• Zweihanherz: Rising Sun
    Fandom Zweihanherz
    Categoría Aventura
    ​Nuestra historia comienza en una humilde morada de Alexandria, Egipto en el año 2105, en ese hogar, el dolor ya había dejado su marca; años atrás, la familia había perdido a un hijo. La madre, con el corazón roto, se enfrentaba a un nuevo embarazo lleno de incertidumbre, pues parecía que su bebé tendría el mismo destino. Fue entonces cuando su padre, un hombre de profunda fe, se arrodilló para orar. Le prometió a los dioses antiguos que daría y haría todo con tal de que su esposa diera a luz a su primogénita. Días después de ayuno, su ruego fue concedido, y su esposa dio a luz a una bebé con una particularidad única: la piel tan oscura como un abismo sin fondo y un par de marcas doradas sobre los brazos y la espalda. Sumando un par de marcas doradas sobre los brazos y espalda, pero menor fue su importancia, pues todo lo que sentían fue la alegría de tener por fin, a un bebé. Se dice que esa misma noche, una sombra misteriosa le hizo una visita a la bebé, pero ella, durmiendo en paz, no se percató de la presencia de esa visita misteriosa.
    ​Con el tiempo, ella creció. Aceptó que era diferente a los demás, lo que le ganó burlas e incesante acoso de los demás niños y de su comunidad. Lo que hizo que se aislara en su habitación. Y, en su soledad, se enamoró de la literatura; su padre le leía cuento tras cuento cada noche. Ahora, con 17 años, su amor por las letras se había convertido en un ardiente deseo de conocer el mundo por sus propios ojos. Por ello, con mochila en mano y con su corazón cuan brújula, se embarcó en su viaje hacia Jerusalén, por orden de su padre.
    ​Nenet es una chica de complexión delgada, con cabello corte bob mediano color negro. Sus ojos se delinean con una sutil curva atractiva que atrapa con solo la mirada, y sus labios, que también se colorean de ese mismo tono, hacen brillar cada sonrisa que entrega. De carácter sonriente y amigable, con ganas de descubrir el mundo. Su vestimenta consta de un corset de batalla de cuero negro, que deja ver sus hombros, brazos y abdomen. En sus brazos y espalda, se pueden ver unos intrincados tatuajes dorados, pero nadie, hasta ahora, ha sabido su origen o su significado. En su cuello, se erige un collarín que eleva su cuello un poco. Un pantalón de tela con un encaje de fuego que sobresale desde el talón hasta la cintura. Por último, un par de sandalias. Siendo una guerrera, tiene muy arraigada la disciplina de combate con un temple indomable. Pero fuera de todo eso, es una chica amable, dulce y caritativa, que no duda en salir al peligro para ayudar a quienes lo necesiten.
    ​En la ciudad del Cairo, el calor era incesante. Los edificios se alzaban en una fila desigual, casi surrealista. Asombrandose por el caos citadino cuan niña que va conociendo el mundo por primera vez, ella iba caminando por las aceras con mochila al hombro a la espera de descubrir algo nuevo. En la esquina de la acera se detuvo para dar paso a los vehículos, mientras esperaba, notó las curiosas miradas de los transeúntes. Tanta era la gente que, al dar el tercer paso, fue empujada casi hasta caer pero el tráfico hizo que su mochila cayera perdiéndose entre la muchedumbre. En ese instante, su corazón se detuvo. No se podía dar el lujo de perderla, pues ahí tenía su bitácora, sus cosas de uso personal, su dinero, su pasaporte, y su identificación. De perderlo se quedaría literal en las calles. Un grupo de niños que se reían a carcajadas comenzaron a correr por entre los angostos callejones, alardeando sobre tener sus pertenencias. Nenet, molesta por la situación, solo esperó a que la luz del tráfico se pusiera en rojo para poder darles caza. "¡Oigan, eso es mío!", gritó con ahínco al otro lado de la acera, alzando las manos para que la vieran, pero estos se perdieron entre los callejones.
    ​La guerrera que habitaba en Nenet salió a flote. Con una agilidad felina, agudizó sus sentidos, logrando percibir el aroma de los niños y las calles que habían tomado. Se adentró en un callejón oscuro y estrecho, llegando a una casa abandonada. Sucia y empolvada, se adentró con pasos sigilosos, atenta a cualquier sonido que pudiera escuchar. De pronto, un barullo en un patio llamó su atención. A través de una manchada ventana, los encontró pensando en cómo darles un buen susto por haberle robado sus pertenencias. Para salir al patio, abrió una puerta vieja de madera que chirrió con un sonido que alertó a los niños. Del otro lado, no había nadie. Nenet, al ver que estaban distraídos, saltó de repente, con una mirada macabra en sus ojos que los hizo huir despavoridos. Al final, los niños huyeron dejando todo regado. Ella, con un suspiro de alivio, se cubrió los ojos y susurró para sí misma: "Debo dejar de ser tan distraída. No puedo quedarme así de nuevo". Acomodó todo en su lugar, cargó su mochila al hombro y retomó el camino hacia Jerusalén, con la convicción de que sería más precavida en lo que quedaba de su viaje.
    ​Nuestra historia comienza en una humilde morada de Alexandria, Egipto en el año 2105, en ese hogar, el dolor ya había dejado su marca; años atrás, la familia había perdido a un hijo. La madre, con el corazón roto, se enfrentaba a un nuevo embarazo lleno de incertidumbre, pues parecía que su bebé tendría el mismo destino. Fue entonces cuando su padre, un hombre de profunda fe, se arrodilló para orar. Le prometió a los dioses antiguos que daría y haría todo con tal de que su esposa diera a luz a su primogénita. Días después de ayuno, su ruego fue concedido, y su esposa dio a luz a una bebé con una particularidad única: la piel tan oscura como un abismo sin fondo y un par de marcas doradas sobre los brazos y la espalda. Sumando un par de marcas doradas sobre los brazos y espalda, pero menor fue su importancia, pues todo lo que sentían fue la alegría de tener por fin, a un bebé. Se dice que esa misma noche, una sombra misteriosa le hizo una visita a la bebé, pero ella, durmiendo en paz, no se percató de la presencia de esa visita misteriosa. ​Con el tiempo, ella creció. Aceptó que era diferente a los demás, lo que le ganó burlas e incesante acoso de los demás niños y de su comunidad. Lo que hizo que se aislara en su habitación. Y, en su soledad, se enamoró de la literatura; su padre le leía cuento tras cuento cada noche. Ahora, con 17 años, su amor por las letras se había convertido en un ardiente deseo de conocer el mundo por sus propios ojos. Por ello, con mochila en mano y con su corazón cuan brújula, se embarcó en su viaje hacia Jerusalén, por orden de su padre. ​Nenet es una chica de complexión delgada, con cabello corte bob mediano color negro. Sus ojos se delinean con una sutil curva atractiva que atrapa con solo la mirada, y sus labios, que también se colorean de ese mismo tono, hacen brillar cada sonrisa que entrega. De carácter sonriente y amigable, con ganas de descubrir el mundo. Su vestimenta consta de un corset de batalla de cuero negro, que deja ver sus hombros, brazos y abdomen. En sus brazos y espalda, se pueden ver unos intrincados tatuajes dorados, pero nadie, hasta ahora, ha sabido su origen o su significado. En su cuello, se erige un collarín que eleva su cuello un poco. Un pantalón de tela con un encaje de fuego que sobresale desde el talón hasta la cintura. Por último, un par de sandalias. Siendo una guerrera, tiene muy arraigada la disciplina de combate con un temple indomable. Pero fuera de todo eso, es una chica amable, dulce y caritativa, que no duda en salir al peligro para ayudar a quienes lo necesiten. ​En la ciudad del Cairo, el calor era incesante. Los edificios se alzaban en una fila desigual, casi surrealista. Asombrandose por el caos citadino cuan niña que va conociendo el mundo por primera vez, ella iba caminando por las aceras con mochila al hombro a la espera de descubrir algo nuevo. En la esquina de la acera se detuvo para dar paso a los vehículos, mientras esperaba, notó las curiosas miradas de los transeúntes. Tanta era la gente que, al dar el tercer paso, fue empujada casi hasta caer pero el tráfico hizo que su mochila cayera perdiéndose entre la muchedumbre. En ese instante, su corazón se detuvo. No se podía dar el lujo de perderla, pues ahí tenía su bitácora, sus cosas de uso personal, su dinero, su pasaporte, y su identificación. De perderlo se quedaría literal en las calles. Un grupo de niños que se reían a carcajadas comenzaron a correr por entre los angostos callejones, alardeando sobre tener sus pertenencias. Nenet, molesta por la situación, solo esperó a que la luz del tráfico se pusiera en rojo para poder darles caza. "¡Oigan, eso es mío!", gritó con ahínco al otro lado de la acera, alzando las manos para que la vieran, pero estos se perdieron entre los callejones. ​La guerrera que habitaba en Nenet salió a flote. Con una agilidad felina, agudizó sus sentidos, logrando percibir el aroma de los niños y las calles que habían tomado. Se adentró en un callejón oscuro y estrecho, llegando a una casa abandonada. Sucia y empolvada, se adentró con pasos sigilosos, atenta a cualquier sonido que pudiera escuchar. De pronto, un barullo en un patio llamó su atención. A través de una manchada ventana, los encontró pensando en cómo darles un buen susto por haberle robado sus pertenencias. Para salir al patio, abrió una puerta vieja de madera que chirrió con un sonido que alertó a los niños. Del otro lado, no había nadie. Nenet, al ver que estaban distraídos, saltó de repente, con una mirada macabra en sus ojos que los hizo huir despavoridos. Al final, los niños huyeron dejando todo regado. Ella, con un suspiro de alivio, se cubrió los ojos y susurró para sí misma: "Debo dejar de ser tan distraída. No puedo quedarme así de nuevo". Acomodó todo en su lugar, cargó su mochila al hombro y retomó el camino hacia Jerusalén, con la convicción de que sería más precavida en lo que quedaba de su viaje.
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  • ⠀⠀⠀Las hojas secas crujieron bajo sus botas, marcando el camino que una vez corrió de niña. En su mente, aún podía escuchar el eco de las risas que se habían vuelto amargas y el sonido de las puertas que se habían cerrado para siempre.

