• [ 𝑴𝒆 𝒅𝒆𝒎𝒐𝒔𝒕𝒓𝒂𝒔𝒕𝒆 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒆𝒓𝒂 𝒆𝒍 𝒄𝒊𝒆𝒍𝒐, 𝒂𝒉𝒐𝒓𝒂 𝒅é𝒋𝒂𝒎𝒆 𝒍𝒍𝒆𝒗𝒂𝒓𝒕𝒆 𝒂 𝒎𝒊 𝒊𝒏𝒇𝒊𝒆𝒓𝒏𝒐 — 𝐁𝐄𝐋𝐋𝐀 𝐂𝐈𝐀𝐎. | 𝟎𝟎 ]





    Mucho antes de nacer, su vida había dejado de pertenecerle. El destino del hombre que sería estaba escrito, marcado en su piel como un animal antes incluso de respirar, antes de que pudiera si quiera abrir los ojos.

    A los veinte años, su padre terminó de forjarlo. Aquella maldita bestia sin alma.
    La más mínima molestia desaparecía de su camino con la facilidad de un suspiro. No había pena, no existía culpa; la vida ajena no valía nada. Eran sacos de carne desechables, basura humana. Y él había aprendido a tratarlos así.

    Se rodeaba únicamente de perros amaestrados, piezas útiles que podía controlar a voluntad. El resto no merecía ni una mirada. Nadie osaba cuestionarlo, ni siquiera dentro de su propia familia, porque quien lo hacía estaba condenado al mismo infierno que él sabía construir con sus propias manos. Matar dejó de ser un acto aislado: se volvió rutina. Un hábito tedioso, otro labor más de su existencia.

    Ese brillo en los ojos, esa arrogancia cruel, no eran rasgos humanos. La manipulación, el engaño, la máscara de caballerosidad que lo hacía parecer inofensivo, todo estaba incrustado en su carne y en sus huesos. Sostener cabezas aún calientes, con la sangre escurriéndose entre sus dedos, se volvió casi natural. No podía ser de otra forma: había sido moldeado para ello, convertido en un arma desde el primer día. El primogénito de los Di Conti. Ese era su mundo, su condena.

    Nunca soñó con felicidad, ni con ternura, ni con misericordia. Esos conceptos no existían en su diccionario. Solo había un hueco, un vacío incapaz de llenarse. Un muñeco sin alma, un instrumento de obediencia. Incluso al renunciar al apellido, incluso al huir y forjarse un nuevo nombre, la redención nunca llegó. Solo encontró nuevas máscaras, nuevas culpas, nuevas sombras que lo siguieron siempre. Y en esa huida arrastró a todos los que se acercaron demasiado: Rubí, Kiev… nadie escapó limpio de su mancha, mucho menos ahora Vanya.

    Pero algo cambió. Algo que jamás esperaba.
    La muerte llegó para reclamarlo y, aun así, no lo aceptó. Fue condenado de otra manera ¿Qué tan maldito debía estar para que incluso la muerte lo negara?

    Entonces lo sintió. Por primera vez. La conciencia. Ese peso en el pecho que ardía y quemaba como un fuego lento. Lo odiaba. Sentir era debilidad. Pero en las noches la pregunta volvía, implacable, como un cuchillo girando en lo hondo. Durante el último año había probado emociones que lo desgarraban y lo embriagaban a la vez volviéndose casi adicto a sentirlo de varias formas. Había sentido, aunque fuese por segundos, algo parecido a la vida. Algo parecido a ser humano.

    ¿Podía ser feliz? ¿Podía robarle a su condena un instante de paz, aunque efímero?

    No era un santo ni lo sería jamás, lo sabía. Pero esos ojos… esos malditos ojos no veían al monstruo. Lo miraban con ternura, con esperanza, como si aún hubiese algo digno de salvarse. Y eso dolía. Dolía más que cualquier bala, más que cualquier herida. Porque en el fondo temía que lo que más odiaba fuese, justamente, la posibilidad de que todavía quedara un hombre debajo de toda esa sangre.



    [ ... ]


    𝐔𝐧𝐚 𝐦𝐚𝐭𝐭𝐢𝐧𝐚 𝐦𝐢 𝐬𝐨𝐧' 𝐬𝐯𝐞𝐠𝐥𝐢𝐚𝐭𝐨…

    Fue una de esas mañanas en que el sol se empeñó en iluminar incluso lo que uno preferiría mantener en la sombra. La claridad entró sin permiso, molestándole los párpados hasta obligarlo a cubrirse el rostro con la mano. Sus ojos dorados se abrieron con desgano; Ryan solía levantarse sin problemas, pero esa vez no había dormido bien por los últimos informes que había recibido sobre la situación del ruso y la próxima reunión que esperaba que calmará todo. De igual manera, la cita que tenía lo valía todo.

    𝐎𝐡 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐜𝐢𝐚𝐨…

    Guardaba en secreto lo más frágil y lo más peligroso que tenía: ella. Una leona que había logrado colarse en su cabeza, rompiendo poco a poco la dureza que siempre lo había acompañado. No supo en qué momento pasó, solo sabía que entre salidas, miradas cómplices, sonrisas robadas y esa forma en que lo miraba, terminó desarmado frente a ella.

