• El santo, la sombra y la flor
    Fandom Made in Abyss
    Categoría Aventura
    Rol con: Lorenzo A Benedetti Blancanieves Serin
    Continuación de: https://ficrol.com/posts/267383

    El ruido y la humedad de la taberna quedaron atrás, pero el sabor amargo del fracaso aún quemaba en la boca del hombre. No había conseguido negociar con Ozen, y la puerta se cerró tras él con un golpe seco. Con un suspiro resignado, caminó sin rumbo por las calles angostas y empedradas, pensando que tal vez sus planes de descender al Abismo terminaría antes de empezar. Su compañera peliverde lo seguía desde la distancia, pues se había tomado un momento en la taberna antes de irse.

    Al doblar una esquina, sus pasos frenaron de golpe, lo que le permitió a su compañera acercarse.

    Frente a ellos estaba ella.

    Una mujer alta, con el cabello negro azabache salpicado por una franja blanca que caía como una sombra partida, y unos ojos intensos que parecían mirar más allá de lo visible. No llevaba máscara, pero había en su rostro un silencio tan denso que parecía absorber el ruido de la ciudad.

    Enroscado en su brazo, el silbato blanco lucía desgastado, con grietas oscuras que parecían contar historias profundas.

    Su presencia era aún más imponente gracias al equipamiento que llevaba. Las placas óseas y tendones visibles en sus piernas, fusionadas con botas negras, otorgándole un aire inquietante y casi inhumano. La capa blanca, caía simétrica y elegante sobre sus hombros, mientras su bastón reposaba apoyado junto a ella, con su punta ósea afilada que reflejaba la poca luz del callejón. Colgando de su cuello, un cristal con centro hueco y tonalidad apagada, parecía guardar en silencio los secretos que nadie más podía escuchar.

    La cartógrafa del silencio.
    Rol con: [sinner_without_sin] [lunar_ruby_zebra_434] Continuación de: https://ficrol.com/posts/267383 El ruido y la humedad de la taberna quedaron atrás, pero el sabor amargo del fracaso aún quemaba en la boca del hombre. No había conseguido negociar con Ozen, y la puerta se cerró tras él con un golpe seco. Con un suspiro resignado, caminó sin rumbo por las calles angostas y empedradas, pensando que tal vez sus planes de descender al Abismo terminaría antes de empezar. Su compañera peliverde lo seguía desde la distancia, pues se había tomado un momento en la taberna antes de irse. Al doblar una esquina, sus pasos frenaron de golpe, lo que le permitió a su compañera acercarse. Frente a ellos estaba ella. Una mujer alta, con el cabello negro azabache salpicado por una franja blanca que caía como una sombra partida, y unos ojos intensos que parecían mirar más allá de lo visible. No llevaba máscara, pero había en su rostro un silencio tan denso que parecía absorber el ruido de la ciudad. Enroscado en su brazo, el silbato blanco lucía desgastado, con grietas oscuras que parecían contar historias profundas. Su presencia era aún más imponente gracias al equipamiento que llevaba. Las placas óseas y tendones visibles en sus piernas, fusionadas con botas negras, otorgándole un aire inquietante y casi inhumano. La capa blanca, caía simétrica y elegante sobre sus hombros, mientras su bastón reposaba apoyado junto a ella, con su punta ósea afilada que reflejaba la poca luz del callejón. Colgando de su cuello, un cristal con centro hueco y tonalidad apagada, parecía guardar en silencio los secretos que nadie más podía escuchar. La cartógrafa del silencio.
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  • Sueño estar contigo
    Huir de este abismo
    De tristes gemidos y espadas tiznadas de horror...
    Sueño estar contigo Huir de este abismo De tristes gemidos y espadas tiznadas de horror...
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  • Los observa desde lo alto del tiempo, con sus tijeras temblando apenas entre los dedos.
    Insisten en llamar amor a esa entrega ciega, en pintar con luz lo que —en su esencia— es solo filo envuelto en caricias.
    Los humanos.
    Tan ansiosos por dar, tan hambrientos de ser elegidos, que desnudan el pecho y extienden el alma
    como si quien la toma supiera sostenerla.

    Le ofrecen a otro el amor, como quien entrega una espada
    con la empuñadura hacia afuera,
    sin ver que también les entregan el filo apuntando a su propio corazón.
    El tiempo, la confianza, los secretos susurrados a media noche:
    regalos envenenados,
    no por el gesto, sino por el mundo donde los entregan.
    Porque tarde o temprano, el mismo amor que los hizo florecer
    se convierte en la daga que el otro hunde con precisión quirúrgica.
    Solo alguien que te conoce puede herirte así.

    Y cuando lloran, rotos, traicionados,
    se preguntan por qué duele tanto.
    Átropos lo sabe:
    no es el engaño.
    Es el eco del "confío en ti"
    resonando en el golpe.

