• Elisabetta caminaba por las calles de Trastevere con un leve cosquilleo en el estómago. No era una sensación que conociera bien; el nerviosismo no solía tener cabida en su vida. Y sin embargo, ahí estaba: apretando suavemente las correas de su mochila de mezclilla mientras recorría el adoquinado con sus botines negros resonando suavemente en cada paso. Vestía de manera sorprendentemente casual para ser ella: jeans ajustados, una blusa de algodón de manga tres cuartos y cuello ligeramente alto que abrazaba su figura con discreción, y el cabello rubio cayendo suelto sobre su espalda.

    Esa noche no era la Farfalla della Morte, líder implacable de una de las organizaciones más temidas de Italia. Esa noche, era solo Elisabetta. Una mujer que esperaba una cita.

    Eligió un pequeño restaurante que había visitado años atrás, cuando la vida era más sencilla. La Lanterna Verde, un rincón discreto en una calle estrecha, adornado con faroles de hierro forjado y parras trepando por la fachada. Afuera, las mesas se acomodaban bajo una pérgola cubierta de luces cálidas que titilaban como luciérnagas suspendidas en el aire. El aroma a albahaca fresca y pan recién horneado impregnaba el ambiente.

    Se sentó en una mesa cerca de la esquina, desde donde podía ver claramente la entrada, y sacó su celular. Sus dedos dudaron un instante antes de escribirle a Ryan:

    "Buonasera, Ryan . Estoy en un lugar encantador en Trastevere que se llama La Lanterna Verde. Es tranquilo, acogedor… pensé que podríamos conversar sin prisas. Estoy en la terraza, en una mesa hacia la esquina. Te estaré esperando."

    Le dio a enviar y apoyó el teléfono sobre la mesa con un leve suspiro. Sus ojos violetas recorrían distraídamente el entorno, sin dejar de lanzar miradas hacia la entrada cada tanto. Había algo casi adolescente en esa espera, una inquietud que no lograba calmar ni siquiera con la familiaridad del entorno.

    Cuando lo viera llegar, pensó, lo recibiría con una sonrisa serena. No fingida, no forzada. Cordial, sí, pero también honesta. Porque esa noche, por muy extraño que le pareciera, quería compartir un pedacito de su mundo con alguien… sin necesidad de protegerse. Solo ella. Solo Elisabetta.

    Elisabetta caminaba por las calles de Trastevere con un leve cosquilleo en el estómago. No era una sensación que conociera bien; el nerviosismo no solía tener cabida en su vida. Y sin embargo, ahí estaba: apretando suavemente las correas de su mochila de mezclilla mientras recorría el adoquinado con sus botines negros resonando suavemente en cada paso. Vestía de manera sorprendentemente casual para ser ella: jeans ajustados, una blusa de algodón de manga tres cuartos y cuello ligeramente alto que abrazaba su figura con discreción, y el cabello rubio cayendo suelto sobre su espalda. Esa noche no era la Farfalla della Morte, líder implacable de una de las organizaciones más temidas de Italia. Esa noche, era solo Elisabetta. Una mujer que esperaba una cita. Eligió un pequeño restaurante que había visitado años atrás, cuando la vida era más sencilla. La Lanterna Verde, un rincón discreto en una calle estrecha, adornado con faroles de hierro forjado y parras trepando por la fachada. Afuera, las mesas se acomodaban bajo una pérgola cubierta de luces cálidas que titilaban como luciérnagas suspendidas en el aire. El aroma a albahaca fresca y pan recién horneado impregnaba el ambiente. Se sentó en una mesa cerca de la esquina, desde donde podía ver claramente la entrada, y sacó su celular. Sus dedos dudaron un instante antes de escribirle a Ryan: "Buonasera, [Ryan_Al_72]. Estoy en un lugar encantador en Trastevere que se llama La Lanterna Verde. Es tranquilo, acogedor… pensé que podríamos conversar sin prisas. Estoy en la terraza, en una mesa hacia la esquina. Te estaré esperando." Le dio a enviar y apoyó el teléfono sobre la mesa con un leve suspiro. Sus ojos violetas recorrían distraídamente el entorno, sin dejar de lanzar miradas hacia la entrada cada tanto. Había algo casi adolescente en esa espera, una inquietud que no lograba calmar ni siquiera con la familiaridad del entorno. Cuando lo viera llegar, pensó, lo recibiría con una sonrisa serena. No fingida, no forzada. Cordial, sí, pero también honesta. Porque esa noche, por muy extraño que le pareciera, quería compartir un pedacito de su mundo con alguien… sin necesidad de protegerse. Solo ella. Solo Elisabetta.
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  • Noche sin Luna.
    Fandom Original.
    Categoría Acción
    𝗟𝘦𝘆𝙨𝘩𝗮 𝗟𝖺𝗻𝗰𝖺𝙨t𝗲𝙧

    ⠀⠀El aire denso del bar se mezclaba con el aroma agrio de tabaco viejo y madera húmeda. Las luces amarillas, opacas por décadas de polvo, proyectaban sombras largas sobre las mesas vacías a esa hora incierta entre la tarde y la noche. En un rincón, donde el bullicio de las conversaciones moría y la luz nocturna se reflejaba sobre la ventana, el cura se sentó solo, con la espalda apoyada contra la pared rugosa.

