La Niñez Maldita de Luna
Luna nació bajo el amparo de la luna llena, en lo profundo de un bosque donde el silencio era tan espeso como la niebla. Su madre, Elira, una humana con un corazón tan puro como el agua de manantial, se enamoró de un ser que no debía existir: Kaelthar, un dios olvidado por el tiempo, exiliado del panteón celestial por oponerse a la crueldad de sus iguales.
Kaelthar amaba a Elira con una devoción que desafiaba la eternidad. Cuando Luna nació, el cielo tembló. Era una criatura imposible: hija de lo mortal y lo divino, portadora de un poder ancestral que podía desatar el fin o el renacer de los dioses antiguos. Por eso, al primer aliento de Luna, su existencia fue considerada una abominación.
Sus padres huyeron. Se ocultaron en cuevas selladas por runas, en ciudades fantasmas y bajo el mar. Pero los dioses siempre encuentran lo que quieren destruir.
Cuando Luna cumplió cinco años, los encontraron. El castigo fue cruel, inhumano:
Elira fue devorada viva por una tribu de caníbales bendecidos por los dioses, obligando a Luna a oír sus gritos.
Kaelthar fue reducido a polvo, su alma disuelta en el viento frente a los ojos de su hija.
Luna fue atada a una roca, obligada a ver todo, sin poder cerrar los ojos por obra de una maldición.
Los dioses no la mataron. La maldecían por existir. Le impusieron un castigo peor que la muerte:
“Nunca serás adorada como tu padre. Tu nombre será sinónimo de temor. Llevarás tres caras, tres verdades:
Una humana, para ser rechazada por los hombres.
Una celestial, para recordar lo que jamás tendrás.
Una demoníaca, para que hasta los monstruos huyan de ti.”
Después de aquello, la dejaron sola. Fue su abuelo materno, un hombre duro como la piedra, el que la rescató. No sabía amar, pero sí enseñar. La entrenó en idiomas, tecnología, combate y negocios. Le enseñó a sobrevivir. Le enseñó que el mundo no es un lugar para los buenos, sino para los decididos.
A los 16 años, Luna fundó su primera empresa: "NoxTech International", una corporación de tecnología y comercio global. En pocos años, superó fronteras y gobiernos. A sus espaldas, nadie sabía que las sombras la seguían.
Aunque parecía humana, a veces su rostro cambiaba sin aviso:
En la noche, su rostro celestial brillaba, con ojos plateados como estrellas, atrayendo sueños y visiones.
En la furia o en el miedo, su rostro demoníaco emergía, con cuernos oscuros, piel de obsidiana y voz de ecos rotos.
Solo en la rutina, entre computadoras y contratos, su rostro humano le permitía pasar desapercibida.
Luna no tenía aliados, solo empleados, enemigos y secretos. Era rica, poderosa y hermosa, pero no podía tocar a nadie sin que su piel ardiera o sus ojos revelaran la verdad.
Los dioses la miraban desde sus tronos con desprecio. Pero también con miedo. Porque sabían que la hija del dios olvidado… nunca olvidó lo que le hicieron.
Y en su silencio, Luna prepara su venganza. No por adoración, ni por amor.
Sino por justicia.
Luna nació bajo el amparo de la luna llena, en lo profundo de un bosque donde el silencio era tan espeso como la niebla. Su madre, Elira, una humana con un corazón tan puro como el agua de manantial, se enamoró de un ser que no debía existir: Kaelthar, un dios olvidado por el tiempo, exiliado del panteón celestial por oponerse a la crueldad de sus iguales.
Kaelthar amaba a Elira con una devoción que desafiaba la eternidad. Cuando Luna nació, el cielo tembló. Era una criatura imposible: hija de lo mortal y lo divino, portadora de un poder ancestral que podía desatar el fin o el renacer de los dioses antiguos. Por eso, al primer aliento de Luna, su existencia fue considerada una abominación.
Sus padres huyeron. Se ocultaron en cuevas selladas por runas, en ciudades fantasmas y bajo el mar. Pero los dioses siempre encuentran lo que quieren destruir.
Cuando Luna cumplió cinco años, los encontraron. El castigo fue cruel, inhumano:
Elira fue devorada viva por una tribu de caníbales bendecidos por los dioses, obligando a Luna a oír sus gritos.
Kaelthar fue reducido a polvo, su alma disuelta en el viento frente a los ojos de su hija.
Luna fue atada a una roca, obligada a ver todo, sin poder cerrar los ojos por obra de una maldición.
Los dioses no la mataron. La maldecían por existir. Le impusieron un castigo peor que la muerte:
“Nunca serás adorada como tu padre. Tu nombre será sinónimo de temor. Llevarás tres caras, tres verdades:
Una humana, para ser rechazada por los hombres.