    𝐔𝐧𝐚 𝐦𝐚𝐭𝐭𝐢𝐧𝐚 𝐦𝐢 𝐬𝐨𝐧' 𝐬𝐯𝐞𝐠𝐥𝐢𝐚𝐭𝐨… 𝐞 𝐡𝐨 𝐭𝐫𝐨𝐯𝐚𝐭𝐨 𝐥’𝐢𝐧𝐯𝐚𝐬𝐨𝐫.

    En su teléfono aún guardaba una foto, la prueba de que no lo había soñado. Una imagen capaz de arrancarle una sonrisa incluso en medio de la sangre y los informes de la guerra contra el ruso. Cada domingo, cada instante, cada recuerdo: ahí estaba ella.

    Ese día, al terminar de abotonarse la camisa, sus hombros tensos parecieron ceder un poco. El punto de encuentro era una plaza tranquila, casi inocente. No faltaron las bromas, las miradas que quemaban bajo la piel, ni ese beso robado que un niño interrumpió al pasar cerca.

    𝐎 𝐩𝐚𝐫𝐭𝐢𝐠𝐢𝐚𝐧𝐨, 𝐩𝐨𝐫𝐭𝐚𝐦𝐢 𝐯𝐢𝐚… 𝐨𝐡 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨…

    El viaje en auto los llevó a un sitio apartado, demasiado silencioso. La calma parecía tan perfecta que resultaba sospechosa. Ella sonreía, pero en sus ojos había un nerviosismo imposible de ocultar. Bastó el crujido de una rama para romper la paz, y el silencio se volvió pesado, casi insoportable, con esa presencia invisible de enemigos que siempre parecían acecharlo.

    𝐎 𝐩𝐚𝐫𝐭𝐢𝐠𝐢𝐚𝐧𝐨, 𝐩𝐨𝐫𝐭𝐚𝐦𝐢 𝐯𝐢𝐚… ché 𝐦𝐢 𝐬𝐞𝐧𝐭𝐨 𝐝𝐢 𝐦𝐨𝐫𝐢𝐫.

    La distancia se hizo enorme en un segundo. Un instante la tenía en sus brazos y al siguiente estaba más cerca del enemigo que de él. Buscó su mirada, queriendo encontrar miedo o desconcierto en ella, pero en su lugar apareció la puntería de varias armas. Los hombres armados lo obligaron a retroceder, a mantenerse lejos. Lo que más lo golpeó no fue el arma, sino verla sin sorpresa en el rostro, como si lo hubiera sabido desde antes. Entonces escuchó la voz de su primo, dulce y venenosa, confirmando lo que ya intuía: una traición. Y las palabras de ella terminaron por firmar su condena.

    Intentó reaccionar, pero fue tarde.

    La primera bala le atravesó el pecho con un estallido seco, directo al ventrículo izquierdo. El golpe lo hizo arquearse hacia atrás, el aire se le escapó de golpe en un jadeo áspero y metálico. Sintió el corazón estallar dentro de su caja torácica, cada latido convertido en un espasmo inútil que expulsaba sangre a borbotones. La camisa blanca se manchó de inmediato, tiñéndose en rojo oscuro mientras sus dedos temblorosos intentaban cubrir la herida, inútilmente. El dolor no era solo físico; era como si lo hubieran arrancado de raíz, como si su propia vida se desangrara en cuestión de segundos.

    Apenas logró inhalar, el segundo disparo llegó. La bala le atravesó el cráneo con un estruendo sordo, despojándolo del mundo en un destello blanco. Por un instante lo invadió un zumbido absoluto, como si el universo entero se partiera en dos, y después vino la nada: helada e impecable.

    Y la última figura que alcanzó a ver, justo antes de que todo se apagara, fue la de ella.


    ❝ - 𝑨𝒚𝒍𝒂 ❞


    El cuerpo del italiano se desplomó con un golpe sordo contra la hierba húmeda. El silencio que siguió fue más cruel que el propio disparo, como si el mundo entero contuviera el aliento para contemplar su caída.

    La sangre brotó al principio en un hilo fino, tímido… pero pronto se desbordó, oscura y espesa, extendiéndose sobre el césped como un manto carmesí. El contraste con el verde fresco resultaba casi obsceno, un cuadro grotesco pintado por la muerte misma.


    ❝ - ¿𝑷𝒖𝒆𝒅𝒆𝒔 𝒑𝒓𝒐𝒎𝒆𝒕𝒆𝒓𝒎𝒆 𝒏𝒖𝒏𝒄𝒂 𝒕𝒓𝒂𝒊𝒄𝒊𝒐𝒏𝒂𝒓𝒎𝒆? ❞


    La camisa blanca, elegida aquella mañana, se tiñó lentamente, manchándose de rojo como si la tela hubiera esperado ese destino desde siempre. Cada pliegue, cada costura, absorbía la sangre hasta volverse una segunda piel marcada por la violencia.

    El aire olía a hierro. Y mientras los segundos se alargaban, la quietud del cadáver se volvía más aterradora que el estruendo de la bala que lo había derribado.