    ⠀⠀Tenía veinte y pocos años, pero algo en su mirada —una profundidad turbia, lejana— desentonaba con la tersura de su rostro joven. Su mano derecha rodeaba el vaso de vidrio con un gesto apagado, como si aquella acción formara parte de una costumbre más antigua que su propio cuerpo, puesto que el alcohol fue el descubrimiento más fiel del hombre. Las marcas de nacimiento en su antebrazo, oscuras y difusas como cicatrices de un fuego olvidado, se asomaban bajo la manga de su túnica remangada, quizá lo que más resaltaba.

    ⠀⠀Mientras la tele chirriaba un ruido estridente, una punzada familiar cruzó su sien. Un zumbido, un susurro lejano, apenas un eco: recuerdos que no eran suyos, pero que ardían como si siempre lo hubieran sido. En ese instante, supo que algo lo había llevado allí. No era casualidad. Aquel bar era un umbral, un portal para lo pecaminoso que se ocultaba en lo nocturno.

    ⠀⠀Parecía que nunca tendría una noche en paz.

    ⠀⠀Elevó la mirada, su ceja se arqueó. Algo había en esa silueta femenina que acababa de entrar, algo que le gritaba ecos de la sangre, como si hirviera.
    [Leysha1] ⠀ ⠀⠀El aire denso del bar se mezclaba con el aroma agrio de tabaco viejo y madera húmeda. Las luces amarillas, opacas por décadas de polvo, proyectaban sombras largas sobre las mesas vacías a esa hora incierta entre la tarde y la noche. En un rincón, donde el bullicio de las conversaciones moría y la luz nocturna se reflejaba sobre la ventana, el cura se sentó solo, con la espalda apoyada contra la pared rugosa. ⠀⠀Tenía veinte y pocos años, pero algo en su mirada —una profundidad turbia, lejana— desentonaba con la tersura de su rostro joven. Su mano derecha rodeaba el vaso de vidrio con un gesto apagado, como si aquella acción formara parte de una costumbre más antigua que su propio cuerpo, puesto que el alcohol fue el descubrimiento más fiel del hombre. Las marcas de nacimiento en su antebrazo, oscuras y difusas como cicatrices de un fuego olvidado, se asomaban bajo la manga de su túnica remangada, quizá lo que más resaltaba. ⠀⠀Mientras la tele chirriaba un ruido estridente, una punzada familiar cruzó su sien. Un zumbido, un susurro lejano, apenas un eco: recuerdos que no eran suyos, pero que ardían como si siempre lo hubieran sido. En ese instante, supo que algo lo había llevado allí. No era casualidad. Aquel bar era un umbral, un portal para lo pecaminoso que se ocultaba en lo nocturno. ⠀⠀Parecía que nunca tendría una noche en paz. ⠀⠀Elevó la mirada, su ceja se arqueó. Algo había en esa silueta femenina que acababa de entrar, algo que le gritaba ecos de la sangre, como si hirviera. ⠀
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  • Hoy es un dia casual, hace calor y la falda me pareció lo mas cómodo para usar.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    ╔═════ ∘◦ ✧ ✦ ✧ ◦∘ ═════╗
    RECLUTAMIENTO PARA "ANTIGUA GRECIA" - FANDOM MITOLOGIA GRIEGA
    ╚═════ ∘◦ ✧ ✦ ✧ ◦∘ ═════╝

    “El poder fluye en la eternidad… pero incluso los dioses necesitan aliados.”

    ¡Bienvenidx al Reclutamiento oficial del grupo de rol ambientado en el majestuoso Olimpo y el enigmático Inframundo!
    Este espacio está dedicado a quienes deseen formar parte de un universo mitológico lleno de drama, magia, pasiones divinas y conflictos inmortales.
    ¿Te atreves a escribir entre dioses?