    Y sin embargo, lo hacen una y otra vez.
    Caminan hacia el abismo con el alma abierta, con la esperanza como escudo,
    ignorando que a veces quien sostiene tu corazón
    solo está buscando el mejor lugar donde enterrarlo.

    Ella no se burla. No ríe.
    Corta el hilo con respeto.
    Porque incluso en su necedad,
    hay una belleza trágica en amar
    sabiendo que amar también es exponerse al final más cruel.

    Porque ¿qué arma es más perfecta que el amor, cuando lo blandes desde la herida?
    Los observa desde lo alto del tiempo, con sus tijeras temblando apenas entre los dedos. Insisten en llamar amor a esa entrega ciega, en pintar con luz lo que —en su esencia— es solo filo envuelto en caricias. Los humanos. Tan ansiosos por dar, tan hambrientos de ser elegidos, que desnudan el pecho y extienden el alma como si quien la toma supiera sostenerla. Le ofrecen a otro el amor, como quien entrega una espada con la empuñadura hacia afuera, sin ver que también les entregan el filo apuntando a su propio corazón. El tiempo, la confianza, los secretos susurrados a media noche: regalos envenenados, no por el gesto, sino por el mundo donde los entregan. Porque tarde o temprano, el mismo amor que los hizo florecer se convierte en la daga que el otro hunde con precisión quirúrgica. Solo alguien que te conoce puede herirte así. Y cuando lloran, rotos, traicionados, se preguntan por qué duele tanto. Átropos lo sabe: no es el engaño. Es el eco del "confío en ti" resonando en el golpe. Y sin embargo, lo hacen una y otra vez. Caminan hacia el abismo con el alma abierta, con la esperanza como escudo, ignorando que a veces quien sostiene tu corazón solo está buscando el mejor lugar donde enterrarlo. Ella no se burla. No ríe. Corta el hilo con respeto. Porque incluso en su necedad, hay una belleza trágica en amar sabiendo que amar también es exponerse al final más cruel. Porque ¿qué arma es más perfecta que el amor, cuando lo blandes desde la herida?
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  • ¡Estan cordialmente invitados al cumpleaños de Ina’nis Ninomae
    Organizado por: Brenda Colton
    En nombre del amor que no espera nada a cambio
    Dónde: ficrol de Brendita
    Cuándo: Este Viernes
    Código de vestimenta: Cualquier disfraz pero puntos extras si es celestial o tentacular

    Ven a celebrar otro ciclo cósmico de la sacerdotisa del abismo. Habrá momentos de interpretación, ofrendas simbólicas, desafíos suaves y confesiones en nombre de los antiguos y del corazón humano.

    Nota especial de Brendita:
    “Este es un homenaje desde lo invisible, donde el amor se da sin esperar retorno, como una flor que florece en la sombra.”

    ¡Estan cordialmente invitados al cumpleaños de [HugsFromTheVo1d] Organizado por: [through_the_flames] En nombre del amor que no espera nada a cambio Dónde: ficrol de Brendita Cuándo: Este Viernes Código de vestimenta: Cualquier disfraz pero puntos extras si es celestial o tentacular Ven a celebrar otro ciclo cósmico de la sacerdotisa del abismo. Habrá momentos de interpretación, ofrendas simbólicas, desafíos suaves y confesiones en nombre de los antiguos y del corazón humano. Nota especial de Brendita: “Este es un homenaje desde lo invisible, donde el amor se da sin esperar retorno, como una flor que florece en la sombra.”
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    "Lo que es abismo te arrebata no puede ser restaurado."
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  • ¿Una expedición al abismo?¿Estáis todos locos?
    Fandom Made in Abyss
    Categoría Aventura
    Rol con: 𝐌𝐨𝐧𝐬𝐭𝐞𝐫 , Lorenzo A Benedetti, Blancanieves Serin, Kalhi NigDurgae

    El Abismo… Un enorme pozo que se abre hacia las profundidades del mundo. Se extiende cientos, miles de metros hacia abajo, con capas sucesivas que esconden ecosistemas, ruinas y criaturas jamás vistas en la superficie. La gravedad del Abismo es única, y con ella, una maldición terrible: quienes descienden arriesgan no solo sus vidas, sino su cuerpo y mente al intentar regresar. A pesar de esto, el Abismo atrae a los más valientes, a los que buscan respuestas, tesoros y secretos olvidados. Orth, la ciudad construida alrededor de su borde, vive y respira por el Abismo, porque en sus entrañas yace la promesa y el peligro más absoluto.

    En una isla al borde del mundo yacía este majestuoso lugar, y poco sabía una de sus exploradoras más frecuentes, que dentro de poco tendría que lidiar con la angustia de un grupo con ansias de bajar al mismo. Esta mujer era Ozen, una mujer alta y corpulenta, con una presencia que impone respeto y temor. Su piel es pálida, casi blanca, probablemente debido a los muchos años que ha pasado en el abismo, alejada de la luz solar. Sus ojos, penetrantes y grises, tienen una mirada fría y distante que parece observar sin emoción, como si parte de ella se hubiera quedado dentro del abismo.

