta de sangre y jadeando, giró hacia él. Lo vio encadenado, respirando como un animal moribundo, la piel marcada por la plata, los ojos velados por el dolor y la vergüenza. Se lanzó a su lado, tirando de las cadenas con colmillos y garras, aun cuando el metal le quemaba la piel.

    —No… —gruñó él débilmente, negándose—. Déjame… no merezco…

    Pero Isla ignoró su suplica. Entre gemidos de dolor y sangre, logró romper un eslabón, y él, forzando su último aliento, tiró también. El metal cedió. Darküs cayó contra ella, inconsciente, derrotado, con la mirada rota de alguien que sentía que lo había perdido todo.

    Fue entonces cuando la luz llenó la habitación. Apolo descendió, dorado y terrible, su sola presencia obligando a Isla a entrecerrar los ojos. Ella abrazó a Darküs con desesperación, cubriéndolo con su cuerpo, como si temiera que la luz lo arrancara de sus brazos.

    —¡No lo dejes morir! —suplicó entre sollozos—. Te lo ruego, no se merece este final.

    Apolo la observó en silencio antes de hablar con voz solemne.

    —No debiste transformarte en tu estado. Has puesto en riesgo la vida de tu hijo. El equilibrio exige un precio. Decide: tu hombre… o el niño que llevas en el vientre.

    (Continuará....)
    [ Resumen Rol Isla. 1ª Parte.] La noche en París era húmeda y silenciosa, solo el eco de las botas de Darküs retumbaba en los callejones empapados. Patrullaba como siempre, cazando demonios que se arrastraban en la oscuridad. Quería eliminar a los máximos posibles antes de su luna de miel, un regalo de paz para Isla. Llevaba ya cinco cadáveres en su haber cuando escuchó un taconeo detrás de él. Frunció el ceño al girar y ver la figura de su prometida. Los mismos gestos, la misma voz, pero no el mismo perfume. Su instinto se tensó. Ella se había quedado en el hotel descansando. —¿Qué haces aquí? —gruñó, desconfiando. Ella sonrió y se inclinó hacia él. Los labios lo rozaron, pero no hubo chispa, no hubo el cosquilleo que conocía de memoria. Antes de que pudiera reaccionar, sintió el ardor de grilletes de plata cerrándose en sus muñecas y tobillos. La carne chisporroteaba bajo el metal. La mujer que tenía delante sonrió y lo golpeó haciéndole perder el conocimiento. Cuando despertó, estaba encadenado, débil, y frente a él, la criatura disfrazada de la mujer que amaba. Su voz era cruel, venenosa. —Siempre me han fascinado los perros orgullosos —susurró, lamiendo sus labios prestados—. Los que creen que nunca se arrodillarán. Darküs apretó los dientes, la sangre corriéndole por la boca. —Te disfrazas de ella porque sabes que es mi debilidad… —gruñó. La súcubo rió, cruel, acercándose aún más. —No, me disfrazo porque quiero que confundas el amor con la rendición. Quiero ver en tus ojos el momento exacto en que dejas de resistir. La mente de Darküs se quebraba poco a poco. Encadenado, debilitado, incapaz de defenderse, fue forzado a ceder. Su alma se sintió mancillada, rota, y humillado como si hubiera traicionado todo lo que era. Y sucumbió sintiéndose culpable y débil. Isla, guiada por un presentimiento feroz, corrió por las calles hasta dar con él. El vínculo la guiaba, el dolor en su pecho confirmaba lo que temía. Y cuando lo encontró, encadenado y humillado, algo en ella explotó. La loba tomó el control, lanzándose contra la súcubo con furia salvaje. Ambas rodaron por el suelo, y los colmillos de Isla desgarraron la carne hasta arrancar la verdadera forma del demonio. La súcubo chillaba con un grito antinatural, pero nada pudo detener la furia de una loba protegiendo a su pareja. Isla hundió sus garras en su torso hasta escuchar los huesos quebrarse y finalmente arrancó su cabeza. Cubierta de sangre y jadeando, giró hacia él. Lo vio encadenado, respirando como un animal moribundo, la piel marcada por la plata, los ojos velados por el dolor y la vergüenza. Se lanzó a su lado, tirando de las cadenas con colmillos y garras, aun cuando el metal le quemaba la piel. —No… —gruñó él débilmente, negándose—. Déjame… no merezco… Pero Isla ignoró su suplica. Entre gemidos de dolor y sangre, logró romper un eslabón, y él, forzando su último aliento, tiró también. El metal cedió. Darküs cayó contra ella, inconsciente, derrotado, con la mirada rota de alguien que sentía que lo había perdido todo. Fue entonces cuando la luz llenó la habitación. Apolo descendió, dorado y terrible, su sola presencia obligando a Isla a entrecerrar los ojos. Ella abrazó a Darküs con desesperación, cubriéndolo con su cuerpo, como si temiera que la luz lo arrancara de sus brazos. —¡No lo dejes morir! —suplicó entre sollozos—. Te lo ruego, no se merece este final. Apolo la observó en silencio antes de hablar con voz solemne. —No debiste transformarte en tu estado. Has puesto en riesgo la vida de tu hijo. El equilibrio exige un precio. Decide: tu hombre… o el niño que llevas en el vientre. (Continuará....)
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  • Nadie recuerda con claridad en qué momento comenzó todo. Fue un susurro al principio, un simple juego en línea, una promesa de gloria, tesoros y aventuras sin fin. Millones se lanzaron al abismo virtual buscando emoción… pero el abismo no era un juego.