    ╭───────────────╮
    PLATAFORMAS DE ROL
    ╰───────────────╯
    ✦ Discord → Para tramas dinámicas, actividades y eventos del Olimpo
    ✦ Ficrol → Para artículos sociales, tramas profundas y exploración de personajes

    ╭───────────────╮
    FANDOM & AMBIENTACIÓN
    ╰───────────────╯
    ✦ Fandom: Mitología Griega
    ✦ Personajes: Dioses mayores, dioses menores, criaturas mitológicas y mortales con vínculos
    ✦ Espacios disponibles: Olimpo, Inframundo, Mundo mortal (selectivo según trama)

    ╭───────────────╮
    ACLARACIONES IMPORTANTES
    ╰───────────────╯
    ✦ El rol ya tiene casi un año de existencia, pero buscamos más integrantes activos para avanzar en las tramas.
    ✦ Se divide en dos plataformas:
    – Ficrol: para el desarrollo social, fichas, eventos formales.
    – Discord: para juegos, tramas casuales, rol más dinámico y rápido.
    ✦ Ambientado en la vida, intrigas y relaciones entre los Dioses del Olimpo, del Inframundo y algunos mortales que forman parte de sus destinos.
    ✦ Para ingresar, deberás realizar una prueba técnica de rol interpretando al personaje elegido. Una vez aprobada, tendrás acceso total al grupo.

    ╭───────────────╮
    LO QUE BUSCAMOS
    ╰───────────────╯
    ✦ Roleplayers interesados en la mitología griega (activos o semiactivos)
    ✦ Buena ortografía y narrativa coherente
    ✦ Espacio en Discord y Ficrol (o acceso desde PC)
    ✦ Respeto y compromiso con el grupo
    ✦ Ganas de socializar y aportar al ambiente.

    https://discord.gg/xVJcUFr6

    Más información de los psjs ocupados al privado!

    #mitologiagriega #rol #rp #grecia
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  • **Bar "La cantera nublada", 10:47 p.m.**

    La lluvia apenas tocaba el toldo oxidado del bar, un rincón olvidado en los márgenes de la ciudad. John, vestido de civil —jeans oscuros, camiseta gris, chamarra sin logotipos— se sentaba solo en la barra, girando el vaso de whisky con indiferencia fingida. Las gotas de sudor no eran del alcohol ni del clima. Eran del hombre que acababa de entrar.

    El detective.

    Era joven, con la cabeza completamente rapada y gafas oscuras que no se quitaba ni dentro del local. Caminó con una calma letal, como si supiera exactamente a quién buscaba… y ya lo hubiese encontrado.

    Se sentó a tres asientos de John.
    —Whisky, solo. Nada barato —ordenó con voz firme.
    John no giró la cabeza. No lo necesitaba. Lo *sentía*.

    —No se ve seguido por aquí —dijo el detective tras un sorbo, mirando a John.
    —Solo de paso. Trabajo en mantenimiento industrial… turnos raros —respondió John con una sonrisa neutral.
    —Mantenimiento, claro… —el detective sonrió, pero no de forma amistosa—. ¿A qué clase de fábricas las llaman a la 1 a.m., con patrullas de fondo?

    Un escalofrío se le coló por la espalda. *Demasiado directo*, pensó.

    John mantuvo la compostura.
    —Las que tienen accidentes feos. Usted sabe, químicos, vidrios rotos… cosas que no quiere que el sindicato vea.
    —¿Y qué clase de accidente deja rastros de sangre en tres habitaciones separadas, sin reportes oficiales?
    —¿Perdón?
    —Olvídelo… solo hablaba en voz alta —el detective sonrió de nuevo, esta vez mostrando dientes.

    John bebió un sorbo largo. Su cabeza ya iba tres pasos adelante: *No sabe nada sólido, pero está tanteando terreno. Tal vez encontró residuos. Tal vez vio cámaras. ¿O solo está probando suerte?*

    —Interesante corte de cabello el suyo —comentó John, cambiando de tema con un gesto amistoso—. Siempre pensé que los detectives usaban sombrero.
    —Algunos sí. Yo prefiero ver mejor.
    —¿Incluso en la oscuridad?
    —Especialmente —respondió, bajando lentamente las gafas por primera vez.

    Un par de ojos oscuros como pozos lo miraron fijo. Sin emoción. Solo cálculo.

    John sintió que si se quedaba un minuto más, iba a dejar de ser "el civil simpático" para convertirse en "el sujeto de interés".
    Así que sonrió, pagó el trago y se levantó.
    —Bueno, detective… fue un gusto. Me esperan los turnos mal pagados y las fugas de cloro.
    —Estoy seguro de que nos volveremos a ver —dijo el detective, sin girarse.
    —Espero que no —respondió John, y se marchó caminando con naturalidad… pero cada paso pesaba más.

    **Fuera del bar, bajo la lluvia, su mente trabajaba rápido.**
    *¿Por qué él?
    El patrón, la forma en que miraba. No buscaba evidencia. Buscaba *errores humanos*. Y John acababa de darle uno: su presencia en esa zona, esa noche.

    Se perdió entre la niebla y las luces parpadeantes. Tomó rutas distintas, pasó por dos callejones y se cambió la chamarra en una lavandería abierta 24 horas. En menos de quince minutos, era un transeúnte más.