    Por otro lado, estaba Lorenzo, de cabello rojizo y ojos azul cielo, un hombre dividido por nadie más que por si mismo, el vivo reflejo de un eterno conflicto interior, atormentado por los recuerdos de una vida pasada, parecía desconocer incluso su propia identidad. Pero algo tenía claro, su propósito, la tan aclamada redención, era la punta de lanza de la iglesia, y como en muchas otras ocasiones, su viaje venía de cortesía de la misma, enviado para recolectar una supuesta herramienta divina, ubicada en el fondo de dicho abismo.

    Junto a él se encontraba una chica peliverde de actitud molesta, una bruja que ahora parecía interesada en él, o al menos, en sus secretos, no se alejaba excesivamente de él, y, a pesar de contradecir muchas de sus ideas, decidió aprender, tomarlo como maestro después de haber perdido a su anterior mentor, con un grimorio como único recuerdo, grimorio el cual Lorenzo conocía.

    Ajenos a todo esto se encontraban Kalhi, una cambiaformas de secretos bien guardados, ahora tomando la forma de un hombre de piel blanca y ojos verdes, de complexión aparentemente delgada, pero entrenada, una figura imponente teniendo en cuenta que no parecía separarse de sus armas, las cuales mantenía siempre cerca. Era un hombre de sentidos agudos, no solo por su naturaleza, sino por la experiencia de una vida dura. Modificado para cumplir su objetivo sin importar lo que ocurra.

    Junto a él se encontraba Monster, algo que pocos llamarían fantasía, pero muchos llamarían pesadilla. Un ser proveniente de más allá del plano corpóreo, cuyo único propósito era causar caos, discordia, todo con tal de alimentarse de las emociones de sus víctimas, pero no era lo único de lo que se alimentaba. De la misma manera que en vida fue caníbal, continuaba siéndolo tras su muerte. Ya conocido por Ozen, la misma le otorgó un título en pos de su amistad, "El lameculos favorito de Ozen".

    ----------------------------------------------

    Era de noche, los pasos de la mujer resonaban por los caminos de piedra, como si tras ellos hubiera un peso antiguo. Rara vez se veía a Ozen en la superficie, pero esta era una de esas ocasiones, tras años de exploración, decidió volver a deleitarse con la vida normal durante un tiempo. Se dirigió a nada más y nada menos que una taverna, con intenciones obvias de beber hasta no poder más.

    Al entrar al local, las personas parecían murmurar cosas sobre ella, algo que a Ozen no le sorprendía, pues había muchos rumores siniestros sobre ella, pero algo le llamó especialmente la atención, parecía que un hombre se había enterado de que se encontraba en la ciudad, y habían estado buscándola. Su descripción le sonaba, un cura pelirrojo de estatura media, entonces fue cuando entró él, Lorenzo, o Cipriano, O ambos, pues esa era la gracia de su existencia.

    El cura venía acompañado, notando que era la "niña lechuga", o así la llamaba ella, pero no le daría importancia.

