La habitación estaba iluminada apenas por las velas sobre el tocador. La luz cálida danzaba contra los espejos y las paredes, proyectando las figuras de Constantin y Víktor, tan cerca que parecía que el aire entre ambos se volvía denso.
Víktor estaba detrás, sus manos firmes sobre los hombros de Constantin, como si quisiera recordarle que estaba allí, que le pertenecía. El reflejo en el espejo mostraba la mirada de Víktor clavada en él, intensa, casi sombría, mientras Constantin desviaba la suya, con esa mezcla de ternura y ligera incomodidad que solía sentir cuando el otro se volvía demasiado posesivo.
—No me gusta cómo te miran… —murmuró Víktor, inclinándose apenas hasta rozar su mejilla con la suya. Su voz baja vibraba con un filo de celos que no trataba de esconder.
Constantin lo miró en el espejo, sus ojos oscuros reflejando amor y paciencia. Con una pequeña sonrisa ladeada, tomó la mano de Víktor y la apretó contra su pecho, justo sobre el corazón.
—Víktor… —susurró—. ¿Cuántas veces más tengo que repetirlo? Este corazón es tuyo. Solo tuyo.
El ceño de Víktor se suavizó apenas, aunque su mirada seguía siendo intensa, devoradora. Se inclinó más, sus labios rozando el cuello de Constantin, dejando un beso lento, casi una marca invisible de posesión.
Constantin cerró los ojos, sintiendo el calor recorrerle la piel. Aunque no siempre comprendía la intensidad de los celos de Víktor, sí entendía algo: que ese amor, tan abrasador como tormentoso, era algo que no cambiaría por nada.
Y en ese instante, con las velas crepitando y el espejo mostrándolos unidos, Constantin se dejó envolver, acariciando la mano de Víktor y susurrando en voz baja:
—Prométeme que no dudarás de mí, porque no existe nadie más en mi mundo que tú.
Viktor Kaelith Veyrith La habitación estaba iluminada apenas por las velas sobre el tocador. La luz cálida danzaba contra los espejos y las paredes, proyectando las figuras de Constantin y Víktor, tan cerca que parecía que el aire entre ambos se volvía denso.
Víktor estaba detrás, sus manos firmes sobre los hombros de Constantin, como si quisiera recordarle que estaba allí, que le pertenecía. El reflejo en el espejo mostraba la mirada de Víktor clavada en él, intensa, casi sombría, mientras Constantin desviaba la suya, con esa mezcla de ternura y ligera incomodidad que solía sentir cuando el otro se volvía demasiado posesivo.
—No me gusta cómo te miran… —murmuró Víktor, inclinándose apenas hasta rozar su mejilla con la suya. Su voz baja vibraba con un filo de celos que no trataba de esconder.
Constantin lo miró en el espejo, sus ojos oscuros reflejando amor y paciencia. Con una pequeña sonrisa ladeada, tomó la mano de Víktor y la apretó contra su pecho, justo sobre el corazón.
—Víktor… —susurró—. ¿Cuántas veces más tengo que repetirlo? Este corazón es tuyo. Solo tuyo.
El ceño de Víktor se suavizó apenas, aunque su mirada seguía siendo intensa, devoradora. Se inclinó más, sus labios rozando el cuello de Constantin, dejando un beso lento, casi una marca invisible de posesión.
Constantin cerró los ojos, sintiendo el calor recorrerle la piel. Aunque no siempre comprendía la intensidad de los celos de Víktor, sí entendía algo: que ese amor, tan abrasador como tormentoso, era algo que no cambiaría por nada.
Y en ese instante, con las velas crepitando y el espejo mostrándolos unidos, Constantin se dejó envolver, acariciando la mano de Víktor y susurrando en voz baja:
—Prométeme que no dudarás de mí, porque no existe nadie más en mi mundo que tú.
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