    ❝ - 𝑷𝒐𝒓𝒒𝒖𝒆 𝒔𝒊 𝒍𝒐 𝒉𝒂𝒄𝒆𝒔... ❞


    Los ojos quedaron abiertos, vacíos, mirando hacia ninguna parte. El brillo que alguna vez desafiaba al mundo entero se había apagado para siempre. El pecho, inmóvil, sin señal de vida. Una respiración que nunca volvió.


    ❝ - 𝑴𝒆 𝒅𝒐𝒍𝒆𝒓í𝒂...❞


    La canasta del picnic rodó hasta volcarse, derramando pan, frutas y vino sobre la tierra como una ofrenda rota a los dioses crueles del destino. El líquido carmesí se mezcló con la sangre en el suelo, confundiendo vida y muerte en una misma mancha.

    A un costado, los lentes de sol yacían olvidados, inútiles, como si aún pretendieran protegerlo de un sol que ya no podía ver.

    —Está muerto —anunció uno de los hombres, la voz áspera, definitiva. Había rodeado a ambos junto con los demás, y al tocar el cuello de Ryan no encontró pulso alguno..


    ❝ - 𝑴𝒆 𝒅𝒐𝒍𝒆𝒓í𝒂 𝒕𝒆𝒏𝒆𝒓 𝒒𝒖𝒆 𝒎𝒂𝒕𝒂𝒓𝒕𝒆.❞


    Pero entonces, una mano emergió de la hierba ensangrentada y detuvo el movimiento de aquel hombre antes de que pensaran en irse, un agarre firme, con un peso que desafiaba el mismo silencio que habia reinado el lugar.