    El hombre ojeó el local, como si estuviera escaneándolo por amenazas, su mirada parecía firme, casi como si juzgara a todos los presentes, entonces, vio a Ozen. Sin decir nada y con paso constante, se acercó a ella y tomó asiento en su mesa, su mirada parecía hablar por si misma. Se dirigió a alzar la voz, pero antes de decir nada, la puerta volvió a sonar con fuerza.
    Rol con: [Monster], [sinner_without_sin], [lunar_ruby_zebra_434], [kalh1] El Abismo… Un enorme pozo que se abre hacia las profundidades del mundo. Se extiende cientos, miles de metros hacia abajo, con capas sucesivas que esconden ecosistemas, ruinas y criaturas jamás vistas en la superficie. La gravedad del Abismo es única, y con ella, una maldición terrible: quienes descienden arriesgan no solo sus vidas, sino su cuerpo y mente al intentar regresar. A pesar de esto, el Abismo atrae a los más valientes, a los que buscan respuestas, tesoros y secretos olvidados. Orth, la ciudad construida alrededor de su borde, vive y respira por el Abismo, porque en sus entrañas yace la promesa y el peligro más absoluto. En una isla al borde del mundo yacía este majestuoso lugar, y poco sabía una de sus exploradoras más frecuentes, que dentro de poco tendría que lidiar con la angustia de un grupo con ansias de bajar al mismo. Esta mujer era Ozen, una mujer alta y corpulenta, con una presencia que impone respeto y temor. Su piel es pálida, casi blanca, probablemente debido a los muchos años que ha pasado en el abismo, alejada de la luz solar. Sus ojos, penetrantes y grises, tienen una mirada fría y distante que parece observar sin emoción, como si parte de ella se hubiera quedado dentro del abismo. Por otro lado, estaba Lorenzo, de cabello rojizo y ojos azul cielo, un hombre dividido por nadie más que por si mismo, el vivo reflejo de un eterno conflicto interior, atormentado por los recuerdos de una vida pasada, parecía desconocer incluso su propia identidad. Pero algo tenía claro, su propósito, la tan aclamada redención, era la punta de lanza de la iglesia, y como en muchas otras ocasiones, su viaje venía de cortesía de la misma, enviado para recolectar una supuesta herramienta divina, ubicada en el fondo de dicho abismo. Junto a él se encontraba una chica peliverde de actitud molesta, una bruja que ahora parecía interesada en él, o al menos, en sus secretos, no se alejaba excesivamente de él, y, a pesar de contradecir muchas de sus ideas, decidió aprender, tomarlo como maestro después de haber perdido a su anterior mentor, con un grimorio como único recuerdo, grimorio el cual Lorenzo conocía. Ajenos a todo esto se encontraban Kalhi, una cambiaformas de secretos bien guardados, ahora tomando la forma de un hombre de piel blanca y ojos verdes, de complexión aparentemente delgada, pero entrenada, una figura imponente teniendo en cuenta que no parecía separarse de sus armas, las cuales mantenía siempre cerca. Era un hombre de sentidos agudos, no solo por su naturaleza, sino por la experiencia de una vida dura. Modificado para cumplir su objetivo sin importar lo que ocurra. Junto a él se encontraba Monster, algo que pocos llamarían fantasía, pero muchos llamarían pesadilla. Un ser proveniente de más allá del plano corpóreo, cuyo único propósito era causar caos, discordia, todo con tal de alimentarse de las emociones de sus víctimas, pero no era lo único de lo que se alimentaba. De la misma manera que en vida fue caníbal, continuaba siéndolo tras su muerte. Ya conocido por Ozen, la misma le otorgó un título en pos de su amistad, "El lameculos favorito de Ozen". ---------------------------------------------- Era de noche, los pasos de la mujer resonaban por los caminos de piedra, como si tras ellos hubiera un peso antiguo. Rara vez se veía a Ozen en la superficie, pero esta era una de esas ocasiones, tras años de exploración, decidió volver a deleitarse con la vida normal durante un tiempo. Se dirigió a nada más y nada menos que una taverna, con intenciones obvias de beber hasta no poder más. Al entrar al local, las personas parecían murmurar cosas sobre ella, algo que a Ozen no le sorprendía, pues había muchos rumores siniestros sobre ella, pero algo le llamó especialmente la atención, parecía que un hombre se había enterado de que se encontraba en la ciudad, y habían estado buscándola. Su descripción le sonaba, un cura pelirrojo de estatura media, entonces fue cuando entró él, Lorenzo, o Cipriano, O ambos, pues esa era la gracia de su existencia. El cura venía acompañado, notando que era la "niña lechuga", o así la llamaba ella, pero no le daría importancia. El hombre ojeó el local, como si estuviera escaneándolo por amenazas, su mirada parecía firme, casi como si juzgara a todos los presentes, entonces, vio a Ozen. Sin decir nada y con paso constante, se acercó a ella y tomó asiento en su mesa, su mirada parecía hablar por si misma. Se dirigió a alzar la voz, pero antes de decir nada, la puerta volvió a sonar con fuerza.
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  • —Uno de los muchos recuerdos de Ozen, nunca pronunciado en voz alta.


    El chico yacía al borde de un claro, envuelto en ramas húmedas, quieto como si pudiera engañar al Abismo fingiendo ser parte de él.

    Lo encontré por el olor.
    No a sangre, sino a desesperación, ese hedor particular de quien aún respira pero ya ha dejado de vivir.

    Me acerqué sin sonido, no necesitaba anunciarme, los que han visto lo suficiente saben cuándo estoy cerca.
    El aire cambia.
    El entorno se aprieta.
    El mundo contiene el aliento.

    Me vio y sus ojos se abrieron como si la muerte tuviera rostro y ese rostro fuese el mío.

    No dije nada al principio, solo lo miré, a veces eso basta.

    Pero él habló, claro que lo hizo.

    —“¿Ozen…? Por favor… me atacó una... no sé qué era… no pude... perdí a los demás…”— Dijo con una voz débil y desesperada.

    Excusas.
    Listados de errores.
    Súplicas envueltas en relato.

    —¿Y quieres vivir después de eso? — Mi voz fue suave, demasiado suave, como una hoja cayendo sobre una herida abierta.

    Él tragó saliva. No entendía la pregunta. Buscaba consuelo. Creía que porque yo lo había encontrado, debía significar algo.

    —“Sí… por favor…” — Su voz parecía temblorosa... O aterrada.