    —¿Nerviosa, Kazuha~? —se preguntó, con un tono ligeramente burlón. Tenía esa costumbre de hablar sola todo el tiempo, después de todo la única persona en la que confiaba era ella misma.

    ⠀⠀⠀Se detuvo frente a la verja de hierro forjado, oxidada por el tiempo y el abandono. Detrás, se alzaba la casa que había sido su hogar en un pasado ya lejano, y que había permanecido abandonada durante muchos años... hasta ahora.

    ⠀⠀⠀Empujó la verja con un chirrido que quebró el silencio del vecindario. Caminó por el sendero de adoquines hundidos, ahora casi devorados por la hierba y la maleza. Subió los escalones de la escalinata que se curveaba hacia el pórtico. La pintura de las paredes ahora estaba resquebrajada, las ventanas no dejaban ver hacia el interior por el polvo y la suciedad. Extendió una mano, pero se detuvo a centímetros de la puerta de roble macizo. ¿Que esperaba encontrar? ¿Fantasmas familiares? ¿El rastro de la niña que fue antes de que todo se pudriera?. La puerta principal cedió. El vestíbulo era vasto y oscuro. Una escalera imperial amplia, llevaba hacia la penumbra del segundo piso.

    ⠀⠀⠀Alzó su mano y deslizó un dedo sobre la superficie de una mesa de madera. La yema de su dedo se ennegreció al instante por la mugre y el polvo.

    —Tsk, parece que nadie ha puesto un pie aquí en muuucho tiempo... —su voz resonó en el vacío, y fue devuelta como un eco.

    ⠀⠀⠀En aquel momento, como respondiendo a su llegada, una mariposa de un rojo casi sanguíneo, vibrante y antinatural, surgió de la nada. Revoloteó a través de las partículas de polvo que flotaban en los rayos de luz filtrados por los vitrales sucios, y se posó con delicadeza sobre su cabello oscuro, como una joya sobre una corona olvidada. 𝘍𝘪𝘯𝘢𝘭𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘩𝘢𝘣𝘪𝘢 𝘳𝘦𝘨𝘳𝘦𝘴𝘢𝘥𝘰 𝘢 𝘴𝘶 𝘳𝘦𝘪𝘯𝘰 𝘦𝘯 𝘳𝘶𝘪𝘯𝘢𝘴.
    ⠀⠀⠀Las hojas secas crujieron bajo sus botas, marcando el camino que una vez corrió de niña. En su mente, aún podía escuchar el eco de las risas que se habían vuelto amargas y el sonido de las puertas que se habían cerrado para siempre. —¿Nerviosa, Kazuha~? —se preguntó, con un tono ligeramente burlón. Tenía esa costumbre de hablar sola todo el tiempo, después de todo la única persona en la que confiaba era ella misma. ⠀⠀⠀Se detuvo frente a la verja de hierro forjado, oxidada por el tiempo y el abandono. Detrás, se alzaba la casa que había sido su hogar en un pasado ya lejano, y que había permanecido abandonada durante muchos años... hasta ahora. ⠀⠀⠀Empujó la verja con un chirrido que quebró el silencio del vecindario. Caminó por el sendero de adoquines hundidos, ahora casi devorados por la hierba y la maleza. Subió los escalones de la escalinata que se curveaba hacia el pórtico. La pintura de las paredes ahora estaba resquebrajada, las ventanas no dejaban ver hacia el interior por el polvo y la suciedad. Extendió una mano, pero se detuvo a centímetros de la puerta de roble macizo. ¿Que esperaba encontrar? ¿Fantasmas familiares? ¿El rastro de la niña que fue antes de que todo se pudriera?. La puerta principal cedió. El vestíbulo era vasto y oscuro. Una escalera imperial amplia, llevaba hacia la penumbra del segundo piso. ⠀⠀⠀Alzó su mano y deslizó un dedo sobre la superficie de una mesa de madera. La yema de su dedo se ennegreció al instante por la mugre y el polvo. —Tsk, parece que nadie ha puesto un pie aquí en muuucho tiempo... —su voz resonó en el vacío, y fue devuelta como un eco. ⠀⠀⠀En aquel momento, como respondiendo a su llegada, una mariposa de un rojo casi sanguíneo, vibrante y antinatural, surgió de la nada. Revoloteó a través de las partículas de polvo que flotaban en los rayos de luz filtrados por los vitrales sucios, y se posó con delicadeza sobre su cabello oscuro, como una joya sobre una corona olvidada. 𝘍𝘪𝘯𝘢𝘭𝘮𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘩𝘢𝘣𝘪𝘢 𝘳𝘦𝘨𝘳𝘦𝘴𝘢𝘥𝘰 𝘢 𝘴𝘶 𝘳𝘦𝘪𝘯𝘰 𝘦𝘯 𝘳𝘶𝘪𝘯𝘢𝘴.
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  • No nací para esto. Me hicieron así.

