• El sol de la mañana acariciaba suavemente los jardines de la Villa Di Vincenzo, donde el perfume de las bugambilias se mezclaba con el aroma a café recién hecho y pan horneado. Una mesa dispuesta con impecable gusto esperaba bajo la sombra de una pérgola cubierta de glicinas. Frutas frescas, jugos naturales, embutidos finos, quesos artesanales y una selección de dulces italianos adornaban el mantel blanco con bordados dorados. Todo estaba dispuesto con precisión, sin excesos, pero con el refinamiento propio de una anfitriona como Elisabetta Di Vincenzo.

    Ella ya estaba allí, sentada con elegancia en una silla de hierro forjado tapizada en terciopelo gris perla. Llevaba un conjunto cómodo pero cuidadosamente escogido: un pantalón palazzo color marfil, una blusa de seda verde esmeralda que resaltaba sus ojos violeta, y un chal ligero sobre los hombros. Su cabello rubio, suelto y ligeramente ondulado, caía con gracia por su espalda. Ni una joya de más, ni una arruga fuera de lugar.

    Aparentemente tranquila, sostenía una copa de jugo de naranja con una mano, mientras la otra pasaba lentamente las páginas de un libro antiguo de poesía italiana. Pero su mente no estaba en los versos de Petrarca. Su atención estaba puesta en la entrada de la villa, esperando el sonido de los pasos que anunciarían la llegada de su hermano Giovanni... y de ella. Su novia. La mujer que, según Giovanni, había logrado hacerlo feliz de nuevo.

    Elisabetta había sonreído por cortesía cuando recibió la noticia, pero por dentro, las alertas se encendieron de inmediato. ¿Quién era esa mujer? ¿Qué quería realmente? Nadie se acercaba a un Di Vincenzo sin un motivo, y menos aún a Giovanni, que en los últimos años se había convertido en su único verdadero aliado, el único que no la había dejado tras la muerte de su padre.

    Naturalmente, Elisabetta no había esperado una presentación formal para comenzar a conocerla. Su equipo ya había investigado todo: nombre, familia, pasado, fotos antiguas, viajes, ex parejas, movimientos bancarios... Todo. Y aunque hasta ahora nada era "alarmante", el instinto de la Farfalla della Morte nunca se equivocaba.

    El canto lejano de un ruiseñor cesó cuando escuchó el ruido de un motor acercándose por el camino de grava. Cerró el libro con elegancia y lo dejó sobre la mesa, mientras una leve sonrisa, tan bella como inquietante, curvaba sus labios.

    —Finalmente, llegó el momento —susurró, tomando una aceituna entre sus dedos perfectamente cuidados.

    Elisabetta se puso de pie con la gracia de quien domina cada centímetro del terreno que pisa. Con el sol acariciando su silueta, parecía una diosa romana lista para recibir a sus invitados. Pero sus ojos... esos ojos color amatista, brillaban con la intensidad de quien va a juzgar, aunque no lo diga con palabras.

    Aquella mujer iba a conocer a Elisabetta Di Vincenzo.

    Y lo haría con desayuno... y con advertencia velada incluida.