    Me arrodillé a su lado. No por cercanía, por cálculo.

    Le aparté la venda improvisada del brazo. La herida era leve, la infección, peor, pero no terminal.

    — Esto no te matará. — Le devolví la venda, más sucia que antes. — Puedes caminar. El dolor no te va a arrancar las piernas. —

    Me quedé en silencio. Y eso fue lo peor para él.

    Quería palabras, necesitaba un veredicto, un motivo para odiarse o salvarse. Yo no se lo di.

    Porque el Abismo no te enseña con explicaciones. Te vacía, te pela capa por capa, hasta que o eres piedra… o eres nada.

    Me puse de pie. Él no.

    — Si sigues aquí cuando vuelva, te daré lo que estás buscando. — Dije antes de darle la espalda.

    No aclaré si me refería a ayuda…
    …o a un entierro.
    —Uno de los muchos recuerdos de Ozen, nunca pronunciado en voz alta. El chico yacía al borde de un claro, envuelto en ramas húmedas, quieto como si pudiera engañar al Abismo fingiendo ser parte de él. Lo encontré por el olor. No a sangre, sino a desesperación, ese hedor particular de quien aún respira pero ya ha dejado de vivir. Me acerqué sin sonido, no necesitaba anunciarme, los que han visto lo suficiente saben cuándo estoy cerca. El aire cambia. El entorno se aprieta. El mundo contiene el aliento. Me vio y sus ojos se abrieron como si la muerte tuviera rostro y ese rostro fuese el mío. No dije nada al principio, solo lo miré, a veces eso basta. Pero él habló, claro que lo hizo. —“¿Ozen…? Por favor… me atacó una... no sé qué era… no pude... perdí a los demás…”— Dijo con una voz débil y desesperada. Excusas. Listados de errores. Súplicas envueltas en relato. —¿Y quieres vivir después de eso? — Mi voz fue suave, demasiado suave, como una hoja cayendo sobre una herida abierta. Él tragó saliva. No entendía la pregunta. Buscaba consuelo. Creía que porque yo lo había encontrado, debía significar algo. —“Sí… por favor…” — Su voz parecía temblorosa... O aterrada. Me arrodillé a su lado. No por cercanía, por cálculo. Le aparté la venda improvisada del brazo. La herida era leve, la infección, peor, pero no terminal. — Esto no te matará. — Le devolví la venda, más sucia que antes. — Puedes caminar. El dolor no te va a arrancar las piernas. — Me quedé en silencio. Y eso fue lo peor para él. Quería palabras, necesitaba un veredicto, un motivo para odiarse o salvarse. Yo no se lo di. Porque el Abismo no te enseña con explicaciones. Te vacía, te pela capa por capa, hasta que o eres piedra… o eres nada. Me puse de pie. Él no. — Si sigues aquí cuando vuelva, te daré lo que estás buscando. — Dije antes de darle la espalda. No aclaré si me refería a ayuda… …o a un entierro.
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  • —¡Adivinen, adivinen~! ¿Que día es hoy, hmmh? —pausa dramática. Sus tentáculos dejan lo que estaban haciendo y voltean hacia ella— ¡El día que el universo cometió su mejor error! . . . —abraza a Lanky como si fuera un peluche— ¡Ajaaaá! ¡Hoy es el cumpleaños de su sacerdotisa eldritch de confianza~! —se aclara la garganta— O sea, ¡Yo! —señala sus propias mejillas con ambos dedos índices. Sus tentáculos aplauden solos— Jmmmm... Ahora el dilema es, ¿Que debería hacer para celebrar que soy la favorita del abismo, a veeer~?

    Golpea suavemente su barbilla, pensativa. Se inclina hacia adelante, con sus ojos brillando como estrellas en crisis existencial.