    Mi padre era un soldado borracho que se metió en demasiados tratos sucios. Vendía información, armas, cualquier cosa que le diera dinero rápido. Cuando desapareció yo tenía ocho años. No se fue por amor a la libertad, se fue porque ya lo estaban buscando para matarlo.

    Desde entonces, vinieron a por nosotras. Primero las amenazas, luego los golpes. Recuerdo a mi madre sangrando en la cocina porque alguien quería cobrar una deuda que ni siquiera era nuestra. Recuerdo esconderme en un armario con un cuchillo oxidado en la mano, rezando para que no encontraran la puerta.

    A los nueve años, uno de esos ‘amigos’ de mi padre intentó abusar de mí. Escapé a mordiscos y arañazos, pero nadie me creyó. No sé qué dolió más: el miedo o que mi madre no quisiera escucharme. Supongo que estaba demasiado ocupada tratando de mantenernos vivas.

    A los catorce, me rompieron dos costillas en un callejón por una deuda que él dejó atrás. No lloré. Aprendí que llorar te hace parecer débil y que la gente que huele debilidad siempre aprieta más fuerte.

    A los dieciséis, mataron a mi madre. Dijeron que fue fuego cruzado en una misión humanitaria. Mentira. No fue un accidente. Fue un mensaje. Y yo lo entendí perfectamente: nadie te salva, nadie te protege, nadie responde por ti.

    Después de eso dormí en estaciones de tren, en casas abandonadas, en cualquier lugar donde pudiera cerrar los ojos sin que me cortaran el cuello. Hacía encargos para cualquiera que pagara: llevar mensajes, mover cajas, cosas pequeñas. Hasta que alguien me vio disparar una pistola y decidió que podía servirme de algo más.

    Me llevaron a un campamento en Europa del Este. No era un colegio, no era un entrenamiento normal. Era un infierno diseñado para convertirte en herramienta. Aprendí a disparar con cualquier cosa que tenga gatillo, a pelear hasta romper huesos, a no confiar en nadie, a dormir con un ojo abierto. Y cada error se pagaba con sangre o con hambre.

    ¿Si fue mi elección? No. Pero entendí que si quería seguir respirando tenía que convertirme en alguien peor que ellos.

    Hoy soy mercenaria. Trabajo donde otros no quieren ensuciarse las manos. Matar, infiltrar, mover armas, robar información, lo que sea. No represento banderas, no doy explicaciones, no firmo contratos. Y no lo hago porque me guste. Lo hago porque el mundo me enseñó que si no aprendes a ser depredador, te comen viva.

    ¿Si me arrepiento? No. ¿Si me preocupa ir al infierno? Ese sitio ya lo conozco. Crecí allí.

    No hago esto por dinero. Lo hago porque no voy a morir como murió mi madre: esperando que alguien venga a salvarme. Y porque algún día, cuando encuentre a mi padre, se lo haré pagar todo.
    No nací para esto. Me hicieron así. Mi padre era un soldado borracho que se metió en demasiados tratos sucios. Vendía información, armas, cualquier cosa que le diera dinero rápido. Cuando desapareció yo tenía ocho años. No se fue por amor a la libertad, se fue porque ya lo estaban buscando para matarlo. Desde entonces, vinieron a por nosotras. Primero las amenazas, luego los golpes. Recuerdo a mi madre sangrando en la cocina porque alguien quería cobrar una deuda que ni siquiera era nuestra. Recuerdo esconderme en un armario con un cuchillo oxidado en la mano, rezando para que no encontraran la puerta. A los nueve años, uno de esos ‘amigos’ de mi padre intentó abusar de mí. Escapé a mordiscos y arañazos, pero nadie me creyó. No sé qué dolió más: el miedo o que mi madre no quisiera escucharme. Supongo que estaba demasiado ocupada tratando de mantenernos vivas. A los catorce, me rompieron dos costillas en un callejón por una deuda que él dejó atrás. No lloré. Aprendí que llorar te hace parecer débil y que la gente que huele debilidad siempre aprieta más fuerte. A los dieciséis, mataron a mi madre. Dijeron que fue fuego cruzado en una misión humanitaria. Mentira. No fue un accidente. Fue un mensaje. Y yo lo entendí perfectamente: nadie te salva, nadie te protege, nadie responde por ti. Después de eso dormí en estaciones de tren, en casas abandonadas, en cualquier lugar donde pudiera cerrar los ojos sin que me cortaran el cuello. Hacía encargos para cualquiera que pagara: llevar mensajes, mover cajas, cosas pequeñas. Hasta que alguien me vio disparar una pistola y decidió que podía servirme de algo más. Me llevaron a un campamento en Europa del Este. No era un colegio, no era un entrenamiento normal. Era un infierno diseñado para convertirte en herramienta. Aprendí a disparar con cualquier cosa que tenga gatillo, a pelear hasta romper huesos, a no confiar en nadie, a dormir con un ojo abierto. Y cada error se pagaba con sangre o con hambre. ¿Si fue mi elección? No. Pero entendí que si quería seguir respirando tenía que convertirme en alguien peor que ellos. Hoy soy mercenaria. Trabajo donde otros no quieren ensuciarse las manos. Matar, infiltrar, mover armas, robar información, lo que sea. No represento banderas, no doy explicaciones, no firmo contratos. Y no lo hago porque me guste. Lo hago porque el mundo me enseñó que si no aprendes a ser depredador, te comen viva. ¿Si me arrepiento? No. ¿Si me preocupa ir al infierno? Ese sitio ya lo conozco. Crecí allí. No hago esto por dinero. Lo hago porque no voy a morir como murió mi madre: esperando que alguien venga a salvarme. Y porque algún día, cuando encuentre a mi padre, se lo haré pagar todo.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    //hola, soy creador/a de Daniel y de Freya, veré si puedo ser más activo/a por aquí porque deje esta cuenta algo abandonada
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  • Me tienen tan abandonada que he tenido que limpiar yo sola el polvo de la Corte Noche.
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  • La puerta estaba entreabierta. Constantin no necesitó mucho para encontrarla; el silencio del lugar era demasiado elocuente. Sus pasos pesados resonaron apenas, pero él no la llamó. Se detuvo en el marco, cruzando los brazos, y la observó.

    Luna estaba encogida sobre el sofá, la luz tibia acariciando su rostro cansado. Tenía los auriculares colgando del cuello, pero no había música. Sus ojos estaban perdidos en algún punto lejano, demasiado lejos para notar que alguien más estaba allí.

    Constantin apretó la mandíbula. No era la primera vez que la veía así, aunque para él sí lo era. Toda su vida había luchado para mantenerla a salvo desde las sombras, y ahora que por fin la tenía a unos metros, se encontraba con esa imagen: su hermana rota por el peso del mundo, abandonada en una penumbra que nunca mereció cargar.