    Yuki Prakliaty
    Gɪᴏᴠᴀɴɴɪ Dɪ Vɪɴᴄᴇɴᴢᴏ
    El sol de la mañana acariciaba suavemente los jardines de la Villa Di Vincenzo, donde el perfume de las bugambilias se mezclaba con el aroma a café recién hecho y pan horneado. Una mesa dispuesta con impecable gusto esperaba bajo la sombra de una pérgola cubierta de glicinas. Frutas frescas, jugos naturales, embutidos finos, quesos artesanales y una selección de dulces italianos adornaban el mantel blanco con bordados dorados. Todo estaba dispuesto con precisión, sin excesos, pero con el refinamiento propio de una anfitriona como Elisabetta Di Vincenzo. Ella ya estaba allí, sentada con elegancia en una silla de hierro forjado tapizada en terciopelo gris perla. Llevaba un conjunto cómodo pero cuidadosamente escogido: un pantalón palazzo color marfil, una blusa de seda verde esmeralda que resaltaba sus ojos violeta, y un chal ligero sobre los hombros. Su cabello rubio, suelto y ligeramente ondulado, caía con gracia por su espalda. Ni una joya de más, ni una arruga fuera de lugar. Aparentemente tranquila, sostenía una copa de jugo de naranja con una mano, mientras la otra pasaba lentamente las páginas de un libro antiguo de poesía italiana. Pero su mente no estaba en los versos de Petrarca. Su atención estaba puesta en la entrada de la villa, esperando el sonido de los pasos que anunciarían la llegada de su hermano Giovanni... y de ella. Su novia. La mujer que, según Giovanni, había logrado hacerlo feliz de nuevo. Elisabetta había sonreído por cortesía cuando recibió la noticia, pero por dentro, las alertas se encendieron de inmediato. ¿Quién era esa mujer? ¿Qué quería realmente? Nadie se acercaba a un Di Vincenzo sin un motivo, y menos aún a Giovanni, que en los últimos años se había convertido en su único verdadero aliado, el único que no la había dejado tras la muerte de su padre. Naturalmente, Elisabetta no había esperado una presentación formal para comenzar a conocerla. Su equipo ya había investigado todo: nombre, familia, pasado, fotos antiguas, viajes, ex parejas, movimientos bancarios... Todo. Y aunque hasta ahora nada era "alarmante", el instinto de la Farfalla della Morte nunca se equivocaba. El canto lejano de un ruiseñor cesó cuando escuchó el ruido de un motor acercándose por el camino de grava. Cerró el libro con elegancia y lo dejó sobre la mesa, mientras una leve sonrisa, tan bella como inquietante, curvaba sus labios. —Finalmente, llegó el momento —susurró, tomando una aceituna entre sus dedos perfectamente cuidados. Elisabetta se puso de pie con la gracia de quien domina cada centímetro del terreno que pisa. Con el sol acariciando su silueta, parecía una diosa romana lista para recibir a sus invitados. Pero sus ojos... esos ojos color amatista, brillaban con la intensidad de quien va a juzgar, aunque no lo diga con palabras. Aquella mujer iba a conocer a Elisabetta Di Vincenzo. Y lo haría con desayuno... y con advertencia velada incluida. [Yuki2104] [Gi0vanni]
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  • Bosques reales a las afueras de Desembarco del Rey, año 113 DC.

    La mañana está bañada de rocío dorado, y los cuernos suenan como truenos celestiales anunciando un día de fuego y gloria. El joven Baelon II Targaryen, de apenas un año, viste una pequeño traje café y dorado, bordada con el dragón tricéfalo por la propia Rhaenyra, que lo lleva orgullosa sobre su pecho.

    Pero el protagonista del momento es Daemon Targaryen, el príncipe rebelde, que alza a su pequeño sobrino sobre los hombros como si alzara el futuro entero de su casa.

    —¿Lo ves, pequeño fuego? Todos estos lores vienen por ti. Pero tú, tú vendrás por el trono, —susurra Daemon, con esa sonrisa ladeada que solo se le ve cuando de verdad le importa algo.

    Baelon, con sus rizos plateados despeinados por el viento y los ojos violeta clavados en las banderas ondeando, lanza una risa de dragón en miniatura.

    Rhaenyra, de pie al lado de su tío, se permite sonreír —pocas veces lo hace así, de verdad—, porque en ese momento, el mundo es perfecto. Los Hightower están lejos, la corte se arrodilla por obligación, pero lo hace. Y lo más importante: los verdaderos Targaryen están juntos.