    —Debería... ¿Abrir un nuevo portal en el templo, hmm? —Bloop, otro tentáculo, asiente con entusiasmo— ¿O quizáaas... debería reescribir las leyes de la física para que los pasteles nunca se terminen? . . . Jmmm... ¡Ah! ¡Ya se! ¿Y si invoco algunos fantasmitas nuevos? Podrían ser adorables... o no —se encoge de hombros— ¿... O tal vez debería dejar que mi roomie cósmica salga a robar almas? —su propia sombra detrás de ella se estira como si estuviera interesada— Eh... no, mejor no... —niega con la cabeza— . . . ¡YA SE! —salta emocionada— Que tal si... ¡¿Pongo un nuevo stand en la calle para intentar convencer a nuevas almitas de unirse a mi culto?! Hmmm, si, eso parece una mejor idea~
    —¡Adivinen, adivinen~! ¿Que día es hoy, hmmh? —pausa dramática. Sus tentáculos dejan lo que estaban haciendo y voltean hacia ella— ¡El día que el universo cometió su mejor error! . . . —abraza a Lanky como si fuera un peluche— ¡Ajaaaá! ¡Hoy es el cumpleaños de su sacerdotisa eldritch de confianza~! —se aclara la garganta— O sea, ¡Yo! —señala sus propias mejillas con ambos dedos índices. Sus tentáculos aplauden solos— Jmmmm... Ahora el dilema es, ¿Que debería hacer para celebrar que soy la favorita del abismo, a veeer~? Golpea suavemente su barbilla, pensativa. Se inclina hacia adelante, con sus ojos brillando como estrellas en crisis existencial. —Debería... ¿Abrir un nuevo portal en el templo, hmm? —Bloop, otro tentáculo, asiente con entusiasmo— ¿O quizáaas... debería reescribir las leyes de la física para que los pasteles nunca se terminen? . . . Jmmm... ¡Ah! ¡Ya se! ¿Y si invoco algunos fantasmitas nuevos? Podrían ser adorables... o no —se encoge de hombros— ¿... O tal vez debería dejar que mi roomie cósmica salga a robar almas? —su propia sombra detrás de ella se estira como si estuviera interesada— Eh... no, mejor no... —niega con la cabeza— . . . ¡YA SE! —salta emocionada— Que tal si... ¡¿Pongo un nuevo stand en la calle para intentar convencer a nuevas almitas de unirse a mi culto?! Hmmm, si, eso parece una mejor idea~
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  • #misiondiarialunes #desafiodivino.

    𓆩ꨄ𓆪Nacida de un tropiezo, nombrada por un río.

    Dicen que las deidades no cometen errores, que su andar es perfecto, divino. Pero incluso los dioses tropiezan.

    Fue Hebe, la eterna doncella, quien en un gesto tan humano como divino, se deslizó al borde de la Fuente del Olvido. Su pie descalzo tocó primero el agua de Lethe, y luego —por un capricho del destino o del alma— rozó la corriente clara del río Eunoë, el agua del recuerdo puro.

    Aquel instante selló algo imposible: Hebe, diosa de la juventud, dejó atrás su aspecto de doncella al absorber memorias que no le pertenecían. Maduró, cambió. Y de ese enlace entre olvido y recuerdo, entre error y sacrificio, nació una niebla.

    No una hija de carne, sino de esencia. No una voz, sino un susurro. Eunoë.

    No fue reclamada por ningún dios, ni por la tierra ni por el cielo, pero el Reino de los Sueños la aceptó. Porque ella no pesa ni hiere. Ella consuela. Su forma de neblina plateada se enreda en los rincones de las almas que no pueden más, que necesitan una última caricia de esperanza antes de rendirse al abismo del descanso.

    Fue Morfeo quien la vio llegar, flotando entre los velos del sueño profundo. “¿Qué criatura eres tú, que hueles a recuerdo y olvido a la vez?”, preguntó. Eunoë no respondió de inmediato; no con palabras, al menos. Sus ojos brillaban con luz líquida, y sus dedos eran vapor que aliviaba.

    Desde entonces, Morfeo y ella han compartido silencios, fragmentos de duda, y ocasionales discusiones sobre la naturaleza del sueño. Él, sombra cansada y sabia, rara vez duerme. Ella, espíritu naciente, vela por los que sí lo hacen. “Maestro,” suele decirle con ternura burlona, “usted da sueños, pero no se concede ni uno.” Él sonríe. A veces.

    Y así, ella sigue danzando. No busca ser recordada, pero recuerda. No promete eternidad, pero concede alivio. Donde el mundo duele, allí va. Donde una diosa duerme por fin —como Atropos—, allí canta. Donde el Maestro reposa, ella flota cerca, sin perturbar, sin tocar.