    —Siempre sola… —murmuró para sí mismo, con un tono áspero.

    Se apoyó en el marco, la chaqueta abierta como si la misma sala no pudiera contener su presencia. Por un instante quiso acercarse, posar una mano en su hombro, decirle que ya no tendría que seguir soportando todo aquello. Pero el recuerdo de los años ocultos, las decisiones tomadas, lo retuvo.

    "¿Cómo mirarla a los ojos después de tanto silencio?", pensó.

    Apretó el taco de billar que aún sostenía en una mano; lo había traído sin darse cuenta desde el bar, como si necesitara algo que le recordara que aún sabía manejar la tensión.

    Un suspiro largo escapó de él.

    —Pronto… lo sabrás todo, Luna. —dijo, lo bastante bajo para que no lo escuchara, pero lo bastante fuerte para convencerse a sí mismo.
    La puerta estaba entreabierta. Constantin no necesitó mucho para encontrarla; el silencio del lugar era demasiado elocuente. Sus pasos pesados resonaron apenas, pero él no la llamó. Se detuvo en el marco, cruzando los brazos, y la observó. Luna estaba encogida sobre el sofá, la luz tibia acariciando su rostro cansado. Tenía los auriculares colgando del cuello, pero no había música. Sus ojos estaban perdidos en algún punto lejano, demasiado lejos para notar que alguien más estaba allí. Constantin apretó la mandíbula. No era la primera vez que la veía así, aunque para él sí lo era. Toda su vida había luchado para mantenerla a salvo desde las sombras, y ahora que por fin la tenía a unos metros, se encontraba con esa imagen: su hermana rota por el peso del mundo, abandonada en una penumbra que nunca mereció cargar. —Siempre sola… —murmuró para sí mismo, con un tono áspero. Se apoyó en el marco, la chaqueta abierta como si la misma sala no pudiera contener su presencia. Por un instante quiso acercarse, posar una mano en su hombro, decirle que ya no tendría que seguir soportando todo aquello. Pero el recuerdo de los años ocultos, las decisiones tomadas, lo retuvo. "¿Cómo mirarla a los ojos después de tanto silencio?", pensó. Apretó el taco de billar que aún sostenía en una mano; lo había traído sin darse cuenta desde el bar, como si necesitara algo que le recordara que aún sabía manejar la tensión. Un suspiro largo escapó de él. —Pronto… lo sabrás todo, Luna. —dijo, lo bastante bajo para que no lo escuchara, pero lo bastante fuerte para convencerse a sí mismo.
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  • 𝑫𝒆𝒃𝒊𝒔𝒕𝒆 𝒅𝒆𝒄𝒊𝒓 "𝒂𝒅𝒊𝒐́𝒔"
    Fandom ZYXS
    Categoría Drama
    ¿𝘊𝘰́𝘮𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰….ᐣ ¿𝘊𝘰́𝘮𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘢𝘱𝘳𝘦𝘯𝘥𝘪𝘮𝘰𝘴 𝘯𝘢𝘥𝘢.ᐣ
    𝘖𝘫𝘢𝘭𝘢́ 𝘵𝘦 𝘮𝘦 𝘰𝘭𝘷𝘪𝘥𝘢𝘳𝘢𝘴, 𝘤𝘰𝘯 𝘵𝘰𝘥𝘢𝘴 𝘦𝘴𝘢𝘴 𝘧𝘭𝘰𝘳𝘦𝘴 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘤𝘢𝘳𝘢.
    𝘝𝘪𝘦́𝘯𝘥𝘰𝘮𝘦 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘦𝘭 𝘚𝘰𝘭 𝘢 𝘭𝘢𝘴 𝘷𝘦𝘯𝘵𝘢𝘯𝘢𝘴.

    Sus mensajes con el tiempo habían dejado de ser tan frecuentes, al grado de contestar solo un par de veces al día. Masthian podía vivir con eso, pero cuando empezaron a ser solo un par a la semana, comenzó la preocupación. La buscó, por supuesto. Fue a su casa, la buscó en las tiendas de saldos que sabía que frecuentaba, incluso trató de seguir sus historias de Instagram, pero parecía que se la había tragado la tierra.

    Hasta que un día, sin más, le soltó la noticia: Había obtenido una beca para estudiar fuera del país, se iría a Europa. ¿Cuando? ¿Por qué no le había dicho? ¿Podían verse antes? Ninguna de esas preguntas tuvo respuestas. Todos los días, un mensaje y un intento de llamada que no atendían ni respondían.

    Esa mañana, descubrió que el mensaje simplemente no fue recibido y la llamada lo mandaba directamente a buzón. Entró en pánico. Salió corriendo de casa de su abuela hasta el barrio donde Nicole vivía. Se encontró las puertas y ventanas cerradas.

    𝘠 𝘵𝘦 𝘭𝘰 𝘭𝘭𝘦𝘷𝘢𝘴 𝘵𝘰𝘥𝘰, 𝘭𝘰 𝘱𝘦𝘳𝘥𝘦𝘮𝘰𝘴 𝘵𝘰𝘥𝘰
    ¿𝘊𝘰́𝘮𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘢𝘱𝘳𝘦𝘯𝘥𝘪𝘮𝘰𝘴 𝘯𝘢𝘥𝘢.ᐣ
    𝘛𝘶́ 𝘣𝘪𝘦𝘯 𝘴𝘢𝘣𝘦𝘴 𝘥𝘦𝘭 𝘥𝘦𝘭𝘪𝘳𝘪𝘰 𝘥𝘦 𝘷𝘪𝘷𝘪𝘳 𝘴𝘪𝘯 𝘢𝘮𝘢𝘳𝘪𝘭𝘭𝘰...
    𝘠 𝘵𝘦 𝘭𝘰 𝘭𝘭𝘦𝘷𝘢𝘴

    Sintió como el corazón poco a poco se le fue acelerando, a medida que se acercaba y comprobaba que la casa estaba vacía. Su familia nunca cerraba las cortinas, a sus padres no les gustaba que las ventanas estuvieran cerradas... ¿Dónde estaba su perro? ¿Por qué no ladraba?

    Su diestra fue a abrir la rejita que conectaba al patio y por un momento, cuando esta cedió sin problema, pensó que solo sería un cambio extraño de preferencias. Hasta que recordó que esa reja nunca había cerrado. Cuando tenían 8 años, habían estrellado sus bicicletas en ella y nunca repararon el seguro que atoraba la puerta. Tragó saliva mientras entraba al lugar.

    ¿𝘗𝘰𝘳 𝘲𝘶𝘦́ 𝘯𝘰 𝘱𝘶𝘦𝘥𝘰 𝘴𝘦𝘳 𝘶𝘯 𝘭𝘶𝘨𝘢𝘳.ᐣ
    ¿𝘊𝘰́𝘮𝘰 𝘥𝘪𝘢𝘣𝘭𝘰𝘴 𝘮𝘦 𝘷𝘢𝘴 𝘢 𝘦𝘯𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘢𝘳.ᐣ
    𝘊𝘶𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘳𝘦𝘨𝘳𝘦𝘴𝘦𝘴 𝘢 𝘣𝘶𝘴𝘤𝘢𝘳𝘮𝘦
    𝘗𝘢𝘳𝘢 𝘦𝘴𝘤𝘶𝘤𝘩𝘢𝘳𝘯𝘰𝘴 𝘳𝘦𝘴𝘱𝘪𝘳𝘢𝘳

    Miró a su al rededor; al jardín de las rosas de su madre, donde constantemente de pequeños los regañaban por que les gustaba meterse ahí y jugar entre los rosales. Cuando por fin dejaron de jugar, Masthian se había encargado de una vez a la semana cortar la rosa más bonita y dejarla en la habitación de Nicole. En todos sus años de conocerse, recién el año pasado empezó a verse decente ese jardín. Justo cuando ellos dejaron de frecuentarse.