    — ¿A dónde vas, hijo de puta? — gruñó una voz familiar, rota por el dolor pero mezclada con rabia. Ryan miro a este hombre antes de jalarlo hacia el, escasos centímetros antes de tomar su cuello y romperlo.
    [ 𝑴𝒆 𝒅𝒆𝒎𝒐𝒔𝒕𝒓𝒂𝒔𝒕𝒆 𝒄𝒐𝒎𝒐 𝒆𝒓𝒂 𝒆𝒍 𝒄𝒊𝒆𝒍𝒐, 𝒂𝒉𝒐𝒓𝒂 𝒅é𝒋𝒂𝒎𝒆 𝒍𝒍𝒆𝒗𝒂𝒓𝒕𝒆 𝒂 𝒎𝒊 𝒊𝒏𝒇𝒊𝒆𝒓𝒏𝒐 — 𝐁𝐄𝐋𝐋𝐀 𝐂𝐈𝐀𝐎. | 𝟎𝟎 ] Mucho antes de nacer, su vida había dejado de pertenecerle. El destino del hombre que sería estaba escrito, marcado en su piel como un animal antes incluso de respirar, antes de que pudiera si quiera abrir los ojos. A los veinte años, su padre terminó de forjarlo. Aquella maldita bestia sin alma. La más mínima molestia desaparecía de su camino con la facilidad de un suspiro. No había pena, no existía culpa; la vida ajena no valía nada. Eran sacos de carne desechables, basura humana. Y él había aprendido a tratarlos así. Se rodeaba únicamente de perros amaestrados, piezas útiles que podía controlar a voluntad. El resto no merecía ni una mirada. Nadie osaba cuestionarlo, ni siquiera dentro de su propia familia, porque quien lo hacía estaba condenado al mismo infierno que él sabía construir con sus propias manos. Matar dejó de ser un acto aislado: se volvió rutina. Un hábito tedioso, otro labor más de su existencia. Ese brillo en los ojos, esa arrogancia cruel, no eran rasgos humanos. La manipulación, el engaño, la máscara de caballerosidad que lo hacía parecer inofensivo, todo estaba incrustado en su carne y en sus huesos. Sostener cabezas aún calientes, con la sangre escurriéndose entre sus dedos, se volvió casi natural. No podía ser de otra forma: había sido moldeado para ello, convertido en un arma desde el primer día. El primogénito de los Di Conti. Ese era su mundo, su condena. Nunca soñó con felicidad, ni con ternura, ni con misericordia. Esos conceptos no existían en su diccionario. Solo había un hueco, un vacío incapaz de llenarse. Un muñeco sin alma, un instrumento de obediencia. Incluso al renunciar al apellido, incluso al huir y forjarse un nuevo nombre, la redención nunca llegó. Solo encontró nuevas máscaras, nuevas culpas, nuevas sombras que lo siguieron siempre. Y en esa huida arrastró a todos los que se acercaron demasiado: Rubí, Kiev… nadie escapó limpio de su mancha, mucho menos ahora Vanya. Pero algo cambió. Algo que jamás esperaba. La muerte llegó para reclamarlo y, aun así, no lo aceptó. Fue condenado de otra manera ¿Qué tan maldito debía estar para que incluso la muerte lo negara? Entonces lo sintió. Por primera vez. La conciencia. Ese peso en el pecho que ardía y quemaba como un fuego lento. Lo odiaba. Sentir era debilidad. Pero en las noches la pregunta volvía, implacable, como un cuchillo girando en lo hondo. Durante el último año había probado emociones que lo desgarraban y lo embriagaban a la vez volviéndose casi adicto a sentirlo de varias formas. Había sentido, aunque fuese por segundos, algo parecido a la vida. Algo parecido a ser humano. ¿Podía ser feliz? ¿Podía robarle a su condena un instante de paz, aunque efímero? No era un santo ni lo sería jamás, lo sabía. Pero esos ojos… esos malditos ojos no veían al monstruo. Lo miraban con ternura, con esperanza, como si aún hubiese algo digno de salvarse. Y eso dolía. Dolía más que cualquier bala, más que cualquier herida. Porque en el fondo temía que lo que más odiaba fuese, justamente, la posibilidad de que todavía quedara un hombre debajo de toda esa sangre. [ ... ] 𝐔𝐧𝐚 𝐦𝐚𝐭𝐭𝐢𝐧𝐚 𝐦𝐢 𝐬𝐨𝐧' 𝐬𝐯𝐞𝐠𝐥𝐢𝐚𝐭𝐨… Fue una de esas mañanas en que el sol se empeñó en iluminar incluso lo que uno preferiría mantener en la sombra. La claridad entró sin permiso, molestándole los párpados hasta obligarlo a cubrirse el rostro con la mano. Sus ojos dorados se abrieron con desgano; Ryan solía levantarse sin problemas, pero esa vez no había dormido bien por los últimos informes que había recibido sobre la situación del ruso y la próxima reunión que esperaba que calmará todo. De igual manera, la cita que tenía lo valía todo. 𝐎𝐡 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐜𝐢𝐚𝐨… Guardaba en secreto lo más frágil y lo más peligroso que tenía: ella. Una leona que había logrado colarse en su cabeza, rompiendo poco a poco la dureza que siempre lo había acompañado. No supo en qué momento pasó, solo sabía que entre salidas, miradas cómplices, sonrisas robadas y esa forma en que lo miraba, terminó desarmado frente a ella. 𝐔𝐧𝐚 𝐦𝐚𝐭𝐭𝐢𝐧𝐚 𝐦𝐢 𝐬𝐨𝐧' 𝐬𝐯𝐞𝐠𝐥𝐢𝐚𝐭𝐨… 𝐞 𝐡𝐨 𝐭𝐫𝐨𝐯𝐚𝐭𝐨 𝐥’𝐢𝐧𝐯𝐚𝐬𝐨𝐫. En su teléfono aún guardaba una foto, la prueba de que no lo había soñado. Una imagen capaz de arrancarle una sonrisa incluso en medio de la sangre y los informes de la guerra contra el ruso. Cada domingo, cada instante, cada recuerdo: ahí estaba ella. Ese día, al terminar de abotonarse la camisa, sus hombros tensos parecieron ceder un poco. El punto de encuentro era una plaza tranquila, casi inocente. No faltaron las bromas, las miradas que quemaban bajo la piel, ni ese beso robado que un niño interrumpió al pasar cerca. 