    La cámara de la memoria se detiene allí.
    Daemon alzando al niño.
    Rhaenyra al lado, su mano rozando la espalda de su hermano.
    Y el cielo, bañado de fuego suave, augurando un destino diferente.
    Bosques reales a las afueras de Desembarco del Rey, año 113 DC. La mañana está bañada de rocío dorado, y los cuernos suenan como truenos celestiales anunciando un día de fuego y gloria. El joven Baelon II Targaryen, de apenas un año, viste una pequeño traje café y dorado, bordada con el dragón tricéfalo por la propia Rhaenyra, que lo lleva orgullosa sobre su pecho. Pero el protagonista del momento es Daemon Targaryen, el príncipe rebelde, que alza a su pequeño sobrino sobre los hombros como si alzara el futuro entero de su casa. —¿Lo ves, pequeño fuego? Todos estos lores vienen por ti. Pero tú, tú vendrás por el trono, —susurra Daemon, con esa sonrisa ladeada que solo se le ve cuando de verdad le importa algo. Baelon, con sus rizos plateados despeinados por el viento y los ojos violeta clavados en las banderas ondeando, lanza una risa de dragón en miniatura. Rhaenyra, de pie al lado de su tío, se permite sonreír —pocas veces lo hace así, de verdad—, porque en ese momento, el mundo es perfecto. Los Hightower están lejos, la corte se arrodilla por obligación, pero lo hace. Y lo más importante: los verdaderos Targaryen están juntos. La cámara de la memoria se detiene allí. Daemon alzando al niño. Rhaenyra al lado, su mano rozando la espalda de su hermano. Y el cielo, bañado de fuego suave, augurando un destino diferente.
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  • Hoy le dedico mi seductive a la mujer de mi vida, a la que me ha dado el mejor de los regalos, a la que me tiene loco. Jamás he sentido un amor tan grande ni tan sincero como este.
    Anna Bloodmoon Wallace

    #SeductiveSunday
    #3D
    Hoy le dedico mi seductive a la mujer de mi vida, a la que me ha dado el mejor de los regalos, a la que me tiene loco. Jamás he sentido un amor tan grande ni tan sincero como este. [glimmer_violet_tiger_639] #SeductiveSunday #3D
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  • *Al intentar entrar y obtener el grimorio de Alastor, encontré unas trampas de él. *

    —Ahhh!! Maldita sea, ¿qué es este polvo violeta? No me permite respirar. —

    *Me quedo sin aire, perdiendo la consciencia tras un rato despierto al salir del sitio. No sentí dolor ni nada extraño; pensé que simplemente me había hecho una broma de mal gusto por entrar a espiar sin notar cómo lucía. *
    *Al intentar entrar y obtener el grimorio de Alastor, encontré unas trampas de él. * —Ahhh!! Maldita sea, ¿qué es este polvo violeta? No me permite respirar. — *Me quedo sin aire, perdiendo la consciencia tras un rato despierto al salir del sitio. No sentí dolor ni nada extraño; pensé que simplemente me había hecho una broma de mal gusto por entrar a espiar sin notar cómo lucía. *
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  • Esto se ha publicado como Out Of Character. Tenlo en cuenta al responder.
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    ¡Personajes de Empíreo! ¡Violet busca rol!
    ¡Personajes de Empíreo! ¡Violet busca rol! ✨
    [ ¡Bien! Toca probar suerte por aqui a ver si puedo encontrar con quien llevar tramas interesantes, claro, si no les incomoda la presencia de mi gruñon dragon y... la de una dragona con un hambre voraz]
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  • Hen lentor se perzys, ēdruta se vestri
    Fandom HOTD
    Categoría Otros
    𓆩⟡𓆪 𝐓𝐇𝐄 𝐃𝐀𝐔𝐆𝐇𝐓𝐄𝐑 𝐎𝐅 𝐅𝐈𝐑𝐄 𝐇𝐀𝐒 𝐂𝐎𝐌𝐄 𓆩⟡𓆪

    Fortaleza Roja. Atardecer. Las sombras de dragón se arrastran sobre las piedras calientes de Desembarco del Rey.