    *“Ese no era un encuentro casual. Él ya sabía. No todo… pero lo suficiente como para oler algo muerto… algo que yo dejé atrás.”*

    John desapareció en la noche.
    Pero sabía que esa mirada lo encontraría de nuevo.
    Y la próxima vez, no bastaría con una sonrisa.
    **Bar "La cantera nublada", 10:47 p.m.** La lluvia apenas tocaba el toldo oxidado del bar, un rincón olvidado en los márgenes de la ciudad. John, vestido de civil —jeans oscuros, camiseta gris, chamarra sin logotipos— se sentaba solo en la barra, girando el vaso de whisky con indiferencia fingida. Las gotas de sudor no eran del alcohol ni del clima. Eran del hombre que acababa de entrar. El detective. Era joven, con la cabeza completamente rapada y gafas oscuras que no se quitaba ni dentro del local. Caminó con una calma letal, como si supiera exactamente a quién buscaba… y ya lo hubiese encontrado. Se sentó a tres asientos de John. —Whisky, solo. Nada barato —ordenó con voz firme. John no giró la cabeza. No lo necesitaba. Lo *sentía*. —No se ve seguido por aquí —dijo el detective tras un sorbo, mirando a John. —Solo de paso. Trabajo en mantenimiento industrial… turnos raros —respondió John con una sonrisa neutral. —Mantenimiento, claro… —el detective sonrió, pero no de forma amistosa—. ¿A qué clase de fábricas las llaman a la 1 a.m., con patrullas de fondo? Un escalofrío se le coló por la espalda. *Demasiado directo*, pensó. John mantuvo la compostura. —Las que tienen accidentes feos. Usted sabe, químicos, vidrios rotos… cosas que no quiere que el sindicato vea. —¿Y qué clase de accidente deja rastros de sangre en tres habitaciones separadas, sin reportes oficiales? —¿Perdón? —Olvídelo… solo hablaba en voz alta —el detective sonrió de nuevo, esta vez mostrando dientes. John bebió un sorbo largo. Su cabeza ya iba tres pasos adelante: *No sabe nada sólido, pero está tanteando terreno. Tal vez encontró residuos. Tal vez vio cámaras. ¿O solo está probando suerte?* —Interesante corte de cabello el suyo —comentó John, cambiando de tema con un gesto amistoso—. Siempre pensé que los detectives usaban sombrero. —Algunos sí. Yo prefiero ver mejor. —¿Incluso en la oscuridad? —Especialmente —respondió, bajando lentamente las gafas por primera vez. Un par de ojos oscuros como pozos lo miraron fijo. Sin emoción. Solo cálculo. John sintió que si se quedaba un minuto más, iba a dejar de ser "el civil simpático" para convertirse en "el sujeto de interés". Así que sonrió, pagó el trago y se levantó. —Bueno, detective… fue un gusto. Me esperan los turnos mal pagados y las fugas de cloro. —Estoy seguro de que nos volveremos a ver —dijo el detective, sin girarse. —Espero que no —respondió John, y se marchó caminando con naturalidad… pero cada paso pesaba más. **Fuera del bar, bajo la lluvia, su mente trabajaba rápido.** *¿Por qué él? El patrón, la forma en que miraba. No buscaba evidencia. Buscaba *errores humanos*. Y John acababa de darle uno: su presencia en esa zona, esa noche. Se perdió entre la niebla y las luces parpadeantes. Tomó rutas distintas, pasó por dos callejones y se cambió la chamarra en una lavandería abierta 24 horas. En menos de quince minutos, era un transeúnte más. *“Ese no era un encuentro casual. Él ya sabía. No todo… pero lo suficiente como para oler algo muerto… algo que yo dejé atrás.”* John desapareció en la noche. Pero sabía que esa mirada lo encontraría de nuevo. Y la próxima vez, no bastaría con una sonrisa.
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  • ¿Oh? No me digas que te sorprender ver al Rey en una atuendo más casual, se mis deberes como Rey y jamas lo dejare.
    Aun asi tambien hay que disfrutar de un momento de tranquilidad.
    ¿Oh? No me digas que te sorprender ver al Rey en una atuendo más casual, se mis deberes como Rey y jamas lo dejare. Aun asi tambien hay que disfrutar de un momento de tranquilidad.
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  • ⟬ FLASHBACK ⟭

    El cielo estaba gris aquel día en Sokovia. Las nubes pesaban sobre los edificios destruidos y el aire olía a polvo y metal quemado. Para Samantha, era apenas su tercera misión con S.H.I.E.L.D., y aunque había demostrado tener una mente brillante en estrategia y análisis, su falta de experiencia en el campo terminaría por marcar su destino.

    Habían infiltrado una base de Hydra camuflada como una planta de energía abandonada. El objetivo era claro: recopilar información y salir sin ser detectados. Pero Samantha, confiada en sus habilidades de rastreo digital, se separó del grupo. Una puerta abierta, una señal débil de radio… y un error de juicio.