𝐎 𝐩𝐚𝐫𝐭𝐢𝐠𝐢𝐚𝐧𝐨, 𝐩𝐨𝐫𝐭𝐚𝐦𝐢 𝐯𝐢𝐚… 𝐨𝐡 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨, 𝐛𝐞𝐥𝐥𝐚 𝐜𝐢𝐚𝐨… El viaje en auto los llevó a un sitio apartado, demasiado silencioso. La calma parecía tan perfecta que resultaba sospechosa. Ella sonreía, pero en sus ojos había un nerviosismo imposible de ocultar. Bastó el crujido de una rama para romper la paz, y el silencio se volvió pesado, casi insoportable, con esa presencia invisible de enemigos que siempre parecían acecharlo. 𝐎 𝐩𝐚𝐫𝐭𝐢𝐠𝐢𝐚𝐧𝐨, 𝐩𝐨𝐫𝐭𝐚𝐦𝐢 𝐯𝐢𝐚… ché 𝐦𝐢 𝐬𝐞𝐧𝐭𝐨 𝐝𝐢 𝐦𝐨𝐫𝐢𝐫. La distancia se hizo enorme en un segundo. Un instante la tenía en sus brazos y al siguiente estaba más cerca del enemigo que de él. Buscó su mirada, queriendo encontrar miedo o desconcierto en ella, pero en su lugar apareció la puntería de varias armas. Los hombres armados lo obligaron a retroceder, a mantenerse lejos. Lo que más lo golpeó no fue el arma, sino verla sin sorpresa en el rostro, como si lo hubiera sabido desde antes. Entonces escuchó la voz de su primo, dulce y venenosa, confirmando lo que ya intuía: una traición. Y las palabras de ella terminaron por firmar su condena. Intentó reaccionar, pero fue tarde. La primera bala le atravesó el pecho con un estallido seco, directo al ventrículo izquierdo. El golpe lo hizo arquearse hacia atrás, el aire se le escapó de golpe en un jadeo áspero y metálico. Sintió el corazón estallar dentro de su caja torácica, cada latido convertido en un espasmo inútil que expulsaba sangre a borbotones. La camisa blanca se manchó de inmediato, tiñéndose en rojo oscuro mientras sus dedos temblorosos intentaban cubrir la herida, inútilmente. El dolor no era solo físico; era como si lo hubieran arrancado de raíz, como si su propia vida se desangrara en cuestión de segundos. Apenas logró inhalar, el segundo disparo llegó. La bala le atravesó el cráneo con un estruendo sordo, despojándolo del mundo en un destello blanco. Por un instante lo invadió un zumbido absoluto, como si el universo entero se partiera en dos, y después vino la nada: helada e impecable. Y la última figura que alcanzó a ver, justo antes de que todo se apagara, fue la de ella. ❝ - 𝑨𝒚𝒍𝒂 ❞ El cuerpo del italiano se desplomó con un golpe sordo contra la hierba húmeda. El silencio que siguió fue más cruel que el propio disparo, como si el mundo entero contuviera el aliento para contemplar su caída. La sangre brotó al principio en un hilo fino, tímido… pero pronto se desbordó, oscura y espesa, extendiéndose sobre el césped como un manto carmesí. El contraste con el verde fresco resultaba casi obsceno, un cuadro grotesco pintado por la muerte misma. ❝ - ¿𝑷𝒖𝒆𝒅𝒆𝒔 𝒑𝒓𝒐𝒎𝒆𝒕𝒆𝒓𝒎𝒆 𝒏𝒖𝒏𝒄𝒂 𝒕𝒓𝒂𝒊𝒄𝒊𝒐𝒏𝒂𝒓𝒎𝒆? ❞ La camisa blanca, elegida aquella mañana, se tiñó lentamente, manchándose de rojo como si la tela hubiera esperado ese destino desde siempre. Cada pliegue, cada costura, absorbía la sangre hasta volverse una segunda piel marcada por la violencia. El aire olía a hierro. Y mientras los segundos se alargaban, la quietud del cadáver se volvía más aterradora que el estruendo de la bala que lo había derribado. ❝ - 𝑷𝒐𝒓𝒒𝒖𝒆 𝒔𝒊 𝒍𝒐 𝒉𝒂𝒄𝒆𝒔... ❞ Los ojos quedaron abiertos, vacíos, mirando hacia ninguna parte. El brillo que alguna vez desafiaba al mundo entero se había apagado para siempre. El pecho, inmóvil, sin señal de vida. Una respiración que nunca volvió. ❝ - 𝑴𝒆 𝒅𝒐𝒍𝒆𝒓í𝒂...❞ La canasta del picnic rodó hasta volcarse, derramando pan, frutas y vino sobre la tierra como una ofrenda rota a los dioses crueles del destino. El líquido carmesí se mezcló con la sangre en el suelo, confundiendo vida y muerte en una misma mancha. A un costado, los lentes de sol yacían olvidados, inútiles, como si aún pretendieran protegerlo de un sol que ya no podía ver. —Está muerto —anunció uno de los hombres, la voz áspera, definitiva. Había rodeado a ambos junto con los demás, y al tocar el cuello de Ryan no encontró pulso alguno.. ❝ - 𝑴𝒆 𝒅𝒐𝒍𝒆𝒓í𝒂 𝒕𝒆𝒏𝒆𝒓 𝒒𝒖𝒆 𝒎𝒂𝒕𝒂𝒓𝒕𝒆.❞ Pero entonces, una mano emergió de la hierba ensangrentada y detuvo el movimiento de aquel hombre antes de que pensaran en irse, un agarre firme, con un peso que desafiaba el mismo silencio que habia reinado el lugar. — ¿A dónde vas, hijo de puta? — gruñó una voz familiar, rota por el dolor pero mezclada con rabia. Ryan miro a este hombre antes de jalarlo hacia el, escasos centímetros antes de tomar su cuello y romperlo.
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  • -Solicité a Sparda su ayuda para hacer un baile que pudiera presentar en el show nocturno, dado que el demonio que debía bailar conmigo, por motivos inexplicables, terminó desapareciendo. Al escuchar su aceptación, le proporcioné un atuendo seductor y sofisticado; yo estaba igual, solo que recogí una parte de mi cabello en una pequeña coleta.-