Una celestial, para recordar lo que jamás tendrás.
Una demoníaca, para que hasta los monstruos huyan de ti.”
Después de aquello, la dejaron sola. Fue su abuelo materno, un hombre duro como la piedra, el que la rescató. No sabía amar, pero sí enseñar. La entrenó en idiomas, tecnología, combate y negocios. Le enseñó a sobrevivir. Le enseñó que el mundo no es un lugar para los buenos, sino para los decididos.
A los 16 años, Luna fundó su primera empresa: "NoxTech International", una corporación de tecnología y comercio global. En pocos años, superó fronteras y gobiernos. A sus espaldas, nadie sabía que las sombras la seguían.
Aunque parecía humana, a veces su rostro cambiaba sin aviso:
En la noche, su rostro celestial brillaba, con ojos plateados como estrellas, atrayendo sueños y visiones.
En la furia o en el miedo, su rostro demoníaco emergía, con cuernos oscuros, piel de obsidiana y voz de ecos rotos.
Solo en la rutina, entre computadoras y contratos, su rostro humano le permitía pasar desapercibida.
Luna no tenía aliados, solo empleados, enemigos y secretos. Era rica, poderosa y hermosa, pero no podía tocar a nadie sin que su piel ardiera o sus ojos revelaran la verdad.
Los dioses la miraban desde sus tronos con desprecio. Pero también con miedo. Porque sabían que la hija del dios olvidado… nunca olvidó lo que le hicieron.
Y en su silencio, Luna prepara su venganza. No por adoración, ni por amor.
Sino por justicia.
La Niñez Maldita de Luna
Luna nació bajo el amparo de la luna llena, en lo profundo de un bosque donde el silencio era tan espeso como la niebla. Su madre, Elira, una humana con un corazón tan puro como el agua de manantial, se enamoró de un ser que no debía existir: Kaelthar, un dios olvidado por el tiempo, exiliado del panteón celestial por oponerse a la crueldad de sus iguales.
Kaelthar amaba a Elira con una devoción que desafiaba la eternidad. Cuando Luna nació, el cielo tembló. Era una criatura imposible: hija de lo mortal y lo divino, portadora de un poder ancestral que podía desatar el fin o el renacer de los dioses antiguos. Por eso, al primer aliento de Luna, su existencia fue considerada una abominación.
Sus padres huyeron. Se ocultaron en cuevas selladas por runas, en ciudades fantasmas y bajo el mar. Pero los dioses siempre encuentran lo que quieren destruir.
Cuando Luna cumplió cinco años, los encontraron. El castigo fue cruel, inhumano:
Elira fue devorada viva por una tribu de caníbales bendecidos por los dioses, obligando a Luna a oír sus gritos.
Kaelthar fue reducido a polvo, su alma disuelta en el viento frente a los ojos de su hija.
Luna fue atada a una roca, obligada a ver todo, sin poder cerrar los ojos por obra de una maldición.
Los dioses no la mataron. La maldecían por existir. Le impusieron un castigo peor que la muerte:
“Nunca serás adorada como tu padre. Tu nombre será sinónimo de temor. Llevarás tres caras, tres verdades:
Una humana, para ser rechazada por los hombres.
Una celestial, para recordar lo que jamás tendrás.
Una demoníaca, para que hasta los monstruos huyan de ti.”
Después de aquello, la dejaron sola. Fue su abuelo materno, un hombre duro como la piedra, el que la rescató. No sabía amar, pero sí enseñar. La entrenó en idiomas, tecnología, combate y negocios. Le enseñó a sobrevivir. Le enseñó que el mundo no es un lugar para los buenos, sino para los decididos.
A los 16 años, Luna fundó su primera empresa: "NoxTech International", una corporación de tecnología y comercio global. En pocos años, superó fronteras y gobiernos. A sus espaldas, nadie sabía que las sombras la seguían.
Aunque parecía humana, a veces su rostro cambiaba sin aviso:
En la noche, su rostro celestial brillaba, con ojos plateados como estrellas, atrayendo sueños y visiones.
En la furia o en el miedo, su rostro demoníaco emergía, con cuernos oscuros, piel de obsidiana y voz de ecos rotos.
Solo en la rutina, entre computadoras y contratos, su rostro humano le permitía pasar desapercibida.
Luna no tenía aliados, solo empleados, enemigos y secretos. Era rica, poderosa y hermosa, pero no podía tocar a nadie sin que su piel ardiera o sus ojos revelaran la verdad.
Los dioses la miraban desde sus tronos con desprecio. Pero también con miedo. Porque sabían que la hija del dios olvidado… nunca olvidó lo que le hicieron.
Y en su silencio, Luna prepara su venganza. No por adoración, ni por amor.
Sino por justicia.