    La emboscaron rápido. No hubo tiempo de contraatacar ni de pedir refuerzos. Hydra ya sabía quién era. No por su apellido —que guardaba celosamente—, sino porque era nueva, sin historial especial, sin poderes. Prescindible.

    La encerraron en una celda de metal y sombras, donde la luz era un privilegio y el tiempo una tortura. Lo siguiente fueron días —o quizás semanas— de interrogatorios brutales. La dejaron colgada de cadenas, golpeada, privada de sueño, con electrodos en su piel y agujas buscando respuestas bajo sus uñas. Le rompieron costillas, la obligaron a ver cómo otros sufrían, intentando quebrarla no solo físicamente, sino también por dentro. Hydra no buscaba información… buscaba control.

    Cuando no obtuvieron nada útil, decidieron deshacerse de ella de forma más “científica”. Uno de los científicos, con crueldad meticulosa, propuso utilizarla como sujeto de prueba para la exposición al compuesto terrígeno. Un experimento al que ni siquiera sus propios soldados se atrevían a acercarse. Después de todo, si moría, nadie lo lamentaría. Y si por casualidad tenía un gen Inhumano latente, lo más probable era que la niebla misma la matara durante la transformación.

    Una burla. Un castigo. Una forma elegante de borrarla.

    La celda fue sellada. Un vapor denso y brillante comenzó a brotar por las rejillas. Samantha gritó, su cuerpo se tensó en espasmos violentos. La niebla la envolvía, la desgarraba por dentro. Sus recuerdos ardían, su piel parecía cristalizarse desde adentro. El dolor era inhumano… y, sin embargo, no murió.

    Cuando el cristal se rompió desde dentro, los gritos de los soldados resonaron por todo el complejo. La niebla aún no se disipaba, pero entre ella se alzaba una figura distinta. Samantha, ya no del todo humana, con los ojos cargados de energía pura y un resplandor eléctrico bajo su piel, respiraba con dificultad… pero con vida.

    No sabía lo que era. No sabía lo que podía hacer. Solo sabía que algo dentro de ella había despertado. Algo que ya no podían controlar.

    Samantha escapó entre el caos, guiada por un instinto feroz. La misión había fracasado, sí… pero había nacido una nueva fuerza. No solo una agente de S.H.I.E.L.D., sino una Inhumana marcada por el sufrimiento, forjada en el odio de Hydra.

    Y ellos… habían creado su propia pesadilla.
    ⟬ FLASHBACK ⟭ El cielo estaba gris aquel día en Sokovia. Las nubes pesaban sobre los edificios destruidos y el aire olía a polvo y metal quemado. Para Samantha, era apenas su tercera misión con S.H.I.E.L.D., y aunque había demostrado tener una mente brillante en estrategia y análisis, su falta de experiencia en el campo terminaría por marcar su destino. Habían infiltrado una base de Hydra camuflada como una planta de energía abandonada. El objetivo era claro: recopilar información y salir sin ser detectados. Pero Samantha, confiada en sus habilidades de rastreo digital, se separó del grupo. Una puerta abierta, una señal débil de radio… y un error de juicio. La emboscaron rápido. No hubo tiempo de contraatacar ni de pedir refuerzos. Hydra ya sabía quién era. No por su apellido —que guardaba celosamente—, sino porque era nueva, sin historial especial, sin poderes. Prescindible. La encerraron en una celda de metal y sombras, donde la luz era un privilegio y el tiempo una tortura. Lo siguiente fueron días —o quizás semanas— de interrogatorios brutales. La dejaron colgada de cadenas, golpeada, privada de sueño, con electrodos en su piel y agujas buscando respuestas bajo sus uñas. Le rompieron costillas, la obligaron a ver cómo otros sufrían, intentando quebrarla no solo físicamente, sino también por dentro. Hydra no buscaba información… buscaba control. Cuando no obtuvieron nada útil, decidieron deshacerse de ella de forma más “científica”. Uno de los científicos, con crueldad meticulosa, propuso utilizarla como sujeto de prueba para la exposición al compuesto terrígeno. Un experimento al que ni siquiera sus propios soldados se atrevían a acercarse. Después de todo, si moría, nadie lo lamentaría. Y si por casualidad tenía un gen Inhumano latente, lo más probable era que la niebla misma la matara durante la transformación. Una burla. Un castigo. Una forma elegante de borrarla. La celda fue sellada. Un vapor denso y brillante comenzó a brotar por las rejillas. Samantha gritó, su cuerpo se tensó en espasmos violentos. La niebla la envolvía, la desgarraba por dentro. Sus recuerdos ardían, su piel parecía cristalizarse desde adentro. El dolor era inhumano… y, sin embargo, no murió. Cuando el cristal se rompió desde dentro, los gritos de los soldados resonaron por todo el complejo. La niebla aún no se disipaba, pero entre ella se alzaba una figura distinta. Samantha, ya no del todo humana, con los ojos cargados de energía pura y un resplandor eléctrico bajo su piel, respiraba con dificultad… pero con vida. No sabía lo que era. No sabía lo que podía hacer. Solo sabía que algo dentro de ella había despertado. Algo que ya no podían controlar. Samantha escapó entre el caos, guiada por un instinto feroz. La misión había fracasado, sí… pero había nacido una nueva fuerza. No solo una agente de S.H.I.E.L.D., sino una Inhumana marcada por el sufrimiento, forjada en el odio de Hydra. Y ellos… habían creado su propia pesadilla.
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  • Cuando me fui del cielo le rogué a mi madre que me dejara conservar mi verdadera forma, decía que debía adoptar una apariencia más casual, más humana, ella me contó que las personas suelen asustarse ante lo extraño y diferente.
    Debido a eso opté por una figura más humana, para que no me enojara demasiado se me permite adoptar mi forma original las noches de luna nueva.