    Nacida de un error.
    Criada por el susurro de aguas sagradas.
    Eunoë, la que recuerda.
    Eunoë, la que repara.
    #misiondiarialunes #desafiodivino. 𓆩ꨄ𓆪Nacida de un tropiezo, nombrada por un río. Dicen que las deidades no cometen errores, que su andar es perfecto, divino. Pero incluso los dioses tropiezan. Fue Hebe, la eterna doncella, quien en un gesto tan humano como divino, se deslizó al borde de la Fuente del Olvido. Su pie descalzo tocó primero el agua de Lethe, y luego —por un capricho del destino o del alma— rozó la corriente clara del río Eunoë, el agua del recuerdo puro. Aquel instante selló algo imposible: Hebe, diosa de la juventud, dejó atrás su aspecto de doncella al absorber memorias que no le pertenecían. Maduró, cambió. Y de ese enlace entre olvido y recuerdo, entre error y sacrificio, nació una niebla. No una hija de carne, sino de esencia. No una voz, sino un susurro. Eunoë. No fue reclamada por ningún dios, ni por la tierra ni por el cielo, pero el Reino de los Sueños la aceptó. Porque ella no pesa ni hiere. Ella consuela. Su forma de neblina plateada se enreda en los rincones de las almas que no pueden más, que necesitan una última caricia de esperanza antes de rendirse al abismo del descanso. Fue Morfeo quien la vio llegar, flotando entre los velos del sueño profundo. “¿Qué criatura eres tú, que hueles a recuerdo y olvido a la vez?”, preguntó. Eunoë no respondió de inmediato; no con palabras, al menos. Sus ojos brillaban con luz líquida, y sus dedos eran vapor que aliviaba. Desde entonces, Morfeo y ella han compartido silencios, fragmentos de duda, y ocasionales discusiones sobre la naturaleza del sueño. Él, sombra cansada y sabia, rara vez duerme. Ella, espíritu naciente, vela por los que sí lo hacen. “Maestro,” suele decirle con ternura burlona, “usted da sueños, pero no se concede ni uno.” Él sonríe. A veces. Y así, ella sigue danzando. No busca ser recordada, pero recuerda. No promete eternidad, pero concede alivio. Donde el mundo duele, allí va. Donde una diosa duerme por fin —como Atropos—, allí canta. Donde el Maestro reposa, ella flota cerca, sin perturbar, sin tocar. Nacida de un error. Criada por el susurro de aguas sagradas. Eunoë, la que recuerda. Eunoë, la que repara.
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  • Un encuentro fortuito en la selva invertida.
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    Categoría Aventura
    Rol con: Richard Karter

    La Selva Invertida – El Jardín de lo Que No Debería Crecer, la segunda capa del abismo, un bosque que ha olvidado el cielo, donde las raíces cuelgan desde las alturas como si la tierra hubiera sido volteada, y la gravedad respondiera a otra ley. Árboles imposibles se aferran a techos de roca, colgando boca abajo como condenados suspendidos en una danza sin fin. Sus ramas no buscan la luz: la rehúyen, enredándose en sí mismas como si quisieran ocultar su propia existencia.

    El aire aquí es denso, húmedo, cargado de una fragancia espesa, dulce como la descomposición de una flor demasiado madura. No hay brisa, solo el aliento caliente del Abismo, que exhala entre las hojas y murmura en lenguas vegetales a los que se atreven a cruzar su umbral.

    La luz apenas sobrevive en este mundo. La poca que logra filtrarse desde las capas superiores llega rota, teñida de verde y oro sucio, y cae en haces irregulares como manchas de pintura enferma. Bajo esa luz, la vegetación brilla con un tono malsano. Hojas que sudan savia negra, hongos que respiran con un latido lento, y flores que se abren solo cuando escuchan pasos.

    Aquí no hay depredadores ni presas, solo habitantes de un ecosistema que no perdona el error de existir sin entender sus reglas. Un paso en falso no lleva a la muerte, sino a una lenta digestión por parte de algo que no tiene rostro ni intención: solo hambre.

    Y sobre todo, la Selva Invertida escucha.
    Escucha los pasos, las respiraciones contenidas, las súplicas susurradas a una madre que no puede oír. Porque en este nivel, el Abismo ya te ha empezado a probar.

    En este despiadado lugar, un alma poco afortunada parece perdida, un hombre, proveniente de algún otro lugar desconocido pareció llegar a través de una brecha, y, tras su encuentro con Ozen La Inamovible, la actitud de la mujer le dejó claro que el abismo no es lugar para gente débil, o te devoran sus habitantes, o es el propio abismo el que lo hace... Y dicha persona estaba a punto de vivir la bienvenida que le da el abismo a todos.

    -------------------------------

    Ozen estaba desde su campamento observando tranquilamente los alrededores como solía hacer en momentos de aburrimiento, cosa que el abismo rara vez dejaba ocurrir.

    Desde la distancia observó al hombre que antes irrumpió en su hogar, ahora huyendo despavorido de una criatura.

    Ozen dejó salir un suspiro y se dirigió adentro, su forma desapareciendo en el laberinto de su hogar.

    La criatura perseguía incansable, emitiendo chillidos provenientes de otro mundo, que harían temblar la mente de cualquiera.
    El hombre podía sentir su estómago revolverse y su cuerpo más pesado, probablemente debido a la maldición que carga el abismo.

    Su cuerpo pareció rendirse. La criatura saltó, con mandíbulas abiertas, preparadas para acabar con la vida del hombre, entonces...

    El suelo tembló.
    El aire se partió en dos.
    Y la bestia se detuvo en seco, su cabeza girando sin su cuerpo, su columna partida como una caña seca entre dedos de hierro.

    Ella estaba allí...

    Ozen.

    No llegó corriendo, no llegó gritando, simplemente estaba, como si siempre hubiera estado. Su silueta era una torre ennegrecida por la ceniza, envuelta en placas de hierro que no brillaban, pero que pesaban en el aire como un juicio. El cadáver del monstruo aún se estremecía a su lado, colapsando lentamente, como si se negara a morir del todo.