    Avanzó por el caminito de piedra, algunas losetas quebradas y sueltas. La mayoría por su culpa, cuando llegaban después de la escuela y dejaban caer las bicicletas ahí. Y luego estaban los pequeños hoyos que el perrito de Nicole hacía.

    Cuando la conoció, tenía un labrador que después de unos cuantos años, murió. Recordaba la depresión que envolvió a la castaña. Y también su cara de emoción cuando apareció con un cachorro a los pocos días en su sala. Había tenido que cruzar media ciudad para encontrar a un cachorro que se pareciera a la mascota que había perdido. Que silencioso era el patio sin el rufián que siempre lo recibía entre ladridos y lengüetazos.

    𝘕𝘢𝘥𝘢 𝘴𝘰𝘣𝘳𝘦𝘷𝘪𝘷𝘦 𝘢𝘭 𝘧𝘪𝘯𝘢𝘭, ¿𝘺 𝘲𝘶𝘦́ 𝘮𝘢́𝘴 𝘥𝘢.ᐣ
    𝘝𝘪𝘮𝘰𝘴 𝘶𝘯 𝘧𝘶𝘵𝘶𝘳𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰𝘴 𝘥𝘪𝘫𝘰 𝘭𝘢 𝘷𝘦𝘳𝘥𝘢𝘥
    𝘘𝘶𝘦 𝘧𝘶𝘪𝘮𝘰𝘴 𝘰𝘵𝘳𝘰 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘴𝘪𝘦𝘮𝘱𝘳𝘦, 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘭𝘭𝘦𝘨𝘰́ 𝘢 𝘥𝘪𝘤𝘪𝘦𝘮𝘣𝘳𝘦
    𝘕𝘰 𝘮𝘢́𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘶𝘯 𝘢𝘤𝘤𝘪𝘥𝘦𝘯𝘵𝘦, 𝘭𝘢 𝘨𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘯𝘰 𝘤𝘢𝘮𝘣𝘪𝘢


    Quiso abrir la puerta, aún manteniendo esa vaga esperanza, aún sabiendo que se podía ver las ventanas incluso atrancadas. No cedió el picaporte, por más que intentó girar la perilla. Su corazón para ese momento ya estaba roto.

    Giró el cuerpo hacia la derecha, buscando la escalerilla que usaba para subir a la habitación de su amiga por las noches, cuando les tocaba la guardia. Su ventana daba al patio. Sabía que debajo de ella, estaba el escritorio. Un sin fin de veces, Masthian había acudido a ella para estudiar juntos. Y cada una de ellas, se había quedado embobado viéndola mientras trataba de explicarle el tema que estaban estudiando. Todas las veces que estudió con ella, había reprobado. Y después de cada una de esas sesiones, cuando regresaba a casa, se decía que al día siguiente le diría y la invitaría a salir.

    No estaba la escalera. Y el momento de decirle que estaba completamente enamorado de ella, también se había ido.

    ¿𝘗𝘰𝘳 𝘲𝘶𝘦́ 𝘯𝘰 𝘱𝘶𝘦𝘥𝘦𝘴 𝘴𝘦𝘳 𝘶𝘯 𝘭𝘶𝘨𝘢𝘳.ᐣ
    ¿𝘊𝘰́𝘮𝘰 𝘥𝘪𝘢𝘣𝘭𝘰𝘴 𝘵𝘦 𝘷𝘰𝘺 𝘢 𝘦𝘯𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘢𝘳.ᐣ
    𝘊𝘶𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘳𝘦𝘨𝘳𝘦𝘴𝘦 𝘢 𝘣𝘶𝘴𝘤𝘢𝘳𝘵𝘦
    𝘗𝘢𝘳𝘢 𝘦𝘴𝘤𝘶𝘤𝘩𝘢𝘳𝘯𝘰𝘴 𝘳𝘦𝘴𝘱𝘪𝘳𝘢𝘳

    Rodeó el patio, dirigiéndose a la parte trasera de la casa. La bicicleta, la casita de muñecas y el armario donde su padre guardaba la herramienta. Estaban cubiertos con mantas y asegurados con candados y cadenas. Nunca se habían molestado en hacerlo, la camioneta de su abuela siempre estuvo estacionada ahí, no había forma de sacarlo sin moverla. No recordaba una sola vez que hubiera podido caminar por aquel lugar sin tener que pegar la panza a la pared para poder pasar.

    Todo estaba cubierto de mantas y aún así, conocía a la perfección que había debajo. De no ser por que llegó una edad en la que ya no les permitieron hacer pijamadas juntos, probablemente Masthian habría pasado toda su infancia, adolescencia y el principio de su adultez metido en esa casa.

    Y entonces, una caja llamó su atención. Estaba fuera de cualquier cubierta, a medio cerrar y de su interior, sobresalía la manga de una sudadera que reconoció de inmediato. Era suya. Estaba bajo el pequeño techo de la bodega que había en el patio, si llovía, no se mojaría. Pero era obvio que la habían dejado ahí apropósito. Lo comprobó al acercarse, su nombre estaba escrito con la letra redonda y agraciada de Nicole.

    𝘠 𝘰𝘫𝘢𝘭𝘢́ 𝘵𝘦 𝘮𝘦 𝘰𝘭𝘷𝘪𝘥𝘢𝘳𝘢𝘴
    𝘊𝘰𝘯 𝘵𝘶𝘴 𝘧𝘭𝘰𝘳𝘦𝘴 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘤𝘢𝘳𝘢
    𝘘𝘶𝘦 𝘧𝘶𝘦𝘳𝘰𝘯 𝘰𝘵𝘳𝘰 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘴𝘪𝘦𝘮𝘱𝘳𝘦
    𝘘𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘭𝘭𝘦𝘨𝘰́ 𝘢 𝘥𝘪𝘤𝘪𝘦𝘮𝘣𝘳𝘦
    𝘕𝘰 𝘧𝘶𝘦𝘳𝘰𝘯 𝘴𝘶𝘧𝘪𝘤𝘪𝘦𝘯𝘵𝘦𝘴
    𝘓𝘢 𝘨𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘯𝘰 𝘤𝘢𝘮𝘣𝘪𝘢

    Empezó a hiperventilar. La sudadera no fue un regalo realmente, pero después de que Nicole se la pidió por tercera vez, dejó de pedirla de regreso. Frecuentemente, la usaba para sus cacerías en tiendas, buscando ofertas. Decía que era perfecta para guardar cosas.

    Un llavero, con la foto de los doce, la última vez que se habían juntado, antes de que todos siguieran sus propios caminos. El recuerdo de esa noche lo asaltó. Estuvieron a punto de besarse, pero el retrocedió y no hablaron más. Después de eso, sus encuentros apenas y duraron un cuarto de hora.