    Yo no creo que sea tan terrible...¿Qué dicen ustedes? ¿Doy miedo?

    Me preguntó que dirá él si me ve ¿Me reconocerá? Jeje
    Cuando me fui del cielo le rogué a mi madre que me dejara conservar mi verdadera forma, decía que debía adoptar una apariencia más casual, más humana, ella me contó que las personas suelen asustarse ante lo extraño y diferente. Debido a eso opté por una figura más humana, para que no me enojara demasiado se me permite adoptar mi forma original las noches de luna nueva. Yo no creo que sea tan terrible...¿Qué dicen ustedes? ¿Doy miedo? Me preguntó que dirá él si me ve ¿Me reconocerá? Jeje
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  • Similia Similibus Percipiuntur
    Fandom OC
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             ────────────────────┐
             𝗰𝗼𝗻: Anya Tarasova
           └────────────────────

    El aire olía a sal, metal viejo, y gasolina derramada, mezclado con la notable humedad del puerto nocturno. El cigarrillo a medio consumir entre sus dedos anillados, ardiendo con un brillo tenue cada vez que inhalaba. De pie junto a una de las columnas del almacén, con su figura apenas delineada por el reflejo a contraluz, barría lentamente la zona con la mirada calculada, sin perder detalle.

    Las cajas iban y venían, los muchachos hablaban entre ellos, otro par anotaba stock… como de costumbre. No veía la hora de que operativo acabase rápido, así podría volver a su hotel. Escaneó la escena una vez más antes de acomodar su abrigo. Casi diría que no había nada fuera de lo normal, de no ser por una cara en particular que le llamaba la atención. Entre todas que le resultaban conocidas, era la primera vez que veía la de ella.

    Su olfato le dijo que algo olía raro. Más allá de la lejana peste a alga marina, eran sus movimientos controlados, de precisión quirúrgica, su postura limpia, y esa energía... particular. Supo que lo semejante reconoce lo semejante, y se dedicó a continuar con su turno, observando en silencio. Aún no sabía qué conclusiones sacar.

    Fue recién mientras estaban realizando el conteo final de la mercancía que decidió acercarse. Exhaló con parsimonia, dejando una estela de humo detrás.
    —Primera vez que te veo por aquí —murmuró, su tono plano, sin filo ni cortesía, simplemente una afirmación.

    Sus ojos, oscuros como obsidiana, se posaron fijos en ella, manteniendo una mirada que la estudiaba con tranquilidad. No era su intención darse a entender como amenaza. Retiró su caja medio vacía de cigarrillos fuera del bolsillo interior de su abrigo, extendiéndola en dirección de la dama sin romper el contacto visual.

    —¿Fumas?