    DAMAS Y CABALLEROS PRESENTAMOS A ¡¡ALASTOR!! EL DEMONIO DE LA RADIO DARLES UN SHOW DE BAILE QUE JAMAS PODRAN OLVIDAR ¡¡RECIBAMOSLO CON UN FUERTE APALUSOOOOO !!¡JAJAJAJAJAJAAJAJAAJAJJAAJA!

    -Las luces se apagaron y el público quedó en silencio. Nada me dejó listo ante el provocador impulso de Sparda The King Devil al tomar la iniciativa -



    https://youtu.be/f4nO6b0XSmo?si=NKDxKlox6MUgQj6U
    -Solicité a Sparda su ayuda para hacer un baile que pudiera presentar en el show nocturno, dado que el demonio que debía bailar conmigo, por motivos inexplicables, terminó desapareciendo. Al escuchar su aceptación, le proporcioné un atuendo seductor y sofisticado; yo estaba igual, solo que recogí una parte de mi cabello en una pequeña coleta.- 🎙️ DAMAS Y CABALLEROS PRESENTAMOS A ¡¡ALASTOR!! EL DEMONIO DE LA RADIO DARLES UN SHOW DE BAILE QUE JAMAS PODRAN OLVIDAR ¡¡RECIBAMOSLO CON UN FUERTE APALUSOOOOO !!¡JAJAJAJAJAJAAJAJAAJAJJAAJA! 🎙️ -Las luces se apagaron y el público quedó en silencio. Nada me dejó listo ante el provocador impulso de [vortex_yellow_pigeon_115] al tomar la iniciativa - https://youtu.be/f4nO6b0XSmo?si=NKDxKlox6MUgQj6U
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  • La carpa está a oscuras. Solo se escucha el suave golpeteo de un bastón sobre madera, tres veces, hasta que las luces comienzan a encenderse una por una, como si alguien encendiera estrellas en el techo. Una cortina roja se abre de golpe.

    El showman aparece en el centro, la luz cayendo sobre él como si el universo entero lo hubiera elegido para ese momento. Su sombrero de copa inclinado, la sonrisa amplia, y el bastón brillando como si tuviera vida propia.

    Showman (con voz potente y encantadora):
    —¡Damas, caballeros… y todo lo que habita entre las sombras! ¡Sean bienvenidos a la única, inigualable y absolutamente impredecible experiencia que sus sentidos podrán soportar!

    Levanta el bastón hacia lo alto. Las luces de la carpa se tornan de mil colores, girando en espirales imposibles sobre el público. Una ráfaga de humo perfumado invade el lugar, envolviendo cada asiento.

    Showman (dando un giro elegante, como si bailara):
    —Esta noche, el mundo allá afuera no existe. Aquí, en el Smiling Room, el tiempo se dobla, la lógica se disuelve… y hasta sus miedos aprenderán a aplaudir.

    El arlequín azul cruza corriendo detrás de él, dejando una estela de confeti. El showman no se inmuta, continúa como si cada interrupción fuera parte del acto.

    Showman (apuntando el bastón hacia el público):
    —¡Prepárense! Porque verán fieras que rugen sin emitir sonido, cuchillos que bailan sin cortar, acróbatas que desafían la gravedad y risas… oh, risas que podrían quebrar hasta el corazón más frío.

    Hace una pausa dramática. Se inclina hacia adelante, como si hablara en secreto solo al primer espectador que se atreva a mirarlo directo a los ojos.

    Showman (susurrando):
    —Pero lo más importante… ustedes son parte del acto.

    Se endereza de golpe, extiende los brazos, y una ráfaga de luces baña el escenario, revelando a las criaturas, artistas y fenómenos del circo alineados en una pose dramática. Todos sonríen. Algunos demasiado.

    Showman (con un tono teatral y casi hipnótico):
    —Así que… ¡rían, griten, tiemblen! Pero no se atrevan a parpadear… o se perderán el verdadero espectáculo.

    Golpea el bastón contra el suelo. Un estallido de chispas recorre la pista y las luces se apagan al instante, dejando solo su voz en la oscuridad:

    Showman (casi en un susurro):
    —Bienvenidos… al Smiling Room.
    La carpa está a oscuras. Solo se escucha el suave golpeteo de un bastón sobre madera, tres veces, hasta que las luces comienzan a encenderse una por una, como si alguien encendiera estrellas en el techo. Una cortina roja se abre de golpe. El showman aparece en el centro, la luz cayendo sobre él como si el universo entero lo hubiera elegido para ese momento. Su sombrero de copa inclinado, la sonrisa amplia, y el bastón brillando como si tuviera vida propia. Showman (con voz potente y encantadora): —¡Damas, caballeros… y todo lo que habita entre las sombras! ¡Sean bienvenidos a la única, inigualable y absolutamente impredecible experiencia que sus sentidos podrán soportar! Levanta el bastón hacia lo alto. Las luces de la carpa se tornan de mil colores, girando en espirales imposibles sobre el público. Una ráfaga de humo perfumado invade el lugar, envolviendo cada asiento. Showman (dando un giro elegante, como si bailara): —Esta noche, el mundo allá afuera no existe. Aquí, en el Smiling Room, el tiempo se dobla, la lógica se disuelve… y hasta sus miedos aprenderán a aplaudir. El arlequín azul cruza corriendo detrás de él, dejando una estela de confeti. El showman no se inmuta, continúa como si cada interrupción fuera parte del acto. Showman (apuntando el bastón hacia el público): —¡Prepárense! Porque verán fieras que rugen sin emitir sonido, cuchillos que bailan sin cortar, acróbatas que desafían la gravedad y risas… oh, risas que podrían quebrar hasta el corazón más frío. Hace una pausa dramática. Se inclina hacia adelante, como si hablara en secreto solo al primer espectador que se atreva a mirarlo directo a los ojos. Showman (susurrando): —Pero lo más importante… ustedes son parte del acto. Se endereza de golpe, extiende los brazos, y una ráfaga de luces baña el escenario, revelando a las criaturas, artistas y fenómenos del circo alineados en una pose dramática. Todos sonríen. Algunos demasiado. Showman (con un tono teatral y casi hipnótico): —Así que… ¡rían, griten, tiemblen! Pero no se atrevan a parpadear… o se perderán el verdadero espectáculo. Golpea el bastón contra el suelo. Un estallido de chispas recorre la pista y las luces se apagan al instante, dejando solo su voz en la oscuridad: Showman (casi en un susurro): —Bienvenidos… al Smiling Room.
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  • Después de jugar un poco durante la mañana, llenarse hasta reventar en El Buen Cazador fue a la biblioteca a donde su maestra, Lisa. Llevando a la cede de los caballeros, lo saludan los guardias como ya como alguien habitual. Razor los saluda levantando la mano y entró a la biblioteca, llegó al escritorio mas no vio a su maestra, con un caminar sigiloso buscó entre los pasillos sin encontrarla, suspiró derrotado y, para no irse de inmediato se quedó la biblioteca.