    Quiso seguir revisando, distinguió una camiseta que una vez dejó y ella usaba de pijama. La cajita que habían pintado junto a Hanary. Los collares a juego... Las lágrimas le hacían difícil saber que había.

    Casi quince años de amistad, de estar juntos prácticamente todos los días. Tantas risas, sonrojos, los latidos desenfrenados cuando se tomaban las manos... Todo eso, entraba en una caja de cartón.

    En una caja de cartón olvidada en su cochera. No, ni siquiera olvidada. Abandonada, puesta ahí sin si quiera preocuparse por cubrirla. ¿Esperaba Nicole que él la encontrara? Era un mal chiste.

    Cuando por fin se dejó caer con todo la dignidad que tenía encima, sacó su celular y entre berridos y lamentos le marcó a su primo. Si le entendió o no, la verdad es que no importaba. Se abrazó a lo único que aún conservaba el olor de la castaña, la sudadera y esperó a que llegara.

    𝑁𝑒𝑐𝑒𝑠𝑖𝑡𝑜 𝑒𝑠𝑐𝑢𝑐𝘩𝑎𝑟𝑡𝑒 𝑟𝑒𝑠𝑝𝑖𝑟𝑎𝑟.
    ¿𝘊𝘰́𝘮𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰….ᐣ ¿𝘊𝘰́𝘮𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘢𝘱𝘳𝘦𝘯𝘥𝘪𝘮𝘰𝘴 𝘯𝘢𝘥𝘢.ᐣ 𝘖𝘫𝘢𝘭𝘢́ 𝘵𝘦 𝘮𝘦 𝘰𝘭𝘷𝘪𝘥𝘢𝘳𝘢𝘴, 𝘤𝘰𝘯 𝘵𝘰𝘥𝘢𝘴 𝘦𝘴𝘢𝘴 𝘧𝘭𝘰𝘳𝘦𝘴 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘤𝘢𝘳𝘢. 𝘝𝘪𝘦́𝘯𝘥𝘰𝘮𝘦 𝘤𝘰𝘮𝘰 𝘦𝘭 𝘚𝘰𝘭 𝘢 𝘭𝘢𝘴 𝘷𝘦𝘯𝘵𝘢𝘯𝘢𝘴. Sus mensajes con el tiempo habían dejado de ser tan frecuentes, al grado de contestar solo un par de veces al día. Masthian podía vivir con eso, pero cuando empezaron a ser solo un par a la semana, comenzó la preocupación. La buscó, por supuesto. Fue a su casa, la buscó en las tiendas de saldos que sabía que frecuentaba, incluso trató de seguir sus historias de Instagram, pero parecía que se la había tragado la tierra. Hasta que un día, sin más, le soltó la noticia: Había obtenido una beca para estudiar fuera del país, se iría a Europa. ¿Cuando? ¿Por qué no le había dicho? ¿Podían verse antes? Ninguna de esas preguntas tuvo respuestas. Todos los días, un mensaje y un intento de llamada que no atendían ni respondían. Esa mañana, descubrió que el mensaje simplemente no fue recibido y la llamada lo mandaba directamente a buzón. Entró en pánico. Salió corriendo de casa de su abuela hasta el barrio donde Nicole vivía. Se encontró las puertas y ventanas cerradas. 𝘠 𝘵𝘦 𝘭𝘰 𝘭𝘭𝘦𝘷𝘢𝘴 𝘵𝘰𝘥𝘰, 𝘭𝘰 𝘱𝘦𝘳𝘥𝘦𝘮𝘰𝘴 𝘵𝘰𝘥𝘰 ¿𝘊𝘰́𝘮𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘢𝘱𝘳𝘦𝘯𝘥𝘪𝘮𝘰𝘴 𝘯𝘢𝘥𝘢.ᐣ 𝘛𝘶́ 𝘣𝘪𝘦𝘯 𝘴𝘢𝘣𝘦𝘴 𝘥𝘦𝘭 𝘥𝘦𝘭𝘪𝘳𝘪𝘰 𝘥𝘦 𝘷𝘪𝘷𝘪𝘳 𝘴𝘪𝘯 𝘢𝘮𝘢𝘳𝘪𝘭𝘭𝘰... 𝘠 𝘵𝘦 𝘭𝘰 𝘭𝘭𝘦𝘷𝘢𝘴 Sintió como el corazón poco a poco se le fue acelerando, a medida que se acercaba y comprobaba que la casa estaba vacía. Su familia nunca cerraba las cortinas, a sus padres no les gustaba que las ventanas estuvieran cerradas... ¿Dónde estaba su perro? ¿Por qué no ladraba? Su diestra fue a abrir la rejita que conectaba al patio y por un momento, cuando esta cedió sin problema, pensó que solo sería un cambio extraño de preferencias. Hasta que recordó que esa reja nunca había cerrado. Cuando tenían 8 años, habían estrellado sus bicicletas en ella y nunca repararon el seguro que atoraba la puerta. Tragó saliva mientras entraba al lugar. ¿𝘗𝘰𝘳 𝘲𝘶𝘦́ 𝘯𝘰 𝘱𝘶𝘦𝘥𝘰 𝘴𝘦𝘳 𝘶𝘯 𝘭𝘶𝘨𝘢𝘳.ᐣ ¿𝘊𝘰́𝘮𝘰 𝘥𝘪𝘢𝘣𝘭𝘰𝘴 𝘮𝘦 𝘷𝘢𝘴 𝘢 𝘦𝘯𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘢𝘳.ᐣ 𝘊𝘶𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘳𝘦𝘨𝘳𝘦𝘴𝘦𝘴 𝘢 𝘣𝘶𝘴𝘤𝘢𝘳𝘮𝘦 𝘗𝘢𝘳𝘢 𝘦𝘴𝘤𝘶𝘤𝘩𝘢𝘳𝘯𝘰𝘴 𝘳𝘦𝘴𝘱𝘪𝘳𝘢𝘳 Miró a su al rededor; al jardín de las rosas de su madre, donde constantemente de pequeños los regañaban por que les gustaba meterse ahí y jugar entre los rosales. Cuando por fin dejaron de jugar, Masthian se había encargado de una vez a la semana cortar la rosa más bonita y dejarla en la habitación de Nicole. En todos sus años de conocerse, recién el año pasado empezó a verse decente ese jardín. Justo cuando ellos dejaron de frecuentarse. Avanzó por el caminito de piedra, algunas losetas quebradas y sueltas. La mayoría por su culpa, cuando llegaban después de la escuela y dejaban caer las bicicletas ahí. Y luego estaban los pequeños hoyos que el perrito de Nicole hacía. Cuando la conoció, tenía un labrador que después de unos cuantos años, murió. Recordaba la depresión que envolvió a la castaña. Y también su cara de emoción cuando apareció con un cachorro a los pocos días en su sala. Había tenido que cruzar media ciudad para encontrar a un cachorro que se pareciera a la mascota que había perdido. Que silencioso era el patio sin el rufián que siempre lo recibía entre ladridos y lengüetazos. 𝘕𝘢𝘥𝘢 𝘴𝘰𝘣𝘳𝘦𝘷𝘪𝘷𝘦 𝘢𝘭 𝘧𝘪𝘯𝘢𝘭, ¿𝘺 𝘲𝘶𝘦́ 𝘮𝘢́𝘴 𝘥𝘢.