    La palabra quedó suspendida en el aire denso del almacén mientras aguardaba pacientemente. Era una invitación a tener una charla casual mientras terminaba el operativo, claro que sí. Pero también era una excusa para consentir su curiosidad.
             ────────────────────┐          𝗰𝗼𝗻: [flare_amethyst_wolf_903]        └──────────────────── El aire olía a sal, metal viejo, y gasolina derramada, mezclado con la notable humedad del puerto nocturno. El cigarrillo a medio consumir entre sus dedos anillados, ardiendo con un brillo tenue cada vez que inhalaba. De pie junto a una de las columnas del almacén, con su figura apenas delineada por el reflejo a contraluz, barría lentamente la zona con la mirada calculada, sin perder detalle. Las cajas iban y venían, los muchachos hablaban entre ellos, otro par anotaba stock… como de costumbre. No veía la hora de que operativo acabase rápido, así podría volver a su hotel. Escaneó la escena una vez más antes de acomodar su abrigo. Casi diría que no había nada fuera de lo normal, de no ser por una cara en particular que le llamaba la atención. Entre todas que le resultaban conocidas, era la primera vez que veía la de ella. Su olfato le dijo que algo olía raro. Más allá de la lejana peste a alga marina, eran sus movimientos controlados, de precisión quirúrgica, su postura limpia, y esa energía... particular. Supo que lo semejante reconoce lo semejante, y se dedicó a continuar con su turno, observando en silencio. Aún no sabía qué conclusiones sacar. Fue recién mientras estaban realizando el conteo final de la mercancía que decidió acercarse. Exhaló con parsimonia, dejando una estela de humo detrás. —Primera vez que te veo por aquí —murmuró, su tono plano, sin filo ni cortesía, simplemente una afirmación. Sus ojos, oscuros como obsidiana, se posaron fijos en ella, manteniendo una mirada que la estudiaba con tranquilidad. No era su intención darse a entender como amenaza. Retiró su caja medio vacía de cigarrillos fuera del bolsillo interior de su abrigo, extendiéndola en dirección de la dama sin romper el contacto visual. —¿Fumas? La palabra quedó suspendida en el aire denso del almacén mientras aguardaba pacientemente. Era una invitación a tener una charla casual mientras terminaba el operativo, claro que sí. Pero también era una excusa para consentir su curiosidad.
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  • Operación Boreal
    Fandom Marbella Vice
    Categoría Original
    La joven eslava, de cabellos plateados como la luna y ojos grises que ocultaban tormentas, descendió del avión con el corazón encogido y la mente afilada como una cuchilla. Atrás quedaban los campos helados de Rusia, los barracones militares y los años de obediencia ciega al uniforme. Había sido soldado: entrenada para sobrevivir, para matar si era necesario, y para desaparecer sin dejar huellas. Ahora, su batalla era distinta, más silenciosa y mucho más peligrosa.

    Durante tres años se preparó para ese momento: idiomas, acentos, gestos, modales. Practicó hasta la perfección su historia falsa, cada detalle de su nueva identidad, como si de ello dependiera su vida. Porque, de hecho, así era. Sus documentos decían que era una joven desesperada, venida del este en busca de dinero fácil para ayudar a su familia pobre en Rusia. La verdad, sin embargo, era una operación encubierta, una misión suicida entre sombras.

    Canadá la recibió con un frío distinto al de Rusia: no el del clima, sino el de lo incierto. En el aeropuerto, entre turistas felices y ejecutivos apurados, ella era una sombra con un propósito. Su única maleta —vieja, discreta, con más secretos que ropa— parecía arrastrarla más a ella que al revés. En su interior, todo estaba calculado: herramientas, recuerdos falsos y rastros cuidadosamente seleccionados para sostener la mentira.

    El hostal que la esperaba era una habitación con baño propio, paredes desconchadas y olor a humedad. Un lugar de paso, de olvido, perfecto para lo que debía hacer. En ese mundo, cada mirada sería una amenaza, cada palabra, una prueba. Tenía que infiltrarse en la mafia canadiense, escalar, ganar confianza… y desmantelarla desde dentro.

    Su rostro no mostraba emoción, pero bajo la calma latía un fuego antiguo: el de la disciplina, el de la rabia contenida, el de alguien que ya había sobrevivido a una guerra. Porque esto, aunque disfrazado de civilización, también lo era.

    Lo sabía bien.

    Lo había aprendido años atrás, en una aldea de Chechenia, con el fusil helado entre las manos y el corazón acelerado bajo el chaleco antibalas. El cielo gris parecía más bajo allá, como si el mundo pesara sobre ellos. Tenía solo diecinueve años cuando recibió su primera orden de combate. El pueblo estaba “limpio”, dijeron, pero los gritos, los disparos y el olor a pólvora les dijeron otra cosa. Ella no dudó. El entrenamiento, brutal y constante, había enterrado cualquier temblor. Disparó antes de pensar, mató antes de preguntar. Sobrevivió. Cuando la misión terminó, vomitó detrás de una casa quemada y se quedó allí un largo rato, con las manos ensangrentadas, entendiendo que ya no volvería a ser la misma.

    Esa misma frialdad la acompañaba ahora. La necesitaba.

    Durante días lo observó. Lo siguió sin ser vista por las calles húmedas de Montreal. Era cuidadosa, calculadora. No usaba la misma ruta dos veces. Cambiaba de ropa, de ritmo, de expresión. Lo vigiló desde un viejo edificio de oficinas abandonado, a través del reflejo de una vitrina, entre el humo de una esquina mal iluminada. Aprendió la forma en que caminaba, cómo encendía sus cigarrillos, los lugares donde se detenía, los hombres con los que hablaba. Era uno de los suyos: no un pez grande, pero lo bastante cerca del núcleo como para llevarla hasta allí.