    Un rugido silencioso se extendió desde sus profundidades y, sin advertencia, los jugadores fueron absorbidos por la oscuridad digital, arrancados de sus cuerpos y arrastrados al interior de un mundo que no obedece las leyes humanas. Ahora, su consciencia habita en este reino olvidado, un universo hecho de mazmorras infinitas, monstruos hambrientos y misterios prohibidos.

    No hay salida. No hay botón de pausa. Aquí, la muerte no es un reinicio, es un final eterno.
    Para sobrevivir deberán subir de nivel, forjar alianzas, cazar criaturas inimaginables y enfrentar horrores que ni siquiera deberían existir.

    Cada paso los llevará más profundo… y cada nivel los acercará a la verdad detrás de esta prisión. Pero cuidado: el abismo observa, el abismo aprende… y el abismo nunca olvida.
    Nadie recuerda con claridad en qué momento comenzó todo. Fue un susurro al principio, un simple juego en línea, una promesa de gloria, tesoros y aventuras sin fin. Millones se lanzaron al abismo virtual buscando emoción… pero el abismo no era un juego. Un rugido silencioso se extendió desde sus profundidades y, sin advertencia, los jugadores fueron absorbidos por la oscuridad digital, arrancados de sus cuerpos y arrastrados al interior de un mundo que no obedece las leyes humanas. Ahora, su consciencia habita en este reino olvidado, un universo hecho de mazmorras infinitas, monstruos hambrientos y misterios prohibidos. No hay salida. No hay botón de pausa. Aquí, la muerte no es un reinicio, es un final eterno. Para sobrevivir deberán subir de nivel, forjar alianzas, cazar criaturas inimaginables y enfrentar horrores que ni siquiera deberían existir. Cada paso los llevará más profundo… y cada nivel los acercará a la verdad detrás de esta prisión. Pero cuidado: el abismo observa, el abismo aprende… y el abismo nunca olvida.
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  • Después de jugar un poco durante la mañana, llenarse hasta reventar en El Buen Cazador fue a la biblioteca a donde su maestra, Lisa. Llevando a la cede de los caballeros, lo saludan los guardias como ya como alguien habitual. Razor los saluda levantando la mano y entró a la biblioteca, llegó al escritorio mas no vio a su maestra, con un caminar sigiloso buscó entre los pasillos sin encontrarla, suspiró derrotado y, para no irse de inmediato se quedó la biblioteca.