ᐣ 𝘝𝘪𝘮𝘰𝘴 𝘶𝘯 𝘧𝘶𝘵𝘶𝘳𝘰 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰𝘴 𝘥𝘪𝘫𝘰 𝘭𝘢 𝘷𝘦𝘳𝘥𝘢𝘥 𝘘𝘶𝘦 𝘧𝘶𝘪𝘮𝘰𝘴 𝘰𝘵𝘳𝘰 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘴𝘪𝘦𝘮𝘱𝘳𝘦, 𝘲𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘭𝘭𝘦𝘨𝘰́ 𝘢 𝘥𝘪𝘤𝘪𝘦𝘮𝘣𝘳𝘦 𝘕𝘰 𝘮𝘢́𝘴 𝘲𝘶𝘦 𝘶𝘯 𝘢𝘤𝘤𝘪𝘥𝘦𝘯𝘵𝘦, 𝘭𝘢 𝘨𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘯𝘰 𝘤𝘢𝘮𝘣𝘪𝘢 Quiso abrir la puerta, aún manteniendo esa vaga esperanza, aún sabiendo que se podía ver las ventanas incluso atrancadas. No cedió el picaporte, por más que intentó girar la perilla. Su corazón para ese momento ya estaba roto. Giró el cuerpo hacia la derecha, buscando la escalerilla que usaba para subir a la habitación de su amiga por las noches, cuando les tocaba la guardia. Su ventana daba al patio. Sabía que debajo de ella, estaba el escritorio. Un sin fin de veces, Masthian había acudido a ella para estudiar juntos. Y cada una de ellas, se había quedado embobado viéndola mientras trataba de explicarle el tema que estaban estudiando. Todas las veces que estudió con ella, había reprobado. Y después de cada una de esas sesiones, cuando regresaba a casa, se decía que al día siguiente le diría y la invitaría a salir. No estaba la escalera. Y el momento de decirle que estaba completamente enamorado de ella, también se había ido. ¿𝘗𝘰𝘳 𝘲𝘶𝘦́ 𝘯𝘰 𝘱𝘶𝘦𝘥𝘦𝘴 𝘴𝘦𝘳 𝘶𝘯 𝘭𝘶𝘨𝘢𝘳.ᐣ ¿𝘊𝘰́𝘮𝘰 𝘥𝘪𝘢𝘣𝘭𝘰𝘴 𝘵𝘦 𝘷𝘰𝘺 𝘢 𝘦𝘯𝘤𝘰𝘯𝘵𝘳𝘢𝘳.ᐣ 𝘊𝘶𝘢𝘯𝘥𝘰 𝘳𝘦𝘨𝘳𝘦𝘴𝘦 𝘢 𝘣𝘶𝘴𝘤𝘢𝘳𝘵𝘦 𝘗𝘢𝘳𝘢 𝘦𝘴𝘤𝘶𝘤𝘩𝘢𝘳𝘯𝘰𝘴 𝘳𝘦𝘴𝘱𝘪𝘳𝘢𝘳 Rodeó el patio, dirigiéndose a la parte trasera de la casa. La bicicleta, la casita de muñecas y el armario donde su padre guardaba la herramienta. Estaban cubiertos con mantas y asegurados con candados y cadenas. Nunca se habían molestado en hacerlo, la camioneta de su abuela siempre estuvo estacionada ahí, no había forma de sacarlo sin moverla. No recordaba una sola vez que hubiera podido caminar por aquel lugar sin tener que pegar la panza a la pared para poder pasar. Todo estaba cubierto de mantas y aún así, conocía a la perfección que había debajo. De no ser por que llegó una edad en la que ya no les permitieron hacer pijamadas juntos, probablemente Masthian habría pasado toda su infancia, adolescencia y el principio de su adultez metido en esa casa. Y entonces, una caja llamó su atención. Estaba fuera de cualquier cubierta, a medio cerrar y de su interior, sobresalía la manga de una sudadera que reconoció de inmediato. Era suya. Estaba bajo el pequeño techo de la bodega que había en el patio, si llovía, no se mojaría. Pero era obvio que la habían dejado ahí apropósito. Lo comprobó al acercarse, su nombre estaba escrito con la letra redonda y agraciada de Nicole. 𝘠 𝘰𝘫𝘢𝘭𝘢́ 𝘵𝘦 𝘮𝘦 𝘰𝘭𝘷𝘪𝘥𝘢𝘳𝘢𝘴 𝘊𝘰𝘯 𝘵𝘶𝘴 𝘧𝘭𝘰𝘳𝘦𝘴 𝘦𝘯 𝘭𝘢 𝘤𝘢𝘳𝘢 𝘘𝘶𝘦 𝘧𝘶𝘦𝘳𝘰𝘯 𝘰𝘵𝘳𝘰 𝘱𝘢𝘳𝘢 𝘴𝘪𝘦𝘮𝘱𝘳𝘦 𝘘𝘶𝘦 𝘯𝘰 𝘭𝘭𝘦𝘨𝘰́ 𝘢 𝘥𝘪𝘤𝘪𝘦𝘮𝘣𝘳𝘦 𝘕𝘰 𝘧𝘶𝘦𝘳𝘰𝘯 𝘴𝘶𝘧𝘪𝘤𝘪𝘦𝘯𝘵𝘦𝘴 𝘓𝘢 𝘨𝘦𝘯𝘵𝘦 𝘯𝘰 𝘤𝘢𝘮𝘣𝘪𝘢 Empezó a hiperventilar. La sudadera no fue un regalo realmente, pero después de que Nicole se la pidió por tercera vez, dejó de pedirla de regreso. Frecuentemente, la usaba para sus cacerías en tiendas, buscando ofertas. Decía que era perfecta para guardar cosas. Un llavero, con la foto de los doce, la última vez que se habían juntado, antes de que todos siguieran sus propios caminos. El recuerdo de esa noche lo asaltó. Estuvieron a punto de besarse, pero el retrocedió y no hablaron más. Después de eso, sus encuentros apenas y duraron un cuarto de hora. Quiso seguir revisando, distinguió una camiseta que una vez dejó y ella usaba de pijama. La cajita que habían pintado junto a Hanary. Los collares a juego... Las lágrimas le hacían difícil saber que había. Casi quince años de amistad, de estar juntos prácticamente todos los días. Tantas risas, sonrojos, los latidos desenfrenados cuando se tomaban las manos... Todo eso, entraba en una caja de cartón. En una caja de cartón olvidada en su cochera. No, ni siquiera olvidada. Abandonada, puesta ahí sin si quiera preocuparse por cubrirla. ¿Esperaba Nicole que él la encontrara? Era un mal chiste. Cuando por fin se dejó caer con todo la dignidad que tenía encima, sacó su celular y entre berridos y lamentos le marcó a su primo. Si le entendió o no, la verdad es que no importaba. Se abrazó a lo único que aún conservaba el olor de la castaña, la sudadera y esperó a que llegara. 𝑁𝑒𝑐𝑒𝑠𝑖𝑡𝑜 𝑒𝑠𝑐𝑢𝑐𝘩𝑎𝑟𝑡𝑒 𝑟𝑒𝑠𝑝𝑖𝑟𝑎𝑟.
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    Buenas tardes esta cuenta no se encuentra abandonada, solo estoy meditando sobre las futuras tramas que voy hacer con Rosamund.
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  • -En algún lugar de la tierra, había bajado con la única intención de reducir un lugar a cenizas.
    Ya si había bondad en ella, esta estaba cubierta por solo oscuridad qué fue lo que la había poseído.