    Sabía a qué hora salía del club clandestino en el que trabajaba como "portero", cómo caminaba hacia su auto sin mirar atrás. Esa noche, él dobló por un callejón lateral para evitar una calle con demasiadas cámaras. Ella ya lo esperaba allí. No frente a él. No como una aparición. Desde la oscuridad.

    Apenas se oyó el clic de su encendedor cuando lo encendió para prender otro cigarro. Entonces ella se movió, solo un poco, dejando que el tacón de su bota resonara una vez sobre el concreto húmedo.

    El se giró, alerta.

    Pero no vio a nadie.

    Ella ya había desaparecido entre las sombras, dejando la inquietud suficiente para sembrar curiosidad, no sospecha. Era un juego psicológico. La manipulación comenzaba antes del primer contacto.

    No era casualidad. Era estrategia.

    La joven eslava, de cabellos plateados como la luna y ojos grises que ocultaban tormentas, descendió del avión con el corazón encogido y la mente afilada como una cuchilla. Atrás quedaban los campos helados de Rusia, los barracones militares y los años de obediencia ciega al uniforme. Había sido soldado: entrenada para sobrevivir, para matar si era necesario, y para desaparecer sin dejar huellas. Ahora, su batalla era distinta, más silenciosa y mucho más peligrosa. Durante tres años se preparó para ese momento: idiomas, acentos, gestos, modales. Practicó hasta la perfección su historia falsa, cada detalle de su nueva identidad, como si de ello dependiera su vida. Porque, de hecho, así era. Sus documentos decían que era una joven desesperada, venida del este en busca de dinero fácil para ayudar a su familia pobre en Rusia. La verdad, sin embargo, era una operación encubierta, una misión suicida entre sombras. Canadá la recibió con un frío distinto al de Rusia: no el del clima, sino el de lo incierto. En el aeropuerto, entre turistas felices y ejecutivos apurados, ella era una sombra con un propósito. Su única maleta —vieja, discreta, con más secretos que ropa— parecía arrastrarla más a ella que al revés. En su interior, todo estaba calculado: herramientas, recuerdos falsos y rastros cuidadosamente seleccionados para sostener la mentira. El hostal que la esperaba era una habitación con baño propio, paredes desconchadas y olor a humedad. Un lugar de paso, de olvido, perfecto para lo que debía hacer. En ese mundo, cada mirada sería una amenaza, cada palabra, una prueba. Tenía que infiltrarse en la mafia canadiense, escalar, ganar confianza… y desmantelarla desde dentro. Su rostro no mostraba emoción, pero bajo la calma latía un fuego antiguo: el de la disciplina, el de la rabia contenida, el de alguien que ya había sobrevivido a una guerra. Porque esto, aunque disfrazado de civilización, también lo era. Lo sabía bien. Lo había aprendido años atrás, en una aldea de Chechenia, con el fusil helado entre las manos y el corazón acelerado bajo el chaleco antibalas. El cielo gris parecía más bajo allá, como si el mundo pesara sobre ellos. Tenía solo diecinueve años cuando recibió su primera orden de combate. El pueblo estaba “limpio”, dijeron, pero los gritos, los disparos y el olor a pólvora les dijeron otra cosa. Ella no dudó. El entrenamiento, brutal y constante, había enterrado cualquier temblor. Disparó antes de pensar, mató antes de preguntar. Sobrevivió. Cuando la misión terminó, vomitó detrás de una casa quemada y se quedó allí un largo rato, con las manos ensangrentadas, entendiendo que ya no volvería a ser la misma. Esa misma frialdad la acompañaba ahora. La necesitaba. Durante días lo observó. Lo siguió sin ser vista por las calles húmedas de Montreal. Era cuidadosa, calculadora. No usaba la misma ruta dos veces. Cambiaba de ropa, de ritmo, de expresión. Lo vigiló desde un viejo edificio de oficinas abandonado, a través del reflejo de una vitrina, entre el humo de una esquina mal iluminada. Aprendió la forma en que caminaba, cómo encendía sus cigarrillos, los lugares donde se detenía, los hombres con los que hablaba. Era uno de los suyos: no un pez grande, pero lo bastante cerca del núcleo como para llevarla hasta allí. Sabía a qué hora salía del club clandestino en el que trabajaba como "portero", cómo caminaba hacia su auto sin mirar atrás. Esa noche, él dobló por un callejón lateral para evitar una calle con demasiadas cámaras. Ella ya lo esperaba allí. No frente a él. No como una aparición. Desde la oscuridad. Apenas se oyó el clic de su encendedor cuando lo encendió para prender otro cigarro. Entonces ella se movió, solo un poco, dejando que el tacón de su bota resonara una vez sobre el concreto húmedo. El se giró, alerta. Pero no vio a nadie. Ella ya había desaparecido entre las sombras, dejando la inquietud suficiente para sembrar curiosidad, no sospecha. Era un juego psicológico. La manipulación comenzaba antes del primer contacto. No era casualidad. Era estrategia.
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