    Primero fue el rugido.
    Luego, la sombra.
    Y por último, el silencio absoluto, como si los dioses mismos contuvieran el aliento.

    Desde las nubes descendió la criatura: un monstruo de alas extendidas, escamas como obsidiana líquida y ojos dorados, ardientes como el sol al morir. Era Maegaryon, el último susurro vivo de Valyria, comparable en tamaño al mismísimo Balerion el Terror Negro.
    Y sobre su lomo, firme, erguida como si cabalgara el mismísimo destino, venía ella.

    Seirys Ahai.
    La hija olvidada. La sangre bastarda que el fuego no quiso consumir.
    El secreto que camina con corona de humo y perfume de ceniza.

    Las calles quedaron vacías. Los comerciantes bajaron sus toldos. Las madres apretaron a sus hijos contra sus pechos. Y desde las altas torres, los ojos curiosos se asomaban, queriendo saber si era una reina o una maldición lo que caía del cielo.

    Vestía telas negras de Lys, ligeras y fluidas, dejando al descubierto vientre, brazos y piernas, como si la guerra misma hubiese decidido vestirse de mujer. Joyas rojas y doradas relucían en su piel pálida. Su cabello, blanco como la sal del Mar Angosto, caía hasta la cintura.
    Sonreía. Pero no era una sonrisa dulce. Era una línea irónica, casi cruel, como si supiera algo que el resto aún no había aprendido…
    …Pero pronto lo harían.

    Sobre su espalda, desde la nuca hasta media columna, un tatuaje escrito en alto valyrio resplandecía débilmente a la luz del atardecer:

    > “Hen lentor se perzys. Dāria se nykēla.”
    (Entre el fuego y el miedo. Reina sin corona).



    Maegaryon aterrizó en los jardines interiores del Torreón de Maegor, quebrando algunas columnas viejas y haciendo volar las hojas secas.
    Y entonces, todo se detuvo.

    El sonido. El aire. La respiración del mundo.

    Las puertas se abrieron lentamente. El sol, sangrando en el horizonte, bañaba a Seirys con un resplandor rojizo, como si el cielo también quisiera inclinarse ante ella.

    Ella descendió del dragón con calma. No había prisa en sus pasos, solo intención.
    A su alrededor, los soldados tragaban saliva. Algunos bajaban la mirada. Otros la seguían con ojos grandes, preguntándose si estaban viendo un presagio o una aparición.

    La música comenzó a sonar en alguna parte, un ritmo lejano de cuerdas orientales, de tambores antiguos… una versión oscura, solemne, de una marcha triunfal.
    No decía su nombre, pero todos sabían.
    Todos sentían.

    > Ella no vino a pedir un lugar. Vino a reclamarlo.



    Caminó entre los corredores del Torreón, los pliegues de su ropa silbando contra la piedra. Su presencia era una respuesta a preguntas que aún no se habían formulado.
    Una promesa. Una amenaza.
    Y también, una historia por escribirse.

    Seirys no buscaba presentaciones. Quien tuviese ojos, la reconocería.
    Quien tuviese miedo, la respetaría.
    Y quien tuviese el valor de acercarse, quizá... viviría para contar su versión.




    ¿La vera primero el único ojo violeta de Aemond? ¿El gesto inquisidor de Alicent? ¿La risa de Daemon desde un balcón? ¿O la sonrisa irónica de Rhaenyra desde su trono de sombras?

    El juego de tronos tiene una nueva pieza.
    Y su fuego no es un susurro.
    Es rugido.