    Ozen no miró a la criatura, solo al hombre, como si el cádaver de esa criatura fuera algo común en su día a día.

    Su rostro era inexpresivo, inmóvil, más muerto que vivo, sus ojos no tenían ira, ni compasión, ni alivio, solo presencia. Un vacío que no juzga, no salva... solo decide.

    Se acercó y se inclinó un poco, el metal de su armadura crujió como una tumba abriéndose.

    — Sigues vivo. — Su voz fue un golpe seco. — Te había dicho que esperases a que hubiera una brecha, este lugar no está hecho para ti, ¿Qué es lo que buscas? — Su tono de voz era firme, no parecía enfadada, más bien parecía una advertencia.
    Rol con: [Skynight86] La Selva Invertida – El Jardín de lo Que No Debería Crecer, la segunda capa del abismo, un bosque que ha olvidado el cielo, donde las raíces cuelgan desde las alturas como si la tierra hubiera sido volteada, y la gravedad respondiera a otra ley. Árboles imposibles se aferran a techos de roca, colgando boca abajo como condenados suspendidos en una danza sin fin. Sus ramas no buscan la luz: la rehúyen, enredándose en sí mismas como si quisieran ocultar su propia existencia. El aire aquí es denso, húmedo, cargado de una fragancia espesa, dulce como la descomposición de una flor demasiado madura. No hay brisa, solo el aliento caliente del Abismo, que exhala entre las hojas y murmura en lenguas vegetales a los que se atreven a cruzar su umbral. La luz apenas sobrevive en este mundo. La poca que logra filtrarse desde las capas superiores llega rota, teñida de verde y oro sucio, y cae en haces irregulares como manchas de pintura enferma. Bajo esa luz, la vegetación brilla con un tono malsano. Hojas que sudan savia negra, hongos que respiran con un latido lento, y flores que se abren solo cuando escuchan pasos. Aquí no hay depredadores ni presas, solo habitantes de un ecosistema que no perdona el error de existir sin entender sus reglas. Un paso en falso no lleva a la muerte, sino a una lenta digestión por parte de algo que no tiene rostro ni intención: solo hambre. Y sobre todo, la Selva Invertida escucha. Escucha los pasos, las respiraciones contenidas, las súplicas susurradas a una madre que no puede oír. Porque en este nivel, el Abismo ya te ha empezado a probar. En este despiadado lugar, un alma poco afortunada parece perdida, un hombre, proveniente de algún otro lugar desconocido pareció llegar a través de una brecha, y, tras su encuentro con Ozen La Inamovible, la actitud de la mujer le dejó claro que el abismo no es lugar para gente débil, o te devoran sus habitantes, o es el propio abismo el que lo hace... Y dicha persona estaba a punto de vivir la bienvenida que le da el abismo a todos. ------------------------------- Ozen estaba desde su campamento observando tranquilamente los alrededores como solía hacer en momentos de aburrimiento, cosa que el abismo rara vez dejaba ocurrir. Desde la distancia observó al hombre que antes irrumpió en su hogar, ahora huyendo despavorido de una criatura. Ozen dejó salir un suspiro y se dirigió adentro, su forma desapareciendo en el laberinto de su hogar. La criatura perseguía incansable, emitiendo chillidos provenientes de otro mundo, que harían temblar la mente de cualquiera. El hombre podía sentir su estómago revolverse y su cuerpo más pesado, probablemente debido a la maldición que carga el abismo. Su cuerpo pareció rendirse. La criatura saltó, con mandíbulas abiertas, preparadas para acabar con la vida del hombre, entonces... El suelo tembló. El aire se partió en dos. Y la bestia se detuvo en seco, su cabeza girando sin su cuerpo, su columna partida como una caña seca entre dedos de hierro. Ella estaba allí... Ozen. No llegó corriendo, no llegó gritando, simplemente estaba, como si siempre hubiera estado. Su silueta era una torre ennegrecida por la ceniza, envuelta en placas de hierro que no brillaban, pero que pesaban en el aire como un juicio. El cadáver del monstruo aún se estremecía a su lado, colapsando lentamente, como si se negara a morir del todo. Ozen no miró a la criatura, solo al hombre, como si el cádaver de esa criatura fuera algo común en su día a día. Su rostro era inexpresivo, inmóvil, más muerto que vivo, sus ojos no tenían ira, ni compasión, ni alivio, solo presencia. Un vacío que no juzga, no salva... solo decide. Se acercó y se inclinó un poco, el metal de su armadura crujió como una tumba abriéndose. — Sigues vivo. — Su voz fue un golpe seco. — Te había dicho que esperases a que hubiera una brecha, este lugar no está hecho para ti, ¿Qué es lo que buscas? — Su tono de voz era firme, no parecía enfadada, más bien parecía una advertencia.
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