    El lugar donde ella había ido estaba cubierto por fuego, en su mano lleva una esfera incadesente, mientras camino mirando de forma despectiva a esa aldea qué había destruido.

    ¿Sera qué ella saco un poco de frustración en ese lugar?

    Eso no lo sabe, solo que se siente mucho mejor, hacia tiempo desde que fue abandonada, dejándola nuevamente en la oscuridad y soledad, pero esta vez fue peor, ya que pudo sentir esa calidez que le fue arrebatada de la forma más cruel, provocado que su corazón se fuera marchitado, volviendose lo que es ahora. -

    Bueno, es bueno comenzar el dia de esta forma.

    -Comentó de forma fría mirando solo aquel lugar que antes solia estar lleno de vida y ahora yace en completa destrucción, las voces de la aldea fueron apagadas y solo se escucha el chipante sonido del fuego que es lo que consumía cada casa, local y todo de aquel lugar.-
    -En algún lugar de la tierra, había bajado con la única intención de reducir un lugar a cenizas. Ya si había bondad en ella, esta estaba cubierta por solo oscuridad qué fue lo que la había poseído. El lugar donde ella había ido estaba cubierto por fuego, en su mano lleva una esfera incadesente, mientras camino mirando de forma despectiva a esa aldea qué había destruido. ¿Sera qué ella saco un poco de frustración en ese lugar? Eso no lo sabe, solo que se siente mucho mejor, hacia tiempo desde que fue abandonada, dejándola nuevamente en la oscuridad y soledad, pero esta vez fue peor, ya que pudo sentir esa calidez que le fue arrebatada de la forma más cruel, provocado que su corazón se fuera marchitado, volviendose lo que es ahora. - Bueno, es bueno comenzar el dia de esta forma. -Comentó de forma fría mirando solo aquel lugar que antes solia estar lleno de vida y ahora yace en completa destrucción, las voces de la aldea fueron apagadas y solo se escucha el chipante sonido del fuego que es lo que consumía cada casa, local y todo de aquel lugar.-
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  • El caballero y la sacerdotisa
    Fandom OC
    Categoría Fantasía
    --Toda su vida había vivido para el servicio de los dioses. Desde que nació, una ceguera inexplicable le negó el amor de una madre, el cobijo de una familia, pues creían que era una maldición.

    Fue abandonada a los pies de un inmenso árbol, con los ojos vendados y colgando de su manita, una pequeña piedra blanca de río envuelta con una correa de cuero, con Ansuz grabada en ella.

    Creció de un lugar a otro, hasta que finalmente encontró un hogar definitivo en un Hof abandonado que ella misma acondicionó, atrayendo poco a poco a algunos miembros de las aldeas cercanas que buscaban el consejo de los Dioses.

    Finalmente, con el paso de los años, Astrid se volvió popular entre las comunidades cercanas, hasta que un día, fue llevada -Casi a la fuerza- a las costas para abordar uno de los barcos exploradores hasta que llegó a Britania.

    Astrid no se opuso, pues noches antes, segura estaba, de haber escuchado al mismo padre Odín dirigirle algunas palabras, prometiéndole siempre guiarla en su misión.

    Escuchó al cuervo que desde entonces no la abandonaba y que en sus momentos de mayor necesidad, estaba siempre presente, y aunque Astrid fuese incapaz de ver, podía percibir, que todo lo que le estaba sucediendo, tenía un propósito.

    Una vez hubo llegado a Britania, le fue construida una pequeña choza donde Astrid se dedicaba a predicar la palabra de Odín a los niños y mujeres que eran llevadas como botín tras algunos saqueos e “incursiones” a los llamados fuertes de piedra.

    Pero… una tarde todo cambió. Cuando la lluvia de la tarde comenzó a caer, fuerte, agitando los techos de paja y madera hasta que de pronto, el calor y el olor a quemado llenaron el ambiente.

    Las mujeres gritando por ayuda y el grito de guerra de algunos hombres se mezclaron con el fuerte ruido de la tormenta cayendo sobre ellos, perturbaron a Astrid que en un intento por ayudar, salió del Hof para correr alrededor.

    Un fuerte agarre la tomó del brazo y la arrastró fuera del campo de batalla —¡Quédate aquí! —Le gritó un hombre, a quien no pudo identificar. Astrid, incapaz de reconocer el terreno, caminó a tientas entre los arbustos y los árboles, cayendo en cuenta que se había adentrado en el bosque. Los gritos y el sonar de las espadas al estrellarse unas con otras se fue apagando, hasta que finalmente tuvo que aceptar que se había perdido en un país y un lugar totalmente desconocido para ella.-
    --Toda su vida había vivido para el servicio de los dioses. Desde que nació, una ceguera inexplicable le negó el amor de una madre, el cobijo de una familia, pues creían que era una maldición. Fue abandonada a los pies de un inmenso árbol, con los ojos vendados y colgando de su manita, una pequeña piedra blanca de río envuelta con una correa de cuero, con Ansuz grabada en ella. Creció de un lugar a otro, hasta que finalmente encontró un hogar definitivo en un Hof abandonado que ella misma acondicionó, atrayendo poco a poco a algunos miembros de las aldeas cercanas que buscaban el consejo de los Dioses. Finalmente, con el paso de los años, Astrid se volvió popular entre las comunidades cercanas, hasta que un día, fue llevada -Casi a la fuerza- a las costas para abordar uno de los barcos exploradores hasta que llegó a Britania. Astrid no se opuso, pues noches antes, segura estaba, de haber escuchado al mismo padre Odín dirigirle algunas palabras, prometiéndole siempre guiarla en su misión. Escuchó al cuervo que desde entonces no la abandonaba y que en sus momentos de mayor necesidad, estaba siempre presente, y aunque Astrid fuese incapaz de ver, podía percibir, que todo lo que le estaba sucediendo, tenía un propósito. Una vez hubo llegado a Britania, le fue construida una pequeña choza donde Astrid se dedicaba a predicar la palabra de Odín a los niños y mujeres que eran llevadas como botín tras algunos saqueos e “incursiones” a los llamados fuertes de piedra. Pero… una tarde todo cambió. Cuando la lluvia de la tarde comenzó a caer, fuerte, agitando los techos de paja y madera hasta que de pronto, el calor y el olor a quemado llenaron el ambiente. Las mujeres gritando por ayuda y el grito de guerra de algunos hombres se mezclaron con el fuerte ruido de la tormenta cayendo sobre ellos, perturbaron a Astrid que en un intento por ayudar, salió del Hof para correr alrededor. Un fuerte agarre la tomó del brazo y la arrastró fuera del campo de batalla —¡Quédate aquí! —Le gritó un hombre, a quien no pudo identificar. Astrid, incapaz de reconocer el terreno, caminó a tientas entre los arbustos y los árboles, cayendo en cuenta que se había adentrado en el bosque. Los gritos y el sonar de las espadas al estrellarse unas con otras se fue apagando, hasta que finalmente tuvo que aceptar que se había perdido en un país y un lugar totalmente desconocido para ella.-
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