    𓆩⟡𓆪 𝐓𝐇𝐄 𝐃𝐀𝐔𝐆𝐇𝐓𝐄𝐑 𝐎𝐅 𝐅𝐈𝐑𝐄 𝐇𝐀𝐒 𝐂𝐎𝐌𝐄 𓆩⟡𓆪 Fortaleza Roja. Atardecer. Las sombras de dragón se arrastran sobre las piedras calientes de Desembarco del Rey. Primero fue el rugido. Luego, la sombra. Y por último, el silencio absoluto, como si los dioses mismos contuvieran el aliento. Desde las nubes descendió la criatura: un monstruo de alas extendidas, escamas como obsidiana líquida y ojos dorados, ardientes como el sol al morir. Era Maegaryon, el último susurro vivo de Valyria, comparable en tamaño al mismísimo Balerion el Terror Negro. Y sobre su lomo, firme, erguida como si cabalgara el mismísimo destino, venía ella. Seirys Ahai. La hija olvidada. La sangre bastarda que el fuego no quiso consumir. El secreto que camina con corona de humo y perfume de ceniza. Las calles quedaron vacías. Los comerciantes bajaron sus toldos. Las madres apretaron a sus hijos contra sus pechos. Y desde las altas torres, los ojos curiosos se asomaban, queriendo saber si era una reina o una maldición lo que caía del cielo. Vestía telas negras de Lys, ligeras y fluidas, dejando al descubierto vientre, brazos y piernas, como si la guerra misma hubiese decidido vestirse de mujer. Joyas rojas y doradas relucían en su piel pálida. Su cabello, blanco como la sal del Mar Angosto, caía hasta la cintura. Sonreía. Pero no era una sonrisa dulce. Era una línea irónica, casi cruel, como si supiera algo que el resto aún no había aprendido… …Pero pronto lo harían. Sobre su espalda, desde la nuca hasta media columna, un tatuaje escrito en alto valyrio resplandecía débilmente a la luz del atardecer: > “Hen lentor se perzys. Dāria se nykēla.” (Entre el fuego y el miedo. Reina sin corona). Maegaryon aterrizó en los jardines interiores del Torreón de Maegor, quebrando algunas columnas viejas y haciendo volar las hojas secas. Y entonces, todo se detuvo. El sonido. El aire. La respiración del mundo. Las puertas se abrieron lentamente. El sol, sangrando en el horizonte, bañaba a Seirys con un resplandor rojizo, como si el cielo también quisiera inclinarse ante ella. Ella descendió del dragón con calma. No había prisa en sus pasos, solo intención. A su alrededor, los soldados tragaban saliva. Algunos bajaban la mirada. Otros la seguían con ojos grandes, preguntándose si estaban viendo un presagio o una aparición. La música comenzó a sonar en alguna parte, un ritmo lejano de cuerdas orientales, de tambores antiguos… una versión oscura, solemne, de una marcha triunfal. No decía su nombre, pero todos sabían. Todos sentían. > Ella no vino a pedir un lugar. Vino a reclamarlo. Caminó entre los corredores del Torreón, los pliegues de su ropa silbando contra la piedra. Su presencia era una respuesta a preguntas que aún no se habían formulado. Una promesa. Una amenaza. Y también, una historia por escribirse. Seirys no buscaba presentaciones. Quien tuviese ojos, la reconocería. Quien tuviese miedo, la respetaría. Y quien tuviese el valor de acercarse, quizá... viviría para contar su versión. ¿La vera primero el único ojo violeta de Aemond? ¿El gesto inquisidor de Alicent? ¿La risa de Daemon desde un balcón? ¿O la sonrisa irónica de Rhaenyra desde su trono de sombras? El juego de tronos tiene una nueva pieza. Y su fuego no es un susurro. Es rugido.
    Tipo
    Grupal
    Líneas
    14
    Estado
    Disponible
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  • -habia una rosa bella en el jardín, sus pétalos florecieron para mí, sus espinas ya brillaron aún más y sus raices a lo profundo llegarán, yo ayer una violeta en el jardín, su color brillo hasta el fin, sus pétalos florecieron para mí, y sus raices llegaron hasta el fin, un girasol ayer se presentó, tan bello su color el Lucio, sus pétalos de amarillo color y sus raices ya profundo llegaron- cuando la bruja empezó a cantar un circulo brillante apareció bajo sus pies, conforme recitaba aquel canto los círculos giraban y las tierras alrededor del orfanato cambiaban
    -habia una rosa bella en el jardín, sus pétalos florecieron para mí, sus espinas ya brillaron aún más y sus raices a lo profundo llegarán, yo ayer una violeta en el jardín, su color brillo hasta el fin, sus pétalos florecieron para mí, y sus raices llegaron hasta el fin, un girasol ayer se presentó, tan bello su color el Lucio, sus pétalos de amarillo color y sus raices ya profundo llegaron- cuando la bruja empezó a cantar un circulo brillante apareció bajo sus pies, conforme recitaba aquel canto los círculos giraban y las tierras alrededor del orfanato cambiaban
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  • Oh, Angie cariño... No tenías por qué molestarte pero ¿Que te parece si las compartimos?