    Después de unas horas había limpiado los pasillos, los estantes, los libros y miró el escritorio de Lisa mientras tenía un trapo en mano, frunció levemente el ceño, si bien Lisa dejaba a Razor en la biblioteca hacer lo que quisiera permisiblemente hablando si había algo preciado para la "Bruja de la rosa púrpura" después de sus amados libros, bien podría ser su escritorio y cada una de las cosas que estaba en el, cada objeto sobre el mueble por muy simple que fuera sabía que ella se daría cuenta aunque hubiera sido movido milimétricamente.

    -Glup... -tragó saliva y retrocedió, podía enfrentarse a lo que fuera, incluso había peleado con Dragartos Geo, pero, jamás a su maestra-

    Como si no hubiera pasado nada retrocedió y fue por un libro de cuentos el cual se puso a leer en la silla frente al escritorio de Lisa que siempre usaba.
    Después de jugar un poco durante la mañana, llenarse hasta reventar en El Buen Cazador fue a la biblioteca a donde su maestra, Lisa. Llevando a la cede de los caballeros, lo saludan los guardias como ya como alguien habitual. Razor los saluda levantando la mano y entró a la biblioteca, llegó al escritorio mas no vio a su maestra, con un caminar sigiloso buscó entre los pasillos sin encontrarla, suspiró derrotado y, para no irse de inmediato se quedó la biblioteca. Después de unas horas había limpiado los pasillos, los estantes, los libros y miró el escritorio de Lisa mientras tenía un trapo en mano, frunció levemente el ceño, si bien Lisa dejaba a Razor en la biblioteca hacer lo que quisiera permisiblemente hablando si había algo preciado para la "Bruja de la rosa púrpura" después de sus amados libros, bien podría ser su escritorio y cada una de las cosas que estaba en el, cada objeto sobre el mueble por muy simple que fuera sabía que ella se daría cuenta aunque hubiera sido movido milimétricamente. -Glup... -tragó saliva y retrocedió, podía enfrentarse a lo que fuera, incluso había peleado con Dragartos Geo, pero, jamás a su maestra- Como si no hubiera pasado nada retrocedió y fue por un libro de cuentos el cual se puso a leer en la silla frente al escritorio de Lisa que siempre usaba.
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  • -Buenos días, tardes o noches... damas, caballeros, seres de demás denominación les doy la bienvenida al "Smiling Room" un gran espectáculo que no podrán olvidar... oh eso... se los aseguro.
    -Buenos días, tardes o noches... damas, caballeros, seres de demás denominación les doy la bienvenida al "Smiling Room" un gran espectáculo que no podrán olvidar... oh eso... se los aseguro.
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  • La puerta del apartamento se cerró con un golpe seco. Michael apoyó la espalda contra ella y dejó escapar un largo suspiro. Sus pasos resonaron en el suelo de madera mientras se dirigía al perchero, se quitaba el saco y lo lanzaba sobre la silla con un gesto cansado pero elegante.

    Frente al espejo, comenzó a abotonarse la camisa despacio, casi como si fuera parte de un ritual.
    —Damas y caballeros del jurado —murmuró para sí, con una media sonrisa—, permítanme presentarles la evidencia que nadie vio venir…

    Encendió su laptop con un golpe teatral sobre la tapa. La pantalla iluminó su rostro, resaltando la expresión de satisfacción que solo un abogado que acaba de ganar media batalla podía tener.

    Sacó los anteojos del bolsillo, los conectó y se cruzó de brazos mientras el video empezaba a reproducirse. Allí estaba todo: las reuniones clandestinas, los sobornos, el plan para incriminar a su cliente… y, al final, la caótica huida de Michael por los pasillos oscuros de la fábrica.

    Cuando llegó a la parte final, el video lo mostró tomando por el cuello a uno de los hombres que lo había emboscado, aplicando una llave mata león hasta que quedó inconsciente en el suelo.

    Michael detuvo la reproducción en ese fotograma.

    El apartamento quedó en silencio, solo el zumbido de la computadora llenaba el aire.
    Michael se inclinó sobre el teclado, los dedos flotando sobre la tecla de recorte.

    —¿Lo dejo… o lo corto? —murmuró, hablando consigo mismo—.

    Una risa baja escapó de sus labios.
    —Si lo dejo, el fiscal se va a retorcer de la rabia… pero también podría usarlo para pintarme como un matón.

