Entre un jardín de rosas nacidas del deseo,
Afrodita respira hondo, pero el perfume duele.
Cada pétalo la llama por su belleza antigua,
cada espina le recuerda que el amor también hiere.
Sus tobillos, antes libres como el viento en el mar,
ahora se enredan en la flor que un día bendijo.
Porque incluso la diosa del encanto infinito
puede quedar prisionera de lo que ella misma inspira.
Las rosas brillan suaves, carmesí como un suspiro,
pero sus espinas —finas, precisas— son verdades:
que amar no es solo caricia ni canto dulce,
sino una entrega que corta y marca la piel del alma.
Afrodita alza la mirada, orgullosa aunque herida,
y comprende que la belleza puede ser un yugo,
que la pasión, cuando arde demasiado, encadena,
que incluso la luz más pura proyecta sombras largas.
Así permanece, divina y humana a la vez,
rodeada de rosas que la adoran y la hieren,
símbolo eterno de que el amor es un milagro frágil:
nace suave… pero siempre guarda espinas.
#rol
Afrodita respira hondo, pero el perfume duele.
Cada pétalo la llama por su belleza antigua,
cada espina le recuerda que el amor también hiere.
Sus tobillos, antes libres como el viento en el mar,
ahora se enredan en la flor que un día bendijo.
Porque incluso la diosa del encanto infinito
puede quedar prisionera de lo que ella misma inspira.
Las rosas brillan suaves, carmesí como un suspiro,
pero sus espinas —finas, precisas— son verdades:
que amar no es solo caricia ni canto dulce,
sino una entrega que corta y marca la piel del alma.
Afrodita alza la mirada, orgullosa aunque herida,
y comprende que la belleza puede ser un yugo,
que la pasión, cuando arde demasiado, encadena,
que incluso la luz más pura proyecta sombras largas.
Así permanece, divina y humana a la vez,
rodeada de rosas que la adoran y la hieren,
símbolo eterno de que el amor es un milagro frágil:
nace suave… pero siempre guarda espinas.
#rol
Entre un jardín de rosas nacidas del deseo,
Afrodita respira hondo, pero el perfume duele.
Cada pétalo la llama por su belleza antigua,
cada espina le recuerda que el amor también hiere.
Sus tobillos, antes libres como el viento en el mar,
ahora se enredan en la flor que un día bendijo.
Porque incluso la diosa del encanto infinito
puede quedar prisionera de lo que ella misma inspira.
Las rosas brillan suaves, carmesí como un suspiro,
pero sus espinas —finas, precisas— son verdades:
que amar no es solo caricia ni canto dulce,
sino una entrega que corta y marca la piel del alma.
Afrodita alza la mirada, orgullosa aunque herida,
y comprende que la belleza puede ser un yugo,
que la pasión, cuando arde demasiado, encadena,
que incluso la luz más pura proyecta sombras largas.
Así permanece, divina y humana a la vez,
rodeada de rosas que la adoran y la hieren,
símbolo eterno de que el amor es un milagro frágil:
nace suave… pero siempre guarda espinas.
#rol