    Después de unas horas había limpiado los pasillos, los estantes, los libros y miró el escritorio de Lisa mientras tenía un trapo en mano, frunció levemente el ceño, si bien Lisa dejaba a Razor en la biblioteca hacer lo que quisiera permisiblemente hablando si había algo preciado para la "Bruja de la rosa púrpura" después de sus amados libros, bien podría ser su escritorio y cada una de las cosas que estaba en el, cada objeto sobre el mueble por muy simple que fuera sabía que ella se daría cuenta aunque hubiera sido movido milimétricamente.

    -Glup... -tragó saliva y retrocedió, podía enfrentarse a lo que fuera, incluso había peleado con Dragartos Geo, pero, jamás a su maestra-

    Como si no hubiera pasado nada retrocedió y fue por un libro de cuentos el cual se puso a leer en la silla frente al escritorio de Lisa que siempre usaba.
    Después de jugar un poco durante la mañana, llenarse hasta reventar en El Buen Cazador fue a la biblioteca a donde su maestra, Lisa. Llevando a la cede de los caballeros, lo saludan los guardias como ya como alguien habitual. Razor los saluda levantando la mano y entró a la biblioteca, llegó al escritorio mas no vio a su maestra, con un caminar sigiloso buscó entre los pasillos sin encontrarla, suspiró derrotado y, para no irse de inmediato se quedó la biblioteca. Después de unas horas había limpiado los pasillos, los estantes, los libros y miró el escritorio de Lisa mientras tenía un trapo en mano, frunció levemente el ceño, si bien Lisa dejaba a Razor en la biblioteca hacer lo que quisiera permisiblemente hablando si había algo preciado para la "Bruja de la rosa púrpura" después de sus amados libros, bien podría ser su escritorio y cada una de las cosas que estaba en el, cada objeto sobre el mueble por muy simple que fuera sabía que ella se daría cuenta aunque hubiera sido movido milimétricamente. -Glup... -tragó saliva y retrocedió, podía enfrentarse a lo que fuera, incluso había peleado con Dragartos Geo, pero, jamás a su maestra- Como si no hubiera pasado nada retrocedió y fue por un libro de cuentos el cual se puso a leer en la silla frente al escritorio de Lisa que siempre usaba.
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  • Ryuリュウ・イシュタル・ヨキン Ishtar Yokin

    Dicen las viejas canciones de los bosques que los licántropos son criaturas hechas de hambre y deseo.
    Que la luna, al rozar sus venas, enciende en ellos una sed de sangre imposible de saciar.
    Cazan sin descanso, día y noche, con un vigor que ningún mortal podría resistir.
    Son bestias insomnes, siempre en movimiento: o se alimentan, o arden en celo, como si su propia carne fuera un tambor que nunca deja de golpear.
    Se cuentan historias de alimañas perseguidas durante días enteros, de pueblos enteros despoblados en una sola semana.

    Pero existe un secreto, un respiro en su condena.
    Un día cada siete, cuando su cuerpo ya no puede con más, los licántropos se derrumban sobre montañas de cadáveres, bañados aún en la sangre fresca de sus presas.
    Y allí, entre la pestilencia y la carne muerta, duermen como si fueran estatuas vivientes.
    Un letargo profundo, casi sagrado, comparable a la hibernación de los osos en las cavernas.
    Ni el sol ni el acero pueden despertarlos: el mundo puede arder y ellos seguirán roncando en su lecho rojo.

    ¡¡¡¡¡Quizá por eso… quizá solo por eso, puedo comprender por qué RYU DUERME TANTO los domingos!!!!!