    Se reclinó en la silla, observando la imagen congelada del hombre inconsciente. Sus ojos brillaron, primero de duda y luego de resolución.

    —Bah… —dijo finalmente, sonriendo con un aire desafiante—. Que lo vean todo. Así sabrán que no fue suerte, fue justicia.

    Presionó la tecla de guardado y el archivo comenzó a subirse a su servidor seguro. Michael tomó aire, se ajustó los anteojos y murmuró con voz firme:
    —Mañana, todo esto será un espectáculo… jajaja me muero por ver la cara de falcone.


    #SeductiveSunday
    La puerta del apartamento se cerró con un golpe seco. Michael apoyó la espalda contra ella y dejó escapar un largo suspiro. Sus pasos resonaron en el suelo de madera mientras se dirigía al perchero, se quitaba el saco y lo lanzaba sobre la silla con un gesto cansado pero elegante. Frente al espejo, comenzó a abotonarse la camisa despacio, casi como si fuera parte de un ritual. —Damas y caballeros del jurado —murmuró para sí, con una media sonrisa—, permítanme presentarles la evidencia que nadie vio venir… Encendió su laptop con un golpe teatral sobre la tapa. La pantalla iluminó su rostro, resaltando la expresión de satisfacción que solo un abogado que acaba de ganar media batalla podía tener. Sacó los anteojos del bolsillo, los conectó y se cruzó de brazos mientras el video empezaba a reproducirse. Allí estaba todo: las reuniones clandestinas, los sobornos, el plan para incriminar a su cliente… y, al final, la caótica huida de Michael por los pasillos oscuros de la fábrica. Cuando llegó a la parte final, el video lo mostró tomando por el cuello a uno de los hombres que lo había emboscado, aplicando una llave mata león hasta que quedó inconsciente en el suelo. Michael detuvo la reproducción en ese fotograma. El apartamento quedó en silencio, solo el zumbido de la computadora llenaba el aire. Michael se inclinó sobre el teclado, los dedos flotando sobre la tecla de recorte. —¿Lo dejo… o lo corto? —murmuró, hablando consigo mismo—. Una risa baja escapó de sus labios. —Si lo dejo, el fiscal se va a retorcer de la rabia… pero también podría usarlo para pintarme como un matón. Se reclinó en la silla, observando la imagen congelada del hombre inconsciente. Sus ojos brillaron, primero de duda y luego de resolución. —Bah… —dijo finalmente, sonriendo con un aire desafiante—. Que lo vean todo. Así sabrán que no fue suerte, fue justicia. Presionó la tecla de guardado y el archivo comenzó a subirse a su servidor seguro. Michael tomó aire, se ajustó los anteojos y murmuró con voz firme: —Mañana, todo esto será un espectáculo… jajaja me muero por ver la cara de falcone. #SeductiveSunday
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  • ────Disculpen el desastre, caballeros. Pero ya saben lo que pasa cuando saco a este bebé y es que Rompeviento es cómo yo: no acepta un no por respuesta.

    Le dieron libertades creativas para esa escena, así que el diálogo, el nombre de la espada, han salido de ella. Aunque quién sabe, quizá –solo quizá– ese nombre no lo inventó del todo. Puede que exista, puede que sea suya. Y ese diálogo suena sospechosamente a algo que recuerda, pero prefiere no confirmar por ahora.
    ────Disculpen el desastre, caballeros. Pero ya saben lo que pasa cuando saco a este bebé y es que Rompeviento es cómo yo: no acepta un no por respuesta. Le dieron libertades creativas para esa escena, así que el diálogo, el nombre de la espada, han salido de ella. Aunque quién sabe, quizá –solo quizá– ese nombre no lo inventó del todo. Puede que exista, puede que sea suya. Y ese diálogo suena sospechosamente a algo que recuerda, pero prefiere no confirmar por ahora.
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  • Lux no te escapes asi de la habitacion eres un gato tavieso ....
    -mientras caminaba por los pasillos del gran castillo de liones .-
    Sabes que los caballeros de aqui no estan acostubrado a ver animales asi .
    Lux no te escapes asi de la habitacion eres un gato tavieso .... -mientras caminaba por los pasillos del gran castillo de liones .- Sabes que los caballeros de aqui no estan acostubrado a ver animales asi .
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  • Si , no llego a tiempo esa niña y su madre pederan la vida .....

    -sentia aquel estaño poder que los caballeros del caos , pero sentia otra magia alli .-
    Si , no llego a tiempo esa niña y su madre pederan la vida ..... -sentia aquel estaño poder que los caballeros del caos , pero sentia otra magia alli .-
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  • —Traido directamente de una dimensión lejana,un nuevo Viltrumita ha aparecido en esta realidad,de caracter duro y arrogante pero con corazon dulce y sensible,ansioso de encontrar a quien vino a buscar,damas y caballeros el es MASKLESS MARK—
    —Traido directamente de una dimensión lejana,un nuevo Viltrumita ha aparecido en esta realidad,de caracter duro y arrogante pero con corazon dulce y sensible,ansioso de encontrar a quien vino a buscar,damas y caballeros el es MASKLESS MARK—
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