    𓆩 𝐀𝐍𝐆𝐄𝐋 𝐃𝐔꯭𝐒𝐓 𓆪
    Oh, Angie cariño... No tenías por qué molestarte pero ¿Que te parece si las compartimos? [vortex_violet_hippo_955]
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  • -Se vio Violet Evergarden -
    Ahora seré una auto Memory doll
    -Se vio Violet Evergarden - Ahora seré una auto Memory doll
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  • Si hay una regla no escrita en el mundo pokemon, estaria seria "Nunca llames la furia de un entrenador tipo fantasma" mala suerte para aquel hombre que deicidio atacar al cantante, corto su rostro causando una herida cerca de su ojo derecho, Moon solo respiro ondo sus ojos en lugar de mostrar miedo parecian estar nerviosos, cuando vio aquel corte en su rostro gracias al reflejo de su telefono, perdio totalmente el control -IDIOTA! SABES CUANTO TENGO QUE PREOCUPARME POR CICATRICES Y COSAS?!- su grito hizo el suelo retumbar y sin chistar saco a su pokemon -Chandelure... MANDALO A LA BERNO!- el rechinido de sus dientes casi hizo sangrar los oidos del atacante, quien trato de correr tan solo ver el pokemon -parece que sabes de lo que es capaz chandelure- el pokemon por un segundo pareico sonreir de forma cinica antes de lanzar una llamarada violeta a aquel hombre, el cuerpo parecio quedar intacto pero al ver el rostro este estaba palido y sus ojos sin alma -"sus llamas queman el alma dejando el cuerpo atras como una fria cascara"- solto unas risitas mientras trataba la herida y la cubria con maquillaje dejando el cuerpo del hombre tirado en el asfalto
    Si hay una regla no escrita en el mundo pokemon, estaria seria "Nunca llames la furia de un entrenador tipo fantasma" mala suerte para aquel hombre que deicidio atacar al cantante, corto su rostro causando una herida cerca de su ojo derecho, Moon solo respiro ondo sus ojos en lugar de mostrar miedo parecian estar nerviosos, cuando vio aquel corte en su rostro gracias al reflejo de su telefono, perdio totalmente el control -IDIOTA! SABES CUANTO TENGO QUE PREOCUPARME POR CICATRICES Y COSAS?!- su grito hizo el suelo retumbar y sin chistar saco a su pokemon -Chandelure... MANDALO A LA BERNO!- el rechinido de sus dientes casi hizo sangrar los oidos del atacante, quien trato de correr tan solo ver el pokemon -parece que sabes de lo que es capaz chandelure- el pokemon por un segundo pareico sonreir de forma cinica antes de lanzar una llamarada violeta a aquel hombre, el cuerpo parecio quedar intacto pero al ver el rostro este estaba palido y sus ojos sin alma -"sus llamas queman el alma dejando el cuerpo atras como una fria cascara"- solto unas risitas mientras trataba la herida y la cubria con maquillaje dejando el cuerpo del hombre tirado en el asfalto
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