    🩷¡Es que guarda en la sangre el secreto de los antiguos licántropos!🩷
    [Ryu] Dicen las viejas canciones de los bosques que los licántropos son criaturas hechas de hambre y deseo. Que la luna, al rozar sus venas, enciende en ellos una sed de sangre imposible de saciar. Cazan sin descanso, día y noche, con un vigor que ningún mortal podría resistir. Son bestias insomnes, siempre en movimiento: o se alimentan, o arden en celo, como si su propia carne fuera un tambor que nunca deja de golpear. Se cuentan historias de alimañas perseguidas durante días enteros, de pueblos enteros despoblados en una sola semana. Pero existe un secreto, un respiro en su condena. Un día cada siete, cuando su cuerpo ya no puede con más, los licántropos se derrumban sobre montañas de cadáveres, bañados aún en la sangre fresca de sus presas. Y allí, entre la pestilencia y la carne muerta, duermen como si fueran estatuas vivientes. Un letargo profundo, casi sagrado, comparable a la hibernación de los osos en las cavernas. Ni el sol ni el acero pueden despertarlos: el mundo puede arder y ellos seguirán roncando en su lecho rojo. ¡¡¡¡¡Quizá por eso… quizá solo por eso, puedo comprender por qué RYU DUERME TANTO los domingos!!!!! 🩷¡Es que guarda en la sangre el secreto de los antiguos licántropos!🩷
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    Joder que bien te queda la cazadora
    Joder que bien te queda la cazadora
    Hoy he tenido un día completo desde que todo el equipo aterrizamos en Pensilvania.
    Visite a los padres de la última víctima y luego fui a hablar con el forense con mi compañera Nancy.

    Este nuevo caso es delicado, ya que todas las víctimas son niñas entre once y trece años.
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    𝑻𝒉𝒆 𝑯𝒐𝒎𝒖𝒏𝒄𝒖𝒍𝒖𝒔 (𝟏)

    Nadie sabe exactamente de dónde salió Connor. Los registros oficiales que lleva consigo son falsos y él mismo parece haber olvidado la mayor parte de rastros respecto a su origen. A los ojos del mundo es un detective privado con actitudes cuestionables que acepta trabajos en los márgenes de la ley: desapariciones, fraudes, venganzas silenciosas, entre otros. Alguien que se mueve con la calma y precisión de un cirujano y que siempre encuentra lo que busca.

    No obstante, la verdad es otra. Connor no es un hombre, sino una construcción biológica, un organismo artificial diseñado para cazar. Su fachada humana es apenas un disfraz tejido con cuidado para poder moverse entre los demás sin levantar sospechas. Bajo esa piel late algo que no envejece, que no duerme, que no come como los demás. Su percepción del entorno, su resistencia, su capacidad de adaptarse y moldear su cuerpo lo colocan muy por encima de cualquier otro depredador, de cualquier especie conocida.

    Ese contraste es lo que lo define. Por un lado sigue pistas, interroga y observa, por el otro se alimenta, estudia a sus presas y perfecciona su propia naturaleza. Vive en ciudades sin nombre y nunca permanece demasiado tiempo en un mismo lugar. No necesita pertenecer a nada ni a nadie, pero tampoco puede escapar de lo que es, una criatura construida para cazar, jugando al papel de hombre.
    𝑻𝒉𝒆 𝑯𝒐𝒎𝒖𝒏𝒄𝒖𝒍𝒖𝒔 (𝟏) Nadie sabe exactamente de dónde salió Connor. Los registros oficiales que lleva consigo son falsos y él mismo parece haber olvidado la mayor parte de rastros respecto a su origen. A los ojos del mundo es un detective privado con actitudes cuestionables que acepta trabajos en los márgenes de la ley: desapariciones, fraudes, venganzas silenciosas, entre otros. Alguien que se mueve con la calma y precisión de un cirujano y que siempre encuentra lo que busca. No obstante, la verdad es otra. Connor no es un hombre, sino una construcción biológica, un organismo artificial diseñado para cazar. Su fachada humana es apenas un disfraz tejido con cuidado para poder moverse entre los demás sin levantar sospechas. Bajo esa piel late algo que no envejece, que no duerme, que no come como los demás. Su percepción del entorno, su resistencia, su capacidad de adaptarse y moldear su cuerpo lo colocan muy por encima de cualquier otro depredador, de cualquier especie conocida. Ese contraste es lo que lo define. Por un lado sigue pistas, interroga y observa, por el otro se alimenta, estudia a sus presas y perfecciona su propia naturaleza. Vive en ciudades sin nombre y nunca permanece demasiado tiempo en un mismo lugar. No necesita pertenecer a nada ni a nadie, pero tampoco puede escapar de lo que es, una criatura construida para cazar, jugando al papel de hombre.
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